lunes, 31 de diciembre de 2018

NOTICIAS DEL PRECARIADO


Afirmaba Guy Standing, no sé si seguirá aún en las mismas, que el precariado es una nueva clase social, con potencialidades ciertas de constituirse en el nuevo sujeto revolucionario del siglo XXI.

Marró el tiro. El precariado no es una clase sino una forma de vida y un paisaje social. Y no afecta solo a “los de abajo”, es ampliamente transversal.

El maestro Daniel Innerarity habla hoy en elpais de la “volatilidad” de la política. Mirada desde otro ángulo, esa volatilidad se configura como precariedad.

Gente de toda la vida, educada para una larga duración en el mando, como Artur Mas, como Mariano Rajoy, como Susana Díaz, ha recibido inesperadamente el finiquito forzoso y pasado a formar parte de las clases aproximadamente pasivas de la política. Los ERE forman parte ya también de su vida, no tan solo de la nuestra.

Nadie lo vio venir, pero tiene una lógica profunda. La estabilidad de la política estaba basada en la extensión y la solidez de las clases medias. Las clases medias instaladas sabían en todo momento a quién votar, en las municipales, las autonómicas, las generales y las europeas. No en todos los casos votaban a los mismos, desde luego; en ese aspecto había matices importantes. Pero en todos los casos se formaban mayorías amplias, como consecuencia de la existencia de un fondo social de consenso que deparaba, con matices, siempre un output aproximadamente previsible.

Ahora no ocurre así. Si las personas cambian de empleo más o menos una vez al mes, y en muchos casos una vez a la semana, y recorren todo un abanico de “oficios” varios para los que nadie les proporciona aprendizaje ni formación básica, ¿cómo quieren que voten de forma estable a quienes les castigan con semejante trato y les abocan cada vez con más frecuencia a la oficina de empleo o al Infojobs, por no hablar del círculo infernal dantesco del envío masivo de currículos con la esperanza incierta de que fructifiquen en alguna entrevista de trabajo, para una sustitución o un interinaje, que nunca acaba de llegar? ¿Por qué van a votar lo que les sugieren quienes les sermonean con la milonga de que la culpa del paro la tienen los parados, y utilizan como argumento último el “esto es lo que hay”?

No nos quejemos entonces del auge del populismo y de la ultraderecha, del yihadismo radical y de los radicalismos de todos los colores. Los políticos se basan para sus promesas electorales en los sondeos demoscópicos, pero los sondeos ya no revelan las corrientes subterráneas bajo la superficie en calma, sino el estado de ánimo esencialmente volátil y explosivo tomado en un punto cualquiera de una línea de opinión en diente de sierra, con toboganes que van desde los picos debidos a encaprichamientos repentinos, hasta las depresiones profundas de la desesperanza sin remedio.

Tal como se están poniendo las cosas existe la tentación, entre quienes tienen las diversas sartenes por los mangos, de prescindir de la democracia, ese engorro subversivo, y recurrir en adelante al autoritarismo descarnado. “Esto es lo que hay”, también. La seguridad es un valor cotizable en bolsa, y un producto de lujo del que solo pueden disfrutar los muy ricos.

Y por ahí se llega a las preguntas últimas. ¿Es segura la seguridad que proporcionan unos seguratas que a saber lo que votan? ¿Garantizan algo unos cuerpos de seguridad obligados a completar su magro salario con la implicación en tráficos diversos de sustancias non sanctas? Dicho en latín, que es más bonito, Quis custodet ipsos custodes?

Hay respuesta para esa pregunta. Los césares de la antigua Roma se rodearon de una guardia pretoriana convenientemente musculada para prevenir las explosiones de descontento de la plebe, y la estadística histórica muestra que la mayoría de ellos perecieron a manos precisamente de sus pretorianos.

Si la sociedad está sujeta a la precariedad, el poder es precario también. La democracia, ese “engorro subversivo”, se inventó precisamente por esa razón.


domingo, 30 de diciembre de 2018

EL ESTADO, EN PELIGRO DE EXTINCIÓN


En Ctxt he encontrado más combustible para mis reflexiones recurrentes sobre la crisis en el panorama político actual del Estado ─ ese Leviatán, esa torre de Babel alzada contra la gobernanza divina que algunos han llamado “derecho natural” ─, y sobre la necesidad de acudir a rescatarlo desde las posiciones de una izquierda no estatalista.

Me refiero a la entrevista que Guillem Martínez ha hecho a Emmanuel Rodríguez, sociólogo e historiador (1). Lo que dice Guillem Martínez es siempre interesante; también me ha parecido de enjundia lo que expresa su entrevistado. No quiero decir que comparta sus ideas al cien por cien; solo que estas plantean un debate que me parece provechoso.

Cliqué en la entrevista intrigado además por el titulillo que habían colocado en Público: «Hoy es más importante tener sindicatos que una clase política fetén.» Suscribo el concepto. Sobre todo porque no creo en la existencia, ni ahora ni en ningún otro momento de la historia, pasado o futuro, de una “clase política fetén”.  

Creo en la política hecha entre todos, no entre gente “fetén”. Creo que el Estado es una superestructura que gravita pesadamente sobre la sociedad. Creo que la existencia del Estado responde a un contrato social expreso o, con mucha mayor frecuencia, inexpresado.

Esta es la introducción de Martínez a la entrevista: «En el siglo XX, existía una cosa que se llamaba revolución. Consistía en tomar el Estado. De una forma u otra, la política, transformadora o no, ha consistido en algo parecido. En tomar, en ganar, en acercarse, en estar en el Estado.»

Es más cierto que en el siglo XX se delinearon dos izquierdas, dos políticas transformadoras (para aclararnos mejor, deberíamos llamarlas “emancipadoras”) diferentes. Una preconizó, por la vía armada o por la pacífica, una “guerra de movimiento” dirigida a la toma del Estado, es decir al apoderamiento por parte de las mayorías de los resortes efectivos del poder político y económico, para organizar una distribución más equitativa de los recursos y una selección más racional de los proyectos.

La otra concepción política intuyó el espejismo implícito en esa utilización de las estructuras existentes para un pilotaje alambicado hacia realidades nuevas, sorteando los innumerables escollos. Y optó por una “guerra de posiciones” consistente en remover primero las estructuras, y avanzar a partir de una “transformación molecular”, no hacia un surplus de poder, sino hacia una emancipación real: hacia formas de relación, de convivencia y de cooperación distintas.

Es obvio, con solo hojear los libros de historia, que la opción “vincente” (la expresión es de Bruno Trentin), la que se impuso en la práctica, fue la primera, la estatalista. Aquello configuró una nueva teología, con sus dogmas indiscutibles y su lucha feroz contra los “herejes”. Se reinterpretó el viejo adagio «Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura»; ahora el reino de Dios era el Estado soberano, flamante, reluciente, con todas sus potencialidades prestas a irradiar poder, a “empoderar” según expresión del mundo anglosajón puesta recientemente de moda en nuestras latitudes. El resto que vendría “por añadidura” sería la disolución progresiva de todas las contradicciones generadas por la hegemonía del capital.

A la ascensión del Estado concebido como esfera monopolizadora de todos los poderes, ha seguido su caída, convenientemente acompañada por dosis masivas de estrépito y de furia. En la teoría de la aldea global, nada se interpone entre las miríadas de individuos desempoderados y la gobernanza infalible de los algoritmos. La idea misma de cambio es absurda. La Historia ha llegado a su fin. No Hay Alternativa. Cualquier programa de “asalto a los cielos” es, en consecuencia, mero flatus vocis.

Es hora para la política de redefinir sus opciones. De abandonar el mainstream de tantos años y tantos fracasos sucesivos, y echar mano de los “herejes”. Convencerse de que la “guerra de posiciones” no era simplemente una estrategia distinta para llegar al mismo fin (el poder omnímodo), sino un proyecto distinto que implica un trayecto diferente hacia un objetivo alternativo.

Los sindicatos son muy importantes hoy, en efecto. Todas las organizaciones intermedias lo son, porque su sentido es centrípeto, aglutinador. Contribuyen a amalgamar una sustancia humana que se encuentra en estado creciente de desagregación. En el mismo sentido también, entiendo, es importante el Estado ─ el Estado democrático, la precisión es necesaria ─ despojado ya de su pretensión prepotente de soberanía indiscutida, como una instancia útil para la protección y el bienestar colectivos y como fortaleza avanzada en el objetivo de rellenar el vacío inmenso que se ha abierto entre el individuo inerme y el nuevo Leviatán, la dictadura de las finanzas globales.

Se trata hoy de renovar el viejo contrato social rousseauniano, de apuntalar el constructo estatal con la participación masiva y el pleno apoyo de la sociedad civil, la cual (lo dijo Gramsci) “es” también Estado.

Un Estado liberado de su complejo solipsista y de su prepotencia, y reconducido a escala humana por la vía de la democracia representativa, de la construcción federal y de la delegación permanente de funciones hacia los ámbitos inferiores.



sábado, 29 de diciembre de 2018

PROTEJAMOS A LAS FALENAS


Un dependiente de hotel vio formarse a lo lejos, mar adentro, el último tsunami de Indonesia, y avisó a los clientes con tiempo suficiente para que se pusieran a salvo.

El tsunami de la triple derecha ha barrido Andalucía y se dirige hacia nuestras costas. Conviene dar la alerta. Los destrozos están siendo ya considerables: treinta y siete leyes paralizadas, el techo del gasto social bloqueado en el Senado. Que nadie se llame a engaño; quienes vienen a galope tendido, son caballeros en caballos de Atila, y allá por donde pisan no vuelve a crecer más la hierba.

Así son y así funcionan las elites extractivas de toda laya: van por el mundo dispuestas a arramblar por principio con todo lo que puedan, y después de ellas el diluvio.

Después, el diluvio. Lo que faltaba. No va a haber donde guarecerse de la combinación entre el viejo Yavé, siempre irritado, y la nueva racionalidad de los mercados, cuya lógica última consiste en considerar a los humanos como hormigas y tratarlos como tales cuando tienen la desgracia de cruzarse en su camino.

La movida de los tres jinetes es, por supuesto, perfectamente resistible. Bastaría una modesta torre de Babel como parapeto, según señalaba yo mismo ayer mismo (1). Lo que quizá no pueda evitarse es que algunos cientos de miles de indignados voten a quienes vienes decididos a despojarles, precisamente a ellos, de sus muy escasas pertenencias. Y en cambio, les votan convencidos de que Trump, Salvini, Bolsonaro, Casado, Rivera, Aznar y/o Abascal, componen un grupo justiciero de Magníficos venidos a implantar la Justicia abstracta en contra de los pudientes.

Lo mismo les ocurre a las falenas o mariposas nocturnas. Se arriman tanto a la llama, fascinadas por su luz, que acaban con las alas quemadas.

Alertemos a las víctimas potenciales más expuestas de la inminencia del tsunami. Y protejamos a las falenas de sus propias inclinaciones peligrosas.



jueves, 27 de diciembre de 2018

DOS, TRES, MIL TORRES DE BABEL



Construcción de la Torre de Babel. Miniatura del Libro de Horas de Bedford (hacia 1410-1430), British Library.

La idea se le atribuye tradicionalmente a Nemrod, rey de Asur, y era magnífica. Los humanos ya habían visto cómo las gastaba Yavé: en el tema de la Creación, empezó por ahorrar escandalosamente en los materiales (hizo al varón de barro deleznable, y aún aprovechó las sobras ─ una costilla ─ para despachar low cost a su compañera); y, por si fuera poco, no descuidó colocar a la serpiente en el llamado hiperbólicamente paraíso terrenal (no era para tanto; en el TripAdvisor no habría sacado más de 3 puntos sobre 5). Luego vinieron las represalias por una triste manzana, mediante un ángel antidisturbios provisto de espada de fuego. Después, como la humanidad seguía abocada al despeñadero, empeñada quizás en seguir comiendo manzanas sin tasa, Yavé ordenó un Diluvio.

Según la Biblia, «le pesó a Yavé de haber hecho al hombre en la tierra». Solo Noé «halló gracia a sus ojos»; todos los demás perecieron así, de un plumazo. A Noé, patriarca y todo como era, le quedaron secuelas psicológicas de aquella destrucción traumática. Bebía a escondidas, y en una ocasión al menos de modo notorio porque se quedó tendido en pelota picada en su tienda. No es una historia edificante, pero se entiende. Ser un elegido de Yavé tenía muchos bemoles en aquellos tiempos: uno no era precisamente el más popular del barrio.

Así fue como Nemrod habría tenido la idea de prevenir futuras colerinas del Baranda supremo edificando una torre que llegara hasta el cielo y en consecuencia no pudiera quedar sumergida por un nuevo diluvio. La torre pretendía ser además un punto de referencia para todas las gentes que andaban dispersas y desorientadas por aquella primera gran globalización. «Hagámonos famosos y no andemos más dispersos sobre la faz de la Tierra», propuso Nemrod, siempre según el Génesis.

Y Asur se puso al trabajo según las instrucciones de su cabecilla, de forma ordenada y responsable. El edificio empezó a crecer que daba gusto. La gente colaboraba de buen rollo. Había un objetivo común: evitar futuras catástrofes y lanzar a todas las gentes un mensaje fuerte de unidad y de cooperación.

Fue aquello lo que le resultó insoportable a Yavé. Volvamos a la Biblia (palabra de Dios) para escucharle: «He aquí que todos forman un solo pueblo y todos hablan una misma lengua; siendo este el principio de sus empresas, nada les impedirá que lleven a cabo todo lo que se propongan. Pues bien, descendamos y allí mismo confundamos su lenguaje de modo que no se entiendan los unos con los otros.»

Así dispersó Yavé a todas las estirpes sobre la faz de la Tierra.

La historia tiene un aire inequívoco de actualidad. Ponga usted “gobernanza de los mercados financieros” donde dice “Yavé”, y “Brexit, procés”, etc., donde la confusión de lenguas, y le parecerá estar leyendo la prensa diaria en lugar de la Biblia en verso.

Fue la primera gran ocasión para la humanidad, malbaratada por una reacción violenta de las superestructuras. Hoy hacen falta dos, tres, mil torres de Babel, como predicamos en su día de Vietnam, que nos dejó tan buen sabor de boca.


miércoles, 26 de diciembre de 2018

EL MAL DE STENDHAL



Traen los periódicos la noticia de que un turista sufrió un infarto y hubo de ser atendido con desfibriladores en la sala Botticelli del museo de los Uffizi de Florencia, cuando contemplaba “El nacimiento de Venus”. El asunto ha vuelto a sacar a relucir el famoso “mal de Stendhal”. Ya saben, el ilustre escritor declaró haber sentido mareos y pérdida momentánea de los sentidos al entrar en la iglesia de Santa Croce y percibir el esplendor artístico de lo que allí había depositado.

La Ciencia con mayúscula contempla tales manifestaciones de entusiasmo somático con bastante distancia. El visitante de los Uffizi tenía sin duda una sensibilidad exacerbada hacia lo bello sublime, pero también había sufrido algunos episodios coronarios antes de encontrarse delante de la exquisita Venus de Botticelli.

Los mareos de Stendhal, incluso, pudieron ser debidos a que no había desayunado bien antes de la visita al templo florentino. Un desayuno inglés abundante, con profusión de huevos revueltos, tostadas y beicon, probablemente habría cortado de raíz los síntomas de malestar sin impedir la percepción de las finezas pictóricas de los maestros de antaño. G.K. Chesterton, escritor de una carnalidad rotunda, recomendaba calurosamente dicha dieta para afrontar sin deterioro perceptible los graves problemas de la estética, y manifestaba no caberle en tal sentido la menor duda de que fue “bacon” (el tocino) el verdadero responsable de la grandeza inmortal de las obras de Shakespeare.

Quedaría en pie la cuestión adicional de por qué tienen esos efectos perturbadores Florencia y Botticelli, y no en cambio Madrid y Goya, o Viena y Klimt, o Barcelona y el maestro de Tahull, o tantas otras combinaciones posibles de lo excelso. (No menciono aquí Nueva York y Rothko, porque a nadie se le ocurrirá la posibilidad de ataques de sobresensibilidad aguda delante de obras del expresionismo abstracto. A pesar de cómo las cotizan los marchantes.)

Marcel Proust sufrió un trance difícil en las Tullerías, adonde acudió a deshora para él (es decir, en una mañana radiante) ansioso de ver un cuadro de Vermeer muy elogiado por los críticos. He dejado constancia del suceso y de su aprovechamiento artístico por el sufridor de la experiencia en esta misma bitácora (1). Proust, uno de los grandes realistas de la literatura, atribuyó el desmayo mortal de su personaje Bergotte, al que fulmina delante del “cuadro más bello del mundo”, a que había cenado unas patatas mal cocidas.



martes, 25 de diciembre de 2018

ROMPER EL ENSALMO


El rey iba pomposamente ataviado con su nuevo vestido de ceremonia confeccionado mediante sutiles artes mágicas por unos sastres venidos de oriente. Toda la corte lo contemplaba sin atreverse a respirar, tanta era su magnificencia. Pero un botarate hijo de muchos padres que no tenía nada que perder en el asunto, dijo en voz alta que al rey se le veían las vergüenzas. Insistió incluso en una verruga que le adornaba el culo y que no había modo de imaginar en abstracto si no se estaba viendo en concreto.

Y se rompió el ensalmo.

El vestido de ceremonia no era real; era un relato. Ningún relato es perfecto, ni siquiera el más hermoso. Todos son contingentes porque dependen de un ensalmo que puede romperse en cualquier momento.

Una azafata de un centro comercial madrileño practicó con unos niños de seis años el arte del spoiler y les dijo quiénes eran de verdad los reyes magos. No recibió ningún agradecimiento por su original iniciativa; fue despedida sin contemplaciones.

Y qué. Sabemos cómo son y cuánto duran los contratos de las azafatas que acompañan a los Magos comerciales en las aglomeraciones navideñas. Tal vez esta en concreto estuvo perfilando largamente durante los meses de calor su venganza invernal definitiva sobre la sociedad de consumo.

Quizás, incluso, era una lectora de Manolo Vázquez Montalbán, y recitaba para sí aquellos versos del Manifiesto subnormal:

«Vd. comprará en el drugstore
donde es posible helar planetas y el silencio
nunca se interrumpe pese al estrépito
del largo pasillo por donde circula Aladino
compre regale sobreviva
y además le harán un 10% de descuento.»

Perder el empleo no es nada; hoy día le ocurre a cualquiera.

Incluso, posiblemente, le ocurra el mismo percance a ese valeroso mosso d’esquadra que, cuando uno de los manifestantes le dijo que ellos estaban defendiendo la República catalana, contestó: “La República no existe, idiota.”

Lo de “idiota” no tiene trascendencia alguna. Posiblemente se refería al príncipe Mishkin, aquel idiota creado por Dostoyevski que ha resultado ser uno de los más simpáticos y bondadosos personajes de ficción de la gran literatura universal.

Las palabras realmente graves son “la República no existe”. Esa manera aleve de romper el ensalmo, de quebrar el relato, de dejar desnudo al senyor president en el punto álgido de la ceremonia.

¡Por dios, que desaparezca el sacrílego! Su presencia se hace insoportable para todos los que tienen fe, para todos los buenos creyentes en los reyes magos.


lunes, 24 de diciembre de 2018

PENSAMIENTO DÉBIL


Gaspar Llamazares lo ha hecho exactamente al revés. Si usted o yo formáramos parte de la dirección federal de Izquierda Unida ─ o, para que no se me diga que estoy señalando con el dedo, de la dirección, federal o no, de un partido político cualquiera, de izquierda o no ─, y quisiéramos formar un grupo nuevo y más chulo con el que presentarnos a las elecciones, empezaríamos por dimitir de nuestro cargo.

Es lo que dictan, digamos, las normas elementales de la lógica aristotélica, por no hablar de la cortesía. No es que uno no pueda estar al mismo tiempo dentro y fuera de una organización, trabajando simultáneamente a favor y en contra de ella. Sí se puede, obviamente. Pero no “se debe” hacer tal cosa. Está feo.

Llamazares lo ha hecho, y solo ha dimitido al final, después de la bronca. Ha declarado además, muy digno, que dimite debido a “la campaña de linchamiento de que ha sido objeto”. Él no ha hecho nada mal, dice. Toda la culpa es de sus “ex - aún” camaradas de la dirección.

Me temo que se está extendiendo cada vez más una falla estructural en el pensamiento político occidental, que consiste en exigir puntillosamente todos los derechos, franquicias, sinecuras y momios varios que a uno le son debidos, y pasar en cambio de puntillas por las obligaciones y responsabilidades que se suponen anejas al cargo que se ocupa. Podemos llamar a ese fenómeno “pensamiento débil”. Hay epidemia de tal cosa.

Pongo por segundo ejemplo a Elsa Artadi, cuando ha recomendado a Pedro Sánchez que decida de una vez si quiere tomar sus propias decisiones o seguir siendo una marioneta de otros. Severas palabras, pero no las más oportunas viniendo como vienen de la portavoz del Govern de Cataluña, cuyo presidente “en ejercicio” (acéptenme el eufemismo), Quim Torra, apenas gobierna más allá de la reclamación de las reglas de protocolo concernientes al estadista que tiene el mando de una república reconocida en el concierto de las naciones. (“¡La República no existe, imbécil!”, le gritó a un manifestante un mosso al que desde Sant Jaume o desde Waterloo, vaya usted a saber, se ha dado la orden de investigar.)

La situación precaria que acogota al Govern català si, como decía Artadi al señalar la paja en el ojo ajeno, quiere tomar sus propias decisiones en lugar de seguir siendo indefinidamente una marioneta, la ha dejado dolorosamente patente Elisenda Paluzíe, mandamás de la ANC, que ha advertido al actual Govern de que si no se ve capaz de llevar a cabo la tarea de implementar la República catalana según el mandato popular del 1-O, que lo diga y no hay problema: se quita este Govern y se pone otro.

No cabe duda de que doña Elisenda se siente con pantalones suficientes para quitar y poner gobiernos cuando se le antoje, pero me temo que incurre en otra manifestación de pensamiento débil, parecida a la de Llamazares. A saber, ostenta un desconocimiento grande (inmenso, diría yo; ilimitado, oceánico) de cómo se pone y se quita un gobierno en el mundo prolijamente garantista en el que vivimos.

Que no basta con una votación a mano alzada en la asamblea, señora. Que esto tiene otros entresijos. Ocupar la calle está bien, como principio; pero si el independentismo de pensamiento débil acaba por despeñarse desde su ventana de oportunidad, ocupar la calle se le va a poner considerablemente más caro.

Se lo dice alguien que tiene alguna experiencia de lo que fue ocupar las mismas calles en circunstancias muy distintas de las actuales.


sábado, 22 de diciembre de 2018

EL NACIMIENTO DE LA NIÑA JESUSA


Este cuento fue publicado en las Navidades de 2011 en LR (“La Revista”) de la Asociación Hispanohelena de Atenas. Fue un encargo ex profeso. La responsable de la publicación había visto por casualidad una pequeña colección de historias escritas por mí para mis nietos, pidió permiso para publicarlas y me pidió una colaboración especial para el número de las fiestas. Aparecían en aquellas historias la golondrina Alicia, que siempre aspira a volar más alto; la ovejita Lucera, curiosa por conocer el mundo; y sus amigos Guardián, un perro muy sensato y celoso de su deber; el gavilán Brutón, al que hay que repetir una y otra vez que los amigos no se comen (“¿por qué no?”, pregunta desconcertado); la cigüeña Clotilde, excelente oradora que ejerce de mensajera, y otros bichos que habitan e interactúan en un lugar muy alto de las montañas.
Para esta nueva aparición, he modificado el cuento original en algunos detalles. Lo ofrezco aquí con ánimo de celebrar con los lectores estas fiestas, y todas las que se animen a venir detrás.

Llegó gente nueva a las montañas. El primero en verles fue el gavilán Brutón y bajó hasta los prados a contarlo a la ovejita Lucera y el perro Guardián.

“Están en el establo viejo. No se quedarán mucho tiempo, aquello no tié condiciones”, explicó Brutón.

Era ya invierno. Hacía más de un mes que la cigüeña Clotilde, primero, y la golondrina Alicia casi enseguida, se despidieron de todos hasta la primavera y volaron a tierras más calurosas. El viento era frío, las cumbres de los siete picos estaban blancas como la harina, y las ovejitas pasaban la mayor parte del tiempo encerradas en el aprisco.

Los tres amigos se acercaron al establo viejo. Una mujer lo estaba barriendo con unas ramas y un hombre subía del río cargado con un cántaro lleno de agua. Delante del portal del establo esperaba una mula con unas alforjas repletas.

“Sé quiénes son”, dijo Guardián. “Les han echado esta mañana de la posada porque se les había acabado el dinero.”

“¿Con este frío los han echao?”, dijo Brutón. “Es que en esta tierra ya no hay caridá?”

“La mujer está muy gorda”, dijo Lucera.

“Porque está esperando un niño”, le explicó Guardián.

“Qué tonta, no me había dado cuenta”, dijo Lucera.

A media tarde aún seguían por allí Guardián, Brutón y Lucera, y también la ardilla Pizpireta y la lechuza Leocadia, todos para ver cómo se las apañaban los nuevos vecinos. El hombre colocó unas piedras grandes delante del portal del establo y trajo varios montones de leña para encender el fuego.

“¿Habrá bastante leña?”, le preguntó la mujer.

“No, porque va a helar y el fuego tendrá que estar encendido toda la noche. Voy a buscar más”, dijo el hombre.

Él se fue al bosque y la mujer bajó al río a lavarse la cara, las manos y los pies. Luego se soltó las horquillas del pelo y se lo desenredó con un peine de nácar. Tenía los ojos muy grandes, y los cabellos oscuros relucían al sol encendido del atardecer. Los peces que bebían en el río saltaban y asomaban la cabeza fuera del agua para verla mejor.

La mujer subió al establo, sacó de las alforjas de la mula una sábana blanca y la extendió sobre el pesebre bien barrido.

El hombre volvió del bosque con más leña. “Verás qué cómodos vamos a estar aquí. Ni en un palacio”, dijo.

Se acercó a curiosear el buey Zabulón, un animal muy tranquilo que nunca se daba prisa por nada, y todo le daba lo mismo. “Si no le importa, señor buey”, le dijo el hombre, “véngase aquí a pasar la noche. Hay sitio para todos, y si se echa de este lado, y mi mula Torda de este otro, estarán calientes y cortarán el viento para que no apague el fuego.

“Vale”, dijo Zabulón, que era de buen conformar; y se echó donde le decía el hombre. El fuego estuvo encendido en un periquete. El hombre rebuscó en el zurrón y solo encontró un tarugo de pan duro y unas cortezas de queso.

“No tenemos gran cosa para cenar”, dijo a la mujer.

“A mí me da igual”, comentó ella. “No tengo apetito.”

“Pues mira tú qué raro, yo tampoco”, dijo el hombre. No parecían muy convencidos ninguno de los dos, al decirlo.

“¡Están muertos de gana, vamos a buscarles cena!”, dijo Lucera a sus amigos. Salieron todos corriendo y volvieron al poco. Lucera traía dos huevos puestos aquel mismo día por la gallina Cloqueta; Brutón, medio jamón de la despensa del granjero; Guardián, un pote de leche recién ordeñada de la vaca Manchada; Pizpireta, un montón de nueces, y Leocadia, tres manzanas del árbol del huerto.

“¡Oh, qué amables!”, les dijo el hombre al ver los regalos. “Esto va a ser un festín.” La mujer, al ver las provisiones, dijo que ahora caía en la cuenta de que sí tenía un poco de apetito.

Asomaron la cabeza en un rincón dos ratones dispuestos a roerle los calzones al hombre, y Brutón se lanzó furioso contra ellos:

“¡Hase visto esvergüenza!”, comentó enfurruñado después de ahuyentarlos.

Se despidieron de los nuevos vecinos mientras estos preparaban la cena. Brutón voló hasta su nido en lo más alto de los siete picos, Pizpireta trepó por un abeto hasta meterse en el hueco del tronco que había forrado con ramitas y musgo, y Lucera volvió al aprisco y les contó las novedades a sus hermanas la Cariblanca, la Susana, la Pecosa y la Patascortas. Leocadia y Guardián se quedaron junto al establo para vigilar.

En mitad de la noche entró Leocadia por el ventanuco del aprisco para despertar a Lucera.

“¡Ya ha nacido!”, gritaba. “¡Es una niña!”

Lucera se escurrió por debajo de la tranca, frotándose los ojos. Estaba muy oscuro pero el hombre había encendido un fuego tan grande que el establo resplandecía como una gran estrella en medio de la noche. Guardián y Brutón se habían plantado delante del portal para no perder detalle. La niña recién nacida lloraba. La mujer la lavó con agua caliente, la vistió con una camisita y unos pañales y la envolvió con una toquilla. La niña no callaba.

“Tiene frío”, dijo el hombre.

“Tiene frío”, repitieron Guardián, Brutón, Leocadia y Lucera.

La mujer tapó a la niña con más mantas. Entonces sonaron las campanadas de la medianoche en la torre de la iglesia, y salieron niños por las calles del pueblo con panderetas y zambombas, y cantaron villancicos porque era la nochebuena. La recién nacida dejó de llorar, y alargó una manita para tocar el morro sonrosado de Lucera, que la miraba embobada. ¡Era la niña más bonita del mundo!

Se oyó un revoloteo y Lucera levantó la cabeza al cielo. Venían volando la golondrina Alicia y la cigüeña Clotilde, y se posaron en una rama baja del pino que crecía junto al establo.

“¿Cómo habéis vuelto ya?”, les preguntó Lucera.

“Vienen de camino con sus caballos y sus camellos la reina negra de Egipto, la reina amarilla de Oriente y la reina blanca del Norte, y nosotras las hemos acompañado”, explicó Alicia.

“Sí, bueno, las acompañamos”, dijo Clotilde.

“Y nos hemos enterado de que había nacido una niña aquí, y hemos venido a verla”, dijo Alicia.

“Sí, bueno, a verla”, dijo Clotilde.

“¡Feliz navidad!”, les deseó Lucera.

“¡Feliz navidad!”, respondieron a coro Alicia y Brutón, Guardián, Leocadia y Pizpireta. Desde el aprisco se oyeron los balidos de la Cariblanca, la Susana, la Pecosa y la Patascortas, que también deseaban a todos una feliz navidad.

“Sí bueno, feliz navidad, eso”, dijo la cigüeña Clotilde.


jueves, 20 de diciembre de 2018

UN PIE EN EL SUELO Y EL OTRO EN LAS NUBES


El conflicto catalán transita despaciosamente hacia un tímido desbloqueo. Por ejemplo, los presos en huelga de hambre han concluido su ayuno el día antes de la reunión del consejo de ministros en Barcelona; en lugar de dejarlo, como muchos nos imaginábamos, para un día después. También parece que el bloque nacionalista va a optar finalmente, en contra de lo que se desprendía del  cariz de anteriores declaraciones, por hacer costado a los presupuestos generales del Estado preparados por el gobierno socialista. Albricias.

No es un síntoma menor, tampoco, el llamamiento desde los vértices de las formaciones a un 21D de grandes manifestaciones masivas y pacíficas. Las dos características serían positivas: quienes desean la independencia deben mostrar de forma continuada que son muchos, sí, pero también que en su empeño no tienen la intención de promover ni el menor atentado contra la convivencia. Esa doble clave ayudaría a transitar hacia soluciones consistentes en alcanzar un refuerzo amplio y sólido de la autonomía, en lugar de propiciar su desaparición de un plumazo por vías represivas y traumáticas.

Por un lado, pues, tiende a desinflamarse la situación; por otro, se sigue tronando en los medios de opinión con declaraciones incendiarias.

Lo hacen uno y otro bando. No vale la pena reproducir en este papel digital la tempestad mediática agitada por las derechas montaraces, con acusaciones de rebelión y de fascismo, exigencias de intervención de la guardia civil, querellas judiciales contra todo lo que se mueve, y amenazas de “vais a ver lo que es bueno”, con las que nos santiguan día tras día los sostenedores del casticismo, la raza y la religión.

Pero sí me parece útil destacar en cambio el papel nostálgico, de reivindicación de la utopía y de brindis al sol, que ha tenido la absurda moción contra la Constitución española aprobada en el Parlament de Cataluña.

El objetivo de esa moción no era político sino antipolítico, como casi todo lo que elabora la CUP. La adhesión de las dos grandes corrientes del independentismo a un texto plagado de tics izquierdistas consabidos solo puede tener el sentido de un tacticismo de muy vieja raigambre: lo que se conoce en cristiano, desde tiempo inmemorial, como poner una vela a dios y otra al diablo. “Ojo con lo que me haces o dejas de hacer, que mañana mismo podría tirarme al monte”.

En la actitud de la otra formación favorable a la moción, Cat Comú, percibo sin embargo otra motivación, también claramente tacticista pero no dirigida hacia fuera (hacia España) sino en clave interna, específicamente catalana. Sería, a menos que me equivoque mucho, un deseo inconfesado de ejercer de “bisagra”. Lo pongo entre comillas porque en la situación actual, y desde cualquier racionalidad que se adopte, no caben las bisagras, o no pueden tener ninguna función útil.

Yo diría que la estrategia de los Comuns va enfocada en la línea de tratar de viabilizar una independencia de Cataluña sin unilateralidad. Es un sí pero no y un no pero sí. Les hemos visto oscilar en esa doble línea en varias ocasiones críticas, en los últimos meses. Sería la explicación de posturas como las que han exhibido en el Parlament y ante los medios un Nuet o una Alamany.

Esa actitud equivale a tener un pie en el suelo y el otro en las nubes. No me parece una postura aconsejable; es poco práctica, y en cambio muy incómoda.


miércoles, 19 de diciembre de 2018

LECCIONES DE FEMINISMO


Laura Luelmo in memoriam

La prisión permanente renovable no impediría la repetición de sucesos tan trágicos y tan absurdos como la muerte de Laura. Casi al mismo tiempo se ha producido el degollamiento de dos deportistas nórdicas en el Gran Atlas; pero también la muerte por deshidratación de una niña en Texas, en la frontera del país al que acudía en busca de una vida mejor. Y no hace muchos días, otra mujer, otra persona con derechos humanos reconocidos en todas las Cartas de derechos vigentes, optó por saltar al vacío cuando llamaban a su puerta los agentes judiciales que venían a desahuciarla.

“Lecciones de feminismo: ni una”, ha gritado en el Congreso una señora que entiende, al parecer, que la culpa de la muerte de Laura la comparten las feministas, por aspirar a lo que no se puede ni se debe, y los partidos que se han negado a adoptar agravamientos poco justificados de las penas previstas en las leyes que regulan el castigo a otros tipos genéricos de conductas antisociales.

La señora que ha gritado en el Congreso sabe muy bien, de otro lado, la dificultad grave para que en determinados estrados judiciales se admita la existencia de violencia en una relación sexual, cuando la negativa de la víctima no ha sido patente, prolongada e indudable. Parece en algunos casos que solo el precio de la vida sitúa a la víctima de una agresión de género por encima de la sospecha de haber colaborado en su desgracia. Laura pagó ese precio. No hubo violación, ha confesado su asesino, y la cosa fue a peor.

Señora portavoz en el Congreso: yo diría que usted, y nosotros todos los varones, y este mundo desestructurado y abiertamente peligroso para las desigualdades de género, sí necesitamos lecciones de feminismo. Más de una. Bastantes más.

Comuns. E la nave va…
Rizando el rizo del absurdo, el Parlament de Cataluña ha desautorizado la Constitución del 78 por antidemocrática y antisocial. La moción procedía de la CUP. Todo el mundo sabe de qué pie cojea la CUP; ninguna Constitución del mundo mundial es lo bastante democrática y social para su manera particular de entender la democracia y la sociedad.

Pero también han votado a favor de esa moción los grupos de JxSí, ERC y Catalunya en Comú. En unos ha predominado sin duda la exaltación de la travesía hacia una República que no acaba de concretarse en el horizonte; en otros, tal vez, las ganas de hacer algo por fin en una institución que va consumiendo los fondos del erario sin pena ni gloria, con un trantrán limitado a las previas y a las votaciones de procedimiento, sin ninguna legislación digna de ese nombre que llevarse a la boca.

El hecho de que el grupo parlamentario de Cat Comú haya votado también a favor de semejante brindis al sol indica lo confusas que están las cosas en el barullo organizativo intrínseco a dicha plataforma. Al parecer el problema no afectaba únicamente a Albano Dante Fachín ni a Elisenda Alamany. Mientras se encamina hacia el desguace definitivo la nave que en tiempos fue una opción digna y bien respaldada de futuro para Cataluña, su actual tripulación ha utilizado mi voto y mi representación para entonar este patético “Addio del passato”.

No volverá a ocurrir; nuestros caminos se separan. Suscribo al cien por cien lo que dice José Luis López Bulla en relación con los desafueros de semejante muchachada. Pueden leerlo en http://lopezbulla.blogspot.com/2018/12/comunes-hasta-aqui-hemos-llegado.html


martes, 18 de diciembre de 2018

LA ÉGIDA DE LA CONSTITUCIÓN



Desde la mesa de los Diálogos Cataluña-Andalucía, uno de sus promotores, el historiador Javier Tébar, defiende la cooperación periférica y la estructura transversal de un Estado más próximo y más empático con la ciudadanía. A su lado, Blanca Rodríguez. (Foto: Diálogos)

Égida es una palabra antigua y algo cursi. Significa “escudo”. No me la tomen en cuenta, es solo que no quería poner la palabra “escudo” (tiene esa clase de connotaciones, como “bandera”; imaginen que titulara “La Constitución por bandera”, la ruina para mi modesto blog).

La denostada Constitución, como arma defensiva; esa es la idea. Se da el caso curioso en este momento de que, desde la derecha y la izquierda simultáneamente, asistimos a defensas y ataques cruzados, en sentidos y con pretensiones distintas, de la ley suprema del 78. La situación real queda perfectamente expresada en el artículo de opinión de Jordi Amat en lavanguardia de hoy, titulado «Casado contra el 78». (1)

Existe en una parte de la clase política la fuerte convicción de la necesidad de convertir el “café para todos” del Estado de las autonomías en una descentralización administrativa de dimensiones mucho más modestas. Lo llaman “recentralización”. En esa idea coinciden las derechas ultranacionalistas que claman por la “unidad” (léase “uniformidad”) sagrada de la patria, como sectores jacobinos encastillados en las dos izquierdas clásicas (PSOE e IU). La idea subyacente es poner coto al separatismo vasco-catalán e inyectar más racionalidad en el gasto público en infraestructuras.

El peligro, nada teórico porque hace muchos años que convivimos con él, es que la idea de la recentralización administrativa degenere en un recentralismo ventajista y descarnado. Madrid ha crecido ya hasta la hipertrofia y la macrocefalia, es la comunidad más rica del Estado con diferencia, y su consideración como baricentro de la geopolítica ha determinado un monopolio práctico tanto del diseño de las comunicaciones como de la dirección dominante de los flujos económicos, del centro a la periferia y de la periferia al centro.

Un ejemplo entre miles: en años recientes el corredor mediterráneo ha sido descartado repetidamente como prioridad inversora. No cabe otro argumento para su marginación que la idea crucial (nunca mejor dicho) de que todas las prioridades inversoras deben pasar necesariamente por el centro.

Señala Amat que, desde la derecha, Pablo Casado desea el previsible choque de trenes, y en particular una jornada de caos para el próximo viernes, con la finalidad bastante manifiesta de implantar en Cataluña el artículo 155 de la Constitución para un largo tiempo, sustituir para siempre la policía autonómica (los Mossos) por la nacional, e «iniciar una demolición premeditada del Estado territorial de 1978».

Sectores de la izquierda jacobina no ven mal en principio, como queda dicho más arriba, la idea de una demolición premeditada, cuando menos del Título VIII de la Constitución, “De la organización territorial del Estado”. La correlación de fuerzas arroja un balance en contra lo bastante fúnebre para que la minoría canalla de malos patriotas de la Antiespaña secular llamemos a refugiarnos bajo la égida de lo que fue acordado por consenso un día y así ha quedado escrito, votado y refrendado.

Algo parecido ─desde luego no igual─ viene a suceder con los capítulos II, “De los derechos y libertades”, y III, “De los principios rectores de la política social y económica”. En ambos casos nadie predica la necesidad de una reforma; se ignora, sencillamente, la ley, y en los casos más extremos se vulnera sin escrúpulo. Pero a esta cuestión ya me he referido de forma explícita hace poco (2). Me remito a lo dicho allí.