jueves, 30 de abril de 2015

LA PATALETA DE RONALDO


Cuentan los cronistas deportivos que en el minuto 83 del partido Real Madrid-Almería, un balón enviado por el delantero madridista Chicharito hacia la zona en la que se encontraban Arbeloa y Cristiano Ronaldo fue rematado a gol por el primero. El segundo, es decir Ronaldo, dio muestras manifiestas de enfado por no haber sido él el rematador. Llevaba treinta y nueve goles en la Liga; Arbeloa, ninguno. El gol era a favor de sus colores, no en contra, circunstancia que podría haber hecho más comprensible el enfado del crack. Ronaldo encabeza la lista de goleadores en el campeonato, pero podría ser desbancado al parecer por un jugador de otro equipo, cuál no hace al caso, que le sigue de cerca en número de dianas. No parece justificación suficiente para una exhibición de ego frustrado en un encuentro deportivo presenciado por unos setenta mil espectadores, a los que hay que añadir una cuantiosa cuota de audiencia televisiva nacional e internacional.
La anécdota, bastante irrelevante en sí misma, ha venido a coincidir en la prensa diaria con una comparecencia de don Florentino Pérez, presidente del Real Madrid, ante el juez de la Audiencia Nacional Eloy Velasco. El prócer madridista justificó unos pagos de veinticinco mil euros mensuales a la empresa valenciana Eico por el objetivo de “mejorar la imagen” de los futbolistas de su equipo en las redes sociales de países como China, Alemania o Brasil.
Rabietas públicas tan deplorables como esta última de Cristiano harían de esos pagos de don Florentino el dinero peor gastado del mundo, de no darse la circunstancia de que la empresa Eico, beneficiaria del contrato en cuestión, forma parte de la llamada trama Púnica, consagrada de forma predominante al tráfico de influencias entre el estamento político y la alta finanza de nuestro país.
El juez Velasco preguntó a Pérez si Alejandro de Pedro Llorca, gerente de Eico, no le había pedido nunca dinero para el PP, y Pérez se declaró “molesto” por la sugerencia. «No se hubiera atrevido a plantearme eso si me conoce a mí.» Respuesta que viene a ser una variante reconocible del viejo repertorio del «usted no sabe con quién está hablando», tan enraizado en las costumbres y los modos de nuestras clases pudientes.
Deseamos desde aquí de todo corazón al juez Velasco que consiga el “gol de Arbeloa” que anda buscando, y que el eminente empresario y dirigente deportivo se ha apuntado ya a priori en sus propias estadísticas.
 

miércoles, 29 de abril de 2015

TOCAR LAS CASTAÑUELAS

Primero Luz Rodríguez, secretaria confederal de Empleo del PSOE, y después Pedro Sánchez, candidato de la misma formación política a presidir el gobierno de la nación, han lanzado a los medios una propuesta de nuevo Estatuto de los Trabajadores, dirigido a remediar los estragos producidos por las últimas reformas laborales administradas por el PP.
Hay que agradecerles que echen a rodar la bola, siempre y cuando no se empeñen luego en monopolizar su posesión. Algo ha dicho acerca de ello José Luis López Bulla (véase Una propuesta del PSOE: ¿quién debe negociar en el centro de trabajo?). Conviene insistir en que las relaciones laborales se asientan en el principio de la autonomía de las partes (empleadores y trabajadores, patronales y sindicatos), y que un Estatuto del Trabajo supone en principio nada más que un marco macro – no hay redundancia en la expresión – capaz de dar una expresión legal adecuada a dicha autonomía. Otra cosa sería un dirigismo impropio de una sociedad libre.
En fin, tampoco hay para ponerse tiquismiquis en esta cuestión. Estamos entrando de forma acelerada en un período electoral que se adivina crucial, y por lo tanto es no solo lógico sino loable que los partidos políticos se posicionen en relación con algunas ideas-fuerza que habrán de tener importancia en la próxima legislatura que ya alborea en el horizonte.
Lo decepcionante del mensaje del PSOE está en los contenidos. No se valora suficientemente la salvaje destrucción de empleo ocurrida en los últimos años, se ignoran los cambios morrocotudos en la tecnología de la producción y las comunicaciones, y no se toma buena nota de la fragmentación del centro de trabajo fordista y de su dispersión en una constelación de pequeñas empresas auxiliares, de autopatronos dependientes y de falsos trabajadores autónomos. No parece haberse advertido, para poner un ejemplo reciente, la lección implícita en la huelga de Movistar, tanto por la naturaleza de las reivindicaciones expresadas, como por su gestación y por las formas novedosas y la amplitud de su desarrollo.
Continúo con lo que la propuesta no contiene. No hay una reflexión y menos aún un propósito de enmienda acerca de las condiciones en las que se desarrolla habitualmente la prestación laboral hoy, con la excepción de alguna puntualización sobre los horarios. No hay mención a formas que se han ido extendiendo de presión psicológica sobre los trabajadores, que incrementan el riesgo de accidentes laborales, depresiones y enfermedades mentales. No se toma como punto de partida una consideración de la significación del trabajo por cuenta ajena para las expectativas de progreso de la sociedad actual.
La lista de carencias podría proseguir. Da la sensación de que lo que proponen Rodríguez y Sánchez es un revival, un retorno nostálgico a épocas pasadas, y en concreto a un estado del bienestar anclado en presupuestos sociales y económicos muy distintos de los que concurren ahora.
Será necesario repensar mucho más las cosas y debatirlas en ámbitos más amplios y menos estrictamente políticos, antes de poder formular unas propuestas más operativas.
Puestos a elaborar una propuesta fuerte, una propuesta realmente ganadora de Estatuto de los Trabajadores, conviene tener presente que en estos trajines rigen las mismas leyes que en la ciencia de las castañuelas, según las señalaba el Licenciado Don Francisco Agustín Florencio (seudónimo al parecer del clérigo ilustrado y poeta satírico Juan Fernández de Rojas, gran amigo del pintor Francisco de Goya) en su Crotalogía o ciencia de las castañuelas (Madrid, 1792). Señalaba el autor que la crotalogía ha de verse como ciencia de las castañuelas debidamente tocadas, y en tal adverbio ha de ponerse todo el rigor de la Metafísica. Y señalaba como Axioma I el siguiente, rigurosamente aplicable también a nuestro asunto:
«En suposición de tocar, mejor es tocar bien que tocar mal.»
Más claro, agua. A lo que puede añadirse la verdad profunda del igualmente irrefutable Axioma VI:
«El que no toca las castañuelas, no se puede decir que las toca bien ni mal.»
 

lunes, 27 de abril de 2015

CANDIDATO MARIANO


En el curso de un desayuno informativo celebrado en el Foro Europa Press, el actual presidente del gobierno ha confirmado que desea ser el candidato de su partido a las próximas elecciones generales.
La declaración no habrá pillado desprevenido a nadie. La verdad es que se veía venir. Si era un secreto de la Moncloa, no ha sido el mejor guardado, ni por el presidente ni por su entorno. No se han percibido en Mariano Rajoy en la etapa más reciente de la legislatura ni dudas, ni desánimo, ni cansancio. A pesar de todo lo que ha caído, y de lo que está aún por caer, él sigue tan terne. Algunos sostienen que no se entera, pero eso no es cierto. Lo ejemplar de Rajoy es su actitud ante los problemas. Los problemas, sencillamente, no existen. «Salvo alguna cosa», claro, que es lo que sale en la prensa. Algunos críticos alegan en su contra que carece de algunas (o muchas) de las cualidades que caracterizan a un dirigente político. Le faltarán otras, pero desde luego no el cuajo.
«Confíen en mí y les irá bien», ha dicho. Palabras crípticas, que hay que saber interpretar. Parecen indicar una cosa pero en realidad apuntan a otra distinta. Podrían querer decir: “puesto que lo he hecho razonablemente bien, creo merecer la confianza de todos ustedes”. Y sin embargo el mensaje subliminal que envuelven esas palabras tranquilizadoras es otro, sutilmente amenazante para las voces críticas que despuntan en el seno de su formación: “cuidado, no se crucen en mi camino que esto no ha hecho más que empezar.”
¿Les parece a ustedes que exagero? Reparen en la forma en que ha ponderado nuestro presidente «la seguridad y la estabilidad» que ofrece al votante el funcionamiento del PP: «Aquí no se va uno y entra otro.» Si ese no es un aviso para navegantes, que vengan todos los marianólogos del mundo y lo vean.
Ya en tono más relajado, el Augusto ha afirmado que tampoco tiene intención de introducir cambios en el equipo dirigente del partido. Luego, ha añadido la siguiente apostilla: «Aunque si la tuviera, tampoco se lo diría.»
Algunos hablan de retranca gallega ante frases como esa. Yo me pregunto más bien en quién pensaba al decirlo. El manejo de los tiempos por parte del presidente es siempre peculiar. Parece seguir con fervor aquel consejo de Oscar Wilde: «No dejes para mañana lo que puedas hacer pasado mañana.» De momento, Rajoy ha expresado esa misma idea con otro de sus giros léxicos peculiares: «No hay que hacer cositas a corto plazo.»
 

domingo, 26 de abril de 2015

EDUCACIÓN Y TRABAJO

Tenemos un sistema educativo que funciona mal, y un sistema productivo que también. Algunas personas, posiblemente con buena intención, han relacionado las dos disfunciones a través de la siguiente teoría: haría falta una educación más y mejor enfocada hacia el mundo del trabajo, a fin de cubrir el escalón que aún nos separa de los países más ricos, de los sistemas productivos más eficientes de Europa y del mundo.
Suena bonito, pero no es cierto. El profesor Vicenç Navarro es taxativo al respecto: «No hay evidencia de que el retraso económico español pueda deberse a las supuestas limitaciones del sistema escolar. Un análisis del sistema productivo señala que no hay déficit de trabajadores cualificados ni de profesionales avanzados en España. En realidad, hay más de los que el sistema productivo requiere, lo que explica su elevado desempleo y su éxodo a otros países. Hoy el mayor número de puestos de trabajo continúan estando en los puestos de baja cualificación.» (En Educación,desigualdad y empleo, clicar para ver el artículo completo.)
Quiere decirse que tenemos dos problemas, y no uno solo. Pero también algo más. Siempre será un objetivo erróneo intentar aproximar la educación a las necesidades del mundo de la empresa. La educación debe ser un proceso integral, poliédrico. Se debe educar a los/las jóvenes para la vida, para una vida infinitamente variada y llena de posibilidades. Nunca para la vida laboral, porque esa sería una concepción unidimensional, de la que por lo demás estamos ya demasiado próximos. La economía, la política y la religión confluyen en el deseo de formar (mejor dicho de deformar, de “ahormar”), a personas heterodirigidas y pasivas: votantes obedientes a las consignas y los eslóganes de unos poderes que los utilizan para otras finalidades; productores maleables en función de las necesidades cambiantes de la empresa; consumidores sensibles a los reclamos de una publicidad omnipresente.
En lugar de un mundo donde la economía productiva, la política y el comercio se propongan como objetivo la mayor felicidad de las personas, vamos en la dirección contraria, de modo que la función principal de las personas parece ser la de contribuir a los buenos resultados de la economía, del comercio o de la política en términos macroeconómicos, lo que quiere decir abstractos.
Veamos lo que está ocurriendo en la esfera laboral. Recurro a un trabajo de Pere Jódar, Ramón Alós y Joan Benach, titulado «Menos poder en la empresa significa peores condiciones de trabajo» (1). Con base a estadísticas oficiales europeas correspondientes al año 2005, es decir a un momento alcista del ciclo económico, en España, dicen los autores citados, «las prácticas de gestión de la mano de obra de las empresas operaban bajo una estrategia “cortoplacista” basada en la reducción de costes salariales y una baja inversión en el fomento del capital humano.» Cuatro de cada 10 trabajadores realizaban tareas repetidas y continuas de muy corta duración (menos de un minuto), solo 3 de cada 10 tenían la posibilidad de rotar en sus tareas, solo el 40% trabajaba en equipo (frente a un promedio europeo del 54,6%). El 63,5% de los entrevistados decía realizar tareas monótonas, solo el 19% había tenido algún tipo de formación pagada en el año anterior.
Si esto ocurría en 2005 en un contexto de euforia económica, de «burbuja», cabe imaginar que los datos no son mejores en 2015, después de siete largos años de crisis. Dicen que ahora el empleo ¿repunta? Sí, pero en todo caso bajo una gran precariedad, con minicontratos, sin seguridad social ni de otro tipo, y con los dos motores principales localizados como antes – como siempre – en los sectores de la construcción y de la hostelería. Peones, camareros, personal de limpieza. Mientras tanto, los nuevos licenciados surgidos de las universidades se ven forzados a emigrar en busca de mejores perspectivas laborales a los países del Norte.
Sin ánimo de menosprecio a cualquier posibilidad de trabajo en un contexto de paro laboral tan elevado, el nuevo empleo que se está generando ni es cualificado ni posee un valor añadido potencial capaz de generar un crecimiento en la productividad ni en la competitividad de los sectores y las empresas implicados. No supone ninguna garantía de futuro para la economía española.
Quizás, a la vista de los datos de la situación, la mejor posibilidad en relación con los dos problemas de la educación y el trabajo consiste en «girar el muñeco» (he oído la expresión a mi amigo Javier Aristu, en relación con otro asunto, y me he quedado con la copla) y, en lugar de una “educación para el trabajo”, promover un “trabajo para la educación”.
Hoy el empleo existente contribuye a la desagregación social, al enquistamiento y el crecimiento de la marginación, a la perpetuación de las desigualdades. Dentro de un proyecto político de izquierdas debería ser posible diseñar medidas legislativas, sociales y financieras tendentes a favorecer una inversión dirigida a una tipología del empleo de mayor cualificación y en sectores de mayor valor añadido, un empleo capaz de repercutir en una mayor productividad, pero además de aumentar en el proceso la reflexión, el control de la gestión de las tareas realizadas y la autonomía en general, por parte del trabajador/ra. El trabajo así concebido sería un elemento más en la educación de la persona, que elevaría sus expectativas vitales. En este sentido sería importante también ahondar en la relación entre trabajo y vida desde la perspectiva de la “conciliación”, tal y como he propuesto en estas mismas páginas en un artículo reciente (ver Por la puerta trasera.)
En resumen ajustado, todo lo expuesto lo refleja sintéticamente un dicho popular: No hay que vivir para trabajar, sino trabajar para vivir.
 
(1) Recogido en J. Benach, G. Tarafa y A. Recio (coords.), Sin trabajo, sin derechos, sin miedo, Icaria 2014, págs. 70-80.

viernes, 24 de abril de 2015

HASTA AQUÍ HEMOS LLEGADO


“Hasta aquí hemos llegado” es el título de la última novela del escritor griego Petros Márkaris. Es también una síntesis ajustada de la situación que vive el país helénico, y del propósito firme que anima a una mayoría consistente de ciudadanos griegos, de enderezar una situación de gravedad extrema frente a todos los obstáculos constatados y presumibles. Carmen y yo compramos ese libro ayer, y Carmen hizo la cola, en la Rambla de Catalunya, para conseguir la firma del autor. Incluso se hizo un selfie en el que Márkaris aparece en segundo plano en actitud de firmar.
También en España hemos llegado “hasta aquí”, y ese “aquí” no es una situación agradable. Pero no está tan claro como en Grecia que exista un propósito de enmienda mayoritario.
Por ejemplo, los sindicatos CCOO y UGT llegaron el mes de julio pasado a un acuerdo con el gobierno dirigido a paliar el peligro real de exclusión social de muchas personas. El censo de parados se acerca en nuestro país a los 5,5 millones de personas. Estamos hablando de población activa, es decir mayor de 16 años y menor de 65. La cobertura del paro alcanza a un 55,7% de esa cifra, y las rentas autonómicas de inserción, allá donde existen, alargan la cifra a un 5,48% más.
Los cálculos de los dos sindicatos indican la existencia de 1,8 millones de hogares con unos ingresos inferiores a los 6.000 euros anuales. Ahora hablamos de población total: la precariedad no alcanza solo a los empleos, sino a niños que van a la escuela en ayunas, a mayores que se atrincheran detrás de sus enseres contra una papela judicial de desahucio.
El gobierno se comprometió ante los sindicatos a elaborar en un plazo de 6 meses un mapa de prestaciones para ese colectivo en peligro, y llevarlo a una nueva mesa de negociación. El plazo fijado acabó el pasado mes de febrero, y el mapa gubernamental sigue en el limbo de las buenas intenciones incumplidas.
CCOO y UGT, por el contrario, no han dejado que un manto de tiempo perdido cubriera dulcemente el problema. Han presentado en el Congreso una ILP (iniciativa legislativa popular) para constituir una renta mínima de 426 euros mensuales destinada a parados de larga duración, sin subsidios y en búsqueda de empleo. Los beneficiarios directos serían unas 300.000 personas; los beneficiarios potenciales, 2,1 millones; el coste del rescate ascendería a 11.000 millones de euros, un 1% del producto interior bruto.
Se trata de un rescate, en efecto. Quien diga que no es posible dada la situación económica del país, que explique por qué razón sí fue en cambio posible el rescate de la banca, con un coste enormemente superior. Hasta aquí hemos llegado.
Pero falta ver cómo acogen los parlamentarios de la oposición, de todas las oposiciones, la propuesta de los sindicatos. Cómo la recogen aquellas opciones políticas que aspiran a ocupar un lugar visible y consistente en el futuro de este país, del “aquí” al que hemos llegado. Falta ver cómo airean esa propuesta modesta de renta mínima de inserción, cómo la popularizan, cómo la defienden.
Se trata de un tema que no puede esperar a las elecciones generales. Será demasiado tarde para una porción difícil de determinar de esos dos millones largos de personas que malcomen, malviven y ven degradarse su entorno y sus expectativas de día en día. La ILP está ya presentada en el Congreso de los Diputados. Ahora se trata de forzar la máquina y acelerar el debate en torno a sus contenidos.
Está muy bien discutir sobre la corrupción y exigir las explicaciones que los implicados deben sin la menor duda a la cámara, pero la agenda política debe marcar prioridades e imprimir urgencia a los grandes temas cuando procede. Si no lo hace así, ni es agenda ni es política.
 

miércoles, 22 de abril de 2015

REPRESENTATIVIDAD POLÍTICA Y SOCIEDAD CIVIL


Leo en un libro reciente del historiador Josep Fontana (prefiero no citar el título, podría distraer la atención sobre el fondo de la cuestión) que es «casi un lugar común, con una larga tradición, la afirmación que sostiene que las instituciones representativas suelen desarrollarse con más facilidad allá donde predominan negociantes y comerciantes.» Existiría, pues, una relación comprobable entre el desarrollo de la democracia representativa y el del comercio, en los siglos del llamado Antiguo Régimen. Los dos países clave para fundamentar esta observación son Inglaterra y Holanda, en contraste con las monarquías absolutas de Francia y España.
Añade Fontana: «La relación entre representatividad política y crecimiento económico pasa también, y muy especialmente, por la existencia de una sociedad civil vigorosa, incompatible con el absolutismo. Sabemos que en los lugares en los que pudieron desarrollarse formas de asociación “horizontales” de los ciudadanos (gremios, sociedades de oficio, de ayuda mutua, culturales, etc.) y se reforzó el tejido de la sociedad civil, las instituciones de gobierno local resistieron las presiones de la monarquía, y pudo asentarse y consolidarse el estado representativo. Por el contrario, donde dominaban las relaciones verticales de jerarquía y deferencia, el tejido de la sociedad civil resultó más débil, el absolutismo regio consiguió imponerse, las formas políticas representativas tardaron mucho más en aparecer, y su asentamiento resultó débil y precario.»
Los párrafos anteriores sugieren una conexión fuerte entre estado representativo y sociedad civil, que funciona en los dos sentidos y se retroalimenta. Quiero decir que la existencia de una sociedad civil vigorosa, bien organizada y vigilante, contribuye al mejor funcionamiento de las instituciones representativas; y viceversa, una colaboración democrática expedita y transparente entre las instancias de gobierno y los gobernados, desemboca por lo general en un progreso social perceptible.
Hoy el problema no son los privilegios de las monarquías absolutas, sino los de unas oligarquías de plutócratas que se comportan de modo parecido al de los antiguos soberanos. Ellos detentan todos los derechos, y se eximen de la mayor parte de los deberes. Su interferencia continua en la acción de gobierno “desfigura” (utilizo una expresión de la politóloga Nadia Urbinati) la democracia y rebaja sus contenidos.
Los nuevos tecnócratas han accedido, sin reconocimiento ni elección por parte de la sociedad, al gobierno de instituciones clave en nuestro país, en nuestro continente y en nuestro mundo en general. Y hay motivos para sospechar que su preocupación por el progreso social es muy escasa, y en cambio muy grande su interés mal disimulado en incrementar los privilegios y los beneficios de esas oligarquías sin rostro que acechan en los terminales de los ordenadores. Hay ejemplos de sobra: los avatares de Rodrigo Rato y el proceso de negociación del TTIP pueden ser dos de ellos.
Los tecnócratas se han posicionado contra las democracias, alertaba hace algunos años un economista crítico francés, Jacques Sapir. Y la solución a ese problema, añadía, no puede ser otra que el posicionamiento claro de las democracias contra los tecnócratas.
Para conseguirlo, el camino idóneo podría ser el mismo que ya dio buenos resultados en los siglos del absolutismo: el refuerzo de la sociedad civil contra el individualismo, la multiplicación de las organizaciones y las iniciativas colectivas, la fiscalización desde debajo de la actuación de los órganos de representación, y la necesidad de la búsqueda de consensos sociales amplios como perspectiva permanente de la política de las instituciones.
En dos palabras, más sociedad civil y más democracia.
 

martes, 21 de abril de 2015

HACER POLÍTICA


Pietro Nenni contó en sus Memorias que cuando el Partido Socialista Italiano decidió romper el frente común con los comunistas y trabajar en la consolidación de un espacio de centro-izquierda, Palmiro Togliatti utilizó toda su capacidad de persuasión para intentar convencerle de que aquel era un paso equivocado. Después de varias tensas conversaciones, el líder comunista constató que no habría marcha atrás y la ruptura era ya un hecho consumado e irreversible. Entonces suspiró: «¡Feliz tú que vas a hacer política! Yo me veré reducido a hacer solo propaganda.»
Hoy nos encontramos en España delante de una disyuntiva bastante parecida. En el seno de una sociedad en mutación, con una clase política arruinada por el descrédito y ante un gobierno de la derecha enfangado en políticas de corte ventajista e impopular, las diferentes izquierdas se encuentran en una encrucijada crítica. Pueden resolverla haciendo propaganda, o bien haciendo política.
Propaganda es plantear que tenemos en nuestra “casa” todas las respuestas ajustadas a las demandas de la ciudadanía. No es así. La situación real es más bien la que expresó Mario Benedetti en una frase feliz: «Cuando creíamos tener todas las respuestas, nos han cambiado las preguntas.»
Propaganda es también la idea radical del borrón y cuenta nueva, la utopía de empezar una vez más desde cero, fiándolo todo a las virtudes de la asamblea o el círculo. Cualquier cosa que crece sobre la tierra lo hace a partir de sus raíces, y a mayor profundidad y grosor de las raíces se corresponden una altura y una corpulencia también mayor de la planta.
Propaganda es demonizar al rival político, querer avanzar a partir de vetos, de exclusiones y de descalificaciones. Es esa cantinela tan repetida a lo largo de las campañas electorales, y tan silenciada después: «¡Nunca pactaremos con ellos!» Curiosa táctica la que consiste, en lugar de aislar al enemigo, en aislarse a sí mismo del vecino al que posiblemente no haya más remedio que recurrir a corto plazo.
Quedarse en política en el momento del rechazo y de la negación es quedarse a la mitad del camino. En la política están sin solución de continuidad el momento del rechazo y el de la alternativa. El conflicto, y la política de alianzas para superarlo. La política, para expresarlo con la fraseología de la dialéctica hegeliana, tiene su coronación en la síntesis.
Tampoco hay que magnificar la síntesis. Representa un máximo común divisor, algo que queda muy por debajo de las expectativas de cada grupo concernido, de lo que se suele llamar su “programa máximo” o de máximos.
Pero la síntesis es el meollo de la política. Partir de la realidad factual, no para gestionarla en sus mismos términos con más o menos habilidad, sino para llevarla un poco más allá a lo largo de un itinerario, de un trayecto ideal, que nunca será idéntico para todos los grupos que han suscrito esa síntesis.
La política, la “gran” política, es un ejercicio penoso e ingrato, poco propicio para triunfos resonantes y no apto para impaciencias ni para ambiciones excesivas. Es, sin embargo, un ejercicio necesario para todos aquellos que no la conciben como un proceso de asalto al poder, sino como un despliegue molecular progresivo de brotes verdes de hegemonía social y cultural.
 

lunes, 20 de abril de 2015

¿MÁS REFORMA LABORAL?


El Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional no nos dejan dormirnos en los laureles. Creíamos ser los primeros de la clase, el asombro del mundo civilizado, pero Mario Draghi, presidente del BCE, y Olivier Blanchard, economista jefe del FMI, se nos han puesto de perfil y acaban de dirigirnos una seria reprimenda. Ahora resulta que hace falta otra reforma laboral.
De eso estábamos convencidos, a pesar de que vamos ya por la cuarta o la quinta, en pocos años; pero nos separa de los dos ilustres economistas un matiz importante. Nosotros apostamos por una reforma laboral que vaya en dirección contraria a la última; por el contrario, lo que nos propone el dúo de pirómanos es una dosis mayor de la misma medicina. El mercado de trabajo, dicen, es aún dual, con un sector «demasiado protegido» y otro, el de los jóvenes, demasiado poco. Su recomendación ferviente es que se sigan desmantelando los mecanismos de protección y se promueva el empleo a partir de un nuevo instrumento, un contrato laboral flexible e igual para todos.
El asunto se parece demasiado al chiste del cocinero del cuartel que comunica a la tropa una noticia buena y otra mala. La mala es que comerán mierda; la buena, que habrá para todos. Tal es el meollo de la lógica neocapitalista. Ya hemos cambiado el nombre del Ministerio de Trabajo por el de Empleo. Dentro de nada lo llamaremos Ministerio de Curro.
Draghi y Blanchard dan por sentado que con la supresión de las «rigideces» el mercado de trabajo se ensanchará y se revitalizará. Unos cuantos cientos de miles de empleos fijos con salarios dignos son para ellos el cuello de botella que impide la creación en España de millones y millones de empleos precarios con salarios de los que mejor no hablar. Pero basan sus cálculos en teorías que ya han demostrado en otras ocasiones su escasa fiabilidad. Ninguna evidencia científica ni empírica sostiene sus afirmaciones. De hecho, todas las evidencias disponibles hasta ahora van en el sentido contrario: a más reforma laboral, mayor destrucción de empleo. De empleo a secas, no de empleo “privilegiado”.
Y eso no ocurre únicamente en los países del Sur, debido a nuestra idiosincrasia particular de siesta y relajo. Las recetas del liberalismo neocapitalista solo engordan a los gordos; a los jambríos se les atragantan en cualquier latitud de la inmensa aldea global.
Se nos quiere imponer una reforma del mercado de trabajo que únicamente tiene en cuenta las necesidades del capital y que soslaya cuestiones tales como la naturaleza del trabajo humano; los tiempos, las condiciones, la coordinación y la estabilidad precisas para que ese trabajo fructifique, y la exigencia de una remuneración suficiente (no digo ya justa) para permitir la subsistencia y la reproducción de la fuerza de trabajo. Todas esas cuestiones, y no son pocas, se dejan a beneficio de inventario. No afectan, al parecer, al fondo de la cuestión.
Se ha expulsado de la comunidad de los economistas solventes no solo a Marx, faltaría más, sino al mismo lord Keynes, culpable de haber promovido y bautizado una era de prosperidad y de pleno empleo especialmente irritante para los poncios del presente, que dogmatizan sobre las virtudes de los equilibrios presupuestarios y de los darwinismos sociales.
En algo vienen a parecerse altos funcionarios como Draghi y Blanchard al Dios providente. Como él, no han sido elegidos por sufragio universal, y las fuentes de su poder son arcanas. En cuanto al porcentaje de aciertos en sus profecías, es posible que tampoco sea tan grande la diferencia. Y el «Amaos los unos a los otros» de los Evangelios está en franco retroceso en nuestro mundo frente al exitoso eslogan del «Hombre lobo para el hombre» acuñado por Hobbes.
Nos está haciendo falta una refundación de todo.
 

sábado, 18 de abril de 2015

RATO FULL MONTY


Leyendo o escuchando a distintos medios informativos, percibo una coincidencia general en la apreciación de que la aparatosa detención de Rodrigo Rato y su liberación pasado un corto lapso de horas de conversación distendida con un anónimo juez de guardia, responden nada más que a un paripé mediático organizado por el Partido Popular. Se trataría, hablando en términos de teatro griego, de provocar una catarsis en el espectador a partir del sacrificio ritual de un chivo expiatorio, para luego culminar la representación dramática con una apoteosis ma non troppo en los inminentes comicios, o en el peor de los casos en los de noviembre.
Quizá ocurra así, pero me temo que no. Y es que lo ocurrido me parece – estoy hablando objetivamente, hecha abstracción de mis escasas simpatías por la opción popular – una mala pedagogía. Don Mariano Rajoy, ese héroe edípico de mesa camilla, debería saber muy bien, porque él mismo nos lo ha avisado, que se está jugando los cuartos con un país de seres humanos normales. Nada de gente rarita.
Ahora bien, el ser humano normal tiende en su psicopatología cotidiana a experimentar una fascinación irresistible hacia los caraduras de éxito, los corruptos con caché y tarjeta black, los vivalavirgen que se ponen el mundo por montera debido a una carencia absoluta de las ataduras y los escrúpulos morales que, por el contrario, atenazan en la travesía de la vida a los seres humanos normales, precisamente por el mero hecho de serlo. El ser humano normal tiene un altar en su corazón para la izquierda responsable, pero con frecuencia entrega su voto (siempre con disimulo, de modo que su mano siniestra no se haga partícipe de los desvíos de la diestra) a la derecha desfachatada. Y es que se ve a sí mismo tal como es en el primer espejo, mientras que el segundo refleja sus sueños húmedos de promoción social caiga quien caiga. Tal es su condición escindida, su sentimiento trágico de la vida.
Por esa razón la caída estrepitosa del Olimpo de Rodrigo Rato, su espectáculo full monty con capón incluido para agacharlo y hacerle entrar en el vehículo policial, no lanza el mensaje adecuado a la ciudadanía. Ninguna prescripción, ninguna amnistía, ninguna absolución por defectos de forma podrá devolver a don Rodrigo lo que ha perdido en una tarde aciaga.
Eso que ha perdido para siempre es el aura de invulnerabilidad, el letrero de «Intocable» al estilo de los grupos de élite de Elliot Ness. El perfume exclusivo, el glamour que lo designaba como oscuro objeto del deseo del votante.
Incluso los chivos expiatorios, señores del Partido Popular, han de ser elegidos con cierto cuidado. Bárcenas como íncubo de pesadilla era una buena opción; Cospedal, con su aire patoso de parvenue de la meritocracia, aún lo es; Rato, no. Va a dejar en el imaginario popular un hueco difícil de llenar. Sin él, las candidaturas populares perderán calma, lujo y voluptuosidad. Morbo, en una palabra.
 

jueves, 16 de abril de 2015

POR LA PUERTA TRASERA


Teresa Torns, doctora en Sociología y profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona, nos habló anoche sobre los tiempos del trabajo y de la vida, y sobre la difícil conciliación de ambos.
No se trata de un tema menor. En la organización capitalista de la producción, el reloj de la fábrica (del taller, de la oficina, del tajo, del centro de trabajo sea este el que sea) marca un tiempo abstracto, divisible, fragmentado, artificial, manipulado y, para la mayoría de las personas, vacío. Vacío porque se trata de un tiempo enajenado, y el reloj de la vida que el trabajador o la trabajadora considera propia e intransferible señala una hora diferente. Uno y otro tiempo necesitan armonizarse, conciliarse, para que vida laboral y vida personal no se escindan sin remedio. Es lo que les ocurre a millones de personas: o bien el éxito profesional (la obligación de dedicar a la empresa todas las energías y todas las horas disponibles, el “presentismo”) devora su vida familiar, o, con mucha mayor frecuencia, el horario de trabajo se convierte en un saldo neto negativo, un sacrificio necesario que permite allegar los medios materiales necesarios para dignificar el “otro” tiempo.
En uno y otro caso, la persona queda demediada. Cualquier progresión, ascenso o realización, lo es solo a medias y a costa de la otra mitad.
Un ejemplo obvio de la diferencia entre los dos “relojes” que marcan los tiempos de la actividad es el cómputo anual de horas laborables que se establece en los convenios colectivos: algo considerado esencial para las necesidades del flexitrabajo. El cómputo anual podría utilizarse como un elemento de conciliación entre las necesidades del dentro y el fuera del trabajo, pero lo cierto es que, en los términos actuales de las relaciones laborales, quien maneja a su voluntad o a su antojo ese elemento es el empresario, y lo hace atendiendo de forma exclusiva a las necesidades de la producción. Es un tiempo abstracto que solo toma en consideración una fuerza de trabajo abstracta. La vida personal desaparece en la ecuación. No hay conciliación sino imposición; el trabajador y la trabajadora deben ajustar sus biorritmos al tiempo de la empresa.
En este punto aflora una cuestión de género, que deriva de una distorsión ideológica muy clara. La distinción entre trabajos masculinos y femeninos se basaba en tiempos pasados en la diferencia de masa muscular y de capacidad de esfuerzo físico sostenido entre los dos sexos. La irrupción de las máquinas y más en particular de las nuevas tecnologías en la información y las comunicaciones han equilibrado las opciones. No se perciben más diferencias en el nuevo trabajo que las que pueden derivar de las aptitudes y la destreza personal de cada trabajador/ra.
Y sin embargo, la división del trabajo por razón de género subsiste en la sociedad de hoy. La maternidad, que supone para la mujer un momento de plenitud biológica, se convierte en cambio en una barrera casi insalvable en el campo laboral y profesional. Aquí, el anuncio de una maternidad próxima se traduce de forma prácticamente automática en despido. Cualquier mujer en edad fértil se convierte en sospechosa de boicot al plan industrial de la empresa en cómputo anual. Y la atención a los hijos enfermos, a los parientes mayores y a los dependientes, tareas de las que los recortes presupuestarios han ido eximiendo progresivamente a los servicios sociales comunitarios, se descargan sin escrúpulo sobre las espaldas de los componentes del núcleo familiar; lo cual equivale en la mayor parte de los casos, siendo la organización familiar la que es, a hacerlo sobre espaldas femeninas. Estamos hablando de tiempo y de trabajo, aunque sin remuneración. De modo que son muchas las mujeres a las que ese doble obstáculo impide dedicarse al ejercicio de una profesión o alcanzar la cuota de libertad personal que puede ofrecer un trabajo remunerado a tiempo completo. Su incorporación al mercado laboral solo es posible por la puerta trasera, a través de contratos a tiempo parcial.
Pero este instrumento, utilizado de preferencia para mano de obra femenina y creado sedicentemente para facilitar una conciliación de las dos esferas de actividad, no aporta en la práctica ninguna solución, por lo menos en España después de la regulación del tema en el RDL 16/2013, de 20 de diciembre. Alberto Pastor y Manel Luque han constatado que «la lógica de la empresa se impone de manera absolutamente desproporcionada a la lógica de la conciliación», dada la posibilidad que se otorga al empresario de establecer «horas complementarias» ampliando el porcentaje del 15% de la jornada pactada a un 30% o incluso, si el convenio lo permite, a un 60%, con un preaviso al trabajador/ra de tan solo tres días. En estas circunstancias tiempo parcial significa nada más que precariedad y bajo salario, y no resuelve el problema de la atención preferente a urgencias personales o familiares cuando estas contradicen las prioridades del empresario (1).
La negociación colectiva debe abordar con fuerza el tema de la conciliación, en conexión con la cuestión más general del control del propio trabajo, en la que existe en nuestro país un déficit marcado en relación con los estándares europeos. Según la Encuesta europea de condiciones de trabajo (EWCS) del año 2010, «el 67% de los daneses ocupados afirman que siempre son consultados [en relación con los objetivos de su propio trabajo], siendo [el porcentaje] entre el 50 y el 55% en el caso de suecos y británicos. Esta cifra se reduce en el Estado español hasta el 38%, muy por debajo del 45,6% de la UE-15, o el 46,8% de la UE-27 (2).  
Una última cuestión, importante. Sería un error grave tratar el control del propio trabajo y la búsqueda de la conciliación como reivindicaciones “femeninas”. Son temas que afectan tanto a varones como a mujeres, aunque en estas tengan perfiles de mayor urgencia y estén conectados a la aspiración general a la igualdad. Pero la igualdad, y cito al respecto palabras de Berta Cao, candidata a las elecciones municipales en Madrid en la lista encabezada por Manuela Carmena, «… no se alcanza tratando a las mujeres como un colectivo objeto de políticas sociales, sino incorporando la visión estratégica de la igualdad como principio de buen gobierno que transforme el conjunto de las políticas.»
 
(1) La cita procede de J. BENACH, G. TARAFA y A. RECIO (coords.), Sin trabajo, sin derechos, sin miedo. Icaria 2014. Ver cap. III y, en particular para este tema, las págs. 44-45.

(2) Ibíd, p. 75.

 

miércoles, 15 de abril de 2015

A LA MIERDA VAUBAN

Sébastien le Prestre, marqués de Vauban, fue ingeniero militar, ingeniero hidráulico, urbanista, matemático, especialista en poliorcética y algo filósofo en sus ratos libres. Luis XIV lo nombró mariscal de Francia. Rodeó el territorio del Hexágono con un cinturón de fortalezas imponentes, y reformó y reconstruyó cientos de otras plazas fuertes. Albert Sánchez Piñol lo convirtió en personaje de su novela Victus. La UNESCO incluyó en 2008 en el patrimonio mundial doce de las realizaciones de Vauban, entre ellas la ciudadela de Saint-Martin-de-Ré, en la isla de Ré , departamento de Charente Maritime, que hacia 1870 había sido convertida en presidio. A principios de los años sesenta del siglo pasado, el cantautor Léo Ferré rindió su propio homenaje al marqués con una canción notable tanto por su letra como por su música: Merde àVauban (clicar sobre el título para escucharla).
Este es un intento desmañado de traducción:
 
Recluso en el presidio de Vauban en la isla de Ré, trago pan negro y muros blancos en la isla de Ré. En la ciudad me espera mi chica, pero en los próximos veinte años no seré nadie para ella. A la mierda Vauban.

Soy recluso, con cadena y bola de hierro, y todo por nada. Me han encerrado en la isla de Ré por mi bien. Aquí veo pasar las puñeteras nubes, y marchitarse mi juventud. A la mierda Vauban.

Recluso, aquí las señoritas se acercan para ver cómo nos han recortado las alas en la isla de Ré. ¡Ah, que jamás venga la que yo amé tanto! Por ella malogré mi suerte. A la mierda Vauban.

Recluso, la bella está allá arriba, en el cielo gris; del otro lado de los barrotes vuela hacia París. Yo estoy con ella en mi calabozo y sueño con mi amada, que es la más bella. A la mierda Vauban.

Recluso, el tiempo que tan largo se hace en la isla de Ré, el tiempo te roe con sus piojos en la isla de Ré. Dónde están sus ojos, dónde su boca. Cuando sopla el viento a veces me parece tocarlos. A la mierda Vauban.

Será un coche fúnebre negro, estrecho y viejo el que me sacará de aquí un atardecer, los pies por delante; y será lo mejor. Volveré a ver el camino blanco y cantaré, debajo de las tablas: A la mierda Vauban.
 

martes, 14 de abril de 2015

MONSEÑOR ROUCO Y LA VEDA LEVANTADA


Algunos grupos cristianos de base están promoviendo un escrache frente a la actual residencia de Monseñor Antonio María Rouco Varela, el ex cardenal primado y ex presidente de la Conferencia Episcopal española.
El suceso es lamentable en sí mismo, tanto más por el hecho de que Monseñor no se ha trasladado por gusto al ático que ocupa desde hace pocos días frente a la catedral de la Almudena. Después de ser relevado de sus cargos, tardó más de seis meses en abandonar el Palacio Episcopal de la madrileña calle de San Justo. Para ser precisos, tan a gusto se encontraba allí después de veinte fructíferos años de residencia, que comunicó a sus vicarios apostólicos su intención de quedarse por tiempo indefinido, y de mantener asimismo el coche oficial y el chófer. Como contrapartida, ofreció a su sucesor en la diócesis la posibilidad de ocupar como inquilino unas habitaciones de la planta baja del palacio.
La solución no pareció adecuada a la jerarquía, pero Monseñor siguió sin moverse hasta que finalizaron las reformas en el ático antes aludido, una propiedad de la Iglesia, que lo había recibido por donación. Las reformas han costado, según cálculos aparecidos en la prensa diaria, más o menos medio millón de euros, pero el arzobispo de Toledo y actual primado de España señala que hay mucha exageración en tales rumores. Afirma don Braulio Rodríguez que el problema está en otra parte. Según sus palabras, «se ha levantado la veda», y Monseñor «está en el disparadero de muchos».
Supongamos que sea así. ¿Es malo que se haya levantado la veda en ese sentido preciso? En la dirección contraria, es decir en la de la jerarquía hacia la feligresía e incluso (y sobre todo) más allá de ésta, la veda ha estado permanentemente levantada in saecula saeculorum. En fechas recientes, la cúpula eclesiástica ha respaldado sin fisuras la política de austeridad desarrollada por el gobierno, y ha bendecido la utilidad de los sacrificios – no escasos – que esa política impone a la ciudadanía. Quizás, debería reflexionar don Braulio, ese hecho podría estar conectado a un “levantamiento de la veda” contra determinadas actitudes que a él le parecen correctas y loables. Dice la sabiduría popular que no es lo mismo predicar que dar trigo; y dando vuelta al sentido de otro refrán, también es cierto que repicar no parece suficiente si no se acompaña dicha tarea con la presencia personal en la procesión.  
Quien ha desempeñado un puesto destacado como «siervo de los siervos de Dios», para expresarlo según una convención oficialmente aceptada, ¿debe estar situado por encima de toda crítica de la grey a la que ha pastoreado? ¿Su alta posición le otorga bula para comportarse como mejor le parezca? ¿O se le debe exigir ejemplaridad, por ejemplo en relación con la pobreza evangélica tal y como es comúnmente descrita y alentada por la doctrina?
Son cuestiones de difícil manejo, pero puede iluminarnos en ese laberinto un argumento de autoridad indiscutible: «Y el que escandalice a uno de estos pequeños que creen, mejor le es que le pongan al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y que le echen al mar.» (Marcos 9, 42).
 

domingo, 12 de abril de 2015

SERES HUMANOS NORMALES


Si es usted un ser humano normal, no lo dude, su partido es el PP. Lo ha dicho don Mariano Rajoy. Ese "si", esa partícula condicional, expresa una dosis de desconfianza inicial. Tal vez a fin de cuentas usted, amigo ciudadano, no sea un ser humano normal del todo. Tal vez sea usted proclive a músicas celestiales. Podría ocurrir incluso que usted no esté sinceramente convencido de que, a fuerza de trabajo y honestidad, este gobierno de seres humanos competentes y sacrificados está sacando a España de la crisis.
La normalidad se vende cara. Ocho de cada diez españoles, según una encuesta, no creen que se vaya a reducir el desempleo en esta legislatura. Prácticamente los mismos estiman que la actual política conduce a una situación de mayor desigualdad social. Sin embargo, la carta de la economía, y no ninguna otra, es el terreno que ha elegido el partido del gobierno para librar la batalla electoral de las ideas.
Contra los experimentos. Contra la demagogia, el populismo, la frivolidad, el amateurismo, las tendencias disgregadoras, el chavismo. Vayan ustedes sumando anormalidades. Contra las ocurrencias mediáticas, contra las utopías sin base, contra la improvisación y la insolvencia, contra las aventuras equivocadas, contra pactismos que pueden conducirnos quién sabe a dónde. La retahíla prosigue. Cada día se suma algún nuevo jinete a la gran cabalgata del Apocalipsis que nos pinta el partido de los populares.
Hay una correspondencia curiosa, pero no casual, de esa actitud con la raíz del fundamentalismo religioso. Puesto que nosotros estamos firmemente aposentados en la Verdad, fuera de nuestras filas no hay sino error y confusión. La Verdad no puede transigir en ningún caso con el error. Tal es la teología subyacente en una política rígida y dirigista que apuesta de forma nítida por el atrincheramiento frente a todas las oposiciones.
Sí, por el búnker.
Y una vez eliminada tanta grasa superflua del modelo ideal de votante, ¿a qué queda reducido el ser humano normal? La imagen que uno evoca es la de un terrateniente, un militar, un registrador de la propiedad y un boticario, que juegan al tresillo en un casino provinciano y despotrican de las novedades. El camarero trota solícito para cerrar los ventanales y correr las cortinas polvorientas, porque en la calle grupos de vecinos protestan contra un desahucio. Los jugadores le han reclamado que ahogue los ruidos de fuera, necesitan silencio y concentración, la puesta para esta baza es importante.
Un país en sordina. Otra vez, frente a frente, la España que muere y la España que bosteza.
 

sábado, 11 de abril de 2015

GENERALIZANDO SOBRE LOS CATALANES


Afirma Rafael Sánchez Ferlosio, y dice citar en ese punto a S.P. Huntington, que quien tiene un martillo cree ver clavos en todas partes. Algo así parece ser de aplicación al muy excelente señor embajador de España en Grecia. El sucedido es el siguiente.
La ciudad de Ámfissa está situada en las estribaciones del monte Parnaso, a pocos kilómetros de Delfos, en la cabecera de un valle cuajado de olivos y viñas que se extienden en forma de anfiteatro majestuoso hasta el golfo de Corinto, en el que Itea fue en tiempos un puerto comercial de importancia. Hacia el oeste, en la costa, la ciudad de Nafpacto guarda en su nombre y en sus antiguas murallas recuerdos de la batalla de Lepanto.
En la acrópolis de Ámfissa, asentada sobre un risco que corona la ciudad, se alzan los restos de una fortaleza medieval catalogada como franco-catalana, aunque sus fundamentos, muy anteriores, se remontan al siglo V antes de Cristo. La fortaleza estaba desde la época de las Cruzadas en posesión de la familia noble francesa de los Autremencourt, y en 1311 fue conquistada por tropas almogávares mandadas por Roger Desllor. En 1315 Desllor vendió el territorio conquistado al conde Federico o Fadrique, de la Casa de Aragón, y la ciudad pasó a ser cabeza del condado de Salona, que subsistió hasta la invasión turca en 1394.
En conmemoración del nacimiento del condado de Salona, del que se cumplen este año siete siglos justos, la ciudad decidió bautizar una de sus arterias con el nombre “de los Catalanes”, odos Katalanon. Por cortesía, se informó al señor embajador de España del día y hora de la ceremonia municipal, caso de que deseara estar presente. Sin cortesía, y sin necesidad, el aludido respondió que no tenía previsto asistir y tampoco podía estar de acuerdo con la iniciativa, porque «los catalanes son separatistas».
La rotunda declaración causó en las autoridades municipales una perplejidad fácil de imaginar. Incluso se evacuó alguna consulta a Exteriores sobre la oportunidad o no de la nueva nomenclatura viaria. Finalmente, todo se llevó a cabo como estaba previsto.
El atributo de “separatista” parece constituir, en la mentalidad del citado alto funcionario español, no una circunstancia coyuntural aplicable a algunos catalanes, sino una categoría universal que acompaña de forma indisoluble a la condición de catalán. Poco importa para el caso que España como tal no existiera en 1315, que Madrid fuera entonces solo un castillo del tiempo de los moros, y en lo que hoy es la Carrera de San Jerónimo triscaran las cabras. Los catalanes eran ya, por su índole o condición natural, separatistas avant la lettre, del mismo modo que los judíos son necesariamente ladinos, los moros tornadizos, o los orientales enigmáticos e impenetrables.
Sería cosa de sugerir al funcionario tan escasamente diplomático que elija con más cuidado los objetivos en los que desfogar su sana agresividad de español a machamartillo. Creyendo ensartar a algún gigante, quizás está topando con las aspas de un molino de viento. Por cierto, don Miguel de Cervantes, cuyos huesos se desentierran con reverencia en estos días, no solo era sospechoso de converso, sino que en su obra inmortal dejó escritos algunos elogios encendidos a los catalanes.