jueves, 31 de julio de 2014

UNA FATICA DI SISSIFO

Un trabajo de Sísifo. Así definió Bruno Trentin la tarea de escribir La ciudad del trabajo, tal como nos cuenta Iginio Ariemma en el libro que, traducido por entregas por José Luis López Bulla, puede encontrar el lector a cachos en su blog Metiendo Bulla, o reunido todo él en el sitio http://theparapanda.blogspot.com.

El trabajo al que condenaron los dioses a Sísifo en el infierno helénico (el Hades), era empujar un gran peñasco monte arriba hasta colocarlo en la cumbre. Cuando lo conseguía, el peñasco volvía a rodar ladera abajo y Sísifo se veía obligado a recomenzar su esfuerzo eternamente.

La redacción de La ciudad del trabajo no duró una eternidad, sino más o menos tres años. Debió de empezar en 1994, después de un tiempo indeterminado de preparación y de acopio de materiales. Para entonces Trentin había dejado la secretaría confederal de la CGIL y proclamaba con orgullo que volvía a sus orígenes de «científico social». Se acercaba a los setenta años, y a esa edad una persona es consciente de que la lucidez no le va a acompañar indefinidamente, y de que debe apresurarse si tiene intención de concretar un mensaje claro capaz de ayudar a las generaciones que vienen detrás.

La libertad que reivindicaba como «lo primero» para el mundo del trabajo, la volcó en la tarea fatigosa, absorbente hasta resultar despiadada, de escribir un libro, un gran libro. No “el libro de su vida”, sería injusto y reduccionista calificarlo así, pero sí desde luego el libro que coronó su vida, la cima más alta a la que ascendió nunca el alpinista aficionado Bruno Trentin.

Cuando inició la redacción del último capítulo, que contiene y resume todo su mensaje (el libro se titula La ciudad del trabajo; el último capítulo, Trabajo y ciudadanía), escribió en su diario personal: «Sin red.» El 20 de mayo de 1997 dio por concluido su esfuerzo y añadió, también en su diario: «No me podía morir dejando este trabajo a la mitad. Ahora empìeza, en todo caso, un nuevo periodo de mi vida.» No obstante, siguió con el mismo ímpetu y la misma intensidad la ingrata tarea de la corrección, hasta el mes de agosto. Tres años para escribir, tres meses para corregir; un periodo largo que a pesar de todo, dada la envergadura del proyecto, nos parece a posteriori asombrosamente corto.

El libro fue recibido en su país con indiferencia. La izquierda vincente, a la que Trentin acusa en el libro de «mirar hacia otro lado» en lo referente a las transformaciones del mundo del trabajo, insistió en mirar de nuevo a otro lado para no leer, no comentar, no discutir, no recensionar un libro que sobre todo le resultaba molesto en un momento en el que el secretario general del Partido Democrático, Massimo d’Alema, había llegado a la presidencia del gobierno y toda la estructura de la organización vibraba alrededor de las «esperanzas cortesanas» que generaba ese hecho. Mala suerte histórica para Bruno, que vio coronada una vida de empeño a contracorriente de las líneas mayoritarias en el territorio de la izquierda, con una publicación a contracorriente de la coyuntura puntual en la que se movían los ambientes culturales que habían de recibir y valorar su legado.

Hubo un par de ediciones del libro, agunas presentaciones en distintas ciudades, y se acabó. Hoy el libro está descatalogado en Italia. Existen traducciones al alemán, cronológicamente la primera; al español gracias al esfuerzo heroico de López Bulla, que la tradujo y la dio a conocer on-line, y de Rodolfo Benito, que la acogió en el seno maternal de la Fundación Primero de Mayo; y finalmente al francés, avalada por el prestigio de Alain Supiot. El mundo angloparlante sigue a estas alturas sin darse por enterado de la existencia de la obra.

Hoy se habla de La ciudad del trabajo como libro «de culto», etiqueta que viene a significar que es altamente apreciado por algunos iniciados. Lo cual es cierto, pero también un magro consuelo, cuando se trata sobre todo de un libro necesario. Pietro Ingrao lo ha definido como «imprescindible». Es una opinión de peso, pero sólo una. Harían falta muchas más, en el mundo político y en el mundo sindical.


miércoles, 30 de julio de 2014

PUJOL Y CATALUNYA

Empecemos por la fe de erratas, de gazapos más bien. El menos trascendente: una amiga argentina me avisa de que el tero al que se refería Martín Fierro no es exactamente un ave andina, su hábitat se extiende prácticamente por toda la América meridional, incluso es la mascota de la selección de rugby de Uruguay, que malamente puede ser considerado un país andino. Tomo nota y rectifico.

El otro gazapo, más serio, ha sido el de dar por buena la confesión de Jordi Pujol y creer que escondía en Andorra bienes privados, no públicos. Por las informaciones más recientes, existen cuanto menos dudas muy serias de que sea así. Lo constato, a todos los efectos. Sigue en pie la conclusión que señalaba yo en aquel texto: lo relevante en un político no son sus vicios privados sino los públicos, y por ellos se le debe juzgar. Sigue en pie también mi consideración global del personaje: no desciende en mi estima porque lo cierto es que, antes de la noticia, ésta era ya muy baja.

Dicho lo cual, observo que la pretensión de Pujol durante tantos años de identificarse con Catalunya, ha creado escuela. El País publica en lugar muy destacado un artículo de opinión firmado por Francesc de Carreras. Es una colección de mentiras, empezando por el título: claro que hubo chistes sobre Jordi Pujol. Quizá no en los ambientes que frecuentaba Carreras, pero respondo de que los hubo.

No es eso lo grave. Reducir la realidad compleja y plural de Catalunya en los últimos treinta y cinco años al relato de un delirio soberanista del político que más negoció, dialogó, cambalacheó, pasteleó, pactó abiertamente o en secreto, con el poder central, es una milonga tan grande como el propio relato pujolista sobre las esencias incorruptibles de una nación milenaria. Ahora que ha comenzado la representación pública y gratuita de la pasión y muerte en cruz del ex molt honorable, alguien habrá de cuidarse de preservar la memoria histórica de este país. Y la verdad.


martes, 29 de julio de 2014

PATRIOTISMO Y PATRIMONIO

No voy a comentar el discurso de Pedro Sánchez en la clausura del Congreso extraordinario del PSOE. Por varias razones, pero voy a dar nada más una: en mi opinión, el discurso se comenta solo. Sí quiero, sin embargo, expresar mi sorpresa por su referencia a Jordi Pujol con el argumento de que algunos confunden el patriotismo con el patrimonio.

Sorpresa en primer lugar porque la acusación es notoriamente injusta: Pujol localizó su patriotismo en Catalunya, y su patrimonio en Andorra. Bien separados. Ninguna confusión, por tanto, sino el mismo comprtamiento previsor del tero, pájaro andino que, según nos cuenta el gaucho Martín Fierro "en un lao pega los gritos / y en otro pone los güevos".  

Sorpresa en segundo lugar por venir la acusación de quien viene, el máximo responsable recién investido de un partido que acaba de llevar a cabo, en comandita con el gobierno, una discutible operación de rescate del private Borbón para evitar que tenga que responder ante los tribunales ordinarios por cuestiones relacionadas con su patrimonio y/o patriotismo. Quizás va demasiado lejos Pedro Sánchez en su intento de hacer borrón y cuenta nueva en la política de su partido. La gente no puede ser tan desmemoriada.

¿O es que debemos distinguir entre un patriotismo bueno y uno malo, y entre la manga ancha conveniente para un patrimonio, y la estrecha para otro? Sería conveniente matizar esos entresijos, no todo puede resolverse con el recurso a la brocha gorda.

En cualquier caso, no veo peligro de confusión en la ciudadanía entre patriotismo y patrimonio. Yo diría que la gente percibe con claridad que tenemos demasiado de lo uno y demasiado poco de lo otro. Para zanjar definitivamente la cuestión, brindo a Sánchez la idea de convocar tres referéndums. Legales, claro está. El primero sería la demonizada consulta sobre la independencia de Catalunya, y mi impresión es que ganaría el No. Goleada no habría en el resultado, pero sí cierta holgura. La razón de tal resultado sería que se ha comenzado a percibir el coste global del complejo proceso patriótico para el bolsillo (sería exagerado hablar aquí de patrimonio) de los catalanes de a pie enjuto. De tener todos cuentas ocultas en Andorra, sin duda la idea sería más plausible.

El segundo referéndum sería el de la monarquía. En mi humilde opinión, el No ganaría por goleada. Y el tercero consistiría en preguntar al pueblo soberano si prefiere tener una patria o un patrimonio. En este caso pongo la mano en el fuego por el resultado. Tendríamos un resultado a la búlgara a favor del patrimonio.


lunes, 28 de julio de 2014

LIBERTAD Y DERECHO A LA INFORMACIÓN

Se supone que una democracia se basa en el libre juego y en la igualdad de oportunidades de las opciones que solicitan el voto de los ciudadanos. Eso significa que en teoría los ciudadanos poseen una información veraz y objetiva suficiente para emitir su voto con conocimiento de causa. Ahora bien, justamente eso es lo que no ocurre en la práctica. Debido a la concentración y la corporación cada vez mayor de los medios informativos, las preferencias de estos medios y de los intereses que sirven configuran una desigualdad – en ocasiones muy marcada – entre las distintas opciones políticas que reclaman la atención de los votantes.

Un botón de muestra lo ofrecieron las recientes primarias del PSOE. Desde antes de producirse la elección, todos sabíamos cuál de los candidatos a secretario general era el preferido del aparato, el que contaba con más avales, el que recibía los elogios más cálidos de reporteros, opinantes y tertulianos. Y en este caso se trataba de una elección interna en un partido que goza, en su conjunto, de las simpatías de un sector significativo de los medios. En unas elecciones generales, las candidaturas que se enfrentan al statu quo o no se ajustan en todos los aspectos al mismo, se ven sometidas a una alternativa doble pero igualmente letal: o la invisibilidad consecuente al ninguneo de los medios, o el bombardeo furioso con todas las acusaciones concebibles, en el caso de tratarse de opciones emergentes que pueden poner en peligro los valores intangibles del sistema establecido.

Que el problema viene de lejos nos lo certifica el informe que la Comisión Hutchings sobre Libertad de Prensa presentó al Congreso de los Estados Unidos en 1947. Se constataba en él «la disminución en la proporción de personas que pueden expresar sus opiniones y sus ideas a través de las prensa.» La conclusión del informe era que la concentración del poder de la prensa es dañina para la democracia y una amenaza para la libertad de la prensa misma.

Desde entonces ha llovido mucho, y la concentración de los medios de comunicación (más su corporación con otras empresas de distintos ámbitos, cuyos intereses comunes – privados – defienden todas ellas recíprocamente según el principio del “hoy por ti, mañana por mí”), ha seguido creciendo. Algunas opiniones recientes (1) sostienen que el problema ha desaparecido debido a «la fragmentación de la información y de la comunicación que produce Internet». Pero Internet presenta en sí misma un problema peculiar, por el dominio de empresas privadas en el suministro de hardware y software, por el carácter privado de los servicios on-line, y por las facilidades que tienen tanto las compañías que prestan esos servicios como los gobiernos para inspeccionar y controlar los contenidos de la red. Por lo demás, sería muy discutible afirmar que el acceso a Internet “empodera” de alguna forma al ciudadano que utiliza este medio para difundir sus opiniones. La misma inmensidad y vaguedad del ciberespacio favorece la invisibilidad de quienes no gozan de un número muy alto de visitas o de otros criterios de preferencia de los buscadores. La fortuna de un blog como éste sigue dependiendo de forma fundamental de elementos pretecnológicos como la difusión “boca a oreja” o el azar.

No puede decirse que el Estado no haya tomado nota de estos peligros. Por esa razón, durante las campañas electorales todas las opciones que se presentan a los comicios tienen reguladas unas condiciones formales y unas limitaciones de acceso a la prensa y televisión. Eso ocurre a lo largo de tres semanas, con abstracción de lo que haya ocurrido en todo el período anterior, en el que no hay trabas a la autopropaganda de quienes cuentan con más posibilidades económicas o simpatías en los medios. Por desgracia, tampoco en el curso de la campaña misma tiene lugar una competencia equitativa. Por un lado, se tarifa la aparición de las candidaturas en función de resultados anteriores, lo que tiende a cerrar la liza y desanimar a las voces nuevas, que encuentran demasiado difícil hacerse un hueco mínimo en el aluvión de mensajes. Por otro lado, elección a elección las comisiones de control constatan que los poderosos han incumplido las limitaciones impuestas por la ley a la financiación de la campaña y dedicado al asunto muchos más caudales de los permitidos, en la esperanza de resarcirse de la inversión con las prebendas a las que accederán después.

He aquí un problema ante el que no cabe la resignación. El programa común de la izquierda plural, o en su defecto los que presenten las distintas organizaciones implicadas, habrán de examinar el tema y proponer soluciones factibles para el mismo. Una batalla por el derecho a la información es una batalla por la libertad.

(1) Robert Y. Shapiro y Lawrence J. Jacobs, Oxford Handbook of the American Public Opinion and the Media, 2011. Tomo las objeciones a la tesis sostenida en dicha obra, de Nadia Urbinati, Democracy disfigured, Nueva York 2014.


domingo, 27 de julio de 2014

QUIENES SURCAN LA MAR MUDAN DE CIELO, NO DE ALMA

Dicho en versión original: Caelum non animum mutant qui trans mare currunt. Se trata de un aviso a navegantes firmado por el poeta latino Horacio (Cartas, I, 11,27). Al tratarse de un texto del siglo I antes de Cristo, es altamente improbable que su autor tuviese en mente el reciente Congreso extraordinario del PSOE, y sin embargo, el consejo viene a cuento con la pasmosa oportunidad de la pedrada en ojo de boticario de nuestro refranero.

No es mi intención ejercer de aguafiestas de servicio. El Congreso ha sido un éxito. Se ha procedido a la renovación del liderazgo, se ha reforzado la unidad, se ha dado imagen (sobre todo, imagen) de fuerza tranquila y centrada. Se ha hablado poco de política, es cierto, pero hay tiempo por delante para resolver las cuestiones más importantes. Ahora bien, podría ser que todo lo conseguido no bastara. Es pronto para afirmarlo, sin embargo. Nada de aguar la fiesta por anticipado, así pues. Sólo pretendo adelantar una advertencia sensata, al alimón con Horacio: no basta cambiar de paisaje (de cielo), es necesario cambiar de alma.

Porque suponer que todo el problema se reduce a hacerse a la mar y cambiar de cielo, sin emprender esfuerzos más significativos, sería hacer lampedusismo al revés. Lampedusa, en El Gatopardo, habló de la necesidad de cambiarlo todo para que nada cambiara. Se estaba refiriendo, conviene remarcarlo, a la época del Risorgimento, a aquella “revolución sin revolución” que con tanta agudeza analizó decenios más tarde Antonio Gramsci. La postura de los neolampedusistas sería muy parecida, pero antitética: pensar que no es necesario cambiar nada esencial si se hace un esfuerzo concienzudo por cambiar todo lo accesorio. Pensar que los cambios de escenario, de imagen, de personas, de formas y procedimientos, nos inmunizarán en el futuro contra el fracaso doloroso que ha sufrido la línea política que habíamos adoptado (y que no tenemos intención de cambiar).

Una actitud así no significaría un embarque hacia Ítaca, sino lisa y llanamente una fuga hacia adelante, con resultados dudosos a corto plazo y catastróficos a la larga. De poco vale sumergirse en paisajes nuevos si a lo largo del trayecto conservamos la misma alma sumisa y derrotada. Lo dice la vieja sentencia, con un punto de crueldad y de retranca: «Aunque la mona se vista de seda, mona se queda.»

Obsérvese que estoy hablando en condicional, o sea, no digo que las cosas estén ocurriendo así, sino que si ocurrieran así, tales serían las consecuencias. Tampoco pretendo señalar al PSOE como el culpable de la comedia. La tentación que se abre ahora mismo a partir del congreso del partido socialista no es diferente de la que gravita desde hace años sobre todo el territorio de la izquierda plural, con sus diferentes organizaciones políticas, sociales y sindicales. El fracaso, la derrota, no han sido exclusivos de nadie, todos los hemos compartido en una u otra medida. Los estragos han sido inmensos, y se han perdido en el proceso no plumas, sino trozos de piel y de carne viva. Por esa misma razón, la salida falsa de un Beguin the beguine, de un volver a empezar desde cero libres de ataduras antiguas y también de propósitos de enmienda, puede estarse incubando en más de un think tank a nuestro alrededor.

Pero lo que urge no es cambiar de cielo, sino de alma. Repetir los viejos errores con nuevas personas, es condenarse a repetir los mismos viejos resultados.



sábado, 26 de julio de 2014

EMPEZAR DE NUEVO

Antes de ensayar un contrapunto polémico a una tribuna de El País sobre el PSOE firmada por Matt Browne, tocaré una cuestión que no puede ser dejada en silencio: la de Jordi Pujol y su herencia ocultada. Seré muy breve. El destape de esta pequeña indecencia no varía ni en un centímetro mi opinión sobre el ex líder catalán. No era demasiado buena antes, no es peor ahora. No me he caído de pronto de un guindo y sé que en política existe siempre una cierta correlación entre virtudes públicas y vicios privados. Igual que el satirismo de John F. o la afición a la boca de las becarias que caracterizó a Bill no perturba mi consideración global de sus figuras de estadistas, tampoco este asunto pasa en mi opinión de ser una anécdota morbosa. Lo preocupante de verdad no es la revelación de las miserias privadas de los hombres públicos, sino la ocultación interesada de sus vicios públicos. En el caso de Jordi, y en el de otros.

Paso a referirme, con mucha brevedad, al artículo de Matt Browne en El País. Es un ejemplo de manual de análisis sesgado, de omisión interesada de datos del problema, de loor publicitario de un producto dudoso. Su título es El reto de la renovación, y empieza así: «La elección de Pedro Sánchez como nuevo secretario general del PSOE, este fin de semana, representa para el partido la posibilidad de empezar de nuevo.» Borrón y cuenta nueva, entonces. Lo pasado, pasado. Para bien o para mal. Admitámoslo, aunque quizás el examen de errores pasados podría clarificar las premisas necesarias para volver a empezar (Begin the Beguine, que dijo Cole Porter.)

Browne señala a continuación en su tribuna que el PSOE, en esta coyuntura crítica, tiene ante sí el reto de reinventarse a sí mismo y de reinventar su política. O consigue hacerlo de la mano de Pedro Sánchez – él lo conoce personalmente y siente una gran confianza en su capacidad –, o su futuro será problemático. El artículo aporta razones y argumentos: son de una levedad tan etérea, que en Cataluña diríamos que fa volar coloms, hace volar palomas. Están sostenidos además por una lógica retorcida y alambicada, y por una visión provista de unas orejeras inmensas para no ver lo que hay a derecha e izquierda, arriba y abajo del foco de interés en el que pretende centrarse. Ese esfuerzo titánico por ver sólo lo que se desea ver, erosiona en buena medida la credibilidad del artículo. Todo se basa en impresiones subjetivas y apenas se aportan datos contrastados, y eso sin citar las fuentes. Y mira que se trata de datos extraños. Transcribo un ejemplo para que nadie alegue que tengo manías y veo cosas donde no las hay: «Los estudios internacionales indican una preocupación cada vez más extendida entre los jóvenes españoles —en especial los que carecen de oportunidades económicas— sobre la falta de meritocracia en el país y el empeño de la vieja guardia en aferrarse a una estructura de poder estrecha e incestuosa.» ¿Qué estudios, cuántos estudios, hechos por quién? ¿De verdad la preocupación extendida de esos jóvenes españoles “que carecen de oportunidades económicas” (admirable la perífrasis paliativa) se centra en la “falta de meritocracia” y en cualquier “empeño”, del tipo que sea, de la “vieja guardia”?

Hace mucho tiempo que la publicidad basada en estudios científicos no precisados, indetectables y por tanto irrebatibles, ha sido calificada de basura. Matt Browne es, según se señala al pie del artículo en cuestión, «investigador titular del Center of American Progress». Mis condolencias al Center of American Progress.


viernes, 25 de julio de 2014

BRUNO Y VITTORIO

Ha dejado escrito Gabriel García Márquez que el corazón tiene más cuartos que una casa de putas. El corazón de la izquierda, también. (Ojo, ni Gabo ni yo hemos dicho que el corazón o la izquierda sean una casa de putas, no nos tergiversen.) Dos cuartos del corazón de la gran casa de la izquierda los ocupan Bruno Trentin y Vittorio Foa. Dos cuartos, para empezar, y no uno sólo. Hablar de «socialismo libertario» para acomunarlos no deja de ser un forzamiento de la realidad. Yo diría que ocupan dos cuartos próximos, no exactamente pared con pared pero sí con algún elemento común, tal vez situados en el mismo pasillo de la misma ala del edificio. Pero no me parece que La sinistra de Bruno Trentin, nombre que da Iginio Ariemma al largo ensayo que José Luis López Bulla sigue traduciendo para nosotros (1), sea la misma sinistra de Foa. Ariemma los conoció a los dos, trabajó con ellos en algunos períodos, y testimonia del modo siguiente el respeto y la amistad que ambos se profesaron: «Entre Foa y Trentin hay más de sesenta años de relaciones. Que, como es natural, han tenido altos y bajos, pero que siempre se caracterizaron por un grandísimo afecto y una recíproca estima. Hablar de amistad es, quizá, muy poco. Entre ellos había una diferencia de edad de dieciséis años. Bruno consideraba a Vittorio como si fuera su hermano mayor o, tal vez, algo más.»

Algo más, tal vez, o tal vez algo menos. Puedo dar testimonio personal de la relación indefinible pero en cualquier caso entrañable que se establece entre personas que han compartido experiencias y responsabilidades de lucha, que han discutido mucho en diferentes órganos de dirección y que han votado resoluciones muchas veces, unas juntos y otras en sentidos distintos. Foa y Trentin llegaron a la CGIL desde una militancia común en Justicia y Libertad y en el Partido de Acción. Los dos convivieron en la dirección del sindicato bajo la dirección de Giuseppe di Vittorio, que los marcó de forma duradera. Los dos tuvieron un protagonismo destacado en la experiencia de los consejos de fábrica de los otoños calientes. Bruno se había afiliado al PCI hacia 1950 y se mantuvo en él a través de todas las vicisitudes, en tanto que Foa nunca militó con los comunistas y siguió a lo largo de su vida una trayectoria política bastante torturada. Vittorio dejó el trabajo en la CGIL en 1970, mientras Bruno fue casi en solitario, en los años siguientes a la derrota del experimento consejista, el chivo expiatorio del aparato del partido, que lo acusó de «pansindicalismo» y arrasó cualquier veleidad de desacuerdo con la «línea» a partir de la imposición del «primato della politica». Fueron los años de Enrico Berlinguer (que ocupa otro cuarto próximo a ellos pero separado en la gran casa de la izquierda), del compromiso histórico, de los sorpassos y las svoltas. Bruno marcó en esos años distancias inexpresadas con la dirección, alimentadas desde una disciplina férrea y un silencio austero; Vittorio se explayó en las críticas, argumentadas y justificadas casi siempre. Los dos reflexionaron largamente sobre los errores propios cometidos en el punto de inflexión de finales de los años sesenta, sobre los fallos de cálculo o de evaluación de la correlación de fuerzas. Los dos escribieron sobre aquella experiencia muchos años después, cuando la retirada del primer plano de la política y del y sindicato les proporcionó el tiempo necesario para clarificar y ordenar mentalmente unas experiencias intensas y atropelladas por la urgencia de improvisar respuestas a problemas nuevos.

Hay pocas coincidencias en los escritos de los dos, por lo menos en los que yo conozco. Bruno elabora sus tesis desde el rigor de la construcción, con una prosa de cuño jurídico y con un sentido pedagógico. Vittorio utiliza un estilo mucho más literario, lo que en este caso significa más personal, y se deja llevar por la corriente de recuerdos y de intuiciones, a veces asombrosamente agudas, pero nunca intenta elaborar un tratado con premisas, argumentaciones y conclusiones. Él mismo se define (con su clásica sorna, porque así fue calificado por algunos dogmáticos) como un pequeño burgués individualista.

Voy a expresar de una manera aproximativa y nada rigurosa (pido perdón por ello) una idea extraña que tengo: Vittorio era libertario de un modo natural, por índole, por humor personal; Bruno era un libertario programático, desde la coherencia con las conclusiones a las que había llegado partiendo de muy lejos y según un itinerario recorrido en buena parte en solitario y a contracorriente. Ser libertario desde una disciplina autoimpuesta resulta una paradoja quizás excesiva. Pero Bruno era una persona paradójica, y creo que esa libertad que tanto amó y que antepuso a todo, la estimaba en muy poco si no era libertad “para hacer”, para construir algo que valiera la pena.


jueves, 24 de julio de 2014

MORIR POR LAS IDEAS

Georges Brassens


¡Morir por las ideas! La idea es excelente.
De poco morí yo por no haberla tenido
Cuando sus partidarios, inmensa multitud,
Se me echaron encima al grito de «¡Matadlo!»
Supieron convencerme, y mi musa insolente
Abjurando sus errores se ha convertido a su fe
Con un matiz de reserva, sin embargo:
Muramos por las ideas, de acuerdo. Pero de muerte lenta.

Conscientes de que no nos presiona ningún peligro,
Vayamos hacia el otro mundo sesteando por el camino.
Porque a fuerza de prisas, ocurre que unos mueren
Por ideas que al día siguiente han perdido su valor.
Y si existe una cosa amarga y desoladora
Es que al rendir el alma a Dios constatemos
Que hemos errado el camino, que nos hemos equivocado de idea.
Muramos por las ideas, de acuerdo. Pero de muerte lenta.

Los San Juan Boca-de-Oro que predican el martirio,
Por otra parte, con frecuencia se entretienen aquí abajo.
Morir por las ideas, conviene señalarlo,
Es su misión en la vida, y no se privan de ella.
Vemos en casi todas partes a algunos
Que compiten con Matusalén en longevidad.
Sospecho que deben de decirse para su capote:
Muramos por las ideas, de acuerdo. Pero de muerte lenta.

Las sectas de todos los colores ofrecen por docenas
Ideas que reclaman el famoso sacrificio.
Y a una víctima novata se le plantea el dilema:
Morir por las ideas está muy bien, pero ¿cuáles?
Y como todas son parecidas, el sabio,
Al verlas venir arropadas en sus grandes banderas,
Da vueltas dubitativo alrededor de la tumba.
Muramos por las ideas, de acuerdo. Pero de muerte lenta.

Si nada más bastaran algunas hecatombes
Para que todo cambiara por fin, y se arreglara,
Después de tantas jornadas en las que ruedan cabezas,
Estaríamos ya en el paraíso terrenal.
Pero la edad de oro se aplaza sin cesar a las calendas,
Los dioses siguen sedientos y nunca se sacian,
Y la muerte, la muerte, trabaja sin descanso.
Muramos por las ideas, de acuerdo. Pero de muerte lenta.

Vosotros los botafuegos, vosotros los apóstoles,
Morid los primeros, os cedemos el turno.
¡Pero por favor, puñeta, dejad vivir a los demás!
La vida es prácticamente su único lujo en este mundo.
Y en fin, la Padrina ya se afana lo bastante,
No hay necesidad de sostenerle la guadaña.
Basta de danzas macabras alrededor de los patíbulos.
Muramos por las ideas, de acuerdo. Pero de muerte lenta.

(1972). Por la traducción: Paco Rodríguez de Lecea


miércoles, 23 de julio de 2014

LA POLÍTICA NO ES UN JUEGO DE ROL



La democracia es subversiva porque tiende a igualar las oportunidades de acceso al territorio donde se toman las decisiones, para personas desiguales en todos los demás terrenos. El voto del desahuciado vale lo mismo que el del banquero, el del gay lo mismo que el del homófobo, el del trabajador precario lo mismo que el de su empleador. Pero la democracia es sólo un principio “neutro” que facilita la aparición y la libre expresión de mayorías y minorías cambiantes. Por sí sola no “empodera” (utilizo la expresión de Carlos Arenas en su artículo “Una alternativa republicana”, al que vengo dedicando estos comentarios) a quien no tiene poder. Tampoco exime de errores ni de atropellos a los gobiernos ungidos con el carisma del voto popular. Si detrás del juego democrático no hay una política consistente capaz de poner en tensión permanente las fuerzas de la ciudadanía, no habrá empoderamiento y las vicisitudes electorales de la democracia procedimental tenderán a convertirse en una especie de juego de rol. Unos ganarán y otros perderán en ese juego, quien gane obtendrá su premio correspondiente, y todo recomenzará otra vez desde el mismo punto de partida.

Así lo expresa Carlos Arenas: «¿Qué hacer? ¿Esperar que por amor a la democracia directa se alcance la mayoría absoluta en unas elecciones para, a partir de ahí, emprender las transformaciones necesarias? [...] La nueva izquierda se cimenta sobre un ciudadano políticamente activo; pero si quiere ser realmente transformadora, está en la obligación de ir fomentando, desde ya, el “empoderamiento” de un ciudadano económicamente activo, como consumidor, como ahorrador, como inversor, como emprendedor, como trabajador,  etc., dirigiendo sus decisiones a lo que hoy son las únicas elecciones racionales: las que combaten  la tiranía de los oligarcas.»

El “empoderamiento”, pues, como clave de una política económica capaz de sumar apoyos transversales estables para emprender la “transformación”, que es algo que va mucho más allá de un éxito electoral.«No habrá mayoría social suficiente,  y sobre todo estable a largo plazo, solo desde el ámbito de lo político; no hasta que el programa económico propuesto,  levantado, fomentado,  sostenido y regulado desde sucesivas parcelas de poder convenza, “interese” y sea “rentable” a la inmensa mayor parte de la sociedad, incluyendo a pequeños ahorradores, productores, campesinos y comerciantes, cuyo concurso es necesario.»

La falta de un programa económico en los recientes avatares de la izquierda plural es peor que un olvido, es la expresión tácita de una rendición. Después de una revolución pasiva cargada de consecuencias a medio y largo plazo, después de la quiebra clamorosa (no sólo en España) del llamado “Estado social”, y de la crisis difícilmente superable a escala global del concepto mismo del Estado-nación, da la sensación de que nuestras izquierdas siguen acomodadas a la idea de que el bienestar vendrá de la mano de papá Estado, y en consecuencia el concepto central del trabajo como eje vertebrador de la sociedad puede ser arrumbado al trastero de la práctica política, porque la salvación se espera de un cambio en último término superestructural y procedimental: la inclusión de elementos de gobernanza en el funcionamiento de la “república”, entendida ésta como una relación más inmediata (directa, cercana) entre gobernantes y gobernados.

Entonces, hace bien José Luis López Bulla en preguntarse: ¿cuál es la meta, la república o el socialismo? ¿Cuál es ahora el horizonte de la transformación, es que ha ocurrido algo nuevo y nos lo hemos perdido? Si renunciamos a combatir la “tiranía de los oligarcas”, para expresarlo con Arenas, y nos reducimos a luchar nada más contra injusticias y abusos puntuales, ¿no estamos colaborando en el asentamiento y la perpetuación de la tiranía? Una tiranía, claro está, paliada y atemperada en ciertos aspectos, a la que algunos exegetas calificarán como “de rostro humano”.

Carlos Arenas propone la siguiente tabla de gimnasia como aperitivo para empezar a acumular fuerzas contra la tiranía de los oligarcas: «Se necesita que desde las instancias políticas y desde las redes que están en la órbita “republicana” se fomente una gimnasia cotidiana contra la casta monopolista y financiera. Se trata de ir diseñando con esa gimnasia las líneas maestras de una nueva macroeconomía –podemos llamarla colectivismo- caracterizada por la igualdad de acceso a todas las modalidades de capital, por el fomento de un tejido productivo inmediato y de proximidad, por una economía regulada no solo por el mercado –distíngase del “mercado” capitalista- sino por una fuerte componente ética en transacciones e inversiones, por una economía sostenible y no sujeta a agresiones sobre el medio o a destrucciones más o menos creativas de las minorías que controlan nuestras vidas. En esta labor es imprescindible el  concurso de organizaciones sindicales, de consumidores, de vecinos, ONGs, etc., que puedan canalizar, fomentar y dar una orientación política a las decisiones ciudadanas.»

Late en estas propuestas un esbozo de programa común. Haría falta discutirlo a fondo y concretarlo. Creo – termino por donde empecé – que esa es tarea urgente para los estados mayores de los partidos políticos que se reclaman de la izquierda plural, de los sindicatos democráticos y de los movimientos sociales. No nos queda mucho tiempo. 

martes, 22 de julio de 2014

LA DEMOCRACIA ES SUBVERSIVA

Es mejor dejar claras las cosas desde el principio: estoy a favor de la tercera república. O sea, de que venga, y venga para quedarse. Sí o sí. Espero haber sido lo bastante rotundo. Y añado que no me refiero sólo a la institución de la monarquía, que tiene difícil justificación desde cualquier ángulo que se mire, sino a la república como forma de entender la política y la convivencia. Es decir, como conjunto de actividades referidas a aquello que interesa al común, y en cuya gobernanza todos participan de forma activa.

Estoy a favor de acercar a la calle la esfera de la política, que parece alejarse cada vez más del suelo, como un globo aerostático que ha soltado amarras y arroja lastre por la borda; de combatir tanto el transfuguismo como el carrerismo que contaminan el oficio de la política; de convertir el parlamento en una gran caja de resonancia de la opinión pública; de airear todas las opiniones, todas las cuestiones que interesan al común, sin tabúes ni vetos; de someter a votación, en cada ámbito, lo que en ese ámbito preciso importa e interesa. Cuenten conmigo para todo eso.

A partir de estas afirmaciones, me veo obligado a añadir que no participo de la corriente de opinión que afirma que a la democracia le ocurre lo mismo que a la grasa corporal, que hay una buena y una mala. Algunos entienden que hemos de estar a favor de una democracia directa o sustantiva, y aborrecer la democracia procedimental o representativa. Perdonen, no veo diferencia entre ambas; me parecen dos aspectos de una misma cosa. Suscribo la perplejidad que expresa Carlos Arenas en el artículo que vengo comentando desde hace dos días (1): ante posturas que parecen abocarnos al vacío, me parece sensato refugiarme en el déja vu y trabajar para cambiarlo desde dentro.

En el déja vu incluyo tanto los modos muchas veces autistas, o peor aún, prevaricadores, del quehacer de nuestros parlamentarios, como las rutinas y los vicios de sus grandes protagonistas, nuestros partidos políticos. Veo que funcionan mal, francamente mal, pero no les veo recambio. Suprimirlos me parece el consabido ejercicio de arrojar por el balcón el niño con el agua sucia de la palangana. La república que anhelo habría de suponer una regeneración a fondo de toda la vida pública, no un cambio de las formas procedimentales que dan sentido, coherencia y equilibrio a las instituciones de la democracia representativa. Entiendo que esos procedimientos son transparentes por naturaleza, y reflejan con fidelidad no una bondad o maldad intrínseca, sino los rasgos y las maneras de quienes los utilizan. Y como dijo el clásico: «Arrojar la cara importa, que el espejo no hay por qué.»

Defender la democracia, sin adjetivos, debe formar parte de los buenos usos de la república. Porque, tal como lo dejó escrito Norberto Bobbio (en Eguaglianza e libertà, Einaudi, Turín 1995, traducción mía), «… una sociedad democrática está regulada de tal manera que los individuos que la componen son más libres y más iguales que en cualquier otra forma de coexistencia.» Y el viejo maestro añadió algo todavía más hermoso, la expresión de un ideal al que deberíamos adherirnos con toda nuestra fuerza y nuestra convicción: «La democracia es subversiva. Es subversiva en el sentido más radical de la palabra, porque, allí donde florece, subvierte la concepción tradicional del poder, una condición tan tradicional que ha llegado a ser considerada natural: la que asume que el poder – ya sea político o económico, paternal o sacerdotal – desciende siempre de lo alto.»

(continuará)



lunes, 21 de julio de 2014

REVISITAR LA TRANSICIÓN

Sostiene Alberto Garzón, en su reciente libro La tercera República, que la transición de los años 1975-78 «fue una simple adaptación del régimen franquista a un modelo autoritario disfrazado de democracia». A partir de esa consideración, reclama un nuevo proceso rupturista que ponga las cosas en su sitio. No es el primer caso, desde luego, de reinterpretación sumaria del proceso de transición a la democracia española a partir de materiales historiográficos de segunda mano altamente sospechosos de parcialidad o de llevar el agua a su molino. Frente a la transición reelaborada ad hoc por los think tanks del PP o por la ufanía del profesor de derecho laboral señor Olivencia, que nos fue presentado por Javier Aristu («la transición la hice yo en las aulas de la universidad sevillana»), no son de extrañar conclusiones apresuradas de joder, en menudo callejón nos metieron.

No es mi intención entrar en debate con Garzón, sino comentar la «alternativa republicana» propuesta por Carlos Arenas, a la que me refería en la entrada de ayer. Pero una cosa lleva a la otra. Para despejar el camino a una alternativa republicana es necesario seguir un hilo conductor, y ese hilo pasa, por ejemplo, por el reexamen de la transición y del estado del bienestar. Por ese orden.

En efecto, España es una anomalía en la historia de las instituciones del welfare. Dice Carlos Arenas (1):«El Estado del Bienestar entró en crisis cuando el  sistema fordista de producción masiva reventó las costuras de cada uno de los mercados nacionales, estableciéndose una dura pugna entre países por ocupar o defender cuotas del mercado global. Esa pugna hizo insostenible el modelo de consenso keynesiano-fordista de posguerra.» Suele situarse esa crisis a principios de los años ochenta, cuando empieza a crecer de modo imparable la influencia de la “desregulación” neoliberal propugnada al alimón por Reagan y Thatcher. Pero en España no existió ningún «consenso keynesiano-fordista de posguerra». Franco murió en 1975, la Constitución data de 1978 y Felipe González alcanzó el poder en 1982. La edad de oro del welfare español empezó justamente en el momento en que el sistema entraba en crisis en el resto de los países europeos occidentales. También fue ese el momento en que el sindicalismo democrático alcanzó en España su expresión más completa y acabada, la confederalidad. Un ejemplo más de la ley de Murphy asociada a nuestro país, aquí la tostada siempre cae por el lado de la mantequilla: no tuvimos una primera revolución industrial, la segunda nos pilló a trasmano con una guerra civil por medio, y la crisis del fordismo ha destrozado sin contemplaciones un tejido aún incipiente de industrias con concentraciones altas o medianas de una fuerza de trabajo que en tiempos fue, con todo, la que propició el auge del nuevo sindicalismo y el triunfo de la democracia a través de una transición que, desengañémonos, no fue modélica, sino cargada con todas las connotaciones de lo que Gramsci denominó una “revolución pasiva”.

La revolución pasiva, dice Gramsci, se produce a partir del bloqueo de una situación potencialmente revolucionaria, cuando ni las fuerzas de progreso ni las de la reacción consiguen hegemonizar el proceso. Una situación de este tipo suele desembocar en un acomodo, en una reconstitución de las clases sociales dentro de un nuevo orden capitalista.

Si aplicamos ese esquema a la transición española, cuadra. Así pues, como suele decirse, si es blanco, líquido y en botella, es leche.

Después de la transición no hubo una prolongación del franquismo, sino otra cosa. No hubo tampoco una ruptura democrática sino un acomodo, un pacto de consenso. Las clases sociales se reconstituyeron en la nueva situación. Y apareció también ese fenómeno que Gramsci asocia a las revoluciones pasivas: el transformismo. Por hablar sólo de la fuerza política que hegemonizó el proceso, uno fue el PSOE de la transición, y otro muy distinto el que gobernó con varias mayorías absolutas sucesivas en aquella primera democracia. No sin resistencias internas. Recordemos la dimisión de Felipe González para forzar la imposición de sus tesis en un Congreso en el que había quedado en minoría. Y el «OTAN de entrada no.» Pero desde el mismo principio, nos cuenta Muñoz Molina en Todo lo que era sólido, los ministros, parlamentarios y ediles socialistas (no sólo ellos) no se limitaron a jurar sobre la Biblia y ante el crucifijo, sino que encabezaron con ostentación las procesiones de Semana Santa, avalaron con su presencia la bendición de las armas y de las banderas, besaron anillos episcopales con unción y financiaron con generosidad cofradías, romerías y otras hierbas de la misma especie. Y eso respecto del dios de la religión. La reverencia y el acatamiento a los dioses de la economía y las finanzas llegaron bastante más lejos, hasta concretar esa estupenda invención de las puertas giratorias.

Pero es cierto que España entró en Europa, entró en la OTAN, entró en el FMI, entró en el welfare. Entró, en resumen, en el nuevo orden capitalista por la puerta grande. El nuevo orden capitalista conservó durante algún tiempo un rostro amable, un rostro que llamaron humano. Hasta que reventaron las costuras del sistema fordista y de los mercados financieros nacionales, como apunta Carlos Arenas.

No hubo “adaptación”, “simple” o no, del “régimen franquista”, no hubo un “modelo autoritario”, no hubo ningún “disfraz” de democracia. El pueblo, los trabajadores, la ciudadanía activa, quisieron que las cosas fuesen por donde en definitiva fueron. Y eso que en el año setenta y cinco quienes propugnábamos una alternativa de cambios estructurales profundos éramos muchos, y nos sentíamos muy fuertes. Donde nosotros no pudimos, es difícil pensar que los movimientos sociales conseguirán vencer a un adversario mucho más aguerrido, con infinitos más apoyos, recursos y conexiones que el franquismo agonizante. De esa realidad es de la que debemos partir al hacer una propuesta de alternativa republicana.

(Continuará)


domingo, 20 de julio de 2014

PLAN PARA UN AÑO SIN ELECCIONES


Sería imperdonable despachar un texto de la envergadura de “Una alternativa republicana”, de Carlos Arenas Posadas, con una Nota aparte (casi una nota a pie de página) en una entrada de blog dedicada a otro tema. De modo que, sin perjuicio de mantener la sugerencia contenida en dicha Nota (son los estados mayores de partidos y sindicatos los que deberían discutirlo), me propongo seguir durante algún trecho tanto el hilo conductor de su discurso como las soluciones que propone. Al referirme al hilo conductor de la reflexión de Arenas, incluyo en el mismo las consideraciones que hace sobre el Estado del Bienestar, sobre la democracia directa versus democracia representativa, y sobre el sujeto emancipador (desde la clase obrera de otra época hasta la “ciudadanía” políticamente activa de ahora), cuestiones todas ellas ya analizadas por Javier Aristu a propósito de un libro reciente de Alberto Garzón. No estará de sobra, pienso, insistir algo más sobre esas cuestiones. Genuinamente original en la propuesta de Arenas es la “gimnasia cotidiana” que estima necesaria para fomentar lo que él llama “empoderamiento”, que consiste en convertir a la ciudadanía políticamente activa contra la casta política, en una ciudadanía también económicamente activa contra la casta económica. Algo necesario, nos dice, para incrementar sustancialmente el temblor aún muy leve que sacude las instituciones apoltronadas en las remembranzas del 78, y alcanzar cotas mensurables con una calificación decente en la escala Richter de las revoluciones o las reformas estructurales.

La gimnasia, más si es cotidiana, suele realizarse según una tabla programada de ejercicios. Es lo que nos propone Arenas. Los ejercicios que recomienda no han sido concebidos en la perspectiva de unas elecciones, y por tanto no consisten en cosas que se harán sin falta cuando se cuente con el (imprescindible) apoyo del voto popular, sino en cosas que pueden hacerse ya desde ahora, o desde cualquier día de cualquier año sin contiendas electorales por medio. Cosas para las que no es imprescindible el voto. Y cosas, por otra parte, no precisamente “modernas” sino que, muy al contrario, hunden sus raíces en una tradición centenaria, apresuradamente enterrada y olvidada con el advenimiento de la modernidad. A algunos les parecerán el chocolate del loro, pero es porque les ciega el relumbrón de las promesas electorales. Ya sabemos que luego ataremos los perros con longanizas; lo que ahora nos ocupa es el “mientras tanto”.

Algunos días atrás, citaba yo a dos de mis santos patronos, San Antonio (Gramsci) y San Bruno (Trentin), en relación con dos cuestiones que ellos definieron y que me parecen centrales en este momento: de un lado la lucha por la hegemonía como cuestión previa a la conquista del poder, y de otro, el peligro de una revolución pasiva (con su secuela de transformismo) en el caso de no atender en grado suficiente a la cuestión anterior. Estimo que mis sugerencias encajan con comodidad en los análisis y las propuestas recientes de Arenas y de Aristu.

La idea de un cooperativismo y un asociacionismo de base como respuesta (parcial, limitada) a las angustias de la ciudadanía en la actual situación económica, política, laboral y asistencial, sintonizan además, o por lo menos a mí me lo parece, con algunos avances hechos por otros dos santos de mi devoción, San Riccardo (Terzi) y San José Luis (López Bulla), en lo que se refiere a promover un nuevo tipo de dirigente sindical, capaz de experimentar y proponer soluciones originales a ciertos problemas de la microeconomía con un sentido y una dirección capaces de sumar y extender beneficios concretos en la línea de recomponer los desgarrones que la codicia accionarial desatada está causando en el tejido macroeconómico.

A lo mejor, si conseguimos conectar todas estas diferentes intuiciones, de pronto se hace la luz. Alguna luz, siquiera, cosa que ya sería de agradecer en las tinieblas en las que nos movemos.


(Continuará)