martes, 31 de octubre de 2017

INSTANTES DE LARGO RECORRIDO


He emprendido la relectura de “Ana Karenina”. Me enamoré de Ana sin remedio en mi primera leída, hace muchísimos años; pero me resultaron antipáticos tanto Vronsky, el amante despreocupado, como Levin, trasunto del propio León Tolstói, con sus discursos impostados de elogio a la sociedad rural, a la vida retirada y al espíritu de la madre Rusia. No había vuelto a tocar el libro desde entonces.
Presto, en este segundo intento, una atención mayor a la sustancia literaria; la lectura lo agradece. Tolstói es un jeremías como predicador del alma inmortal de la aldea rusa, pero en cambio es un escritor de primerísimo orden, uno de los verdaderamente grandes en la historia de las letras. Su tratamiento de los personajes “secundarios” (las comillas son obligadas en este caso), componiéndolos no como un friso decorativo que proporciona color local, sino como individualidades complejas, de bulto redondo diríamos en escultura; y la agudeza psicológica con la que desentraña y nos explica sus acciones y sus reacciones, apenas tienen parangón.
Y luego, están esos instantes de largo recorrido, en los que se resumen años de vivencias y de experiencias. El modelo paradigmático más difundido de este tipo de abolición literaria del tiempo real, es aquel relumbre del coronel Aureliano Buendía delante del pelotón de fusilamiento, en “Cien años de soledad”, de Gabriel García Márquez. Aquella magnífica zambullida en el inicio mismo del relato, y sin previo aviso, para situar al lector en la mitad de la historia.
Pero Gabo leyó sin duda a León, antes de escribir aquello. Y hay ejemplos en modo alguno inferiores, del maestro ruso. Como un párrafo muy corto de “Ana Karenina” en el que Tolstói anticipa el anudarse y desanudarse de las afinidades y las relaciones entre tres de los protagonistas decisivos de su historia. Ocurre en el capítulo XXII de la primera parte (la traducción, en mi volumen de Aguilar, es de Irene y Laura Andresco). Kitty Scherbatsky está hablando en el salón de baile con Ana Karenina, cuando se acerca a ellas Vronsky, novio extraoficial de Kitty, que ha conocido a Ana pocos días antes, en la estación del tren, sin que entre los dos se hayan cruzado nada más que algunas palabras. Al ver acercarse a Vronsky, Ana acepta de pronto la invitación al vals de Korsunsky, que había declinado un momento antes, y simula no ver el gesto de saludo del joven. Kitty espera que éste la invite a bailar, pero él está distraído por algo. Por fin Vronsky la lleva al centro de la pista, pero en ese momento cesa la música. «Kitty le miró al rostro, que tan cerca de ella estaba, y mucho tiempo después, pasados varios años, esa mirada llena de amor que le dirigió, y a la que él no correspondió, la atormentaba, llenándola de vergüenza.»
Es un pequeño milagro de la literatura, un insight (atisbo) del futuro a través de algo que, también algunos años después, Sigmund Freud había de codificar como actos sintomáticos, invasiones repentinas de la superficie de la vida social por fuerzas oscuras del inconsciente. La prosa de León Tolstói está cuajada de intuiciones y momentos muy similares.
 

lunes, 30 de octubre de 2017

EL FALSO TEOREMA DE LA AUTODETERMINACIÓN


Anota Bruno Trentin en sus Diarios (Roma, 15 de septiembre de 1991) cómo el cabeza de una lista minoritaria en el Congreso de la CGIL se había acogido al “teorema” de la autodeterminación universal y omnímoda para exigir “su” derecho a nombrar de forma incondicionada a los representantes de su cupo en el grupo dirigente del sindicato. «Un recurso penoso», comenta Trentin con sequedad. Y a continuación cita a Ralf Dahrendorf en relación con la fragmentación “autodeterminativa” que estaba ocurriendo en esos días en los territorios de la antigua Unión Soviética y la antigua Yugoslavia, para señalar que la autodeterminación invocada por los nuevos países del mapa no responde a la exigencia de una autonomía efectiva cultural y política por parte de una nación consciente de su complejidad, sino «a una lógica tribal, unida a una intolerancia profunda hacia los derechos civiles y los derechos individuales».
Habremos de convenir en el contagio extenso de esta degeneración tribal del principio de la autodeterminación en nuestro país. No solo ni principalmente en Cataluña, aunque en Cataluña ha sido donde se ha llevado esa lógica falsa más lejos. Tribalismo es lo opuesto a federalismo en dos sentidos: uno, es un movimiento centrífugo, disgregador, mientras que la lógica federal es centrípeta, unionista para decirlo con un término que ha devenido insultante en la lógica catalana indepe. Dos, el tribalismo solo considera los derechos de la tribu, no los de las personas individuales con toda su carga de complejidad personal, familiar, laboral y cultural-ideológica; el federalismo, por el contrario, tiende a incorporar las diversidades en torno a unos mínimos comunes garantizados para todos.
No existen en la lógica tribal ni en su vocabulario cosas tales como las identidades complejas; a pesar de que las sociedades contemporáneas tienen como característica sobresaliente una complejidad y una multiculturalidad crecientes.
Pero la lógica tribal centrífuga acaba por alcanzar a los mismos que la promueven; las sospechas de traición rondan a cada aparición de un disenso dentro del grupo dominante, y este acaba por hacer implosión, atenazado por sus propias contradicciones.
No lo invento; lo hemos visto.

 

sábado, 28 de octubre de 2017

LA MANO PESADA DEL ESTADO


Carles Puigdemont ha hecho este mediodía una declaración institucional. Las cosas, si hemos de creerle, no están fáciles para la Cataluña independiente (¡caramba, esto es nuevo!), pero ningún obstáculo prevalecerá contra quienes solo desean paz, democracia, respeto y felicidad universal (ah, vamos, seguimos en las mismas).
El independentismo parece dispuesto a atrincherarse en una República virtual, existente solo en la viquipèdia catalana, que no ha sido reconocida por nadie e incluso resulta abiertamente peligrosa para los estatus quo de los países vecinos (el Véneto y la Lombardía, Bretaña y Córcega, Flandes, Escocia, las Feroe: la caja de Pandora que las autoridades de la Unión Europea pugnan por mantener cerrada a toda costa contiene malas vibraciones para un amplísimo elenco de situaciones de hecho indeseadas).
Los dirigentes destituidos tienen en proyecto, al parecer, plantear recurso de inconstitucionalidad por la puesta en marcha del 155, en base a la misma Constitución que habían abolido alegremente en territorio catalán. El contrasentido es excesivo. Tenía más pundonor, e incluso más sentido común, Groucho Marx cuando afirmaba que jamás se rebajaría a pertenecer a un club con el listón selectivo tan bajo como para admitir a una persona como él de socio.
Las consecuencias que han empezado ya a producirse no arreglan la cuestión de fondo catalana. Los dirigentes han sido insensatos, pero el malestar social va a seguir creciendo, atizado por la pesada mano del Estado. Es muy dudoso que todo pueda resanarse a partir de unas nuevas elecciones purificadoras, por muy neutrales que sean quienes reciban el encargo de organizarlas. Pueden cambiar (poco) los actores, pero el argumento de la comedia seguirá siendo el mismo. Y el contexto, y el trasfondo. Incluso las bambalinas.
Un botón de muestra. Ahora mismo hay voces de la España eterna que claman por poner fin al “tiro en el pie” que representa un boicot nunca declarado pero igual de tangible a los productos catalanes. Entre todos nos estamos haciendo daño a todos, bajo la mirada impasible del Marianosaurio.
El problema de Cataluña no se puede arreglar solo en Cataluña. Hay que mirar más allá, ventilar las opciones, cambiar las bases de partida de tantos planteamientos políticos “unilateralistas” además de unilaterales. Buscar soluciones cooperativas y solidarias. Sin atajos. No hablo de federalismo porque el federalismo no se implanta en cuatro días, y no se implanta por ley. Y si se hace así, no funciona.
No va a ser posible evitar la mano pesada del Estado, ni las víctimas colaterales, en Cataluña, mañana. A partir de ahí, harán falta propuestas y perspectivas nuevas de enderezamiento. Para Cataluña, claro está; pero sobre todo para España.
 

viernes, 27 de octubre de 2017

CONDUCTAS POCO EJEMPLARES


Hoy el Parlament de Catalunya ha votado dar inicio al proceso constituyente de una República catalana. En el Diccionario de la RAE, ese monumento al genio de la lengua castellana que contiene, entre otras imperfecciones menores, ciertos resabios gongorinos, a esa figura se le da el nombre de “vanilocuencia”. Josep Pla, que era catalán, payés de Llofriu, lo habría expresado de otro modo: “Collonadas.” Y también habría añadido, escamón: “Pero todo esto, ¿quién lo va a pagar?”
Es seguramente la pregunta oportuna. Ayer, día decisivo en muchos aspectos, la labor discreta de los mediadores había alcanzado algún resultado no desdeñable: Puigdemont debía convocar elecciones, y todo lo demás se podría ir arreglando por sus pasos. No era mucho como perspectiva, seguro; sí era, sin embargo, mucho mejor que la perspectiva de hoy.
La noticia de que el president iba a convocar elecciones se filtró a ritmo de tuit a la ciudadanía en general: la Bolsa subió, la prensa se hizo eco, la plaza de Sant Jaume se llenó de un gentío provisto de pancartas de “Puigdemont traidor”.
Son gajes del oficio. El ejercicio de una responsabilidad política (“política” en el sentido amplio de la palabra, referido a la polis, es decir a los asuntos que son propios del común) conlleva, desde que los antiguos griegos inventaron la democracia y su pariente próxima la demagogia, la absoluta seguridad de que cualquier decisión controvertida va a acarrear insultos por parte de quienes no la comparten. El insulto históricamente preferido en estos casos, con una gran ventaja frente a cualquier otro, es el de “traidor”.
El representante del pueblo, que para eso lo es, tiene “de serie” la obligación de tragarse el sapo y actuar en todo momento, pero muy en particular cuando el momento es delicado, con la vista fija en los intereses de sus representados, es decir de quienes le han puesto ahí. Sin embargo, son muchos los políticos que, puestos en la tesitura, miran antes por sí mismos que por el común.
Se trata, sin duda, de una conducta poco ejemplar.
Ayer Carles Puigdemont debía convocar elecciones anticipadas. Demoró primero su comparecencia, y optó finalmente por no convocarlas, y echar la culpa de sus titubeos al enemigo secular. Dijo que no se le habían dado suficientes garantías. Solo puedes pedir garantías a alguien que te respeta; si empiezas por no respetarte a ti mismo, ¿cómo vas a conseguir el respeto de los demás?
Puigdemont, en esos momentos de pánico incontrolado, tenía a su lado a Oriol Junqueras, la otra cabeza de una autoridad catalana pretendidamente bicéfala. Puigdemont ofreció a su compañero en la cumbre dimitir irrevocablemente ahí mismo, y que fuera el otro el que anunciara la mala noticia. Junqueras se negó.
Junqueras es el ejemplo más acabado que conozco de cuñadismo. Desde el principio ha sabido todo lo que había que saber: que la economía prosperaría con la independencia, que ninguna empresa se marcharía fuera de los lares patrios, que los juristas internacionales avalarían el procedimiento empleado, que Europa recibiría en sus brazos a Cataluña como el florón más privilegiado de su corona. Él ha empujado a Ulises Puigdemont al despeñadero jurándole por estas que no había tal despeñadero sino una autopista de seis carriles hacia una Ítaca independiente y feliz.
Junqueras, ayer, se negó a asumir la parte que le tocaba de corresponsabilidad.
Entre los dos dieron con el expediente de sacudirse las pulgas y someter el asunto al Parlament. El Parlament ha sido rodeado hoy por las brigadas de activistas indepes. Desde la tribuna de invitados (¿quién les invitó?), han sido abucheadas todas las intervenciones contrarias a continuar avanzando por la ruta marcada en los mapas, pese a estar demostrado que tal ruta no existe más que en los mapas.
Hoy ha sido un día histórico, ciertamente, pero no una jornada gloriosa para la democracia. Siguiendo el ejemplo de los dos líderes carismáticos, la porción levemente mayoritaria del Parlament ha preferido cerrar los ojos y saltar al vacío. Lo ha hecho, eso sí, con la intención explícita de cumplir con el mandato sagrado que ha recibido de la ciudadanía.
¿Qué quién va a pagar esto?, podrán contestar a Pla. Pues la ciudadanía, naturalmente. ¿Quién si no, cuando los políticos se comportan como irresponsables?
 

jueves, 26 de octubre de 2017

OTRA VUELTA DE TUERCA


A la hora en que escribo, no hay solución (provisional; la definitiva puede tardar muchos años en llegar) al conflicto catalán. Lo que servía a las diez y media de la mañana, ha sido descartado a las cinco de la tarde. Sin la concreción de un pacto de mínimos, seguiremos por un tiempo más en el bucle; no podrá ser mucho tiempo ya, a la velocidad con la que se va degradando todo.
Las espadas siguen en el aire, y todo se ha reducido hasta el momento a un “y tú más”. Soraya acusa a Puchi de no querer dialogar; Puchi le replica con el mismo argumento. Se sabe que se han cruzado negociaciones intensísimas, a través de distintos mediadores, todos ellos oficiosos. No hay fumata.
El Partido Popular, cuyo único apoyo consistente es ya la ultraderecha (“a por ellos, oé”), no puede dar su brazo a torcer sin que se derrumben sus ya mermadas expectativas electorales. Se le ha ofrecido una rectificación parcial, cuidadosamente maquillada, en la práctica, y su reacción ha sido subir las apuestas. Los “No” se acumulan; no a la presencia de Mascarell en el Senado; no a un diálogo bilateral; no a los recursos contra el 155. Se exige penitencia dura y pura. No solo se mantiene presos a los Jordis, se quiere empapelar además al major Trapero.
Curioso, la clase política respeta (de momento) a la clase política. ¿Se trata de un “hoy por ti, mañana por mí”, en sordina?
La CUP, por supuesto, escapa de rositas a todas las represalias; pero es que está prestando servicios inestimables a la intransigencia. Puigdemont se ha enredado sin remedio en su propia red de relaciones peligrosas. Faltó tiempo desde que se anunció el posible anuncio de elecciones para que la plaza de Sant Jaume se llenara de pancartas recién fabricadas con la leyenda “Puigdemont traidor”. Ni Soraya (Mariano, como es habitual en él, está ausente; el rey, de perfil) ni Puchi pueden moverse un palmo de sus posiciones respectivas sin caer de inmediato en el trending topic #traición.
Así están las cosas a las siete y media de la tarde de hoy. Nos encontramos, como señala José Luis López Bulla en su bitácora, a un centímetro del precipicio. No de ahora, desde hace semanas. Ahí seguimos. Constatarlo solo significa, en términos objetivos, que aún queda un centímetro de margen para la maniobra.
 

miércoles, 25 de octubre de 2017

CIENTOCINCUENTAYCINQUIZACIÓN


Las dos partes actuantes – una salvedad: actuantes no es lo mismo que presentes; como existir más partes de hecho, haberlas haylas – en el conflicto catalán piden democracia a gritos. La piden, eso sí, para el otro bando. En lo que respecta al suyo propio, tienen una manga bastante más ancha.
Vamos al detalle. Jordi Turull ha dicho que “no está encima de la mesa” una convocatoria de elecciones. Extraña que no esté encima de la mesa; ¿dónde la han puesto, entonces? Aún no hace nada que democracia era sinónimo de poner las urnas, donde fuera y para lo que fuera. Los eventos consuetudinarios que han acontecido en la rúa desde entonces parecen haber convencido al Govern catalán de que, en el acto solemne de poner las urnas, el para qué también importa. Antes, esa cuestión nimia no entraba en sus cálculos; ahora sí, al parecer. Nunca es tarde si la dicha es buena.
Desde el otro lado, y en una evolución simétrica, parece haber cierta intención de arreglar con una nueva puesta de urnas el deterioro de la imagen internacional de la marca España debido a los “excesos proporcionados” – valga el oxímoron – de las heroicas fuerzas del orden ante las urnas catalanas puestas el 1-O. La cosa sucede después de que el ministro de Exteriores señor Dastis declarara que los porrazos en el interior de los institutos fueron “fake news”. Lo malo es que lo dijo en la BBC, y las cámaras de la BBC habían captado fielmente lo sucedido. El pitorreo a costa del ministro ha sido considerable.
No es, sin embargo, un amor genuino a la democracia y a su expresión límpida y transparente lo que mueve al gobierno de la nación a poner las urnas. De hecho, mientras el PSOE pide urnas ya, el gobierno prefiere ir por partes: primero el 155, por activa y por pasiva; las urnas ya vendrán luego.
Soraya fue la primera en informar a la ciudadanía de que las urnas no bastaban para tanta ofensa. Rafael Hernando, que maneja la portavocía de su grupo con la boca suelta aproximada de los boxeadores en el acto del pesaje, ha aclarado que “los que se han mantenido al margen de la ley tienen que pedir perdón”.
Se refiere a los otros, claro, no a su partido, que según unos órganos de justicia nada sospechosos de tenerle manía, se ha lucrado ilegalmente de tropecientos mil pelotazos y tráficos de influencias en red, todos los cuales han sido interpretados como “casos aislados” por la jefatura nacional.
Lo uno va íntimamente relacionado con lo otro. El Govern promovía una elección sesgada y desprovista de las garantías democráticas mínimas exigibles en cualquier país decente, como mero trámite previo a una declaración unilateral de independencia (DUI), y rehúye en cambio unos comicios que pueden rebanarle el pedacito de mayoría que le ha permitido ningunear sin escrúpulo a un Parlament partido en dos. El Gobierno, que defendía con ceño severo los procedimientos democráticos cuando eran otros los que los conculcaban, lejos de mantener una actitud dialogante y de ofrecerse a discutir los problemas de fondo, pretende empezar la ordalía con una CUI (cientocincuentaycinquización unilateral contra la independencia) y darse primero que todo un festín de intervencionismo autoritario (en la economía, en la comunicación, en la educación, vaya usted a saber en qué más).
Luego, tal vez en un plazo de seis meses, y en todo caso una vez hecha la digestión del pantagruélico atracón de ordeno y mando, se convocarían unas elecciones autonómicas legales que podrían no ser tampoco demasiado libres. Hay quien ha especulado con la ilegalización preventiva de los partidos separatistas (Pablo Casado, otro crack de la agresión verbal). En la misma línea de pensamiento, adelanto la propuesta de ilegalizar también a la BBC. Incluso si pide perdón por el daño hecho.
 

lunes, 23 de octubre de 2017

HONRA SIN BANCOS


Todo podría arreglarse aún, pero la sensación generalizada es que nada se va a arreglar. No es que la Constitución sirva en alguna cosa como remedio, sino que la auténtica ley que rige el procés es la de Murphy: todo lo que puede ir a peor, irá a peor.
El Govern de Puigdemont, como en su día le ocurrió al ilustre gallego don Casto Méndez Núñez (cuyos restos mortales descansan en Pontevedra), con una sola letra de diferencia, tiene que elegir entre honra sin bancos (ni Bimbo) y bancos sin honra. Es sabido lo que eligió don Casto; toda la flota a pique, gran solución a la española. En el caso presente, casi todos los catalanes que miramos la disyuntiva desde un punto de vista laico y objetivo nos sentimos inclinados a no llevar la cosa hasta ninguno de los dos extremos, y considerar como mejor opción la de quedarnos en un término medio templado: tal vez lo menos malo sea no tener tantos bancos (ni Bimbo) y tampoco tanta honra, u honrilla, que es su variante desmelenada y heroica, su “espíritu de Juanito” para expresarlo con una metáfora deportiva.
Todo lo cual se conseguiría con una convocatoria anticipada de elecciones, en la que todos los indicios señalan que el independentismo no crecería y el PDeCAT, ese extraño pal de paller artificioso que ya no sostiene nada, se daría un batacazo fenomenal. Son gajes del oficio, querido Puchi. Cuando no se puede ganarlo todo, conviene en ocasiones echar el freno y salirse de la trayectoria de colisión. Es un gesto prudente. Ganarse, no se gana nada en la operación; pero tampoco se arruinan de un solo golpe épico las expectativas, tanto las propias, que eso es lo de menos, como las del país, incluidas generaciones futuras que no han votado todavía en ninguna clase de comicios plebiscitarios.
Del otro lado de la frontera invisible, parece que el PP le está tomando gusto a las portentosas posibilidades del 155. Aún no se ha aplicado en Cataluña y ya ha habido amenazas de extenderlo a Euskadi y a Castilla-la Mancha. De la judicialización de la política corremos el riesgo de pasar a la cientocincuentaycinquización de las autonomías. Con un par. Mariano es mucho Mariano.
Un síntoma de la agravación tal vez irreversible del cambio climático en la política española lo ha dado María Antonia Trujillo, política socialista y ex ministra de la Vivienda con Rodríguez Zapatero, que ha puesto el grito en el cielo porque en un FosterHollywood del barrio madrileño de Chamartín le sirvieron con la cena agua Font Vella, y eso es catalán. No piensa volver por allí, dice, y no me extraña. ¿Cómo puede haber sido FosterHollywood tan cruel con María Antonia Trujillo? Bebiendo agua catalana corres el peligro de una infección de adoctrinamiento en el odio, y eso no, mira.
Resulta, sin embargo, que la fuente en cuestión está en Guadalajara y el agua se embotella en Extremadura. Como han hecho más recientemente Bimbo y el Banc de Sabadell, el agua Font Vella externalizó hace tiempo sus activos, y su producción viene a quedar muy lejos del círculo infernal del Mordor catalán.
Puchi y sus camaradas de travesía están desfasados; no es Cataluña la que se separa, sino España la que está en trance de independizarse de Cataluña.
 

domingo, 22 de octubre de 2017

EROS





De vuelta en Barcelona, mi Ítaca particular, donde unos pretendientes espurios forcejean entre ellos para apropiarse de mi añejo, mi escaso pero precioso patrimonio. Guardo en la retina el sol de Grecia, la claridad cegadora. Elijo para mi post otra imagen de la muestra “Odiseas”, del Museo Arqueológico Nacional de Atenas.
Se trata del dibujo trazado en el fondo de un kylix ático de figuras negras, datado hacia 490-80 antes de Cristo, de procedencia desconocida. El kylix, una taza redonda y poco profunda, con un pie ancho y dos asas a los lados, era el recipiente más común para el vino que se bebía en los simposios. Los simposios se celebraban en la casa de un anfitrión privado, y tenían lugar en salas especialmente decoradas en las que el elemento femenino de la familia nunca ponía el pie. Participaban solo varones adultos, que bebían, charlaban, filosofaban y retozaban ocasionalmente con hetairas, mujeres jóvenes contratadas para el caso que les servían de comer, de beber, y de alguna otra cosa si se terciaba.
El vino griego era espeso, de modo que el fondo del kylix era invisible cuando estaba lleno de líquido. Con cada sorbo, el bebedor descubría parcialmente un poco más de la escena pintada allí. Las imágenes solían tener algún elemento sorprendente y una temática relacionada con los placeres dionisíacos (Dionisos, el Baco romano, era el dios de la ebriedad) o eróticos.
Es el caso de la imagen aquí reproducida: un hombre y una mujer se abrazan estrechamente, de pie, envueltos en el mismo himatión. El himatión era una capa muy amplia, que se llevaba sobre el quitón (una túnica corta) o, en la época de más calor, directamente encima del cuerpo. El artista no muestra cuál de los dos casos es el de su pareja: hombre y mujer se abrazan íntimamente, quién sabe hasta qué punto de intimidad, envueltos debajo del himatión del hombre, que crea un ámbito enteramente privado, exclusivo, para los dos. Una especie de guirnalda enmarca la escena, que respira felicidad a través de la actitud de las dos figuras.
Eros. Uno de los principios vertebradores de una comunidad, y al mismo tiempo un impulso subversivo, transgresor, igualitario, negador de toda jerarquía impuesta verticalmente por los dioses, las armas o las leyes.
Muchas cosas podemos aprender aún de los antiguos griegos.
 


viernes, 20 de octubre de 2017

EL VIAJE, EL PILOTO Y EL DESTINO





Ayer Carmen y yo ensayamos una clara fuga hacia adelante desde las absorbentes cuestiones catalanas y acudimos al Museo Arqueológico Nacional de Atenas a visitar la exposición temporal “Odissíes” (Odiseas). Una muestra de piezas arqueológicas excepcionales agrupadas en tres secciones tituladas “Viaje”, “Ítaca” y “Éxodo” (este último no en plan veterotestamentario sino como salida, final y desembocadura).
La pieza que aparece en la fotografía no es la más valiosa de la muestra, con toda seguridad, pero aun así, es única en un sentido. Se trata de un fragmento de crátera decorado en el llamado “estilo geométrico”, desenterrado en Atenas y datable hacia 750-700 antes de Cristo; a grandes trazos, en la misma época de las epopeyas homéricas.
A la derecha aparece representada la figura muy estilizada del piloto, de pie en la popa de su nave, con una mano en la vela y la otra en el remo que hacía las veces de timón. La figura se ajusta (salvo en la posición erguida) a lo que explica Homero en el Canto V de la Odisea: «Así que el divino Odiseo orientó gozoso la vela al viento y sentado gobernaba el remo del timón con habilidad.»
Odiseo (Ulises) zarpó así de la isla de Calipso, y navegó toda la noche sin pegar ojo, siguiendo los caminos innumerables del mar a través de los laberintos del cielo; sin perder de vista las Pléyades, Bootes, y la Osa «llamada por algunos el Carro» que gira todo el año alrededor de un mismo punto y es la única constelación que no se baña en el mar. Porque la ninfa Calipso le había dicho que, para llegar a la ribera donde habitan los feacios, debía mantener siempre el Carro a su izquierda.
La figura del piloto o timonel tiene una carga simbólica enorme: a él confiamos los viajeros nuestra fortuna y nuestra vida; él se adueña por completo de nuestro destino y nos dirige, tal vez al punto al que deseábamos llegar, o tal vez a otro punto desconocido y situado fuera de nuestro albedrío, posiblemente catastrófico. En una de las Cançons de la roda del temps, que comienza con un presagio («Fortunes de mar / se m’emportaran»), Salvador Espriu pregunta inquieto: «A quin port s’enrolà, serviola, aquest nou timoner tan estrany? Jo no sé quins camins del meu somni l’han menat al govern de la nau» (¿En qué puerto se enroló, vigía, este nuevo timonel tan extraño? No sé qué caminos de mi sueño lo han llevado al gobierno de la nave.)
La extrañeza es también la cualidad sobresaliente del visitante no invitado de un poema de Yannis Rítsos, Cuando viene el Extraño (1958), que alecciona a sus oyentes en la conformidad con el destino común que de cierto nos espera a todos: «Siempre hay un nacimiento – dijo el Extraño –, y la muerte es una añadidura, no una sustracción. Nada se pierde.»
 


miércoles, 18 de octubre de 2017

EL MINISTRO Y EL FUTBOLERO (FÁBULA)


Después de la victoria del Manchester City sobre el Nápoles, que lleva al team británico a liderar tanto la Premier League como su grupo de Champions, su coach, el catalán de Santpedor Pep Guardiola, dedicó el triunfo a los “dos Jordis” encarcelados por providencia de la jueza de la Audiencia señora Lamela.
Enterado de la dedicatoria, el ministro de Cultura español señor Méndez de Vigo comentó que Guardiola sabe tanto de política como él mismo de física nuclear. (Lo que equivale, se supone, a decir que ninguno de los dos tiene ni idea de las materias respectivamente citadas.)
Varias consideraciones se me ocurren. La primera y principal es que este asunto es completamente prescindible. Ni la dedicatoria de Guardiola añade nada a su currículo plagado de éxitos, ni el comentario del ministro otorga un solo gramo de peso específico a una trayectoria caracterizada por la inanidad concomitante. Méndez de Vigo no es nadie, ni como político, ni como ministro, ni como cultura. Viene a ser como Belén Esteban en un programa de la Cinco; su papel no consiste en hacer nada, sino simplemente en estar ahí.
Ahondando en la cuestión, sin embargo, contumaz como soy en mi vicio de partir los cabellos en cuatro siguiendo su eje longitudinal, añadiré dos cosas aun: la primera, que la comparación del ministro está mal puesta según los parámetros de la lógica atistotélico-tomista; la segunda, que se trata de una afirmación circular.
Me explico.
La comparación lógica sería la siguiente: «Guardiola sabe tanto de política como yo de fútbol.» Es decir, lo mismo que ya el pintor Apeles, según una vieja fábula que nos ha llegado escrita en pergaminos, reprochó al menestral que quiso ejercer de crítico de arte: “Zapatero, a tus zapatos.” Ocurre que Méndez Vigo, como todo español que se precie, está convencido de que él “sí” sabe de fútbol todo lo que es posible saber, en parte por el repetido recurso a la sabiduría enciclopédica almacenada en el diario Marca, y en parte también por ciencia infusa en los genes de la porción viril de esta raza bendecida. Méndez Vigo no quiso, en consecuencia, declararse lego en cuestión de tan grave trascendencia, y optó por lo que, precisamente en fútbol, se conoce como “echar balones fuera”. Es decir, trasladó (incorrectamente) el segundo término de la comparación hacia un asunto abstruso, carente de importancia real y propio de algunos friquis extravagantes y un tanto pirados, como es la física nuclear.
Que una operación así la ejecute ante los micrófonos abiertos de los medios un ministro de Cultura en ejercicio, y no un parroquiano en la barra de un bar de tapas, dice mucho acerca de la calidad de la cultura, y de los ministros, en este país.
La segunda cuestión a la que he aludido, es decir, la de que se trata de una afirmación perfectamente circular, se comprueba con el siguiente enunciado alternativo, que resulta tan cierto como el primero. Méndez de Vigo podía haber dicho sin la menor incomodidad ni forzamiento: «Pep Guardiola sabe tanto de física nuclear como yo de política.»
 

DETRÁS DE LAS BANDERAS


Tenemos el récord Guinness de banderas por metro cuadrado. Somos el asombro del mundo en ese aspecto, pero conviene, aunque sea solo de cuando en cuando, echar un vistazo a lo que hay detrás.
Lo que hay detrás de las banderas son 13 millones de españoles  ─ 12.989.405 según las estadísticas oficiales ─ en riesgo de pobreza y exclusión social, según el Informe sobre la pobreza en España para 2017.
No se trata de los clásicos pobres de solemnidad, los que se ve a la puerta de las iglesias a la salida de la misa del domingo, y en los días laborables a la puerta de los supermercados, al acecho del euro que las amas de casa han insertado en la ranura correspondiente para desbloquear el carrito de la compra. El 30% de esos 13 millones trabaja, o por mejor decir tiene alguna actividad laboral remunerada, si bien poca actividad, y poco remunerada. El 15% tiene estudios superiores. El riesgo afecta prácticamente por igual a varones y mujeres. Los jóvenes de entre 16 y 29 años son el grupo más numeroso; uno de cada cuatro niños cae también en esta categoría; 4,5 millones de pensionistas están incluidos en ella.
Las cifras absolutas han mejorado algo en el último año, pero esa mejoría puede no tener continuidad; el problema es que el gobierno de España está ignorando olímpicamente la agenda global para el desarrollo sostenible. Un dato al que ya se ha hecho mención en este blog (1).
Pongo en relación los datos del Informe con dos noticias recientes. Una tiene un carácter puntual y anecdótico, pero también sintomático: la expulsión de dos niñas de un colegio. Se llevaban del comedor escolar comida en unos tapers; una monitora las riñó por hacerlo, y volvieron por la tarde con varios familiares para dar una paliza a la monitora. El riesgo de pobreza y exclusión no es abstracto; se concreta, se materializa, se destila en este tipo de sucesos.
La otra noticia son los incendios de Galicia. La Xunta dirigida por Núñez Feijoo (PP) recortó drásticamente las inversiones en prevención, una tarea que de otro lado suponía bastantes puestos de trabajo para guardas forestales y otros. Ahora ha tenido que hacer frente a una ola de incendios provocados. Los fondos que no se dedicaron a prevención, se gastan en extinción. Hay, al parecer, intereses económicos de empresas por medio. Por medio también, la pérdida de riqueza forestal y una catástrofe ecológica de reparación larga y difícil.
Dos lógicas, dos series de resultados. La desidia oficial se cubre con banderas de muchos palmos de largo; la miseria cuida de sí misma arramblando sin escrúpulo con lo que es del común; el deterioro en el patrimonio y en las normas de convivencia crece en proporciones geométricas.
Maldito sea el patriotismo exclusivo de los ricos. El patriotismo ful que utiliza las banderas como tapaderas.
 


     

martes, 17 de octubre de 2017

EL JUEGO DEL PODER


Mientras Galicia arde en mil fuegos provocados, se alarga más y más la absorbente partida de ajedrez que juegan el Govern de Catalunya y el Gobierno central. Resulta desconsolador comprobar que los incendios arrasan nuestro medio ambiente en medio de una indiferencia poblada de banderas, y que los dos bandos que forcejean por la hegemonía en Cataluña se deciden sistemáticamente por jugadas objetivamente malas, y van deteriorando de forma irremediable sus posibilidades de salir airosos. Uno se lanza a un ataque suicida sin piezas que lo apoyen; el otro niega toda salida política y se encomienda al dictamen de los jueces, que a su vez comprometen su función propia en un estado de derecho al prestarse a ejercer para el gobierno tareas de acoso y derribo que jamás deberían aceptar.
Y arde Galicia.
Y Puigdemont mantiene su apuesta por una declaración sin declaración.
Y Rajoy alarga otra semana el plazo de su ultimátum definitivo, mientras afila el 155.
Y dos activistas de movimientos sociales entran en prisión. Es un triunfo del independentismo, es un triunfo de la constitución, es un triunfo de la fiscalía. Cientos de guardias civiles, mientras tanto, siguen acantonados en Sant Climent Sescebes hasta nueva orden, por lo que pueda pasar.
Lo que pueda pasar en Cataluña, no en Galicia.
Leo un artículo de Mónica Oltra, “Lo que está en juego” (1). Dice Mónica que lo que está en juego no es la independencia de Cataluña, nunca lo ha estado para ninguno de los dos gobiernos ajedrecistas. «Lo que siempre estuvo en juego es acabar con el cambio político que pueda poner en duda sus privilegios. Eso es lo que quieren tapar con las banderas aunque para ello tengan que abrir heridas de pronóstico reservado en la sociedad.»
Mediten sobre la cuestión. No es Catalunya frente a España, son las viejas elites de Catalunya y de España contra el cambio.
Cataluña como cortina de humo. Galicia, ay, como cortina de fuego.
 


 

domingo, 15 de octubre de 2017

LA TORMENTA Y EL ÉNFASIS


Quim González Muntadas, sindicalista en el sentido alto de la palabra y gran amigo, ha puesto en solfa (1), con una cordura exquisita que hoy es rara avis en muchos cenáculos de nuestra geografía, la afirmación contenida en un manifiesto de sindicalistas de CCOO por la independencia. A saber: «La independencia de Catalunya y la construcción de la República catalana es la única solución para conseguir una sociedad más justa, socialmente progresista y libre.»
Al margen de lo que cada cual piense sobre las bondades o no de una independencia catalana, bien alcanzada con todas las bendiciones legales así nacionales como internacionales, o bien, como es el caso, a puro huevo y por el camino de en medio, es de considerar en la frase en cuestión el énfasis colocado en ese concepto de “única solución”. No hay otra, para los abajo firmantes. Caso de que Catalunya siga encadenada a España, esa rémora, ellas/os se supone que harán las maletas y se irán a sus casas a rumiar su desesperación, al no poder luchar ya por una “sociedad más justa, socialmente progresiva y libre.”
Ya ha corrido agua bajo los puentes (no mucha, sin embargo, dada la pertinaz sequera) desde que el 14 de junio de 2011 Artur Mas hubo de llegar a la sede del Parlament en helicóptero debido a que el lugar estaba cercado por un cordón humano de protesta. Ese día se iban a aprobar recortes sociales muy drásticos y avanzados incluso en relación con lo propuesto para la otra orilla del Ebro por Mariano Rajoy, ese timorato.
En la protesta estuvieron presentes los sindicatos. No se habló de independencia, aquel día. Luego tuvieron lugar las grandes movilizaciones populares por la escuela y la sanidad públicas, y contra la privatización paradigmática emprendida en este último campo por el conseller Boi Ruiz. Mas y Ruiz eran “ya” independentistas, desde que la Generalitat “vampirizó” el éxtasis estelado de la Diada de 2012 (Catalunya, nou estat d’Europa). Parece obligado constatar, si se atiende a los hechos y no a los catecismos, que existe alguna conexión entre independencia y privatización. Me cuidaré muy mucho de afirmar que dicha conexión es necesaria, y que la independencia sea “el único camino” hacia el neoliberalismo y la regresión social. Pero no me parece de utilidad ignorar un dato que nos ofrece la realidad: a saber, que la independencia “puede” también conducir a la desigualdad y la injusticia social.
El problema de la independencia, entonces, es quién la lidera y cuáles son sus contenidos. Repásese la foto de la plana mayor independentista, entonces, y analícense las propuestas para la etapa que se quiere abrir. Un nuevo estado de Europa puede parecerse mucho a Polonia o a Hungría. Y en cualquier caso, la afirmación de que esa es “la única solución” dista mucho de ser incontestable. De hecho, la frase no encuentra ningún precedente en la muy abundante literatura inspirada en las izquierdas plurales desde don Carlos Marx a esta parte.
Las/los buenas/os amigas/os que firman el manifiesto de militantes de CCOO harán bien en anteponer el análisis factual desapasionado a sus convicciones ideológicas profundas. Esa sí será la “única solución” para capear la tormenta que vivimos. El énfasis no soluciona nada.
 


 

viernes, 13 de octubre de 2017

ESOS SEÑORES QUE USTED ME DICE


Sostiene Cospedal, ministra de Defensa del actual gabinete, que muy posiblemente no será necesaria la ocupación de Cataluña por el ejército español. La declaración va dirigida a tranquilizar a la opinión, y posiblemente de rebote al Consejo Europeo, que ha pedido de forma explícita el cese de la violencia. Lo cual hace que el cuajo de la señora ministra tenga aún, si cabe, más bemoles.
Mientras tanto, la violencia desmandada en Valencia contra una manifestación pacífica y legal, no será investigada por una fiscalía especialmente activa en las últimas semanas. En cuanto a los inequívocos excesos de las fuerzas del orden en los colegios electorales de Cataluña, ya han sido adjetivados, no solo de proporcionados, sino de ejemplares. El caballero que ha perdido la visión de un ojo y las personas que hubieron de ser atendidas de porrazos y contusiones varias por tirones de pelo y empujones escaleras abajo, tendrán difícil percibir una indemnización en estas circunstancias: es un absurdo pensar que proceda una compensación a los damnificados motivada por las consecuencias indeseadas de una actuación ejemplar de las brigadas de la porra. Los únicos investigados en este dossier, los “malos”, son los Mossos, por no haber pegado.
De otro lado, el gobierno ha aprovechado el desfile militar de la Hispanidad para poner en el escaparate el Gran Objetivo de la Exaltación de la Unidad en el Orgullo de la Españolidad (todo en mayúsculas). En Barcelona hubo mogollón de gente venida de fuera con gastos de viaje pagados para reivindicar en cabeza ajena el derecho inalienable de los catalanes a pertenecer a España. Vinieron en plan pacífico, lo que solo significa  que ejercieron una violencia de baja intensidad (murgas, insultos, alardes desafiantes, etc.) Hubo algo más, sin embargo. Arrastrados tal vez por los efectos de un consumo inmoderado de coñá de garrafón, grupos ultras del Valencia y del Frente Atlético se enfrentaron a sillazos en plena plaza de Cataluña. Parece un despropósito a primera vista, pero todo ello se hizo de forma natural e inocente y sin despertar alarma social, según las autoridades expertas en la aplicación de la ley del embudo. Lejos de constituir delito ni falta, la bronca etílica en un espacio público sería una forma como cualquier otra de ejercer con orgullo la defensa insobornable de la unidad de la patria en peligro.
La ultraderecha subvencionada ha resucitado en España. En los tiempos de la Transición aquello llevó a momentos puntuales de exceso de exaltación patriótica, como Montejurra o Atocha, sobre los que las instancias oficiales corrieron apresuradamente un tupido velo de silencio y olvido. No sería prudente descartar de plano que cosas parecidas puedan volver a ocurrir de la mano de ese señor de cara de palo que desempeña la presidencia del gobierno de la nación con el aire distraído y falsamente bonachón de un registrador de la propiedad en excedencia.
Un hilo delator une a ese señor con la ultraderecha, del mismo modo que lo une a los escándalos de corrupción que afectan no solo a sus correligionarios sino al propio partido que él dirige. Su actitud invariable sigue siendo, sin embargo, la de una ajenidad absoluta y desprovista de cualquier atisbo de empatía. Todos los títeres de la cachiporra que desfilan por el escenario de la actualidad pasan de inmediato a ser, para él, “esos señores que usted me dice”.
 

miércoles, 11 de octubre de 2017

PRÓRROGA


Pocas páginas más abajo en este mismo blog, el lector encontrará la siguiente reflexión sobre el dilema del president de Cataluña: «Puigdemont puede optar por calmar la irritación de la fiscalía y taponar las vías de agua por las que se escurren los consejos de administración de las grandes empresas hacia horizontes más despejados;  o por el contrario, precipitar la saga hacia su final, salvando el relato (la voluntad del pueblo, el heroísmo, el martirio) a costa de dejar perder el mobiliario.»
Pues bien, ayer el president optó por abrazarse a un tiempo a los dos cuernos del dilema: aspira a salvar, en el trance en el que se encuentra, tanto el relato como los muebles.
Provisionalmente, claro. Se da a sí mismo algunas semanas (no meses, ha puntualizado); es dudoso que pueda disponer de ellas. Su intento de contentar a todos parece haber tenido consecuencias opuestas. Los más aventureros en su campo le han puesto mala cara, y suena por lo bajini la palabra “traidor”. Es sabido que los traidores tienden a multiplicarse exponencialmente en esta clase de situaciones; posible que la foto de Puchi se añada en un cartel de aparición inminente a la galería de anticatalanes consagrados, que incluye de momento a un arco amplísimo de personalidades, desde Felipe VI hasta Joan Coscubiela por lo menos, atropellando al paso de refilón incluso a Antonio Machado.
Anna Gabriel declaró anoche mismo que en la CUP son “independentistas sin fronteras”, frase que puede entenderse de varias maneras, todas ellas descabaladas. Soraya Sáenz de Santamaría habló de un “chantaje”. Chantaje, se entiende, para obligar al gobierno a negociar lo que no quiere negociar ni de broma. Rajoy anda rumiando una ejemplaridad, y ha convocado al ejército a unirse a policía y guardia civil en la custodia de las fronteras que niega Gabriel.
Para expresarlo con un símil deportivo, Puigdemont, atrapado en serios apuros y compromisos, ha alcanzado a enviar el partido a la prórroga. Pero aun en el caso de que consiga no encajar ningún gol en ese tiempo extra limitado, habrá de someterse de inmediato a la ordalía de los penaltis.
En los penaltis, el presi habrá de renunciar por fuerza a la hostia (en sentido propio) de la catalanidad, que enarbola en alto como si la portara en esa custodia barroca y sobredorada que preside las tradicionales procesiones del Corpus; o bien, al colchón material que le proporcionan las aún cuantiosas empresas implantadas fiscalmente en el territorio.
Las dos cosas al tiempo no va a poderlas conservar en ningún caso; y transcurrido el breve suspiro de la prórroga autoconvocada, puede quedarse sin las dos.
 

martes, 10 de octubre de 2017

PLUS ULTRAS


Nuestro nunca bien ponderado presidente del gobierno no se priva de presumir, parafraseando a Groucho Marx: “Estos son mis principios, pero si les resultan insuficientes no se preocupen; puedo recurrir a otros.”
Las señales son inequívocas. La ultraderecha ya no existe oficialmente en España (salvo algunas efes recalcitrantes: Falange, Fundación Francisco Franco, FAES), pero sus restos mortales se han corporeizado con excelente salud en Valencia para reventar la manifestación pacífica de la fiesta de la comunidad. En Cataluña han tenido apariciones esporádicas en distintos lugares, provistos de banderas y atambores; también ha habido puñadas para una chica que llamó fachas a los coleguis de una patota ostentosamente agresiva, y un muchacho que llamó la atención en el metro a un escamot pasado de copas recibió una patada en el pecho. En diferentes lugares de Andalucía y otras comunidades, algunas gentes salieron a las calles con la bandera del águila y despidieron con gritos de “a por ellos oé” a los guardias civiles que partían a una misión pacificadora en Cataluña; en la gran manifestación de Madrid, en cambio, las covachuelas atendieron la petición de los ministerios de no desplegar símbolos preconstitucionales para no dar mala imagen ante los corresponsales del exterior (los del interior, todos sabemos de qué pie calzan).
Las señales son inequívocas, pero la fiscalía no ha instruido diligencias en ninguno de esos casos, y mantiene la actitud templada de restar importancia a tales brotes de ideologías desfasadas. No son delitos de odio, no generan alarma social; la fiscalía tiene hechos más importantes que perseguir.
Quien defiende en España el Estado de derecho es un partido que se ha lucrado larga y abundantemente de la corrupción sin que ocurra nada; pero se condena por la ley mordaza a una activista que arrojó un ejemplar de la Constitución al ex ministro Fernández Díaz, que debió considerar el lance como una ofensa suprema y refinada, habida cuenta del caso que hizo de la Constitución “de todos los españoles” durante su aciago mandato. Se siguen interponiendo recursos y apurando plazos con la única finalidad de dejar impunes tantas operaciones lucrativas urdidas a la sombra de un poder de facto, no legal, no escrito, no legítimo ni legitimado en modo alguno.
Así están las cosas en el país mientras escucho en Atenas, al lado de mis nietos, las primeras frases de la declaración de un Puigdemont imbuido de la prosopopeya del jefe de la irreductible aldea gala en la que Jordi Turull oficia de Astérix, y Oriol Junqueras de Obélix.
Se apunta a una posible mediación europea de última hora en el conflicto catalán. Bienvenida sea, si llega. Con penas de cárcel e intervenciones de la autonomía no se arregla un asunto que se ha ido envenenando por la mala fe de las dos facciones enfrentadas. No es Cataluña la que debe marcharse de España; lo que sobra en este país son los pelotazos, las contabilidades B y las historias de los tres por ciento.
Lo demás, por grave que parezca, podemos arreglarlo entre todos.
 

lunes, 9 de octubre de 2017

OCTUBRE ROJO


Se cumplen este mes los cien años justos de la Revolución de Octubre en Rusia. En su tiempo fue considerada, y teorizada abusivamente, como un atajo hacia el final de la historia; entonces se suponía, a raíz de un equívoco propiciado por el mismísimo Carlos Marx, que el comunismo traería consigo el final de la historia (en el sentido de “el no va más”, la apoteosis como cierre de la función). Hoy, con cien años más de experiencia y bastantes desengaños a cuestas, tendemos a considerar aquella revolución más bien como una discontinuidad de la historia, una irrupción que dinamitó – en sentido literal – el guión establecido por las grandes potencias en pugna por el reparto imperial de buena parte del mundo.
A partir de ahí, hay dos historias distintas a considerar: una, lo que ocurrió en el ámbito del socialismo real; otra, lo que ocurrió en el mundo. Visto desde el ángulo del desarrollo interno de la sociedad socialista, Octubre se desvirtuó y se marchitó muy pronto hasta desembocar en un gran fracaso, consumado apenas setenta años después. Desde el segundo enfoque, la revolución rusa fue la avanzada y la inspiradora de una miríada de guerras y de movimientos de liberación en lo que se vendría a llamar el Tercer mundo: el mundo subalterno, el mundo repartido, heterodirigido y expoliado desde las grandes metrópolis del capital y las finanzas.
Si en gran medida el imperialismo ha reafirmado con nuevos instrumentos su dominio económico sobre las antiguas colonias, nada es igual a como era antes; los derechos de las personas han crecido a la sombra de aquella gran revuelta de los desheredados de la tierra, y el fantasma de la libertad y la autorrealización para los esclavos recorre la escena, de modo que nadie puede estar totalmente seguro de que la historia ha concluido al fin y nunca sobrevendrá ya, en un solo lugar o en mil lugares distintos, un nuevo Octubre rojo.
El sindicalista y sociólogo italiano Bruno Trentin dejó anotadas en sus Diarios reflexiones urgentes, en tiempo real, sobre el derrumbe de las sociedades socialistas sobrevenido entre los años 1989 y 1991. Son reflexiones muy agudas, y de doble filo. Sobre el experimento soviético anota que su gran fallo estuvo, desde la perspectiva de la economía, en priorizar la distribución de la riqueza sobre la democracia económica y la autorrealización en el trabajo; la atención al crecimiento del nivel adquisitivo de los trabajadores se impuso, en esta lógica, al objetivo de la liberación “del” trabajo (heterodirigido) y “en el” trabajo, cuestión que se dejó pospuesta hasta una “etapa” posterior (que nunca llegó) de mayor consolidación mundial de la economía socialista. Hubo, así, tanto taylorismo y tanto sufrimiento en el trabajo detrás, como delante del telón de acero.
El otro gran error del sovietismo fue político: el autoritarismo, el culto desmedido a las prerrogativas del estado por encima de las libertades de las personas. Las revueltas populares que derribaron los muros y acabaron con las burocracias dirigentes en el Este y Centro de Europa fueron, escribe Trentin, más antitotalitarias que democráticas. Acierta: no ha habido ninguna expansión perceptible de la democracia en los nuevos estados poscomunistas; sino, al contrario, una exacerbación de los particularismos y de las fobias étnicas y/o religiosas.
Concluye así Trentin su reflexión al respecto (en Dortmund, 10 octubre 1991): «Las sociedades llamadas comunistas han destruido la sociedad civil; no la han reconciliado con el Estado como soñaba Gramsci.» En Occidente, señala inmediatamente después, está teniendo lugar el mismo divorcio entre Estado y sociedad civil, en la forma de búsqueda de una nueva legitimación del Estado frente a la complejidad de una sociedad atravesada por contradicciones crecientes.
En relación con el segundo enfoque mencionado más arriba, describe Trentin en el curso de un viaje a Bruselas, el 30 de enero de 1990, cómo hay un comunismo muerto y embalsamado, y otro muy vivo e irreductible. Y los describe de este modo: «El comunismo cuyo final nadie podrá decretar es el de las ideas, el de las utopías llevadas a la práctica, desde Campanella hasta Fourier y sobre todo Owen, el de las provocaciones críticas con Marx y más allá de Marx; el comunismo de los movimientos reales que ponen en el centro de sus objetivos la liberación del hombre, en esta tierra, en esta historia. El otro –el estadio último de la historia, la sociedad de la libertad que sucede a la de la equidad (!) y a la de la explotación, es solo el espectro de una teoría osificada –una pequeña parte de la obra de Marx– que está verdaderamente muerta, después de la destrucción de los cerrojos que ella misma trataba de imponer a los ideales, a las culturas, a la creatividad de los hombres.»
 

sábado, 7 de octubre de 2017

BALANCE PROVISIONAL


Se diría que todo el pescado está ya vendido, a falta de la comparecencia del president Puigdemont el próximo martes en un Parlament reducido a caja de resonancia de las poderosas corrientes transversales que han sacudido Cataluña hasta un paroxismo eléctrico.
Apenas quedan por resolver incógnitas: Puigdemont puede optar por calmar la irritación de la fiscalía y taponar las vías de agua por las que se escurren los consejos de administración de las grandes empresas hacia horizontes más despejados;  o por el contrario, precipitar la saga hacia su final, salvando el relato (la voluntad del pueblo, el heroísmo, el martirio) a costa de dejar perder el mobiliario. En el primer caso, será forzoso que convoque elecciones él mismo, desde una posición bastante desairada que podría acarrearle una fuerte penalización por parte del electorado frustrado; en el segundo, las elecciones las convocará el gobierno vía artículo 155, y el electorado acudirá (o no) a las urnas bajo el peso de un agravio y una humillación casi insoportables, lo que hace difícil prever cuál será el resultado a fin de cuentas.
Conviene retener algunos datos significativos en torno a la aventura vivida en los meses pasados:
Primero, el fiasco absoluto de los partidos políticos en la dirección/negociación del proceso. Los indepes se han atrincherado detrás del concepto (discutible) de la primacía de la sociedad civil, dejando a ANC/Omnium el manejo de los hilos. En la izquierda (salvado el PSC de Iceta, que las ha oído de todos los colores pero ha mantenido una posición inequívoca y llena de dignidad), los partidos pequeños, más o menos coaligados con cuatro puntadas de hilo mal embastado, se han refugiado de un lado en la defensa genérica del derecho a decidir; y de otro lado, en el ejercicio concreto del derecho a “no” decidir. Han vivido y dejado vivir. No es eso lo que en principio se espera de un aspirante a “Príncipe moderno”.
Segundo, ANC y Omnium, colocadas así artificiosamente al frente de las grandes maniobras, han demostrado poseer una gran capacidad de movilización puntual, pero no han sabido graduar las reivindicaciones ni conducir la negociación de modo que los éxitos considerables en la calle se plasmaran en alguna ventaja arrancada en las mesas de negociación. Han hecho su apuesta al todo o nada, desdeñando las resistencias feroces que estaban convocando, y que han acabado por devorarlas.
Tercero, esta ha sido mayoritariamente una aventura de la Cataluña periférica, aquella que puso en pie el president Pujol para emplearla como palanca contra el cap i casal y su cinturón industrial, hegemonizados entonces por los socialistas. He leído en varios sitios que el gran protagonismo del evento referendal ha correspondido a Barcelona. Es incierto. Barcelona solo ha proporcionado el escenario de la representación, el gentío venía de las rodalías y de más allá, en autobuses fletados por la ANC o por la AMI, la asociación de municipios cuyo protagonismo ha sido decisivo, tanto en la intendencia de la movilización de masas como en la organización concreta de la consulta. De Barcelona, ausente o autista la izquierda como ya se ha explicado, no ha irradiado ninguna iniciativa, ningún plan favorable ni contrario al proceso. Ha sido a todos los efectos un terreno neutro.
Cuarto, la burguesía bienestante y la menestralía han sido los estratos sociales más favorables al proceso. La ascendencia catalana y las edades maduras también han predominado en el bloque indepe. Las escuelas públicas no solo acogieron las urnas para el referéndum, sino que además las defendieron con la convocatoria desde los claustros de profesores a las APA, las asociaciones de padres, que respondieron con su presencia en las aulas desde las cinco de la madrugada hasta el final de la jornada y el recuento, salvo en los lugares en los que irrumpieron profesional y proporcionadamente policía y guardia civil.
Quinto, la CUP no ha sido ningún motor del proceso. Se ha limitado a desempeñar papeles de agitación y de barullo ideológico, poco significativos en el conjunto. Ha procurado robar planos siempre que ha podido, pero su papel ha sido parecido al de McGuffin en las películas de Hitchcock: atraer llamativamente la atención para despistar acerca de lo que realmente estaba ocurriendo.
El contraste de todos estos datos sugiere una fuerte combinación de lo viejo y lo nuevo, tanto en las formas de elaborar la política como en la novedosa reaparición de las masas en procesos en los que la sociedad parecía haber perdido pie y participación en favor de las instancias institucionales.
Tal vez estamos en el umbral de cambios todavía mayores.