viernes, 31 de marzo de 2017

ACELERACIÓN


Desde la portada de elpais puede dar la sensación de que solo en Venezuela están pasando cosas, pero no. Es preciso leer también la letra pequeña, y de ella se desprende que el gobierno español está ultimando la preparación artillera para conseguir la aprobación de los presupuestos generales del estado. Ahora que, según parece, el PNV va a decir que sí, se aprecia una muy notable aceleración de los tiempos políticos. Por una parte Rajoy, de acuerdo con Rivera, ha decidido retrasar la entrada en vigor del impuesto comprometido sobre bebidas azucaradas, no sea que moleste a alguien y cause remolinos en las sosegadas aguas parlamentarias. (Al respecto, se amonestará a Podemos por sus malos modos en el hemiciclo; es un chiste parecido al de la condena a una muchacha por sus tuits sobre Carrero Blanco.) También se ha bajado el IVA a los espectáculos en directo; no al cine, que aún escuecen las críticas en las ceremonias de los Goya. Y se promete, una vez más y con parecidas garantías de incumplimiento, la creación inminente de 500.000 empleos.
Al mismo tiempo, siguiendo la tradición bíblica de que la mano derecha no se entere de lo que hace la izquierda, el gobierno ha recurrido ante el Tribunal Constitucional los presupuestos de Catalunya, por incluirse en ellos una partida (cuidadosamente camuflada, por otra parte) para el referéndum.
El palo asoma detrás de la zanahoria. La zanahoria metafórica sería la reciente oferta de 4,2 mil millones en infraestructuras para Catalunya. Una golosina tentadora. Será difícil, con todo, que los grupos de ERC y PDeCAT muerdan el anzuelo y transijan con unos presupuestos estatales que prometen tantas venturas; el recurso contra la autonomía es una bofetada nada metafórica, y llega apenas cuarenta y ocho horas después de la inhabilitación de Quico Homs, otro par de banderillas en todo lo alto.
Lo cierto es que el voto en contra de los presupuestos por parte de los catalanes con asiento parlamentario se daba por descontado desde el principio. La opinión muy mayoritaria del país no consentiría ninguna otra alternativa. Por eso, la oferta inversora no ha sido formulada en clave parlamentaria ni de negociación bilateral. Responde a una lógica distinta: es el tiro por elevación, en lugar del fuego graneado.
Rajoy no planteó su oferta delante de Carles Puigdemont ni de Oriol Junqueras. Su intervención, en un acto ad hoc organizado por el ministerio de Fomento, iba dirigida a las cúpulas empresariales y financieras, las patronales y las cámaras de comercio catalanas. La elite, la crême de la crême.
Tenemos en Catalunya unas elites patriotas, levantiscas en ocasiones, convencidas de que Madrid nos roba, y profusamente indignadas por ese dato incuestionable. Su talón de Aquiles reside en el hecho de que hablan el mismo lenguaje de Mariano Rajoy y son sensibles a una invitación personal enviada desde el ministerio de Fomento. Fue ante ese público privilegiado, en un entorno sazonado por el perfume del dinero, donde el presidente del gobierno habló de “sellar las grietas” abiertas por el procès, y rehuir “aventuras empobrecedoras”. Quien tenga oídos, entienda.
El gobierno ha acelerado su ofensiva no solo en el frente presupuestario sino además en el tema catalán, pero, en este último caso, en una dirección inesperada. Ni permiso institucional, ni diálogo bi o multilateral: dinero. El procès está en jaque. Puigdemont ha dicho que “ellos” podrán poner palos en las ruedas, pero no impedir el referéndum. No se ve, sin embargo, qué medios tiene a su alcance para recuperar la iniciativa. Su debilidad política se ha acentuado, y le han cortado la línea de suministros.
 

jueves, 30 de marzo de 2017

REFERÉNDUM Y/O SOLUCIONES PARA CATALUNYA


Nos llegan a un tiempo el último sondeo del CEO (Centre d’Estudis d’Opinió) y el dictamen del Tribunal de Cuentas sobre los costos del AVE a Francia. El CEO confirma la preferencia amplia de la opinión catalana por un referéndum “pactado o no” (50,3%) o bien “pactado inexcusablemente” (23,3%), lo que indica que tres cuartas partes del país desean votar acerca de una eventual independencia (solo el 44,3% votaría “Sí”, según la misma muestra). El Tribunal de Cuentas, por su parte, constata que se han pagado 133 millones de euros de forma irregular, por presuntos trabajos en la línea ferroviaria de alta velocidad – con énfasis particular en la macroestación de la Sagrera, en Barcelona –, sin justificación ni acreditación de ningún tipo.
Son dos datos a los que conviene añadir otros dos, también muy recientes. De un lado Mariano Rajoy ha ofertado “a Catalunya” (ojo a las comillas) 4.200 millones de euros en infraestructuras, a lo largo de la actual legislatura. De otro, Artur Mas ha declarado a la comisión parlamentaria de control que él nunca ha dicho que la financiación de su viejo partido, Convergència Democràtica, haya sido “impoluta”, cito textualmente el término que ha empleado.
Saquemos conclusiones provisionales de los cuatro datos puestos sobre la mesa.
Una, la cuestión de la independencia catalana sigue plantada entre ceja y ceja del electorado. Ha habido una leve oscilación a la baja del soberanismo, pero sigue siendo un hecho muy mayoritario el deseo de los catalanes de contarnos, para saber adónde vamos, con quién y de qué forma. La idea del referéndum (legal y decisorio) es una forma razonable de contrarrestar esa idea absurda tan extendida de “lleguemos primero a la independencia por la brava, y luego ya veremos qué es lo que hay allí y decidiremos en consecuencia, democráticamente.” Importa no demonizar la idea del referéndum cuando de una parte y de otra se están haciendo esfuerzos ímprobos por tapar con cortinas de humo las consecuencias concretas de las decisiones políticas que unos y otros proponen.
Dos, la oferta de Rajoy tiende a sustituir en el imaginario colectivo de Catalunya ciento y pico de soberanías volando por el pájaro en mano de una financiación a tocateja. En una palabra, menos esencialismos y más corredor mediterráneo. Pero quedan aún en ese esquema muchos flecos por discutir, para que la oferta sea realmente operativa. Supongamos que el dinero para las obras pertinentes se pone en manos de las mismas empresas que se han olvidado ya de justificar el uso de 133 millones. Supongamos que una de tales empresas es la que regenta don Florentino Pérez. Supongamos que el destino final de los 4,2 miles de millones se resuelve en la penumbra del palco del Bernabeu y en presencia de la abogada del estado doña Marta Silva, como ha denunciado el futbolista Gerard Piqué disfrazado para la ocasión de timbaler del Bruc. Lo que se ofrece a cambio de la primogenitura podría ser un simple plato de lentejas averiadas.
Tres, alternativamente la oferta de Rajoy podría ser un guiño disimulado a las fuerzas nacionalistas mayoritarias en Catalunya, para que pacifiquen el  gallinero y atiendan subsidiariamente a reforzarse de cara a próximas contiendas electorales con una fuente extraordinaria de financiación “no impoluta”. El dinero no iría tanto a las infraestructuras de Catalunya como al mejor entendimiento entre el gobierno del PP y el “gobierno actual de Catalunya” (recupero aquí las comillas de más arriba; no es lo mismo el país que su gobierno coyuntural), para evitar males mayores en un futuro marcado por la emergencia de fuerzas tal vez poco gobernables. En términos de atletismo, lo que Rajoy puede estar insinuando es que estaría dispuesto, como lo está haciendo ya en Murcia, a patrocinar abiertamente una carrera de relevos cuatro por cien (4%).
 

miércoles, 29 de marzo de 2017

EL FUTURO DEL TRABAJO


En vísperas casi del centenario de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), su director, el británico Guy Ryder, ha lanzado una iniciativa relativa al futuro del trabajo en el mundo (1). La evidencia que surge de los hechos es que el desarrollo tecnológico alcanzado por las sociedades avanzadas, capaz de facilitar y abaratar considerablemente la producción de bienes y servicios de todo tipo, no está favoreciendo a los trabajadores sino a las compañías (en particular, las grandes y muy grandes), que subcontratan y se llevan la parte del león de los beneficios asumiendo unos costes laborales mínimos.
Como señala Emily Paulin, de la Confederación Sindical Internacional, a Esther Ortiz (en “bez”), a muchos profesionales creativos con una alta cualificación les cuesta verse a sí mismos como inmersos en la economía “informal” o sumergida; y sin embargo, su posición no es distinta de la que se da, por ejemplo, en el empleo doméstico o la venta ambulante. No es, sin embargo, la tecnología emergente la que está reduciendo y precarizando el empleo, incluso el muy cualificado; sino la utilización sesgada que practica el capital, a partir de una situación de poder omnímodo, de las posibilidades que ponen en sus manos los grandes avances científicos y técnicos. Por ejemplo, una clínica es capaz de contratar neurocirujanos por horas, como quien pide un taxi para desplazarse por la ciudad. Una vez concluida la operación solicitada, el profesional es despedido y pagado en función de las horas invertidas.
Este complejo de problemas y de situaciones indeseables, señala Guy Ryder, obliga a replantearse a fondo el lugar y la función del trabajo dentro de la sociedad. Dicho en palabras sencillas y fácilmente comprensibles: quien crea valor con su trabajo es el neurocirujano, y no el consejo de administración de la puta clínica, que es la que se embolsa la parte principal de los jugosos honorarios cobrados al paciente. La clínica se está aprovechando del exceso de demanda de trabajo por parte de profesionales que han realizado una inversión muy fuerte durante años para alcanzar la competencia que poseen, y de la desregulación caprichosa del mercado de trabajo llevada a cabo por legisladores convencidos de que de ese modo favorecen el empleo en abstracto.
El trabajo realizado por el neurocirujano es valiosísimo, en el ejemplo citado; en cambio, su empleo por horas es indecente.
Transcribo tan solo tres puntos de la reciente iniciativa de la OIT. En ellos está, me parece, el meollo de la valoración del trabajo digno (decente), y la posibilidad de avanzar hacia una sociedad más eficaz en la atención dedicada a las necesidades básicas (físicas, sociales, culturales) de las personas:
« 36. La idea de que el trabajo es determinante para la consecución de la justicia social se basa en un postulado particular en cuanto al lugar y la función que corresponden al trabajo en la sociedad. La OIT raras veces se detiene a analizar este postulado que, sin embargo es la coordenada que necesita para orientar su rumbo.
37. Desde siempre, el objetivo del trabajo ha sido responder a las necesidades humanas básicas. En un principio era una actividad de supervivencia, y luego, con el aumento de las capacidades productivas y la generación de excedentes, también permitió satisfacer otras necesidades, particularmente gracias a la especialización de las tareas y a los intercambios directos o monetarios.
38. A pesar del extraordinario desarrollo de la producción tras las sucesivas revoluciones tecnológicas, trabajar sigue siendo un imperativo básico de nuestro mundo contemporáneo. Aún hoy en día no se satisfacen las necesidades humanas fundamentales y la lucha contra la necesidad no ha acabado porque sigue habiendo pobreza; una parte importante de la fuerza de trabajo mundial aún se dedica a la producción de subsistencia. »
 


 

martes, 28 de marzo de 2017

LA ERA DE LA DESINFORMACIÓN


En un reportaje de Juan Manuel García Campos en lavanguardia, bajo el título “El ciberejército de Putin”, se cuenta cómo se elaboró desde Rusia una información falsa sobre un ataque terrorista contra una planta química en St. Mary Parish, Luisiana. Un periodista del New York Times, Adrian Chen, investigó a fondo las fuentes de aquel fake. Sus pesquisas le llevaron a un edificio de San Petersburgo donde “un ejército de trols trabajaba a jornada completa al servicio de los intereses de Rusia”.
No me tengo por ciberparanoico; mantengo una razonable suspensión del juicio en cuanto a la veracidad del descubrimiento de Adrian Chen, que fue publicado al parecer en el magazine dominical del NYT, en junio de 2015. Puede que exista esa fábrica de trols de San Petersburgo, y puede que no. Ahora bien, en relación con la existencia de trols, como de las meigas, no me cabe duda de que haberlos haylos.
Lo más interesante que he encontrado en el artículo de García Campos es una afirmación de Nicolás de Pedro, investigador del Cidob-Barcelona. Se refiere a la teoría del doble flujo de la información, llamada también teoría de los dos pasos. Según esta teoría, la mayor influencia sobre la opinión pública (y sobre el voto) se genera a través de los líderes de opinión, bastante por encima de la de los medios de información. En consecuencia, el objetivo predilecto de los trols teledirigidos es minar el prestigio y la credibilidad de los líderes, para provocar “una perspectiva cínica en los espectadores”.
Las cosas están funcionando así. No hay mañana en que no nos desayunemos con desinformaciones maliciosas sobre determinados líderes de opinión. Me he hecho eco en este blog de dos campañas puntuales de desprestigio muy diferentes: una ajena a la política, contra la remontada del Barça ante el PSG, para hacerla aparecer como una vergüenza inconfesable en lugar de como una proeza deportiva. La otra, más seria e igual de virulenta, contra la alcaldesa de Barcelona Ada Colau, por una instalación artística en el Fossar de les Moreres. Son dos ejemplos de campañas masivas y anónimas de carácter denigratorio, y en las que los datos reales son lo último que interesa. La intención constructiva y ciudadana de las antiguas secciones de Cartas del Director, firmadas e identificadas, en la prensa seria, ha sido sustituida por un troleo anónimo, permanente y venenoso, que se despliega en forma de cola debajo de las informaciones publicadas en las ediciones digitales de los medios.
Basta echar un vistazo a los comentarios insultantes, cansinos y repetitivos, que provocan determinadas noticias, para descartar que provengan de ninguna supuesta armada de “jóvenes peones con conocimientos informáticos (y muy bien pagados)”, como señala Chen, instalados en un edificio peterburgués. En la guerra de la desinformación actualmente en curso, cada cual defiende su trinchera, en un abanico de posiciones que van desde la “inteligencia” (militar), hasta la zafiedad más cutre. Este no es un asunto reservado a los rusos y a la CIA.
 

lunes, 27 de marzo de 2017

TEORÍA DEL IMPOSTOR


Durante varios años de mi adolescencia, mi héroe favorito fue Rodolfo Rassendyll, un hijo de la Inglaterra victoriana, el hombre que fue coronado rey en el lugar de otro y se sentó en el trono de Ruritania durante tres meses, plazo en el que consiguió liberar al rey auténtico, prisionero en el castillo de Zenda, para luego alejarse con discreción del poder. En el cine lo encarnó Stewart Granger, prototipo de aventurero caballeroso que fue también en la gran pantalla el Allan Quatermain de Las minas del rey Salomón.
Fueron británicos ensalzadores del imperio los que suministraron yesca en abundancia a los sueños de gloria de mi infancia, situada bajo un franquismo alicorto que reivindicaba retóricamente los laureles de otro imperio fantasmagórico: Rudyard Kipling, el que llegó más arriba en el escalafón literario (le tocó un Nobel en la lotería); Robert Louis Stevenson, el más dotado y el más sutil de todos ellos (La isla del tesoro); Henry Rider Haggard, el más visionario (Las minas…); y algunos epígonos tardíos como P.C. Wren (Beau Geste) o, tal vez el menos dotado de todos ellos, Anthony Hope, el autor de El prisionero de Zenda.
Mi entusiasmo por Rassendyll se basaba en el hecho de que suplantaba a un rey y era capaz de hacerlo – durante un tiempo corto, cierto, pero, de haberlo querido, podía haber seguido así toda la vida – bastante mejor que el rey titular. Estaba también el asunto de la princesa Flavia, pero eso para mí tenía mucha menos importancia. Sospecho que también para el autor. Releí la novela ayer domingo, movido por un deseo de comprobación rápidamente satisfecho. Se repite en el texto hasta la saciedad que Flavia era una mujer bellísima; pero no se demuestra. La princesa es más bien un símbolo de estatus, y nos es permitido sospechar que como mujer no era para tanto; pero en la Inglaterra literaria del ocaso de la queen Victoria, la majestad de una reina joven exigía sin excusas el complemento de una belleza radiante.
La aportación más importante de Flavia a la historia es la siguiente parrafada: «¿Es que el amor lo es todo? – preguntó, en un tono bajo, dulce, que parecía llevar la paz incluso a mi atribulado corazón –. Si el amor lo fuera todo, yo te seguiría, vestida de harapos, si fuera necesario, hasta el fin del mundo, porque tienes mi corazón en tus manos. Pero ¿lo es todo el amor? – No – respondí.» El intercambio verbal tiene todo el aire de una coartada vergonzante, para los dos protagonistas.
Las andanzas de Rassendyll por una Ruritania de cartón-piedra, descrita de forma muy sumaria, tienen lugar en compañía de tan solo dos personas que están “en el ajo”: un militar algo cínico, el coronel Sapt, y un cortesano hábil, Fritz von Tarlenheim. A lo largo de tres meses el rey impostor no tiene ningún encuentro con el jefe de su gobierno (lo cual implica que no había una democracia parlamentaria, de hecho tampoco se menciona jamás un parlamento) ni, más difícil, con su ministro de Finanzas. Con ningún ministro, de hecho. Todo lo que hace el rey en ese tiempo es cortejar a su presunta prima, la princesa Flavia, y pedir al mariscal Strakencz que se haga cargo del orden público en la capital mientras él está ausente, oficialmente para dedicarse a la caza del jabalí en los bosques de Zenda. No obstante, todas las personas notables con las que se cruza alaban sus altas cualidades de soberano. La conclusión a la que llega el cándido lector es que el oficio de rey es un chollo.
El verdadero coprotagonista de la novela es Ruperto de Hentzau. Sin él, la historia sería sosa. Ruperto ejerce el papel de tentador. Admira sinceramente a Rassendyll por haberse encaramado al trono aprovechando sin escrúpulos la ocasión (de hecho, Rassendyll sí tiene escrúpulos; y muchos). Le llama “el actor”, y en la primera conversación a solas entre los dos le dice que ambos son almas gemelas. Rassendyll se ofende, pero no consigue cortar de raíz la tentación creciente de instalarse de forma permanente en el trono. Hentzau le explica su plan: debe atacar de frente el castillo con fuerzas aparatosas, colocando a Sapt y Tarlenheim en primera línea. Cuando los dos caigan, el propio Hentzau se encargará desde dentro de hacer desaparecer al rey auténtico (el prisionero) y de matar al duque Miguel. El castillo se rendirá acto seguido. Quedarán en Ruritania solo dos personas prominentes que se lo repartirán todo: el rey Rodolfo impostor, y el duque Ruperto.
El plan es rechazado con indignación. Triunfan el honor y los derechos dinásticos. Pero en el combate del puente levadizo Rassendyll tiene en la mira de su pistola a Hentzau y no dispara (afirma que no puede explicar por qué). Mientras que más tarde, en el bosque, Hentzau tiene a su merced al impostor, y tampoco da la estocada decisiva. Los dos antagonistas volvieron a enfrentarse en una secuela aguachinada, Ruperto de Hentzau, que subrayó las coincidencias entre ambos pero no aportó nada nuevo al conflicto.
Hay historias parecidas en la literatura inglesa de la época, y mejor contadas: el bondadoso Jekyll y el siniestro Hyde, de Stevenson, eran la misma persona y su contrario; el vagabundeo de Jim Hawkins entre el campamento de los caballeros y el de los piratas, en La isla del tesoro, es la descripción de un dilema moral, el de buscar el tesoro por lo legal, o a salto de mata; Dorian Gray y su retrato, de Wilde, representan el desorden de los sentidos y su disimulo cuidadoso. La leyenda anónima que atribuye a Jack el Destripador la personalidad del príncipe de Gales se inscribe en la misma lógica: la represión del principio del placer en la moral victoriana generaba poderosas fuerzas destructivas.
Hentzau sirve a Hope para mostrar que todas las barreras legales y sociales pueden ser violadas; Rassendyll, para reafirmar la corrección política. En ese “sí pero no” reside todo el encanto de una novela en la que el lector se adhiere con fruición al engaño y se identifica con el impostor.
 

domingo, 26 de marzo de 2017

TAL COMO ÉRAMOS


Es bueno que Susana Díaz haya decidido por fin presentar su candidatura a presidir el gobierno de España. El PSOE necesitaba algún tipo de revulsivo para salir de la postración inducida por las secuelas de varios meses de luchas intestinas. No parece el momento de guardar balas en la recámara a la espera de una ocasión mejor, sino de salir adelante con los faroles y pedir a dios que reparta suerte y a la justicia que no les prenda.
Susana necesitará un resultado indiscutible y confortador en las primarias, que suponga un alza sustancial de la autoestima de su electorado, para enfrentarse al rocoso – más bien, pedregoso – Mariano Rajoy cuando quiera que toque celebrar las próximas generales.
Es dudoso, sin embargo, que un cambio de cara por sí solo sea capaz de causar un seísmo registrable en la escala Richter de las emociones políticas. Ahora mismo está intentando algo parecido Martin Schulz en Alemania. Se ha teorizado un “efecto Schulz” capaz tal vez de desbancar a Merkel. El candidato cuenta a su favor con una mayor consistencia intelectual y política respecto de su predecesor; en su contra tiene su implicación en las posiciones de "gran coalición" en el interior, y el seguidismo neoliberal mantenido en el parlamento europeo en toda la última etapa de crisis. El “efecto Schulz” tendría que ser muy fuerte para hacer olvidar estas vivencias recientes. La situación tampoco invita a una euforia desatada de un electorado acostumbrado a ir perdiendo, elección a elección, cachitos de apoyo popular. Los sondeos a pie de urna parecen confirmar que Lázaro resucitado tampoco saldrá este domingo de su tumba, en el Sarre.
La situación de Susana Díaz es parecida a la de Schulz. No todo, pero sí buena parte de su proyecto se ha fiado a una operación de imagen, a la presentación a golpe de clarín de un “PSOE ganador”. Se soslaya la cuestión de los pactos de gobierno, que sin embargo van a ser necesarios, y se obvia el tema de si una vez más se va a mirar solo hacia la derecha, o si en este caso crítico se va a volver de una vez la vista a la izquierda (territorio donde, no se olvide, las fuerzas están más que igualadas). Las propuestas hacia Catalunya son pírricas: la recuperación del Estatut que el mismo PSOE contribuyó a torpedear supondría una inmersión en el túnel del tiempo, cuando tantas cosas han pasado después, bajo el gobierno de Zapatero y bajo el de Rajoy. A nadie entusiasmará en Catalunya esa iniciativa, y tampoco, por desgracia, tiene un gran recorrido la profesión de fe federalista promovida desde la reaparición en el candelero de González y Guerra, dos jacobinos de una pieza, que todavía han de dar la primera muestra de arrepentimiento por sus reiterados pecados de centralismo a ultranza. Y finalmente, la unidad interna de la propia organización está en entredicho, y nadie es capaz de predecir cómo saldrá de las primarias.
Reivindicar en estas circunstancias el socialismo “de siempre”, sirve de poco. Lo cierto es que, de siempre, el curso fluvial del socialismo español ha sufrido desapariciones prolongadas, ha recorrido meandros tortuosos, ha cerrado pactos dudosos y ha predicado, en función de por dónde soplaba el viento, hoy una cosa, mañana la contraria. Proclamar desde la megafonía de los medios que “somos los mismos de siempre, y lo seguiremos siendo”, quizá no sea la fórmula idónea para convencer a un electorado bastante escamado.
Quizá podría intentarse un eslogan diferente: “por las ánimas benditas que esta vez sí, esta vez vamos a cambiar.”
A ver qué pasaba.
 

sábado, 25 de marzo de 2017

NO ME DIGAS "CIERRA LA PUTA BOCA" NUNCA MÁS


Podría ser el título de un libro de autoayuda sobre las relaciones de pareja. De hecho, se publicó uno (de Montserrat Roig) titulado “Di que me quieres aunque sea mentira” (Digues que m’estimes encara que sigui mentida), si bien no era de autoayuda y tampoco trataba de las relaciones de pareja. Los ejemplos más tópicos de frases efectistas en este terreno son la de Love Story, «Amar es no tener que decir nunca ‘lo siento’», o la otra no menos sobada de Saint-Exupéry, «Amar no es mirarse uno al otro, sino mirar los dos en la misma dirección.»
Encuentro que hay más amor, más paciencia, más firmeza, más compromiso, en la frase de cabecera, por más que no se trata exactamente de una frase de amor. La dijo su entrenador a la tenista hispano-venezolana Garbiñe Muguruza. Las cosas estaban yendo mal sobre la pista. La estadounidense McHale había ganado la primera manga 0-6, y Garbiñe solo pudo empatar la segunda en la muerte súbita, después de levantar varias bolas de partido. En la tercera manga los nervios de las dos jugadoras estaban disparados, y los errores se amontonaban sobre las pifias. “Dime algo que no sepa”, comentó agria Garbiñe cuando vio que el coach se acercaba a su silla entre punto y punto. Milagro, el entrenador consiguió encontrar las palabras justas para calmar a su pupila. La tercera manga finalizó 6-4, y Garbiñe pasó a la ronda siguiente. Es el flash perfecto sobre cómo debe comportarse un entrenador con experiencia en momentos críticos.
La frase es válida también en otros escenarios. Está al alcance tanto del varón como de la mujer, no hay ninguna predeterminación en un sentido o en otro. Y tanto puede ser utilizada por un entrenador/ra, un compañero/ra, un amigo/ga del alma. Tiene la dosis justa de sensatez, de firmeza, de racionalidad tranquila. Implica que se ha llegado a un límite peligroso en la relación interpersonal, a una línea roja; pero también implica que no se desea que el deterioro vaya más allá.
Amar es también tener que decir muchas veces ‘lo siento’. Amar es dejar alguna vez de mirar ambos en la misma dirección, porque nunca está de más darse también un repaso puntual, despacio, el uno al otro. Y sin duda la formulación de la exigencia de no volver a oír nunca más un destemplado ‘cierra la puta boca’, expresada en voz lo bastante alta y firme para que te oigan los periodistas sentados en la primera fila al borde de la pista, es también un acto inequívoco de amor. Amor clasificable en alguno de los miles de casilleros de que dispone ese sentimiento. Una de las frases heroicas de Gabo García Márquez, una de las que nunca salen en los powerpoints que te mandan amigos sentimentales entre música de violines e imágenes de prados en primavera, es: «El corazón tiene más cuartos que una casa de putas.»
 

viernes, 24 de marzo de 2017

RENTA BÁSICA UNIVERSAL, PALANCA O MULETA


El punto importante en discusión es si la renta básica universal puede servir de instrumento válido para reducir la desigualdad, o bien como un tratamiento paliativo de una desigualdad que se reconoce de forma tácita que no es erradicable; que, como se suele decir, “está aquí para quedarse”. En este segundo caso, la renta definida como “de ciudadanía” no lo es, sino más bien una compensación graciosa que se abona a un sector variable de ciudadanos demediados, siempre que acrediten de forma fehaciente en la ventanilla donde corresponda su minusvalía cívica .
No solo el concepto de RBU, sino todo su entorno teórico y práctico, es diferente de un caso al otro: varían el sentido y los objetivos de la actividad económica, cambia el valor intrínseco que se da al trabajo asalariado y heterodirigido. Incluso se desliza de un sentido inclusivo a otro excluyente ese término proteico y ambiguo, utilizado a menudo a beneficio de inventario tanto para un roto como para un descosido, que es la idea de la ciudadanía.
Palanca o muleta: dos formas opuestas de considerar la renta básica universal. Palanca para mover en una dirección distinta las relaciones de producción y las formas de conjugar eficazmente lo público y lo privado. O bien, muleta para disimular en la medida de lo posible la cojera demasiado patente de un modelo de desarrollo que, a pesar de todo, se sigue considerando como único paradigma viable.
No acierta, a mi entender, Guy Standing al entender el “precariado” como una nueva clase social, emergente frente a unas clases trabajadoras “tradicionales” prósperas, caracterizadas por el acceso creciente a la propiedad, a la cultura y a la patrimonialización del ahorro. Desde que publicó su libro en 2011, hemos visto la debacle progresiva del trabajo asalariado, la proliferación de contratos eventuales de un recorrido cada vez más corto, el recurso generalizado a los minijobs, las condiciones leoninas de “conciliación” de vida y trabajo, el descenso indiscriminado de las retribuciones, la pérdida generalizada de autonomía en las decisiones de los trabajadores por cuenta ajena, la proletarización de los técnicos, la precariedad extendida en mancha de aceite como acompañante inseparable de todas las formas de relación laboral por cuenta ajena.
La precarización universal es un proceso en curso, todavía reversible si se adopta otro tipo de políticas. La renta básica universal puede ser un instrumento para hacer avanzar ese otro tipo de políticas; una red para detener la caída de sectores cada vez más amplios de trabajadores más o menos descualificados, más o menos prescindibles, en el abismo de la marginación. De ningún modo puede entenderse que sea, sin más, una solución en sí misma, un recurso utilizado para seguir tirando del carro por el mismo camino, en la misma dirección.
 

jueves, 23 de marzo de 2017

EUROPA, EUROPA


Estoy rabiosamente a favor de la tribuna/manifiesto “Relanzar la Unión Europea”, que firman en elpais Nicolás Sartorius, Emilio Lamo de Espinosa, Emilio Cassinello y Jorge Bacaria (1). Rabiosamente a favor, en el fondo. En la forma, encuentro que los firmantes deberían haberse esmerado un poco más. La lectura del documento produce un cansancio infinito. El primer párrafo arranca con «Hace sesenta años que se firmó el Tratado de Roma». El segundo: «Hoy observamos, con creciente inquietud» El tercero: «Ante esta situación, cuyos retos vamos a tener que afrontar.» Y el cuarto y conclusivo: «Por esta razón, estamos convencidos.» Por en medio, algunos clisés infaltables: «populismos de uno u otro signo, nacionalismos de nueva y vieja factura», «empeño que, de consumarse, nos introduciría en una senda de peligrosas incertidumbres y de creciente impotencia», «un camino equivocado que conduciría a un mayor estancamiento de consecuencias no deseables», «viejos y nuevos egoísmos y cegueras.»  
Los populismos son siempre, en esta clase de literatura, “de uno u otro signo”; la inquietud, “creciente”; las incertidumbres, “peligrosas”. Nada hay de malo en ello, de hecho se describe una realidad reconocible, pero es como recibir una carta de amor y encontrar en el encabezamiento aquello de «Me alegraré que al recibo de la presente te halles bien de salud, como sinceramente te deseo.»
No quiero ser tiquismiquis. Me sumo a la convicción de los firmantes de que necesitamos más Europa, y no menos; de que se precisa una unión no solo económica sino además política, y más aún que solo política: consciente de las interdependencias que se entrecruzan en un mundo mal diseñado, solidaria hacia dentro y hacia fuera. Podría hablarse también en el documento de la lucha contra los abusos de los grandes monopolios, de la necesidad de más igualdad, de profundización en los mecanismos democráticos que garantizan la participación de todos. Nada de todo ello es absolutamente imprescindible, sin embargo.
Las palabras, en último término, no importan tanto como la urgencia del llamamiento. La retórica no añade nada a la sensación angustiosa de que "nuestra" Europa amenaza ruina, de que se nos podría desmoronar, de forma quizás irreversible, delante mismo de nuestros ojos. ¡Europa, Europa! ¡Ahí! ¡Tranquila! ¡Resiste, que ya llegamos!
  


 

miércoles, 22 de marzo de 2017

BACANALES DE LA VIDA


Las palabras con las que Jeroen Dijsselbloem (Jerón Diselblón) expresó su idea de la solidaridad al periodista de la Frankfurter Allgemeine Zeitung que le entrevistaba, son en sí mismas irreprochables: «Uno no puede pedir ayuda después de gastárselo todo en alcohol y mujeres.» No pretendía decir el jefe del Eurogrupo que no sea posible físicamente; sino más bien que, de ser conocida la circunstancia, a quien así actúe le resultará difícil recabar solidaridad ajena.
Desde ese punto de vista, y en abstracto, el razonamiento es de cajón. Ciertamente está mal estirar más el brazo que la manga en gastos relacionados con el alcohol y las mujeres; también, por supuesto, en otras mamandurrias tales como jamón pata negra, percebes, perfumes de Givenchy, trajes de Armani, Masseratis. No es ese el punto, sin embargo. El punto, en el caso de Diselblón, fue la inoportunidad con la que colocó su pequeña moraleja calvinista en una conversación en la que se le preguntaba por las dificultades de los países europeos del sur para hacer frente a sus déficits públicos.
Convengamos todos en que se trató nada más de un resbalón, por más que don Luis de Guindos reclame una muestra de arrepentimiento que no acaba de llegar. Especialmente inoportuno, de otro lado, es el hecho de que la presidencia del Eurogrupo, que le toca desempeñar a Jerón a lo largo de todo este año, está en estos momentos en globo. El partido socialdemócrata solo ha conseguido nueve escaños en el parlamento holandés, menos que la CUP en una cámara más pequeña como es la catalana; y es muy difícil que el liberal Mark Rutte, que previsiblemente repetirá como primer ministro, quiera mantenerlo en su gabinete.
Mientras, el primer ministro portugués ha pedido que ese hombre “desaparezca”, y en una foto tomada en Bruselas se ve al ministro griego de Finanzas conteniéndose para no darle un guantazo mientras Diselblón intenta explicarle alguna cosa.
La situación de este hombre resulta crítica. Si pierde de una tacada el ministerio holandés de Finanzas y la presidencia del Eurogrupo, habrá de volverse seguramente a su localidad natal de Wageningen (35.000 habitantes), donde residen su compañera y sus dos hijos, chico y chica. Tal vez impartirá en la Universidad local clases de economía agrícola, la carrera que cursó de joven allí mismo. No es probable que una persona tan íntegra, con esa valentía para hacer reproches públicos a la laxitud de gobiernos incapaces de refrenar sus apetitos desorbitados de alcohol y mujeres, y que se ha negado luego a pedir perdón, emprenda como cualquier mindundi el camino fácil de las puertas giratorias.
No más alcohol y mujeres para Diselblón. Austeridad. Cálculo minucioso día a día del debe y el haber en el libro familiar de cuentas. Fortaleza de ánimo. Parsimonia. Será uno más de tantos hombres que, como los describió Antonio Machado, guardan el secreto de sus «rostros pálidos, / porque en las bacanales de la vida / vacías nuestras copas conservamos / mientras con eco de cristal y espuma / ríen los zumos de la vid dorados.»
 

martes, 21 de marzo de 2017

EL CORTO PLAZO EN LA POLÍTICA


Estamos todos aproximadamente de acuerdo en que las coordenadas del mundo, tal como nos habíamos acostumbrado a conocerlo y a evaluarlo, han cambiado sustancialmente. Los puntos cardinales que nos servían de referencia ya no señalan ningún territorio, o lo indican de forma condicionada y ambigua. Todo obedece a un cambio copernicano en la perspectiva económica. La idea de que el egoísmo individual de los actores que concurren al mercado global de bienes y servicios es, por paradoja, la mejor garantía de la máxima satisfacción de todas las partes intervinientes, ha tenido en las modernas sociedades postindustriales el efecto balsámico de la tópica luz al final del túnel. Basta, desde la introducción de tan salvífica idea, con que cada cual se aferre a sus propios intereses privados, y todo lo demás le será dado por añadidura. Esa, al menos, es la doctrina oficial.
La política se está mostrando incapaz de corregir el rumbo emprendido por la economía. Muy al contrario, se observa un mimetismo acusado en la forma de abordar los problemas políticos, respecto de los económicos. El Estado ha renunciado de buen grado a una gran parte de su antigua soberanía, y los partidos políticos, para no ser menos, renuncian a la defensa y representación en las instituciones de sectores específicos de la sociedad, y buscan en cambio una transversalidad uniformizadora. Se entiende de algún modo que ya no hay clases sociales, ni en consecuencia intereses contrapuestos en el seno de la sociedad. Es el mercado con sus leyes inmutables quien premia a los más diligentes y penaliza a quienes han hecho un movimiento erróneo. La igualdad es una mera suposición teórica en relación con las posiciones de partida de una inmensa clase media que nos abarca a todos; la desigualdad sobrevenida en el proceso, la mera consecuencia de los méritos y los deméritos relativos de los participantes. Esta forma de ver las cosas genera un gran inmovilismo y una feroz resistencia al cambio.
Se reconocen, desde luego, algunas desigualdades de partida, aunque no en la clase. El género significa una brecha social consistente y un fuerte agravio comparativo. Algunos lo niegan; un eurodiputado polaco sostiene que toda la explicación está en el hecho de que las mujeres tienen una capacidad intelectual menor que los varones. No obstante, su postura es desmentida por los hechos de cada día; no hace falta recurrir a Madame Curie. Y si hay mujeres capaces de desempeñar el mismo trabajo que compañeros varones con el mismo grado de competencia, es injustificable desde una perspectiva racional que el salario sea en cambio consistentemente desigual entre unos y otras.
Pero esa desigualdad es asimismo transversal, ajena a la clase. Todos los partidos se posicionan en contra de la desigualdad de género (no todos luchan con el mismo ardor por corregirla, sin embargo). Algo parecido ocurre con los marginados de nuestras sociedades de amplias clases medias: los inmigrados, los nuevos parias. La ciudadanía, una categoría en principio inclusiva, se convierte en su caso en argumento excluyente. Los no ciudadanos no pueden tener los mismos derechos que quienes sí lo son. La operación masiva emprendida por Trump en su país es paradigmática, pero nuestras autoridades también han sido Trump, en una escala menor, en muchas ocasiones.
Más inquietante es la deriva creciente del cortoplacismo desde la perspectiva económica hacia la política. Si en aquella la tendencia general es la de la inmediatez del proceso estímulo/respuesta (para el caso, inversión/retribución), en política cobran cada vez más importancia las ventanas de oportunidad, los aprovechamientos electorales (electoralistas) de movimientos de humor generalizados. Los programas de medidas de gobierno tienden a adelgazarse, en tanto que se multiplican los motivos puntuales de confrontación en la campaña, las prioridades de usar y tirar. Del mismo modo que tenemos una economía “de casino”, también la política frecuenta la mesa de juego y allí se reparten cartas, se hacen apuestas, el ganador se lleva el bote y se vuelve a barajar.
Sería necesario detener esta carrera hacia la relevancia política de lo efímero: programas, políticas, prioridades, líderes incluso, efímeros. El electorado se convierte en espectador de un torneo de tenis disputado sin dar respiro: ahora la pelota está en un campo, ahora en el otro. Los intereses sustanciales de las personas concretas, su trabajo, su ocio, su bienestar, lo que antes eran los objetivos centrales y permanentes de la política, se emborronan y se difuminan percibidos a la actual vertiginosa velocidad de crucero.
Pero no hay ningún punto de llegada, ninguna dirección. Tanto traqueteo se agota en sí mismo.
 

lunes, 20 de marzo de 2017

DEMOCRACIA TELEMÁTICA


La escaramuza política montada por Albano Dante Fachin, en nombre de Podem Catalunya, resulta difícilmente comprensible. Ha sometido a su militancia a una consulta para determinar si el partido se sumaba o no a la confluencia de diversos grupos de izquierda en una nueva fuerza, encabezada por Ada Colau y Xavi Doménech, capaz, si se tienen en cuenta las performances de sus partes componentes en las últimas contiendas electorales tanto a nivel municipal como autonómico y general, de situarse en un primer plano destacado en la vida política catalana. Fachin, sin embargo, es partidario de no integrarse, a la vista de que no se atienden tres demandas para él fundamentales. Son ellas la participación electoral por vía telemática, las listas abiertas y proporcionales para conformar la ejecutiva, y la adopción de partida de un código ético cerrado.
No parecen en principio líneas rojas muy significativas. La convivencia de la democracia con la telemática es muy reciente; en efecto, la segunda data de hace cuatro días mal contados, y la primera tiene ya veinticinco siglos de vigencia, si contamos desde la Atenas de Pericles. Resulta aventurado, entonces, considerar la participación telemática como condición sine qua non para la existencia de democracia interna. La cuenta de la vieja puede servir igualmente para contar votos, y no parece estar más desprovista de garantías por su condición rudimentaria desde el punto de vista tecnológico.
Tampoco el hecho de cerrar antes o después un código ético, si este es razonable y consensuado, se sitúa más allá de lo puramente instrumental. En cuanto a la propuesta de listas abiertas proporcionales para la ejecutiva, es un disparate sustentado en una concepción exageradamente individualista de la actividad política. Una ejecutiva, en cuanto que equipo de gobierno, contiene en su seno tareas diferenciadas que exigen habilidades y saberes distintos. Entonces, dejar al voto popular la composición de toda la ejecutiva viene a ser como decidir de ese modo la alineación de un equipo de fútbol para la próxima jornada. Podrían salir siete delanteros y ningún defensa central. Lo sensato es votar el equipo en bloque, tal como ha sido propuesto por los candidatos a la dirección, o simplemente votar al líder, y dejar que sea él, consagrado como el mejor o el más idóneo, quien designe a su propio equipo.
Para lo que sí sirven las listas abiertas en votaciones de este tipo es para favorecer los votos concertados de castigo sobre uno o varios nombres determinados. La idea tampoco es nueva. Cuenta Plutarco de Arístides que, cuando se dirigía a la asamblea anual que votaba el “ostracismo” (el destierro) para uno de los políticos en activo, un campesino le pidió ayuda porque no sabía escribir. Tomó Arístides la tablilla y preguntó qué nombre debía poner. “Arístides”, dijo el otro. “¿Cómo es eso? ¿Te ha hecho algún mal?” “Ninguno, ni siquiera lo conozco, pero estoy harto de oír decir a todos que es el más virtuoso de los atenienses.” Arístides rellenó la tablilla con un suspiro, fue votado mayoritariamente en la asamblea, y marchó disciplinadamente al destierro.
Fachin pedía el voto a 52.000 inscritos, y los que realmente han votado, a lo largo de los tres días prescritos, han sido 3.901. El 7,5%. Hay varias maneras de interpretar un porcentaje tan reducido. Fachin está contento porque estima que, a pesar de la baja participación, se ha dado una lección de democracia. Otra posible explicación, sin embargo, valoraría la abstención como un voto severo de castigo al convocante.
Es lo que tiene de peculiar la abstención, que ningún instrumento telemático puede descifrar de forma rigurosa su auténtico sentido. En cualquier caso la circunstancia importará poco, porque la nueva fuerza del “País en Comú” no se aglutina a partir de cuotas cerradas de partidos. Así pues, los 52.000 inscritos de Podem podrán apuntarse, sin ninguna traba de disciplina interna, a aquello que tenían ya decidido antes de votar o de abstenerse.
 

domingo, 19 de marzo de 2017

MISAS TELEVISADAS


No soy un fan de las misas televisadas. Si he de decir toda la verdad, tampoco de las otras. Ocurre en las misas que ya está todo dicho desde el principio, y al oyente apenas se le deja otro recurso que murmurar “Amén” de cuando en cuando. Oír misa no resulta emocionante ni glamuroso ni siquiera en la parroquia, imagínense delante del televisor.
La misa de la 2 ha sido un recurso socorrido de las residencias de ancianos para tenerlos a todos reunidos y en estado de revista durante las horas matinales dominicales, a la espera de que lleguen los parientes con las flores, que no se pueden poner en el dormitorio, o con los bombones o los pastelitos de crema, prohibidos para las/los residentes por el colesterol alto, de modo que se los comen las cuidadoras. Las actividades del domingo se vienen a repartir de forma más o menos equitativa entre la misa para los pacientes, y las gollerías para el personal médico.
Así ha sido hasta que Podemos ha pedido la supresión de misas televisadas por una cadena pública costeada por el contribuyente. La petición tiene su fundamento: los obispos ya reciben su porción del IRPF y disponen de abundantes frecuencias propias para evangelizar a los incrédulos e impartir bienes espirituales a manos llenas. Que luego lo hagan, o no, es otra cuestión. En la 2, a esa hora de los domingos, se podría amenizar la programación con conciertos de bandas de música autonómicas (por riguroso turno alfabético) o con documentales científicos, que tienen prácticamente la misma audiencia que la misa, y que los residentes, que aman Pasapalabra y Sálvame de Luxe, acogerían con la misma olímpica displicencia, mientras tratan de adivinar si hoy les traerán bartolillos o bombones de licor, aunque no pueden probar ninguna de las dos cosas.
Sin embargo, son muchos los que han juzgado inadmisible e intolerable la propuesta podemita, y las misas televisadas han subido de pronto a un rating del 21%, nivel hasta ahora solo asequible para Belén Esteban y para el fútbol en diferido. El trastorno sufrido por la parrilla ha generado daños colaterales: se ha mantenido la misa, pero en cambio ha desaparecido el programa de María Teresa y Terelu Campos, que alimentaba con eficacia las apetencias de comprensión y empatía de la audiencia de más edad.
Quizás la permanencia de la misa de la 2 aporte alguna utilidad social como vehículo de contestación religiosa. Me refiero a lo que practica Bittori en Patria, de Fernando Aramburu (Tusquets 2016), una novela que todos deberíamos leer para no hacernos demasiadas ilusiones sobre nosotros mismos.
Bittori dejó de creer en Dios cuando un pistolero de ETA hizo pum a su marido, el Txato, en la calle, a dos pasos de su casa, en un pueblo de Guipúzcoa. El Txato no había pagado el impuesto revolucionario, pero no por mala voluntad, es que no le daba el negocio de sí, buscaba contactos discretos con la Dirección para poder explicarse, pedir una moratoria, un respiro. Primero aparecieron las pintadas, y muy deprisa, antes de que pudiera reaccionar, argumentar de alguna manera, llegó el pum. Bittori hubo de dejar el pueblo porque todos los vecinos le hacían el vacío, ninguno se atrevía a hablarle no fuera que alguien les estuviera observando y tomara nota. En San Sebastián, Bittori no tenía nada en qué ocuparse. Por eso a veces iba a misa, aunque ya no creía, y se sentaba en una de las últimas filas, sola. Y cuando el oficiante decía “El Señor está con vosotros”, ella replicaba en voz baja “No”. “Oremos.” “No.” “La paz sea con vosotros.” “No.”
Es algo que podría hacerse con más comodidad en las misas televisadas.
 

sábado, 18 de marzo de 2017

EUROPE FIRST


Han empezado en Roma los actos de celebración de los 60 años del Tratado que dio origen a la Unión Europea. La presidenta del Parlamento italiano, Laura Boldrini, se dirigió a representantes de todos los parlamentos europeos con un discurso ambicioso, en el que repitió varias veces la consigna “Europa primero” (Europe First), como réplica al America First de Donald Trump. Apuntó Boldrini a la necesidad de una profundización de la temática relacionada con la dimensión social de la Europa unida, lo que no está nada mal si el apunte no se queda en mera retórica celebratoria; la ausencia de una preocupación social paralela a la liberalización del mercado de capitales ha sido una de las carencias más marcadas en todo el trayecto comunitario, muy singularmente en su último avatar, desde los años noventa del siglo pasado y a partir del crac de 2008.
El belga Siegfried Bracke describió los tratados de 1957 como el arranque de una nueva Roma; no un nuevo imperio, sino una nueva civilización. Romano Prodi describió una Europa moviéndose a dos velocidades, pero acogedora y abierta a todos. Ana Pastor, presidenta del Congreso español de los Diputados, demandó más esfuerzos para transmitir a las generaciones jóvenes que la integración europea “ha valido la pena”.
Me pregunto en qué estaba pensando Pastor al hacer esa observación. Más en concreto, cuál es la pena que ha valido, y cómo evaluarla. Sergio Mattarella, presidente de la República italiana que recibió a los parlamentarios europeos en el Quirinal, había reconocido en su alocución que la integración europea alcanzada “es, en gran medida, mejorable”. Habrá un fuerte despliegue policial durante todas las celebraciones, por temor a la presencia de “elementos provocadores de tendencia anarquista y antisistema”. Es preciso concluir que la Unión no atraviesa por momentos felices en lo que se refiere a reconocimiento y popularidad entre los jóvenes. Ni entre los ancianos. Ni los euroescépticos. Ni los liberales. En fin, casi entre nadie.
El contraste entre los discursos y los acontecimientos que se desarrollan detrás de las bambalinas puede ser penoso. El presidente del Eurogrupo Jeroen Dijsselbloem, castellanizable como Jerón Diselblón para entendernos mejor, pasa por momentos delicados debido al desastroso resultado de su partido en las recientes elecciones holandesas. Es más que probable que, cuando se forme gobierno, se vea obligado a dejar su cargo de ministro de Finanzas, y eso, en virtud de una ley no escrita, lo descartaría como jefe del Eurogrupo. Hay dos resquicios en los que intenta resguardarse contra la némesis terrible que le amenaza con ser descabalgado simultáneamente de su posición holandesa y de su cargo europeo: la primera es precisamente que se trata de una ley no escrita, y Jerón clama que si no está escrita es que no existe. ¿Desconoce tal vez la fuerza de la costumbre inveterada como fuente del derecho, que a todos los estudiantes se nos enseñó ya en el primer curso de la carrera? El segundo resquicio es que el puesto, en virtud de los equilibrios y las componendas establecidas entre la crema de la élite, habría de corresponder a un ministro de Finanzas del grupo socialista, y, dada la situación muy precaria de la socialdemocracia en el actual establishment europeo, no se avizora a nadie que pueda ofrecerse como recambio. Luis de Guindos sería capaz de cualquier cosa por postularse, pero está descartado porque los conservadores ya acumulan un récord de cargos, y uno más haría hasta feo. La alternativa de un griego o un portugués sería para los Guardianes de los Tronos tanto como entregar al enemigo las llaves de la fortaleza.
De modo que ahí queda la incógnita. Diselblón, por su parte, se siente a gusto en la poltrona y dice que hasta el año 18, que es cuando toca, nadie le va a mover de su silla por más que caigan chuzos de punta. El idealismo del mensaje de Baldrini viene a chocar así con las rugosas asperezas y las afiladas aristas de la realpolitik.
¿Europe First?
 

viernes, 17 de marzo de 2017

CAMBIOS EN EL CALLEJERO DE MADRID


El colectivo llamado “Comisionado de la Memoria” ha terminado su trabajo sobre el callejero de Madrid-capital y alrededores con la propuesta de 47 cambios de nombres. Los he estado examinando uno por uno. En general me parecen bien las propuestas, producto de un sensato deseo de consenso amplio, y no de trágalas desafinados. El nomenclátor madrileño lucirá más con los nuevos nombres. Una de las calles de nombre más abiertamente fascista, “Caídos de la División Azul”, se redimirá con el recuerdo de la matanza terrorista de la estación de Atocha: “Memorial 11 de Marzo de 2004”. Tanto el PP como C’s han anunciado enmiendas al trabajo del Comisionado, pero espero de ambas formaciones – el beneficio de la duda es siempre de rigor en estos casos – que no enmienden ese cambio en concreto.
El paseo de Muñoz Grandes pasaría a llevar el nombre de Marcelino Camacho; la calle José Luis de Arrese honraría al Poeta Blas de Otero; la de los Héroes del Alcázar, a la filósofa Simone Weil. La Avenida del Arco de la Victoria quedaría rebautizada como Avenida de la Memoria. El cambio más chocante a primera vista es el de la plaza Arriba España, que pasaría a denominarse Charca Verde. Suena duro, pero existe una explicación: la plaza se forma a partir de un ligero ensanchamiento de una calle, y la calle se llama Charca Verde. No hay intención aviesa, por consiguiente, en la nueva propuesta. Nadie se dé por ofendido. Peor aún suena que Charca Verde desemboque en Arriba España, y es precisamente lo que está sucediendo con el nomenclátor actual.
Los cambios, entonces, pintan bien, a mi juicio. Los tiempos de verbo en condicional de todo el párrafo anterior obedecen a que, para consolidarlos de forma definitiva, está pendiente todavía la opinión de las respectivas Juntas de Distrito. Pero si a las Juntas no les parecen bien los nuevos nombres, no pasará nada grave. Se consensuarán otras denominaciones. Las piedras serán las mismas en todo caso, los accesos llevarán a los mismos lugares, y el cambio de nomenclatura no significará en principio un cambio de sentido.
Salvo por el hecho de que los nombres nunca son inocentes.
Hacía mucha falta una mano de pintura en un nomenclátor procedente directamente de la dictadura, para eliminar, o disimular, costrones y cochambres antiguas. De eso se trataba.
La noticia ha visto la luz el mismo día en que ETA ha anunciado su desarme incondicional y unilateral. Nos hemos quitado a un tiempo dos losas de encima.
 

jueves, 16 de marzo de 2017

LA NUEVA PIEL DEL CAPITALISMO


Así se titula el nuevo libro de Antón Costas y Xosé Carlos Arias (Galaxia Gutemberg). He leído hoy en elpais, en catalán, una entrevista de Lluís Pellicer a Costas con motivo de la aparición del libro, que tengo intención de comprar. Siempre es provechoso leer a Costas, no tanto porque sea catedrático de Política Económica, sino sobre todo porque es un conservador razonable. Necesitamos hoy más personas razonables (razonadores lo somos todos), y también seguramente más personas conservadoras. Tengo un vago recuerdo de que en una ocasión Pier Paolo Pasolini afirmó que el Partido Comunista Italiano era el más conservador del arco parlamentario de su país, en el sentido de que trataba de conservar bienes y derechos valiosos mientras otros “conservadores” de título no tenían escrúpulos en hacerlos desaparecer de tapadillo por el desagüe. No digo con esto que Costas tenga nada que ver con los comunistas, ni siquiera con los italianos; pero sí tiene que ver con la operación delicada de conservar aquello que vale la pena de ser conservado, y tirar por el escotillón la ganga que nos colocan  en el candelero con argumentos artificiosos.
Dice Costas que el capitalismo de hoy está afectado por dos “mutaciones patológicas”, que son la desigualdad social extrema y la hiperfinanciarización. A ambas se suman unos monopolios en crecimiento elefantiásico que se comportan como diligentes extractores de rentas de los hogares de estratos sociales medios y bajos, abocados a unos niveles prácticamente obligatorios de consumo inducido. Las ganancias obtenidas se van depositando en fondos de inversión opacos, y la búsqueda de rentabilidad inmediata de esos fondos prioriza la especulación y obstaculiza la viabilidad de los “proyectos de empresa” asentados en el largo plazo y en la utilidad social del producto o servicio que proporcionan. El crédito bancario tiende a rehuir entonces los plazos largos de los procesos productivos, para buscar sus mejores opciones de ganancia en el "casino" de una economía predominantemente especulativa.
En ese contexto, las viejas soluciones de la socialdemocracia son insuficientes en la medida en que se basan en la simple redistribución de las rentas, cuando hoy esa redistribución se está realizando por otros medios y con criterios distintos de los del Estado social. La reacción que está apareciendo con fuerza es la de una política “a la contra”: revueltas populares, auge del populismo y aparición en el escenario mundial de líderes autoritarios y megalómanos.
Costas critica los excesos de una etapa de economía sin política (un “cosmopolitismo dogmático y acrítico”, lo define), y rechaza también su contrario, una política sin economía, demagógica y simplificadora. Es necesaria la economía al lado de la política, pero asignando al economista, al “experto” capaz de proponer soluciones, el papel de hablar, no al poder, como ha venido haciendo hasta ahora, sino a la sociedad. Recuperar la función dirigente de la democracia participativa, promover la libre competencia, frenar el poder de los monopolios y de los movimientos especulativos de las finanzas, serían prescripciones útiles para remediar las deformidades patológicas del actual capitalismo con nueva piel.
De seguir esas prescripciones seguiríamos, eso sí, dentro del territorio del capitalismo; un capitalismo, diría yo, con las uñas recortadas. Habrá a quien no satisfaga la receta. No obstante, las propuestas razonables situadas dentro de un pensamiento conservador, pueden ser una herramienta formidable de consenso para enderezar el rumbo sesgado de una economía en estado salvaje y peligrosamente no sostenible.
 

miércoles, 15 de marzo de 2017

TALIBANISMO EXTRADEPORTIVO


Un talibán del madrileñismo, de nombre José María Melendo, encabeza una cruzada extravagante dirigida a convertir una proeza deportiva, la remontada del Barça contra el París-Saint Germain, en un suceso vergonzoso. Nadie en París se ha tomado el arbitraje del turcoalemán Aytekin con tanto ardor; hay azares incontrolables en la práctica deportiva, y es evidente que las apreciaciones del árbitro, que no es un ser infalible, influyen en un sentido o en otro; también la meteorología, el estado del césped, la actitud del público, el miedo escénico, incluso la hora fijada para el encuentro. Nadie, que yo sepa, había pedido formalmente nunca la repetición de ningún partido por ninguna de estas cuestiones. Y mira que errores arbitrales garrafales los ha habido, incluida la “mano de Dios” de Maradona que decidió un Mundial. Melendo ha innovado en el tema, sin la menor probabilidad de que la petición sea escuchada porque, además, crearía un precedente peligrosísimo para la fijeza de los resultados deportivos.
No creo, por todo ello, que la iniciativa del forofo madridista se dirija al fin que en apariencia reclama, sino a rebajar en el inconsciente colectivo el mérito de unos jugadores que hicieron un partido estupendo, dominaron en todo momento a su rival y condujeron el juego de ataque con un alto grado de inspiración y de virtuosismo. El único problema para admitir semejantes hechos probados es que quienes lo hicieron no fueron los jugadores del Real Madrid, club de los amores del señor Melendo, sino los del FC Barcelona, sobre los que se extiende la sombra eterna de su aborrecimiento.
Todo lo cual es perfectamente lícito en democracia. Las extravagancias de los forofos furibundos son la sal de la tierra, el fútbol sin personajes tales como Pedrerol, Roncero o este Melendo se nos haría tan aburrido como, al parecer, resulta el sexo normal para los adictos a las sombras de Grey.
Lo verdaderamente insólito es que en un programa deportivo de gran audiencia, en una televisión pública, el presentador lance a las ondas la siguiente pregunta: «¿Tienen razón las 200.000 personas que piden la repetición del Barça-PSG? - Sí - No - NS/NC»
Un hecho así, y hablo ya al margen del deporte, plantea cuestiones inquietantes sobre el papel de los medios públicos en las modernas sociedades del espectáculo. En un primer análisis, se lanza un debate apasionado sobre una trivialidad al modo de una cortina de humo, en momentos en que muchos representantes conspicuos del estamento político se están viendo colocados frente a juicios muy severos relativos a sus ligerezas culpables con las finanzas públicas. En el trasfondo, y de forma más solapada, la pregunta, que ni va ni viene al Real Madrid ni al deporte español en general, hurga en las contradicciones y los enfrentamientos instalados desde hace tiempo entre comunidades. No se promueve el debate; se atiza el odio. Desde una cadena de televisión pública. De forma torpe y gratuita. Tomando como pretexto una iniciativa ridículamente exagerada e inverosímil.
¿Así se hace país?
 

martes, 14 de marzo de 2017

SIN ESTRÉPITO Y SIN FURIA


Doy cuenta de la lectura prácticamente consecutiva de tres buenos artículos de tres grandes articulistas, en torno al momento congresual de Comisiones Obreras.
Ignacio Muro (en “bez”) se centra sobre todo en los desafíos y las tareas que aguardan al sindicato en una época novedosa por muchos motivos, y en la que habrá de actuar a contrapelo del paseíllo militar, con banda de música incluida, que el pensamiento único neoliberal pretende realizar con vistas a un nuevo milenio de hegemonía. Los breves apuntes de Ignacio dibujan un marco de actuación difícil pero posible, bajo un paradigma de la producción novedoso que ofrece, dentro de las dificultades que implica, mil razones y mil oportunidades para incidir.
Antonio Baylos, en Nueva Tribuna, apunta a los recambios generacionales en la dirección, y a la forma como se han llevado a cabo. Sin primarias, sin confrontación mediática de candidaturas, sin chisporroteo, a partir del debate pausado de los materiales y de un consenso inmenso tanto sobre las políticas como sobre las personas. Sin estrépito y sin furia. Tales son, recordará el lector, las dos cualidades que según la señora de Macbeth hacen que la vida se asemeje a un cuento contado por un idiota: llena de estrépito y de furia, carente de todo significado.
No ha habido furia ni estrépito, y sí en cambio un significado profundo en el camino emprendido por Comisiones Obreras. Quizá conviene detenerse un punto en la singularidad de un sindicato que, a pesar de verse zarandeado desde todos los acimuts, ha sido capaz de encontrar en sí mismo, en el patrimonio acumulado a lo largo de años marcados por la resistencia, la alternativa y la defensa cercana, a ras de tierra, de los derechos del conjunto asalariado, la fórmula para abordar unos cambios necesarios – cambios de personas, cambios de perspectivas –, desde la identidad. No es ese el talante de otros sujetos políticos, mucho más propensos al transformismo o al arrebato. Yo diría que se desprende una lección provechosa para todos de estas jornadas particulares, puesto que, sin ningún hincapié especial en las cajas de resonancia propias de las redes, ha sido el colectivo implicado el protagonista real de una decisión difícil, sin que se haya alzado ninguna voz por encima del diapasón de una normalidad asumida.
Y el tercer buen artículo lo firma José Luis López Bulla, en el blog de aquí al lado, con una llamada a la feminización del sindicato como consigna urgente. Siempre han estado ahí las mujeres, de una forma u otra; pero ahora se necesitan más mujeres en los puestos de dirección, más decisiones trascendentes de mujeres, una aportación colectiva más relevante para acabar con los estigmas que las han relegado históricamente a una situación de subordinación respecto de los subordinados.
Mientras las infantas y las lideresas siguen cantando la palinodia del “yo de esto no sé nada, el que entiende es mi marido”, las mujeres trabajadoras se disponen a tomar cartas decididas en el asunto para hacer valer erga omnes sus derechos, y su forma de entender la vida, y la conciliación de las tareas laborales y familiares; para que, con ellas, todos juntos demos un salto adelante en lo relativo a la condición y a la dignidad del trabajo.
Las mujeres en el sindicato son aún un capítulo abierto, una asignatura pendiente, la idea de una recomposición necesaria para definir sin complejos un cambio radical de estrategia. Porque sin ellas, la lucha por la igualdad de todas/os no se sostiene.