Según una opinión publicada en el Correo que se comentaba esta
mañana en la cadena SER, la ciudadanía en general se encuentra en un aprieto
después del descubrimiento de redes de corrupción organizada en las que ha
estado participando un gran número de “gente de bien”, es decir, para
entendernos, de beneficiarios mayoritarios de la confianza popular expresada en
votos. El aprieto consiste en la incertidumbre de votar «a quienes nos
disgustan, o a quienes nos asustan».
Bravo dilema. Interpreta el autor del artículo del Correo que el statu quo nos disgusta pero por otra parte el
cambio nos asusta, lo cual viene a resultar peor aún. Este enfoque particular
del problema de la corrupción implica una inferencia más sutil: hay que elegir
obligatoriamente entre lo uno o lo otro. O sea, yendo al fondo del problema: no
es posible darnos un gusto sin susto, y la corrupción resulta tolerable en la
medida en que nos previene de males que juzgamos mucho peores.
Una conclusión – en el caso de que la demos por buena, cosa que
ni se me pasa por la cabeza – que resulta bastante paradójica. Hubo un tiempo
en el que se daba por supuesto, porque así lo difundía la propaganda
franquista, que el triunfo de las hordas rojas conllevaría la expropiación
forzosa de los pequeños negocios de toda la vida y de los ahorros acumulados
céntimo a céntimo, la pérdida de la vivienda familiar, la precariedad, la
carestía, la miseria y el hambre. Todas esas catástrofes están presentes ya en
nuestro país, sin necesidad de hordas rojas. (Quienes piensen que exagero
pueden consultar las estadísticas de la Unicef en su reciente informe sobre España Los niños de la recesión.) Y no vale decir que los malos tiempos
pasaron y el futuro será mejor: sabemos que las tarifas de la luz y el agua van
a volver a subir el año que viene, lo mismo ocurre con el transporte urbano, es
inminente una nueva vuelta de tuerca a la reforma laboral para profundizar en
los “progresos” ya alcanzados, y Hacienda prepara una reforma fiscal que reducirá
las exenciones por conceptos tales como la vivienda habitual, pero no corregirá
el trato de privilegio a las grandes fortunas. Y por si fuera poco, ahora mismo
acaban de endeudarnos de por vida a todos los contribuyentes con don Florentino
Pérez, para indemnizarlo por el lucro cesante que generará a sus empresas la
paralización de la
Operación Castor , la cual provocaba movimientos sísmicos
incontrolados en las costas de Tarragona.
La pregunta entonces es, ¿por qué elegir entre el disgusto y el
susto, si podemos tener las dos cosas votando a los de siempre? La nueva
legislatura será como una secuela novedosa de Pesadilla
en Elm Street que nos
sumergirá en un carrusel de emociones fuertes. Nuestra benemérita clase
política apartará de nuestra frágil democracia la sombra de un régimen
chavista; combatirá sin tregua el populismo y el asambleísmo, y castigará con
multas millonarias y con rigurosas condenas de cárcel a quienes protesten en la
vía pública. Es posible que, en justa contraprestación por tal desempeño, siga
estafando a los pensionistas, desahuciando a quienes no puedan asumir el peso
de sus hipotecas, desmantelando la sanidad pública, estableciendo nuevos
copagos y cobrándose el 3% por la adjudicación a dedazo de la obra pública. Son
temas que, en opinión de los oráculos y las sibilas del poder, disgustan a la
opinión pública, sí, pero no la asustan. La opinión pública está ya más que
acostumbrada a tales eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa, de modo
que adelante.