viernes, 31 de julio de 2015

FALSOS ARIETES


En la etapa heroica de la democracia, en Cataluña votábamos la marca: CiU, o PSC, o PSUC. Luego el colectivo cedió la primacía a la personalidad, al carisma del líder: Pujol, o Maragall, o Ribó. Ahora tiende a imponerse una táctica novedosa, la del falso ariete encabezando una lista mix, o alternativamente una lista fusion. Una y otra suelen ir precedidas de procesos complejos de reconocimiento y aval popular de los candidatos, a través de mecanismos que tienen más de equilibrismo que de consenso. No hace falta poner ejemplos de ambas variantes.
Mariano Rajoy ha percibido la línea de tendencia y se ha sumado a ella, pero solo a medias. Ha designado a dedazo y sin consulta previa a las bases (ni falta que hacía) cabeza de la lista del PP catalán a Xavier García Albiol, ex alcalde de Badalona y hombre conocido por sus modos peculiares de abordar los problemas de la inmigración y la marginación urbana. Rajoy le ha declarado su admiración por ser un hombre «de ideas claras». Claras sí son, pero pocas cosas buenas más cabe decir de ellas. Pensar en Albiol en el Palau de la Generalitat es como poner a un Cristo un par de pistolas. El par de pistolas es el propio Albiol; el Cristo es el que armaría ahí dentro.
La designación – a ultimísima hora – de Albiol es la guinda que viene a coronar un curioso pastel cocinado ex profeso y con toda clase de premuras para las próximas elecciones autonómicas y/o plebiscitarias y/o constituyentes, que de las tres formas han sido bautizadas, del próximo 27S en Cataluña. Si es que finalmente se convocan en esa fecha, extremo este aún no confirmado.
Hagamos recuento. Están en cabeza de los sondeos Junts pel Sí (Raül Romeva) y Sí es Pot (Lluís Rabell), dos coaliciones de nombres tan evanescentes y parecidos, y con cabezas de lista tan poco conocidos por el común de la ciudadanía, que no serían de extrañar confusiones en el momento de elegir la papeleta. Luego vienen los outsiders. Citados al tuntún, sin prelación de expectativas entre ellos, aparecen en este capítulo el PSC (Miquel Iceta), Ciutadans (Inés Arrimadas), Unió Democràtica (Ramon Espadaler), y la CUP (Antonio Baños). Se ha descartado a sí mismo de la competición el grupo Procés Constituent, liderado por Arcadi Oliveras y Teresa Forcades.
Es improbable que el PP de Albiol consiga sustraer votos de ninguno de esos caladeros, exceptuado el de Ciutadans, una opción que busca a su mismo votante-tipo pero con una propuesta edulcorada. Para obtener un resultado apreciable, al PP no le queda otra esperanza que hacer emerger un tipo de voto de aluvión procedente de esa mayoría silenciosa en la que tanto confía Mariano Rajoy.
Sí, ¡pero qué aluvión! Será, en la medida en que aflore, un voto racista, homófobo, antiinmigración. No parece que con esa base popular vaya a ser capaz el PP de construir una propuesta capaz de seducir a los catalanes y resanar el tradicional mal rollo existente entre la comunidad y la administración central del Estado. Lo más probable es que la cosa derive, una vez más, hacia los terrenos del ajo y agua como principios curativos, y del garrotazo y tentetieso al que se desmande. Ese es el perfil clásico de Albiol y el horizonte que han dejado entrever las primeras declaraciones de Rajoy respecto a lo que podemos esperar los catalanes a partir del 28S.
Quizás suene la flauta a pesar de todo, y el señor Albiol consiga un resultado estimable. Tal vez ese resultado sea el inicio de una recomposición del PP catalán y de un aporte consistente de votos a las generales que se celebrarán a continuación, votos que el presidente Rajoy va a necesitar como el agua para renovar su mandato. Al respecto, y de momento, nuestro presidente ha modificado con urgencia el IRPF para que todos nos beneficiemos de un puñado de calderilla en el incremento de nuestros haberes en el segundo semestre del año, y ha subido un 1% la paga a los funcionarios. Son medidas de manual para arañar votos pero tal vez llegan un poco tarde, defecto achacable a esa manía de don Mariano de dejar todas las cosas para última hora y entonces hacerlas a medias. O dicho de otro modo, de acordarse de santa Bárbara solo cuando lleva ya un buen rato tronando, y en lugar de encenderle un cirio probar con una cerilla.
 

jueves, 30 de julio de 2015

MIS GUIÑOLES


Existe la posibilidad de que entre la realidad virtual y la analógica existan canales ocultos y comunicaciones esotéricas, que no sean dos universos totalmente separados; y en ese caso, estamos todos perdidos.
No hablo a humo de pajas. Los días pasados he entretenido mis ocios veraniegos escribiendo una ficción en siete capítulos que han podido seguir ustedes paso a paso en este mismo sitio. He tomado a unos cuantos políticos conocidos y los he metido sin contemplaciones en un enredo de tintes delirantes. Eso sí, como en aquellos guiñoles que en tiempos daba Canal Plus en abierto y que me han servido de precedente y en cierto modo de ejemplo, he procurado con cierta aplicación dotar a mis muñecos virtuales de un parecido más o menos logrado con las personas correspondientes en la realidad analógica (en la verdad de verdad, vaya): Lagarde era voraz y desprovista de prejuicios, o sans-façon como les gusta decir a los franceses; Varoufakis, dispuesto a sacrificarse por la causa mientras eso no perjudicara su perfil mediático de macho alfa; Putin, ceremonioso y hueco además de paranoico; Rajoy, a remolque de unas circunstancias que nunca acaba de comprender bien y dejándose llevar por pálpitos y ocurrencias, por mucho que presuma de sentido común; Montoro, bravucón y bocazas; Guindos, marrullero y snob; Schäuble, gruñón y pejigueras; Merkel, testaruda y caprichosa como una niña que no ha acabado de crecer.
Vuelvo de la ficción a la lectura de los periódicos, y me encuentro con los siguientes titulares:
«El Parlamento griego estudia una demanda contra Varoufakis por un delito de “alta traición” en las negociaciones con el Eurogrupo.»
«Luis de Guindos salpicado por las escuchas de la trama corrupta Púnica.»
«Mariano Rajoy designa al ex alcalde de Badalona, el racista Javier García Albiol, como cabeza de lista del PP catalán para el 27S.»
«Asesores de Merkel abogan por un mecanismo de salida de la Eurozona en caso de insolvencia.»
«Putin propone al presidente de la FIFA Joseph Blatter para el premio Nobel de la Paz.»
Es solo una sospecha no confirmada, pero temo que mis inocentes disparates virtuales estén contaminando la realidad. Esto ya no es el consabido juego de los “memes” que acompañan desde las redes cualquier noticia chusca: esto es que esas cosas yo las dije antes. La realidad se ha dedicado a copiar con una fidelidad aberrante el guión que yo había escrito.
No sé qué hacer ahora: si presumir de poderes en el Café Central de Sant Pol, o entregarme en el cuartelillo más próximo de los Mossos con mi confesión completa de chivo expiatorio: «No busquen más, señores, he sido yo.»
 

miércoles, 29 de julio de 2015

DURA LEX


Sobresaltos de un chivo expiatorio (y 7)

De nuevo estamos frente a frente Angela Merkel y yo, separados tan solo por las interfaces de dos pantallas de plasma, o de lo que sea con que se hacen las pantallas ahora.
– Usted mucho me ha decepcionado, herr Gottráiguetz – suspira Angela. Ha extremado el cuidado en los detalles de su presentación. Lleva una de sus chaquetillas de colores características (verde pistacho), cruzada desde el hombro izquierdo hasta la cintura por una banda color fucsia. En la pechera se ha colgado algunas medallas. Está sentada ante el escritorio de su despacho oficial, presidido por una gran bandera alemana. A través de un ventanal, al fondo, se divisan los árboles de un parque.
Los prolegómenos de la entrevista han sido laboriosos. En primer lugar el mar estaba algo picado esta mañana, y el ejercicio de natación ha sido agotador. Después, el encargado de recogerme ha sido el “enterao”, y lo ha hecho con un regodeo y una vesania innecesarios, por lo que en estos momentos luzco un chichón del tamaño de un huevo de paloma en la parte derecha del cráneo, sobre la oreja. Duele. Y ahora me encuentro con una Merkel altiva y glacial.
– ¿Ha ordenado ya poner en libertad a Irení Papadostulu, Frau Merkel? – abro el juego con un gambito de flanco.
– Me suena ese nombre que dice. A ver… – revuelve un poco los papeles que tiene ordenadísimos sobre la mesa –. Ah sí, la ladrona. ¿Por qué habría de ponerla en libertad?
– Para evitar el ridículo. ¿Cree que una ladrona de joyas experta iría a negociar su botín con un mercachifle de baratijas de Plaka? La señora de la limpieza del hotel no tenía idea del valor de lo que había caído en sus manos.
– Quién sabe, senior Gottráiguetz. Estamos hablando de una mujer griega.
– Explique entonces por qué necesitaba un segundo joyero ful, y por qué fue a dejarlo sobre la mesilla de noche de don Luis de Guindos.
– Estas gentes del sur son foluples e inconstantes en sus propósitos.
Cherchez la femme, como decían los detectives de la era victoriana. Ya ve, Frau Merkel, eso es exactamente lo que he hecho yo puesto ante unos hechos desconcertantes.
– No me diga.
– La clave del problema está en el segundo joyero, Frau Merkel. El falso. Le pregunté por él al ministro Guindos, y ¿sabe lo que me dijo? «Debería preguntar eso a mi mujer.» El ministro de Economía español no sabe distinguir un Louis Vuitton verdadero de uno falso.
– Lamentable.
– Apuesto a que lo mismo le ocurre a Jeroen Dijsselbloem. Vea usted la secuencia de los hechos: Guindos encuentra un joyero en su mesita. No sabe lo que es ni de dónde viene. Teme una trampa y corre a dejarlo en la habitación del presidente del Eurogrupo. Cuando este despierta de un sueño reparador, la mañana del 13 de julio, por fuerza debe de preguntarse qué significa aquel regalo inopinado. Durante el desayuno, se difunden toda clase de rumores entre los VIPs presentes. Dijsselbloem comprende de pronto que alguien ha puesto en sus manos una bomba de relojería próxima a estallar, y se apresura a depositarla en recepción por medio de un secretario anónimo y con una tarjeta sin firma. Pero esa tarjeta indica que quien devolvió el joyero creía que se trataba del auténtico; desconocía la posibilidad de que fuera una falsificación.
– Me aburre usted, herr Gottráiguetz. Primero me decepciona y luego me aburre. ¿Qué puedo hacer por usted?
– Verá, así fue como se me ocurrió que quien tuvo la idea de procurarse un facsímil del joyero de la presidenta del FMI era con toda probabilidad una mujer.
– Qué idea tan bochornosamente machista, herr Gottráiguetz.
– Si vamos a calibrar la corrección política, Frau Merkel, habrá de reconocer que su conducta tampoco ha sido exquisita.
– Me niego a seguir escuchando una palabra más en ese tono.
Le basta oprimir un botón para cortar la comunicación entre nosotros. Como no lo hace, sigo hablando.
– Esta es una historia de poder, Frau Merkel, y el poder no entiende de géneros. Dos personas poderosas, incidentalmente dos mujeres pero el dato no es importante, chocan en la cumbre. Una quiere expulsar a Grecia de la moneda común, la otra está dispuesta a vetar esa eventualidad. Con el asesoramiento de su ministro de Finanzas, la primera tantea la posibilidad de que sea el mismo Gobierno griego el que se descuelgue. El plan fracasa, a pesar de las condiciones inaceptables que se han diseñado.
– Fue un trato justo y generoso.
– Es lo que usted dice. Entonces la primera mujer…
– La llamaremos “A” – propone Merkel.
– La mujer A se introduce por una puerta oculta en la suite de la mujer B, en un momento comprometido. Su idea es intercambiar los joyeros y culpar luego del delito al acompañante de la dama, lo llamaremos C. Puede hacerlo con cierta comodidad: C lleva los ojos vendados, y B anda perdida en deliquios y transportes casi sobrenaturales.
– Tarareaba la romanza L’amour est un oiseau blessé – me interrumpe Merkel en tono ligero.
– ¿Cómo ha dicho?
– No pienso repetirlo.
– Es igual. Sigamos con la historia…
– Hipotética – dice ella.
– La historia hipotética. La mujer A se va con el joyero auténtico a la habitación de su más fiel colaborador, el hombre de hierro de las finanzas alemanas, el dragón que guarda las puertas, el intransigente, el incorruptible.
– ¿Está usted hablando de Wolfie Schäuble? – pregunta Angela en tono inocente.
– Llamémoslo D.
– No reconocía a Wolfie por la descripción.
– D se escandaliza al saber lo que ha hecho A. No es un perrillo faldero, no va a consentir sus caprichos de cancillera alegre, y además el Grexit será inevitable al cabo de pocos meses porque los términos del acuerdo hacen imposible una devolución de la deuda a medio plazo. Riñe severamente a A. Tienen una trifulca. La ética protestante es en él una componente inescindible de su espíritu del capitalismo.
– Qué imaginación tan erudita la suya, herr Gottráiguetz.
– D convence a A de que es necesario dar marcha atrás. Y ahí es donde A comete un error garrafal.
– La mujer A nunca comete errores, herr Gottráiguetz.
– Uno solo. Deja que sea D quien se encargue del segundo trueque.
– Hombres nunca son de fiar – suspira Angela.
– Aquí entramos en el terreno de las conjeturas. Un inválido en silla de ruedas, como es el caso de D, tiene serias dificultades de movilidad y de manipulación de bultos de cierto tamaño. Imagino que D entró en la alcoba de la mujer B, retiró el joyero falso de la mesita, lo colocó en su regazo junto al auténtico, y en ese momento el varón C se levantó de la cama, considerando finalizada su ordalía.
– Usted no tiene ninguna prueba de lo que dice.
– No. D tiene suerte porque C lleva una venda puesta y no se la quita hasta haber salido por la puerta principal. Pero se deja dominar por el pánico. Quizás en ese momento la mujer B se remueve, o se incorpora a medias, o algo sucede. D sale entonces disparado por la puerta oculta con los dos joyeros sobre el regazo. Teme ser perseguido. Su apuro es enorme. Por fortuna tiene a mano el cuarto trastero, que no es necesario abrir porque tiene puertas batientes. Se refugia allí.
– ¿Y qué más?
– La ley de Murphy.
– No entiendo.
Dura lex de Murphy, sed lex. Es algo tan inevitable como la gravedad. En unas condiciones similares a las de D, cualquier varón, sin excepción, confundirá los dos joyeros. Eso deja un cincuenta por cierto de margen al acierto y el error, pero el enunciado de Murphy sobre la perversidad natural de los objetos inanimados sostiene que el margen de error siempre prevalece sobre su probabilidad. Así ocurrió en este caso. D tiró el joyero auténtico a un contenedor de basuras, y cuando se sintió a salvo fue a dejar el falso en el único sitio que le pareció temporalmente seguro. Sabía que la habitación de Guindos, ¿o debemos hablar del señor G?, estaba vacía porque él asistía a una fiesta de alto copete, y se precipitó a dejar allí el bolso que él creía auténtico.
Hay un largo silencio entre las dos pantallas. Luego Angela dice:
– ¿Tiene intención de airear en alguna parte esas fantasías desbocadas, herr Gottráiguetz? Porque le recuerdo que este caso está cerrado. La limpiadora griega ha sido puesta en libertad sin cargos. El único culpable oficial es usted mismo; confesó su delito por videoconferencia ante el Eurogrupo en pleno. ¿Recuerda?
– Lo recuerdo muy bien, Frau Merkel. Soy un chivo expiatorio. En realidad todos lo somos en acto o en potencia, alguien tiene que pagar siempre por los delirios y las irresponsabilidades de ustedes los de arriba.
– Su comentario está fuera de lugar. Responda sí o no a mi pregunta.
– No, Frau Merkel. No airearé en ninguna parte mis fantasías desbocadas. Esto quedará entre nosotros dos.
– La conferencia ha terminado – dice Merkel, y pulsa el botón. Yo sigo aún un rato con la mirada prendida en la pantalla en negro.
FIN

 

Nota.- El lector incauto y desprevenido que haya aterrizado por azar en esta página sin conocer sus antecedentes, puede leer completa esta historia descarnada de poder, ambición, ensayo y error, clicando en los capítulos anteriores en el escrupuloso orden que se indica:






 

martes, 28 de julio de 2015

CÍRCULO VICIOSO


Sobresaltos de un chivo expiatorio (6)

Luis de Guindos no debió de tomar el Mirage de vuelta anoche, porque leo en el periódico que esta tarde da una conferencia en el Círculo de Economía barcelonés. Allí estoy, puntual como un clavo a pesar de los rutinarios retrasos en la línea férrea de Cercanías. La entrada al Círculo es por invitación, de modo que me veo obligado a esperar en la acera de la calle Provenza, delante de la puerta modernista del templo de la sabiduría neoliberal.
Cuando aparece el ministro, me abro paso a codazos y me pongo en primera fila de modo que me vea. Es una técnica que he aprendido de los periodistas de la tele. Uno en particular es mi favorito, se llama Gonzo. Procuro imitarlo en todo.
– Buenas tardes, don Luis. ¿Alguna declaración?
– Nada que comentar – me responde con cara de vinagre. Me ha reconocido.
– Alguien lo vio, don Luis – insisto. Él me enseña muy tieso el dedo corazón de la mano derecha y entra en el edificio. Sus guardaespaldas, los mossos d’esquadra y algunos oficiosos creyentes convencidos de las bondades neoliberales me empujan a un lado. No me queda más remedio que esperar al final de la conferencia. Me reafirmo a mí mismo con la idea de que eso es lo que Gonzo habría hecho.
Dos horas y media después (¡dos horas y media discurseando sobre la reactivación económica! ¿Qué puede haberles contado en un lapso de tiempo tan grande?), reaparece Guindos en la puerta, más custodiado si cabe que antes por gorilas, maderos y una extensa colección de chicos y chicas de la prensa que le piden sus opiniones sobre temas diversos con las cebollas en ristre. Consigo a pesar de todo cortarle el paso.
– ¿Hablamos en privado o le cuento yo lo que hay delante de todos estos micrófonos abiertos? – pregunto.
El ministro pone cara de susto. Me toma del brazo, se vuelve a cuchichear un momento con el probable baranda de seguridad, y me susurra:
– Suba detrás de mí al coche. Hablaremos, pero solo cinco minutos. No tengo tiempo de más.
No son cinco minutos sino algo más de ocho y medio, debido al tráfico en el centro de Barcelona, pero cuando me apeo en el chaflán de Aragón-Aribau y el ministro sigue viaje rumbo al aeropuerto, estas son las noticias que he podido reunir:
Luis de Guindos asistió la noche del 12 al 13 de julio a una party en la mansión de los Niarchos. «A usted le hablan de Grecia y automáticamente piensa en tipos desharrapados como Tsipras o Varoufakis, pero le aseguro que también puede uno encontrar allí a personas refinadas, encantadoras, bien informadas. ¡E influyentes! No olvide que en esos días yo estaba en campaña electoral off the record por la presidencia del Eurogrupo. Necesitaba arrancar votos de las peñas. Ese Diselblón es un cabrón.» Ha dicho la última frase de un modo que se notaba que le salía del fondo del alma.  «Estoy informado de esa opinión suya», he asentido yo.
Guindos volvió al hotel pasadas las cuatro y media de la madrugada. Entró en su habitación por la puerta normal, la que da al pasillo noble. Lo primero que vio al entrar fue el joyero Louis Vuitton encima de la mesilla de noche.
«¿Era el joyero auténtico o el ful?», le he preguntado. «Qué quiere que le diga. Eso debería preguntárselo a mi mujer.» Fuera el verdadero o el falso, ignoraba que perteneciese a Lagarde y lo que se le ocurrió de inmediato fue que aquella era una trampa tendida por su rival holandés. «No vea la de zancadillas retorcidas que tuve que evitar en el último mes. ¿Le he dicho ya que ese tipo es un cabrón con pintas?» «Me lo ha dicho.» De modo que tal como estaba vestido, con la corbata anudada al cuello de la camisa y la flor en el ojal, tomó la llave de las puertas de escape al corredor, salió con el joyero, abrió con cuidado la puerta de la suite de su rival, comprobó por los ronquidos regulares que el cabrón con pintas estaba adormecido, dejó el paquete sobre la mesita de noche y se volvió de puntillas a su cuarto. Fin de la escena.
– Hum – he comentado yo.
– No me cree.
– No es eso. Ocurre que su historia tiene que encajar en otra de tono muy diferente. No hay un joyero en danza, sino dos. Aún no sabemos quién se llevó el auténtico de la suite de Lagarde, ni de dónde salió el otro, el falso. Aún no sabemos qué ha sido del primero. Demasiados cabos sueltos.
– Le he contado todo lo que sé.
Me entretengo en plantearme distintas hipótesis en el tren de regreso. Al bajarme en la estación de Sant Pol, es ya noche cerrada pero el holograma Cary me espera paciente debajo de una farola. Viste gabardina ceñida con cinturón y va tocado con un sombrero de ala flexible. Tiene un aire a Bogart en Casablanca.
– ¿Tendremos conferencia mañana? – le pregunto.
– No. Le traigo grandes noticias. Su concurso ya no es necesario. Ha aparecido el joyero auténtico y la ladrona ha sido detenida.
– ¿Puede explicarse un poco más?
– Con mucho gusto. La kiria Irení Papadostulu, cincuenta y dos años, de profesión limpiadora, intentó ayer vender el joyero en peso, con todo su contenido, a un comerciante de baratijas de Plaka. Intervino la policía, y fue detenida. Declaró haber encontrado el cuerpo del delito al vaciar un contenedor de basuras en los bajos del hotel en cuestión. Por supuesto, no ha sido creída. Tuvo la ocasión, los medios y el motivo: es pobre como una rata, dicho sea en confianza. El caso está cerrado.
– De eso nada – le contradigo –. Quiero que me organice una videoconferencia mañana mismo. Hablaré con Frau Merkel en persona, sin testigos. Comuníqueselo a ella y pídale que esté preparada para escucharme. Temprano, hacia las nueve y media, nadaré hacia mar abierto con mi “inimitable estilo crol setentón”. Envíe a alguien a recogerme. Dada la diferencia horaria con Berlín, la hora será cómoda para la cancillera.
El holograma Cary ríe como si le estuviera contando un chiste.
– Usted no sabe lo que está pidiendo.
– Usted, tampoco. Dígale a Frau Merkel que si no me escucha ella, le contaré lo que sé directamente a Mistress Lagarde. Déjeselo claro. Oiga, yo soy un humilde chivo expiatorio, de acuerdo, pero no me chupo el dedo.
El holograma Cary se difumina en la noche, y yo subo a mi apartamento.
– ¿Cómo te ha ido con Guindos? – me pregunta Carmen.
– Esos cabrones de mierda se van a enterar de una vez de lo que vale un peine – contesto, desabrido.
Luego reflexiono que debo cuidar mi lenguaje. Estoy empezando a hablar como un ministro.
(Concluirá mañana)

 

Nota.- El lector interesado puede consultar los capítulos anteriores de este serial real como la vida política misma (es decir, nada en absoluto), en:






 

lunes, 27 de julio de 2015

CARPE DIEM


Sobresaltos de un chivo expiatorio (5)

Carmen quedó impresionada por la irrupción en nuestra salita de estar del gabinete de crisis en peso. Su lealtad primigenia ha triunfado sobre el fastidio de tanto ajetreo. Ha decidido no hacer las maletas, y quedarse a mi lado pase lo que pase.
– No vamos ahora a echar por la borda cuarenta y cinco años de convivencia – dice –. No todo ha sido basura en este tiempo. También ha habido momentos inolvidables, ahora mismo no recuerdo cuáles, pero probablemente los ha habido. De modo que, si hay que morir, moriremos juntos.
Me siento conmovido, pero también algo alarmado.
– Mejor no llevar las cosas hasta ese extremo, ¿no? A morir juntos, digo. Vamos, si no te importa.
– Claro que no, tonto – concluye ella el debate.
Aliviado por haber resuelto de forma aproximadamente satisfactoria la primera de las crisis que me acechaban, bajo de buena mañana a la calle con el encargo de comprar el pan del día y una sandía grande. Camino abstraído en mis pensamientos. Ya de vuelta hacia casa, junto al Ayuntamiento, me para un desconocido:
– ¡Qué pasa, quillo! ¿No saludas a los amigos?
Lo miro asombrado. Es bajo, nervudo, muy moreno, pinta de macarra. Más de cincuenta tacos, probablemente más de sesenta también. Pelo entrecano, largo, rizado y sujeto en la nuca con una cola. Lleva unos bermudas obscenamente bajados, de modo que luce al aire medio culo peludo por detrás, y por delante medio palmo de vientre peludo debajo del ombligo. Cubre a medias el tórax peludo con una camiseta no muy limpia. La camiseta lleva una inscripción: «CARPE THE FUCKIN’ DIEM». Dos palabras en latín, y entre medias dos en inglés. En mi cerebro obnubilado se hace la luz. Nos abrazamos con entusiasmo.
– ¿Karla? – le susurro al oído.
– ¿Dónde podemos hablar con tranquilidad? – replica Karla.
 
El único sitio que se me ocurre es el Café Central. Ocupamos un rincón discreto. Yo me conformo con un café con leche, pero el agente ruso reclama tejeringos, brioches, magdalenas, mantequilla y mermelada, y pregunta si no es posible que le preparen además un par de huevos fritos. No me parece la forma mejor de pasar inadvertidos, pero Karla es un profesional y debe saberlo mejor.
– Escucha, colega, pon atención porque los pequeños detalles tienen su importancia. La suite de Lagarde tenía una puerta disimulada que daba a un corredor lateral estrecho y bastante oscuro. No era la única habitación con esas características. Las habitaciones pares de todo un pasillo del piso noble tienen puertas similares que dan al mismo corredor. Este conecta con el exterior mediante un acceso exclusivo, a través de un tramo de escaleras. Al lado derecho de las escaleras hay un trastero grande con puertas dobles de batientes, que no se cierra con llave. Allí se guardan los carritos de la limpieza, las escobas, los cubos y los contenedores de basura. ¿Me explico?
– Te explicas – contesto. Me maravilla la corrección y la fluidez con que habla Karla el español, con un ligero acento que podría ser andaluz, canario o latinoamericano.
– Ahora viene lo importante. La misma llave abre todas las puertas traseras camufladas de esa hilera de suites. Y en esa zona del hotel se había instalado a los miembros del Eurogrupo. La dirección guarda una discreción exquisita en relación con ese corredor y esa escalera, cuya utilidad a efectos non sanctos puedes calibrar sin mayor esfuerzo. A nadie se le da la llave de la puerta trasera si no la pide expresamente. Pero atención, una vez se le ha dado, quien sea está en condiciones de abrir las puertas traseras de todas las habitaciones de ese sector.
– Comprendo – digo.
– Muy bien. Ya te has hecho una idea, digamos topográfica, del escenario. La suite de Lagarde estaba en un extremo del corredor; la escalera de escape, en el centro. Hacia las cinco de la madrugada yo subía sin hacer ruido por esa escalera. Mis motivos no tenían nada que ver con las joyas. Alguien, cuyo nombre no hace al caso, había quedado en pasarme un documento confidencial a cambio de una remuneración concertada previamente. Ese tipo de pequeñas transacciones que son la sal y la pimienta de la vida diplomática.
– ¿Un miembro del Eurogrupo espía para la Rusia de Putin? – se me escapa preguntar. Karla me mira con frialdad mientras mastica con parsimonia. No le ha sido posible conseguir los huevos fritos y ha tenido que conformarse con un bocata de chorizo y tomate.
– ¿Algo que objetar? – dice, desafiante.
– No, no, nada. Continúa, por favor.
– En el instante en que llego al rellano, una puerta se abre. Me agazapo contra la barandilla. A menos de un metro, veo pasar a un hombre. Lleva en una mano un bolso con el nombre Louis Vuitton escrito por toda la superficie. Con la llave que sostiene en la otra mano abre despacio, cuidando de no hacer ruido, una puerta que queda del otro lado de la escalera. Desaparece en el interior de la habitación a oscuras, y un momento después reaparece sin el bolso, recorre el pasillo en dirección contraria, vuelve a la habitación de la que salió y echa la llave.
»El reflejo de una luz en una ventana me permite reconocerlo. Es ese ministro vuestro con nombre de sistema operativo.
– ¿Cómo? ¿Qué nombre?
– Windows.
– ¿Guindos? ¿Luis de Guindos?
– Eso, Gwindows.
Un gesto brusco motivado por la sorpresa hace que derrame mi café con leche sobre los bermudas horteras de Karla. Él se levanta, reclama un trapo del patrón, se limpia y vuelve a sentarse impertérrito.
– Más cuidado, colega – me reprende. Mi imaginación trabaja a toda máquina.
– ¿Cómo iba vestido, con pijama?
– De punta en blanco, como para una fiesta. Con corbata y flor en el ojal.
– ¿Venía de la suite de Lagarde?
– Nope. Del lado contrario del corredor. Hice mis averiguaciones con el detective de guardia, que es un viejo conocido de la profesión. La habitación de la que salió era la suya, y la otra donde dejó el alijo…
– ¿Sí?
– Era la del presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem.
Estoy empezando a atar cabos.
– Karla, macho, perdona la confianza…
– Perdonada, colega, faltaba más.
– Es posible que asistieras solo al segundo acto de la función. Veamos. Windows se hace cargo primero del paquete auténtico en la suite de Lagarde; va luego a la suya para hacer el cambiazo; y una vez consumado este, corre a colocar el paquete ful en la mesilla de noche de su rival en el Eurogrupo. ¿Voy bien?
El veterano espía menea la cabeza.
– Demasiadas deducciones en el aire. Nadie asegura que el ladrón de la suite de Lagarde sea el mismo Windows. Y luego, ¿por qué a las cinco de la madrugada no se había desprendido aún ni siquiera de la corbata, ni de la flor en el ojal? ¿Qué se debe?
La última pregunta va dirigida al patrón. Karla paga la cuenta, me dirige un gesto de despedida amistoso y se pierde entre la riada de personas que se dirigen a la playa. Yo recojo el pan y la sandía recién adquiridos y vuelvo a mi apartamento. La diferencia entre Hércules Poirot y yo es que él podía interrogar a gusto a los sospechosos, mientras que yo estoy maniatado en una localidad costera, solo y desvalido en medio de una trama internacional de campanillas.
(Continuará)

 

Nota.- Para los capítulos anteriores de esta historia hiperreal de intriga de altos vuelos, ver por el orden que se indica:





 

 

domingo, 26 de julio de 2015

BANDURRIAS Y PANDERETAS


Sobresaltos de un chivo expiatorio (4)

Anochece. En mi portátil leo estupefacto un mensaje electrónico cuyo remitente es vldmrptn@pravda.rus. «El presidente de Rusia Vladimir Putin saluda al señor Paco Rodríguez de Lecea con el deseo sincero y leal de que se encuentre en perfecto estado de salud, como él mismo lo está, Dios mediante, y de que pase ratos agradables al lado de su muy digna esposa doña Carmen y de sus seres queridos. Nada podría satisfacer más al presidente Putin que esta eventualidad altamente deseable.
»El presidente Putin se ha interesado personalmente por el caso del robo de las valiosas joyas de la señora Christine Lagarde. Lo ha hecho empujado por el anhelo ferviente de beneficiar la causa de la paz y la distensión en el mundo, no obstante las oscuras maniobras en contra de intereses legítimos rusos auspiciadas por el Fondo Monetario Internacional presidido por dicha señora, para no mencionar los pronunciamientos hostiles de las potencias occidentales, encabezadas por el imperio americano y sus lacayos de la OTAN, tendentes a vulnerar los lazos afectivos tradicionales que desde tiempo inmemorial anudan al regazo de la madre Rusia los territorios de Donetsk y Lugansk. No tendrán ciertamente las mistificaciones urdidas por la miserable clique que detenta el poder en Ucrania capacidad suficiente para diluir esos lazos sagrados e imborrables.
»El presidente Putin ha dado las instrucciones pertinentes para que un agente de seguridad en el que tiene depositada toda su confianza, al que denominará convencionalmente Józef K., ponga en conocimiento de usted algunos pormenores que serán ciertamente de su interés. Józef K. pudo averiguar dichos pormenores debido a encontrarse casualmente en Atenas, dedicado a ocupaciones de un orden distinto que no hace al caso mencionar, en la fecha precisa en que se produjo el lamentable incidente arriba mencionado.
»Józef K. está ya en camino hacia su residencia veraniega, y previsiblemente le abordará allí en algún momento que el presidente Putin no puede precisar con exactitud, pero en todo caso en un plazo muy breve. No sería prudente describir en este mensaje la apariencia física del agente K., dado el estrecho espionaje que los canallescos servicios secretos del imperialismo ejercen sobre el correo electrónico de todo el mundo mal llamado libre. El presidente Putin se limita a rogarle simplemente que esté atento a los rótulos estampados en las camisetas de las personas que se crucen en su camino. Tal vez su sagaz mirada descubra que uno de esos rótulos está compuesto por cuatro palabras, dos de ellas pertenecientes a una lengua clásica y las otras dos a una moderna de uso corriente en los países occidentales. La persona que lleve una camiseta de esas características podría ser la persona que le envía el presidente Putin.
»El cual tiene el honor de despedirse de usted declarándose en todo su devoto y seguro servidor. Reciba un fuerte abrazo pacífico, solidario y progresista, de:
Vladimiro.»
***

Estoy empezando a releer por tercera vez el extraño mensaje cuando suena el timbre, y casi de inmediato se produce un barullo considerable en la exigua entrada del apartamento. Carmen me da una voz desde la puerta:
– Es otra vez el pelotón de los GEOs que han venido antes disfrazados de tunos.
Detrás de ella suena la voz algo nasal del presidente Rajoy:
– Permita que la corrija, señora. Somos los miembros del gabinete de crisis, disfrazados de GEOs disfrazados de tunos de la Facultad de Letras. Tenemos que hablar muy seriamente con usted, señor Chivo. Y antes que obligarle a venir de nuevo a Madrid, el sentido común nos ha aconsejado hacer nosotros el viaje en dirección inversa.
El ministro Montoro forcejea en el pasillo, que es bastante estrecho, a fin de ganar posiciones y hacerse oír.
– Oiga, Rodríguez, como nos veamos empujados fuera del euro sepa que tendrá que devolver íntegra la cantidad depositada en el sobre que le fue entregado anteayer. Como deje de hacerlo, le va a caer un palo que ni le cuento en el IRPF, y además le abrimos un expediente a tutiplén que lo vamos a crujir.
– Adelante, señores, bienvenidos a mi humilde morada – es mi saludo de bienvenida a la ruidosa compañía equipada con bandurrias y panderetas. Por dentro tiemblo como un flan, pero mi voz suena con un volumen y una firmeza capaces de dar el pego. – Adivino que están ustedes al corriente de los penúltimos acontecimientos – cargo el acento sobre la palabra “penúltimos” ­–. Ha cundido la alarma, sí. Alguien, no daremos nombres, se ha dejado llevar por un pánico infundado y ha tomado iniciativas precipitadas. Pero los asuntos que nos conciernen están bajo control. Puede que mañana mismo tengamos en nuestras manos la solución del enigma de las joyas de quien no debemos mencionar. Existe un testigo, señores, un testigo cuya palabra vale su peso en oro de Fort Knox. No me ha sido concedido permiso por parte de la altísima superioridad que gobierna los destinos de todos nosotros para informarles de quién se trata, pero sí puedo asegurarles sin temor a error ni confusión que su testimonio va a ser crucial para el caso. Estoy citado con ese testigo y él está dispuesto a relatarme en confidencia lo que presenció. Cuando tengamos ese triunfo en nuestras manos, será el momento de jugar nuestras bazas de la forma más adecuada.
Mis palabras producen impresión. Montoro se apresura a aclarar:
– Respecto de lo que he dicho antes, Rodríguez, tenga en cuenta que siempre nos quedaría el recurso de una amnistía fiscal. Y pelillos a la mar.
Mariano Rajoy sigue silencioso, acariciándose los cañones de la barba rebelde. Habla por fin:
– El caso es que habíamos venido a Cataluña por otra cuestión, pero igual matamos dos pájaros de un tiro. Óigame, como se llame, ahora que Alicia se ha “rajao”, ¿cómo vería ser el cabeza de lista del PP catalán en las elecciones del próximo 27S?
No tengo ni que contestar. Fernández Díaz se me anticipa:
– ¡Eso, jamás! Un abertzale, un pesetero…
– Sí, Fernan, pero razona un poco. Justo lo que nos hace falta en esta tesitura es un chivo expiatorio, y este dicen que es el mejor del mercado…
Siguen discutiendo los dos cuando se marchan de casa. Llevan prisa, porque la tripulación del Mirage acaba su turno de guardia a medianoche, y el tiempo les pilla justo.
(Continuará)

  
Nota.- El lector encontrará los capítulos anteriores de este thriller político ficticio pero razonablemente verídico en
http://vamosapollas.blogspot.com.es/2015/07/sunset-boulevard.html

sábado, 25 de julio de 2015

SUNSET BOULEVARD


Sobresaltos de un chivo expiatorio (3)

Cuando la tarde languidece, quienes formamos parte de la crème de la crème de Sant Pol de Mar nos encontramos en el paseo marítimo que transcurre desde el lugar llamado La Punta hasta la plaza de Tocar Ferro. Muchas elegancias y sofisticaciones concurren a esa hora en el centenar de metros de calzada peatonal atisbado desde lo más alto por la ermita de Sant Pau y volcado hacia el sur sobre el mar Mediterráneo, del que solo lo separa la playa llamada de les Escaletes. Con mucho acierto, alguien ha llamado a dicho paseo el Sunset Boulevard del Maresme.
Por eso no me extrañó demasiado verme saludado, a la altura de una de las varias terrazas que jalonan el recorrido, por Cary Grant y Lauren Bacall, que me hacían señas.
– Disculpa un momento – dije a Carmen, a la que llevaba colgada del brazo. Y me acerqué a ellos. Cuando estuve a su lado, vi que se trataba de hologramas perfectamente compuestos en 3D.
– Hola pichón, bueno que viniste – me saludó efusivo el holograma Lauren.
El holograma Cary fue más sobrio.
– Se ha presentado una complicación. Le necesitamos de nuevo. Mañana baje temprano a la playa y nade hacia mar abierto con su inimitable estilo “crol setentón”. Alguien lo recogerá.
– Que no sea el “enterao”, porque me vuelvo a la playa ipso facto – objeté, algo picado por sus palabras. ¿Qué quería decir con eso de “crol setentón”?
– Descuide – se hizo el inocente Cary.
***
Quienes están en el otro polo de la videoconferencia son hoy Merkel y Schäuble. Tienen cara de pocos amigos.
– Nos ha decepcionado usted, herr Gottráiguetz – me dice Angela –. Otra cosa esperábamos.
– Habla usted muy bien el español – le digo para ganar tiempo.
– Oh sí, yo de jofen veranear Kosta Prafa – la reminiscencia ilumina por un instante el rostro sombrío de Merkel –. Echarme nofio allí, Manolito. Mucho loco. Amor imposible.
– Qué interesante – digo por pura cortesía.
– Herr Gottráiguetz, fräulein Lagarde mensaje mucho mucho alarmante enviado. Joyas defueltas falsas son. Joyero Vuitton made in South Korea. Contenido, pura quincalla. ¿Cómo se explica?
A su lado se oye un retumbo profundo como de trueno lejano. Angela escucha a su ministro de Finanzas y me traduce.
– Wolfie dice europeos del sur indignos de crédito, no acuerdos cumplen, no forma de balances cuadrar, todo al traste, kaputt.
– Escuche Angela – intervengo –, si me permite la confianza…
– ¡No confianza! – ladra.
– Escuche froilain Merkel, no es a mí a quien tiene que dirigirse. Sabe perfectamente que el culpable está en otra parte, y que mi participación se ha reducido a un paripé para salvar la cara delante del Eurogrupo.
– Varoufakis dice él no fue – es la sorprendente respuesta de Merkel.
Resumo la información que voy recibiendo en los minutos siguientes: Varoufakis afirma que entró en la alcoba de Lagarde después de ingerir dos dosis de Viagra y con un pañuelo colocado sobre los ojos. Quiso asegurarse de ese modo de que su virilidad no flaqueara en el duro trance, por el conocido procedimiento de «ojos que no ven, corazón que no siente». Por profilaxis más que por precaución, no se quitó el pañuelo en ningún momento, y por consiguiente no puede decir lo que había o no había en la mesilla de noche. Cuando le pareció que había cumplido a suficiencia con lo estipulado, se levantó y se marchó sin despedirse. No se llevó ningún objeto que hubiera dentro del dormitorio. No sabe nada de las joyas.
Se oye de nuevo el tronar lejano.
– ¿Qué dice herr Schäuble? – pregunto a Merkel.
– Wolfie dice ese ser cáncer que Unión Europea corroe. Griegos, y otros también, cuando consideran que suficiente han hecho, dejan faena a mitad y si te he visto no me acuerdo. No dedicación, no amor al trabajo, no espíritu de sacrificio, no responsabilidad.
– Desde luego, señora Merkel, tiene toda la razón. Es más, si Varoufakis devolvió un joyero falso…
– Joyero anónimamente devuelto fue, en recepción hotel, con tarjeta incluida.
– ¿Algún mensaje en la tarjeta?
– «Congratulations, mistress Lagarde». Escrito manualmente, con tinta rosada de bolígrafo. Varoufakis dice no es cosa suya.
– Recapitulemos la situación. Los dos implicados estaban rigurosamente solos en una habitación cerrada. Si Varoufakis no se llevó el paquete…
– Habitación no cerrada. Puerta disimulada hay que a corredor lateral da. Otras posibilidades existen.
– ¿Algún sospechoso?
– Karla fue visto por detective de servicio en corredor lateral. Karla, renombrado agente secreto ruso. Muy temible. Yo al habla con Vladimir Putin por teléfono rojo, esta mañana. Él toma nota pero decir no sabe nada. Yo darle dirección electrónica suya, herr Gottráiguetz. Se pondrá en contacto en brefe.
– ¿Por qué conmigo?
– Usted chifo expiatorio en este caso. Misión suya no cumplida de modo satisfactorio. Ha de trabajar más.
– ¿Y si me niego? – pregunto. Sé de antemano que mi pregunta es tan solo retórica. Me contesta con una sola palabra, una palabra que hasta ayer yo no conocía:
– Spexit.
Oigo el alarido de alegría de Wolfie, en segundo plano.
– ¿Conoce esa eventualidad el gobierno de mi país? – sigo haciendo preguntas retóricas, pero no se me ocurre otra cosa.
– Lo conoce – dice Merkel –. Tengo entendido que están buscándolo.
Lo están. De vuelta a mi apartamento, Carmen me dice que: A) Se ha presentado un pelotón de GEOs disfrazados de tuna de la Facultad de Letras, preguntando por mí, y han dejado recado de que volverán y que es urgente. B) Está hasta el gorro de los líos que me traigo estos días, y amenaza con hacer las maletas. Así no hay manera de relajarse y pasar un verano decente.
Tengo la maldita sensación de estar rodeado.
(Continuará)

 

Nota.- El lector puede consultar el inicio de este thriller de alto voltaje político en http://vamosapollas.blogspot.com.es/2015/07/spleen-e-ideal.html y http://vamosapollas.blogspot.com.es/2015/07/art-deco.html

 

Bibliografía recomendada

Eduardo Mendoza, El enredo de la bolsa y la vida. Seix Barral, 2012.