martes, 31 de marzo de 2015

LLEVAR EL CONFLICTO SOCIAL A LA POLÍTICA


La novedad más relevante que se detecta en el panorama político español no es seguramente ni la opción Podemos ni el ocaso probable de la época de las mayorías absolutas, sino esas candidaturas municipales hechas a partir de retales zurcidos con mucha fe, y que se concretan muy en particular en los rostros y los talantes de dos mujeres fuertes de la izquierda: por orden de aparición, Ada Colau y Manuela Carmena.
Porque el problema no es solo el bipartidismo; el mal no está únicamente en la existencia de mayorías absolutas. La política corre en este país un peligro cierto de quedar reducida a una manera muy determinada de hacer gobierno y de hacer oposición, dentro de un orden constitucional más o menos inmutable, y entre un abanico reducido de opciones políticas más o menos parecidas. Lo mismo da que esas opciones sean dos que cuatro, y no supone una diferencia apreciable el hecho de que exista o no un peso preponderante de una de ellas en la correlación coyuntural de fuerzas en presencia.
Dado el desgaste del consenso, una vieja idea de la transición, como eje de la política, lo que se ha hecho a partir de entonces ha sido perfeccionar el mecanismo del turno. Las descalificaciones más energuménicas, de boquilla, entre las opciones políticas mayoritarias, no han sido obstáculo para que, cuando quienes estaban en la oposición ocupan el poder, se apunten de inmediato a los caminos trillados del estereotipo más plano de la gobernanza: ese que nos repite una y otra vez que solo hay una política posible. Dos, si se me apura: o la que hacemos “nosotros” (los de turno), o el caos.
Este estado de cosas se ha ido prolongando, acompañado por un declive progresivo y muy acentuado de la participación ciudadana en la política. Lo cual tiene su lógica: la política al uso niega el conflicto social, o lo dulcifica, o lo esconde. El conflicto, entonces, al constatar que están cegados los canales de la confrontación democrática, busca visibilidad y solución por otras veredas. Y el territorio de la política se reduce progresivamente a un juego de rol entre un número restringido de jugadores.
La aparición del 15-M supuso, por su capacidad de enganche y su masividad, un revulsivo contra ese modo cansino de operar la política en un contexto de crisis. Pero el esquema mental que regía la anterior situación ha seguido ampliamente presente en la nueva: ha sido mucha la gente que se ha apuntado en los últimos años al conflicto social, y mucha menos, en cambio, la que (hasta ahora) ha conectado ese conflicto asumido con una alternativa política determinada.
A pesar de que la política es el cauce natural para la resolución de los conflictos expresos o latentes en el seno de la sociedad civil. Por lo menos, en la teoría. Se diría que existe en este punto un bloqueo o una disfunción en la maquinaria democrática de nuestro país. Las dos ruedas de la actividad política y del conflicto social giran por libre, no engranan. Así parece desprenderse de los índices de participación y de los resultados concretos de las recientes elecciones autonómicas de Andalucía. La aspiración compartida a un “cambio” genérico no acaba de plasmarse en confianza clara a las opciones políticas que lo promueven. Quienes encabezan las preferencias políticas de los ciudadanos vuelven a ser los mismos.
Ahora las dos principales fuerzas nacionalistas de Catalunya nos proponen una lectura plebiscitaria de las próximas elecciones municipales. Pues qué bien. Es un nuevo ejemplo de propuesta autista de una política diseñada desde la torre del homenaje y que omite o desdeña la existencia del foso de los cocodrilos. El conflicto social es abstraído y apartado a un lado para hacer sitio a la comunión en los ideales identitarios. Desde otros puntos cardinales se critica esa propuesta, pero se cae en la misma actitud de fondo. Se llama a votar en las municipales para reforzar la gobernanza actual del Estado o para sustituirla por su alternativa homologada. Por mucho que se trate de esquivar el esquema bipartidista, se cae de cuatro patas en un esquema bidimensional. Falta la tercera dimensión, la profundidad de una política que hunda sus raíces en la sociedad y extraiga de ella la savia enriquecedora de un gobierno de las personas para las personas.
Habremos de rezar mucho a Santa Ada y a Santa Manuela para que nos libren de esta peste.
 

lunes, 30 de marzo de 2015

SOBRE LA DESUBICACIÓN DE LA IZQUIERDA. UN ANTECEDENTE (y 2)


La resistible ascensión del capitalismo monopolista de Estado a la condición de representación político-ideológica

El desarrollo industrial capitalista masivo que está teniendo lugar en Italia desde finales del decenio de los 50 propone a Palmiro Togliatti un desafío que estimula al máximo su vigor intelectual. No es un experto en economía, en general el tema le aburre, y sin embargo es el primero en captar la importancia cabal de un análisis serio de la línea de tendencia en la que se inscribe una situación con características nuevas, lo que podríamos denominar un cambio de paradigma en el proceso de industrialización del país.
Giorgio Bocca, en la biografía de Togliatti a la que se ha hecho referencia en la primera parte de este apunte histórico (1), incluye el siguiente comentario de Rossana Rossanda, responsable en aquel momento de la política cultural del PCI: «Había envejecido; incluso estaba cansado y quizás amargado por una situación que había desbaratado todos sus planes. Sin embargo, fue el primero en comprender que era preciso cambiar el rumbo, que era necesario revisar el meridionalismo de Alicata y escuchar las voces de los norteños, que estaban metidos en el fondo de los problemas de la sociedad industrial.»
No es solo eso. Togliatti percibe que un cambio de rumbo puede mejorar de forma sustancial las expectativas del partido tanto en el contexto del movimiento comunista internacional como en el terreno de la política interna. En este último, un trabajo a fondo desde la CGIL, en la que la componente socialista es cualitativamente importante, puede favorecer una recomposición de la línea política común entre comunistas y socialistas, que conjure la amenaza de ruptura total que se dibuja en el horizonte. De otro lado, con el cambio de pontificado, un factor al que se ha prestado hasta el momento muy poca atención, se abren perspectivas de entendimiento con la tendencia de izquierda de la Democracia cristiana. Juan XXIII publica en 1961 la encíclica “Mater et magistra” sobre temas sociales, que es juzgada de inmediato por el partido como de inspiración neocapitalista. Pero enseguida aparece con claridad el interés y la preocupación del papa Roncalli por los temas mundanos, en vivo contraste con la sordera y la mudez de su antecesor Pacelli, el papa que excomulgó a los comunistas.
Y en lo que respecta al escenario internacional, no se le escapa a Togliatti que la revolución industrial, aunque asume formas diferentes en los países socialistas y en los capitalistas, actúa objetivamente a favor del policentrismo. En la Unión Soviética decae la primacía de la industria pesada preconizada por Stalin. Con el vuelo orbital de Yuri Gagarin, la URSS se adelanta a Estados Unidos en la carrera del espacio. Paralelamente, se adoptan tecnologías avanzadas dirigidas a incrementar la producción de bienes de consumo. Un criterio aplicado en Rusia, razona Togliatti, no podrá negarse a los partidos comunistas de Europa occidental, entre ellos al partido italiano.
El debate sobre el neocapitalismo se abre en Italia con una conferencia de los comunistas en las fábricas, el 6 de mayo de 1961. Amendola desempeña una gran actividad y energía, tanto en dicha conferencia como en el debate capilar que se abre a continuación. En septiembre, publica en Rinascita un artículo titulado «El “milagro” y la alternativa económica», en el que señala que es preciso dar un juicio más profundo sobre las contradicciones, los límites y las consecuencias políticas del “milagro económico”, pero que ese juicio no puede acabar en un rechazo sin más. No existe un proyecto capitalista global, ni una planificación estratégica de las inversiones. No se debe sobrevalorar la racionalidad de la iniciativa. Propone en definitiva que el partido no se cierre a sí mismo las posibilidades de intervención. No todas, pero hay reformas que se deben apoyar.
El artículo de Amendola está polemizando con la posición de la llamada nueva izquierda, en la que destacan Pietro Ingrao, Lucio Magri y Bruno Trentin. Ellos sostienen que sí existe un plan de reestructuración capitalista, un plan capaz de resolver algunos de los problemas fundamentales de Italia: industrializar el Sur, transformar la agricultura, modernizar la administración y ampliar el consumo. Todo lo cual, de llevarse a cabo con criterios reformistas, asegurará a la burguesía y a sus aliados socialdemócratas una fuerte hegemonía. Proponen enfrentarse a la situación con una renovación y un auge sostenido de las luchas de masas, centradas en las reivindicaciones económicas y en las condiciones materiales del trabajo en las fábricas.
Es significativo el juicio histórico del propio Giorgio Bocca sobre esta última posición, pasados tan sólo unos pocos años (el libro fue escrito en 1973): «La nueva izquierda sobrevalora, quizá con propósitos tácticos, el cambio neocapitalista.» Desde la perspectiva actual, habría sido realmente difícil sobrevalorar las potencialidades de aquel cambio. La nueva izquierda acertó en el diagnóstico, y fue Amendola quien infravaloró la racionalidad capitalista.
Pero no es ese el meollo de la cuestión. Togliatti siguió el debate «con fervor», según Bocca, y, muy de acuerdo con su personalidad, no quiso dar ni quitar la razón por entero a una de las partes. Era necesario buscar una síntesis, un terreno de acuerdo entre las dos posturas encontradas. Ese terreno existía. Había una coincidencia general en la necesidad de situar el motor de la industrialización en el sector público de la economía, y más en concreto en los sectores estratégicos: la banca, la energía, las comunicaciones.
Es en ese momento de la síntesis cuando asciende al primer plano, de forma inopinada e inadvertida para todos, esa peculiar manipulación de los datos de la realidad que Terzi califica como una «representación político-ideológica». Algo no demasiado concreto y que no explica de forma satisfactoria los cambios en curso, pero que proporciona a los actores del drama la sensación confortable de que controlan los acontecimientos.
Se utiliza para ello la categoría leninista del “capitalismo monopolista de Estado” (CME). En su concepción inicial, se trata de una fase decadente del capitalismo en la cual el Estado debe poner en juego todas sus prerrogativas para acudir en auxilio de las fuerzas del capital, como último recurso para mantener la dominación burguesa sobre el proletariado. Ahora se aprovecha a fondo el argumento de autoridad – el concepto lleva el marchamo inconfundible de Lenin – pero se realiza una torsión curiosa. El CME ya no es el período de declive del capitalismo que precede a la revolución, sino más bien una fase de maduración de las fuerzas productivas que “anticipa” una transición más o menos pacífica e indolora al socialismo; es su antesala. El Estado pierde en la nueva interpretación sus connotaciones negativas. Ya no ayuda a la burguesía en apuros a mantener su dominación secular; es un aparato neutral, interclasista, al que corresponde la función de ejercer de testigo de un traspaso de poderes en la dirección de una sociedad madura para el socialismo y de una economía que ha llegado a su punto óptimo de eficiencia tecnológica.
No estoy en disposición de rastrear quién concibió y cuál fue el origen de dicha modificación teórica, pero lo cierto es que hizo fortuna. Togliatti la insinuó en su informe al comité central de enero de 1962: «No existe ninguna experiencia de cómo se puede o se debe conducir con éxito la lucha por el socialismo en un régimen de avanzado capitalismo monopolista de Estado, […] ni existen indicaciones explícitas en los clásicos de nuestra doctrina.» El tema del CME se discutió a propuesta de Amendola en la Conferencia de Moscú, el mes de agosto, y representó un gran éxito para las tesis de los italianos. Los soviéticos admitieron que la creación de empresas estatales era tácticamente útil, y dieron a regañadientes su aprobación al Mercado Común europeo porque, aun cuando se encontraba en la esfera de la OTAN, aminoraba la presión económica norteamericana sobre Europa.
En el largo plazo, lo grave de la aparición de la “representación ideológica” del CME es que fue incluida en el proyecto global de cambio de la izquierda, y bendecida y adoptada en bloque por los manuales al uso. Utilizo de nuevo las palabras de Bocca: « Se teoriza que la extensión del sistema del capitalismo monopolista de Estado significa, objetivamente, la maduración de las condiciones para el paso al socialismo y, por tanto, el partido debe batirse por ampliar la intervención del Estado en la vida económica. Esta teoría es desarrollada por Longo en un ensayo en el que sostiene que el capitalismo monopolista de Estado, aun cuando no contiene en sí nada de socialista, es el estadio del capital “entre el cual y el socialismo ya no existe ningún paso intermedio”, para decirlo con palabras de Lenin.» (Pág. 571. Los subrayados son míos. El ensayo a que hace referencia el texto es: G. y L. Longo, El milagro económico y el análisis marxista, Roma 1962, pág. 95.)
La vida siguió su curso. Los dos “otoños calientes” de 1968 y 1969 pusieron a prueba, con nota alta, las tesis de la nueva izquierda de Trentin, Magri e Ingrao, sin olvidar a sindicalistas eminentes procedentes del campo socialista, como Vittorio Foa. Trentin fue reprendido desde la dirección del partido; se le acusó de «pansindicalismo» y se le recordó el necesario «primato della política». Luego cambió el ciclo económico, acabó la prosperidad, Thatcher y Reagan llegaron al poder, y todo el artefacto del “capitalismo monopolista de Estado” como semillero del nuevo orden socialista, la hegemonía del sector público y la primacía de los sectores estratégicos, todo, empezó a ser desmantelado y vendido en almoneda al mejor postor.
Aquel cataclismo dejó a la izquierda desubicada, sin un programa claro y sin discurso propio. Quizás es hora ya de hacer un nuevo intento.
 
 

domingo, 29 de marzo de 2015

SOBRE LA DESUBICACIÓN DE LA IZQUIERDA. UN ANTECEDENTE (1)


¿Cómo hemos llegado a este punto?
Hace ya cuatro años, el primer ministro italiano Berlusconi fue destituido y reemplazado en el cargo por el tecnócrata Mario Monti, por decisión (o diktat) del Banco Central Europeo respaldada por la cúpula de la Unión Europea. En aquella ocasión lamentable para la democracia, dos veteranos de mil batallas de la izquierda italiana, Fausto Bertinotti y Riccardo Terzi, desarrollaron una curiosa polémica epistolar en la que pasaron revista a la situación de crisis generalizada (del Estado, de la economía, de la izquierda, de la democracia), buscaron los orígenes del catastrófico declive de la política en su país, y apuntaron posibles vías de solución. Tan divergentes fueron las conclusiones de los dos, que titularon el libro resultante Los desacuerdos amistosos. El lector curioso y paciente puede encontrar una versión del mismo en las páginas de este blog correspondientes a los primeros meses del año 2014.
Ante la pregunta “¿Cómo hemos llegado a este punto?”, Terzi señalaba entonces lo siguiente: «Insisto en el hecho de que son las transformaciones ocurridas en la sociedad, en el modo de ser y de pensar de las personas, y en la organización material de su vida, las que han determinado una desubicación de la izquierda. Hay toda una representación político-ideológica tradicional que ya no consigue explicar los cambios, y de ese modo se produce un distanciamiento creciente entre la política y la vida real.» Con cautela, señaló el propio Terzi el “Compromiso histórico” como un momento significativo de ese distanciamiento en Italia. ¿Razón? Se intentó entonces dar una solución exclusivamente política, por tanto simplista, a un problema de características mucho más complejas. En todo caso, añadía, el Compromiso fue un síntoma, más que una causa, de esa desubicación de la izquierda en la comprensión global de los problemas y en su tratamiento.
Bertinotti, por su parte, proponía varias fechas y episodios posibles, siempre en los inicios de los setenta. Una de las propuestas que mencionaba, no suya sino procedente de una lectura reciente, retrotraía a la década anterior el origen del problema: «Cesco Chinello, un dirigente del PCI inteligente, culto y apasionado, cuenta que a principios de los años sesenta, de vuelta de una reunión de partido sobre la nueva condición obrera, se le ocurrió que la historia revolucionaria del PCI había concluido en aquella fase, por su incapacidad de captar la naturaleza del neocapitalismo y, al mismo tiempo, la de la nueva subjetividad obrera.»
Aun para quienes estamos convencidos de la justeza del punto de vista de Terzi y de Chinello – el modo de ser y pensar de las personas, la “nueva subjetividad obrera”, la naturaleza del capitalismo (neo o no neo), las condiciones materiales de vida, son la realidad en la que se ubica o se desubica la izquierda –, las fechas del origen del problema que los dos proponen resultan a primera vista difíciles de respaldar. En contra de esa hipótesis se alza la enorme vitalidad, la masividad y la fuerza del PCI tanto en el ámbito nacional como en el internacional, en los comienzos de la década de los sesenta del siglo pasado. Sin embargo, he encontrado una posible confirmación de la intuición de Terzi y Chinello en la lectura de la biografía de Palmiro Togliatti, escrita por Giorgio Bocca (Grijalbo 1977, traducción de Mariano Lisa). Entiendo que el repaso a esa historia más o menos lejana puede aportar algunas lecciones válidas para la situación presente. Examinemos, pues, los hechos con más detenimiento.
 
La urgencia de un cambio político
Togliatti, el histórico secretario general del partido comunista italiano, se encuentra hacia finales del año 1960 agobiado por muchas incógnitas de diferente tipo. Es un hombre experto en equilibrios (quizás conviene recordar en este momento a algún lector joven que aquellos años, marcados por la guerra fría y la amenaza atómica, fueron una época de equilibrios precarios, igual que esta lo es de desequilibrios profundos; que entonces el mundo estaba dividido entre las grandes potencias, mientras que ahora está invadido por las grandes prepotencias). Pero siente insuficientes sus recursos ante las crisis que se suceden y se superponen a un ritmo acelerado.
Está en primer lugar la crisis internacional derivada de la muerte de José Stalin y su sucesión. Togliatti ha sorteado con habilidad la primera andanada de denuncias contra el estalinismo y el culto a la personalidad que recorre todo el bloque socialista y los partidos comunistas de occidente. En el altar en el que se había entronizado en Italia a los dos padres del partido de la revolución, Stalin y Togliatti, se produce un cambio sustancial, y ahora es Gramsci quien acompaña en la veneración de las masas trabajadoras a Togliatti. Este ha insistido con más fuerza, en los foros internacionales, en el policentrismo, es decir en la pluralidad de vías nacionales hacia el socialismo, para desmarcarse de las desagradables revelaciones que están llegando del entorno soviético; y ha contrarrestado las acusaciones de culto a la personalidad en las filas del partido acusando al histórico Pietro Secchia de personalismo y destituyéndolo del puesto que ocupaba al frente de la secretaría de organización.
Pero en otoño de 1960 Nikita Kruschev, recién asentado en el poder en la URSS, lanza un nuevo ataque a fondo contra el estalinismo durante la preparación del XXII Congreso del PCUS: suspende de sus funciones a una tercera parte de los funcionarios del partido, y prepara la eliminación definitiva de los restos de la “vieja guardia”: Molotov, Malenkov, Kaganovich y Voroshilov. Togliatti no aprecia en absoluto a Kruschev y habría apostado por una transición mucho menos traumática, por una rectificación en sordina de las rutinas burocráticas, como mucho. Pero la grandilocuencia y el estilo zafio de hacer política de Kruschev provocan una tormenta, y en el seno del PCI las protestas y las críticas a la nomenclatura se disparan. La resolución sobre el XXII Congreso redactada por el comité central del PCI en diciembre de 1960 – un intento forzado de nadar entre dos aguas – es rechazada, y Togliatti se ve obligado a redactar otra con Enrico Berlinguer y Bufalini. Obligado a tragar el sapo, cansado, consciente de su edad avanzada (está ya muy cerca de la divisoria de los setenta años), sopesa en ese momento incluso su retirada del primer plano de la política. Su enorme prestigio personal entre las bases sigue intacto, sin embargo. La madre de Pajetta, uno de los "leones" significados del partido, escribe a su hijo: «Giancarlo, ¿cómo es posible que te hayas puesto en contra de Togliatti?»
En esas circunstancias, el clima anticomunista generalizado impulsa al socialista Nenni a dar por acabada la política de frente popular con el PCI. Cuaja en esas fechas la formación de un centro-izquierda italiano, que une a socialistas, radicales, republicanos y socialdemócratas. El PCI corre, por primera vez desde el año 45, el peligro de quedar aislado en la política nacional.
Y con ese trasfondo, se disparan de pronto en todo el país las dimensiones gigantescas del gran “boom” del desarrollismo y la industrialización, el llamado “milagro económico” neocapitalista, con su secuela de grandes migraciones internas desde el Sur agrario hacia el Norte fabril. Un terremoto más, que el partido, centrado hasta aquel momento en una vocación meridionalista volcada a corregir solidariamente los desequilibrios en el desarrollo de las regiones, está obligado a tener en cuenta y analizar a fondo.
(mañana la conclusión)

sábado, 28 de marzo de 2015

NUESTRO HOMENAJE A PIETRO INGRAO


Pietro Ingrao cumple cien años el próximo día 30 de marzo. Imposible resumir en unas pocas líneas su trayectoria política en el Partido Comunista de Italia y en las formaciones que le han sucedido, se necesitaría un libro voluminoso; y sus aportaciones a la teoría política han ido incluso más allá de su talla de dirigente. Como homenaje al luchador y al maestro, los blogs hermanos En Campo Abierto, Desde mi cátedra, Metiendo bulla, Punto y Contrapunto y Según Baylos, hemos creído oportuno volver a airear el discurso que pronunció en el Paraninfo de la Universidad de Barcelona el 4 de octubre de 2002, en la ceremonia en la que recibió la distinción de Doctor Honoris Causa de dicha institución académica. La traducción del italiano es de José Luis López Bulla.
 
 
11S: un amargo presente
Pietro Ingrao

Era el mes de julio de 1936. Había cumplido 21 años. Era estudiante de la Facultad de Derecho de la Universidad de Roma, en la plenitud de mi juventud. La agresión del gobierno fascista italiano a la joven República española fue el trauma, la ocasión desconcertante que me orientó (diré: me obligó) a la conspiración antifascista: a aquel empeño en la batalla política que después ha marcado toda mi existencia. Empezó para mí, en aquellos años, una confraternidad con el antifascismo español en el exilio, que se prolongó en el tiempo, y se acompañó con el encuentro de la fascinante poesía española del "Novecento": Machado, Lorca y Rafael Alberti.
En este largo camino de mi vida he esperado ardientemente que los horrores, las masacres, la pila de víctimas que han marcado la época que he vivido, fueran solamente un amargo recuerdo: casi como la culminación de una locura a la que nos llevaron el capitalismo en su fiebre de la época fordista y, por su parte, los errores fatales del estalinismo. Después me engañé cuando, tras la caída de la URSS, pensé que se podía abrir un espacio nuevo para frenar la carrera de armamentos. No fue así. Cuando cayó el Muro de Berlín en pedazos, vimos que volvía la guerra en una zona crucial del mundo: en la península arábiga, que es un punto de juntura entre Europa, Asia y África. Hoy la cuestión de la guerra ve otro capricho. Ante todo ha sido un turbio y ambiguo pasaje orientado a relegitimar la intervención de las armas en nombre de un deseo de justicia. Recordad: fue la grave acción militar de la OTAN en Serbia, justificada en nombre de la democracia y la liberación de los pueblos destrozados por el déspota Milosevic. Vinieron los sermones de la "guerra justa". Y alguno en Europa se lanzó incluso a evocar un término supremo y antiguo. Habló de "guerra santa".
En verdad, en aquella ocasión de los Balcanes también se lanzó y alimentó (al menos por parte de algunos autores) la esperanza y la imagen de una purificación de la guerra: como si, apartándose del fango del territorio y moviéndose en la pureza de las grandes alturas de la atmósfera, pudiese y se quisiera golpear solamente (con la sabiduría de las técnicas modernas) los medios militares del adversario. Es lo que he llamado la ilusión (o el engaño) de la "guerra celeste". Brotó (¿lo recordáis?) aquella consoladora representación del piloto americano atravesando las orillas atlánticas, allá en la calma solitaria de los cielos lanzó la bomba inteligente, volviendo a casa, a la patria americana, limpio de manchas.
¡Qué horror! Sin embargo, vino la guerra de Afganistán y el ataque del cielo se ha mezclado con la cancelación de la ciudad, con los estragos civiles, con la máquina de las armas, dirigiéndose a los altiplanos y a los pliegues de la tierra. Y, paso a paso, cayeron amargamente las justificaciones éticas, las representaciones salvíficas, los sermones moralizantes.
Verdaderamente hasta ahora no han sido cancelados los vínculos formales que, en muchas Constituciones europeas y en la Carta de las Naciones Unidas, limitan el recurso a las armas. Todavía siguen ahí tales vínculos, escritos en leyes solemnes. Simplemente sucede que se han descabalgado o, de hecho, hechos trizas. El artículo 11 de la Constitución de mi país, que consiente sólo la guerra de defensa, se ha roto, sin que sobre ello haya sorpresa, ni escándalo, ni siquiera una discusión en el Parlamento o algunas aclaración del Presidente de la República, que observa sobre tal violación un religioso silencio.
Y hay algo que me espanta todavía más. Es el hecho amargo que, en nuestros países, el sentido común no se alarma, no tiembla. Hay que decir esta amarga verdad. Ojead los libros, oíd las palabras de los gobernantes, echadle un vistazo a los debates parlamentarios. Veréis que ha desaparecido la palabra "desarme". Ya no la usa nadie. Es, en este sentido amplio y angustioso que yo hablo de "normalización de la guerra". Se ha liquidado el espanto, el horror que sobrecogió a mi generación, que en aquel mayo de 1945, nos hizo jurar que nunca más debería volver la masacre.
¡Cómo mentíamos! Mirad hoy, mirad cómo se discute ahora, en estos días, abiertamente de un ataque a Irak y se invoca la "guerra preventiva". Quien habla no es un político descerebrado o un gacetillero fanfarrón. Hoy lo propone al mundo, como obligación ineludible y urgente, el Presidente de los EE.UU., el jefe de la potencia más grande de la Tierra. Y eso sucede sin escándalo. No se reúnen con angustia los parlamentos. No suenan las campanas de las iglesias, Los sindicatos no convocan huelgas. Atención: se ha convertido en normal la "guerra de prevención", invocada por el país que se considera el guía del mundo.
¿En qué se funda esta revalorización y normalización de la guerra, y, por qué el pacifismo tiene hoy una restringida minoría?
Quiero, solamente, aludir a una explicación que, por comodidad y brevedad, llamaré "técnica". La verdad es que no entra en mis conocimientos la criba de las grandes innovaciones tecnológicas y de los nuevos saberes que han dilatado y revolucionado los sistemas de alarma, la trama de los conflictos, la combinación de las estrategias entre tierra, mar y aire. Sin embargo, tengo "in mente" los fuertes cambios acaecidos en la relación políticosocial entre la vida del hombre sencillo y las masas de civiles, de un lado, y, de otra parte, en lo que se ha convertido la guerra en este cambio de siglo.
Me parece indudable que, en los últimos decenios, se está desarrollando (¿o retornando?) la connotación "especializada" de la práctica de la guerra. Parece que ha desaparecido o empalidecido aquella connotación totalizante que viene clamorosamente desde principios del "Novecento": aquel camino que, a partir del conflicto mundial de 1914, vio alinearse a millones de hombres en los frentes de varios continentes. Durante años y años, y en una condición humana radicalmente diversa del vivir civil: aquella guerra de masas en el fango de las trincheras que pronto fue dilatándose hasta atrapar al conjunto de las naciones, las ciudades lejanísimas del frente, la vida de los desarmados, las mujeres y los niños. En suma, la guerra de masas. La guerra mundial como la llamábamos.
Hoy las obligaciones prevalentes, el núcleo central de la acción bélica parecen nuevamente confiados a los soldados de oficio: a ciudadanos y ciudadanas que aceptan (o incluso piden) ser llamados a practicar la ciencia de la guerra, con sus tecnologías refinadas y sus riesgos de muerte. El matar colectivo, en nombre del poder público, vuelve a ser una tarea noble y ambicionada, bajo el aspecto de las retribuciones, del rango social y del reconocimiento público. Y la existencia de estos cuerpos especializados en el matar, en nombre de la comunidad pública, aparece como una nueva división de responsabilidades que permite a los civiles garantías de protección y sabiduría especializada para dedicarse (digámoslo de ese modo) serenamente al objetivo de la paz. Así, el soldado Ryan (¿recordáis la famosa película?) puede quedarse tranquilamente en su ciudad, ya que un adecuado "ejército de oficio" echa sobre sus espaldas el cruento y "nuevamente" noble oficio de la guerra.
De ahí que se podría pensar que esta revalorización de las armas y su relanzamiento como nervio y recurso central de la política se apoyen sobre operaciones de desagravio de masas de civiles y sobre eso de la lejanía (de su horizonte) del peligro a una vuelta de las pruebas terribles vividas en dos trágicas guerras mundiales (y aún, otra más). Y se puede pensar que Bin Laden y la feroz masacre de las Torres Gemelas (intencionadamente y con una espectacular audacia) han querido e intentado volver a lanzar al horno de la guerra de masas a "los civiles" del enemigo americano para sembrar en su ánimo nuevamente el espanto de la guerra, el miedo de masas de las masacres de masas. ¿Fue ese el feroz reto? No lo sé. Sé que los terribles acontecimientos a los que me he referido y el hecho de que nosotros queramos atrapar los acontecimientos reabren ásperas preguntas sobre el sentido y las formas que asume la política cuando se abre el Tercer Milenio y en la época de la globalización: un momento en que el capitalismo (desagregados a escala planetaria los momentos del producir y del consumir) vuelve a desorientar y dividir las nuevas subjetividades sociales que, en el curso del trágico "Novecento" habían puesto en discusión sus poderes y parámetros. Sin embargo, para sorpresa de muchos, de esta victoria no brotan ni la primavera del Tercer Milenio ni la calma de una estación segura de sus reglas íntimas. Retorna también sobre el trono, con arrogancia (y con una duda interior) la ciencia del matar; y vuelve, además, incluso sobre aquel vértice del mundo occidental donde (tras la trágica derrota de los "rojos") parecía que florecería una calma sabiduría irrefutable.
Entonces, en aquel 1936, el fragor de las armas sobre vuestra tierra y la masacre de Guernica cambiaron mi existencia, metiéndome dentro del conflicto. No pensaba, nunca lo habría pensado que habiendo tenido la fortuna de vivir casi un siglo, habría tenido finalmente que volver a la pregunta elemental sobre el derecho y sobre la forma del matar colectivo a nuestros semejantes; y que ese arte viniera hoy presentado, incluso, como instrumento de "educación" del mundo, de sabia "prevención".


jueves, 26 de marzo de 2015

CONFLICTO SOCIAL Y ALTERNATIVA POLÍTICA


Al hilo del análisis de las autonómicas anticipadas, José Luis López Bulla nos deja, en Un cáncer en las elecciones andaluzas (1), una reflexión clarividente e importante. Su tesis: no ha habido irrupción significativa del 15-M en el territorio de la política, el «no nos representan» dirigido a los “viejos” corre el riesgo de extenderse también a los “jóvenes”, y los dos mundos del conflicto social y de la alternativa política permanecen en estado de incomunicación, como dos compartimientos estancos o dos líneas paralelas.
Una reflexión cercana, referida de forma específica a Izquierda Unida, se la plantea Luis María González en ¿Esto nos pasa por gobernar? (2). Dice en concreto: «Siempre he repetido, que el proyecto de IU tiene un déficit de credibilidad ante los trabajadores y ciudadanos: nuestra capacidad para gobernar. Somos activos en la reivindicación y la movilización. Será difícil encontrar un conflicto, una lucha, una movilización en la que no esté IU. Pero lo somos menos cuando se trata de traducir en acción institucional y de gobierno la voz de la calle.»
En efecto, el problema viene de lejos. De un lado, debido a una cautela de muchos votantes que estiman conveniente no poner todos los huevos en la misma cesta. Recuerdo que en las épocas de la primavera democrática los ciudadanos de Sabadell votaban con la misma mayoría abrumadora tres opciones distintas: a Felipe González (PSOE) en las elecciones generales; a Jordi Pujol (CiU), en las autonómicas, y a Toni Farrés (PSUC), en las municipales. Era una transacción no escrita, una forma de mantener un equilibrio de poderes compensados que se estimaba como la mayor garantía de una prosperidad social.
Esa concepción subsiste de alguna manera en la idea de quienes reparten su confianza, a unos para la movilización social, y a otros distintos para el gobierno de las instituciones. IU se ha visto siempre lastrada por una desconfianza instintiva de las llamadas (abusivamente) “mayorías silenciosas”: se apoyaba la movilización social que promovía IU, el “follón”, pero se consideraba de forma tácita que esa misma circunstancia la descalificaba para gobernar.
El deseo de vencer esa desconfianza prejuiciosa ha llevado a IU y a IC-V a adoptar formas exquisitas de actuación responsable en las ocasiones históricas en las que han sido llamadas por el voto ciudadano a hacerse cargo de parcelas de poder. Pero el intento de atenuar los conflictos en aras a la gobernabilidad no les ha ayudado con unos y en cambio ha perjudicado la confianza que otros ponían en ellas. Es un rompecabezas de difícil solución.
No es ese, sin embargo, el problema que emerge de los números de Andalucía, en la lectura de López Bulla y de Carlos Arenas. Estamos ante otro fenómeno distinto y de grandes proporciones, el del desencanto de la política y de la abstención como mística de un rechazo global al sistema. Es decir, ante un nutrido filón de ciudadanos que se manifiestan radicalmente contrarios a la política, a la política de cualquier signo, y que se movilizan de forma puntual en contra de déficits sociales muy determinados…, que dependen precisamente de la política. Hubo una identificación apresurada entre el afloramiento del 15-M y de los Indignados, y el nacimiento de Podemos como experimento político. Son dos cosas distintas: el 15-M es un fenómeno, y Podemos un epifenómeno. Pero sería bueno que Podemos – o, en su defecto, otra formación novedosa y aguerrida – consiguiera arrastrar hacia el terreno de la política a reivindicaciones y a personas que hoy se mueven en los márgenes del sentimiento común de lo colectivo, de lo socialmente compartido.
 


 


 

miércoles, 25 de marzo de 2015

SENTIDO COMÚN Y POLÍTICA


Teresa Rodríguez, cabeza de lista de Podemos en las elecciones andaluzas, declaró el mismo domingo por la noche, una vez establecido el contenido definitivo de las urnas, que el objetivo de su grupo de 15 diputados va a ser «llevar el sentido común a la Cámara». Quizás no fue consciente en ese momento de que “sentido común” es lo que va predicando Mariano Rajoy como prerrogativa principal de su línea política.
Cierto que el sentido común no responde a una posición fija e invariable. Antonio Gramsci dejó escrito, en un texto que recuerdo de forma vaga pero que no he conseguido localizar (solicito ayuda de alguna alma caritativa que lo haga por mí), que cada grupo e incluso cada subgrupo social segrega su propio sentido común, netamente diferenciado de los demás. Para Teresa, por poner un ejemplo, será de sentido común convocar una concentración de vecinos para detener un desahucio, mientras que para Mariano lo que cae de su propio peso es hacer cumplir la resolución administrativa con despliegue de antidisturbios y excavadoras si es preciso.
No es lo mismo un sentido común que el otro, ciertamente. Pero en cualquier caso, afrontar una legislatura solo con sentido común como arma ofensiva y defensiva, parece poca cosa. Más, en un partido comprometido con la transformación de una sociedad profundamente desigual, en la que la falta de cohesión, el desarraigo y la pobreza presentan índices muy alarmantes. A muchos nos gustaría haber escuchado unas líneas de programa algo más concretas.
En cualquier caso, de puro sentido común será, para Podemos e Izquierda Unida Andalucía, ajustar sintonías y aunar esfuerzos. Ya ha pasado el momento estelar para los contactos y los acuerdos entre formaciones, es decir,  el de la confección de listas de los candidatos y de las ofertas a la ciudadanía. En ese trance cada cual defiende el valor de la marca, y las suspicacias recíprocas hacen que sea muy difícil coincidir. Aceptémoslo. Pero en el acontecer diario de una Cámara a la que se pretende llevar los beneficios del sentido común, el buen entendimiento de dos grupos minoritarios próximos en intenciones y en objetivos sí resulta más fácil, y además especialmente deseable.
La virreina de Andalucía ha decidido impartir gobierno en solitario, y va a tener una oposición nutrida y fiera por su costado derecho. (Algunos auguran que dispondrá, para nadar en aguas turbulentas, de un flotador providencial en Ciudadanos, formación a la que adjudican una posición de centro-centro. Mi opinión personal es que la ubicación de Ciudadanos en el espectro político es de derecha-derecha. No es el PP, ciertamente, pero tampoco es diferente. El primero es un supermercado, el segundo una boutique con encanto. El tiempo dirá si llevo razón en esa apreciación.) En esta situación crítica, para las formaciones que en una u otra medida se reclaman de la izquierda será de sentido común, no intentar una pinza con la derecha, sino muy al contrario presionar para introducir píldoras de reforma social en un programa de gobierno psoecialista que se intuye reducido a la gestión administrativa de lo existente, adornada con floripondios de retórica rociera.
 

lunes, 23 de marzo de 2015

NO HUBO RUPTURA EN ANDALUCÍA


Las elecciones andaluzas, inauguración oficial de un curso político apretado, han deparado novedades y sorpresas menores: apariciones, eclipses, permanencias y declives. La mala noticia es que no ha habido ruptura. El viejo molde ha servido para instalar en nuevos nichos a las fuerzas emergentes; apenas ha habido que agrandar las sisas y retocar algunas costuras en el traje que ya sirvió para el ciclo anterior. Quienes esperaban un terremoto pueden constatar que en efecto lo ha habido, pero su intensidad medida en la escala Richter apenas habrá llegado al 1,5 o al 2, como ya predijo hace algún tiempo el observador agudo Carlos Arenas Posadas.
No ha habido lucha de ideas ni contraste de programas en la campaña: solo son de destacar algunos golpes bajos, muy bajos, en la peor tradición de nuestro parlamentarismo. Ha habido también muchas apelaciones a la emoción. La emoción es algo que se transmite bien por twitter y es capaz de arrancar a través del “Pásalo” una concentración puntual considerable de personas, si se eligen bien el día y la hora; pero en términos de propuesta política a cuatro años vista, resulta muy poco eficaz.
Sin embargo, a Susana Díaz le ha bastado con envolverse en la bandera andaluza para repetir sus resultados anteriores. El otro partido de gobierno (hasta diciembre del año pasado), Izquierda Unida, ha caído en un socavón, pero la liberación de sus ataduras como socio minoritario de un proyecto dudoso puede permitirle resanar sus expectativas a medio plazo, con nuevo liderazgo y mayor proximidad a sus bases de siempre. El Partido Popular, por su parte, ha sufrido los efectos de un fuerte desgaste, pero sus 33 escaños aún quedan muy por encima de los 15 obtenidos por la fuerza emergente Podemos. No creo que Pedro Arriola esté del todo disgustado con la performance; de pronto los malos augurios en relación con el resto de las consultas programadas para 2015 dejan paso a la sensación de que el PP va a bajar, sí, pero tampoco va a ser para tanto.
Por lo que respecta a la ciudadanía, tanto en Andalucía como en otras latitudes, desmovilizada, pasiva, expectante ante un prodigio anunciado que vendría de más allá de las fronteras de la política, entiendo que ha sufrido aquella decepción que tan bien supo describir Constantino Cavafis (cito la traducción de Pedro Bádenas en Alianza Editorial, 1999):
«¿Por qué reina de pronto esta inquietud y confusión? (¡Qué graves se han vuelto los rostros!) ¿Por qué calles y plazas aprisa se vacían y todos vuelven a casa compungidos?
»Porque se hizo la noche y los bárbaros no llegaron. Algunos han  venido de las fronteras y contado que los bárbaros no existen.
»¿Y qué va a ser de nosotros ahora sin bárbaros? Esta gente, al fin y al cabo, era una solución.»
 

sábado, 21 de marzo de 2015

TERTULIANOS, ZASCANDILES, ADANES, AMATEURS


Se le ha de reconocer a Mariano Rajoy una virtud: es un muermo en casi todos los acimuts de su rosa de los vientos, pero hace gala de originalidad al elegir sus adjetivos descalificativos. Vean esta tetralogía: tertulianos, zascandiles, adanes, amateurs. Tales son las flores que ha dedicado a los cuatro rivales del PP (PSOE, IU, Podemos, C’s) en un acto de partido en Valencia desde el que ha disparado por elevación en dirección a Andalucía, durante la mismísima jornada de reflexión para las elecciones de mañana. ¿Está permitido eso? Depende. Para los demás no, para el PP sí. El PP es más que un partido, es una entidad benefactora sin ánimo de lucro comparable a Cáritas, razón por la cual no hay impedimento ninguno para que reciba donativos en B sin obligación de cotizar a Hacienda (es la propia Hacienda la que lo afirma). Y por añadidura, ya que quien puede lo más puede también lo menos, tiene bula para organizar mítines en Valencia y emitirlos íntegramente y en directo por la televisión pública durante una jornada de reflexión en Andalucía.
Son cuatro adjetivos para cuatro partidos; podría pensarse en una correspondencia, un insulto particular para cada uno de ellos, pero me inclino a pensar que dispara a mogollón contra todos, y no hace diferencia entre Díaz, Maíllo, Rodríguez y Marín. Todos son tertulianos, zascandiles, etc. Todos contrastan con «la seriedad y el coraje» de los candidatos del propio Partido Popular, «que saben de lo que hablan». Si se tiene en cuenta la cantidad de investigados (antes imputados) en delitos de corrupción, cohecho y tráfico de influencias que adornan las candidaturas populares, las palabras de Rajoy son casi una acusación formal a su grupo.
En todos los demás aspectos, el Augusto ha sido tétricamente igual a sí mismo en su discurso. Ya se atisba la recuperación económica, y cualquier modificación en el rumbo que él mismo ha trazado con un derroche de estudio, sensatez y sentido común, corre el riesgo de arruinar las expectativas favorables en las que nos movemos. Con su esfuerzo ímprobo ha mantenido intactos los pilares de una política de bienestar en lo más crudo de la crisis. Creará 500.000 puestos de trabajo en 2015, por estas que sí.
Hay una virtud política denominada credibilidad, pero Mariano debe de estimar que basta con ignorarla para que aumenten hasta extremos inconcebibles las tragaderas del personal. Le convendría hacer gala de un poco más de ese sentido común del que alardea. Le ocurre a fin de cuentas como a tantas Misses Universo, que desean ser valoradas por su inteligencia, y no por sus atributos sexuales. E igual que les ocurre a todas ellas, cuando el público juzga a Mariano, en lo que se fija es en la otra cosa.
 

SOBRE LA VISIBILIDAD DE LAS MUJERES


Leo en El País un artículo de Gabriela Cañas sobre Eva Pellicer, una española de 37 años que ha recibido uno de los premios L’Oréal a la investigación científica femenina. Les recomiendo el artículo, pero deseo en particular llamar la atención sobre la entradilla que la periodista ha colocado en el mismo: «Las alumnas de carreras científicas obtienen los mejores resultados, pero solo el 30% se dedica a la investigación y una mínima parte llega a la cúspide de la pirámide.»
Sería necesario, por supuesto, situar esa información en un contexto más preciso. Quienes llegan a «la cúspide de la pirámide» en cualquier profesión son siempre «una mínima parte»; de otra forma no habría ni pirámide ni cúspide. Y no se menciona el porcentaje de varones que después de recibir una formación científica se dedican a la investigación, lo que impide una comparación adecuada. Pero es cierto que las mujeres tropiezan, en este campo como en otros, con dificultades que son: a) superiores a las de los varones, y b) motivadas en buena medida por su relación con los varones, es decir, por una cuestión de género.
La expresión más cruda de esta realidad es el consejo que da a las mujeres una autora italiana de cuyo nombre no quiero acordarme, y que editó a su costa el Arzobispado de Granada: “Cásate y sé sumisa”. Hay desde buen principio un fuerte condicionante religioso y social en la educación de las mujeres. El apareamiento y la perpetuación de la especie como culminación de un objetivo vital deberían ser en principio una aspiración igual para los dos sexos, pero no lo es. Para el varón, la compañera y la prole son con frecuencia meros accesorios en su carrera personal. Para la mujer, por el contrario, el hogar y la familia son el centro de la vida.
Se ha afirmado que detrás de un hombre prominente se puede encontrar siempre a una gran mujer. Tampoco hay que llevar la generalización demasiado lejos, a veces se encuentran ahí varias mujeres (más o menos valiosas), como en el caso del presidente francés François Hollande, y en otras se encuentra lo que se encuentra al hurgar en la vida de Dominique Strauss-Kahn. Pero es cierto que las mujeres vinculadas a un varón más o menos ilustre tienden a la invisibilidad. Y en las vinculadas a ciertos energúmenos, cerriles y violentos, la invisibilidad y la sumisión femenina adquieren un carácter particularmente dramático y forzoso.
Conviene hacer algo respecto de todo ello, porque, como avisa Marlis González Torres en «Gallinas temiendo al zorro» (1), la igualdad real de las mujeres no avanza. Desde que Virginia Woolf reclamó “una habitación propia” que proporcionara a las mujeres los medios instrumentales necesarios para ascender desde el reino de la necesidad al de la libertad, son muchas las que han roto el tabú de la invisibilidad. Enhorabuena para ellas, pero ese dato no desmiente el hecho de que subsisten, e incluso repuntan, cuestiones tales como la desigualdad de oportunidades en muchos terrenos, la no paridad en las retribuciones laborales, la merma de derechos de la mujer en las relaciones paternofiliales, y sobre todo la violencia de género tolerada desde las instituciones, que tiñe las relaciones sociales con una mancha infamante.
 

 

jueves, 19 de marzo de 2015

COSPEDAL PIERDE UNA OCASIÓN DE CALLARSE


Informa la prensa diaria de que en un desayuno informativo celebrado por La Tribuna en el parador de Cuenca, la secretaria general del Partido Popular María Dolores de Cospedal se declaró partidaria de suspender la final de la Copa del Rey de fútbol y desalojar el estadio en el caso de que los espectadores silben el himno nacional. «Quien no quiera ir a ver ese partido que no vaya, y si un equipo no está de acuerdo, que no juegue», ha añadido para justificar su opinión.
El argumento utilizado simplifica en exceso los términos de la situación, que es lo que suele ocurrirle a menudo a doña María de los Dolores. Habla por no callar, por los descosidos como suele decirse, y así le va. Vamos a enumerar algunas cuestiones que no ha tenido suficientemente en cuenta:
Primera, que quien va a un estadio lo hace para ver fútbol y no para escuchar un himno. Haga la prueba cuando quiera la señora, y dé una audición del himno nacional en el estadio Bernabéu o en el Teatro Real si lo prefiere, cobrando la entrada al precio de la final de copa. Luego puede contar los espectadores de los dos eventos y establecer las conclusiones pertinentes.
Segunda, que los clubes no tienen libertad para jugar o no la llamada Copa del Rey (llamada así de forma tradicional y no se sabe muy bien por qué motivo, ya que no es el monarca quien financia de su bolsillo el evento). La Federación ha incluido la competición en su calendario, y los clubes sin excepción deben participar con sus primeras plantillas, so pena de ser multados y sancionados con dureza.
Tercera, que desde la Roma de los césares es bien sabido que el fútbol es, con el reparto gratuito de pan, un milagroso exutorio para el descontento de las masas. En Roma lo llamaron «panem et circenses», y gustaban de soltar leones en el coliseo en lugar de balón. Hoy el pan de balde ha caído en desuso, pero se mantienen los circenses e incluso la fraseología de la época: se habla de “gladiadores” que pisan la “arena” y van “a muerte”. Incluso los componentes de uno de los equipos presentes en la final son conocidos como “leones de San Mamés”. Quebrar de improviso una tradición tan bella y acrisolada por culpa de los silbidos a un himno sería, por decirlo de alguna manera, poco sensato. Nunca se sabe qué hará a continuación una multitud que ha pagado religiosamente su entrada y a la que de pronto se priva del espectáculo épico con el que se relamía de antemano. Ni siquiera Nerón o Calígula harían una cosa así.
Cuarta, consiguientemente cabe sospechar que doña María Dolores habló en Cuenca de boquilla. Su piadosa intención fue tal vez amagar para no tener que dar, y muy probablemente el efecto de sus palabras será el contrario al deseado, y arreciarán los silbidos y abucheos a algo que no es en ningún caso el motivo que convoca a un gentío tan grande en el recinto cerrado de un estadio deportivo. Ella sabrá entonces lo que se hace (en fin, supongo yo que lo sabrá), pero dudo que tenga lo que eufemísticamente llaman los británicos “cataplains” (el término es intraducible, lo siento) para suspender el partido y mandar a la fuerza pública a desalojar por la brava los graderíos.
Visto y considerado todo lo cual, la conclusión que se impone es que la eximia dirigente popular ha perdido una ocasión de callarse. Una más, y excelente en este caso.
 

martes, 17 de marzo de 2015

«COALICIÓN SOCIAL» Y CAMBIO DE BASE


Ayer colgué de estas páginas un artículo de Stefano Rodotà, en torno al proyecto de «coalición social» cuya cabeza visible en Italia es el secretario de la FIOM (el sindicato metalúrgico de la CGIL), Maurizio Landini. Rodotà favorecía esa perspectiva desde una cierta cautela: el proyecto de Landini es aún incipiente, viene a decir, y su mayor peligro es que las prisas y las «calendas electorales» le impidan cuajar como sería de desear. En el mismo sentido se manifiesta hoy José Luis López Bulla en su post “La «coalición social»: ¿qué es eso?” (1)
Coincido en la cautela con los dos maestros. Y sin embargo, creo que se trata de un camino que conviene explorar con más ahínco.
El nombre no es muy sugerente: “coalición” suena a compromiso entre los estados mayores de los distintos cuarteles generales en presencia. Malo, si se trata solo de eso. La gracia estaría en articular un movimiento social y político de fondo, plural, con cara y ojos, con voz y voto. Confeccionado a partir de retales diversos, pero de forma tal que los pedazos, una vez cosidos, encuentren una identidad y unas aspiraciones comunes.
Se trata, dicho de otra forma, de “reinventar” la sociedad. Una operación que puede parecer el descubrimiento de la sopa de ajo. Sí, pero atención. Margaret Thatcher dijo una mañana cualquiera que la sociedad no existe, que solo existen los individuos. Algunos nos reímos ese día, nos pareció una mera salida de tono de una señora bastante bruta. Pero lo cierto es que primero las instituciones financieras, y luego los gobiernos, uno tras otro como en una teoría de fichas de dominó, marcharon por esa senda.
La sociedad dejó de existir en los cálculos de la política económica. El trabajo, también. Hubo un divorcio en el seno del llamado Estado social, formulación que es un disparate semántico puesto que la sociedad es una estructura y el Estado una superestructura. Cada cual fue por su lado: los servidores del Estado se enriquecieron, los de la sociedad se empobrecieron simétricamente, y las clases trabajadoras quedaron olvidadas en un rincón, no ya como fuerza activa sino meramente como dato de la ecuación de gobierno, e incluso de oposición. La solidaridad para con los débiles, los ancianos, los enfermos, los disminuidos, los sin techo o sin arraigo, desapareció de los presupuestos públicos. Y la ciudadanía ha devenido en plebe. Derechos conquistados a lo largo de dos siglos de ascenso continuado han sido cercenados o demediados, y solo queda el del plebiscito: un Sí o un No escuetos a las propuestas de los tribunos. Propuestas que, por lo demás, se presentan siempre como un ultimátum y una amenaza: o esto o el caos, no hay alternativa.
Reinventar la sociedad a partir de la renovación de un gran pacto solidario parece el mejor remedio posible en esta situación. No cabe confiar demasiado en los partidos políticos, que en tiempos ejercieron con eficacia la tarea de mediación y representación de la base social, pero ahora, o miran para otro lado, o necesitan con urgencia pasar por el taller para algo más que una mano de pintura.
La sociedad no está desaparecida, sino inerme: se indigna, se manifiesta, resiste, forcejea en mil conflictos menores y paga las multas o los días de cárcel con los que la castiga la autoridad competente. La sociedad, divorciada hoy del Estado e ignorada en los protocolos del poder, necesita reafirmarse, articularse desde abajo, y acumular fuerzas hasta conseguir una «masa crítica» (es la expresión utilizada por Rodotà) que le permita negociar ventajas haciendo uso de un poder de intimidación del que ahora carece.
No lo llaméis coalición, llamadlo conjura solidaria si queréis. O empoderamiento. Lo que hace falta en definitiva es un fortalecimiento de la base social. Mejor aún, un cambio de base. Y en ese trenzado, aún por concretar, de vectores y fuerzas novedosas, la representación del trabajo ha de ocupar por su dimensión y su jerarquía una posición estratégica. No la de punta de lanza, sin embargo, sino la de centro de gravedad. Un centro de gravedad que asegure el equilibrio del experimento, y que amplíe de forma constante las expectativas y los horizontes. Que sea garantía del cambio de base.
 


 

lunes, 16 de marzo de 2015

LA COALICIÓN SOCIAL DE LANDINI Y LA POSIBILIDAD DE OTRA POLÍTICA


por Stefano Rodotà

La expresión “coalición social”, ya presente en el debate político, fue oficializada ayer por Maurizio Landini. ¿Cómo, y por qué, se busca una nueva forma de acción política colectiva? En los últimos tiempos se ha ido conformando una relación entre el Estado y la sociedad, o más bien entre el gobierno y la sociedad, marcada por un fuerte reduccionismo, donde el único sujeto social considerado interlocutor legítimo es la empresa. Una versión doméstica de la bien conocida afirmación de Margaret Thatcher según la cual la sociedad no existe, existen solo los individuos. Individuos atomizados, aislados entre ellos: ayer considerados “carne de encuesta”, hoy reducidos apresuradamente a carne de tuit o de slide.

Llevando un poco más allá este análisis, no es arbitrario señalar un retorno a lo que Massimo Severo Giannini, en su reconstrucción de las experiencias históricas italianas, había definido como un Estado “monoclase”, dominado hoy por la dimensión económica y por la reducción del gobierno a “gobernanza”. ¿Se separan Estado y sociedad? Sea cual sea la respuesta, lo que se percibe es un desapego profundo de los ciudadanos hacia partidos e instituciones, testimoniado por el crecimiento y la consolidación de la abstención electoral.

Pero la sociedad no desaparece, ni acepta la deslegitimación inducida por la actitud política del gobierno. De un lado expresa pulsiones que rediseñan el sistema de los partidos en un sentido populista o de democracia plebiscitaria. Al mismo tiempo, y de otro lado, manifiesta formas de organización y de acción muy diversificadas, reacciona contra la puesta en práctica de mecanismos de exclusión como los que pivotan sobre la reducción de los derechos, y empieza así a colmar ese déficit de representación que afecta a la sociedad en su conjunto, y que se ve agravado por el conjunto de reformas constitucionales y electorales actualmente en discusión.
Precisamente la cuestión de la representación nos aproxima al núcleo del problema. Cuando se dice que una multitud de ciudadanos no está o no se siente representada, en realidad se constata que en la discusión pública y en la decisión política están ausentes no tanto los intereses específicos, como, y sobre todo, las referencias de peso a los principios básicos. Una indagación paciente en esa dirección permite identificar los nexos que ligan los grandes principios constitucionales a la concreción de los temas con los que nos topamos diariamente: tutela de los derechos sociales, participación, reconocimiento de los nuevos derechos civiles, consideración de los bienes en relación con su condición de esenciales para la satisfacción de necesidades sociales y culturales, refuerzo de los lazos sociales a través de la práctica de la solidaridad, necesidad de actuar en la dimensión supranacional e internacional de manera coherente con las anteriores premisas.

¿Son esos principios y temas propios de la izquierda? Ciertamente pertenecen a ese territorio, y la atención renovada a la sociedad acaba así por formar cuerpo con la necesidad de garantizar, no una supervivencia cualquiera a una identidad abstracta de la izquierda, sino a ese conjunto de principios ahora extraviados o abandonados en la práctica del gobierno, no solo en Italia.

Pero, se nos pregunta, ¿existe un área a la izquierda del PD donde podría asentarse una nueva fuerza política? La limitación de un planteamiento de ese tipo consiste en el hábito de trasladar cualquier cuestión al interior del funcionamiento del sistema de los partidos, identificando política y partido y banalizándolo todo en torno a la cuestión de si Fulano o Mengano tienen la intención de fundar un partido nuevo.

Precisamente es la posibilidad de otra política lo que se describe hoy al hablar de una coalición social, una expresión que puede tener diversos significados, pero que aquí caracteriza a un proyecto concreto de colaboración organizada de muchos sujetos activos en la sociedad, ligados a aquellos principios apenas recordados. Se habla de Libera y de la FIOM, de Emergency y de los Comités para el agua pública y los bienes comunes, de Libertà e Giustizia, de las redes de estudiantes, de los grupos activos en el tema de la renta de ciudadanía, y de otros aún.
Poner en común estas experiencias, sin pretensión de alcanzar unificaciones artificiales, significa crear una masa crítica políticamente significativa, con capacidad de atracción, y de confrontación también, respecto de otras iniciativas sociales, en un terreno diferente del que es propio de los partidos, prisioneros de lógicas personalistas y oligárquicas. Y así venimos a situarnos ante una discontinuidad importante incluso en relación con tantos intentos perdedores confiados a listas electorales improvisadas o a imitaciones de experiencias extranjeras.

Las prisas, la subordinación a las calendas electorales, constituyen el verdadero peligro en el camino de la construcción de la coalición social. Una reunión de los diferentes sujetos antes mencionados, y no solo de ellos, debería definir las modalidades de trabajo en común y los temas en los que comprometerse con acciones concretas, apoyadas en una amplia renovación cultural. Solo después de conseguido ese arraigo social, cultural y político diferente, llegaría legítimamente el momento de una discusión general sobre la representación y, si queremos llamarlo así, sobre el liderazgo.

Hay quien dice que una verdadera coalición social solo puede nacer de una movilización capaz de crear un sujeto histórico del cambio que asuma el mismo papel que desempeñaron la burguesía y la clase obrera en la edad moderna. Se dirige entonces la mirada hacia las nuevas clases “explosivas” de los precarios, los inmigrantes, los ocupas, los indignados, el trabajo dependiente, las capas medias empobrecidas. Son referencias significativas, pero que aún no indican la vía hacia un nuevo sujeto histórico y, en consecuencia, no pueden vaciar de significado otras formas de coalición social.

Otros, en cambio, parten de los apremios de la actualidad y trasladan la atención, desde la coalición social, hacia la creación de un sujeto único de la izquierda. La cuestión no es nueva, y con ella se ha pretendido soldar muchos fragmentos desprendidos de la izquierda, con resultados insignificantes hasta ahora. El obstáculo consiste en el hecho de que los diversos grupos son prisioneros de lógicas paralizantes: la supervivencia, por ejemplo para Rifondazione comunista; la pertenencia, para SEL y la abigarrada galaxia de las minorías del PD. Una situación que se arrastra desde hace tiempo, que no puede pretender el monopolio de la iniciativa en la izquierda, y que, de otra parte, podría beneficiarse de una discontinuidad que obligaría a abandonar los esquemas actuales.

La coalición social puede ser precisamente eso. Un despertar, un retorno beneficioso a una política fuerte y organizada.
 

Publicado en MicroMega, 15 marzo 2015

(Por la traducción, Paco Rodríguez de Lecea)