sábado, 31 de mayo de 2014

LOS GUARDABOSQUES DE LA POLÍTICA

Felipe González ha declarado, en referencia a los resultados de Podemos en las elecciones europeas, que «sería una catástrofe una alternativa bolivariana». No es el primer caso, pero sí tal vez el de más empaque, de próceres políticos que se ofrecen para ejercer de guardabosques voluntarios y cerrar decididamente el paso a furtivos en el bosque protegido de la política patria. El bolivarismo resulta ser, en las palabras de nuestro ex presidente, un riesgo mayor para nuestro boyante estado de derecho que el troikismo. (Atento, lector, lee despacio. No me refiero a los partidarios de Trotski, sino de la troika.) Rectifico la frase anterior: el bolivarismo sí es un riesgo, para Felipe; el troikismo o lagardismo, no. O al menos, no considera necesario u oportuno mencionarlo. Será porque no considera una catástrofe lo que nos está ocurriendo ya.

En unos momentos en que los mismos o parecidos próceres apelan a la presunción de inocencia para defender que sigan impertérritos ocupando sus escaños los más de quinientos políticos a sueldo de las instituciones encausados por corrupción, cohecho y/o tráfico de influencias, se somete al recién llegado Pablo Iglesias a un severo juicio de intenciones. Normal. Y es que un temblor sacude a nuestra casta: la posibilidad de que se abran las puertas, que el aire fresco entre en el sancta sanctorum, que un viento purificador venido del exterior aviente a quienes durante lustros han hecho de la política su coto privado y espléndidamente remunerado.

De Grecia me llegan noticias parecidas, con la diferencia de que allí la situación es más urgente. Al fin y al cabo, el peligro en España es que una alternativa de izquierda pueda crecer, pero allí Syriza se ha aupado como el primer partido en número de votos, y el peligro ya no es que crezca más, sino que, con lo que tiene, pueda gobernar. Todas las noches de todos los días de la semana la televisión “pública”, propiedad de Nueva Democracia, dedica largos debates y mesas redondas a maledicencias en torno a Alexis Tsipras y descalificaciones de Syriza. Los argumentos son parecidos a los de aquí, pero llevados a un punto mayor de alarma: Syriza es un peligro para la democracia y para el estado de derecho helénico. Supone una involución imprevisible en los estándares de libertad, transparencia y honradez que tan alto han colocado tanto Nueva Democracia como el PASOK.

De modo que, para los tertulianos de la televisión helénica, el peligro cierto y constatado para el régimen de libertades y bienestares que impera en el país no consiste en que ninguna de las dos beneméritas formaciones a las que pertenecen acceda a un pacto de gobierno con Syriza, ya que ambas tienen bien imbuidos los principios éticos en su ADN; el peligro real es según ellos que Tsipras pacte con la opción que consideran más afín ideológicamente a Syriza en el espectro político griego. ¿Cuál? Lo habéis adivinado, sagaces lectores: los neofascistas de Amanecer Dorado.


viernes, 30 de mayo de 2014

LA CASTA CONTRA PODEMOS

El término “casta” acuñado por el profesor Pablo Iglesias para describir al establishment político recuerda poderosamente la imagen del “recinto” empleada en el mismo sentido por Fausto Bertinotti. Ambos remiten a un espacio cerrado, excluyente y claustrofóbico que sólo puede ser desalojado y purificado a partir de una irrupción desde fuera: de los “bárbaros” en la imagen de Fausto, del “pueblo” en la de Pablo.

Pues bien, la casta ha reaccionado de forma desabrida contra el planteamiento – beligerante, pero legítimo en democracia – de Podemos. Si ya antes de la jornada electoral Ramón Jáuregui declaraba no comprender el voto a opciones pequeñas «que no han acreditado nada», a partir de la noche del 25 el goteo de descalificaciones se ha convertido en riada: desde “frikis” (término del que no se excluye a don Carlos Jiménez Villarejo, titular durante años de la fiscalía anticorrupción, y quizá es ahí donde les duele) hasta “bolivaristas”.

Prácticamente todas las piezas de la acusación en el pleito Casta vs. Podemos aparecen en un editorial de hoy, 30 de mayo, en El País, bajo el título «El recién llegado». El texto es digno de un detallado estudio semiológico. Bajo una cobertura superficial de aprecio («Lejos de ningunearle, los demócratas tienen que felicitarse…»), las descalificaciones se suceden, siempre en un tono subliminal y mirando al tendido, al modo clásico de las puñaladas traperas. He aquí un recuento: «… se apoya en la frustración… comunicación barata… voto de castigo… acentos populistas… hasta ahora contrario a la democracia representativa… inexistente cuatro meses atrás… mensaje simplificador… 5 de los 54 escaños… sus primeras sugerencias tácticas tienden a abrir la puerta a acuerdos con IU para las siguientes elecciones, lo cual da idea de la medida de la representatividad que espera de sí mismo.»

Es sólo un exordio. De inmediato el editorialista emplaza a la nueva formación a «respetar las reglas del juego y a explicar sus zonas de sombra.» Hay una dosis desmedida de prepotencia en esa exigencia. ¿Cuáles son las “reglas” que Podemos no cumple y debe respetar? ¿Qué “juego” es ese? ¿Se refiere el editorialista a lo que podemos adivinar dada la deriva reciente de la política española? ¿Está pidiendo al catecúmeno que se someta a una iniciación en los ritos de la casta? Y en cuanto a las “zonas de sombra”, ¿a qué viene exigir explicaciones a priori al recién llegado cuando los de siempre se niegan desparpajadamente a explicar a posteriori sus vergüenzas, y no digamos ya a dimitir, en casos de delitos acreditados fehacientemente en los órganos judiciales?

Si son esas las reglas del juego que han de respetar los intrusos, más vale que la “casta” vaya abandonando ordenadamente el “recinto”, y el último en hacerlo se ocupe de apagar la luz. Y si el editorial de El País ha sido redactado o sugerido desde Ferraz, posibilidad no descartable para espíritus muy susceptibles y desconfiados, sería un indicio pésimo acerca de la sinceridad de los propósitos de renovación y transparencia de la formación socialista.



jueves, 29 de mayo de 2014

LA LEY "EN" LA CALLE

Conviene utilizar la moviola y repasar con atención el vídeo de la rueda de prensa en la que hizo pública su dimisión el señor Manel Prat, de CiU, cap dels mossos d’esquadra, vale a decir la policía autonómica. Fijémonos bien. Esos son los modos, y ese es el lenguaje del poder, en toda su crudeza. Forzada la dimisión por presiones de los socios en el proceso hacia la concreción del derecho a decidir en Catalunya, ni Prat ni su jefe político Ramon Espadaler, conseller de Interior, han reconocido errores o excesos en la actuación desmesuradamente violenta de la fuerza pública contra las personas, en ocasiones ya demasiado repetidas. Es más, Prat y Espadaler se han piropeado recíprocamente y han mostrado ante la opinión que siguen encantados de haberse conocido a sí mismos. Como contraste, en estos mismos días, la violencia de los grupos okupas en torno al conflicto de Can Vies, en el barrio barcelonés de Sants, ha sido considerada desde el partido del gobierno catalán energuménica e inadmisible. No estoy diciendo que no existan razones para esos calificativos: me limito a señalar el doble rasero.

Si alguien pensaba que una reforma laboral que condena al paro y a la falta de perspectivas a más de la mitad de la población joven, sumada a la catarata de desahucios, al cierre del grifo de los subsidios de desempleo y de las becas y los incentivos al estudio, y al recorte de las pensiones de los abuelos que cada vez en mayor medida se constituyen como única fuente de ingresos familiar; si alguien pensaba, digo, que ese panorama iba a generar mansedumbre en la ciudadanía, ya puede ir corrigiendo el enfoque. A lo cual añado por mi cuenta y riesgo una conocida máxima de Sun Tzu (s. IV a.C.), en El arte de la guerra: un estratega prudente dejará siempre al enemigo una línea de escape viable, porque es sabido que la desesperación multiplica las fuerzas de un ejército acorralado. Si extrapolamos el tema de la guerra de movimiento al terreno del tratamiento de los conflictos sociales, entiendo que la vieja máxima conserva todo su valor. Quienes hemos negociado mucho no necesitamos de tales recordatorios, pero al parecer a los nuevos tecnócratas del poder omnímodo el consejo les suena, literalmente, a chino.

Una última reflexión impertinente: ¿quieren otro Manel Prat los que reclaman un “Estado propio”? ¿Es el Estado, propio o no, la solución de los problemas diversos y gravísimos que nos aquejan? ¿O bien, como suele suceder, la solución forma parte del problema?



martes, 27 de mayo de 2014

AL CIRCO EUROPEO LE CRECEN LOS ENANOS

Los resultados de las elecciones europeas tienen una lectura posible en positivo: ya que no un cambio de rumbo, suponen por lo menos un frenazo brusco a la política tecnocrática de hechos consumados que en los últimos tiempos estaba dejando escurrir la sustancia de Europa por el desagüe, hasta dejarla vacía de sí misma. Cierto que entre las caras nuevas presentes en el hemiciclo hay algunas jetas bien feas que pensábamos haber dejado atrás para siempre. Pero también ese contratiempo contiene un trasfondo susceptible de una lectura positiva: no estamos en el fin de la historia, como se nos había anunciado; no hay una única alternativa en el horizonte. Y si todo es posible aún, incluso lo peor, ergo, también hay una posibilidad cierta de ir a mejor a partir de ahora.

Hay pocas esperanzas de que el presidente de la nueva comisión sea alguien distinto de Jean-Claude Juncker (prácticamente ninguna de que lo sea Alexis Tsipras, la mejor opción con diferencia); pero al borroso Juncker no le va a ser posible fungir de diligente chico de los recados de la cancillera, como hizo su antecesor con la sonrisa bobalicona que ha paseado por todos los papeles cuchés y las pantallas de plasma de los medios del mundo mundial. Siempre será preferible el Borroso que el Barroso. Paradójicamente quien pierde en la nueva situación es Merkel, ganadora en su país. A menos que restablezca el eje francoalemán por medio de una alianza estratégica con Marine Le Pen; pero eso es más de lo que un parlamento mucho más variopinto que el anterior podría soportar.

El panorama que se adivina no es idílico. Es de temer en el corto plazo un encastillamiento de los Estados en sus prerrogativas identitarias, con más dosis de ley y orden en las calles y nuevas restricciones a la movilidad, a la inmigración y a las oportunidades de empleo en el espacio europeo, amén de una vigilancia más rígida de las fronteras. Es lo que ha demandado una porción significativa del electorado: más Estado y menos Europa. Cierto que también ha crecido la opción simétricamente contraria, la que apunta a una Europa más solidaria; pero no lo suficiente para determinar un rumbo diferente. Es lo que hay, y los esforzados paladines de Izquierda Plural, Podemos, Primavera Europea y otros, han de tener una conciencia aguda y vigilante de que su trabajo no ha concluido con la difusión de los resultados de la noche electoral, sino que empieza el día siguiente. La construcción de Europa, ya lo dijo Jacques Delors hace muchos años, no va a ser un largo río tranquilo.

Esto es lo que se me ocurre decir en relación a la Unión. En España la jornada ha tenido ya algunas consecuencias. Mientras los pasajeros de la cubierta superior del paquebote “Bipartidismo” comentan que todo se ha reducido a un percance anecdótico y los resultados no son extrapolables a otras realidades, los de la cubierta inferior, al verse con el agua al cuello, se han tirado al mar sin botes salvavidas. Puede que estemos asistiendo al final de un modo de gobernar, pero sin duda es demasiado pronto para afirmarlo de un modo rotundo. Como ha dejado escrito José Luis López Bulla a la intención de amigos, conocidos y saludados, lo que se ve alborear tras los montes podría ser en efecto el ave fénix, pero no puede descartarse que se trate de un galápago (1).

(1) CARAMBA CON LOS RESULTADOS ELECTORALES



domingo, 25 de mayo de 2014

EL LIENZO DE PARED AMARILLO


Mi relación de lector con Marcel Proust distó mucho de ser el clásico flechazo. De hecho, utilicé el primer volumen de Du côté de chez Swann, en la edición de Gallimard, como ejercicio de prácticas de lengua francesa al que recurrir en las horas libres del campamento de mi primer año de milicias universitarias. Leía y anotaba en un cuaderno las palabras que no conocía con la página correspondiente, para buscarlas en el diccionario más adelante. (El diccionario no cabía en el reducido espacio que me correspondía sobre el petate, en mi tienda modelo “quince bajo la lona”).

De modo que tardé bastante en engancharme. Primero hube de superar el aburrimiento ante lo que me pareció una redacción enrevesada y fatigosa sobre vaciedades provincianas (la iglesia de Combray, la tía Léonie, la criada Françoise, el seto de los majuelos – la haie des aubépines – que delimitaba la propiedad vecina del señor Swann, el beso materno del que una visita intempestiva estuvo a punto de privar al niño protagonista antes de dormirse). De no durar tres meses el campamento, de no haber sido aquel un verano aciago para la concesión de permisos y pases pernocta, o de haber tenido espacio para incluir más libros en mi rincón de la tienda de campaña, nunca habría vuelto a pensar en Proust. Fue la desesperación la que me empujó; la Recherche me aburría, pero me aburría mucho más la rutina de ejercicios diarios mosquetón al hombro, de modo que mi experiencia lectora se prolongó lo bastante para empezar a entrever en la composición de aquella historia prolija algunos hitos no diseminados al azar sino que delimitaban un trayecto, una arquitectura rigurosa. El narrador simulaba avanzar tanteando su camino al acaso, pero cada uno de sus pasos estaba cuidadosamente medido y calculado. La fascinación acabó por suceder al aburrimiento, aunque eso sucedió cuando hacía años que la mili era ya sólo el recuerdo de un temps perdu. Asumí por fin que me encontraba delante de un libro inimitable, una obra de arte que se ajustaba a los contornos de la vida hasta sustituirla por entero, absorber toda su sustancia y reordenarla de un modo más comprensible y gratificante para nosotros que el transcurrir real de nuestra experiencia.

De hecho, la idea de la sumisión de la vida individual a una realidad que la trasciende, la ordena y le da sentido, es algo expresado de forma explícita en la misma obra de Proust. Quizás el mejor ejemplo es la muerte de Bergotte, un fragmento de La prisonnière en el que, según parece, estuvo trabajando Proust la noche anterior a su muerte. El literato Bergotte, un trasunto en ocasiones de John Ruskin, en otras de Anatole France, y en otras aún del mismo autor, se encuentra enfermo en su casa y lee en el periódico la reseña de una exposición de obras de pintores holandeses prestadas por el museo de La Haya. El crítico se extiende en elogios del cuadro Vista de Delft, de un artista poco conocido, Ver Meer en la grafía de la época, y elogia en particular un detalle de la pintura, un pequeño lienzo de pared amarillo tan bien pintado que, expuesto por sí solo, semejaría una preciosa laca china. Bergotte juzga imprescindible ir a ver aquella obra, a pesar de su estado de salud precario.

En la vida real, la exposición de pintura holandesa tuvo lugar entre los meses de abril y junio de 1921 en el Jeu de Pomme de Paris, y el crítico que hizo la comparación con la laca china fue Louis Vaudoyer. El 21 de mayo, a las nueve y cuarto de la mañana (la hora en que Proust tenía por costumbre acostarse, después de pasar la noche enfrascado en la escritura), el chófer de Marcel fue a recoger a Vaudoyer a su casa y los dos amigos acudieron juntos a la exposición. Proust sufrió tres terribles mareos consecutivos, y hubo de apoyarse en el crítico para poder llegar casi a rastras al lugar donde estaba colgado el cuadro de Vermeer. Contempló largo rato las figuras azules sobre la arena rosa de la desembocadura del río, los tejados con gabletes rojos y azulados, y el lienzo de pared amarillo limitado por el tejadillo de la ventana de una buhardilla. Determinó que estaba viendo «el cuadro más bello del mundo».


Proust sobrevivió a la experiencia; su amigo Vaudoyer le hizo varias fotos en la explanada del Jeu de Pomme y luego fueron juntos a comer al Ritz. Pero en su obra eligió para la muerte de Bergotte las circunstancias de la visita a la exposición. Bergotte atribuye su malestar a unas patatas mal cocidas de la cena de la noche anterior, y camina con mucho esfuerzo hasta situarse delante del cuadro de Vermeer.«Así debía haber escrito, se dijo a sí mismo. Mis últimos libros son demasiado secos, tendría que haberles dado más capas de color, hacer de cada frase algo precioso como este pequeño lienzo de pared amarillo.» Su mareo se agrava. Le parece ver, en una balanza celeste, su vida en un platillo, y en el otro aquella pared amarilla tan bien pintada; y siente que ha dado imprudentemente la primera a cambio de la segunda. Se sienta en un canapé, repite obsesivamente «pequeño lienzo de pared amarillo, pequeño lienzo de pared amarillo…» y recupera el optimismo al sentir algún alivio. Pero entonces un nuevo ataque de uremia lo fulmina y cae muerto sobre el suelo de la sala. ¿Muerto para siempre?, se pregunta el narrador. ¿Quién puede decirlo? «No hay ninguna razón en nuestras condiciones de vida en este mundo para que nos creamos obligados a hacer el bien, a ser delicados, corteses incluso, ni para que el artista ateo se crea obligado a recomenzar veinte veces un fragmento que atraerá una admiración que importará muy poco a su cuerpo comido por los gusanos, como el lienzo de pared amarillo pintado con tanta ciencia y refinamiento por un artista desconocido para siempre, identificado apenas con el nombre de Ver Meer. Todas esas obligaciones, que no tienen reconocimiento en la vida presente, parecen pertenecer a un mundo diferente, fundamentado en la bondad, el escrúpulo, el sacrificio, un mundo enteramente diferente de éste, y del que nacemos para vivir en esta tierra antes tal vez de regresar a vivir de nuevo bajo el imperio de esas leyes desconocidas a las que hemos obedecido porque llevábamos sus enseñanzas en nuestro interior, sin saber quién las había impreso allí – esas leyes a las que nos aproxima todo trabajo profundo de nuestra inteligencia, y que sólo son invisibles para los tontos, ¡y aún! –. De modo que la idea de que Bergotte no había muerto para siempre no es inverosímil.»  (La traducción es mía. No he leído nunca a Proust en español, y no creo que sea una buena idea.) 

sábado, 24 de mayo de 2014

FRAUDE DE LEY EN PANRICO

La Audiencia nacional ha avalado los muy numerosos despidos (133 este año sólo en Santa Perpetua de la Mogoda) contemplados en el ERE de Panrico, a pesar de que, según consta en el texto mismo de la sentencia, “no han sido ajustados a ley” (?). La sustancia del asunto es que se reconoce la existencia de causas objetivas, de orden tanto productivo como organizativo, suficientes para justificar una reducción tan drástica de la plantilla. Los trabajadores sostenían que no era así. Y de pronto, ya con la sentencia favorable en la mano, la dirección viene a dar la razón a los argumentos de sus asalariados. Ofrece reducir considerablemente el número de despidos en la planta de Santa Perpetua, la más afectada, a cambio de manos libres para despedir al comité de empresa y, señalados a dedo, otros luchadores destacados en la larga huelga de siete meses, aún no desconvocada, motivada por el ERE. Vetará, ha advertido, las salidas voluntarias, y reclamará por “huelga abusiva” si la asamblea decide mantener el paro.

Hablando en plata, el motivo de los despidos no han sido cuestiones relacionadas con la productividad ni con la economía, sino un comité que daba demasiado por culo. La dirección ha sido implacablemente sorda a cualquier negociación durante los últimos durísimos siete meses, a pesar de los esfuerzos de mediación llevados a cabo desde distintas instancias jurídicas y políticas. La empresa ha esperado hasta que la ley ha atendido las supuestas razones que esgrimía para lanzar su verdadera propuesta: no quiere menos plantilla, quiere una plantilla más dócil.

Sólo que si los argumentos atendidos por la Audiencia no eran reales, en este asunto se ha producido un fraude de ley. La sentencia favorable a la empresa debería ser considerada nula, y toda la causa volver a su inicio. No es posible hacer tal cosa, por supuesto, entre otras razones porque no conviene a ninguna de las partes en litigio, después del terrible desgaste de una lucha tan larga. Pero cabe esperar con expectación la solución que se dé al caso. Dejar salirse a la empresa con la suya significaría una vulneración (una más) de la Constitución y otro rasgón en el tejido mal remendado de nuestro estado de derecho. El profesor Baylos advertía días atrás en un artículo luminoso de lo que se está haciendo hoy mismo en el terreno de la reforma laboral: no sólo es que se han reducido por ley los derechos escuálidos y las magras garantías de los trabajadores, es que además esa legislación regresiva ni siquiera se cumple.

Por todo ello resulta cuando menos sorprendente el comentario hecho a bote pronto por el conseller de Empleo de la Generalitat, Felip Puig: "Esperamos que los trabajadores vean, después de esta sentencia que no es favorable para ellos, que la empresa está haciendo un gesto de buena voluntad (1). "La periodista que da la noticia en El País especula con la posibilidad de que el honorable conseller no conociera la propuesta concreta de la dirección de Panrico, en el momento de hacer dicha declaración. Es preferible pensar que en efecto ha sido así, por lo que quedamos a la espera de una rápida rectificación, a ser posible rotunda.

jueves, 22 de mayo de 2014

SOBRE LA UTILIDAD DEL VOTO

Merece atención la última entrega de Javier Aristu en su blog “En campo abierto”. Es en principio algo sorprendente: un análisis del voto de las elecciones europeas antes de que dicho voto se haya consumado. Antes de la votación misma.

¿Por qué no? Lo que intenta Javier con ese tour de force no es una mera constatación de la correlación de fuerzas existente, sino un último estímulo a votar lo que de verdad importa, desde una fundamentación diferente del acto mismo de votar. De la lectura de su artículo, y eso es lo que cuenta en definitiva, se deducen motivos poderosos para ir a votar el domingo, y para votar con sentido, más allá de una doble rutina: la rutina del voto útil y la del voto de castigo.

El voto “útil” se refugia en la necesidad de una gran fuerza numérica para cambiar las cosas. Y es cierto que con el voto mayoritario, conjunto en muchas ocasiones, de nuestras dos grandes opciones de voto, se han cambiado en los últimos años muchas cosas así en el cielo como en la tierra, así en España como en Europa. Todas para peor. Detrás del reclamo al voto útil vienen el reclamo a la cordura, el no hay alternativas, la apelación a las servidumbres de la gobernabilidad. Es un camino trillado de tan transitado, y todos sabemos a dónde conduce.

El voto “de castigo” son las banderillas de fuego que colocamos a los “nuestros”, a los que a pesar de los pesares seguimos considerando nuestros, para estimular su combatividad desde un contexto de insatisfacción con su comportamiento. Votamos ahí donde más les puede doler. Es un voto de recorrido muy corto y de perspectivas mediocres. Ha permitido la presencia fugaz en diversos parlamentos de personas como el empresario jerezano Ruiz Mateos, el dirigente deportivo Laporta o el disidente gubernamental Álvarez Cascos. Todos sacaron provecho personal de ese voto, pero ninguno lo llevó demasiado allá.

Se constata una intención de voto de castigo en los sondeos de las europeas, pero en esta ocasión se trata de algo más: el voto de castigo como voto útil. Es decir, una intención de encontrar alternativas de mayor calibre y solidez, delante de la actitud ensimismada o insensible de quienes día a día, decisión a decisión, omisión a omisión, van dejando de aparecer como “los nuestros”. Y no me estoy refiriendo únicamente a los dos polos de nuestro bipartidismo, la desafección invade todos los departamentos de la vida política, y la gente (ah, la gente, un concepto ambiguo, casi una simple muletilla para adornar el discurso político; y sin embargo todo empieza con ella, todo depende de ella), la gente apronta otros recursos, se agencia otras alternativas, por lo general en los márgenes de la vida política oficial, pero también interpelando a los políticos de profesión. En el merchandising electoral, frente a la comodidad rutinaria de los grandes supermercados en los que se encuentra “de todo” pero nada enteramente satisfactorio, empiezan a aparecer como alternativa válida las pequeñas boutiques con encanto. Las grandes opciones, sobre todo en el terreno de la izquierda, deberían tomar buena nota de ello.

Este es un asunto de Sociedad, dice Javier. De Sociedad con mayúscula. Ahí le duele. Un terreno que hace muchos años la Política (también con mayúscula, faltaría más) ha dejado de pisar.

Javier señala tres grandes terrenos de los que extraer utilidad para nuestro voto: el trabajo, la pluralidad, la convivencia. Tres grandes objetivos para España y para Europa, porque necesitamos en estos momentos de crisis y de transición subir las apuestas, conformar un gran marco distinto de como es, variar las perspectivas, dar mayor amplitud y respiro a los proyectos.

Y como remate y conclusión de su alegato, también él invoca con fervor a San Bruno (Trentin). Los demás hermanos legos de la extensa orden monástica de los trentinianos le coreamos con gusto: «¡Amén!»


miércoles, 21 de mayo de 2014

CUANDO YA SE HAN CRUZADO TODAS LAS LÍNEAS ROJAS



Cuando ya se han cruzado todas las líneas rojas, cuando se han dejado pudrir los conflictos pendientes hasta un punto de no retorno, cuando se manipulan las estadísticas oficiales para no fomentar alarmismos excesivos y todo se sigue fiando a la próxima aparición de brotes verdes en lugares donde nadie ha sembrado semillas, se instala en la política una calma extraña. Las urgencias se vacían de significado. Permanecen las formas, los procedimientos, los mecanismos, pero no hay ningún propósito que les dé sentido. Todo puede hacerse dentro de la ley, se nos dice; y no se hace nada. Todo puede discutirse siempre y cuando nada se cuestione; y claro, ni se empieza a discutir. Nos ronda el presentimiento de que se acerca el fin del mundo, pero se trata en todo caso de un dato carente de interés que conviene ocultar para no desanimar a la ciudadanía, ahora que tanto empeño está poniendo en apretarse un poco más el cinturón.

Los protocolos vigentes en las compañías aéreas y en las navieras establecen que ante una catástrofe inminente la conducta más adecuada es la de hacer como si no pasara nada. Si se ha de morir se muere, pero preferiblemente sin caer en el pánico. Es lo que hicieron los músicos del “Titanic” con admirable presencia de ánimo. Pero ellos por lo menos eran conscientes de lo que estaba a punto de ocurrir. El Dr. Strangelove de Stanley Kubrick, bautizada entre nosotros como Teléfono rojo, volamos hacia Moscú, llevaba por subtítulo original «Cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar la bomba». En una escena de una comicidad corrosiva, el oficial británico que había conseguido del general loco la clave que podía detener el bombardeo fatal, intentaba llamar a la Casa Blanca desde la cabina de un teléfono público. La operadora se negaba a pasarle la comunicación mientras no colocase en la ranura los dos centavos que faltaban. El hombre le explicaba que no tenía suelto, que se trataba de una emergencia, que la suerte de la humanidad dependía de aquella llamada. La respuesta invariable era «Consiga esos dos centavos y yo le pasaré con el señor presidente.»


martes, 20 de mayo de 2014

VUELVE BRUNO TRENTIN EN UN «POLICIACO» CGIL




Por Bruno Ugolini



Sí, hablamos de él, de Bruno Trentin, ex secretario de la CGIL, fallecido en 2007. Ha vuelto para hacerse oír de una forma inédita. Revive en un libro policíaco, un thriller absorbente escrito por tres cuarentones de la CGIL. En el volumen (publicado por Editori Internazionali Riuniti), aparecen nombres y siglas inventados, pero es fácil deducir de quién se está hablando. Como en casi todos los policíacos, el punto de partida es un delito. La trama (la investigación, las pistas y las sorpresas que depara…) se inscribe muy pronto en un marco general muy preciso, el del mundo del trabajo actual, con sus características de fragmentación y precariedad. Y también el asesino, descubierto en las páginas finales, tiene una relación directa con el escenario propuesto. El lenguaje, denso y agradable, podría dar envidia a muchos narradores del género, dado que los autores poseen, además de los «saberes» derivados de su actividad sindical, un trasfondo cultural notable.

Firma el libro, y no por casualidad, Tom Joad, personaje de Las uvas de la ira, de John Steinbeck, pero los verdaderos autores son Claudio Franchi, filólogo y crítico literario, doctor en literatura provenzal y dirigente hoy de la FLC (trabajadores de la cultura); Augusto Palombini, arqueólogo y dirigente de Agenquadri-CGIL, y Francesco Sinopoli, doctor en derecho del trabajo y dirigente de la FLC. El título del volumen es Rojo al cuadrado (Rosso quadrato), lo que de alguna manera recuerda el emblema de la CGIL, un pequeño cuadrado rojo.

Los capítulos que se van sucediendo lanzan, bajo el envoltorio de una crónica de sucesos, un mensaje de cambio y de innovación. Los tres autores se han esforzado en «comunicar» abandonando el tono sindicalero y sirviéndose de un argumento popular con gancho. Un pasaje esencial consiste en el encuentro con Bruno Trentin redivivo con el nombre de «Tiziano Bruni». El protagonista del libro, Marco Esposito, fundador en las Lagunas Pontinas de una «Casa del Lavoro», confiesa haber pasado mucho tiempo reflexionando sobre los libros y los artículos de Bruni, y de pronto lo encuentra a sus anchas en aquella «casa» habitada sobre todo por trabajadores precarios. Y le dice: «El movimiento sindical, y más en general las organizaciones políticas progresistas, deberían reciclarse a partir de experiencias como ésta.»

En la novela aparecen muchos personajes. Hay un periodista imaginario del Corriere que habla de «sindicatos monstruosos que defienden privilegios anacrónicos». Hay sindicalistas habilísimos en negociar los más complicados niveles salariales, pero sordos a la posibilidad de incluir en la negociación a los trabajadores precarios. Otros se encuentran entre dos fuegos: «La mitad de la gente te pide que no te expongas tanto, y la otra mitad te hace reproches porque cree que no te implicas lo suficiente.» Está el poco escrupuloso empresario Giacomo Marchetti, en el centro de una espesa red de negocios y de política, acostumbrado a poner en pie empresas que abren y cierran con plantillas compuestas por trabajadores a prueba y “colaboradores”. ¿Es una forma de favorecer el empleo? Un profesor de derecho del trabajo explica que «ahora podemos justificarlo todo: el reclutamiento ilegal de mano de obra pagada en negro, el trabajo de menores… Ahora los faraones y los cómitres de las galeras romanas serían grandes benefactores, porque darían trabajo a un montón de gente.»

Son pasajes que incitan a la discusión. Y hay quien dice: «Deberíamos pensar un poco en los afiliados de mañana, además de los de hoy.» Mientras otros observan, prudentes: «Nosotros no somos los generales que deciden la guerra, somos los enfermeros que se dedican a cuidar de los heridos…»

La historia llega al epílogo. Y el descubrimiento de la verdad va acompañado de una revuelta del grupo de los colaboradores a prueba de la empresa de Marchetti. Una mañana se rebelan y hacen huelga. Hay quien exulta: «Es el renacimiento de la conciencia de clase. Aparece más o menos cada cien años, como los cometas». Y eso permite soñar en un mundo en el que «cualquier empleo tendrá mínimos salariales de los que no se podrá bajar en ningún caso. Y cuando alguien como tú termine un trabajo, tendrá un subsidio mínimo garantizado, además de cursos de reciclaje y de mejora profesional.»

Susanna Camuso, en sus conclusiones al congreso de la CGIL, ha hablado de estas cosas. Y ha insistido además en la voluntad de salir de la visión “liderística” dominante hoy en el terreno político. Su propuesta incluye la innovación en el liderazgo sindical. Sería bonito que se pensara en alguien parecido a Marco Esposito. Un seguidor, llamémoslo así, de los dos personajes a los que está dedicado Rojo al cuadrado: Vittorio Foa y Bruno Trentin.

(Publicado en Com.Unità, 19.5.2014. Traducción: Paco Rodríguez de Lecea)



lunes, 19 de mayo de 2014

MI PRIMA CUQUÍN



Para seguir el hilo general de los comentarios sucesivamente expuestos en este blog (que es el vuestro, queridos lectores), este sería el momento de comentar el gracioso desliz machista de don Tancredo Cañete, que se habrá dado cuenta a posteriori de los peligros de tirarse al redondel a cuerpo limpio y fiar únicamente, para sacar adelante su candidatura electoral, en una facundia bravucona (y antañona) de barra de bar de tapas, amén de cuatro apuntillos del argumentario de la FAES, mal leídos y peor entendidos, para los momentos de apuro en el debate.

También sería el punto adecuado para echar un par de piropos vehementes a Alexis Tsipras y su manifiesto electoral, publicado en el blog hermano Metiendo bulla, en el que por fin he encontrado esa idea-guía para una Europa de los pueblos o mejor aún del pueblo, por la que suspiraba en uno de mis anteriores comentarios.

Volveré sobre esos temas en su momento, pero voy perder (y haceros perder a vosotros, sufridos lectores) un poco de tiempo precioso para rendir un homenaje quizás intempestivo pero sentido a mi prima Cuquín, que se me ha muerto en Madrid el jueves pasado.

He dicho prima, y no es del todo exacto. Pudo ser prima, tía o algo parecido que no hemos sabido precisar nunca, porque dos varones Rodríguez, tío y sobrino entre ellos, casaron en tiempos con dos hermanas Cirugeda, y de uno de esos matrimonios nació mi padre, y del otro Cristina o Cuquín, además de muchas otras personas que al cumplir el mandato divino de crecer y multiplicarse han dado lugar a una profusión inabarcable de primos y primas de diferentes calibres y alcances, valencianos según se dice (y los hay, en efecto), y de otras latitudes.

Cuquín no se casó nunca, cosa sorprendente a primera vista porque era guapa, de carácter abierto y nunca se le advirtió afición a vestir santos. O bien no encontró el hombre adecuado, o, tesis mayoritaria entre sus familiares, sí lo encontró pero no se dieron las circunstancias adecuadas. A ella le gustaba repetir (pero nunca se lo atribuyó a sí misma) un dicho de tía Concha, otra soltera incomprensible en una familia de gran afición casamentera: «Con mi media naranja alguien se ha hecho un refresco.»

El caso es que Cuquín asumió el papel del Punto Fijo de un péndulo familiar que oscilaba en todas las direcciones de la rosa de los vientos. Las puertas de su casa estuvieron siempre abiertas a parientes de toda edad, sexo y condición, y la sagacidad increíble de su mente, parecida en eso a la de Úrsula Iguarán, consiguió llevar la cuenta de la clasificación genética de las diferentes estirpes de josearcadios y aurelianos que los giros sucesivos de la rueda del tiempo fueron arrojando sobre la faz de la tierra.

Cuando de forma imprevista e irreversible yo derivé hacia la izquierda política (algo inusitado en una familia meritocrática de militares y funcionarios, mayoritariamente patriotas, monárquicos, católicos y de derechas con o sin Franco), encontró rápidamente la explicación, «Paquillo va engañado». Y la ubicación genética correspondiente: «Es un Rodríguez de la Rodriguera. Lumbreras todos, eso sí, pero sin pizca de sentido práctico.» De su bien provisto archivo mental sacaba entonces a relucir una retahíla de casos, como el del tío X, al que habían estafado los ahorros de su vida camelándolo para un negocio de minas en Bolivia, o incluso el de mi propio padre, alto funcionario del ministerio de Hacienda, que en lugar de robar como hacían otros más listos, se había quemado las pestañas y dejado la salud en un cargo al que dedicó durante años sus mejores esfuerzos sin ánimo de lucro. Para lo que sirve ser honrado…, ironizaba, pero más que criticar lo que hacía era blasonar de esa incapacidad familiar para los negocios, que trascendía en nuestro caso el defecto individual para constituirse en un rasgo genético hereditario: «Los Rodríguez a los duros les dan patadas.»

Desde una sólida arquitectura mental, mi prima Cuquín hizo esfuerzos por explicarlo, comprenderlo y perdonarlo todo. Tenía una espontaneidad impulsiva para calificar acontecimientos y personas con unos juicios relampagueantes, casi siempre certeros. Cuando no lo eran y se daba cuenta, le dolían muy dentro sus propias palabras: «¡Qué imprudente, Dios mío, qué imprudente he sido!»

Volcada en la atención a los demás, y en particular en sus últimos años al cuidado de Marichu, su hermana mayor, no prestó atención a los achaques de su propia salud, hasta que esos achaques se le echaron encima sin remedio posible. Sus últimas palabras, a las dos sobrinas que la acompañaban en el momento de la misericordiosa inyección de morfina que le permitió descansar su última media hora de vida, fueron: «Yo creo que ya me voy para arriba, cuidad vosotras de mi hermana.»


Lo harán. Podemos ser optimistas, la ciencia de la genética nos asegura que aparecerán en el mundo otras Cuquines que remediarán la ausencia de la que se nos ha ido.

viernes, 16 de mayo de 2014

EL MÓVIL DEL CRIMEN

La muerte a balazos de la presidenta de la Diputación de León ha removido las aguas legamosas de la política nacional en un momento delicado por la coincidencia con una campaña electoral que no se caracteriza por la manifestación de pasiones desbordadas ni entre los candidatos ni en el electorado. Dos concejalas socialistas gallegas han sido obligadas a dimitir ipso facto por haber tuiteado alusiones poco favorecedoras para la víctima. Ya se sabe cuánta importancia tiene guardar los modos y las convenciones de la corrección política, pero sorprende, sin embargo, que un “quien siembra vientos…” genere una dimisión fulminante mientras que no tenga sanción llamar “malnacidos” a los militantes de Bildu, como hizo el señor Iturgaiz porque juzgaron que el asesinato no era motivo suficiente para interrumpir su campaña electoral. Anotemos para futura referencia el dato de que también en la corrección política se otorgan bulas y existe la ley del embudo.

El exabrupto de Iturgaiz habría tenido sin duda más razón de ser en el caso de que el asesinato de Isabel Carrasco hubiera tenido un trasfondo político, pero no es el caso, a no ser que hayan intervenido móviles criminales relacionados con la fontanería interna del PP, cuestión de la que no ha aparecido hasta el momento ningún indicio verosímil. Y aunque así fuera, ¿por qué habría de cambiar Bildu su calendario de campaña, tratándose de un asunto interno de otro partido?

Por otro lado la investigación del crimen, narrada con abundancia de detalles en los medios, ha estimulado mi afición a las deducciones detectivescas, bien entrenada por la lectura frecuente de novelas policiacas. He seguido con curiosidad, en planos urbanos y gráficos adjuntos a las crónicas periodísticas, los meandros del trayecto entre la vivienda y el despacho oficial de la víctima, vía pasarela peatonal sobre el río Bernesga; la búsqueda y sorpresiva aparición del arma del crimen, y las precauciones y rodeos adoptados por las luego detenidas para disimular los hechos. Los asesinos de las novelas lo hacen bastante mejor, es la primera conclusión provisional a la que he llegado. Las dos imputadas actuaron con premeditación, puesto que compraron la pistola hace más de un año (a un yonqui, ya fallecido) y acecharon a su víctima durante al menos cinco días, a la espera de que saliera de su casa sola. No lo hizo en todas las ocasiones anteriores, y tampoco lo habría hecho el día de autos de no ser porque el novio de Isabel tuvo la fatal ocurrencia de despedirse de ella en la puerta e ir por su cuenta al despacho en moto, dando un largo rodeo, en lugar de acompañarla.

Otra circunstancia favorable, también casual, fue el hecho de que una policía municipal amiga de una de las sospechosas tenía su coche aparcado en las cercanías y hasta el día siguiente no se le ocurrió mirar el contenido del bolso que alguien había dejado en el asiento trasero, en el que estaba la pistola utilizada. Se trata de dos circunstancias curiosas, nada más, a las que sería muy aventurado intentar sacar punta, sobre todo porque al cabo de sólo algunos minutos del crimen, las dos sospechosas fueron detenidas a menos de 500 metros del lugar de los hechos. Con un cúmulo tan grande de casualidades favorables, esta rápida detención consagra casi un récord de torpeza criminal.

La visión de conjunto que emerge de los hechos dados a conocer por la prensa sugiere que el crimen no ha tenido connotaciones políticas, ni tampoco laborales propiamente dichas, sino que se inscribe en un entorno intensamente afectivo. Había “inquina” entre la muerta y sus presumibles matadoras, y la causa de la misma parece derivar de la ruptura que se produjo entre ellas al final de una etapa de predilecciones y tratos de favor muy marcados. Los motivos de la ruptura y de la inquina no se han hecho públicos. Quizá no lleguemos a conocerlos nunca, si las instancias oficiales actúan con eficacia y cubren con un velo decoroso determinadas circunstancias de la personalidad íntima de las personas implicadas. Lo que resulta infantilmente absurdo es atribuir el crimen a la “crispación” política y al radicalismo fanático de los opositores al gobierno del partido popular. Esa es, sin embargo, justamente la explicación predilecta en las explicaciones de  la llamada caverna mediática. Una manifestación más, por si faltaban, del “todo aprovecha” en el debate político, que algunos practican esforzadamente a “piñón fijo”.

miércoles, 14 de mayo de 2014

DE LA INDIFERENCIA A LA NO DIFERENCIA

Los oráculos más acreditados auguran malos tiempos para la lírica. En vano se esfuerza Mariano Rajoy en anunciar al mundo día tras día buenas noticias para el mes próximo y mejores aún para el siguiente: la ciudadanía no está por la labor, las fuerzas vivas se encogen de hombros y la valoración del carisma político del presidente en términos de sondeos de opinión se aproxima infinitesimalmente a la raíz cuadrada de menos uno. Tampoco en los cuarteles del primer partido de la oposición está la militancia para tirar cohetes: el descenso de sus expectativas es simétrico al del gobierno, y la desafección de su electorado está tomando proporciones superiores a las del deshielo de la Antártida.

Dos analistas políticos agudos, Sol Gallego Díaz y Miguel Ángel Aguilar, han coincidido en detectar en las dos formaciones básicas del bipartidismo patrio indicios de una misma estrategia, la de fomentar la indiferencia del votante con una campaña europea cansina, rutinaria y repetitiva. Curioso expediente, este de alejar a los demócratas de las urnas. Una abstención elevada sería el recurso más eficaz para preservar el cupo de electos de cada cual. Con una participación en torno al 80% los pronósticos auguran la invasión galopante del pluripartidismo y del radicalismo (que viene a ser lo mismo), la desestabilización de la escena política, la ingobernabilidad, el caos, y lo peor de todo, la mala imagen delante de los socios europeos. Con la mitad de participación, el 40% más o menos, todo quedará disimulado porque un escaño europeo valdrá solo la mitad de votos, y eso es más asumible. En este contexto, las elecciones europeas dejarían de ser significativas ni siquiera como “muestra fiable” para las municipales y las generales, y se les asignaría un valor nulo de cara a las expectativas de los grandes partidos en las próximas contiendas.

El ingenioso expediente sirve para salvar los muebles en el corto plazo, pero ¿y luego? Ni Mariano ni Alfredo, nuestros dos prohombres, se sienten con fuerzas para dar un golpe de timón en las presentes circunstancias; lo suyo de siempre es contemporizar. De ahí que empiece a barajarse en los cenáculos a la moda  una idea no muy luminosa pero sí bastante práctica: la de sumar los reducidos esfuerzos al alcance de ambas formaciones, en vez de restar como se venía haciendo hasta ahora. Se acabarán las descalificaciones, las herencias recibidas y los “y tú más”. Nadie está del todo seguro de lo que dará de sí la suma de dos raíces cuadradas de menos uno, pero las calculadoras de bolsillo ya están echando humo. Después del diluvio de las generales, dicen, brillará el arco iris de la Gran Coalición. Después de la indiferencia, vendrá la no diferencia. “España lo necesita”, ha afirmado en una entrevista Felipe González. La estabilidad y la gobernanza del país estarán aseguradas para un ¿largo? ciclo político. Partiendo de la nada, nos habremos elevado hasta las cimas de la más absoluta miseria.



lunes, 12 de mayo de 2014

EL PARÉNTESIS

A José Luis López Bulla, en la estela del Primero de Mayo

El punto de partida es una frase de Alice Munro, muy aguda: «Estaban en la treintena. Una edad en la que es difícil a veces admitir que lo que uno está viviendo es su vida.»

Yo tenía treinta y un años cuando murió Franco. Treinta y tres en la época de las grandes manifestaciones por la libertad, la amnistía y el estatut de autonomía. Treinta y siete cuando una escisión en la izquierda catalana provocó un corrimiento general en las filas de la militancia y me vi proyectado de sopetón a la dirección confederal de mi sindicato. Nadie piense que hubo ninguna imposición ni apremio en dicha proyección. Se me hizo un ofrecimiento comprometido, pero perfectamente rechazable. Entendí de forma cabal el dilema: la política es eso, cuando una pieza falla se busca un recambio más o menos adecuado que esté a mano. En el caso de que también yo fallara, o de que ya de entrada no me viera con fuerzas para aceptar, otro ocuparía el puesto. Nadie es insustituible.

Ni por un momento pensé en la opción de renunciar. Quería probar. Me sentí, sin embargo, como apunta Munro: espectador interesado de una vida que me costaba admitir que era la mía. Pensé en mí mismo como el beneficiario de un privilegio no del todo merecido, y también como el suplente de un equipo de fútbol, llamado a jugar dos o tres partidos mientras el titular se recupera de una lesión. La comparación no era exacta porque yo constaba como titular a todos los efectos, pero di por descontado que alguien, la persona correcta, aparecería en cualquier momento, y entonces yo me haría a un lado. Todo se limitaría a un paréntesis en mi vida real. (Supe luego que la vida real no tiene paréntesis, uno la vive y eso es todo.)


El “paréntesis” concluyó hace mucho tiempo, a finales de los años ochenta, y mi actividad profesional pasó a centrarse en otras esferas. Quizás aquella sensación mía de provisionalidad me hizo comportarme en el desempeño de mis responsabilidades sindicales con alguna inseguridad pero, no hay mal que por bien no venga, también tuvo una ventaja incuestionable: cuando dejé el puesto lo hice por mi voluntad, y sin frustración ni resentimiento hacia nadie, como he visto que les ha ocurrido a otras personas. Desde entonces y con el paso de los años, el recuerdo de aquel tiempo se ha teñido de una nostalgia desbordada. Así pues, mi etapa de actividad sindical, la misma que pude tener alguna vez por un paréntesis transitorio en mi vida “real”, la valoro hoy como el dato fundamental de mi autobiografía.

domingo, 11 de mayo de 2014

LA FIESTA DEL DESEO

Les propongo que me acompañen, si no representa una pérdida excesiva de su valioso tiempo, al interior de una mansión noble de los alrededores de Sevilla, propiedad del conde de Almaviva. Allí Fígaro, barbero y factótum del conde, prepara sus bodas con Susana, la camarera de la condesa. Por desgracia para él, asoman en el horizonte nubarrones negros: el conde no dará su necesaria autorización al enlace a menos que Susana consienta en compensarlo prodigándole sus favores, desde luego a escondidas de Fígaro y de la condesa Rosina. Esta última, mientras, entretiene el olvido al que la condena su marido en retozos no del todo inocentes con el paje Cherubino. A su vez, Cherubino – “mariposón amoroso”, lo llama Fígaro – promete amor eterno a Rosina pero al mismo tiempo chantajea a Susana (si te lo haces con el conde habrás de hacértelo también conmigo, a menos que quieras que le cuente el pastel a tu futuro) y se entiende con Barbarina, la hija del jardinero. Otra dama, Marcelina, ama de llaves del conde, está decidida a frustrar la boda de Susana y ser ella misma la novia de Fígaro, a quien tiene atado por una deuda que él no puede pagar. La situación potencialmente explosiva se desencadena a partir del momento en que Fígaro, enterado por Susana de los propósitos de Almaviva, decide vengarse de su amo: «Si quiere bailar, señor condesillo, yo le acompañaré con el guitarrillo.»

Pero la venganza de Fígaro no funciona, y provoca una violenta explosión de celos del conde contra su esposa. Entonces quienes le preparan una trampa son la condesa Rosina y la criada Susana, cómplices en la defensa del amor de cada una y del respeto por ellas mismas. Susana da cita a Almaviva en un bosquecillo del jardín que rodea la casa, asegurándole que le ofrendará las primicias de su amor en la misma noche de bodas. Almaviva está radiante; poco antes expresaba con rabia su negativa a facilitar la felicidad de su criado a costa de su propia desgracia (Vedrò, mentr’io sospiro / felice un servo mio?). Una vez celebrada la ceremonia, es la condesa quien acude a la cita galante vestida de criada, mientras Susana se disfraza de condesa y aguarda el desenlace en el jardín. El plan está a punto de fracasar por la aparición sucesiva en escena de los tres gallos del corral. En la oscuridad, Cherubino asedia sexualmente a la que él cree Susana, hasta que lo ahuyenta la llegada de Fígaro, que se ha enterado de la cita entre su esposa y su señor. Fígaro ve a la verdadera Susana y fingida Rosina, y corre a proponerle un intercambio vengador: ya que el conde les pone los cuernos a los dos, ¿por qué no pagarle con la misma moneda? ¿Sin amor?, pregunta ella. Sustituidlo por el despecho, sugiere él. Susana reacciona con una lluvia de bofetadas, y el ruido atrae al conde, en camino hacia su cita. Al ver juntos a su esposa y su criado, llama a la alarma y exige justicia sumaria e inmediata para los dos delincuentes. Aparece entonces la verdadera condesa, y la aclaración del equívoco provocado por los disfraces concluye en un final ¿feliz?

La comedia Las bodas de Fígaro, de Beaumarchais, tuvo tal éxito de público en la Francia prerrevolucionaria que su autor fue a parar a la cárcel. El argumento era demasiado escandaloso, sobre todo por una razón: la intolerable mezcolanza de nobles y plebeyos que intercambiaban sus personalidades y sus solicitudes en los enredos amorosos de la trama. En una sociedad establecida a partir de jerarquías muy definidas, la clase dominante necesitaba justificar sus privilegios alegando una superioridad moral capaz de marcar la diferencia con las clases subalternas.

Y sin embargo dos genios, un compositor (Wolfgang Amadeus Mozart) y un letrista (Lorenzo da Ponte) se propusieron convertir aquel enredo libertino en una ópera respetable, amparada por las banderas del amor y la fidelidad conyugal. Al personaje más problemático, Cherubino, se le adjudicó una voz de mezzosoprano, de modo que a la vista del público pasaba a la condición de “chica disfrazada de chico que se disfraza de chica”, y su coqueteo desvergonzado con la condesa perdía carga explosiva. En teoría, claro. En la realidad, la película Amadeus ha descrito las dificultades por las que pasó el proyecto Mozart-Da Ponte, debido a problemas con la mentalidad conservadora de una sociedad bien pensante, con la religión, con la censura imperial y con las envidias de otros músicos de la corte, Salieri y compañía. El emperador se impuso a todos y patrocinó el estreno, pero ahí se detuvo. Le nozze di Figaro se representó una sola vez en vida de Mozart. Es una obra maestra absoluta, la fiesta del deseo, de un deseo plural, democrático y transgresor, que arrasa con todas las convenciones. Nunca se ha cantado el amor sensual de una forma más bella. Están las dos arias de Cherubino (Non so piú cosa son, cosa faccio, y la celebérrima Voi che sapete), las de la condesa (la cavatina Porgi amor, y el Dove sono), y la de Marcelina (Il capro e la capretta), pero quiero señalar en especial la hermosísima expresión del deseo amoroso en el aria Deh, vieni, non tardar, que canta Susana en el jardín justo antes del Finale del último acto: Qui ridono i fioretti e l’erba è fresca / Ai piaceri d’amor qui tutto adesca. / Vieni, ben mio, tra queste piante ascose / Ti vo’ la fronte incoronar di rose. “Aquí ríen las flores y la hierba es fresca, todo está dispuesto para los placeres del amor. Ven, bien mío; ocultos entre estas plantas, coronaré de rosas tu frente.”

El Fígaro de Mozart mereció la atención del sombrío filósofo Sören Kierkegaard, en un ensayo tituladoLos estadios eróticos inmediatos o el erotismo musical. Cherubino, Don Giovanni y Fausto personifican para él los tres estadios de la relación erótica, que comienza con la indeterminación del objeto amoroso, prosigue con la seducción y finaliza en la duda y en la angustia. No es obligado seguirle hasta el final de su argumento, como tampoco hace falta estar de acuerdo con la asociación tal vez demasiado traída por los pelos que establece Wilhelm Reich entre la revolución sexual y la revolución social. Yo me he limitado aquí a señalar la condición democrática radical del deseo amoroso, y el hecho de que, a través de la subversión de las convenciones y las jerarquías, y de la liberación de las ataduras sociales, apunta a un orden moral y social nuevo. Un orden en el que, para utilizar una imagen de Goethe retomada en fecha reciente por el sociólogo Ulrich Beck, «florece el limonero» y la vida alcanza una calidad mejor y más grata para todos.

sábado, 10 de mayo de 2014

LA FIDELIDAD DE RAIMON

Desde mi butaca en el segundo piso de un Palau de la Música abarrotado, y mientras presenciaba uno de los recitales más redondos y completos de Raimon a los que he asistido (y han sido muchos), se me ocurrió que la fidelidad inquebrantable de su público es un reflejo de la fidelidad del propio cantante y poeta a sí mismo. «T’he conegut sempre igual», fue su elogio en los años oscuros a Gregorio López Raimundo. Nosotros, su público, podíamos habérselo cantado a él anoche.

Dos imágenes de una fuerte carga simbólica dan título a dos de sus primeras canciones y recorren a partir de ahí toda su poesía: “el vent” y “la nit”. El viento sopla en contra, estamos expuestos «al vent del món». Constatación metafísica quizás, pero más tarde, y sobre todo, expresión de un compromiso civil:«Encarat sempre amb el vent / a contracorrent m’he fet.» Lo mismo ocurre con la noche: es una enemiga existencial («… de cremar amor nit vella / de sentir la mort tot sol. / La nit. / La nit és llarga, la nit»), y también portadora de amenazas muy palpables para unos militantes clandestinos que temen que el ascensor de la represión se detenga en su piso: «… jo i tu impotents front a la nit: / aquesta vella, odiada nit.» Y en otro poema, enlazado al anterior: «Ells arribarien de nit, n’érem segurs.»

Se produjo en un momento crítico, para suerte de Catalunya, el encuentro y el reconocimiento mutuo de dos grandes figuras de una cultura ninguneada desde el poder, ambiciosa en las formas y resistencial en los contenidos: Raimon cantó a Salvador Espriu, y Espriu escribió versos para que Raimon les pusiera música. Y se constata la continuidad de las mismas imágenes, en textos de Espriu con la voz de Raimon:«elevem en la nit un cant a crits»  y «home salvat en poble contra el vent» (en Indesinenter), «Però ara és la nit, i he quedat solitari…» (Cançó de capvespre), «Amb el vent contra tu, cavalls salvatges»(Cancó del triomf de la nit), «Ah, joves llavis desclosos després de la foscor, si sabíeu como l’alba ens ha trigat, com és llarg d’’esperar un alçament de llum en la tenebra!» (“¡Ah, labios jóvenes abiertos después de la oscuridad, si supieseis cuánto ha tardado el alba, qué larga ha sido la espera de una luz que se alza en la tiniebla!”, Inici de càntic en el temple.)

Y también cuando Raimon puso música y voz a la gran literatura en lengua catalana, fue a elegir las mismas imágenes en la obra de Ausiàs March: «Veles e vents han mos desigs complir…» (Velas y vientos han de satisfacer mis deseos), «Lo jorn ha por de perdre sa claror / quan ve la nit que expandeix ses tenebres…» (El día teme perder su claridad al llegar la noche que extiende sus tinieblas.)

Hay una gran consistencia en el mundo de imágenes poéticas de Raimon, en particular las que se refieren a vivencias no estrictamente individuales, a las «que jo sent junt amb altres», “que siento junto con otros”. La secuencia completa viene a ser la siguiente: Contra el viento, en la noche, el canto quiebra el silencio del miedo, «de la por». Y ese canto, que expresa un rechazo, un gran No, se hace colectivo, coral: «Diguem No», «No anirem al darrera d’antics tambors», «Nosaltres no som d’eixe mon», «No em trobe sol, company, no et trobes sol.» He ahí el “mensaje” inequívoco del primer Raimon, del Raimon que sigue imperturbable entre nosotros. (Qué gran acierto el prólogo del recital de anoche a cargo de la coral infantil del Orfeó Català. Nada más apropiado que un conjunto de voces de niños para entonar “D’un temps, d’un país” y “Diguem no”.)

Junto a las imágenes, consistencia también en el instrumento: la lengua. Nunca ha querido Raimon utilizar en su carrera otra distinta de su lengua materna. Dos adjetivos para ella: estimada, maltractada. Y por fin, consistencia en la fuente de su inspiración, en ese fondo colectivo del que surge la canción: el pueblo, la gente, las calles repletas de hombres y mujeres que trabajan «als petits tallers, a casa o al camp.» No hay mística ni glorificación en la lucha antigua, sorda y constante de esa gente, «gent que anomenen clases subalternes», «gent sense místics ni grans capitans, / que viuen i moren en l’anonimat.»

Un cronista del recital del Palau ha apuntado la hipótesis de un “alejamiento” progresivo de Raimon de la política. No lo creo. La palabra alejamiento implica cambio de posición relativa, y Raimon siempre ha estado en el mismo sitio. «Ara digueu: ens mantindrem fidels per sempre més al servei d’aquest poble», ha cantado y sigue cantando con palabras de Espriu. Esta fidelidad a sus raíces («qui perd els orígens, perd l’identitat») sigue presente, poderosa, intacta. Quizás, pienso yo, no ha sido Raimon quien se ha alejado de la política sino la política, y me refiero a la política partidaria, la que se ha alejado de Raimon. No de él en particular, claro, no hay nada personal en este asunto. Quizás la política, enfrascada en magnos empeños superestructurales, se ha alejado del pueblo, de la calle, del trabajo, de las clases subalternas, de todo lo que Raimon canta y sus seguidores cantamos con Raimon.