lunes, 30 de abril de 2018

NOBEL DE LITERATURA, INSTRUCCIONES DE USO


El truco de los premios Nobel de literatura es que todos los años lo dan a uno, y nunca repiten. No es como el Balón de Oro, que va a parar todos los años a Cristiano Ronaldo desde que los expertos con voto en el asunto decidieron que ya estaba bien de dárselo siempre a Messi. En los Nobel hay más imaginación por parte del jurado, pero no por ello más justicia. Se busca con lupa, cada año, a quién darlo, y con el mismo empeño, a quién no darlo. Los favoritos del No-Nobel en estos últimos años han sido Philip Roth y Haruki Murakami. Han estado en todas las quinielas, y nunca ha salido premiada su papeleta. En 2018 podrían tenerlo fácil para repetir una vez más: debido a una compleja serie de causas y efectos en relación con un escándalo sexual entre académicos y académicas suecas que ha provocado varias dimisiones en el seno del comité, podría darse el caso de que no se concediera el premio.
Se han levantado voces plañideras: “No nos dejen sin el premio”. Berna González Harbour, en elpais, llega a escribir que sería como si dejaran de venir los reyes magos. La imagen es certera en un aspecto: hay mucho camelo en ese regalo que viene en realidad del Corte Inglés o de la juguetería de la esquina, pero se simula que viene de Oriente para mantener en los niños el rescoldo de una ilusión en gran parte inexistente: “Déjate de Oriente ni de camellos, están tentados de decirnos, yo he pedido una play-station y lo que me traes es un álbum de cromos.” Pero condescienden, porque tampoco en las tómbolas sale nunca el número de la suerte, y también es divertido un álbum de cromos; menos da una piedra.
Pero en otro aspecto la metáfora de los reyes magos no acaba de encajar. El premio Nobel es igual en todo el mundo, para todos los países, para todas las lenguas, lo que obliga a labores ímprobas de traducción. No es el que los niños han pedido en sus cartas, sino el que se le ha ocurrido a un comité parecido en el fondo a la abuela Lola de Javier Marías. Para quienes no lo sepan, la abuela Lola no quería reírse en las películas de Charlot porque le constaba que ese hombre se había divorciado nosecuantísimas veces. De modo semejante, el comité del Nobel ignoró a Vargas Llosa cuando era comunista y escribía novelas magníficas, y solo lo ha reconocido ahora que se ha pasado con armas y bagajes al pensamiento único y no escribe más que cosas anodinas. Muchos años atrás, otro comité Nobel sin problemas conocidos de abusos sexuales ─entonces tal vez había mayor recato en las formas─ acogió la sugerencia del gobierno español de que sería políticamente inconveniente galardonar a Benito Pérez Galdós (un masón y un rojazo), y, como en la rifa organizada tocaba dar premio a un español, se lo encolomó a don José Echegaray, que aún es la hora en que no ha salido de su asombro.
¿Por qué no democratizar el Nobel, igual que se han democratizado (hasta cierto punto) los reyes magos, de modo que cada cual recibe en el comedor de casa el juguete que prefiere? ¿Por qué tener que aguantar durante todo un año a un Nobel literario que decididamente nos aburre? Sí, ya sé que el caso de los Nobel de economía suele ser bastante peor, y más tóxico. Con todo, me atrevo a proponer que cada cual se elija su Nobel de literatura particular, lo premie del modo que más le guste, y todos contentos.
 

domingo, 29 de abril de 2018

REACCIÓN CORPORATIVA


La crisis de la política acentúa la descohesión social, y esta a su vez retroalimenta el descrédito de las instituciones políticas.
Recuerdo aún la época en la que se consideraba que la política debía tener la primacía frente a las reivindicaciones sociales, porque el bien común exigía dar preferencia a lo general frente a lo particular. Estábamos en un mundo bipolar, y los arsenales de armas atómicas almacenados en los silos subterráneos de las superpotencias imponían un cuidado extremo en toda negociación, o iniciativa diplomática, o en la gestión en los niveles internacionales de las pequeñas guerras olvidadas en rincones remotos del globo.
Hoy estamos globalizados, y tiende a producirse el fenómeno inverso. Nadie atiende ya a los grandes movimientos, todos se afanan por dar soluciones precarias y cortoplacistas a conflictos sin trascendencia, y la política, sin recorrido en un mundo en el que todas las grandes soluciones aparecen ya como dadas y bendecidas («No Hay Alternativa»), no solo ha perdido su primogenitura sino que se ha convertido en la Ilustre Fregona de las reivindicaciones particulares.
Con la crisis de la política reflorecen los corporativismos. El Orden, con mayúscula, vuelve a ser un valor cotizado. Goethe, un facha como lo calificaría la deslenguada Ada Colau, afirmó en su día preferir la Injusticia al Desorden. Hoy ese punto de vista vuelve a tener vigencia, si bien desde una perspectiva más comprensiva y novedosa. A fin de cuentas, se preguntan nuestras elites contemporáneas, ¿por qué preferir la injusticia al desorden,  cuando está accesible en el mercado el pack completo?
Lo cierto es que en tiempos de desorden como son los actuales florecen con más pujanza las injusticias; incluidas injusticias menores, gratuitas por así decirlo, que no expresan ─por poner un ejemplo reciente─ nada más allá de una añoranza rancia por otros tiempos en los que, al decir del obispo Munilla, el diablo aún no se había instalado en los cuerpos de las muchachas en flor.
No obstante, las asociaciones de jueces, incluidas las progresistas, han cerrado filas con la Audiencia de Pamplona, incluido, y mira que era difícil, el voto particular emitido por uno de sus magistrados.
La expresión estamental de respeto al orden, al trámite previsto de decisiones y recursos judiciales establecido en las leyes y en los reglamentos correspondientes, no debería, sin embargo, sobreponerse al clamor por la injusticia manifiesta. Además de promover con vehemencia el Orden, las asociaciones de jueces, por lo menos las progresistas, deberían insistir en la cuestión de la Justicia. Porque está claro que, una vez restablecido a conveniencia el primero, la segunda no viene dada por añadidura.
 

viernes, 27 de abril de 2018

EL DESCALIFICADOR QUE LES DESCALIFIQUE


Carlos Lesmes, presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial, ha alabado el estudio minucioso de las pruebas llevado a cabo por los jueces de la Audiencia de Pamplona en el caso de los sanfermines, y ha advertido que las descalificaciones que están sufriendo desde distintos ángulos políticos en todo el país comprometen seriamente la confianza de los ciudadanos en la justicia.
Quizás está mirando las cosas del revés. Lo que compromete la confianza de los españoles en la justicia española, diría yo a ojo de buen cubero, son sentencias como la que han dictado los jueces de la Audiencia de Pamplona. Las descalificaciones que luego les han llovido sobre las espaldas son solo la consecuencia bastante lógica de la secuencia completa de los hechos. Y puedo anticiparle a don Carlos, además, que tal y como se están poniendo las cosas, la situación va camino de empeorar más que bastante. Veamos:
El gobierno ha reaccionado al repentino aguacero echándole la culpa a las leyes, que son inadecuadas. Los jueces no tienen culpa, se limitan a aplicar los remedios limitados de los que disponen en botica. Después de las tropecientas enmiendas propinadas a nuestro raquítico código penal en los últimos años, se dispone el gobierno, eficaz como acostumbra en este terreno, a consensuar una más, relacionada con la violencia de género.
Pues qué bien. Contamos ya con precedentes aún flamantes, como la ley mordaza y la prisión permanente revisable, de modo que es fácil pronosticar que por ese camino no se va a restaurar la confianza general ni en un átomo. No es la calidad de las leyes lo que está en discusión, sino el hecho de que el mismo enunciado legal, sea vétero o neotestamentario, se aplica hoy con un criterio, y mañana con el contrario. Los martillazos a los discos duros de Bárcenas habrían sido delito nefando de terrorismo y alta traición de haber tenido lugar en la sede de Podemos. Por ejemplo.
Y lo que faltaba. En el alto tribunal federal de Schleswig-Holstein han puesto cara rara y se han negado a facilitar al ministerio español del Interior los nombres de los agentes que detuvieron a Carles Puigdemont en una gasolinera próxima a la frontera. La intención del ministro Zoido no podía ser más amistosa, sin embargo. Deseaba condecorarles con la medalla española al mérito policial. Nuestras autoridades desean llevar a cabo una meditada labor pedagógica, para que la judicatura teutona, que no acaba de enterarse de qué va la vaina, tenga claro por fin cuándo lo está haciendo bien, y cuándo, mal.
Pero no parecen avanzar mucho nuestros peones de Interior en su esforzada tarea de persuasión basada en dejar claras las diferencias entre el palo y la zanahoria. Cuando los jueces alemanes rehusaron entregar a Puigdemont porque no veían claro el delito de rebelión violenta, Jiménez Losantos sugirió con elegancia que podían estallar bombas en unas cuantas cervecerías bávaras. El chiste no caló. Los alemanes nos miraron con cara rara y no hicieron comentarios.
Ahora la iniciativa de condecorar a los responsables de la detención del rebelde violento tropieza con la misma incomprensión, con la misma cara rara.
Se extiende por Europa un silencio atónito en relación con las instituciones españolas. Tenemos aún a favor nuestro la fiesta de los toros, la sangría, las patatas bravas y el Real Madrid. No sé si serán argumentos suficientes. Don Carlos Lesmes puede tener razón en dejarse llevar de los nervios.
 

jueves, 26 de abril de 2018

VIOLENCIA ERES TÚ


No me siento capacitado para juzgar si nueve años de prisión son suficientes o no para castigar el estropicio causado en el cuerpo y en el alma de una muchacha por los integrantes de la ‘Manada’ en los sanfermines de 2016. Y los cincuenta mil euros de multa, ¿son mucho o son poco? Renuncié en su día a prepararme para una oposición a la judicatura precisamente en razón a la angustia que me provocaba la perspectiva de juzgar a mis semejantes desde lo alto de un estrado.
Pero no me parece de recibo que los togados dictaminen que no hubo violencia en los hechos de Pamplona, y en consecuencia la figura delictiva que corresponde no es la de violación, sino la de abuso sexual continuado.
Deberíamos ponernos de acuerdo por lo menos en las definiciones. En la caracterización objetiva de las conductas. Vemos precisamente en estos momentos cómo el Tribunal Supremo español califica de rebelión la puesta de urnas en Cataluña el pasado 1-O con el argumento de que "sí" hubo en este caso violencia encaminada a torcer la voluntad del Estado de derecho.
Violencia verbal, precisa el alto tribunal. Viene a ser que las fuerzas del orden que cumplían ejemplarmente su cometido recibieron una rociada intolerable de insultos.
Desde estos parámetros, suerte tuvo la muchacha que interactuó con la ‘Manada’ en un portal de Pamplona por no haber caído en el desahogo punible de insultar a los probos ciudadanos que la estaban ayudando a realizarse. Habría sido ella la condenada.
Este tipo de lectura peculiar de lo que está bien y lo que está mal según la interpretación ponderada de los exegetas, se está extendiendo también a otros campos vecinos. Ya no a la calificación de la violencia, sino de la honradez. Ángel Garrido, presidente en funciones de la Comunidad de Madrid desde ayer mismo, se ha declarado “en deuda” con su predecesora Cristina Cifuentes, y para explicar la circunstancia ha entrado en valoraciones, con el viril estrépito de un elefante en el interior de una cacharrería: «No ha incumplido ninguno de los puntos del código ético del partido». De modo que, afirma, no ve razón para que la ex lideresa dimita como diputada. Porque, ¡atención!, «las instituciones y el partido están por encima de las personas.»
Cabe preguntarse qué instituciones, qué partido, que código ético son esos, y en qué sentido están "por encima de las personas". O, desmenuzando el tema por partes, precisar primero qué es ética, luego qué es un código. Recuerdo que el narrador de una novela de Giovanni Guareschi argumentaba no haber hecho nada reprobable porque en ninguno de los diez mandamientos, y mira que son diez, consta ni por lo más mínimo que sea pecado asaltar un tren a punta de pistola. ¿Usted lo ha leído en la Biblia? Yo tampoco.
Son las ventajas del casuismo, la misma conducta está bien o mal en función de una serie de imponderables relacionados casi siempre con la posición que ocupa cada persona en el entramado social. Las mujeres, los inmigrantes, los pobres, los sindicalistas y otros colectivos de riesgo infringen las normas jurisprudenciales emanadas de la administración de justicia con mucha mayor facilidad que otros colectivos mejor resguardados desde el statu quo.
Podemos decirlo más alto pero no más claro; bien en canto llano, o bien en verso libre, parafraseando un conocido poema de don Gustavo Adolfo Bécquer: «¿Qué es violencia? ¿Y tú me lo preguntas? ¡Violencia eres tú!»
 

miércoles, 25 de abril de 2018

UN ESTÚPIDO VELO


Otra lideresa que se apea en marcha del escalafón de mando de los Populares. Cristina Cifuentes había hecho amago de Agustina de Aragón después de pasar al dominio público las circunstancias exactas de su máster de derecho comunitario; e incluso, encastillada en su política de tolerancia cero, urgió dimisiones en la Universidad Rey Juan Carlos por un asunto en la que ella misma pasaba, por arte de birlibirloque, de encausada a principal perjudicada.
En otro tiempo más feliz, y sin la necesidad de contar con alianzas tangibles para la aprobación canónica de los presupuestos anuales, las cosas podrían no haber pasado de ahí. Sucesos más bochornosos han quedado difuminados en la lejanía del “pudo haber sido”: digamos, por ejemplo, la destrucción a martillazos de los discos duros de los ordenadores de Bárcenas, y la fotocopia de su libro de contabilidad en la que un “M. Rajoy” desconocido habría cobrado una sustanciosa nómina complementaria en B.
No son buenos tiempos para la lírica, sin embargo, y la tozudería de Cifuentes obligó a activar recursos de guerra sucia. “Alguien” desde las alcantarillas del Estado filtró a OKDiario un vídeo de 2011 en el que, en un recinto apartado de un supermercado de Vallecas, unos seguratas registraban la bolsa de la rubia platino y extraían de ella potes de cremas faciales que minutos antes figuraban en los estantes del local, y no habían pasado por caja.
Cifuentes ha captado la sutil indirecta enviada desde campo amigo y ha presentado ipso facto la dimisión de su cargo de presidenta de la Comunidad. Lo ha hecho vestida de punta en blanco y denunciando una campaña de acoso y derribo en su contra.
Un final feliz.
M. Rajoy ha dejado al respecto un comentario escueto y castrense: «Ha hecho lo que debía hacer.»
Sí, solo que tarde, mal y en vano, mientras el partido alfa va perdiendo unidades en su larga travesía del desierto hacia los brotes verdes de la economía; mientras el banquillo del equipo (Hernando, Casado, Alonso, Levy), que ha saltado al terreno de juego debido a la baja forzada de varios titulares, no acaba de responder a las exigencias de la competición; y mientras enflaquecen día a día de forma considerable las expectativas de escaños escaneadas en las encuestas de opinión.
Habida cuenta de que Bescansa, en Podemos, ha padecido un traspié que la ha dejado tan en fuera de juego como la propia Cifuentes, y de que el PSOE no alcanza a despertar grandes esperanzas en su nueva y dubitativa singladura, la iniciativa parece recaer en exclusiva en las filas de Ciudadanos y más en concreto en su fichaje estelar en el mercado de invierno, Manuel Valls, que después de su tropezón en las primarias presidenciales del país vecino pasará ─por aclamación ahora y sin necesidad de primarias, no vaya a rompérsenos el juguete─ a aspirar al cargo de alcalde de Barcelona.
¿Tan solo a eso? ¿De veras a nada más? Malos tiempos para la lírica, en efecto. O mejor: «Corramos un estúpido velo.» Es lo que nos decía, forzando el énfasis, nuestro profesor de Lengua cuando cometíamos algún error memorable, en mis ya lejanos tiempos de bachiller: “¿El autor del Lazarillo de Tormes? No sé, ¿Lope de Vega?”
“Estúpido” quedaba más propio y redundante que simplemente “tupido”, no en vano era palabra esdrújula.
 

martes, 24 de abril de 2018

PARTIDOS POLÍTICOS Y/O MOVIMIENTOS


Tomo pie para mi zambullida de hoy en un artículo de Carlos Yárnoz en elpais. Su título: «Los movimientos sustituyen a los partidos.» No es solo una afirmación cuestionable, sino además cuestionada en el cuerpo del artículo. Volveré sobre ello. Antes me voy a detener en el subtitular: «Las organizaciones políticas clásicas pierden peso por su incapacidad para enfrentarse al nacionalismo, el terrorismo o las migraciones.» La causa y la consecuencia están mal engarzadas en esta afirmación. Sería más exacto decir que la pérdida de peso (previa) de las organizaciones políticas clásicas las incapacita para enfrentarse, etcétera.
Hace muchos años que las organizaciones políticas “clásicas” languidecen. Aquellos partidos de masas de la izquierda tenían sus bases en una clase obrera relativamente homogénea y solidaria, reunida durante muchas horas al día en el ámbito de la fábrica. Su función insustituible era entonces la interlocución, a partir de la fábrica, con el mundo de las instituciones del Estado providencia. Todo el sistema descansaba en la premisa de la regulación ordenada de las conductas sociales en un cuadro institucional más o menos marcado por la empatía, de forma que quedaran garantizadas en lo posible la redistribución de la riqueza generada entre sus diversas fuentes de contribución, y la igualdad de oportunidades para todos en una sociedad inclusiva (dicho de otro modo, el funcionamiento libre de trabas del ascensor social).
Los partidos políticos clásicos perdieron pie a partir del doble fenómeno, promovido inicialmente por las elites financieras y la derecha, pero secundado luego asimismo desde posiciones nominalmente de izquierda (“terceras vías”), de la fragmentación del mercado de trabajo y la desregulación paralela de las reglas del juego, lo que transformó el antiguo Estado del bienestar en una institución autista, absorta únicamente en su laberinto particular (la deuda ingobernable, los rescates imprescindibles a entidades bancarias, el horror paralizador a las partidas deficitarias de los presupuestos).
La fortaleza amurallada del Estado, bien rodeada en todo su perímetro por un ancho foso con cocodrilos, ha recogido los puentes levadizos que antes estaban tendidos. Las tres calamidades que anuncia Yárnoz son reducibles a una sola: el repliegue del Estado post-benefactor sobre sí mismo (nacionalismo), conduce al aseguramiento de las fronteras (rechazo a los migrantes) y al pago de un precio de sangre por las desigualdades abismales que se han generado (terrorismo). Un precio, debe añadirse, que los Estados siguen considerando barato cuando lo confrontan con otras alternativas teóricamente a su alcance.
La dialéctica entre partidos y movimientos no es reducible a estos problemas. Los movimientos no son ningún dique frente al nacionalismo, el terrorismo y el flujo migratorio; solo ejercen una función de interlocución puntual y limitada a un problema o grupo de problemas; no influyen continuadamente en la dinámica legislativa de los parlamentos sino que se comportan como formas ocasionales de lobbying; y en definitiva, por su misma naturaleza, no tienen capacidad para llevar adelante iniciativas políticas a medio y largo plazo.
No pueden sustituir, por tanto, a los partidos políticos. Pero los partidos, a su vez, están en la ruina ideológica y organizativa, y necesitan de nuevas ideas y nuevos métodos para volver a ejercer su función natural aglutinadora y finalista.
Ha concluido el ciclo vital de los partidos construidos sobre la jerarquía, con las vacas sagradas indiscutibles dictando consignas desde su sanedrín. La alternativa hoy debe ser la misma que prevalece en el actual escalón tecnológico para la producción material de bienes y de servicios: organización en red, flexibilidad, capacidad de respuesta rápida, y fiabilidad máxima.
Una solución verosímil es la configuración en tándem de un partido que actúe como “centro” de impulsos y de relaciones, y de una plataforma movimientista, más o menos autónoma y más o menos laxamente coordinada con el partido-centro y con el grupo parlamentario que debe plasmar las iniciativas sociales en propuestas de legislación general.
No estoy hablando de una estructura virtual situada en el mundo vagoroso de los futuribles, sino de algo que está ya en funcionamiento, en fase de experimentación práctica. Es el caso de la plataforma ‘Momentum’ en relación con el partido laborista británico liderado por Jeremy Corbyn. Pueden encontrar ustedes información al respecto en un trabajo de Miguel Martínez Lucio publicado en el último número de Pasos a la Izquierda: ver http://pasosalaizquierda.com/?p=3739.
Es un tema para tomarlo en serio. El futuro de los partidos políticos, y más en general de la izquierda en las sociedades avanzadas, puede estar ahí.
 

domingo, 22 de abril de 2018

INSPIRADO POR DIOS


El titular del blog de aquí al lado juega con la idea, alentada por algunos medios sensacionalistas como reclamo para ganar audiencia, de que el mundo podría acabarse hoy. Vistas las cosas con fría objetividad, por un lado sería una lástima, dado que un fin del mundo tan repentino arruinaría sin remedio la Diada de Sant Jordi de mañana, que es un festejo muy bonito y tradicional en Cataluña; pero por otro lado, sería una digna culminación de la final de la Copa de fútbol que presenciamos ayer noche.
Algún antiguo, cuyo nombre no estoy en condiciones de facilitar, dijo lo de «Ver Nápoles y después morir.» Otros, emperezados con las incomodidades de un viaje a Nápoles como condición ineludible para un final tan adocenado por expresar la idea sin remilgos, preferiríamos algo más sencillo y casolano. Juan Ignacio Valdivieso habría sentenciado: «Lo veo y no lo veo.» Por mi parte, avanzo la modesta proposición siguiente: Ver primero a Iniesta, y luego morir.
Anoche, a la altura del minuto 52 del partido final de la Copa, y ya con amplia ventaja del Barça en el marcador, una larga serie de diabluras en la frontal del área sevillista finalizó con una asistencia de Messi a Iniesta, el cual estaba escorado hacia la derecha, que no es su lado. Iniesta engañó a Soria, el portero rival, con ese jugueteo de la pelota de un pie a otro que ha sido bautizado en la jerga profesional con el nombre de “croqueta”, y luego alojó el balón en la red por el rinconcito, besando el poste debido a la falta de ángulo.
Fue un detalle delicioso, solo apto para gourmets auténticos. En cuestión de goles, suele disfrutarse más la cantidad que la calidad. Y puestos a elegir lo segundo, el aficionado común prefiere los zambombazos desde fuera del área o las acrobáticas chilenas. Iniesta tiene otro estilo, y lo que hizo no es fácil. El delantero puesto en una tesitura similar, con todo el estadio en un grito y la defensa contraria preparada para el hachazo al agresor furtivo, se siente por regla general atrapado por el pánico escénico y dispara al muñeco sin pensar dos veces. Luego, si sale con barba San José, y si no, la Purísima.
Pero Iniesta recibió el recado de Messi en la misma disposición en que Adán recibe la Creación de manos de Dios, en lo más alto de la capilla Sixtina. Y como inspirado por Dios, se recreó en aquel floreo inesperado durante una fracción de segundo excelsa, antes de introducir el balón por el único hueco posible.
Si algo no puedo soportar de Dios (dicho quede entre nosotros y sin ánimo alguno de faltarLe, no me vaya a suceder lo que a Willi Toledo), es esa puta manía que tiene de escribir derecho con renglones torcidos, algo que nos ha proporcionado incontables disgustos a las gentes sencillas que no tenemos espíritu jesuita. Dios ha sido muy sobrevalorado por la larga tradición cultural monoteísta, eso es algo indiscutible.
Pero habida cuenta de que el último pase en la ocasión a que me vengo refiriendo fue de Messidiós, caben pocas dudas de que la croqueta decisiva debió de tener una inspiración divina, es decir, situada más allá de la contingencia de este pedazo de barro que llamamos mundo.
Tomen ustedes nota. Porque si luego viene de veras el fin del mundo, será un fastidio, sí, pero ya lo habremos visto todo.
  

viernes, 20 de abril de 2018

DOCE PASEOS POR LA IZQUIERDA


Está en el éter el número 12 de Pasos a la Izquierda. Dejo constancia del dato, como lo hice en el momento mismo de nacer la revista, en octubre de 2015 (1). Entonces, al pequeño grupo fundador nos movió el deseo de activar sinergias y refrescar colectivamente las ideas. Fuimos ambiciosamente humildes, o humildemente ambiciosos, según se mire. Pretendíamos estar atentos a todo lo que se movía, dar a conocer cosas de fuera de interés para dentro, y promover el debate dentro para que irradiara hacia fuera. Ensueños juveniles, en una palabra.
He confeccionado un listado de firmas que han colaborado en esta primera docena de paseos por la izquierda. Espero no olvidar a ninguno. Están, por orden alfabético: Estella Acosta Pérez, Martín Alonso, Manuel Alcaraz Ramos, Ramón Alós, Jordi Amat, Carlos Arenas Posadas, Javier Aristu, José Babiano, Roberto-Luciano Barbeito, Ricard Bellera, Antonio Baylos, Isidor Boix, Mireia Bolíbar, Jordi Borja, Juan Bosco Díaz-Urmeneta, Berta Cao, Andreu Claret, Bartolomé Clavero, Javier Doz, Ángel Duarte, Bruno Estrada López, Miquel Àngel Falguera i Baró, Xulio Ferreiro, Javier Flores Fernández-Viagas, Steven Forti, Olga Fuentes Soriano, Manuel Gamella, Lucía García Cobo, Adoración Guamán, Jordi Guiu, Antonio Gutiérrez Vegara, Fernando Hernández Sánchez, Eva Izquierdo, Joan Herrera i Torres, Enrique M. Jiménez, Pere Jódar, José Luis López Bulla, Conrad Lluís Martell, Sebastián Martín, Miguel Martínez Lucio, Carlos Martínez Shaw, Andreu Mayayo i Artal, Fernando Mendoza, Jordi Mir García, Leandro del Moral, Javier Pacheco, Ángel Parada, José Antonio Pérez Pérez, Juan Manuel Pericás, Luisa Posada Kubissa, María Recuero, Blanca de Riquer, Victoria Rodríguez Blanco, Paco Rodríguez de Lecea, Carlos Rodríguez Martorell, Lola Sánchez, Marcial Sánchez Mosquera, Julián Sánchez-Vizcaíno, Paquita Sauquillo Pérez del Arco, Jaume Suau, Javier Tébar Hurtado, Teresa Torns, Javier Urtasun, Ramón Utrera, Ramón Vargas-Machuca y Javier Velasco.
La nómina de voces llegadas de fuera es también nutrida. Cito sin pretensión de exhaustividad: Michel Aglietta, Pierre Bourdieu, Luciana Castellina, Giorgio Cremaschi, Geoff Eley, Paolo Flores d’Arcais, Luciano Gallino, Andrew Gamble, Tarso Genro, André Gorz, Agnés Heller, Pietro Ingrao, Owen Jones, Pierre Joxe, Maurizio Landini, Luigi Mariucci, Roger Martelli, Dominique Méda, Edgar Morin, Laura Pennacchi, Poul Nyrup Rasmussen más Udo Bullman, Alfredo Reichlin, Umberto Romagnoli, Gaetano Sateriale, Wolfgang Streeck, Alain Supiot, Riccardo Terzi, Enzo Traverso, Bruno Trentin, Nadia Urbinati, y Richard Wilkinson más Kate Pickett.
Hemos abierto ventanas, refrescado un ambiente que olía un poco a cerrado, y sacado lustre a algunos estantes que llevaban tiempo sin que nadie les quitara el polvo.
No es mucho, pero tampoco es de despreciar. La única constatación posible es que casi todo está aún por hacer en este terreno. Anuncio que seguimos en ello, que no hemos variado nuestra idea inicial.
 


 

jueves, 19 de abril de 2018

PITANDO HIMNOS


Suelen incomodarme las declaraciones de Javier Tebas, baranda de la Liga de fútbol española y militante confeso de Fuerza Nueva, porque siempre se trata de reflexiones no inocentes, sino “orientadas”. Hay otras personas que comparten esa característica, por ejemplo María Dolores de Cospedal. Cuando Tebas o Cospedal hacen una afirmación a primera vista de valor universal, viene a resultar que en realidad se trata de otra cosa: generalizan a partir de casos muy concretos, y lo hacen con el fin de justificar su propia posición en esos asuntos, que por regla general tiene muy difícil justificación.
Es el caso cuando Tebas afirma en el curso de una entrevista distendida que pitar himnos es violencia. Violencia verbal, precisa. Violencia condenable, remacha además.
Dicho así, parece estar hablando en general. «Himnos.» Pero la afirmación se decanta rápidamente hacia lo concreto cuando caemos en la cuenta de que estamos en vísperas de una nueva final de la Copa del Rey, y que en ella va a participar el FC Barcelona, una desgracia nacional que viene repitiéndose temporada tras temporada.
De modo que ahí tendremos, como en tantos otros años, el riesgo de que una parte de la afición reunida en el estadio exprese de forma sonora su reprobación tanto a Felipe VI como al himno oficial de España.
Insisto en lo de “oficial”. Si retrocedemos hasta la afirmación inicial de Tebas, tan “himno” es la marcha de Granaderos como el Himno de Riego, la Internacional o Els Segadors. ¿Todos merecen el mismo trato respetuoso, secundum Tebas? Me temo que no. Va a resultar que en un caso pitar el himno es violencia verbal, y en los otros tres es violencia coral entonarlo.
A la gente como Tebas no se le ocurre que tocar un himno determinado en un estadio al que la gente ha ido a ver fútbol, sea asimismo una forma de violencia. O que sea una forma de represión impedir que el público ejercite su libertad de expresión pitándolo.
Más aún, si lo que importa es el símbolo, todas las ocasiones en las que Gerard Piqué, vestido con la zamarra roja y el escudo de España, ha sido abucheado e insultado por un público español, el futbolista catalán debería ser defendido por Tebas con el mismo ardor que pone en defender el himno. Pero en este asunto el dirigente futbolero se ha mostrado particularmente laxo. Su opinión viene a ser que el propio Piqué se lo ha buscado. Piqué nunca se ha metido con España ni con ninguna opción política concreta. Sí que se ha metido con el Real Madrid y con algunos de sus epifenómenos más populares, como Cristiano Ronaldo y Arbeloa. Pero, en la visión de Tebas al menos, la mística de la patria incluye como componente indisociable el fervor madridista. Igual que no hay paridad entre himnos, tampoco la hay entre clubes.
Otro argumento utilizado con frecuencia desde los estamentos oficiales, es que la política no debe mezclarse con el fútbol.
De acuerdo. ¿Qué nombre debe darse entonces a la ejecución ritual del himno nacional en un evento simplemente deportivo? ¿Y por qué se llama Copa del Rey, si la competición no está costeada por la Corona, y nunca lo ha estado?
Una cosa es que los símbolos de la nación deban unirnos a todos, y otra muy distinta es que en efecto cumplan esa función. Ni la monarquía ha tenido en los últimos tiempos la ejemplaridad deseable, ni la patria representa hoy exactamente lo mismo para todos los compatriotas.
La muy reciente actitud justiciera y punitiva de las instituciones del Estado hacia todo lo que tenga alguna relación con la rebelión, la sedición, el terrorismo, el delito de odio y la violencia insoportable, términos todos ellos que han sido objeto de una redefinición “orientada” para la ocasión al modo de Tebas, puede contribuir a un nuevo estropicio en la convivencia. ¿Tan difícil sería quitar hierro a estas viejas historias?
 

miércoles, 18 de abril de 2018

MONOS EN INVIERNO


He releído estos últimos días Un singe en hiver (“un mono en invierno”), de Antoine Blondin. Mis razones para hacerlo han sido de orden anímico; alimentar un soplo de rebeldía desfalleciente en una situación política cenagosa, de una inmovilidad tan profunda y desprovista de límites que parece fabricada ex profeso para grandes mascarones hieráticos como Mariano Rajoy y Oriol Junqueras, siempre impenetrables porque carecen de sustancia más allá de la apariencia.
Mi ejemplar del libro es una edición francesa de La Table Ronde, de 1959. No recuerdo dónde lo compré, pero sí que fue después de haber visto la película, dirigida por Henri Verneuil en 1962 y protagonizada por dos intérpretes soberbios, Gabin y Belmondo. La película tuvo cierto éxito; del libro no he visto que se haya hecho ninguna traducción al castellano.
«En las Indias, o en China, cuando llegan los primeros fríos aparecen un poco por todas partes monos pequeños perdidos en lugares inverosímiles. Han llegado allí por curiosidad, por miedo o por incomodidad. Entonces, como los habitantes piensan que también los monos tienen alma, dan dinero para que se les devuelva a sus selvas natales, en las que tienen su vida y sus amigos. Y trenes repletos de animales parten hacia la jungla.»
Ignoro si la anécdota (Gabriel Fouquet la cuenta a su hija Marie, que le ha pedido “una historia” en el tren que les lleva de Tigreville, Normandía, a París) tiene algún fundamento real. Funciona, en cualquier caso, como metáfora de aquellas personas, ya de cierta edad, que se encuentran varadas sin saber cómo en situaciones opresivas, en las que el tedio les empuja a una revuelta desesperada.
Es el caso de Albert Quentin, hotelero, antiguo oficial de marina en Tonquín, que no bebe alcohol debido a una promesa que se ha hecho a sí mismo mucho tiempo atrás, y emprende todas las noches en sueños el largo descenso en barco por el Yangtsé, a través de un territorio hostil infestado por las guerrillas de Sun Yat-sen. “Podrías beber un vasito con la comida, si tanto lo echas de menos”, le sugiere su esposa Suzanne. Y él contesta: “No añoro el vino, sino la borrachera” (l’ivresse, en francés; la ebriedad, algo que va mucho más allá de una lengua trabada y una marcha bamboleante, y es privilegio exclusivo de ciertos príncipes de la fantasía que viajan por el mundo de incógnito). “Sé que lo haces por mí”, insiste Suzanne, halagada, y Albert se muerde la lengua para no contestarle que ella no tiene nada que ver.
Desubicados, desorientados y descontentos en un hábitat extraño, los “monos” de la novela rompen un día de Difuntos las cadenas que les atenazan. Se emborrachan, se pelean con el patrón en la cantina de Esnault, pierden el tren que les llevaría a destinos convencionales y previsibles, encienden de noche en la playa unos fuegos artificiales olvidados treinta años atrás por el potentado arruinado que los encargó, y escapan a los gendarmes y a la lluvia refugiándose en una granja en ruinas.
Al día siguiente, retorna la cordura. Compran nuevos billetes de tren, recomponen de alguna forma los vínculos familiares y sociales que les sujetaban, pasan página, obtienen olvido ya que no perdón por todo el desorden legal y moral que han provocado.
─ Ahora nos espera un largo invierno… ─ concluye resignado uno de los dos protagonistas. Y esos puntos suspensivos cierran el relato.
 

lunes, 16 de abril de 2018

NI MEDIA TONTERÍA


Manel García Biel, un sindicalista por encima de cualquier sospecha de frivolidad, ha titulado su artículo más reciente “La irrelevancia de la izquierda” (1). «Cuando hay un grave conflicto territorial, cuando la democracia se devalúa y hay una grave regresión en cuanto a las libertades colectivas, cuando la desigualdad parece instalada y en crecimiento, cuando la corrupción corroe al partido que gobierna, cuando las fuerzas independentistas desafían la legalidad y hacen un pulso al Estado, nos preguntamos : ¿Dónde está la izquierda?»
Lo cierto es que los parlamentos están dando una sensación de aridez extrema. Mientras los pensionistas – antes las mujeres – se pasean a cuerpo, a la intemperie, en demanda de atención a sus reivindicaciones imperiosas, no hay eco de tales aventuras en las cámaras representativas, unas enredadas en querellas judiciales y otras en votos de censura por másteres imaginarios. Con o sin máster, Cristina Cifuentes es igualmente tóxica. El hecho de que pueda ser descabalgada de su prebenda por haber mentido en su currículum viene a equivaler al caso de Al Capone, al que la Justicia solo consiguió echar mano por un incumplimiento menor con el fisco.
Seamos justos. No es que las izquierdas antiguas y nuevas no hagan esfuerzos por sacar adelante iniciativas y leyes que serían beneficiosas para la ciudadanía; pero tropiezan con dos eficaces cerrojos puestos en el portal por el Partido Popular. El primero es el poder de veto gubernamental a todo lo que exceda de unos límites presupuestarios que, por otra parte, nunca se cumplen. (Y claro, en este terreno se comprueba rápidamente que todo lo que no mata, engorda… los presupuestos.) El segundo son las leyes represivas, aprobadas con el respaldo de fuerzas de izquierda como herramientas del Estado de derecho contra el yihadismo, y que ahora desbordan el propósito inicial para el que fueron consensuadas y convierten todo conflicto interno en violencia, terrorismo implícito y delito de odio.
Las izquierdas políticas aparecen, así, maniatadas en su acción parlamentaria y confusas en cuanto a sus proyectos de futuro.
Hay otra izquierda, sin embargo: la social. A los sindicatos se les ha ninguneado y tildado de ineficaces, por parte de quienes preconizan un tipo de acción reivindicativa espontánea, difusa y transversal, convocada a golpe de tuit. La dispersión de convocantes, prácticas y objetivos ha hecho, sin embargo, refluir estas pleamares puntuales, y parece abrirse paso poco a poco una consideración más cautelosa de los beneficios que son capaces de aportar una organización colectiva permanente, una lucha continuada por las mejoras sociales, y una visión a largo plazo como brújula para moverse en un itinerario reivindicativo enrevesado.
Del mismo modo que la elaboración de normas de eficacia general es el ámbito de actuación natural de los partidos políticos en una democracia representativa, la negociación colectiva lo es de los sindicatos. La negociación colectiva no ofrece (salvo en circunstancias muy extremas) grandes emociones ni momentos estelares, y su práctica resulta ardua: el conflicto y la huelga, por justificados que estén, son tratados siempre como abusos inconstitucionales desde un gobierno apalancado y unos medios de comunicación serviles.
Pero la negociación que trata de avanzar a través del conflicto es una realidad que está ahí, en condiciones para ser utilizada como una palanca de mejoras concretas por un colectivo, el de los trabajadores y trabajadoras heterodirigidos, generador de una riqueza que luego se reparte a sus espaldas y se distribuye con toda clase de trampas y atendiendo a toda clase de privilegios para las elites extractivas.
Son temas sobre los que nos han hablado esta mañana, en el Espai Assemblea de la CONC, dos “sospechosos habituales” en el territorio de la izquierda, Antonio Baylos y Joan Herrera. No detallo sus cualificaciones porque son de sobra conocidas. Estaban presentes en el acto el actual secretario del sindicato catalán, Javier Pacheco, y su antecesor Joan Carles Gallego.
La conferencia ha sido instructiva, y el debate inusualmente rico. Sesiones así son útiles para la cohesión y el rearme moral de la izquierda social, el cual es tal vez un requisito previo e imprescindible para la resurrección práctica de la izquierda política hoy en hibernación.
La resurrección de las izquierdas es posible, así se ha constatado esta mañana. Pero harán falta esfuerzos coordinados, solidarios y precisos. Ni media tontería.

 

domingo, 15 de abril de 2018

LA FALSA MONEDA Y EL CHICKEN GAME


Anda buscando el ministro Montoro quien le compre los Presupuestos de este año, y no hay modo. Igual que la falsa moneda, pasan de mano en mano y ninguno se los queda. Con la excepción de Albert Rivera, claro, a quien se le ponen, cada día más, ojos de ventanilla de caja registradora, contando los votos que va a rentarle el vía crucis errático del gobierno de un Mariano Rajoy que acumula los desprestigios por capazos.
Pero los votos de Ciudadanos no bastan en este caso. Al PNV le gustaría apoyar, porque Montoro le ha doblado las ventajas fiscales; pero Urkullu teme una rebelión de las bases si da cuartelillo a un Rajoy groggy y deja en cambio a Catalunya como está, abierta en canal.
¿Qué más puede hacer nuestro particular Gran Timonel con Catalunya? Anda investigando quién es el que financia la querella del Parlament contra el juez Llarena, y acabará por encontrarlo, pero no hay indicios de que eso vaya a aliviarlo en lo más mínimo. Empapelar a más sediciosos/as y conseguir la extradición de los fugados/as no le dará más votos a él. Puede que se los dé a Rivera, y está por ver; pero seguro que a él, no. Hay un hartazgo de judicialización entre la ciudadanía. Puestos a mirar con lupa las malversaciones en curso o en potencia, nos gustaría saber cuánto nos está costando a los españoles todo ese trasiego de guardias civiles y policías nacionales registrando sedes en busca de urnas escondidas y de facturas impagadas imaginarias.
Nos está costando mucho, sin duda, a juzgar por el hecho de que los Presupuestos, para los que Montoro mendiga una limosnita parlamentaria, no contemplan políticas de empleo, ni subidas significativas de las pensiones (se subirán más adelante si la economía sigue mejorando, dice el gobierno; la factura de la luz, por su parte, bajará si llueve un poco más, aunque el Ebro está que se sale), ni mejoran las ratios de investigación más desarrollo. No ofrecen, en una palabra, ninguna perspectiva de futuro para esa economía cuya mejora se encomienda a la Virgen de la Cueva, ni para los índices de bienestar social, que seguirán empeorando un poco más.
El naufragio es tan considerable que a Rajoy solo le queda en la recámara un último recurso, a saber: dar a toda su tripulación, por la megafonía del plasma, la orden de arriar los botes. Pero no lo hará. No solo se está poniendo de perfil, sino además de perfil numantino.
Cristina Cifuentes, en una situación no menos apurada en la Comunidad de Madrid, ha dicho que solo dimitirá si se lo pide Rajoy. Puede que la hayamos entendido mal y lo que haya querido decir es que solo dimitirá cuando haya dimitido Rajoy. No descartaría que los dos anden jugando al chicken game, a ver quién es el último en tirarse en marcha del coche que va directo al precipicio.
Como en aquella película de James Dean.
 

sábado, 14 de abril de 2018

«VERDUGOS IMPUNES»


Este es un libro imprescindible. Lo firman José Babiano, Gutmaro Gómez, Antonio Míguez y Javier Tébar (Pasado & Presente 2018). El lector encontrará los nombres de los cuatro en la portada, en las solapas y en la bibliografía adjunta. No en ninguna parte del texto, porque aquí no hay visiones particulares, ni interpretaciones personales, ni querellas de escuela. Solo el relato objetivo de lo que supuso el franquismo en relación con los derechos humanos, elaborado y destilado a ocho manos. La pormenorización de las pruebas documentales y de los estudios que avalan la verdad de cada una de las afirmaciones escuetas, desnudas de retórica, que se explicitan y se acumulan como otros tantos considerandos de un acta de acusación.
«El franquismo fue una dictadura larga y poliédrica.» Es la primera frase del primer capítulo, y en ella se resume el contenido del libro. Nada de interpretaciones bondadosas del tipo “régimen paternalista autoritario”. Ningún asomo del “con Franco no se vivía tan mal”. La constatación rigurosamente documentada de la existencia de un poder omnímodo que invadió todos los campos de la existencia social ─ no solo la política y la economía sino la religión, la cultura, los comportamientos, los hábitos, los roles de sexo ─ hasta componer una atmósfera asfixiante.
Un régimen asfixiante basado en la violencia. Violencia explícita, desde el principio mismo, una sublevación militar, hasta la última exhalación de la dictadura. El franquismo fue un régimen de fusilamientos. Nació con la intención totalitaria y prometeica de crear un hombre y una mujer nuevos en una patria nueva, y el medio utilizado para ese fin fue el exterminio deliberado de toda diferencia. La adhesión inquebrantable fue de rigor en la España franquista. No era concebible otra cosa. Quien no se adhería, había de desaparecer.
Violencia implícita, además. El acoso a los disidentes y a los diferentes, la jerarquización brutal de la sociedad, las cárceles y los reformatorios, la reorganización de las familias “apestadas”, los bebés robados. Toda la recomposición de la geografía social para abolir la pluralidad y pisotear los derechos individuales y colectivos desde la lógica totalitaria de la “unidad de destino”.
El franquismo estuvo en contra del liberalismo, del comunismo, de la socialdemocracia y de cualquier otra forma de democracia, palabra que utilizó siempre en despectivo, como cosa “superada”, con la excepción de un engendro teorizado para uso interno, la “democracia orgánica”, que tenía poco de lo segundo y nada de lo primero.
El franquismo subsistió gracias a su sometimiento lacayuno a las potencias occidentales, de las que desconfiaba, y al palio protector de la iglesia nacional-católica, la mayor terrateniente del país, que lo marcó desde el comienzo mismo con su sello (la “cruzada”) tanto espiritual como bajamente material. La iglesia fue cómplice necesaria y coprotagonista en la violación sistémica de los derechos humanos perpetrada por el régimen franquista a partir de la gran mentira formulada mediante el lema «Por el imperio hacia Dios», donde ni Dios ni el imperio eran lo que comúnmente se entiende por tales.
Por todo eso, Verdugos impunes es un libro imprescindible. Una herramienta. A las generaciones que están llegando les explicará cómo fue lo que hubo antes. A todos, nos alertará en relación con los ecos, que aún resuenan por algunos rincones de las covachuelas del Estado, de la antigua y caduca fanfarria.
 

jueves, 12 de abril de 2018

LAS LLAVES DEL CIELO EN LOS BOLSILLOS


Entre los recuerdos brumosos de mi infancia está la tarabita siguiente: “Yo tengo las llaves del cielo, y puedo hacer todo lo que quiero.” Supongo que estaba relacionada con algún juego, pero no lo sitúo, ni sé quién ni cómo podía agenciarse las llaves en cuestión.
Lo que cuenta en todo caso es la idea: el cielo como propiedad privada. Es la esencia de lo que está ocurriendo hoy con un grupo de personas muy cualificado. De otro modo no se entiende la pregunta retórica del señor presidente de la Diputación de León, dirigente del PP, señor Juan Martínez Majo, sobre Cristina Cifuentes: «Vale, no tiene el máster. ¿Cuál es el problema?»
Hombre, el problema es en primer lugar que lo ha hecho constar como mérito. Que ha mentido en público y desde su cargo oficial. Por esa bagatela hay gente que dimite, en otros lugares. Suele considerarse, entre quienes no tienen llaves del cielo y además consideran que tales llaves no deben existir porque el cielo es potencialmente de todos y quien llega hasta allí lo hace impulsado por sus propios méritos acreditados y no por derechos adquiridos de otra forma; suele considerarse, digo, que el servidor público tiene deberes hacia sus representados, y el primero de todos ellos es ser honesto y veraz. ¿Son antigüeces o mamandurrias? Lo son, sin duda, para una reducida elite ─¿deberíamos llamarla "casta"?─ de la que forma parte el señor presidente de la Diputación de León.
El cual ha añadido que la cuestión del máster «no tiene nada que ver con la gestión política de la Comunidad.» Ahí ha puesto el dedo en la llaga. Pero si vamos a ver que la gestión política de la Comunidad incluye nombres como los de Ignacio González, Francisco Granados y David Marjaliza, instituciones como el Canal de Isabel II y entidades como Bankia, tal vez habría valido más al señor Majo no entrar en tales vericuetos.
Otra declaración reciente del caballero nos proporciona una vara de medir adecuada acerca de lo que él considera «lamentable y bochornoso». Son los adjetivos que utilizó cuando asistió a una sesión del Senado y comprobó que allí «cada uno habla el idioma que le da la gana», por lo cual se quedó sin entender lo que se dijo en lenguas cooficiales reconocidas por la Constitución española.
Volvemos con este asunto al tema de las llaves del cielo, o más bien, en el caso concreto, de España. Estarían celosamente guardadas, por lo visto, en un despacho oficial de la Diputación de León. Las famosas siete llaves del sepulcro del Cid han ido a aparecer justamente ahí. Enhorabuena a Juan Martínez Majo.
El cual añadió, desolado: «Aunque no sé hasta cuándo se llamará España.»
Poco tiempo, me atrevería a aventurar yo, mientras el país siga cerrado a cal y canto y las llaves las retengan quienes presumen en estos momentos de llevarlas en los bolsillos.
Lo de los bolsillos no es metáfora, aclaro.
 

martes, 10 de abril de 2018

TODA CLASE DE UNILATERALISMOS


Así editorializa elpais esta mañana: «Injerencia inadmisible.» Y como subtitulillo explicativo: «Alemania debe mostrar un respeto escrupuloso al Estado de derecho español.»
¿A qué viene esta tronada? Aparentemente, a unos comentarios de la ministra de Justicia alemana, Katerina Barley, acerca de una decisión de un tribunal regional. Pero una ministra alemana, que ni siquiera está hablando en nombre de su gobierno, no es “Alemania”. El gobierno de la señora Merkel, de otro lado, ha rectificado la declaración inicial de Barley y ha dejado las cosas en su punto. Nuestro diario global lo sabe perfectamente, puesto que ha informado acerca de esa rectificación. ¿A qué viene el exabrupto indignado, entonces, contra “Alemania” en su conjunto?
Hay más preguntas en torno a este tema. Por ejemplo, lo que elpais exige que se aplique a España, ¿es válido también para Venezuela? ¿No ha estado nuestro imprescindible órgano informativo de las mañanas tirando piedras día sí y día también contra otros tejados, y solo ahora se da cuenta de que el suyo propio es de vidrio? Si ha estado apelando a los valores y a los baremos de la comunidad de las naciones con tanta insistencia, en contra de las leyes venezolanas, ¿no debe mantener el mismo criterio cuando en casa se fuerza algo más que un pelín el ordenamiento sacrosanto para encajar en la figura delictiva de la rebelión unos hechos que muy dudosamente se corresponden con lo dispuesto en el código penal?
O sea, visto desde otro ángulo: ¿no corresponde a España en primer lugar respetar escrupulosamente su propio Estado de derecho, en lugar de hacer mangas y capirotes con él y exigir luego respeto internacional a esas mangas y esos capirotes?
Las declaraciones de Katarina Barley son bastante irrelevantes en sí mismas, pero indican por dónde podrían ir las cosas cuando la justicia española decida finalmente sobre la rebelión, la sedición y la malversación, y las personas encausadas recurran la sentencia ante los tribunales internacionales de justicia.
Existen tribunales supranacionales competentes en estos casos, y los españoles, todos los españoles, tienen derecho a recurrir a ellos. Todo ello forma parte de ese Estado de derecho que es obligatorio respetar por parte de todos. No es el Estado de derecho español (el venezolano, tampoco) un islote autosuficiente; forma parte de un archipiélago de leyes y de decisiones jurisprudenciales que afectan a todas las personas independientemente de su nacionalidad, raza, género, lengua, etc.
Este no es un caso de “en mi casa mando yo, y punto”. Por esa razón, supongo, España no entrega a Venezuela a los opositores al régimen de Maduro que han pedido asilo en nuestro país. Pero lo que vale en un caso debe valer también en el otro. El funcionamiento de la democracia se basa en convenciones comunes acerca de lo que es justo y lo que no lo es, de lo que puede hacer y lo que debe evitar un tribunal o un ordenamiento jurídico determinado, incluso cuando está convencido de tener la razón.
Por eso, entre otras cosas y sobre todas las otras cosas, nos sentimos incómodos con la deriva de los acontecimientos en Hungría, o en Venezuela, o en Brasil, o en la frontera sur de Estados Unidos. En ninguno de esos casos nuestra actitud debería ser la de “no injerencia”.
Por eso, es curioso que a elpais le asomen de pronto esos pujos nacionalistas, populistas y decididamente antieuropeos. Unilateralistas, en una palabra.
 

lunes, 9 de abril de 2018

CONSPIRANOICOS


Dice la sabiduría popular que si algo es blanco, líquido y en botella, hay grandes probabilidades de que se trate de leche. La sabiduría de los Populares, en cambio, sostiene que no. Su tesis es que un topo socialista infiltrado en la cocina se ha zampado el jamón ibérico y ha falseado fraudulentamente todas las pruebas de su existencia para sugerir que lo que había en la nevera era simplemente una botella de leche.
Eso es más o menos lo que ha salido en sustancia del conventículo del Partido Popular en un hotel de Sevilla. Cristina Cifuentes hizo puntualmente el máster presencial en el que nadie la ha visto, sacó varios sobresalientes anteriores a la fecha de su matriculación, redactó la TFM que no consta en ningún lugar y ella misma es incapaz de encontrar, y recibió por ella un Notable en la misma casilla en la que constaba un No presentada. Todo el enredo posterior es culpa de un profesor socialista, que tergiversó a gusto las pruebas documentales porque tenía acceso fraudulento a las mismas. El PP solicita de la ciudadanía ayuda para revertir la horrible trama montada contra Cifuentes. Entre la ciudadanía, el elemento dominante parece ser la rechifla.
El máster de Cifuentes no es un hecho aislado, sino una muestra más del pensamiento mágico y conspiranoico en el que se mueve nuestro partido alfa como el pez en el agua. En la disyuntiva de ajustar su práctica a la realidad, o bien ajustar la realidad a su práctica, elige el segundo camino sin empacho. El único problema es luego gastar la labia necesaria para explicar su actitud como un deber de patriotismo acendrado.
Ahí incide en buena parte el hábito prolongado de ser obedecidos sin rechistar, el ordeno y mando, práctica heredada de viejos sistemas y viejas estructuras, en el que se revela un fondo de taylorismo aplicado a la política. Recuerdan ustedes sin duda a Frederick Winslow Taylor, el ingeniero que decretó que en el interior de las fábricas, a la dirección le corresponde pensar y decidir por todos, y los obreros y empleados subalternos han de obedecer a ciegas todas las indicaciones recibidas de arriba, como requisito inexcusable para el mejor funcionamiento del conjunto.
Pues algo así. El pueblo debe ser inculto y crédulo, en el ordenamiento establecido desde las premisas sugeridas por una gran banca que monopoliza el área de los negocios y recibe el grueso de las ayudas públicas. Y el estamento superior de la política, el de “los nuestros”, debe ser defendido a ultranza, como predica María Dolores de Cospedal, que por algo es ministra de Defensa.
El esquema es perfecto. Solo deja fuera un pequeño detalle: la realidad.
Nada de importancia. Siempre es posible ocultar la realidad, o disfrazarla hasta dejarla irreconocible mediante un aplicado ejercicio conspiranoico.

domingo, 8 de abril de 2018

DERECHO AL PATALEO


“Si la Unión Europea no sirve ni para esto, es que no sirve para nada”, ha dicho sobre poco más o menos Esteban González Pons en Sevilla en una charla a alumnos del Erasmus. Se refería el portavoz del grupo popular en el Parlamento europeo a la negativa de un tribunal alemán a aceptar la imaginativa propuesta del juez Llarena de considerar violencia de alto voltaje la actitud de las abuelas arrastradas por los pelos por la policía nacional y la guardia civil en los vestíbulos de los institutos catalanes de enseñanza media donde se habían colocado las urnas ilegítimas para la consulta o referéndum del 1-O. El secesionismo, no la fuerza pública, sería el culpable último de tanta desmesura; "violencia pasiva", se llamaría a la nueva figura penal.
El PP sigue teniendo aún, después de tantos siglos, una concepción feudal de las alianzas. Rajoy no acaba de creer lo que ven sus ojos. Después de tantas ceremonias del homenaje, tantos pactos de sangre, tantas zalemas en una palabra, a Ángela Merkel, el cuerpo le pedía en este momento apoyo moral para un auto de fe con herejes encapirotados ardiendo en hogueras. Sin embargo, el mensaje que le llega desde allende los Pirineos es que el conflicto catalán debe ser resuelto a partir de otros enfoques, y conforme a normas legales más compasivas y menos excluyentes. Katarina Barley, ministra alemana de Justicia, ha llegado a insinuar que Carles Puigdemont podría no ser extraditado ni siquiera por el delito menor de malversación; insinuación que ha provocado en su colega español Alfonso Dastis la misma reacción que cuando el árbitro deja de castigar la mano en el área de un defensa rival. ¡No hay derecho, árbitro vendido!
El gobierno español pretendía ganar este partido por goleada. Necesita un baño de autoestima, en un momento difícil porque Ciudadanos – que le acusa de flojo en el tema catalán – está tomando una ventaja apreciable por el carril derecho, y Podemos ha progresado por el izquierdo hasta situarse casi a su altura. Y entonces, de pronto, le falla la conexión Merkel, a la que lo había fiado todo para un último golpe de teatro en la recta final de las elecciones municipales y autonómicas.
Hay quien ya sueña despierto en represalias. Federico Jiménez Losantos, siempre sutil y ponderado, ha señalado que las cervecerías alemanas podrían ser objeto de atentados. Es sin duda un paso en la buena dirección: seguro que la cancillera rectifica su negativa obcecada, ante la gravedad de la amenaza contra los intereses nacionales.
Las represalias contra los rebeldes catalanes se centrarían, por otra parte, no en el sector de la hostelería sino en el deportivo. Hay dos iniciativas que están quitando el sueño a los hinchas del Barça, equipo que lleva hasta el momento una temporada deportiva impecable. De un lado Javier Tebas, el baranda de la Liga, persona no ligada directamente al gobierno del PP pero sí a Fuerza Nueva, anuncia que podría suspenderse la final de la Copa del Rey (FC Barcelona-Sevilla) en el caso de que los espectadores piten el himno nacional.
Por el mismo tenor viene la advertencia de Zinedine Zidane, entrenador del Real Madrid. En el caso muy probable de que el Barça haya acumulado ya los puntos suficientes para ganar el título de Liga cuando el Madrid visite el Nou Camp, el equipo blanco no hará el tradicional pasillo a los campeones en el momento de la salida al campo.
Esas dos medidas ejemplares sin duda van a fastidiar muchísimo a los catalanes.