domingo, 31 de julio de 2016

HILARIA O LOS INFORTUNIOS DE LA VIRTUD


A mi hijo Carles,

que en su reciente visita a Barcelona

me preguntó por qué no había escrito

aún nada sobre Bernie Sanders

 

Después de conseguida la nominación demócrata, Hilaria ha ejecutado varios movimientos de manual. Se ha dirigido a todas las niñas asegurándoles que cualquiera de ellas puede ser la siguiente presidenta; ha elegido a Tim Kaine (lo más parecido al perejil en el sentido de que combina sin problema con todas las salsas del recetario) para formar el ticket presidencial, y ha moderado su discurso con el fin de atraerse a las decisivas capas medias de la población. Ya durante la larga campaña electoral había dado pruebas de una preparación concienzuda para el asalto a la Casa Blanca al demostrar que sí sabía hornear unas galletas caseras. Podrá contar, así pues, con el voto de más o menos cuatro millones de amas de casa americana perfectas, con la excepción tal vez de las que, por cuestiones respetables de gusto particular, prefieran el jengibre a la vainilla.
Y sin embargo, en los fatídicos idus de noviembre Hilaria podría perder las elecciones. ¿Imposible? No, tan solo una simple eventualidad que no consta en ningún manual conocido y por tal razón no ha sido prevenida por la candidata.
La posición de Hilaria se parece a la de nuestro Pedro Sánchez, en el sentido de que considera que en la política todo sigue más o menos igual a como era antes. También Pedro piensa que su suerte política está ligada a la de las capas medias, a pesar de que cualquiera puede apreciar a simple vista que las capas medias ya no son el punto fijo del péndulo de Foucault, y que su comportamiento electoral ha dejado de ser previsible y sumiso. Las capas medias británicas añosas votaron Brexit; en Francia sostienen a Le Pen; en Italia, al 5 Stelle. Cansadas de ser el conejillo de Indias de todos los experimentos liderados por Big Money (es decir, la multinacional Dinero SL), las capas medias se están incorporando – con tiento, eso sí; con escarmentada prudencia – a las brigadas de los antisistema.
Bernie Sanders representó un movimiento radical de fuera adentro que venía a plantear cambios concretos en un sistema repleto de automatismos y trampantojos introducidos por Big Money. El Patoso Donald, curiosamente, supone una variante solo algo diferente y más aparatosa del mismo impulso que movió a Sanders: es la fuerza externa que tiene la misión de zarandear sin contemplaciones el establishment. Su imagen tiene como único aval la ficción del cómic, pero así y todo hace fortuna en un mundo necesitado de superhéroes que acudan al rescate.
Instintivamente Hilaria y Pedro Sánchez siguen buscando sus opciones al abrigo de las seguridades proporcionadas por Dinero SL. Pero este cuida solo de sí mismo, no se casa con nadie, no quiere contratos fijos ni en la economía ni en la política, de modo que solo asigna a sus servidores empleos eventuales y a corto plazo, en la medida en que le permitan seguirse forrando.
Hilaria se ofrece como una secuela previsible de la misma historia vista cien veces. Donald, como Bernie antes, promete una conmoción imprevisible. Todas las novedades, incluso las catastróficas, atraen en momentos como este a unas capas medias maltratadas, empobrecidas y excluidas, que no están ya dispuestas a imitar a San Lorenzo y darse la vuelta en la parrilla para tostarse por los dos lados.
Cosa muy distinta a lo que promete es lo que vaya a hacer Donald si es elegido. Todas las sospechas están permitidas, igual que en el caso de Beppe Grillo o de la señora Le Pen. Los poderes fácticos de la aldea global dominan a la perfección el arte de obligar a pasar por el aro a los rebeldes, por fas o por nefas. Vayan echando ustedes la cuenta de nuestros héroes desaparecidos recientemente en combate: Tsipras, Lula y Dilma, Corbyn…
 

sábado, 30 de julio de 2016

TINTÍN EN EL VATICANO


El Capitán Haddock no sabe dónde colocar al agente Fernández de la Sureté Nationale. Ha hecho un esfuerzo para colarlo de forma subrepticia en la presidencia del Congreso, y las protestas de sus aliados eventuales han rebasado el límite permisible de decibelios. Fernández no daba la imagen necesaria de renovación (él sigue ahí desde la época del canalillo) ni de concordia (al menos hasta que la mordaza sea considerada un elemento concordante). Después de descartar asimismo la opción de Nuestra Señora del Amor Hermoso, que sí daba la imagen apetecida pero podía traer problemas en el momento de moderar desde la mesa una sesión encrespada por los radicales, los insolventes y los rastas, Haddock se ha replegado a favorecer la nominación de la querida Castafiore, a cambio de algunos favores bajo mano al odioso separatismo catalán. Todo ha sido muy provisional y precario; a día de hoy, Fernández se dispone a encarcelar a los pactantes insumisos, y Haddock aún no ha decidido si irá por fin al envite de la candidatura. Vaya o no vaya, podría haber quemado inútilmente a Castafiore si la legislatura no prospera y se hace necesario recurrir a unos terceros comicios.
Ahora es el papa Bergoglio (¿quién se habrá creído que es, ese hombre?) quien veta al agente Fernández como embajador de España en el Vaticano. El papa está algo resentido por el espionaje de que han sido objeto sus finanzas, y es sabido que a Fernández la fontanería de los pinganillos ocultos le pone como una moto. A pesar de la piedad indiscutible del todavía agente de la Sureté, Bergoglio preferiría con mucho como embajadora a Nuestra Señora del Amor Hermoso, con la que mantiene relaciones cordiales y que nunca ha dado muestras de inclinación a filtrar a la prensa adicta pruebas acusatorias manipuladas contra rivales políticos. El capitán Haddock podría ahora mismo intentar, también, proponer para el puesto vaticano a Lolita Cospedal, la pizpireta sobrina del profesor Tornasol, con la que tiene otro serio problema de reubicación en el organigrama. Pero es de temer un nuevo rechazo tanto por parte del escamado Bergoglio como de la curia en pleno, habida cuenta de que está formada íntegramente por varones célibes temerosos de las posibles implicaciones en sus impolutas hojas de servicio de la traviesa injerencia de toda clase de lolitas de uno y otro sexo.
Un serio problema para Haddock. Tal vez habrá de recurrir a los buenos oficios del audaz reportero Tintín, para atemperar la frialdad vaticana. Tintín, que ha prestado relevantes servicios al Estado durante largos años, aunque bajo los colores de una escudería distinta a los azules de Haddock, aceptaría con gusto un destino tan a la medida de sus capacidades y de sus aficiones reconocidas. Y el nombramiento podría contribuir a aflojar nudos muy prietos que dificultan en las actuales circunstancias una investidura a lo grande.
 

viernes, 29 de julio de 2016

DISCURSO DEL MÉTODO


No me refiero al discurso de Renato Descartes, sino al nuestro, al de las personas que respiramos a la izquierda, en una situación en la que la política se ha mineralizado, y la inmovilidad se encubre con declaraciones ingeniosas o bravías generadas en los laboratorios de imagen de los partidos.
Gaetano Sateriale, en un texto que conocemos – como en tantos casos anteriores – por gentileza de José Luis López Bulla (1), explica cómo el sujeto político “sindicato” no solo puede ser simultáneamente reformista y radical, sino que (“en cierta fase”, puntualiza) es indispensable que lo sea.
Es obvio que nos encontramos en esa “cierta” fase. En la elaboración de un proyecto político, no solo el sindicato sino todo el conjunto de territorios emergidos y sumergidos que constituyen el patrimonio de la izquierda en un sentido amplio y plural, tienen la obligación moral de ser radicales, si más no para contrarrestar la radicalidad de signo contrario de una derecha venenosa (la de Donald Trump, la de Marine Le Pen, la de Recep Tayyip Erdogan, la de Viktor Orban, la de José María Aznar). Es necesario partir de un proyecto ambicioso, global, de largo respiro como dicen los italianos, capaz de ofrecer soluciones adecuadas a todos y cada uno de los graves problemas que nos aquejan, así en el interior del estado-nación como en la aldea global.
Pero un proyecto radical no puede ser un adorno de mesa camilla; es necesario hacerlo avanzar. Estamos en un bucle, en este momento. Atascados en un frente inmovilizado, con extensiones interminables de alambradas, de casamatas, de puntos neurálgicos de resistencia. No fue posible retirar un monumento al alférez provisional de Madrid, no hay permiso administrativo para buscar los restos de Federico García Lorca en Andalucía, y Patrimonio da largas al entierro de dos fusilados antifranquistas en el Valle de los Caídos, a pesar de todas las declaraciones de intenciones previas. Ningún consenso, ni la uña del meñique. “Voluntario ni pa' cagar”, decíamos los quintos cuando hice la mili.
En una situación así, el único método posible para una política de izquierdas es la acumulación de fuerzas concreta y la superioridad momentánea de efectivos en uno u otro punto del proyecto ideal. Pequeños pasos en la dirección deseada. Reformismo a partir de una costosísima acumulación de esfuerzos hercúleos y de una inteligencia siempre alerta para no atascarse en las contrapartidas que rápidamente suscitan las otras partes implicadas dentro de un contexto en el que nunca se regala nada. Posibilismo.
Yo utilicé este término en otro post, “Se busca una izquierda posibilista”, y Javier Aristu glosó mi búsqueda en una reflexión sensata acerca de las diferencias existentes entre una renovación de las élites y una renovación o refundación del sistema (2). Aristu apunta ahí las connotaciones “nefandas” del término posibilismo. Puede que las tenga, no fui consciente de ellas al escribirlo. Pero en todo caso, tal como el propio Javier lo defiende, se trata de un posibilismo en las antípodas mismas del oportunismo. Se trata de dar pasos, pasos medidos, cortos sin duda pero firmes, en dirección a unos objetivos lejanos pero nunca perdidos de vista en todo el proceso de avance.
Ese tendría que ser el método. Y en el proceso de acumulación de fuerzas y de concreción de alianzas para cada nuevo jalón que nos aleje del pantanal en el que estamos sumergidos, pierde todo significado la cuestión de si estamos haciendo reformismo o radicalismo. Hacemos praxis, valga la redundancia implícita. Lo que no tiene sentido es el imposibilismo, el esperar con los brazos enérgicamente cruzados a plantear nuestro bello programa de máximos en el momento en el que surja en el horizonte una improbable epifanía empujada por un nuevo sujeto histórico que nacerá como Atenea equipado con todas sus armas, de modo que nadie ha de preocuparse de preparar su aparición.
 
 

jueves, 28 de julio de 2016

LA DEBILIDAD Y LA AUDACIA


Un gobierno en funciones es por definición un gobierno débil. La debilidad se acentúa en el caso español por el procesamiento individual de muchos personajes conspicuos vinculados al partido gobernante, e ítem más, desde hace unas horas, del mismo partido como colectivo, por destruir pruebas de la corrupción que aseguraba estar combatiendo. La nueva situación compromete una investidura que se preveía favorecida por la brillante estrategia de Mariano Rajoy en el interregno entre dos elecciones: estrategia que ha consistido, como ya reconocen hasta los más obcecados, en no hacer nada.
No hacer nada ha sido siempre el desiderátum de Rajoy, y ahora ve llegado el momento dulce de hacerlo sin remordimientos, puesto que tiene un gobierno débil, minoritario, acosado por una jueza cuyo primo hermano es militante de IU (es el diagnóstico de Celia Villalobos sobre el tema de los discos duros destruidos) y, por si fuera poco, en funciones.
Mariano Rajoy no hará nada en esta situación. Como siempre. Tampoco irse. Según un comentarista político, ha perdido la percepción de la realidad política que le rodea. Habida cuenta de aquella declaración suya de los hilillos de plastilina cuando la marea negra del Prestige en la cornisa cantábrica (¡en 2002!), es lícito sospechar que no la ha perdido, porque nunca la tuvo.
Algunos oportunistas han visto en la debilidad del gobierno la ocasión para la audacia de un golpe de mano. Me refiero a la mayoría oficial del Parlament de Catalunya, que en medio del marasmo y de las fuertes calores pone en marcha la desconexión de España con la finalidad última de prevenir un descalabro en la cuestión de confianza prevista para finales de septiembre. En otras épocas se llamaba a este tipo de recursos “serpientes de verano”; todos los agostos, a falta de noticias suculentas con las que llenar la primera plana, comparecía el monstruo del lago Ness fotografiado por un turista con una cámara de foco no demasiado ajustado, y otros congéneres de otros lagos de diversas geografías. Con la rentrée política, no se volvía a hablar más de ellos. Eran monstruos vistos y no vistos.
No es probable que ocurra lo mismo con las cabriolas estivales del señor Puigdemont. Él ha forzado una decisión del 51% del Parlament (un 47% del voto registrado), y ha partido el país en dos: los “buenos”, a los que representa, y los “malos”, más en número, a los que ignora. A eso lo llama “democracia”, pero la democracia siempre ha exigido tener en cuenta a los “malos”, porque también ellos tienen derechos de ciudadanía. De otro lado, democracia implica responsabilidad de los dirigentes políticos por sus actos, hasta las últimas consecuencias. Esa responsabilidad les será exigida a Puigdemont y adláteres, antes o después.
No ya por el desprestigiado Tribunal Constitucional, que también; sobre todo por el pueblo de Catalunya, tan invocado desde un esencialismo estetizante art déco, y tan engañado, manipulado y ninguneado cuando lo convoca a la rebelión este nuevo género de flautistas de Hamelin.
 

miércoles, 27 de julio de 2016

EL JARDÍN DE LOS DELEITES CARNALES


Está teniendo un gran éxito la conmemoración del quinto centenario de la muerte del pintor Jerónimo Van Aken, llamado Bosco por haber nacido en Hertogenbosch (Bosque del Duque), localidad holandesa de la que probablemente, según sus biógrafos, nunca se movió en vida.
Se trata de un pintor magnífico (lo reconozco, aunque a mí no me gusta), y también de un moralista rígido, que fue muy apreciado en una corte tan pudibunda como la española, y en particular por un monarca tan grave como Felipe II.
La calidad de su pintura no justifica de por sí el éxito de público de su exposición conmemorativa en el Prado de Madrid. El “mensaje” que enviaba el Bosco a sus contemporáneos a través de sus extrañas alegorías no cala en la sensibilidad moderna. Es seguramente el voyeurismo lo que atrae la curiosidad hacia una obra como el tríptico del Jardín de las Delicias, como se llama desde hace un par de siglos a lo que antes fue conocido como tríptico de la Variedad del Mundo, y Jardín de los Deleites Carnales.
El Bosco vino a ser un “verso libre” en la historia del arte; ignoró deliberadamente los avances técnicos de la pintura renacentista en cuanto a estructura y ordenación de los centros de atención, en favor de escenas caóticas pobladas por multitud de personajes que pululan de forma que el conjunto parece dotado de un movimiento continuo. En lo que se refiere a la temática y a la simbología, practicó una especie de by-pass entre el mundo bajomedieval reflejado en el arte expresionista del gótico tardío, y las formas posteriores del barroco popular en Flandes.
Los tres paneles del tríptico del Jardín están conectados por un hilo narrativo común; son el Antes, el Después y el Final de la Caída. En las tres, la línea del horizonte se coloca muy arriba, y las escenas se despliegan en toda la dimensión de la tabla. La Creación está situada a la izquierda, con Dios, Adán y Eva en una posición central pero no dominante. La mirada resbala desde ellos hacia los animales, las aves, las lagunas y las arquitecturas extrañas; y se ve requerida de inmediato por todo lo que sucede en el panel central, el Jardín propiamente dicho, el mundo después del pecado.
Aquí también hay aguas, bosques, prados, aire libre; y además, animales de tamaño desmesurado, parejas que conversan, parejas y grupos que copulan, símbolos de todo tipo y estructuras que sugieren las prácticas de la alquimia: redomas, matraces, alambiques, una burbuja en cuyo interior retozan un hombre y una mujer. Se habla de secretos en la simbología y en la intención última de la escena. Yo diría que no los hay, que todo funciona por un mecanismo de acumulación. El pintor señala con el dedo los vicios y las obscenidades, disfrazados apenas con símbolos reiterados; los denuncia, y al mismo tiempo se complace en presentarlos con una apariencia bella, con un gozo manifiesto de vivir. Esta ambivalencia en un mundo rígidamente religioso aparece en muchas otras pinturas de muchos otros autores: desnudos “exigidos por el guión” en las magdalenas penitentes, en las juditas degollando holofernes y en las susanas atisbadas por los viejos; carnes trémulas como exutorio de impulsos reprimidos, y criticadas desde fuera con reprobación farisaica.
Todo ese torbellino giratorio de pasiones desenfrenadas desemboca en el tercer panel, el del infierno. El horizonte superior está dominado por un fulgor de incendios en la noche. Debajo, por entre las aguas muertas y estancadas, los vicios son representados ahora en su carácter más monstruoso, deforme y demencial. Son visibles el castigo y el dolor de los condenados, y la presencia de animales tiene un carácter más contundente, como símbolo de la bestialidad que anida en los humanos. La parábola se completa, pero la mirada vuelve una y otra vez al panel central, a las delicias que se pretendía erradicar.
Lo cual no prueba que el Bosco fuera un inconformista, un rebelde secreto contra la moral admitida. Todo indica que fue, en la vida como en el arte, un moralista severo y un miembro ejemplar de su comunidad religiosa. Sucede simplemente que la obra de arte no solo expresa lo que el autor quiso decir con ella, sino que su mensaje es siempre más rico y matizado. Y también que las técnicas modernas que atienden a la selección y ampliación de detalles, descontextualizándolos del conjunto tal como lo veía el espectador del Quinientos, confieren sentidos novedosos e incluso contradictorios a lo que originalmente fue concebido como una gran obra de edificación moral.
 

martes, 26 de julio de 2016

LA SUPERIORIDAD DE LO OBTUSO SOBRE LO AGUDO


A un mes vista (exacto, en el día de hoy) de las segundas elecciones generales consecutivas, empieza a cobrar cuerpo la posibilidad de unas terceras. Hubo algunas alharacas insustanciales cuando, a la vista de los segundos resultados, cundió la interpretación de que Mariano Rajoy había hecho gala de una visión estratégica superior a la de sus rivales, lo cual le permitía posicionarse con ventaja de cara a la formación de un nuevo gobierno de coalición.
Esperanzas vanas. La visión estratégica de Rajoy es lo más parecido posible a un encefalograma plano. Lo suyo, se ha repetido ya en varias ocasiones en este blog y nunca lo han desmentido los hechos, es “estar” en los sitios, de ninguna manera “hacer” cosas. En el estar, es un genio; en el hacer, una nulidad. La física de Rajoy es la estática, la doctrina de los cuerpos en reposo. Como Wellington ante Napoleón y Montgomery ante Rommel, su doctrina estratégica consiste en ocupar una posición ventajosa, fortificarla al máximo, y no moverse de ahí. “Estar”, en una palabra. Con todas las consecuencias. Concesiones al rival, ninguna; experimentos tácticos, tampoco, ni siquiera con gaseosa. Todo trillado, todo sobre carriles.
Napoleón o Rommel (o Fischer o Kaspárov) percibían al vuelo el error táctico en un movimiento enemigo, y encontraban la forma fulminante de castigarlo sin dar tiempo a una rectificación. Era el triunfo de lo agudo sobre lo obtuso. Pero los obtusos acabaron por encontrar el contraveneno. Si no había movimiento, no había error posible; toda la táctica consistía en atrincherarse y aguantar mecha. Incluso con superioridad numérica y de pertrechos; mayor razón aún para agazaparse y dejar todo el desgaste al enemigo.
El hecho de que no todas las partidas (soberanamente aburridas) del ajedrez actual entre maestros de máxima categoría concluyan en tablas, se debe sobre todo a la sabia medida de la limitación del tiempo disponible para cada jugador. La obligación de mover pieza sin consumir todo el tiempo del reloj conduce a errores y a derrotas imprevisibles. Pero Rajoy no tiene obligación estricta de mover pieza, y no la mueve. Tampoco tiene limitaciones de tiempo, o en todo caso no las percibe, o no le importan. En sus cuarteles generales ha prendido la idea peregrina de que unas terceras elecciones consecutivas le darían la mayoría absoluta. Tal vez sí, o tal vez no. En cualquier caso, el protocolo establecido para la investidura seguirá siendo el mismo. No habrá ninguna diferencia sustancial entre el palo y la zanahoria ofrecidos a los rivales, y el encargado de seducir a Pedro Sánchez para obligarle a ceder no será el mismo Rajoy, y ni mucho menos a partir de puntos de acuerdo programáticos. Los agentes seductores se llamarán González, Solana, Almunia, Chaves y Zapatero. El cementerio de elefantes, en pleno. Mariano Rajoy no moverá ni un dedo.
 

lunes, 25 de julio de 2016

EL MITO DEL GOBIERNO DE LOS EXPERTOS


Mi admirado Josep M. Colomer, “Colo”, en la actualidad profesor en la Universidad de Georgetown, nos propina desde las páginas de elpais una diatriba contra la democracia titulada «Oligarquía o demagogia». Ya es hora de decir alto y claro que la democracia no es un buen sistema para sociedades muy numerosas y complejas, afirma con el abono de la opinión de algunos clásicos, tales como Aristóteles o Rousseau. El botón de muestra definitivo que proporciona es el Brexit; según Colo, nunca se habría dado un error tan burdo de haber dejado la decisión en mano de los expertos.
Hay varios errores muy patentes en esta argumentación. Voy a señalar algunos, con la conciencia de quedarme corto: yo no tengo el don de la clarividencia, lo asumo, no soy un experto sino más bien una persona del común, falible por consiguiente.
A – En cuanto al Brexit mismo, fueron los expertos y no los sencillos quienes lo plantearon en primer lugar, y quienes intoxicaron los ánimos populares con malabarismos aritméticos que demostraban las múltiples ventajas económicas de la medida. Las ancianas solteronas de St Mary Mead o de Brighton nunca se habrían metido en tales honduras de no habérselas servido en bandeja de té con pastas los grandes medios de información, que como es sabido trabajan al mismo tiempo a favor de la oligarquía y de la demagogia; de ambas, sin disyuntivas.
B – Nadie sostendrá, de otro lado, que los diversos gobiernos y supergobiernos de expertos de que disfrutamos están haciendo bien las cosas. Dejando aparte el Brexit. Los expertos en tanto que oligarquía gobernante fascinada por el fluir de los algoritmos en el software complejo que manejan, muestran una dificultad especial en el trato cotidiano con la realidad tozuda. Pondré dos ejemplos de hoy mismo, y ustedes pueden añadir los que gusten, no será por falta de material: 1) Después de obligar incluso a modificar nuestra constitución para consagrar el principio del equilibrio presupuestario, las altas jerarquías de la UE dudan en si multar o no a España por sus déficit clamorosos y reiterados. Si al final se impone la tesis de “dejar pasar” mirando con disimulo a otro lado, sería lógico derogar de inmediato el pequeño añadido nocturno que se colocó de urgencia en la carta magna. Verán como tampoco eso se hace. 2) Al COI le ha temblado la mano en el momento de prohibir la participación de Rusia en los próximos Juegos Olímpicos, a pesar de constatar que hubo un fraude de Estado en Sochi 2014, donde el gobierno ruso enmascaró los positivos de sus propios atletas. Toda una serie de campañas costosísimas en contra del dopaje se han ido por el desagüe debido a esa, no diré decisión, sino falta de decisión. En general, los gobiernos de los expertos atienden en primer lugar, igual que cualquier otro, a su propia supervivencia; pero a diferencia de un gobierno democrático, no se consideran sujetos a una ley superior e igualitaria, sino que manejan las leyes a su antojo como un artificio de quita y pon, graduable y oscilante hasta el infinito.
C – Es enteramente válida la observación de que cuanto más desigual es una sociedad, más defectuoso es el funcionamiento de la democracia en su interior. De ese principio sencillo y observable a simple vista, cabe deducir dos conclusiones diametralmente opuestas. Una es: esforcémonos en promover una igualdad mayor, y la democracia mejorará. Otra, la que parece postular el artículo referido, es: dejemos la desigualdad como está, y eliminemos ese engorro que tan mal funciona, la democracia.
Bajo la tiranía de los expertos, en una sociedad compleja y desigual en la que se habrá apartado a las/los ciudadanas/os de todo poder de decisión y de control, rebrotarán todos los viejos fantasmas que soñamos con erradicar: racismo, machismo, rapiña de la naturaleza, eurocentrismo, marginación. Las multinacionales camparán por sus respetos e impondrán sus propias condiciones a los estados. Las minorías opulentas aplastarán bajo el tacón de su bota a las inmensas mayorías de los sin derechos.
¿No es eso lo que está ocurriendo, Brexit aparte? ¿Y cuál sería el problema principal, entonces: el Brexit, o todo lo demás?
 

domingo, 24 de julio de 2016

EL ACIERTO ALEATORIO DE LOS PRONOSTICADORES


El pueblo llano mantiene intacta la fe en los augures que profetizan el futuro a partir de la lectura de las entrañas de las bestias sacrificadas. A pesar de tantos pronósticos erróneos acumulados a lo largo de la historia, seguimos confiando en expertos que nos predicen la inmediata reactivación de la economía, la creación de millones de puestos de trabajo en la próxima legislatura, o una cosecha indecible de medallas en las próximas olimpiadas, sin contar a los pulpos Paul que anuncian victorias de la Roja en todos los mundiales de fútbol venideros.
Una medida eficaz para evitar las decepciones comprensibles de un público crédulo y ansioso de buenas noticias sería ordenar la lapidación en la plaza pública de los vendedores de horóscopos fallidos. Dura lex, sí, pero se prevendrían muchas sofoquinas.
Claro que la técnica depurada de los pronosticadores más campanudos es capaz de evitar con habilidad cualquier imponderable enojoso. Dicha técnica consiste en pronosticar al mismo tiempo un suceso y su contrario. Por ejemplo, la bolsa va a subir de forma consistente, en el caso de que consiga mantenerse a salvo de la volatilidad generalizada dimanante de las incertidumbres provocadas por el comportamiento impredecible de las economías asiáticas. Pase lo que pase, luego podrá afirmarse de forma rotunda: «Nosotros ya lo dijimos», como hacía cincuenta años atrás el comentarista deportivo Gilera después de predecir para el partido del domingo la victoria del equipo local o bien la del visitante, sin excluir un pacífico empate entre ambos.
El cuñado de un conocido me aseguró el mes pasado que el Tour iba a ganarlo Erich Fromm.
– Erich Fromm está muerto – argumenté, escéptico.
– Eso crees tú. Más muertos están Valverde y Contador.
Ayer me recordó su pronóstico. «Tenía yo razón, ¿eh?» Aguafiestas como soy, le contesté que el ganador no ha sido Erich Fromm sino Chris Froome. Aquello le dejó sin habla, pero solo por unos segundos.
– Bueno, si vas a contar, he acertado por lo menos el ochenta y cinco por ciento.
 

sábado, 23 de julio de 2016

DEMOCRACIA O DESMEMORIA


Nuestro inefable periódico global lanza la siguiente encuesta a la población: «¿Merece la pena cambiar nombres de calles por la Ley de Memoria Histórica?» (1)
En rigor no es necesaria una respuesta; solo la pregunta genera ya una honda vergüenza. Sabíamos de antes que no merece la pena el gasto que implica sacar de las cunetas los huesos de los fusilados del franquismo, que eso son fifiriches de personas obsesionadas en mirar atrás en lugar de adelante. Claro, tampoco conviene que miren mucho adelante, el futuro no pinta precisamente de color de rosa. Lo mejor es que se estén tranquilos en su casa y que disfruten de las briznas de memoria histórica permitidas por la superioridad y condicionadas a que no supongan gastos faraónicos (retirada de escudos, insignias, placas y otros objetos o menciones conmemorativas, detalla elpais; un pastón). Porque en la tesitura de incurrir en gastos, siempre será mejor que la Memoria Histórica ceda la prioridad a la Mordaza Histórica, mucho más funcional.
Alguien dijo que los pueblos que no aprenden de su historia están condenados a repetirla. Nosotros la estamos repitiendo una y otra vez. No se invierte en democracia, se invierte en desmemoria, con la intención de que se siga repitiendo la misma historia cainita. La democracia sigue siendo una gran desconocida en este país. Aquí se enseña Religión, sí, pero nunca Democracia. Hubo en tiempos mejores una asignatura denominada Educación para la Ciudadanía; no pararon hasta cargársela. Todo lo cual contribuye a explicar lo que está pasando ahora; un déficit agudo de memoria histórica, sumado a un déficit abismal de educación para la ciudadanía. Así se forman las mayorías silenciosas, y a nadie le cuesta un duro.
Uno de los nombres controvertidos es el de la calle Caídos de la División Azul. Propongo a elpais otra encuesta acerca del significado concreto de ese nombre. Pocos españoles habrá que acierten. Para la mayoría la división azul es algo que podría tener relación con el fútbol, tal vez con el Celta de Vigo. Para algunos mejor informados, se trata de una expedición que fue enviada por Franco a luchar contra el comunismo. Casi nadie sabrá decir al lado de quién lucharon aquellas tropas, porque esa pequeña brizna de información ha sido cuidadosamente ocultada, desfigurada, desmemoriada.
Y así, mientras la señora Aguirre o el señor Margallo se permiten el desahogo de calificar de nazis a sus oponentes políticos, en el barrio madrileño de Chamartín una calle sigue ostentando las placas, los escudos y las insignias de los Caídos de la División Azul. Y tanto Aguirre como Margallo se oponen a que sean retiradas. Por pura buena voluntad, por evitar un gasto superfluo al Ayuntamiento de Manuela Carmena.
 


 

viernes, 22 de julio de 2016

SE BUSCA UNA IZQUIERDA POSIBILISTA


Anabel Díez firma en la sección de Política de elpais un artículo titulado «El PSOE y Podemos cierran las puertas a entenderse aunque fracase Rajoy». No parece que se trate de especulación ni de intoxicación; los hechos que se narran, en particular el cruce de insultos entre algunos diputados en el acto solemne de constitución de las cortes, son tan penosos que renuncio a transcribirlos. Las dos formaciones siguen con los puentes levadizos alzados, y sin la menor intención de bajarlos. Ahora todo se reduce, pues, a un pulso para ver quién capitanea las tareas de oposición durante la próxima legislatura. Si eso es hacer política, que venga Togliatti y lo vea.
Existe otra izquierda, sin embargo. Algunos opinantes consideran que Pablo Manuel Iglesias y las Mareas son una cosa y la misma. Error equivalente a decir que son lo mismo la ola de fondo y la espuma que la corona. Iglesias ya ha dado de sí, probablemente, todo lo que podía dar en política; mientras la fuerza de las mareas se consolida en las ciudades rebeldes, a la espera aún del momento de dar el salto – el de verdad – a la política nacional.
Es ya dolorosamente evidente que Iglesias no es un político sino un líder mediático, que baraja los programas y los resetea continuamente en busca de un titular de prensa; que se siente a gusto en las campañas electorales, pero no en el día a día laborioso que exige la puesta en práctica de un proyecto de cambio con cara y ojos. La torpeza inicial de igualar bajo el mismo rasero de la “casta” a populares, socialistas y comunistas, desde la idea de que la correlación de fuerzas es algo tan etéreo que puede transmutarse a golpe de entrevistas en los medios, se ha ido agravando por la pertinacia en no elegir entre amigos y enemigos y empeñarse en mantener abiertas todas las opciones, que es tanto como bloquearlas todas. Iglesias parte de la idea de una "gente" transversal que no es de derechas ni de izquierdas, sino de Iglesias. Si la primera bofetada de la realidad no le ha bastado para recapacitar, no tardará en recibir la segunda.
Del lado del PSOE, se percibe un desconcierto fenomenal. Sigue instalado en la perspectiva de 2006, en la gestión prudente de lo existente cuando lo existente ya no existe, en la necesidad de sacrificios en aras de un estado del bienestar que se fue para no volver, en la confianza del buen entendimiento con una Unión Europea de tinte socialdemócrata en la que los Almunia y los Solana no tienen ya voz, ni peso, ni repuesto. El PSOE ha cerrado los ojos a los efectos del terremoto profundo desencadenado a partir de la quiebra de Lehman Brothers en 2008: a los rescates bancarios, al endurecimiento de la gobernanza europea, a las imposiciones de cambios constitucionales nocturnos y de tapadillo que su propio líder Zapatero se encargó de implementar. Hoy sigue empeñado en un pulso desigual con una derecha que alinea en su campo a todos los poderes fácticos, y sigue rechazando incorporar a ese pulso a las fuerzas reales situadas a su izquierda, con lo que el resultado está cantado.
Da igual, el PSOE sigue soñando con un vuelco del electorado a su favor; con las posibilidades de su cogollito de abrirse paso en un universo hostil. Sin cambiar de programa, sin cambiar de discurso, sin modificar su política de alianzas. Solo por imagen y por prestigio, cuando la imagen aparece empobrecida con cada nuevo resultado electoral que vuelve a ser, una y otra vez, el peor de su historia; cuando el voto joven ignora de forma consistente sus candidaturas, y el viejo prestigio se aproxima aceleradamente a la irrelevancia en casi toda la geografía peninsular.
Con este par de fuerzas, el Podemos vertical y el PSOE de las baronías rampantes, no se va a poder desalojar a la derecha de sus casamatas. Se busca una izquierda nueva, imaginativa, flexible, cooperativa, solidaria. Y sobre todo, posibilista.
 

jueves, 21 de julio de 2016

LOS AÑOS AZULES DE BARCELONA


Las siguientes consideraciones ociosas tienen su origen en la lectura de un libro reciente e importante (1) de Carlos Arenas Posadas, titular del área de Historia e Instituciones Económicas de la Universidad de Sevilla hasta su jubilación en 2011. Sostiene Arenas la existencia de formas distintas de capitalismo, o por mejor decir de racionalidades capitalistas diferenciadas, e identifica una de ellas, activa en Andalucía desde la Baja Edad Media, bajo la etiqueta de “racionalidad capitalista del subdesarrollo”. Olvídense ustedes de Max Weber, de la ética calvinista y de la teoría de la predestinación de quienes acumulan riquezas en este mundo con el sudor de su frente. El espíritu del capitalismo es asimismo compatible con el catolicismo de misa y olla, la catequesis, la sopa boba de los conventos, el atraso cultural, las altas tasas de desocupación, los salarios de miseria, la desprotección institucionalizada a los más débiles. Elites sociales muy bien relacionadas con los poderes así estatales como locales, extraen de situaciones semejantes unas rentas pingües y, en consecuencia, se afanan en perpetuarlas por todos los medios posibles. No es un delirio de la razón, la documentación extensa y pormenorizada que despliega Arenas lo demuestra de forma irrebatible.
Todo lo cual me ha traído a la imaginación el momento histórico en el que Cataluña, donde la estructura de propiedad ha estado mucho más repartida, las infraestructuras industriales tienen un anclaje sólido, y las instituciones políticas y sociales son en general mucho más porosas e “inclusivas” que las andaluzas, pudo sufrir sin embargo un intento deliberado de desarraigo de tales tradiciones con el fin de implantar un modelo de subdesarrollo racional que se preveía unificado para todo el país.
Tal cosa pudo ocurrir en los primeros años del régimen franquista, después de la derrota militar de la República y de la ruina generalizada de los elementos materiales de la infraestructura industrial catalana, sumada a la represión de la urdimbre social que la había mantenido en pie. No se dio tregua en los primeros años a detenciones y fusilamientos, incluido el de Lluís Companys. Los antiguos partidos, sindicatos y asociaciones de todo tipo fueron desmantelados; la lengua, y con ella cualquier otro signo externo de diferenciación, reprimida. Incluso las elites sociales, la aristocracia proclive al regionalismo jocfloralesc y la burguesía industrial y comercial afín al republicanismo, fueron marginadas inicialmente del nuevo terreno de juego, marcadas por la sospecha de desafección. Sobre aquel solar arrasado se quiso implantar un nuevo modelo de trabajo y de vida, bajo la égida de Falange, con nuevos sistemas de ascenso social, nuevos sindicatos y organismos de previsión, y una escuela nueva guiada por una iglesia que, ella sí, seguía siendo la misma de siempre. El gobernador civil y el capitán general de la región tenían calidad de virreyes, y ellos garantizaban la “unidad”, la así llamada “justicia social” y el “orden”.
Me detendré tan solo en la figura de uno de los gobernadores civiles de Barcelona, Eduardo Baeza Alegría (Zaragoza 1901-1981), que desempeñó el cargo entre 1947 y 1951. Extraigo los siguientes pormenores de un trabajo del historiador Javier Tébar Hurtado, recogido en otro libro reciente (2).
«… Llegó [Baeza] a Barcelona el 10 de mayo [de 1947] tras oír misa en Montserrat. Al mediodía fue recibido por una amplia representación de las autoridades municipales, provinciales, judiciales, cargos gubernamentales y políticos, y recibió el mando en el salón de Carlos III del Palacio de la Aduana (sede del gobierno civil) de manos del presidente de la Audiencia Territorial D. Federico Parera Abelló.» En su discurso de toma de posesión hizo mención al “amor de Dios, por quien supieron morir innumerables gentes en Barcelona, bajo la égida de la barbarie marxista”.
La misión de un gobernador civil no se limitaba a la represión de la resistencia y la subversión, todavía activas. Era sobre todo el encargado de aunar voluntades y sumar inteligencias entre el poder central y los poderes locales, entre la “corte” y el “cortijo” según gráfica expresión de Carlos Arenas. En el esquema de una racionalidad del subdesarrollo tiene una importancia extraordinaria la colusión de intereses, las “relaciones” que sitúan a unos agentes económicos en posición de privilegio como extractores de rentas, frente a otros que ven bloqueados sistemáticamente sus intentos de acceso a créditos y oportunidades de negocio.
La industria catalana estaba en ruinas, y era necesario impulsar una reconstrucción. Selectiva, desde luego. Era la época de las restricciones eléctricas con apagones continuados, de las cartillas de racionamiento, del problema de los abastos, del mercado negro para quien podía pagarlo. Franco hizo una visita larga a la ciudad, en aquel mismo mes de mayo. Fue recibido con una gran frialdad popular; en la sesión de gala del Liceo a la que asistió el Caudillo, hubo muchos huecos visibles. Franco se puso de muy mal humor, «dijo a los catalanes que deberían resolver la crisis por sí solos, y que tendrían que producir tres veces más. No recibirían ayuda del exterior y el Estado tampoco podría prestarles» (citado en J. Tébar, p. 108).
Baeza se instaló inicialmente con su esposa en el Hotel Ritz, mientras se efectuaban trabajos de reforma en el Palacio de la Aduana, que ocupó ya en otoño. Llevó allí un tren de vida ostentoso: meriendas, cócteles y sesiones de cine “casi a diario”, según un malévolo informe confidencial (ibíd., p. 107), con asistencia de “grandes caciques de la vida de sociedad de Barcelona”, entre los que se cita a la marquesa de Sentmenat y a la condesa de Lacambra. Puede que el lujo no fuese oriental en esas reuniones, pero no dejaba de ser una provocación dadas las condiciones de vida de la ciudadanía.
El gobernador civil preparó a conciencia las elecciones municipales de noviembre de 1948, clave de bóveda de la puesta en marcha del nuevo régimen. «Estas elecciones se harán en mi despacho, porque yo no creo en la democracia», declaró (ibíd., p. 105).
La aventura catalana de Baeza concluyó pronto, sin embargo; después de la huelga de tranvías de 1951. Para entonces su prestigio personal se había visto arruinado por su relación, cierta o inventada, con la vedette Carmen de Lirio. Baeza trató el boicot al transporte como un simple problema de orden público, desafió a la ciudadanía, circuló él mismo en tranvía por la ciudad y chocó con el obispo Modrego, a quien reprochó su “comprensión” hacia los sediciosos. Le llamó «cabrito con mitra» (ibíd., p. 113). Cuando el boicot se agravó con una huelga general obrera, hubo de pedir nuevos contingentes policiales, acuarteló al ejército durante tres días e hizo atracar varios buques de guerra en el puerto de Barcelona. La solución del problema no llegó, finalmente, desde el gobierno civil ni desde los cuerpos de seguridad, sino a través de la mediación efectuada por una plataforma que agrupaba a los presidentes de entidades catalanas representativas de las “fuerzas vivas” de la burguesía. Baeza fue sustituido en el cargo por Felipe Acedo Colunga, que inició una etapa nueva en las relaciones con los poderes locales, menos ambiciosa y gesticulante, menos propia también de un virrey investido de todos los poderes.
 
(1) C. ARENAS POSADAS, Poder, economía y sociedad en el sur. Centro de Estudios Andaluces, 2015.

(2) J. TÉBAR, M. RISQUES, M. MARÍN, P. CASANELLAS, Gobernadores. Barcelona en la España franquista (1939-1977). Comares Historia, Granada 2015.

 

miércoles, 20 de julio de 2016

CABRIOLAS EN EL CONGRESO


La vieja política (ah, ¿pero había una nueva?) se ha dado un homenaje ayer en el Congreso de los Diputados. El veterano diputado de Esquerra Republicana de Catalunya, Joan Tardá, lo resumió del modo siguiente: «Buscarse la vida es legítimo; otra cosa es si es ético. El juego parlamentario da para cabriolas de este tipo.» A quienes seguimos semana a semana el programa satírico “Polònia”, no nos habría extrañado que Tardà culminara su declaración con un: «Perdonad, pero alguien tenía que decirlo.»
Cabriolas. CDC facilitó con su abstención la elección de Ana Pastor, del PP, como presidenta del Congreso. En rigor no habría hecho falta, pero de todos modos se hizo así. Quico Homs, portavoz de la formación, se defendió con el siguiente argumento, no muy sofisticado: «¿Por qué tengo que votar a Patxi López si el PSOE no me ofrece nada?»
Qui s’excuse s’accuse. Sus palabras dejan entrever que el PP sí le ha ofrecido algo. Todo, pues, igual a como solía hacerse en los mejores tiempos de la vieja política, esa que debía haber quedado arrumbada de forma definitiva el pasado 20D. Y mira que ha corrido agua desde entonces, hemos tenido una primavera particularmente lluviosa.
La cabriola de CDC se prolongó en las votaciones correspondientes a las dos vicepresidencias de mesa, que recayeron en personas del PP y C’s respectivamente, en detrimento de PSOE y Podemos, que también aspiraban a ellas. Homs no ha querido argumentar razones ni sinrazones: «El voto es secreto», ha dicho, lo cual tiene la siguiente traducción aproximativa al cheli, esa jerga al alcance de los profanos: “Que cada cual se rasque sus pulgas.”
Brillante estreno de legislatura para Quico Homs, durante años el hombre imprescindible de Artur Mas en la compleja tesitura de llevarle los cafelitos durante las reuniones. Su vocación irreprimible de “xitxarel·lo” (1) en funciones permite pronosticar una legislatura atareada para él, vivida de forma casi permanente en la lanzadera del puente aéreo. En Barcelona discutirá si es preferible la DUI al RUI (2), o a la inversa. En la carrera de San Jerónimo cepillará atentamente las motas que puedan empañar el brillo de los trajes bien cortados del presidente del odiado gobierno español, ya sea este Mariano Rajoy (como es hoy un poco más probable), ya sea otra persona de bien, religiosa, respetable e imprescindiblemente de derechas, si de algo han de servir los ocho votos de su grupetto parlamentario.
 
(1) Un “xitxarel·lo” es, en lengua catalana y en sentido propio, un niño que se las da de persona mayor. El término se utiliza con mucha más frecuencia en un sentido figurado y despectivo sin traducción exacta al cervantino. Podríamos estar hablando de un “mequetrefe” o de un “monicaco”, si a uno y otro término les añadimos una connotación que no poseen de origen, la de “oficioso” y “tiralevitas”.
(2) Para quienes no estén al tanto de la compleja terminología utilizada en el procés catalán, DUI vale por Declaración Unilateral de Independencia, y RUI por Referéndum Unilateral de Independencia. No hay aún consenso sobre cuál de las dos formas habrá de culminar el trayecto ímprobo que todavía está pendiente de recorrer para la definitiva desconexión de España.
 

martes, 19 de julio de 2016

APRENDICES DE BRUJO


Tal y como era de temer, el principio de la especulación extrema ha traspasado las fronteras del reino de las finanzas globales y se ha extendido en mancha de aceite por otros terrenos que en principio parecían compartimientos estancos inmunes al contagio. Uno de ellos es el fútbol, tal y como se ha demostrado en la última Eurocup. Uno tras otro los partidos concluían empatados a cero, y en la mayor parte de los casos también las prórrogas resultaban estériles, de modo que ambos contendientes dejaban al azar de los lanzamientos de penalti la suerte de la clasificación.
No es tema de una gran importancia, pero sí lo es que el mismo riesgo especulativo, el mismo no hacer los deberes cuando procede y fiar el resultado al azar de un evento incierto, se ha dejado sentir en el campo de la política. Y por la puerta grande. Nada menos que en la madre patria de la política pragmática, la Gran Bretaña, en la que en tiempos imperiales nada se dejaba al azar (la gestión diplomática era reforzada por la cañonera, al modo de los clásicos palo y zanahoria), y con un asunto de primer orden: la pertenencia o no al bloque de la Unión Europea.
David Cameron no ha inventado nada, tenía delante de los ojos el ejemplo que necesitaba para su brujería: Artur Mas. En los dos casos se ha dado el mismo órdago a la autoridad superior, el mismo amago de golpe, no para dar sino para obtener un beneficio sustancioso por amenaza interpuesta. En el caso de Mas, frente al Estado español; en el de Cameron, frente a la Unión Europea. Los dos proponían un referéndum para perderlo y lucrarse con las compensaciones ofrecidas en una campaña tensa, conflictiva y trufada con grandes dosis de demagogia por ambas partes.
La característica de los especuladores globales (los bancarios en primer lugar, sus aprendices de brujo después) es asumir en primera persona el riesgo de otros. Personalmente no arriesgan nada; las ingenierías financieras les han permitido colocar sus propias inversiones a buen resguardo, tal vez en paraísos fiscales; cuando se lanzan al todo o nada, lo hacen jugándose el capital (dinerario, sentimental, político) de otras personas, y con total conciencia de que, de una manera u otra, estas últimas acabarán por perderlo en todos los casos posibles. Ellos, por su parte, están situados del otro lado de la barrera de seguridad.
Lo asombroso ha sido la falta de cobertura de un riesgo tan enorme en una jugada tan azarosa como era el referéndum del Brexit. Una y otra parte clamaron en contra de la UE: «Europa nos roba.» Se airearon por una y otra parte datos falseados de la contribución británica a la prosperidad europea. Unos reclamaron la salida por dignidad, y otros la permanencia con condiciones severas. Todos contaban con un único resultado posible del referéndum. Wolfgang Streeck lo ha señalado de pasada con una frase feliz: el gobierno carecía de un plan B, y los partidarios del Brexit nunca tuvieron un plan A.
Tanto se manipuló a la opinión que la opinión decidió el No a Europa. Desde el día siguiente, se empezó a pedir a gritos una rectificación. Por el camino quedó la carrera política truncada de Jo Cox, muerta en un acto de campaña en Leeds, como demostración de que los excesos de demagogia nunca son inocentes, que traen consecuencias reales e irreversibles. Nadie, que yo sepa, ha asumido las culpas por ese crimen idiota.
 

lunes, 18 de julio de 2016

EL MALESTAR EN LA POLÍTICA


Recuerdo a medias un poema de Bertolt Brecht en el que decía que el tanque es una máquina de guerra perfecta salvo por un detalle: necesita un conductor. El conductor es, en último término, quien acciona el mecanismo; y por muchos lavados de cerebro que haya padecido, dispone en tanto que humano de un criterio para elegir entre el On y el Off. Lo hemos visto en Turquía, como hace unos años lo vimos en Tiananmen.
La política, la mala política que prevalece en todas partes pero, entre todas ellas, precisamente aquí, está concebida como un tanque. Su defecto es que se trata de un artilugio dependiente en último término de un consenso humano. A falta de consenso, es aún posible forzar la máquina mediante tirones autoritarios y estrategias de amedrentamiento, pero ese recurso último también encuentra un límite. Maquiavelo dejó dicho que para que una amenaza sea efectiva, quien la formula debe tener los medios para cumplir lo amenazado. Otra personalidad, ignoro cuál porque los coleccionistas de citas la atribuyen a diversas fuentes, siempre incluido Churchill entre ellas, vino a decir que es posible engañar a todo el mundo durante un tiempo, y a una persona siempre, pero no es posible engañar siempre a todo el mundo. La mala política lo intenta todos los días, pero no puede alardear aún de haberlo conseguido.
Regenerar la política en España va a ser difícil; reparar los destrozos padecidos durante cinco años nefastos, sin contar los anteriores que no fueron para tirar cohetes, una obra de romanos. El malestar incubado en estratos amplísimos de la población va a pasar toda clase de facturas.
La principal de esas facturas es seguramente el desengaño de la política profesional y la tentación del bricolaje, el “hágalo usted mismo”. Si la autoridad política no impone normas o no las hace cumplir, retales sueltos y variopintos de sociedad la sustituyen y marcan sus propias líneas rojas, sus prioridades particulares y a veces esperpénticas. El gobierno en funciones no tiene ninguna política definida en relación con nada que no sea su propia supervivencia. Su posición es la del perro del hortelano, no hace nada y además prohíbe que se haga. La oposición se diluye entonces en conglomerados de (por ejemplo) soberanistas catalanes, ecologistas, animalistas, episcopalistas, “manos limpias” y perseguidores de pokemon go móvil en mano, cada uno de ellos con una concepción del Estado propia y muy precisa, en la que no caben prioridades distintas, ni componendas, ni mediaciones. El desgobierno por parte del poder político multiplica las urgencias y las reivindicaciones de una sociedad mal gobernada que ha dejado de creer en otra solución diferente de la de tomar las cosas en propia mano y sin esperar.
No es imposible aún, a 18 de julio, a ochenta años justos del trauma originario de nuestra sociedad escindida, impulsar un movimiento político amplio de renacimiento de la política entendida como conexión íntima de las instituciones con el sustrato humano que las sustenta. Una Gran Coalición que no deje fuera a nadie: ni a los radicales, ni a los insolventes, ni a los soberanistas, ni a los nostálgicos de Franco: solo a los que saquean las arcas públicas envueltos en la bandera roja y gualda.
Y así empezar a poner en marcha un país sin vetos ni líneas rojas; bajos y bien bajos todos los puentes levadizos.
 

domingo, 17 de julio de 2016

SEDUCCIÓN


Estamos en un bucle, y cada mañana el timbre del despertador nos recuerda que el tiempo pasa pero no pasa. Es opinión general que hay que hacer algo para evitar unas terceras elecciones en noviembre. Mariano lo va a intentar. Esta vez lo va a intentar en serio. En serio, va a intentarlo en serio. Su plan maestro consiste en seducir a Pedro.
Lo va a intentar primero con una aproximación de programas. Es posible que no resulte, todo el mundo sabe que los programas no son más que verborrea administrativa insustancial: “se implementará esto”, “se articulará lo otro”, “hará falta una reflexión en profundidad”. Es difícil que Pedro pique el anzuelo, sin embargo, porque nadie ignora a estas alturas que lo importante de un programa es justo lo que no se dice, lo que va entre líneas.
Pedro se ha curado en salud y ha adelantado a los medios que, llegado el caso, dirá no. No, a lo que sea. Y si Pedro dice que no, Albert también pondrá pegas. No importa, nada que no se pueda remediar con tiempo, y de momento el tiempo no corre. Es un invento, lo del tiempo administrativo. Si no hay sesión de investidura no corre el plazo, de modo que el truco está en saber en qué fecha colocar la sesión de investidura. Consigna: no antes de haber seducido a Pedro. Si falla lo del programa, que fallará, se le puede seducir provocándole un pánico insuperable a las terceras elecciones. Todos se tientan la ropa con unas terceras elecciones, pero no pasa nada. La gente se acostumbra a todo, y si hay que seguir votando cada seis meses pues se vota cada seis meses y punto. Hasta que salga el resultado correcto.
Mientras tanto, gobierno en funciones, mucho poder judicial contra la sedición, mucho poder policial contra los venezolanistas insolventes y sus metáforas. Honda estupefacción en Bruselas, donde los altos funcionarios europeos quieren multarnos por los incumplimientos presupuestarios, pero no saben a quién multar, ni cuándo, ni para qué. Con la boca abierta los tenemos, admirados de los matices y las esfumaturas idiosincráticas que caracterizan a nuestra democracia peculiar, única en el mundo mundial.
Los indicios apuntan a que el próximo Balón de Oro será para Cristiano Ronaldo. Las Pelotas de Plomo deberían ir a parar sin la menor duda a la vitrina del salón del domicilio de Mariano Rajoy.
 

sábado, 16 de julio de 2016

PODER Y NEGOCIACIÓN


El maestro José Luis López Bulla ha esbozado en su blog algunos principios que deberían presidir la renovación de la práctica sindical y, de rebote, de la práctica patronal en nuestro país (1). Un nuevo marco de relaciones, expresado de otra manera, que dependería de la voluntad de las partes. Sabemos, por lo demás, que la voluntad colectiva de renovación de nuestra gran patronal es nula: la CEOE marcha en pie de guerra por la senda de la desregulación y de la consideración del conjunto asalariado como un magma abstracto, intercambiable, flexible y manipulable. Añádase a los cuatro adjetivos el adverbio “infinitamente” (infinitamente abstracto, infinitamente intercambiable, etc.). Esta tendencia irreprimible al abuso de posición dominante por parte de nuestro empresariado, combinada con la luz verde que le han dado los últimos gobiernos en la temática laboral, es una dificultad añadida para el desarrollo de una práctica sindical consecuente y eficaz. El único aliado que encuentra hoy el sindicalista en su misión es el colectivo de jueces laboralistas, en su mayoría honorablemente empeñados en hacer cumplir las leyes manifiestamente mejorables que regulan estas cuestiones, en lugar de favorecer el salto de mata que proponen las autoridades (recuérdense las palabras de Fátima Báñez sobre su temor a los hombres de negro).
Estamos, pues, ante un compromiso arduo. Renovar la negociación colectiva va a exigir al sindicato incluir en el paquete de lo negociable contenidos y temas nuevos, pero además formas de relación, de presión y de negociación inéditas.
Entre los contenidos, está el tema muy elemental de la fijación estricta de las condiciones de la prestación laboral y su remuneración, sujetas desde hace tiempo a un deterioro sensible. Se contrata una jornada de cuatro horas que se convierte de pronto en otra de doce sin afectar al salario, que sigue siendo el mismo, cuando se cobra, que no suele ser con la puntualidad que se exige a la contraparte. El listado de tareas a que compromete el contrato (incluso cuando está escrito y registrado, no hablemos ya de la patología de los contratos verbales que no abarcan nada y lo abarcan todo) se extiende a cualquier otra tarea no prevista, según las necesidades puntuales del empleador o su soberano capricho. Los requisitos mínimos del lugar de trabajo, de la seguridad e higiene, de las pausas y los descansos, o no se acuerdan o no se cumplen. La pequeña empresa es el reino de la arbitrariedad y la improvisación; la gran empresa, el de la vigilancia y la coacción; en ambas situaciones, la iniciativa del trabajador no posee ningún valor ni cuenta como un activo aprovechable para la tan deseada competitividad. Estoy definiendo una regla que tiene excepciones muy numerosas, pero la regla es esa.
Un 70% de los activos laborales jóvenes del país son trabajadores precarios, sin fijeza en su puesto de trabajo. Sin fijeza, no existe en principio derecho a la negociación; se entiende que el contratado eventual se encuentra una situación transitoria, como a la espera de destino definitivo. Pero como no hay contrataciones fijas, el destino definitivo nunca llega. Con las reformas, toda la situación del mercado de trabajo se ha convertido en una inmensa transitoriedad, en una excepción que invade y desvirtúa la regla. El resultado es el de unos trabajadores sobrecualificados, mal pagados, explotados a mansalva y abandonados a su suerte a la conclusión de su contrato.
Toda esta problemática pone en cuestión las formas organizativas del sindicato, basadas sobre todo en las federaciones de ramo, en la igualación de las condiciones en sectores de la producción y de los servicios, y en categorías profesionales homologables. Tan evidente resulta la utilidad práctica de este tipo de organización en un contexto fordista que va de capa caída pero sigue teniendo una fuerte presencia residual, como su insuficiencia para abarcar la realidad nueva de una fuerza de trabajo fragmentada, atomizada y desposeída de toda clase de derechos.
Los trabajadores precarios viven en el territorio, se insertan y socializan en el territorio, no son ya textiles, o gráficos, o bancarios, y pueden ser sucesivamente las tres cosas. Están desempoderados para negociar lo que más les importa, su medio de vida, y solo pueden aceptar pasivamente las condiciones que se les imponen en un puesto de trabajo eventual y provisorio. Una racha de mala suerte puede acabar con una vida humana; muchas rachas seguidas de buena suerte no garantizan un cambio de estatus sustancial.
Están ahí, insertos y socializados en los barrios, en los polígonos, en los pueblos grandes y pequeños. Interactúan con sus vecinos, con grupos de parados, con actividades de la parroquia, con plataformas contra las hipotecas. No irán al sindicato, no se les ha perdido nada (todavía) allí; es el sindicato el que habrá de llegar hasta ellos. Para empoderarlos en la negociación concreta de unas condiciones de trabajo “decentes”, según el término consagrado oficialmente; para dar un impulso colectivo a estratos de la población, jóvenes sobre todo, que se sienten arrumbados en las cunetas de una sociedad del dinero que circula por la autovía a demasiada velocidad.
Hay un sueño que es necesario apartar a un lado con decisión en este proceso renovador: el Estado. La negociación colectiva tiene lugar entre partes sometidas a una ley común. El Estado aparece en este contexto en la forma de una ley (o código, o estatuto) justa en lo posible, consensuada en lo posible en los órganos legislativos correspondientes. En épocas recientes que aún son objeto de añoranza el Estado social, el Estado empresario, el Estado negociador, el Estado omnímodo participaba activamente en la negociación, planificaba la economía, imponía su primacía a las partes contratantes y se erigía como el sujeto político-económico por excelencia, incluso, según una expresión enigmática del sindicalista italiano Bruno Trentin, en «creador de la sociedad civil». Trentin alertó del peligro que conllevaba esa situación, hoy desaparecida pero aún añorada: no es bueno que el Estado “benefactor” suplante a la sociedad. A cada cual su tarea. El Estado es un ente uniformizador, redistribuidor según criterios administrativos, amortiguador de las iniciativas que pueden y deben surgir en el seno de la sociedad como expresión de una libertad irrenunciable.
El Estado, el parlamento, el ministerio de Empleo, no van a venir a solucionar nuestros problemas ni siquiera cuando hayamos conseguido colocar ahí a nuestros amigos y colegas. Es lo que ocurre dentro de las fábricas, y en los barrios vecinos, y en la forma autónoma de organizarse una sociedad con aspiraciones propias y no vicarias, lo que realmente importa en el momento de emprender una renovación a fondo de nuestras prácticas y de nuestras expectativas.
 


 

viernes, 15 de julio de 2016

DIOS NO FORMA PARTE DE LA ECUACIÓN


No corresponde echarle a Alá la culpa de lo sucedido en Niza. No hay dioses sedientos de sangre, por la sencilla razón de que no hay dioses, por lo menos conocidos. Los que constan en el censo son sublimaciones de nuestros propios apetitos humanos. Los hemos creado a nuestra imagen y semejanza.
Descontado Dios, se ofrecen sobre estos asuntos enojosos otras explicaciones igualmente insatisfactorias: «el terror vuelve a golpear a la democracia, pero no conseguirá sus propósitos». El terror definido con tanta concreción geográfica recuerda a aquel “eje del Mal” que se sacaron de la manga los propagandistas de la madre de todas las batallas que iba a acabar con todas las guerras. En nuestro país eran los mismos que ahora demonizan a Venezuela como centro logístico del conspire tenebroso que intenta acabar con la virginal constitución española y con nuestra envidiable calidad de vida. El pensamiento único da por sentado siempre que vivimos en el mejor de los mundos posibles, y que todas las perturbaciones evidentes que padecemos responden a agresiones maquinadas en los reinos oscuros, de las que nos defienden superhéroes que disimulan su naturaleza maravillosa bajo el disfraz de burócratas corrientes y con frecuencia patosos. Este planteamiento de cómic sigue gozando de una gran popularidad, debida en buena parte a que las agresiones existen en realidad, las amenazas también, y la angustia insoportable de la gente sencilla busca por todas partes asideros a los que agarrarse. Pero quienes se prevalen de la inseguridad general y de los miedos de unas capas de la población empujadas sin contemplaciones a la marginalidad, para satisfacer con estas víctimas fáciles su afán de lucro, no están tan lejos como se pretende hacernos creer.
La razón penúltima de lo que nos sucede está entre nosotros, no hay necesidad de buscarla fuera. Si se produce un atentado con decenas o centenares de víctimas en Siria, en Sudán del Sur, en un mercado de Estambul, en una calle de Dallas o en un paseo de Niza, búsquense en primer lugar las razones internas y particulares de la explosión ocurrida en cada uno de esos países, no en las coordenadas geopolíticas globales. Ni el Daesh, ni Maduro ni Kim Jong Un tienen capacidad logística para desestabilizar al Puto Imperio 4.0 de las computadoras.
Ahora bien, en estas globalidades financieras custodiadas en los santuarios de las sibilas de nuestro tiempo, sí parecería residir en buena parte la razón última de tanto desbarajuste. El desorden estructural del mundo, la desigualdad rampante que se admite sin tapujos de ninguna clase (“la desigualdad es buena para el progreso”, nos siguen diciendo los adivinos profusamente pagados que se han encaramado a los centros de decisión del planeta), no presagian nada bueno para el futuro, si es que nos queda aún algún futuro.
Dios, ningún dios, no está en esta ecuación. Es un asunto puramente humano, pero los responsables últimos de la debacle siguen mirando consistentemente a otro lado. Lo harán mientras su tasa de beneficio se mantenga en márgenes prósperos.