martes, 31 de enero de 2017

DESLUMBRAMIENTO


Una de las cosas que estoy leyendo en este momento es Manual para mujeres de la limpieza, de Lucia Berlin (Alfaguara), admirablemente traducido por Eugenia Vázquez Nacarino. Es una estrategia mía de lectura, compro los libros de tres en tres o de cuatro en cuatro, y los voy leyendo todos en relevos, de forma más o menos simultánea. Las asociaciones libres fluyen mejor de ese modo, uno se siente pluriconectado.
Valoro en particular aquello que excede mis propias posibilidades; y por esa razón cultivo una afición muy marcada por la literatura escrita por mujeres. No, aclaro, lo que se conoce como “literatura femenina” en cuanto que género ideado para consumo superficial de un público lector femenino poco exigente; sino literatura de primer nivel, en la que se aprecia un punto de vista peculiar y complementario, una forma alternativa de contemplar y valorar una realidad que no es plana sino poliédrica, y que elude de forma obstinada cualquier intento de simplificación.
Con Lucia Berlin he pasado rápidamente de la revelación al deslumbramiento. Tiene una personalidad poderosa, arrolladora. Su talento es extraordinario, y lo utiliza sin ninguna concesión ni remilgo. Sus historias son truculentas, divertidas, crueles, esperpénticas, tiernas, todo a la vez, con cambios de registro tan rápidos que se pueden suceder a lo largo de una misma frase de no muchas palabras. Elizabeth Goeghegan, que al parecer es crítica de “The Paris Review”, nos informa en la solapa de que “su prosa desciende de Proust y de Chéjov”. Es cierto, sin duda, pero solo como una nota marginal relacionada con su aprendizaje del oficio. Un mínimo de honestidad informativa debería haber hecho añadir a Elizabeth que el talento de Berlin es enteramente personal, y no hace falta invocar altas autoridades para confirmarlo; basta leerla.
Su mirada sobre el mundo, su escala de valores, sus recuerdos y sus nostalgias, son tan diferentes de lo que mis prejuicios esperaban de ella, tan inesperados, que me aportan un soplo permanente de aire fresco; un soplo, con frecuencia, huracanado. Vean, por ejemplo, como comprobación el cuento «Dentelladas de tigre», sobre la noche pasada en una clínica clandestina de abortos en México, alrededores de El Paso, en el mismo lugar donde el Idiota Global quiere construirse un muro aislante pagado por el otro lado de la frontera.
O simplemente, no quiero ponerlo demasiado difícil, atiendan a esta reflexión tan empapada de humanidad concreta que confunde de golpe muchas de nuestras ideas prefabricadas (la encuentran en “Apuntes de la sala de urgencias, 1977”, pág. 112 del libro).
«Una cosa sé de la muerte. Cuanto “mejor” es la persona, cuanto más cariñosa, feliz y comprensiva, menor es el vacío que deja su muerte.
            Cuando el señor Gionotti murió, evidentemente estaba muerto, claro, y la señora Gionotti lloró, igual que el resto de la familia, pero se fueron todos llorando juntos, y con él de verdad.»
 

lunes, 30 de enero de 2017

TREINTA Y NUEVE CONTRATOS PARA UN EMPLEO


De las estadísticas oficiales confeccionadas por el Ministerio de Empleo y Seguridad Social y por el Servicio Público de Empleo, se desprende si las matemáticas no mienten – cosa que no acostumbran hacer – que en el año 2016 hicieron falta por término medio en España 39 contratos de trabajo para configurar un solo empleo. Se entiende aquí por empleo aquel que supone un cotizante más a la Seguridad Social.
Vamos a ver. Estamos hablando de contratos registrados, no de los compromisos verbales y luego si te he visto no me acuerdo, que tanto abundan en los chalaneos de la cara B de nuestra economía. Hablamos de escritos firmados, sellados y timbrados. Hablamos, de otro lado, de puestos de trabajo normales, con sus debidas horas anuales sí, pero tirando a bajos y a mal pagados; de empleos que simplemente cotizan, no de empleos 4.0 recién importados de Silicon Valley. Hablamos, finalmente, de estadísticas oficiales de organismos oficiales, y no de especulaciones brumosas de arbitristas sin nada de provecho mejor que hacer.
Si 39 les parecen muchos contratos para configurar las prestaciones de un solo empleo, fijen su atención en Extremadura: allí se han necesitado 141 acuerdos registrados por cada nuevo cotizante. Las cifras crudas han sido en el país de 19,9 millones de contratos y 512.733 nuevos afiliados a la Seguridad Social.
Bueno, pues ya tenemos medio millón más de cotizantes en las listas, me dirán los optimistas que siempre ven la botella medio llena. Pero no es exactamente así. El número estadístico no se corresponde con la cantidad real, porque hay en la dinámica del empleo un tipo de puerta giratoria mucho menos agradable que la que da paso entre la administración pública y los consejos de empresas privadas. La gente entra y sale de la lista de cotizantes, en virtud de la temporalidad cada vez más apresurada de los trabajos. Son muchos los que se dan de alta, de baja, de alta otra vez, de baja de nuevo. Cada nueva alta de la misma persona cuenta por una unidad estadística. Se contabilizan como siete personas empleadas lo que en realidad es la itinerancia de una sola persona en siete ocasiones, entre la lista del desempleo y el siguiente empleo basura.
Un empleo tampoco es hoy una salvaguarda contra la pobreza. El umbral de la pobreza es un concepto abstracto que se ajusta a diversas variables. El número oficial de pobres no afecta siempre al mismo colectivo de personas, susceptibles de ser rescatadas del pozo mediante la puesta en marcha de políticas activas de empleo. Implica a una cantidad de personas mucho mayor, que alternativamente entran y salen de ese umbral fatídico, en sus esfuerzos por encontrar una seguridad en el empleo que les asegure la supervivencia. En cada instantánea estadística, unos están dentro y son registrados, y otros fuera y no lo son; pero lo estarán sin remedio un par de semanas más adelante.
El colectivo Economistas Frente a la Crisis (EFC) señala la baja calidad de los empleos que se ofertan, y la inestabilidad alarmante del mercado laboral, sobre todo a partir de la reforma laboral del año 2012. Desde entonces, la precariedad afecta incluso a la contratación teóricamente indefinida. Es sabido que uno de los objetivos de aquella reforma, alentada por el FMI y todas las troikas, era eliminar las “rigideces” de un mercado de trabajo considerado como en exceso protector.
De aquí la importancia para la sociedad española de blindar con derechos sustantivos el trabajo por cuenta ajena. Derechos también para el trabajo pobre, precario y mal pagado, porque todo trabajo conlleva un mérito, una dignidad indeclinable y un servicio a la ciudadanía merecedores de respeto y de protección. El nuevo gurú económico del PSOE, José Carlos Díez, ha rechazado de forma destemplada la propuesta sindical de una renta mínima de inserción, avisando de que si la adoptamos tendremos que colocar francotiradores en las alambradas de concertinas que nos aíslan del cuarto mundo africano. Luego, siguiendo la rutina establecida para estos casos, ha pedido perdón y ha manifestado que no es lo que parece y él mismo no es así, en absoluto, sino una persona encantadora.
 

domingo, 29 de enero de 2017

UNA SUBCLASE PARA EL SECTOR SERVICIOS


No comparto la tesis de Guy Standing acerca de la formación de una nueva clase social, el precariado, diferenciada de la clase trabajadora clásica. Por un lado, los datos no acaban de encajar; por otro, se trata de una explicación ingeniosa de algunas cosas que están ocurriendo, pero innecesaria en el fondo. Ahora bien, en teoría social, difícilmente puede asignarse una existencia real a lo innecesario.
Mucho más revelador es el paseo que nos da Owen Jones en Chavs. La demonización de la clase obrera (Capitán Swing 2012; traducción de Íñigo Jáuregui) por diversas comunidades postindustriales de la Gran Bretaña, por los medios de opinión conservadores y por los prejuicios defensistas de las clases privilegiadas. La vida en Britania se parece muy poco a la de nuestras latitudes; la supervivencia postindustrial, también. Pero hay en el libro indicaciones valiosas acerca de cómo de forma deliberada se ha dejado primero sin medios de vida a comunidades industriosas y cohesionadas, y cómo luego, al extenderse la desmoralización como mancha de aceite, se ha demonizado la actitud de unas familias errantes y desestructuradas, que han perdido en el seísmo sus valores colectivos y flotan a la deriva en un mundo nuevo para ellas, y hostil.
La fábrica, explican a Jones los testigos a los que interroga, creaba cohesión. Los nuevos puestos de trabajo en los servicios, por el contrario, estimulan la dispersión y la soledad. Dice Ross McKibbin, un historiador: «Los trabajadores estaban muy calificados. Estaban muy bien pagados. Casi todos estaban sindicados y muy orgullosos de su trabajo […] Los ahora clasificados por los estadísticos como “clase media baja” – oficinistas, administrativos y supervisores, por ejemplo – hoy están en su mayoría más abajo en la escala salarial que si hubieran pertenecido a la clase trabajadora cualificada de la generación anterior.» (p. 193.)
Y Jennie Formby, delegada nacional del sindicato Unite para el sector de alimentación y hostelería, remarca: «Es muy difícil organizarse en hoteles, restaurantes y pubs, porque los hay a millares. ¿Cómo hacer una campaña realmente intensa para cubrir cada sitio? Hay una rotación muy elevada de mano de obra y un gran número de trabajadores inmigrantes cuya primera lengua no es el inglés, sobre todo en los hoteles, así que es difícil lanzar una campaña organizativa sostenible. Es mucho más fácil para nosotros organizar a trabajadores de fábricas, por ejemplo en fábricas de procesamiento de carne y de pollo, en las que hemos conseguido grandes resultados en los últimos años […], que organizar la a menudo casi invisible mano de obra que trabaja por millares en el sector hotelero británico.» (p. 187.)
La fuerza de trabajo ha sido desalojada de los centros industriales clásicos. Solo se encuentran perspectivas de empleo temporal y mal pagado en las cajas o en la reposición de género en los supermercados, en la limpieza de edificios o de apartamentos, en la hostelería, o en el trabajo inmensamente monótono y desagradable de los call centers, donde unos residuos de taylorismo trasnochado imponen un mínimo de llamadas telefónicas a la hora y recortan con saña las pausas, los minutos del café y las visitas al baño. Son empleos que llevan incorporado el desprecio implícito del consumidor del servicio; propicios a la bronca montada por quienes encuentran distracción en la humillación de la telefonista anónima de acento extranjero, o bien reclaman mayor esmero en el servicio a cambio del dinero que han pagado.
Pero no hay dos clases trabajadoras diferenciadas, una aristocracia obrera de salarios altos y con buenos índices de sindicación frente a un precariado dejado al albur, desprovisto de derechos y de medios de subsistencia; hay un antes y un después. Incluso en la industria, y en los estamentos de los técnicos titulados, de los profesionales y de los cuadros medios, se está dando la misma tendencia observable entre los trabajadores manuales a la precarización, al deterioro salarial y a una contratación temporal cada vez más efímera.
Solo la reunificación de lo que está fragmentado y desperdigado como consecuencia de unas políticas venenosas, y la lenta (forzosamente) recuperación de una conciencia común y de una idea de pertenencia, pondrán remedio a una situación que ahonda día a día la brecha entre quienes viven de sus rentas y todo el resto de la sociedad.
 

sábado, 28 de enero de 2017

LAS ELÉCTRICAS MATAN DE MÁS DE UNA MANERA


En el post de ayer de esta misma bitácora, se hacía una alusión tangencial a la factura de la luz y a la pobreza energética, “que mata”. Mata, es fácil de comprender, a las personas, por desgracia en aumento, que no pueden abonar las cantidades abusivas que cobran las empresas eléctricas por un servicio público absolutamente indispensable. Un servicio no relacionado con la calidad de vida, sino con la vida misma.
No es la única forma de matar de las empresas de generación eléctrica. Mientras en la mayoría de los países europeos se están haciendo esfuerzos por reducir las emisiones a la atmósfera de gases de efecto invernadero, en España durante el año 2015 las emisiones totales crecieron en un 3,3%, hasta situarse en la cifra de 337 millones de toneladas. Son cifras del Observatorio de la Sostenibilidad, un instituto independiente, y se refieren a la totalidad de las emisiones, tanto las procedentes de fuentes fijas (sector industrial y energético) como difusas (tráfico, hogar, quema de residuos…)
Las culpas no se concentran en un solo factor, entonces. Pero es posible ahondar más en el análisis, y entonces resulta que el sector generador de electricidad aumentó sus emisiones durante el año 2015 en un 17,6%. Mucho más, en consecuencia, que el porcentaje total de aumento. Si las eléctricas se hubieran ajustado a las emisiones del año anterior, el descenso en la contaminación habría sido apreciable.
Es decir, que han aumentado al mismo tiempo la factura al consumidor y las emisiones que matan al consumidor. Por la cara. Han puesto todas las trabas posibles, incluida una imposición desaforada, a las energías alternativas renovables; vetan el autoconsumo; despliegan una política comunicativa agresiva, y se aseguran de contar en el gobierno con un ministro de Industria volcado hacia sus intereses de grupo, llámese este Soria o Nadal. Sus objetivos en relación con la sostenibilidad económica y con el respeto al medio ambiente se resumen en dos palabras: “Más pasta”. José María Aznar figura, magníficamente remunerado, en el consejo de administración de Endesa, la number one, responsable de la emisión de 33.3 MT de gases en 2015, el 10% del total. Felipe González está, o estuvo, en el de Gas Natural-Fenosa, tercera en el ranking de las mayores empresas contaminantes (12,9 MT). Ha declarado que se fue de allí porque se aburría en las reuniones; podía haber hecho mejores favores a la comunidad de los españoles, ya que ocupaba un puesto tan privilegiado, interesándose por los intríngulis de las políticas de la empresa y oponiéndose en nombre de la ética a determinadas operaciones.
No son los únicos políticos que levantan rentas sustanciosas de un sector estratégico que fue privatizado bajo declaraciones de que tal medida incrementaría su eficiencia y la calidad de su servicio. En esas estamos. La desaforada codicia con la que se está moviendo todo el sector en la coyuntura actual podría tener que ver con la Conferencia de París sobre el medio ambiente, sobre los compromisos internacionales que España ha asumido pero no tiene prisa por implementar, y sobre la necesidad consecuente de un cambio de política a medio plazo, que será publicitado en su momento a bombo y platillo, en favor de energías menos contaminantes que el carbón y los hidrocarburos, y menos peligrosas que la nuclear.
Mientras llega el momento, el gobierno popular les ha otorgado una especie de moratoria tácita con permiso para forrarse, tal vez a fin de amortizar por adelantado las futuras inversiones “sensatas y de sentido común” en las palabras favoritas de nuestro presidente del gobierno, que se propondrán en algún momento de la actual legislatura o de la siguiente. Pero ese permiso para forrarse es al mismo tiempo permiso para matar, al estilo de 007, el agente especial secreto al servicio de su majestad.
Estas son, para quien tenga la curiosidad de conocerlas, las diez empresas del Top Contaminación de 2015, con la cifra de emisiones correspondiente en millones de toneladas (MT): Endesa, 33,3; Repsol, 13; Gas Natural-Fenosa, 12,9; Hidrocantábrico, 10,6; ArcelorMittal, 6,4; E.ON, 5,3; Cepsa, 4,8; Cemex, 3,4; Iberdrola, 2,6, y Cementos Portland, 2,4. En total, las diez son responsables del 69,4% del total de 95,2 MT de emisiones procedentes de fuentes fijas. Una performance pavorosa.
 

viernes, 27 de enero de 2017

RAJOY ESTÁ COMPRANDO TIEMPO


No se ha puesto todavía en marcha ninguna de las comisiones de investigación parlamentarias previstas en el acuerdo de gobernabilidad establecido entre PP y Ciudadanos, ni las consensuadas en el revés de la trama de la “gran coalición oculta” tácitamente establecida por el PP y el PSOE. Todas ellas sufren retrasos debidos a distintas causas: la que afecta al comportamiento anómalo del anterior ministro del Interior está a la espera de que el implicado se recupere de una operación; las restantes, relacionadas con la percepción de la corrupción, cada vez más evidente, más extendida y peor calificada desde instancias externas, no quiere activarlas el gobierno sino de una en una, y con cautela, por si acaso tiene éxito mientras tanto alguna de sus maniobras judiciales. Ha pedido el PP en un recurso la nulidad de la causa de la Gürtel: curiosa manera de contrarrestar la imagen deplorable de todo su sistema de gobierno.
Tampoco hay rectificación ni enmienda en el caso de la factura de la luz, una herida sangrante en el corazón de la ciudadanía, un sarcasmo en el momento en el que se buscan remedios institucionales contra una pobreza energética que mata. Rajoy ha declarado que hay que esperar a que llueva, y entonces bajará la factura; el ministro Nadal ha descartado modificar los presupuestos y las tarifas de la factura misma. Todo se fía a la lotería del tiempo; si llueve, bajará el montante a pagar, y si no llueve seguirá ascendiendo hasta máximos dignos de un récord mundial.
El gobierno, a la defensiva, se atrinchera en sus “éxitos” en la lucha contra el desempleo. No hay tales éxitos; no hay tal lucha contra el desempleo. El descenso de la cifra de parados es consecuencia de la mengua del censo laboral, no de la creación de puestos de trabajo nuevos. Pero el espejismo de la estadística permite al gobierno del PP, también en este caso, ganar tiempo y dejar para luego, para un “luego” impreciso y borroso, el momento de la rendición de cuentas a la sociedad. ¿Quién sabe? Tal vez ese momento no llegue nunca, gracias al buen hacer de jueces y magistrados amigos de toda la vida y partícipes de algún modo en las ganancias mancomunadas.
Ganar tiempo. Más explícito aún: “comprar” tiempo. Es el título de un libro de Wolfgang Streeck, que analiza el comportamiento del capitalismo financiero en las etapas recientes de la historia económica del mundo. Pueden leer una reseña magnífica de la obra en http://pasosalaizquierda.com/?p=2377. Su autor, Pere Jódar, sintetiza de este modo la tesis principal de Streeck: «La liberalización del mercado se debe, en parte, a las iniciativas destinadas a “comprar tiempo” para aplazar el problema de la difícil relación entre capitalismo y democracia. Una transacción que no se realiza con dinero, sino mediante regulaciones destinadas a expandir la mercantilización, la globalización y la financiarización. En este proceso evolutivo cada crisis superada es solo el preludio de una nueva crisis.»
Uno de mis vicios más enojosos es establecer asociaciones de ideas que afectan a estructuras o situaciones que no tienen nada que ver entre ellas. Es el caso del gobierno del señor Rajoy y los mercados financieros. Con todo, me parece observar una homología, tal vez solo como hipótesis pendiente de confirmación ulterior. Yo diría que el PP se mueve al mismo compás de los mercados, y que a su vez los mercados financieros tienden a dar largas a los problemas de un modo parecido a como lo hace el PP. La clave que pondría en relación las dos “compras de tiempo” sería la que enuncia Streeck en el párrafo citado: la incompatibilidad creciente entre capitalismo y democracia.
Conviene, sobre todo, tener muy presente la conclusión de la cita: «Cada crisis superada es solo el preludio de una nueva crisis.»
 

jueves, 26 de enero de 2017

LOS SENTIDOS DE LA VIDA


Sigue siendo una cuestión controvertida si la vida tiene algo así como un sentido inteligible, una dirección precisa hacia alguna meta – lo han defendido autoridades tan respetables como Tomás de Aquino y los Monty Python – o bien, si en realidad es un sinsentido, un malentendido y una pesadilla absurda, tal como han propugnado por ejemplo Jean-Paul Sartre, un fulano hoy olvidado que tuvo cierto predicamento hará unos cincuenta o sesenta años, y autores más recientes y posmodernos como Donald Trump. En cualquier caso, la certeza innegable es que aprehendemos la vida, no a través de un sentido simplemente, sino de hasta cinco sentidos, vista, oído, olfato, gusto y tacto. Y que sin esos cinco sentidos, la vida exterior no es nada.
Se suele hablar, como de cosa largamente sabida por todos, del engaño de los sentidos. Sin razón. Los sentidos no engañan, muestran. Engañosas pueden ser las interpretaciones que nuestro intelecto haga por su cuenta al procesar los inputs procedentes de esos terminales sofisticados de nuestra estructura sensible. Pero la sustancia real está ahí, dispuesta en forma de colores, olores, sabores, sonidos y texturas. La supervivencia, la cultura, el progreso, la humanización, dependen de un trabajo colectivo constante de percepción y de clasificación de lo que nos presentan nuestros sentidos. Nada menos. Caramba, es cuestión de tratarlos con el respeto que merece su importancia para la calidad de nuestra existencia.
Invito a todos a leer en relación con estas cuestiones “La república de los sentidos”, un texto muy sugestivo de Rui Valdivia (Juan Ruiz), al que me unen como bloguero y como persona numerosísimos lazos de muchas clases. Él muestra cómo la búsqueda porfiada de estímulos y de sensaciones ha guiado en la historia de la cultura la marcha de la humanidad hacia metas más altas. En relación con los sentidos, siempre ha habido un plus ultra, un más allá, que las personas humanas hemos anhelado alcanzar. Esa tensión espiritual, si es lícito llamarla así, es un elemento absolutamente necesario en nuestra disposición de todas las mañanas a vivir otro nuevo día.
No es esta, naturalmente, la única temática sobre la que escribe Rui Valdivia; pero es una excelente introducción a la lectura de sus numerosas propuestas, siempre inquietas e incisivas.
 

miércoles, 25 de enero de 2017

MANUELA EN LA CALLE, VUELTA ATRÁS LA CABEZA


Cuarenta años ya. No teníamos ordenadores entonces, y en la radio por la mañana no poníamos las noticias sino una emisora con canciones infantiles que distraían a nuestros hijos durante el desayuno. De modo que nos enteramos por elpais. Salíamos separados, yo acompañaba a mi hija mayor al colegio Pere Vila y subía a Gran Vía a tomar el autobús 7 para ir a Editorial Planeta; Carmen, que trabajaba conmigo allí, trajinaba unos minutos más en casa, llevaba al pequeño a la guardería, y solía coincidir en el mismo autobús en el que yo ya me había subido. El periódico lo compraba yo, de modo que aquel día Carmen me encontró blanco como el papel prensa en el 7, y le di a leer la noticia. El cobrador (entonces había un cobrador en los autobuses, en lugar de los picabilletes mecánicos; y como su horario de trabajo coincidía con el nuestro nos veíamos muchos días, y nos saludábamos como viejos conocidos) metió baza: «Esos animales… ¿Conocían ustedes a alguno de los muertos?» Sí, lo conocíamos. Francisco Sauquillo. Más aún a su hermana Paca, que estaba bien. ¿Qué digo bien? Pero estaba viva, por lo menos. Y no hacía falta conocer en persona a ninguna de las víctimas para sentir el cerco sordo de la amenaza, el acecho del odio. Quienes en aquellos años habíamos asumido un compromiso cívico por el que estábamos dispuestos a sacrificar expectativas personales y correr riesgos de cierta importancia, nos dimos cuenta de pronto de que aquel cálculo podía quedarse muy corto, y el sacrificio personal ser inmensamente mayor de lo que habíamos previsto. Eso no lo saben los que no lo han vivido, los que nunca han girado la cabeza en la calle, como cuenta Manuela Carmena, mirando hacia atrás no con ira sino con miedo justificado de que a algún desalmado se le ocurra marcar otra muesca en su pistolón a cuenta suya. Desalmado. Incluyo en el calificativo a los pistoleros de ETA, a los de otros grupos izquierdistas decididos a imponer sus principios por el terror. Pero cada cual examine su interior; aquel telón de fondo entre negro y gris sucio de nuestra vida "oficial" no ha desaparecido del todo, su sombra ominosa sigue ocupando algún rincón mal iluminado de la realidad en la que nos movemos.
Un recuerdo sin rencor, desde aquí, para ese alcalde del PP que se ha negado a colocar una placa conmemorativa de Atocha en un parque público “para no herir sensibilidades”. Fuimos un país totalitario durante cuarenta años; algunos rasgos de aquella época permanecen, inalterables, cuarenta años después.
 

martes, 24 de enero de 2017

LA TORMENTA Y EL CICLÓN


Es inverosímil que nadie más lo recuerde, pero yo leí de niño unas historietas sobre dos gemelos terribles, cuyo título era “La tormenta y el ciclón, o hazañas de Tin y Ton”. Mis tías Lecea extrajeron con ceremonia casi religiosa, entre otros cientos de cosas que atesoraban en unos fondos de armario inagotables que para nosotros los sobrinos eran legendarios, unas colecciones encuadernadas de un tebeo (entonces aún no se les llamaba cómics) llamado “Pinocho”. Allí estaban la tormenta y el ciclón. Muchos años después me había de enterar de que se trataba de la traducción de una tira cómica americana de inicios del siglo XX, cuyo título original era The Katzenjammer Kids (luego, The Captain and the Kids).
Hoy la tormenta se llama Theresa May, y el ciclón Donald Trump. Se están insinuando ambos como pareja de hecho capaz de montar un ataque combinado devastador contra instituciones que creíamos sólidas: Europa unida, el euro.
Antes actuaron del mismo modo Thatcher y Reagan. La historia podría repetirse. Las circunstancias no son las mismas, es improbable que los nuevos cuenten en su aventura con el viento favorable de tantos intelectuales, economistas y “expertos” en ciencias sociales de toda laya como montaron la gran plataforma especulativa del neoliberalismo financiero. Pero de ninguna forma cabe menospreciar la preparación artillera que ambos están empezando a emplazar. Marine Le Pen ya ha dado albricias por la buena nueva; Netanyahu se apresura a programar una multiplicación de los asentamientos judíos en territorio palestino, antes de que se cierre la ventana de oportunidad abierta; y en la FAES del tercer hombre de las Azores, vuelve a haber síntomas de vida en aquello que creíamos amortizado. Así lo advierte con oportunidad un veterano maestro en la lectura de los signos de los tiempos (Ver “Aznar, ese lúgubre reincidente”, en http://lopezbulla.blogspot.com.es/2017/01/aznar-ese-lugubre-reincidente.html).
La situación es mala, y puede ir a peor; la ultraderecha renace, y la frágil arquitectura de unas instituciones vaciadas desde tiempo atrás por la incuria, la erosión del tiempo y las mordidas de la corrupción, no parece freno suficiente para tantos bandoleros y salteadores como acechan emboscados en los vericuetos menos frecuentados de la democracia representativa.
Si el “populismo” entendido al modo de los tertulianos al uso es el mal, otro populismo, el de la respuesta directa del pueblo, debe ser el remedio. En la línea de la Women’s March, con la gente en la calle diciendo “Nope”. Con todos los altavoces de la sociedad de la información a tope. De nuevo ha llegado la hora de pasearnos a cuerpo, para defender de forma consecuente lo que conquistamos alguna vez.
 

lunes, 23 de enero de 2017

¿POR QUÉ NO VOTARON?


No estamos en tiempos de profecías, sino de conjeturas. Pues bien, apunten esta: puede que se esté acabando el tiempo de la política envasada al vacío en contenedor hermético; puede que los bárbaros hayan forzado definitivamente las dobles puertas de bronce del sancta sanctórum. Las bárbaras, para hablar con mayor propiedad, puesto que me estoy refiriendo a la Women’s March, el gran festejo feminista y populista – sí, populista, lo remarco, ¿quién teme al lobo feroz? – que dio un realce inesperado e inigualado en la historia contemporánea a la toma de posesión de Trump como nuevo emperador de la aldea global.
El César parece haber quedado algo desconcertado por el suceso. Hubo medio millón de personas en Washington, con pancartas hostiles, que en el mejor de los casos le decían escuetamente «Nope». No cuentes con nosotras. Impertérrito, sigue en la tarea de desmontar el Obamacare en nombre de la “gente común”, esa abstracción tan agradecida, y ha eliminado el español (45 millones de hispanohablantes en el país) de la web de la Casa Blanca. Y pregunta extrañado, refiriéndose a las que protestan: “¿Por qué no votaron?”
Hay una respuesta. No votaron porque no les convencía ninguno de los dos cuernos del dilema. Suele pasar en democracia que los candidatos promovidos por las maquinarias electorales de los partidos mayoritarios no sean los mejores posibles. Nadie ha dicho nunca que democracia sea el gobierno de los mejores. Frente a un Lincoln, cuántos Coolidge se han sucedido; frente a un Roosevelt, cuántos Nixon, cuántos Bush. En el caso presente, el electorado había de elegir entre Más de lo Mismo Hillary, con su programa de No Hay Alternativa, y el Patoso Donald con su zafiedad incrustada de prejuicios y de ignorancias acerca de casi todo lo que no es Dinero SL.
Y no votaron.
Pero el viejo axioma de que si no votas no existes, no es una verdad al ciento por ciento. La comprobación empírica se encuentra en la Marcha de las Mujeres en Washington y en otras ciudades. Después de borrar a Cruellary del mapa de la política, ahora lanzan una advertencia escueta al ¿vencedor? de una contienda artificiosa: «Nope». No por ahí.
Las mujeres pasan de ser el ejército de reserva de la fuerza de trabajo a la gran esperanza de la nueva izquierda. Con métodos propios. Con un tiempo particular de ellas. Con las formas de movilización que ellas eligen y con una coherencia de propósito que aparece como una novedad resplandeciente en un mundo en sombra.
Con grandes dosis de populismo, si hacemos caso de la etiqueta con la que se clasifican habitualmente estos fenómenos en la fraseología del establishment.
Bienvenido sea el populismo humano de lo concreto frente a los algoritmos abstractos y deshumanizadores del establishment.
 

domingo, 22 de enero de 2017

EL CLERICALISMO ES PECADO


Antonio Caño y Pablo Ordaz han entrevistado al papa Francisco y publican la conversación en elpais. La lectura merece la pena. Yo creo que tanto para quienes, como yo, nos sentimos unidos a Gabaglio por una corriente de simpatía humana y también de compasión sincera (a pocos nos apetecería estar en su lugar), como para quienes sienten resabios invencibles en relación con la institución que dirige.
Se trata de un papa que, para empezar, confiesa haber dado “patinazos” en el desempeño del cargo. Eso lo humaniza. Sus dos antecesores fueron más bien del bando de los defensores de la infalibilidad. Y se les notaba. La Iglesia tarda en promedio cuatrocientos años en reconocer un error, y cuando lo hace da la sensación de que el reconocimiento es una virtud suya añadida, y no un borrón denunciado y criticado abundantemente desde otros puntos de vista racionales, científicos y filosóficos. Solo ha habido otro cargo (en tiempos pretéritos) con una infalibilidad incorporada comparable – en algunos casos incluso superior – a la del papa: fue el del secretario general de un partido comunista, de cualquiera de ellos. El aura profética de los conducatores quebró con el fiasco de Mijail Gorbachov, y desde entonces los secretarios generales de los partidos comunistas residuales no son nadie, e incluso es de temer que, como en la letra de la conocida ranchera, se den en la intimidad “a la borrachera y a la perdisión”.
Volvamos al papa Francisco. De la jugosa entrevista voy a limitarme a resaltar, en contrapunto, solo cuatro pasajes. Incluyo en este momento un spoiler: el más importante de los cuatro es el último.
1. El arte de la larga cambiada. «Pregunta: ¿Qué le llega de España? ¿Qué le llega en cuanto a la recepción que en España tiene su mensaje, su misión, su trabajo…? Respuesta: Hoy de España me acaban de llegar unos polvorones y un turrón de Jijona que los tengo ahí para convidar a los muchachos.»
Sin comentarios.
2. Los populismos. Gabaglio es del país de Perón, y del subcontinente de Maduro. Y dice: «Es una palabra equívoca porque en América Latina el populismo tiene otro significado. Allí significa el protagonismo de los pueblos, por ejemplo los movimientos populares. Se organizan entre ellos… es otra cosa. Cuando oía populismo acá no entendía mucho, me perdía hasta que me di cuenta de que eran significados distintos según los lugares.»
Comentario: la hiperinflación de los significados de algunos vocablos tiene estas cosas, que con ellos se pretende (des)calificar cosas que no tienen nada que ver entre ellas pero entre las que se supone la existencia de un máximo común divisor, inapreciable en la realidad. La regla higiénica de dar a cada cosa un nombre y tener un nombre para cada cosa aportaría claridad en esta época en que a la mentira se la llama posverdad.
3. La teología de la liberación. «… Fue una cosa positiva en América Latina. Fue condenada por el Vaticano la parte que optó por el análisis marxista de la realidad. El cardenal Ratzinger hizo dos instrucciones cuando era prefecto de la Doctrina de la Fe. Una muy clara sobre el análisis marxista de la realidad. Y la segunda retomando aspectos positivos. La teología de la liberación tuvo aspectos positivos y también tuvo desviaciones, sobre todo en la parte del análisis marxista de la realidad.»
Comentario: una teología de la liberación (intramundana) desconectada del análisis marxista de la realidad es algo difícilmente concebible. En este punto la respuesta de Gabaglio es otra de sus características largas cambiadas, pero curiosamente viene a corroborar algo que él mismo había dicho antes, al referirse a la necesidad de ser concreto y no refugiarse en las “cuevas ideológicas”. Así es como las define, y es una definición muy certera: «Uno siempre está más cómodo en el sistema ideológico que se armó, porque es abstracto.» Puede aplicarse el cuento a sí mismo.
4. El clericalismo es pecado. «El anestesiado no tiene contacto con la gente. Está defendido de la realidad. Y hoy día hay tantas maneras de anestesiarse de la vida cotidiana, ¿no? Y quizás la enfermedad más peligrosa que puede tener un pastor proviene de la anestesia, y es el clericalismo. Yo acá y la gente allá. ¡Vos sos pastor de esa gente! Si vos no cuidás de esa gente, y te dejás cuidar de esa gente, cerrá la puerta y jubílate.»
Comentario: este es el núcleo del mal: “yo acá y la gente allá”. Y sería pueril pensar que el clericalismo es una enfermedad exclusiva de los eclesiásticos. El papa Francisco ha detectado el síntoma maléfico en su propio rebaño, porque es una persona que tiene la virtud de la concreción y de la sinceridad; pero clérigos los hay en todas las organizaciones. Y son los eternamente interesados en poner palos en las ruedas de cualquier intento de cambio. Barra libre: cada cual ponga los ejemplos que prefiera. Hay donde elegir.
 

sábado, 21 de enero de 2017

ESCRIBO LO QUE PIENSO (ES UN DECIR)


Lo digo yo, pero son palabras casi textuales de un verso de Blas de Otero; él dice, «publico lo que pienso». El poema en el que aparece ese verso se titula “Ergo sum”. Empieza así: «A los 52 años…» Como nació en Bilbao en 1916, las matemáticas indican que el poema fue escrito en 1968. Para entonces yo había leído de él dos poemarios, “Ángel fieramente humano” y “Redoble de conciencia”, reunidos en un pequeño volumen de bolsillo comprado de ocasión en un puesto de la cuesta de Moyano. Debió de ser por ese año cuando puse el librillo (y otros más) en manos de mi primo Ricardo, que se iba ese verano a pasar las vacaciones al pueblo y quería leer mucho y escribir poesía. No me lo ha devuelto nunca, pero sí ha escrito poesía y otras cosas.
No es que me importe haberme quedado sin él, creo en la vocación de itinerancia de los libros y en la tesis del cartero de Neruda, que afirmaba la pertenencia de la poesía, no a su autor, sino a quien la necesita. A fin de cuentas, lo que interesa de verdad se recuerda, y si la memoria falla siempre puede conseguirse otro volumen, o recurrir a google.
A los 52 años, en 1968, Blas de Otero había regresado a Madrid después de una estancia de cuatro años en Cuba. Tenía que tratarse un cáncer de pulmón. Padecía depresiones cíclicas. Estaba vigilado por la policía franquista, y maniatado por la censura. Apunta en el mismo poema: «Escribo y no escarmiento, y me dedico exclusivamente a pasear, a leer, a trasladar maletas de un país a otro, y a conspirar. (Esto lo digo para confundir a la policía).»
A los 72 años, yo sigo pensando lo mismo que Blas de Otero a los 52, con la única diferencia de que le copio un poco y lo digo menos bonito. (Esta frase copia otro verso del poema; pongan 52 años en lugar de 72, y Carlos Marx en lugar de Blas de Otero. El cual presume de copiar a Marx pero decirlo más bonito, cosa que por mi parte no puedo pretender.)
Y a la hora de hacer un recuento provisional de la andadura templada de mi blog, algo más de tres años ya, sin contar los prolegómenos al calorcillo protector de “Metiendo bulla”, recurro de nuevo con gusto a las palabras del poeta: «Escribo como un autómata, corrijo como un robot, y publico lo que pienso (es un decir).» A lo que él y yo añadimos de consuno: «Y me dedico fundamentalmente a silbar, a deambular y a pensar que existo puesto que pienso que existo.»
 

viernes, 20 de enero de 2017

EL ECONOMISTA DE CABECERA


Al parecer, José Carlos Díez va a ser el nuevo coordinador del área económica del PSOE. Él mismo nos lo cuenta desde una tribuna de elpais, y lo hace con dos cualidades peculiares que siempre, desde que tengo memoria de él, han acompañado al personaje: de un lado la labia dicharachera, de otro la falta de rigor de sus afirmaciones estupendas.
Me van a decir que es manía que le tengo. No lo niego, pero vamos a los escritos. Este es el ramillete de “afirmaciones estupendas” que abre el texto, titulado «España 2025», que el consejero áulico y economista de cabecera de Susana Díaz (antes lo fue de José Luis Rodríguez Zapatero) ha publicado en elpais ayer 19 de enero: «El PSOE me ha encargado coordinar un nuevo programa económico. Hillary Clinton ha tenido tres millones más de votos que Trump y el ideal socialdemócrata sigue siendo un instrumento eficaz para transformar la sociedad. El PSOE se fundó para luchar contra la precariedad y la desigualdad en el empleo y es más necesario que nunca. La alternativa es Trump o Marinaleda. Y como diría San Agustín, cuando me analizo me deprimo pero cuando me comparo me ensalzo. »
Vayamos por partes. El texto hasta el primer punto y seguido es inobjetable. En efecto, el PSOE ha encargado a Díez la coordinación del programa económico, tarea que Pedro Sánchez había encomendado a Jordi Sevilla, hoy dimitido y tal vez caído en desgracia como su valedor.
La segunda frase solo puede leerse en relación con lo que le precede si entendemos que donde dice Hillary Clinton se debe entender Susana Díaz, que donde dice Trump hay que leer Rajoy, y que existe alguna relación subliminal entre el Partido Demócrata y el “ideal socialdemócrata”. Que el tal ideal siga siendo un instrumento eficaz de transformación social es algo por demostrar, y en cualquier caso no parece que los demócratas estadounidenses vayan a ponerse a la labor mediante ofertas de consenso con la política del presidente hoy investido a pesar de los tres millones menos de votos populares.
La tercera frase tiene dos miembros yuxtapuestos, y ninguno de los dos se ajusta a la verdad escueta. La precariedad y la desigualdad actuales en el empleo quedan bastante por debajo de los designios fundacionales del PSOE. El PSOE inicial aspiraba al socialismo, cosa que la Clinton no, y la Díaz tampoco, mientras que el propio José Carlos se abstiene muy mucho de apuntar a otro horizonte distinto del capitalismo neoliberal globalizado. Entonces, la afirmación de que el PSOE “es más necesario que nunca” resulta, en el mejor de los casos, hueca. Solo pueden entenderlo así quienes lo han votado, y no son muchos.
No voy a hacer sangre con la cuarta frase, que lo merece. Ni Trump ni Marinaleda se postulan como alternativas en la España de hoy que el PSOE de José Carlos aspira legítimamente a liderar. Una cosa es criticar a los adversarios políticos, y otra denigrarlos y ningunearlos. Si Díez pretende ser creíble ante la opinión, no es ese el camino.
Y la quinta frase, apoyada por la auctoritas de San Agustín, como se refiere a una cuestión subjetiva, no necesita de contrapunto. Dice Díez que, cuando se compara, se ensalza. Pues muy bien. Tomamos nota. Debo añadir, a riesgo de parecer impertinente, que por mi parte ya lo sospechaba.
 

jueves, 19 de enero de 2017

CINCUENTENARIO


Cincuenta y unario, para ser exactos, del XI Congreso del PCI, que se celebró en Roma entre el 25 y el 31 de enero de 1966. Los problemas que afloraron en aquella efemérides tienen, vistos desde la actualidad, resonancias muy ilustrativas para quienes confiamos en la historia como maestra y en el análisis riguroso del pasado como aguja de marear en las aguas del presente. Estoy, así pues, sumergido en la lectura de un volumen de Alexander Höbel titulado Il PCI di Luigi Longo (1964-1969), Edizioni Scientifiche Italiane 2010.
Era el primer congreso de los comunistas italianos después de la muerte de Palmiro Togliatti, cuya personalidad había dejado una impronta indeleble en un partido de masas que crecía con un ímpetu desbordante. A lo largo del año 1965 había engrosado sus filas en casi 235.000 inscritos, y contaba con 11.000 secciones y 31.000 células. Participaron en el congreso 869 delegados, obreros en un 36%, empleados y técnicos 26%, intelectuales 22%, y 9,5% campesinos, aparceros y peones del campo (braccianti). Las mujeres tuvieron una presencia escasa (11%), y también los delegados de las regiones meridionales (22%). La gran mayoría de los asistentes estaban en una franja de edad comprendida entre los 31 y los 50 años, y buen número de los delegados eran dirigentes sindicales, de organizaciones de masas, o del propio partido.
El momento congresual estaba marcado por diferentes crisis: crisis económica, después de los años del “milagro italiano”, con numerosos cierres de empresas, despidos y vueltas de tuerca de los monopolios para afirmar su predominio en el mercado (fusión de Montecatini y Edison, con una cuota de mercado del 80% en Italia). Crisis política del centro-izquierda gobernante, con Aldo Moro imponiendo desde la presidencia sus recetas de gobierno y su vocación atlantista (son los años de los bombardeos masivos en Vietnam) a los socialistas de Nenni y a los democristianos críticos de Fanfani. Y crisis, finalmente, en el interior del propio PCI, en el que conviven dos visiones distintas sobre la situación y la forma de afrontarla. La “derecha” se agrupa en torno a la personalidad de Giorgio Amendola, que por su parte manifiesta una gran incomodidad (“me fuerzan a situarme en posiciones que no he defendido nunca”); la “izquierda” tiene su cabeza visible en Pietro Ingrao, al que le ocurre algo parecido, porque de él tiran hacia posiciones fraccionales algunos grupos menores, los conocidos como cinesizzanti (pro-chinos). El “centro” lo ocupa el secretario general Luigi Longo, un hombre de consenso en torno al cual se agrupa una pléyade de dirigentes que ven no solo deseable sino posible una síntesis entre las dos posturas confrontadas: Berlinguer, Chiaromonte, Natta y el secretario de la CGIL, Novella, entre ellos.
En el terreno político, la controversia principal se desarrolla en torno a la coexistencia pacífica y a la política de alianzas. No es posible, dicen los radicales, tender la mano a quienes están bendiciendo las bombas lanzadas sobre Vietnam. Sin embargo, el mundo católico no es un bloque homogéneo: lo muestran el viaje del alcalde de Florencia Giorgio La Pira a Vietnam para entrevistarse con Ho Chi Minh (noviembre de 1965), desautorizado tanto por Moro como por las autoridades soviéticas, pero amparado por las comunidades de base cristianas y los comunistas italianos y vietnamitas. Lo muestran los repetidos llamamientos del pontífice Pablo VI en favor del cese de los bombardeos y de un acuerdo de paz.
En el terreno económico, hay una base de consenso en todo el partido en torno a la lucha por una programación democrática desde el Estado en contra de la codicia de los monopolios. La izquierda ingraiana ve, no obstante, la necesidad de ir un paso más allá, y exigir desde las movilizaciones de masas un tipo de programación estatal no solo antimonopolista, sino anticapitalista. Se parte de la percepción de un peligro cierto de integración de las bases obreras en la lógica de fondo del capitalismo, lo cual obliga a dar la batalla en todo el frente, puesto que la disyuntiva es, en términos gramscianos, la hegemonía o bien una revolución pasiva.
Tanto desde las posturas de derecha como desde el centro de Longo y Berlinguer se rechazaron las tesis de Ingrao, si bien se le dieron todas las oportunidades de airearlas y explicarlas. No era posible ir más allá de la programación democrática, consensuada con una mayoría de fuerzas en el parlamento; y en cualquier caso, dado el carácter de los monopolios, “programación democrática” equivalía ya a “programación anticapitalista”. Tal fue la tesis aprobada finalmente.
Hubo en cierto modo en las sesiones del Congreso una partida de pingpong entre dirigentes, aunque Amendola se mantuvo al margen y centró su discurso en los problemas del desempleo y la emigración. La intervención de Ingrao fue saludada con una tempestad de aplausos y bravos; también la de Pajetta, que le dio la réplica al día siguiente. Las dos posturas contaban con numerosos incondicionales. Ingrao  se había comprometido previamente con Longo a respetar la norma del centralismo democrático y defender con todas las consecuencias la línea validada por el Congreso. Longo, por su parte, impuso la permanencia de Ingrao en la dirección renovada, a pesar de una campaña furibunda en contra, llevada a cabo por gente de peso como Alicata, Napolitano y Sereni (no por Amendola). Los cinesizzanti abandonaron el partido poco tiempo después, incluidas entre ellos personas tan valiosas como Rossana Rossanda y Lucio Magri.
La valoración de los resultados del XI Congreso sigue siendo materia de discusión, incluso a cincuenta años de distancia. Fue una pena, en todo caso, la polarización en torno a dos posiciones diferenciadas entre ellas pero situadas en el mismo eje de coordenadas: es decir, más o menos avanzadas, pero basadas en los mismos presupuestos y moviéndose en la misma dirección.
La polarización impidió valorar con claridad suficiente propuestas interesantes como la de Bruno Trentin, que en esta ocasión no se alineó ni con la derecha ni con la izquierda. Esto es lo que dice Höbel que ocurrió durante la discusión en la Comisión de Tesis del borrador del Informe de Longo al Congreso, el 15 de julio de 1965:
«Trentin tiene una posición más matizada: la “racionalización capitalista es incapaz de absorber las reformas”; esto “determina desconfianza y presiones extremas”, pero también una posible “soldadura entre la acción reivindicativa y la lucha por las reformas”. Con el centro-izquierda, ha sido derrotada “la ilusión de poder manipular para una política de reformas la maquinaria del Estado, sin modificarla”, y de este modo adquiere mayor importancia el nexo “entre programación, reformas y creación de nuevos centros de poder democrático”, entes locales in primis.» (A. Höbel, loc. cit.,  p. 167.)
Son polémicas que nos llegan, en medio de los enredos acuciantes del presente, como un eco lontano, como las notas del segundo violín en algunos conciertos de Vivaldi.
 

miércoles, 18 de enero de 2017

HACIA UN SINDICALISMO DE LOS DERECHOS


El siguiente texto es, con algún ligero cambio, la última parte y la más propositiva de un trabajo más amplio, publicado en el número de enero de 2017 en “Perspectiva”, revista teórica de les Comissions Obreres de Catalunya, bajo el título «Trabajo, ciudadanía y sindicato». Dicho trabajo completo es accesible en https://perspectiva.ccoo.cat/
 
... Reunificar toda esa fuerza de trabajo sujeta a titularidades, salarios y condiciones de trabajo tan diferentes que convocan de inmediato el agravio comparativo, es una tarea muy difícil. Solo sería posible llevarla a término a través de una concepción más ambiciosa de la negociación colectiva, desplazando el objeto principal de la misma de lo genérico, los derechos de las categorías profesionales, hacia el mundo de las personas concretas y sus circunstancias. Y en la medida en que la deseable protección y conservación del puesto de trabajo resulta imposible en muchas ocasiones, una negociación tendente a incluir, más allá del conflicto inmediato, unos derechos personales y sociales que acompañen de forma permanente a las personas en su trayectoria profesional, a lo largo de su vida laboral y en su doble condición de trabajadoras y ciudadanas.
Eso es precisamente lo que se propone en la cita del profesor Romagnoli que abre este trabajo (1). En el mismo artículo citado, publicado originalmente en Eguaglianza e libertà, el ilustre jurista va aun más lejos en su propuesta: «Nadie, sin embargo, conseguirá nunca convertir el empeoramiento generalizado de los estándares protectores relativos al ciudadano en tanto que trabajador, en un pretexto para anular el pasaporte que permitió acceder al status de la ciudadanía del que ha sido artífice y es hoy garante la constitución. Más probable es que se extienda la percepción – que de hecho aflora ya en las distintas y aún confusas propuestas de una renta mínima de ciudadanía – de la necesidad de reajustar el centro de gravedad de la figura del ciudadano-trabajador, trasladando el acento del segundo término al primero: o sea, desde el deudor de trabajo hacia el ciudadano en cuanto tal. En el lenguaje de los ingenieros-arquitectos que cuentan con cierta familiaridad con la cultura de la emergencia sísmica, se podría hablar de una relocalización del derecho del trabajo.»
Si en lugar de “derecho del trabajo” colocamos la voz “sindicalismo” en el final de la frase, tendremos una indicación acerca de cómo sería posible actuar en el presente inmediato. Se ha hablado de “refundar” y de “repensar” el sindicato. He aquí una idea nueva, “relocalizarlo” en torno al mismo binomio del ciudadano- trabajador, pero poniendo ahora el acento tónico en el primer factor, en lugar del segundo. ¿Por qué no? En esa dirección apunta la propuesta, avanzada conjuntamente por CCOO y UGT, de una “renta mínima” de inserción, o de ciudadanía, como un derecho que apuntalaría la excesivamente alargada pirámide del trabajo por cuenta ajena.
Sin olvidar nunca que esa renta proporciona tan solo el suelo sobre el que levantar todo un entramado de derechos en torno a la doble condición de trabajador y ciudadano. La propuesta tiene un acusado sabor trentiniano. Bruno Trentin, en su época de secretario general de la CGIL, promovió en el programa fundamental del XII Congreso la formación de un “sindicato de los derechos”. Derechos, obviamente, no tanto civiles y políticos como sociales: unos individuales (en el trabajo, la formación, la salud, un salario justo, en la maternidad y paternidad, en el conocimiento y la información en los centros de trabajo) y otros colectivos (a organizarse sindicalmente de manera voluntaria, la negociación colectiva, la participación en las decisiones de la empresa).  Para Trentin estos derechos, empezando por el derecho al trabajo y a la libertad del y en el trabajo tienen el mismo alcance que los derechos civiles y políticos en el objetivo de garantizar la igualdad de oportunidades a todos los ciudadanos.
El proyecto sindical de Trentin recorre un amplio proceso caracterizado por la “reunificación” y la “redefinición cualitativa” de la clase, desde una “cultura de la diferencia”. La clase, ya no aislada sino reunificada y empoderada por los derechos que le competen, está capacitada entonces para la responsabilidad de contribuir en la medida de su propia fuerza a la guía global de la sociedad, a partir  de unos valores democráticos comunes a todos, iguales para todos. Este proceso postula al sindicato de los derechos como un sujeto político (2).
Por eso afirmaba, con razón, el llorado sindicalista y pensador italiano Riccardo Terzi: « Trentin no ha pensado nunca en los “derechos” como en una superestructura jurídica, sino como en un proceso de transformación de la cualidad del trabajo. Los derechos se afirman a través de la acción sindical, y entonces se trata de elevar el nivel de nuestras plataformas, de plantear, en la acción contractual, los problemas de la formación, del acceso a las informaciones, de la organización del trabajo y de la participación en las decisiones. Esta es una tarea que en gran parte todavía está por hacer, y toda nuestra política reivindicativa habrá de ser totalmente repensada y puesta al día. El peligro, por tanto, es que la estrategia de los derechos solo se plantee en un terreno más estrictamente político, como denuncia del modelo neoliberal, y no consiga incidir en la práctica real del sindicato.» (3)
 

Notas
 
(1) La cita en cuestión es la siguiente: «Si el trabajo industrial llegó al apogeo de su emancipación en el momento en que las leyes fundamentales de las democracias contemporáneas hicieron de él la fuente de legitimación de la ciudadanía, la sociedad de los trabajos y los derechos de ciudadanía pertenece también a quien busca trabajo y, pese a tener tal vez un derecho a él constitucionalmente reconocido, no lo encuentra; a quien lo pierde tal vez injustamente, y a quien, más por necesidad que por elección, tiene muchos trabajos y todos distintos.» U. ROMAGNOLI, “El derecho del trabajo después del seísmo global”, Ver http://pasosalaizquierda.com/?p=1875
(2) «Un sindicato que aspire a ser sujeto político debe poder superar, y no solo de palabra, reunificándolos y no sumándolos, a los diversos sectores de su política reivindicativa. Reunificarlos en un proyecto, en una estrategia basada, no en la suma de los objetivos, sino en su redefinición cualitativa. Eso quiere decir pasar de la asistencia a la promoción, con la adopción de prioridades nuevas y rigurosas.» Bruno Trentin, “Dal welfare state alla welfare society”, intervención conclusiva de la conferencia nacional de la CGIL, Roma 1995. (Traducción mía).
(3) (“Conversa entre Riccardo Terzi i José Luis López Bulla sobre Bruno Trentin”, en Canvis i transformacions, Llibres del Ctesc nº 6, Barcelona 2005, p. 185).


martes, 17 de enero de 2017

VIEJA GRAN POLÍTICA Y "PEQUEÑA" POLÍTICA DE CAMBIO


«A mí cuando me preguntan “¿te vas a presentar a la Generalitat, al Estado?”, les digo que eso es vieja política, que no traten al municipalismo como si fuera algo menor. En el mainstream sí, mira los programas de prime time: nadie habla de política municipal, todo es estatal. Absolutamente todo y, a veces, de bajísimo nivel.»
Son palabras de la alcaldesa de Barcelona Ada Colau, en la entrevista que Soledad Gallego-Díaz y Guillem Martínez le hicieron para CTXT.
En otras palabras: no es solo que en el mainstream se considere la política de estado como la “única” política de la que vale la pena preocuparse; es que además, el nivel de esa política suele ser bajísimo. Lo dice Colau, pero además la constatación es fácil: las recetas políticas del PP se basan en una apelación pedestre al “sentido común” y en el no muy cuidadoso barrido de la porquería generada para ocultarla debajo de cualquier alfombra; las del PSOE, en la grandilocuencia para tapar la necesidad penosa de optar entre el seguidismo y el desconcierto; la aparición de Podemos no ha elevado en absoluto el nivel de las propuestas, bien porque desea reservar su estrategia o bien porque no la tiene; y Ciudadanos ha rebajado aún más, si cabe, el nivel del debate al ofrecerse para lo que haga falta como comodín de conveniencia del poder fáctico fundamental.
Donde las cosas están cambiando de verdad es en los ámbitos que, por tener un rango oficial inferior al del estado, son desdeñados desde la óptica de una gran política totalizadora: fundamentalmente, en las grandes ciudades. Nadie aprecia demasiado esos cambios y sin embargo, como recuerda Colau en la entrevista aludida, el 80% de los ciudadanos viven en las áreas metropolitanas de las grandes ciudades, y es allí donde se concentran los problemas principales de la política: el trabajo, la vivienda, la salud, el medio ambiente, la educación.
La idea de que es necesario ocupar el podio del estado para desde allí hacerse cargo con solvencia de los problemas etiquetados como “menores”, es tan solo un resabio de la vieja política, el más pertinaz y el más peligroso. El PSOE se ha lanzado a arrebatar a los agentes sociales la negociación con el gobierno sobre las subidas salariales, la situación de las pensiones y la renta mínima de inserción. Ha sido un error grave porque ha taponado desde arriba, en nombre de una visión de estado, lo que se está pugnando por consensuar y consolidar desde abajo. Un ejercicio de sustitución de los protagonismos naturales, un mal servicio a la ciudadanía a la que el PSOE pretende representar, pero sin contar con ella.
Tómenlo como un axioma o simplemente como una conjetura: el Cambio con mayúsculas se concretará a partir de pequeños cambios acumulados en la vida de todos los días; y en consecuencia, va a llegar primero a la sociedad que al gobierno. Nunca sucederá a la inversa; o no de una manera estable y positiva. Es más fácil, en ese sentido, que aparezca un Trump por el camino y rompa la baraja.
 

lunes, 16 de enero de 2017

BENEFICIOS DE LA LECTURA


Una columna en elpais de Ignacio Morgado Bernal nos presenta de forma convincente «Razones científicas para leer más de lo que leemos» (1). Morgado es director del Instituto de Neurociencias de la Universidad Autónoma de Barcelona. He aquí una parte de su alegato: «Cuando leemos activamos preferentemente el hemisferio izquierdo del cerebro, que es el del lenguaje y el más dotado de capacidades analíticas en la mayoría de las personas, pero son muchas más las áreas cerebrales de ambos hemisferios que se activan e intervienen en el proceso. Decodificar las letras, las palabras y las frases y convertirlas en sonidos mentales requiere activar amplias áreas de la corteza cerebral. Las cortezas occipital y temporal se activan para ver y reconocer el valor semántico de las palabras, es decir, su significado. La corteza frontal motora se activa cuando evocamos mentalmente los sonidos de las palabras que leemos. Los recuerdos que evoca la interpretación de lo leído activan poderosamente el hipocampo y el lóbulo temporal medial. Las narraciones y los contenidos sentimentales del escrito, sean o no de ficción, activan la amígdala y demás áreas emocionales del cerebro. El razonamiento sobre el contenido y la semántica de lo leído activan la corteza prefrontal y la memoria de trabajo, que es la que utilizamos para resolver problemas, planificar el futuro y tomar decisiones. Está comprobado que la activación regular de esa parte del cerebro fomenta no sólo la capacidad de razonar, sino también, en cierta medida, la inteligencia de las personas.»
Me siento personalmente gratificado por esa descripción. Mis sesos, y en concreto el hemisferio izquierdo, las diferentes cortezas, el hipocampo, la amígdala y el lóbulo temporal medial, deben de tener un aspecto parecido al de los abdominales de Cristiano Ronaldo. Nunca me han hecho falta demasiados estímulos para leer, pero he aquí uno que vale la pena retener: «Un motivo añadido para que los mayores sigan leyendo es la plausible creencia de que no somos verdaderamente viejos hasta que no empezamos a sentir que ya no tenemos nada nuevo que aprender.»
Bien, estoy encantado de no ser “verdaderamente viejo” a un precio tan asequible, pero me queda una pregunta importante: Leer ¿qué?
Yo diría que los contenidos tienen su importancia. Hay lecturas complejas y sencillas, verdaderas y mendaces, provechosas y fútiles, ¿tienen unas y otras el mismo efecto en las circunvoluciones cerebrales? Y dado que sí lo tengan, ¿es indiferente desde el punto de vista científico frecuentar un tipo determinado de lecturas, u otro? El presidente de un gobierno próximo a la galaxia que habitamos es, según constata él mismo con modesto orgullo, un asiduo lector de la prensa deportiva. “Marca”, en concreto. No se le conocen otras aficiones señaladas en sus hábitos diarios de lectura. ¿Es “Marca” un estímulo suficiente para el cerebro, o un indicio de que esa persona empieza ya de alguna manera a sentir que no tiene nada nuevo que aprender? Descontado, por supuesto, el reciente gol en propia puerta de Sergio Ramos.
Nos dice el profesor Morgado que el Gobierno de España “parece tener en ciernes” (sic) un Plan de Fomento de la Lectura, incluido en el llamado Plan 2020 de Acción Cultural. La noticia es magnífica, pero yo, eterno insatisfecho, no dejo de preguntarme por los contenidos.
El detective Pepe Carvalho va a ser resucitado, según noticias también de la prensa, por la pluma de Carlos Zanón. No tengo nada que objetar, advierto. Diría incluso que a Manolo le habría encantado la idea. El viejo Carvalho había sido un lector insaciable en su juventud, y ya en la edad madura se dedicaba de vez en cuando a expurgar su poblada biblioteca por el mismo procedimiento del cura y el barbero de Alonso Quijano; es decir, quemando libros, un proceso no siempre relacionado con las diferentes inquisiciones ni con Fahrenheit 451.
El primero, o uno de los primeros libros que quemó Carvalho en la chimenea de su casa, fue “España como problema”, de don Pedro Laín Entralgo. Carvalho no era un científico, no actuaba en base a un trasfondo cultural testado experimentalmente que guiara sus intuiciones. Seguramente su aportación al presente debate sobre la lectura es enteramente desdeñable. Pero el hecho que estoy señalando figura en un libro; es asimismo lectura. Por esa razón lo reseño. Respecto de las conclusiones pertinentes, allá cada cual.