martes, 30 de abril de 2019

IMPACIENCIA


El diálogo para la formación de gobierno entra de momento en la nevera, pendiente de lo que pueda suceder el 26-M. Sea. Es una cautela de Catón escolar, para evitar pillarse los dedos en una puerta, ¿acaso en una puerta giratoria?

El sosiego y la tranquilidad prometidos por Sánchez quedan, de este modo, aplazados también. No podremos tener mucho sosiego hasta ver materializados aquellos presupuestos “comunistas” que denunció Casado en campaña, y hasta que queden aprobadas y amarradas con solidez las reformas reclamadas por los sindicatos a la reforma laboral.

Mientras tanto, o mucho me equivoco o estamos en las mismas que estábamos. Disculpen mi impaciencia, pero puesto que hemos conseguido entre todos una victoria, lógico es que pensemos que esta ha de quedar bien patente y visible.

Me explico:

1) Ha habido una pinza entre la derecha de siempre, la nueva derecha, la ultra derecha y el mecanismo de bloqueo accionado desde Waterloo ─por no mencionar la persistente acción de los lobbys─, para anular y revertir en lo posible el efecto político dinamizador de la moción de censura del año pasado. Para frenar el cambio, salió rápidamente a escena el espantajo del caos.

2) La pinza ha quedado desbaratada en las urnas, como se debe. El color rojo se ha extendido por toda la piel del toro; el caos se ha empequeñecido.

En Cataluña, el punto más delicado, la ciudadanía ha dado con discreción la espalda a Waterloo, y la unidad de destino indepe en lo universal se ha roto, con poco ruido y sin más gestos altisonantes de los estrictamente necesarios.

Los nazarenos han dejado sus capuchas cónicas en el guardarropa de la cofradía; los toreros propuestos por el patronato de la tauromaquia no han llegado al parlamento; el portentoso aparato burocrático del Partido Popular tendrá que negociar un ERE, porque el resultado institucional no le da ni para pagar los sueldos. Y la Legión Troyana de los novios de la muerte que se nos echaba encima a bayoneta calada, ha quedado reducida a una ultraderechita.

3) Mención aparte merece la soberbia de Rivera, que después de autoproclamarse ganador de los debates y favorito de las encuestas, ahora se erige en líder de la oposición. Ha subido en votos, pero al estilo de los buitres, alimentándose de la carroña debida al desmoronamiento del PP; y tiene más diputados, pero casi todos procedentes de la España vacía, donde ha ido dejando un rosario de promesas que nunca pensó cumplir, y menos aún desde la irrelevancia a la que le condena la correlación de fuerzas. Sus patronos del Ibex le han presionado pidiéndole una aproximación al PSOE para una coalición que tendría todas las bendiciones de la gran banca, las troikas, el Financial Times y The Economist. Rivera ha dicho que no, que para lo que quiere hacer, con su tropa de 57 diputados le basta.

4) En este envite ciertamente apurado, las gentes de la izquierda hemos acudido a las urnas con dos demandas urgentes: unos presupuestos sociales y una reforma exprés de las reformas laborales. Son dos reivindicaciones inexcusables en el cortísimo plazo. Las querríamos ya, anunciadas en titulares en los telediarios de esta noche. No va a poder ser; el diálogo para la formación de gobierno queda congelado hasta después del 26 de mayo.

Aguardaremos la fecha con impaciencia. Volveremos ese día a las urnas con más convicción, porque nuestro voto se ha demostrado útil.

Y luego, supuesto que todo salga como debe, exigiremos que las reivindicaciones congeladas se metan en el horno microondas.


lunes, 29 de abril de 2019

IL VOTO È MOBILE


La plaza Margaret Thatcher de Madrid, en Recoletos, a dos pasos de Colón, es la única fuera del Reino Unido que lleva el nombre de la Dama de Hierro. Fue bautizada con ese nombre, en 2014, por la entonces alcaldesa Ana Botella, y está prevista su recalificación próxima como plaza de las Constituyentes. Allí se reunió anoche Vox para valorar el resultado de las elecciones. Santiago Abascal dijo allí que la victoria de las izquierdas será efímera. Conviene tomar nota del apunte, no para creerlo a pies juntillas desde luego, sino por lo que tiene de advertencia. Lo de ayer fue solo el primer paso (el segundo, después de la moción de censura) en una dirección política distinta; estamos aún muy próximos al punto de partida.

También Pablo Casado, desde su sede de Génova, vino a decir que ayer se jugaba el partido de ida, y para hacer balance queda aún pendiente el de vuelta, el 26 de mayo. Saludable recordatorio. Conviene no descuidar los preparativos y los entrenamientos pertinentes.

Han ganado las izquierdas, en efecto, pero solo como resultado de una sacudida externa. Lo resumió Évole en un tuit: «El día que la extrema derecha movilizó a la izquierda.» Es así. La izquierda no había encontrado en su propio seno un impulso movilizador. Aún no hay programa, fuera de iniciativas meritorias sobre el encaje territorial de las autonomías conflictivas, el poder adquisitivo de las pensiones o la paridad de género. Me refiero a un programa que piense “en grande”, que sea capaz de dibujar objetivos de futuro, establecer coordenadas, tirar jalones, y fijar una dirección estratégica de avance más allá de los necesarios vericuetos tácticos.

Esta carencia de objetivos ambiciosos a largo plazo da a la victoria de las izquierdas un carácter no necesariamente efímero, como quiere Abascal, pero sí frágil. Los trasvases internos de voto han desdibujado los resultados del bloque conservador; pero bloque, haberlo haylo. Su fuerza de choque se ha visto menguada en la ocasión; pero sus potencialidades se mantienen y las izquierdas van a necesitar, para formar un gobierno estable, las muletas de las dos importantes derechas periféricas del PNV y ERC (sí, llamar “derecha” a la Esquerra puede parecer un contrasentido, pero así se ha comportado en los últimos tiempos, desde que abandonó en Cataluña la senda de los tripartitos y se apuntó al esencialismo. El esencialismo es de derechas).

Hay motivos más que suficientes para el optimismo, sin embargo. La parte mejor, más viva, consciente y movilizada de las izquierdas que se mueven más allá del PSOE, tiene una vocación municipalista. Los resultados serán buenos en general; aunque pueden ser puntualmente malos en algunas ciudades estratégicas. Madrid y Barcelona, en particular, están en peligro, por “descuidos propios y ajenos gemidos”, parafraseando el villancico de Góngora. Falta un mes de batalla electoral intensa para movilizar las fuerzas de progreso que la amenaza de la extrema derecha no haya movilizado aún.

Y está el voto europeo, del que se ha hablado muy poco en la campaña que vamos dejando atrás. Europa unida se construirá a partir de la dinámica de las ciudades libres, más que desde la estática rígida de la convergencia  progresiva e imposible de unos Estados soberanos situados en relaciones recíprocas de dependencia, y no de igualdad.

Las ciudades libres aportan innovación y desarrollo, preocupaciones y soluciones nuevas, intercambios y sinergias. En ellas los problemas de la ciudadanía son más acuciantes; pero también están más abiertas a la incorporación de nuevas elites y al recambio acelerado de estamentos dirigentes. Hay un eje dinamizador de la España real que la traspasa de abajo arriba, desde el poder municipal hasta el peso de conjunto en una Europa distinta.

Ayer se dio un voto positivo, pero “il voto è mobile, qual piuma al vento”. Un éxito puntual puede quedar en nada si falta la capacidad para ahondar en la perspectiva y explotar a fondo todas las posibilidades abiertas por ese voto.
  

domingo, 28 de abril de 2019

OJITO, QUE ESTAMOS MIRANDO


Me encuentro situado en este momento en el territorio incierto de los pronósticos: ya he votado ─con solemnidad y empaque, vestido de domingo, el bulto considerable del periódico con todos sus suplementos enrollado bajo el brazo izquierdo─, pero hasta la noche no sabré (no sabremos) cuál va a ser la conformación definitiva de las cámaras soberanas.

Pedro Sánchez ha augurado cuatro años de sosiego y tranquilidad. No son conceptos que me atraigan especialmente, y tampoco me agrada ese aire tan profesional que tienen quienes nos recomiendan: “déjelo en nuestras manos, que nosotros 'se' lo arreglamos en un pispás”.

No. La política es demasiado importante para dejarla en exclusiva en manos de los políticos. 

No basta que los ciudadanos nos situemos en las primeras filas de la platea; nuestra exigencia es subir al escenario. (No en tanto que individuos, claro está, sino como personas organizadas y representadas en unas asociaciones, sindicatos, movimientos, fundaciones, ateneos y demás. Todo el conglomerado societario vivo, colectivamente pensante y actuante. El general intellect, para decirlo al modo de Marx. Muera Taylor, abajo el taylorismo político.)

No tenemos por delante cuatro años de sosiego, entonces, sino de trabajo colectivo urgente.

Votar es solo el principio. Una condición eminentemente necesaria, pero insuficiente en sí misma.

Esto no es una lotería en la que deseamos que salga ganador el número al que hemos apostado. Esto es una convocatoria de fuerzas sociales que queremos ver alineadas en torno a un programa creíble y sostenible, para avanzar juntos por un camino largo y enrevesado cuya dirección general es lo único que de momento se nos permite decidir por medio del voto.

Luego van a venir muchas más decisiones, y nuestra exigencia como ciudadanos activos y movilizados es participar en todas ellas. Sin faltar una. Ojito, que estamos mirando.
  

sábado, 27 de abril de 2019

LA EMPRESA COMO LUGAR POLÍTICO



Isabelle Farreras

Ahora que está desapareciendo como lugar geográfico para refugiarse en el anonimato de las redes virtuales, es seguramente el momento de reivindicar de nuevo, con más fuerza que nunca, el lugar político que sí ocupa la empresa, por más que se disfrace de noviembre para no infundir sospechas.

Lo dijo Norberto Bobbio: «La democracia se ha detenido a la puerta de las empresas.» La respuesta de las empresas ha sido eliminar las puertas, manteniendo las barreras. Ahora su dominio se extiende a lugares distintos, en distintos países, y a los hogares de millares de trabajadores implicados, solo una parte de los cuales constan como asalariados (de la empresa matriz o de sus subcontratadas, participadas, franquiciadas, etc.), mientras otra parte sustancial aparece englobada bajo las etiquetas de autónomos, emprendedores, “socios” de plataformas o colaboradores gig, que es tanto como decir puntuales, esporádicos, precarios.

En todas esas situaciones diferenciadas, el mundo del trabajo carece de voz y de voto en la empresa. La democracia no está ni se la espera. Según la idea dominante actualmente en las formas de organización de la producción, la empresa es una entidad de derecho privado dirigida exclusivamente a la generación de beneficios que también tienen carácter privado y no político; es decir, la empresa no tiene obligación de contribuir en ninguna forma a la riqueza común, sea esta lo que fuere en la teorización neoliberal de la economía. Las subvenciones, desgravaciones y ayudas de todo tipo que recibe la empresa del Estado son totalmente otra cosa: un premio al carácter altruista del empresario, que genera un beneficio social inmenso al dar trabajo ─simple trabajo, en condiciones abusivas muchas veces, pagado de forma insuficiente e incluso indecente─ a esa otra parte de la sociedad a la que no se reconocen derechos porque no ostentan el único importante, el de propiedad.

Hay ideas nuevas sobre este punto. Isabelle Farreras, socióloga y politóloga belga, recoge en su obra toda una vena riquísima de pensamiento sobre empresa y trabajo, que hoy intentan soterrar las escuelas de negocios y el pensamiento managerial dominante entre las elites financieras. Su constatación inicial es (cito una referencia de Dominique Méda, en Le Monde, 13.4.2018) que para el trabajador por cuenta ajena «el trabajo es ante todo una expresión de sí mismo, y los asalariados reivindican ser tratados en el trabajo igual que en cualquier espacio público, como iguales y con una pretensión también igual a participar en la determinación de las reglas. El espacio de trabajo se ha hecho público, y no privado; y existe en él un fondo reivindicativo inmenso de justicia y de participación.»

Lo que propone Farreras, a partir de la idea de que la empresa es una entidad política, y no una organización privada cuyo funcionamiento se impone de arriba abajo por parte de los propietarios, es avanzar hacia una forma concreta de codeterminación: el bicameralismo económico.

Es decir, la creación de una doble instancia decisoria, no solo en la organización interna de la producción sino incluso en las grandes decisiones tales como la inversión, la contratación o la responsabilidad jurídica y social en todo el proceso. Una “cámara” (instancia) correspondería a la representación del capital en la empresa; la otra, a la representación del trabajo. Cualquier decisión debería tener como requisito de validez el consenso mayoritario de las dos cámaras.

Bonito, aunque difícil. Tiene el mérito de ser una propuesta concreta, práctica y realizable si se consigue vencer las resistencias que afloran de inmediato. Méda, en el artículo citado antes, señala el talante con el que fue acogido ¡en Francia! (no quiero ni pensar en lo que se diría en España, donde el lenguaje de la política es más coloquial y degradado) un informe que no proponía tanto, “Empresa e interés general”, de Nicole Notat y Jean-Dominique Senard. La patronal Medef lo consideró, sin más, “un ataque al capitalismo”.

Lo cual justifica todas las sospechas ya previamente apuntadas sobre la posible incompatibilidad entre capitalismo y democracia.

Quede aquí, en todo caso, la cuestión como un apunte para la jornada de reflexión.


viernes, 26 de abril de 2019

RECUPERACIONES


De vuelta en Barcelona. Ayer a mediodía lloviznaba en la ciudad, y el verde nuevo de las hojas de los árboles en la Gran Vía me extrañó. Llevaba cuarenta días fuera, era invierno cuando me fui.

Cuesta recuperar los espacios y los hábitos; y con la edad, más aún. Tengo que levantarme de mi butaca por el otro lado para ir en dirección al baño; no encuentro el cajón donde están los platos, ni el vasar, y no me acuerdo de que aquí tenemos lavaplatos y no necesito fregar a mano la vajilla de la cena.

Duermo, y sueño que estoy en una larga cola de gente cargada de maletas a la espera de un trámite impreciso, y una vez cumplido este, he de avanzar hacia la cola siguiente, más larga aún. Antes no tenía sueños así. ¿Es solo la edad, o interviene también la situación?

El editorial de elpais señala la ausencia del tema del cambio climático en la campaña electoral. No es casual, pienso; en campaña se prescinde de todo lo que no aprovecha para el argumento (para la bronca). Y el tema de las energías limpias y el replanteamiento del modelo de crecimiento es, este sí de verdad, un TINA: no hay alternativa. Ya nadie puede pretender, como hacía no hace tantos años Mariano Rajoy, que las cuestiones del cambio climático son gabinas de cochero.

Habrá que abordar el cambio climático de alguna manera, y llegar a un modelo económico distinto. Y aquí sí aparecen ya las alternativas: hacerlo al modo de la derecha, dejando el pilotaje del cambio a las grandes corporaciones de modo que todo cambie sin que cambie nada; o empeñarnos todos los implicados en un modelo distinto, con nuevos roles, nuevos protagonismos y horizontes más amplios.

Eva Anduiza, profesora de Ciencia Política en la UAB, titula su artículo de opinión, también en elpais: “Spain is not different”. Es un buen título contra los nacionalismos desbordantes que nos asaltan. Y esto es lo que dice la entradilla: «La fragmentación y polarización de la política está afectando a todas las democracias y frente a los retos que plantea es preciso que la ciudadanía sea capaz de reaccionar y asumir responsabilidades.»  

Estamos de recuperaciones, entonces. Por un lado la ciudadanía, la gran ausente de la cita electoral porque la ha sustituido la audiencia, del mismo modo que el cliente ha sustituido al trabajador en el reparto de papeles para la función de la sociedad moderna.

Por otro lado, el Estado democrático; el Estado no como el cacharro obsoleto que algunos teóricos neoliberales describen, no como Leviatán deshumanizado, sino como expresión democrática, como representación de la categoría de lo público y como momento esencial (subrayo: esencial) de síntesis política.

El Estado y sus instituciones tienen la clave del remedio para la fragmentación de la política. Para lo cual deben situarse más allá de la contienda diaria, fragmentada. Recordemos la frase de Keynes, en 1926 y ya ha llovido desde entonces: la función del sector público debe ser hacer las cosas que de otro modo quedarían sin hacer.

La transición energética es una de esas cosas. Puede llevarse a cabo al margen del Estado, pero poco y mal y tarde. Se está intentando, sin embargo. Sirva de alerta general el hecho de que Florentino Pérez acaba de fundar una nueva empresa eléctrica. El instinto de este hombre para oler el dinero (que non olet, sin embargo) es fenomenal.

El Estado está llamado a responder al desafío del clima y del crecimiento sostenible. Pero sin el concurso de la ciudadanía, el Estado se reduce a un aparato. Un gran aparato sin alma y sin propósito, lleno de palancas, de botones, de puertas giratorias también que van y vuelven al mismo sitio.

Ha habido en la historia reciente un vaciamiento teórico consciente y simétrico de los dos conceptos “fuertes” del Estado y de la ciudadanía. Si la ciudadanía ya no “construye” el Estado para que haga todo lo que de otro modo no se está haciendo, y el Estado deja de ser la cosa de todos que contempló Keynes y se limita a un semáforo colocado en la encrucijada por la que pasan a gran velocidad las corporaciones transnacionales, entonces la política se fragmenta y se reduce a quisicosas sobre banderas y sobre sentimientos puros de amor a los iguales y de odio a los diferentes.

Hay que recuperar el concepto de ciudadanía y el de Estado, tan maltratados los dos por las veleidades de la modernidad, y enchufarlos el uno al otro de modo que pase la corriente y vuelvan a funcionar.

Dicho con una palabra de moda: hay que empoderar a la ciudadanía y empoderar al Estado, mediante un nuevo pacto social entre ambos. Solo de ese modo se llevarán a cabo de forma eficiente las políticas públicas que, si se contemplan desde la óptica reductiva del beneficio privado, se harán o tarde o mal o nunca.


miércoles, 24 de abril de 2019

CANTO DEL CISNE DE RIVERA


Diario de campaña

Por supuesto puedo equivocarme, no tengo ninguna patente de infalibilidad. Mi percepción lejana (escribo aún desde Grecia y no presencié en directo el Debate Part Two) es que el “Método Rivera” vale para ganar debates, pero no elecciones; vale para sumar likes de una audiencia, pero no votos de un electorado.

Y después de la jornada del 28-A, intuyo que Rivera se va a encontrar solo, en un callejón sin salida. Se ha ganado la enemistad una tras otra de todas sus opciones de pacto. José María Aznar ha dictaminado que no es una persona fiable; Pedro Sánchez le ha devuelto el cordón sanitario que el propio Rivera había diseñado; Pablo Iglesias y Pablo Casado están decididos a pasarle factura por las gracietas que les ha dedicado.

Y en el interior de su propia formación, Inés Arrimadas está cogiendo vuelo. Ha pasado con nota el purgatorio de Cataluña, y emerge como dirigente nacional, con escaño seguro en el Congreso de los Diputados. Se lo ha currado, y muchos oídos van a estar atentos a lo que diga en la nueva etapa. Alberto Carlos querrá taparla y ser él quien chupe cámara; pero Inés tiene fuerza de convicción y cierta credibilidad, y él ha echado por la borda las dos cosas solo para brillar en un debate.

¡En un debate, por dios, que no es nada más allá del humo, el ruido y la furia! Debería tomar nota del modo como ha pasado Pablo Iglesias ante las cámaras, sin embarrarse, manteniendo las distancias con amigos, conocidos y saludados, y empleando el medido tiempo de foco de que disponía en hacer propuestas sensatas. Mientras la audiencia aclama a Rivera, los expertos señalan a Iglesias como ganador real. En cualquier caso será el domingo, y no hoy miércoles, cuando se repartan los premios.

Una última nota en mi carné de campaña, volviendo ahora a lo que ocurrió al principio. Cayetana Álvarez de Toledo puede convertirse andando el tiempo en la Arrimadas de los populares. También ella ha sido enviada a hacer méritos al territorio hostil de Cataluña, y ha mantenido el tipo, con un talante despectivo y faltón que a mí me produce urticaria, pero que encandila a sus fieles. Es lista, tiene un doctorado que puede enseñar, y es difícil que fracase: de partida las encuestas le daban un escaño, de modo que solo si se queda en blanco su carrera se verá truncada por causa de accidente.

La vía catalana parece en estos momentos la que ofrece mejores perspectivas, dentro de su innegable dificultad, para que las mujeres de nuestras derechas se abran camino entre la crema de la intelectualidad madrileña. La intentó Soraya, y murió en el intento. Inés está dando ahora la vuelta al ruedo después de adornarse con gracia por lances afarolados en una faena de castigo. Cayetana parece que se apunta al experimento. Ellas pueden ser las nuevas lideresas, con ese aire de gran mundo que les da el toque exótico/catalán, tan distinto de la sosería de campanario de Aguirre o de Cifuentes.

Y con estas reflexiones ociosas cierro por ahora mi diario de campaña. Todo lo que me queda guardado en mi carné son los billetes del vuelo de mañana a Barcelona.


martes, 23 de abril de 2019

EL RETRATO ENMARCADO


Diario de campaña

No seguí el debate televisado, pero esta mañana he procurado enterarme de cómo fue la cosa. He consultado varios medios, y lo único que he sacado en claro es que nada quedó claro. Hay expertos que dan ganador a Iglesias y otros que le consideran el gran perdedor. Con Rivera, lo mismo. De Sánchez dicen que aguantó bien el envite. De Casado, que perdió su gran oportunidad.

Hay cierta coincidencia en que todo ha quedado para el partido de vuelta, o sea hoy. Pero hoy es la Diada de Sant Jordi, y el debate coincide con el partido de fútbol Alavés-Barcelona, y los cuatro candidatos están ya muy vistos. El escritor polaco Stanislaw Lec nos advirtió a todos en una ocasión que no debíamos esperar gran cosa del fin del mundo. Más o menos lo mismo cabe esperar de este inminente Debate Part Two. Máxima expectación y resultados ridículos. Sin contar la sospecha permanente de que el ganador del debate y el de las elecciones no serán la misma persona. Un debate no es un spoiler.

Rivera, al parecer, quiso meter ayer con calzador en la apacible velada la bronca de Cataluña. Enseñó una foto enmarcada de Pedro Sánchez junto a Quim Torra. Es una foto conocida, ya publicada, tomada en un acto institucional. Aparecen los dos ahí en función del cargo que ocupan. No se trata ni de un encuentro secreto, ni de la negociación sobre los 21 puntos que Rivera dice que han acordado sin que tal cosa conste en ninguna parte, ni del compadreo de votos por indultos, que Rivera dice que va a tener lugar antes incluso de que haya ninguna pena susceptible de ser indultada.

No hay nada entre dos platos, en sustancia.

Pero sí hay un detalle intrigante en esa fotografía: el marco.

Quiero decir, ¿cuál es el significado del marco? ¿Su significado último, su explicación psicoanalítica, su arraigo subconsciente, su simbología en términos de tótem y tabú?

No pasen de puntillas delante del detalle. No se trata de una fruslería, de una anécdota desprovista de importancia. Hay algo más ahí dentro, un sentido profundo. Una foto se enmarca cuando uno quiere tenerla visible en el escritorio; o encima del aparador; o, en gran formato, en la pared bien iluminada de ese rincón del cuarto de estar.

Cuando es la prueba de un delito, una fotografía nunca se enmarca. Lo vemos todos los días en las series policiales de Ley y Orden. Las fotografías se despliegan sobre la mesa de la sala de interrogatorios de modo que el sospechoso las vea bien, se percate de lo que significan, y de qué modo lo delatan de forma irreversible. “¿Qué dices a esto, eh Sánchez, puta escoria de los bajos fondos?”

Pero se trata de fotos sin enmarcar. Señálenme una excepción, solo una. No la encontrarán.

¿Por qué entonces presentó Alberto Carlos en el plató la prueba supuestamente fehaciente de la connivencia entre el socialismo y el independentismo bella y estéticamente enmarcada, quizás incluso con paspartú?

Qué querencia, qué delirio, qué libélula vaga de una vaga ilusión, se albergaba recóndita en ese marco primoroso que colocó Rivera con el objeto de realzar la imagen de dos políticos colocados lado a lado, mirando cada cual al vacío, sin nada que decirse y deseando que se largue de una vez la prensa gráfica para acabar con ese inacabable momento de incomodidad.

Quién ganó, quién perdió, quién subsistió, quién dejó en el debate de anoche un recuerdo para enmarcar.


domingo, 21 de abril de 2019

BUSCANDO EL CUERPO A CUERPO



Debate electoral a la antigua usanza, en el golfo de Lepanto (1571). Pintura de autor anónimo.

Diario de campaña

Si nos fiamos de las declaraciones, las cosas catalanas están incluso un poco peor de como estaban. Oriol Junqueras y Jordi Sánchez se postulaban como abanderados de la moderación frente a la irradiación tóxica de Waterloo/Sant Jaume, y esto es lo que han dicho. Junqueras: «La independencia será inevitable, antes o después.» Sánchez: «Cuanto antes nos vayamos, mejor: más felices seremos todos.»

¿Por qué piden entonces un referéndum, si la cosa está tan clara? Ambos parecen convencidos de que la independencia es algo que caerá por su propio peso, en virtud de una ley de la gravedad política anterior y superior incluso a cualquier Constitución, no solo a la vigente. En los dos “moderados” del bloque minoritario que reclaman el Brexit catalán como inevitable, con los ojos cerrados para no ver lo que inevitablemente ocurriría luego y que tan bien podría explicarles Theresa May, subyace un nuevo avatar de la vieja doctrina del “destino manifiesto”. Que se enunciaría del modo siguiente: no corresponde a la ciudadanía la tarea de decidir su propio destino (el tan publicitado “derecho a decidir”), puesto que la decisión está tomada ya por la naturaleza misma de las cosas.

La vieja y manida doctrina del Derecho Natural, una vez más. Con un estrambote (enunciado por Sánchez) en el que vale la pena detenerse: “más felices seremos todos”. ¿Todos, quiénes? ¿Catalanes y no catalanes? ¿Partidarios y contrarios? ¿Incluye esa declaración una amenaza solapada, o solo me lo parece a mí?

Pongan esa declaración de Sánchez al lado de esta otra de Laura Borràs. Es el comentario al paseo de Inés Arrimadas y sus monaguillos por el centro de Vic, que tropezó con una barrera de oposición montada por los CDR. Dice Borràs: «Quien busca problemas, los encuentra.» Y ahí hay otra amenaza ya no tan solapada, me parece.

No estoy justificando a Arrimadas, pero si desea meterse en un jardín, tiene derecho a ello porque los espacios públicos son públicos. Si los CDR quieren impedírselo, deben hacerlo sujetándose a lo que la ley declara sobre el valor público de los espacios públicos y sobre el respeto debido a la integridad de las personas; es decir, haciéndoles ver de forma civilizada su reprobación, no al paseo, que es inocente en sí mismo, sino a las concomitancias ideológicas.

Lo penoso del asunto es que en este tema se está produciendo una escalada, porque ni los hunos ni los hotros pueden actuar de otra manera. Los hunos necesitan provocar, porque de ello depende su supervivencia política a corto plazo; los hotros, por la misma razón, necesitan responder aguerridamente a la provocación, porque dejar la provocación sin respuesta equiparable les hundiría en el limbo de la irrelevancia.

La dinámica de los contrarios empuja de ese modo a un empeoramiento de la convivencia para quienes nos encontramos ─geográficamente─ en mitad de la vía elegida por ambos para el próximo choque de trenes.

En la imagen de arriba, el almirante Alí Pasha buscándose problemas en Lepanto, mientras Juan de Austria, Andrea Doria y Álvaro de Bazán llaman insistentemente a reconducir el diálogo montando los arcabuces. En medio del fregado, en la galera Marquesa, estaba el soldado Miguel de Cervantes. Mala suerte.


CUMPLIENDO ÓRDENES


Diario de campaña

El taylorismo tiene larga vida por delante. Así lo afirma sin tapujos y lo ratifica donde haga falta mi maestro en cuestiones sindicales, José Luis López Bulla.

Ustedes saben lo que es el taylorismo: una organización científica del trabajo, o en ultimísimo término de lo que sea, según la cual el estamento técnico de una organización determinada estudia de forma exhaustiva las distintas tareas a realizar, las descompone en “momentos” o movimientos de la máxima sencillez, y coordina toda la secuencia entregándola al brazo ejecutor de una fuerza de trabajo abstracta, que debe seguir la consigna renunciando a toda iniciativa personal.

La esencia última del taylorismo consiste entonces en que quien tiene el cometido de pensar no debe actuar, y a la inversa quien actúa no debe pensar.

El resultado de la operación es la existencia de dos sujetos demediados, incompletos. Y la perversión última de ese resultado es que genera la irresponsabilidad (o la responsabilidad limitada, según expresión de los códigos de comercio) de ambos sujetos en relación con el resultado final.

“Yo no he hecho nada, ha sido él”, dirá el cerebro en caso de catástrofe, o simplemente de fiasco. “Yo cumplo órdenes”, alegará el brazo ejecutor. “Soy un mandao”, añadirá, orgulloso.

Trasplanten ahora la situación al terreno de la política, y más en concreto a la actual campaña electoral.

En Burgos se celebró un acto electoral con participación de las diversas opciones políticas, centrado en la despoblación y el reto demográfico en el medio rural. Sin venir mucho a cuento, la candidata de Ciudadanos, Aurora Nacarino-Brabo, afeó a la socialista Isaura Leal que los “amigos” catalanes de Sánchez habían perpetrado un “golpe de Estado” contra la Constitución.

El debate prosiguió y concluyó en su momento, pero el micro siguió abierto, por lo que resultaron claramente audibles las disculpas posteriores de Aurora: «Isaura, no te enfades, sabes que yo cumplo órdenes. Y me resulta profundamente desagradable.»

El ingeniero Taylor se habría subido por las paredes; Alberto Carlos Rivera, también. Una candidata que no es capaz de cercenar sus sentimientos personales en aras de la producción (política, en este caso), y en consecuencia de demediarse como persona, no puede compararse ni de lejos con un leal gorila amaestrado cuando se trata de confeccionar la candidatura ideal por la circunscripción de Burgos para afrontar el reto demográfico de la despoblación. ¿Estamos o no estamos en la organización científica de la política, en un mundo taylorizado?

Mañana hay debate de cabezas de lista en RTVE, y cada uno de ellos se ha retirado a preparar el examen de reválida en su cuartel general. Es necesario afilar los argumentos, prevenir emboscadas, tener preparadas las cifras y las estadísticas. Mañana deben lucirse no las personas, sino los candidatos; no las capacidades reales de cada uno, sino una simulación de las mismas artificiosamente preparada según una lógica de la competición impuesta desde fuera.

Lo que les oiremos decir no responde a lo que piensan, sino a lo que se supone que la audiencia desea oír. Seguramente sus coachs les insisten en que no piensen en nada mientras se cruzan de memoria acusaciones e insultos hábilmente tuneados en el laboratorio de los think tanks. El foco del objetivo del debate público está puesto en convencer a los indecisos, y el axioma implícito en la norma de Taylor es que la mejor manera de convencerlos es engañarlos.

Lo llaman “seducir” a la audiencia.


sábado, 20 de abril de 2019

UNA CHISPA DE DEMOCRACIA


Diario de campaña

Sostiene el historiador y amigo Javier Tébar que la democracia “químicamente pura” no ha existido nunca (1). No hay más remedio que darle la razón. Solo hay “democracias” en plural, remedos de la gran idea abstracta que son imperfectos como lo son siempre las cosas humanas. Ya los antiguos concluyeron que la quintaesencia no existe como tal, sino que se deduce. La “flor” no existe como concepto, sino en la encarnación de miríadas de flores, ninguna de las cuales es la flor imaginada por el filósofo mediante un trabajo de síntesis.

Nos disponemos, por consiguiente, a ejercer en las urnas un derecho democrático imperfecto. Y de ese modo haremos brotar una chispa efímera de esa democracia que en lo global no existe.

Por supuesto, no dejaremos satisfecha nuestra sed de democracia con el voto. Algunos declaran esa insatisfacción con la expresión “votar tapándose la nariz”. No es eso, sin embargo, dejando aparte la cuestión, también resuelta en la antigüedad, de que la corrupción no huele, non olet.

Votaremos una opción determinada, imperfecta por su naturaleza misma (un “partido” no es un entero político). Según las normas vigentes estrictamente codificadas, no podremos elegir varias papeletas sino tan solo una, o bien ninguna. Si optamos por elegir una papeleta, esta no expresará todo lo que sentimos y deseamos. Si elegimos no elegir, tampoco esa elección podrá dejarnos satisfechos de nosotros mismos y del resultado consecuente.

Vamos a suponer que el motor de nuestro acto democrático de votar es el deseo de que las cosas cambien para mejor. Son posibles también votos de castigo, votos  a la contra, pero los descarto. Tenemos a la vista cosas demasiado importantes para entretenernos en ese juego. Queremos lo mejor, nada menos, y cada cual tiene una idea, clara o confusa, de cómo deberían ser las cosas para ser “mejores” a como son.

Una España más segura (PP); una España más libre e igual (C,s); una España cuya historia la escribamos nosotros (UP); una España en la que hagamos que pasen cosas (PSOE). No son eslóganes incompatibles, son acentos distintos puestos sobre un concepto abstracto, sobre una quintaesencia inexistente como tal. Y de todos modos, nadie vota una opción solo por su eslogan.

Ni por su programa electoral. No hay literatura más efímera que la de las promesas electorales. Solo en una democracia perfecta ─es decir, en el País de Nunca Jamás─ se cumplirían puntualmente todas las promesas electorales. Una cosa, como he dejado escrito en otra ocasión parafraseando al sindicalista italiano Vittorio Foa, es el proyecto y otra muy distinta es el trayecto.

Queremos, claro que sí, una España más segura, más libre e igual, en la que el protagonismo lo tengamos nosotros y en la que pasen cosas positivas. Lo queremos todo. Vamos a votar una opción, pero con una ilusión global. No queremos ─no nosotros, por lo menos─ un país que nos sonría al mismo tiempo que mira enfurecido en “la otra” dirección. Queremos sonrisas para todos.

Y creemos que eso es posible hacerlo desde las instituciones (imperfectas ¡ay!) que son nuestras, que sentimos en efecto como nuestras. Y que queremos activas y eficientes. Las instituciones no son como los guardias urbanos, que están ahí para regular el tráfico y prevenir accidentes. Las instituciones deben servir para mejorar el horizonte vital de las personas.

Me detengo un momento en el eslogan de los socialistas: «Haz que pase.» Recuerda, no sé si de forma consciente o casual, una frase de John Maynard Keynes, que he leído hace pocos días en un libro de Mariana Mazzucato. En El final del laissez-faire (1926), Keynes señaló que la función de las políticas públicas es «hacer las cosas que de otro modo se quedarían sin hacer».

Es decir, una disposición de ánimo no solo providente sino innovadora, radicalmente opuesta a lo que el empresariado privado y las clases políticas adictas a las puertas giratorias entienden como “negocio”.



jueves, 18 de abril de 2019

"NOS HAN TOMADO EL PELO"


Diario de campaña

«Nos han tomado el pelo porque no estábamos en el gobierno”, ha dicho Pablo Iglesias en uno de sus vehementes discursos de campaña.

Se refería a Pedro Sánchez, o al PSOE en su conjunto, sin nombrarlos. Ahora bien, es cierto que a la formación de Iglesias el destino la ha tratado con escasa consideración; pero la cuestión, a lo que entiendo, es más compleja de lo que cabría entender por una tomadura de pelo.

Podemos fue determinante en el éxito de una moción de censura en la que muy pocos creían (el más significado de todos los incrédulos, Mariano Rajoy, se preparaba para gobernar mil años más). Después llegó a un compromiso con el PSOE de Sánchez (siempre es necesario precisar, tratándose del PSOE: existe el de Sánchez y existe otro, y los dos no se llevan nada bien) para unos presupuestos de fuerte carácter social.

Sánchez se atuvo a lo pactado hasta el final, pero los presupuestos no alcanzaron la mayoría necesaria. El hombre de Waterloo defenestró por el camino a Pascal y a Campuzano, reorganizó su minoría de bloqueo, y proclamó el No es No.

El compromiso por los presupuestos decayó a partir de ese momento. Grandes temas pendientes quedaron en el limbo de los futuribles. Los sindicatos mayoritarios en primer lugar, y Podemos desde formulaciones más genéricas, han reprochado a Sánchez que en ocho meses de gobierno no haya tenido tiempo para sacar adelante la contrarreforma laboral, y situar las cosas en un terreno menos incómodo para los trabajadores y las fuerzas de progreso en general.

No está tan claro que eso sea así. La primera parte de esos ocho meses críticos estuvo dominada por la negociación de los presupuestos; no era el momento de avanzar con decretos que comprometerían de inmediato el objetivo perseguido. En la segunda parte de ese lapso, la llamada a las urnas y la fragilísima mayoría más virtual que real en la permanente del Congreso no permitían demasiadas aventuras. Se han legislado cosas que no tropezaban con vetos tajantes de piezas concretas del puzle sedicentemente mayoritario. El tema laboral no era una de esas cosas.

Al margen de si se pudo o no se pudo hacer más en esos ocho meses vertiginosos, la correlación de fuerzas había cambiado sustancialmente de un día para otro. La correlación de fuerzas tiene una densidad física; los equilibrios se deshacen y se recomponen en función de un simple vector cuyo sentido o cuya fuerza ha variado siquiera mínimamente. En este caso jugaron la perspectiva electoral inmediata, que obligaba a todos los sujetos actuantes a tentarse la ropa en un momento sorpresivo en el que no contaban con verse interpelados ante el electorado, y la irrupción de Vox, que desestabilizaba todo el planteamiento anterior de las dos derechas parlamentarias.

Así, Vox ha empujado hacia un costado del tablero a populares y ciudadanos, y ha dejado en el centro un vacío que el PSOE (el de Sánchez y también el otro) se ha apresurado a ocupar.

El centro tiene un valor añadido cuando es centro físico, de gravedad; y no solo geométrico. Ese valor consiste en que todo lo que pesa, a favor o en contra, orbita en torno suyo.

Casado parte en esta singladura electoral con la convicción de que un 23% de voto le permitiría soslayar la pérdida del centro y gobernar con sus aliados.

Sería una catástrofe, desde luego. Los peajes que habría de pagar ese conglomerado ultraderechizado serían terribles. Fuera de Europa y fuera de los mercados, su porvenir quedaría reducido a la bata de cola, la peineta y el cubata al sol del Mediterráneo. En Bruselas hay preocupación. The Economist, un órgano influyente que representa intereses de orden global, acaba de pedir un voto “muy mayoritario” a Sánchez para que pueda formar un gobierno en solitario fuerte, capaz de afrontar los retos difíciles que se avizoran.

Es un guiño, por supuesto, a las dos almas diferenciadas del PSOE. Sánchez tendría, en ese caso, que lidiar de alguna forma consigo mismo o con sus demonios interiores, y lograr una síntesis de componenda. La Europa hoy existente y los mercados globales, que aman sobremanera las componendas lampedusianas, respirarían. La gobernanza global y las troikas no apuestan en este momento por el trumpismo de los casados y los riveras, y menos aún por el lepenismo de los abascales.

De no conseguir Sánchez una victoria holgada en solitario, hipótesis muy poco probable, pero sí una preeminencia, habrá de elegir pareja de baile para gobernar. Y una tentación marcada, tanto interna del partido, como externa desde las coordenadas de la geopolítica y los intereses de las patronales, sería rescatar a Ciudadanos del marasmo y colocarlo en el gobierno como contrapeso y control a posibles pasos a la izquierda del psoesanchismo.

A Podemos le habrían tomado el pelo, una vez más.

La opción que me parece ampliamente preferible es la de un gobierno PSOE-Podemos, que sea capaz de sumar sinergias, librando al elemento principal del binomio de la inercia y del conformismo que podría reaparecer de inmediato en su praxis, y librando también al elemento complementario de adanismos y redentorismos que no han beneficiado en absoluto su trayectoria desde el momento en que apareció en un escenario político español tenebrista, como la luz al final del túnel.


EL VOTO DE LAS CLASES MEDIAS


Diario de campaña

En Ciudad Real, en un mitin del martes pasado, Casado definió al PP como “el partido de las clases medias”.

¿Quiere decir el líder de la gran derecha que él representa realmente  a las clases medias de nuestro país, o simplemente que espera que a pesar de todo le voten? Lo primero es objetivamente falso; lo segundo muy dudoso, a la vista del alarde de frivolidad que se permitió sobre lo que las clases medias son y lo que representan.

Este es el modo, bastante extraño, como Casado caracterizó al que considera su electorado básico: «Me quiero acordar de las clases medias, de las que nadie habla. De las personas que madrugan, las que se caen y se levantan, las que dejan de comer con tal de pagar sus deudas.»

Cuatro grandes acotaciones, que nos llenan de perplejidad:

a) Nadie habla de esas personas. O sea, no cuentan para nada. Hay un voluntarismo evidente en la expresión “me quiero acordar…” utilizada por Casado. Es que, si no hace un esfuerzo de concentración, ni se acuerda de ellas, a pesar de su afirmación previa de que son la sustancia de su partido.

Mal empezamos.

b) Madrugan. Chapó. No como las clases altas y las bajas, que se enredan entre las sábanas hasta el toque de campanas del mediodía, hora en que se levantan bostezando, las/los ricas/os para acudir sin falta a la misa de una, que hoy predica don Senén contra las perversas estrategias de las feminazis y los podemitas, y no se lo pueden perder; y las/los pobretonas/es para dirigirse con la cabeza gacha a la oficina de empleo más próxima, donde les han citado para fichar en un cursillo.

c) Se caen y se levantan. No atiendan ustedes a la materialidad misma de la expresión, sino a su simbolismo. Casado está pensando en el pequeño y mediano empresariado, y en sus dificultades para sacar adelante el negocio o los negocios en los que participa. Se caen con frecuencia, y además con todo el equipo, cuestión que por pudor Casado no menciona (las tribulaciones de las clases trabajadoras no son de su negociado). Se levantan con dificultades, porque en cuestión de préstamos la banca los mira con una ceja levantada. Muy probablemente para levantarse recurren a una ETT que les proporciona a precio de saldo una plantilla de quita y pon, a la que imponen horas extraordinarias y no pagadas por un tubo.

d) Dejan de comer con tal de pagar sus deudas. El concepto en sí es bastante enigmático. ¿Qué ha querido decir Casado? Hay mucha gente que no come, o más bien no come suficientemente, por no tener con qué. Hay parados de larga duración sin subsidio. Sabemos que una parte de la población (creciente, por desgracia) padece de déficit alimentario (y de pobreza energética también). Pero no es de eso de lo que habla el líder del PP.

Podríamos pensar, aunque la deducción es arriesgada, que esas “clases medias” que “dejan de comer” han hecho alguna especie de juramento: “mientras que no pague lo que debo, no como”. La magnitud de la deuda no puede tener relación con el coste de la comida, a no ser que se acuda a un restaurante catalogado en la guía Michelín con tres estrellas. Si lo que se debía son solo los 12 o 14 euros que cuesta el menú del día en un establecimiento decente “de clase media”, siempre es posible recurrir a las lentejas.

Ciertamente, existe un precedente para una conducta tan singular como la anunciada por Casado: la reina Isabel la Católica juró no cambiarse de camisa mientras no cayera Granada en su poder. En el campamento de Santa Fe eran famosos los efluvios procedentes de la tienda de campaña de la reina cuando madrugaba (eso sí, porque para algo era de clase media), y se caía del catre para levantarse de inmediato, debido a la rigidez adquirida por su camisa no mudada.

Otra interpretación de las palabras del líder de la derecha, aunque tal vez más aventurada que la anterior, sería que esa persona entrañable, representativa de nuestras clases medias, pagó una deuda por la mañana y se le hizo tarde para sentarse a almorzar en su restaurante de elección. “Qué más da”, se diría entonces nuestro héroe o heroína, “ya haré las paces con la cena”.

No se percibe ningún rastro de heroísmo en esa conducta, si es a eso a lo que se quería referir Casado. En cualquier caso su problema es otro, a saber lo que van a votar las clases medias el próximo 28A. Tengo mis sospechas de que el PP, con esa forma extravagante de salir valedor de los intereses y las preocupaciones del colectivo, no va a tener un gran resultado por ese lado. Hoy el enorme crecimiento cualitativo de las clases pudientes, las elites para entendernos, y el desmesurado crecimiento cuantitativo de los colectivos instalados en la pobreza o en sus aledaños, han adelgazado a la clase media de forma comparable a la loncha de jamón del bocadillo que nos sirven en el bar de la esquina.