Un ejemplo de política a largo plazo: terrazas
incaicas de cultivo en Choquequirao, Cuzco (Perú). Imagen compartida de
Facebook.
Ando dándole vueltas a un artículo reciente de Daniel
Innerarity (El País, 18 marzo 2024).
Sigo con mucho interés y tal vez algún provecho personal las
colaboraciones recientes de Innerarity en el campo de la política. Antes de entrar
a un comentario más general, apunto dos consideraciones previas de poca
trascendencia: la primera, el curioso hallazgo de una palabra inglesa
encriptada en el apellido del autor: “rarity” vale en nuestro idioma por
rareza, singularidad, excepción. Ahí lo dejo.
Y segunda nota tangencial, relacionada con el título del
artículo: «Democracias sin tiempo» es un oxímoron, tal como el propio autor se
encarga de señalar: “La democracia como la conocemos presupone la idea de
continuidad [en el tiempo], de que las cosas no van hacia un abrupto
final (Jonathan White). Conservadores y progresistas compartían al menos esa
suposición, que implicaba un tiempo histórico largo.”
Cabe concluir entonces, al menos como hipótesis, que desde
un punto de vista técnico no existe en rigor democracia si no aparece en el
quehacer político una percepción temporal consistente a largo plazo; y que
tampoco puede darse una política de urgencia, cortoplacista, que sea además plenamente
democrática, al menos en lo relativo al respeto a la pluralidad de opciones y a
su concurrencia ordenada.
“La política se convierte en una gestión de las
emergencias”, señala nuestro Inne. “No hay lugar para el
desacuerdo o el cambio de opinión … Las emergencias favorecen un estilo
elitista de gobernar, un protagonismo del poder ejecutivo, amplían el espacio
del secreto y debilitan el control democrático.”
Desde este punto de vista, cada nueva contienda electoral deja
de ser la “siguiente” en una serie ordenada, para convertirse en el “último cartucho”,
el clavo ardiendo, el ahí nos la jugamos para siempre o por lo menos para los
dos siglos próximos. Los comicios tienden a convertirse en referendos
decisorios, y en las campañas pierden importancia los temas concretos de la
política ante el problema capital de quién va a ser la persona que se pondrá al
frente: el conducator, el macho alfa incluso si es hembra, el líder
carismático.
Quizás ese sesgo de la coyuntura política actual viene comandado
por la dominancia del pensamiento único, el TINA (There Is No Alternative) tan
relacionada a su vez con la extensión abusiva de la inteligencia artificial y
los algoritmos a terrenos inadecuados para su arraigo. La ley del algoritmo es
la ley del rebaño, y la Libertad (excusen la mayúscula), que es sobre todo la
del que no piensa como yo, exige el contraste, el voto, el cultivo de la alternativa,
el cambio estructural, y la concreción pluralista de ese cambio en un futuro dilatado:
en el Tiempo.