jueves, 31 de mayo de 2018

EL BOLSO DE SORAYA


(Crónica in situ de nuestro enviado especial Ginés de Pasamonte)

─Nos hemos vuelto todos locos.
Nos encontramos en el restaurante Arahy, en la madrileña calle de Alcalá. Es jueves 31 de mayo. Hora, las cuatro y unos minutos de la tarde. Quien ha pronunciado las anteriores palabras, en voz baja y para sí mismo, es el aún presidente del Gobierno de España. Delante del lugar que ocupa en la cabecera de una mesa larga de muchos comensales, tiene un cortado y un dedalito de orujo helado, aún sin tocar. Acaba de recibir la noticia de que Zinedine Zidane abandona el banquillo del Real Madrid.
─Tengo que hablar urgentemente con Florentino─ le dice a la vicepresidenta, sentada a su lado.
─Llámalo mañana, te va a sobrar el tiempo.
─Mañana puede ser tarde.
─Pues ahora mismo nos están esperando en el Congreso, Mariano.
Esta tarde el portavoz del PNV va a confirmar el apoyo decisivo de los votos de su formación a la moción de censura que se está debatiendo. Luego hablarán Rivera e Iglesias, y les contestará Pedro Sánchez. El presidente no puede tragar a ninguno de los tres. Está dispuesto a escucharles como un sacrificio (uno más) por el bien de España, hablando en términos generales. Pero no a hacerlo precisamente hoy. No sin Zidane.
─Zoraida, yo no voy, no tengo cuerpo para sentarme en el congreso a escuchar.
─¿Y qué vas a hacer, entonces?
─Me quedo aquí tan ricamente. ¿Verdad que no te importa?
─No. Ni falta que haces.
La vicepresidenta lleva años gestionando todos los marrones que le traspasa su superior jerárquico. Incluso le hizo la suplencia en la campaña electoral.
─Cuídame el asiento, Zoraida. Esos desaprensivos inexpertos y contumaces son capaces de sentarse si lo ven vacío.
─Pondré el bolso.
─Buena idea. Gracias una vez más.
─Que te zurzan.
La vicepresidenta se levanta de la mesa, se echa al hombro su voluminoso bolso y sale a la acera, donde espera el coche oficial. El aún presidente de la nación da un sorbito al café, y tira de móvil.
─Floren, macho, ¿qué es eso que me cuentan?
 

FIN DE CICLO POLÍTICO


Todo está decidido ya en las tablillas de los escribas sentados, salvo quién será el presidente que convoque elecciones anticipadas. Mariano había maniobrado con astucia y retranca para conseguir la aprobación de los presupuestos y asegurarse dos años de legislatura tranquila. La operación fue un éxito, pero el paciente murió de todos modos. De hecho, el paciente estaba muerto de antes. “Premuerto”, lo llaman en derecho. Había recurrido a la judicialización de la política, y fueron los jueces los que le dieron el finiquito en diferido, según la fórmula novedosa acuñada por Cospedal en un raro momento de inspiración.
No da de sí el percal para dos años tranquilos. Los campanarios tocan hoy a difuntos.
Mañana, por descontado, volverán los campanarios, todos, a su cantinela habitual: “qué hay de lo mío”. Una moción de censura no equivale a la regeneración de la política. Se aparta, simplemente, el obstáculo que, colocado en medio del camino, estorbaba la circulación.
Mañana, cuando el trago haya sido apurado de un modo u otro (Rajoy aún puede dimitir, la moción puede reunir o no los votos necesarios, incluso el espectro del caballo de Pavía puede irrumpir de pronto en el hemiciclo), será necesario en todos los cuarteles generales de partidos y coaliciones de todos los colores regresar al ejercicio olvidado de hacer política, y no meramente propaganda. ¡Qué pereza!
Una recomendación a todos desde esta bitácora humildísima: empiecen desde cero.
Despejen la mente, estrenen bloc de notas de riguroso blanco, afilen un lápiz sin usar o descapuchen un bolígrafo recién comprado. Dialoguen sin preconceptos y sin sacar a relucir viejos resquemores. Piensen de vez en cuando, mientras dialogan, en la gente que estamos aquí afuera.
Sigue existiendo el peligro de que todo salga mal. Pero si se aplican ustedes a la tarea, existe también la posibilidad de que consigan cerrar un ciclo político nefasto y abrir otro, forzosamente imperfecto, pero nuevo.
 

miércoles, 30 de mayo de 2018

INDICIOS DE MOVIMIENTO EN EL CAMPO DE BATALLA


Crucemos los dedos. Comentaba ayer la falta de señales de rectificación de posturas en el interior de los artefactos políticos punteros, en relación con la inminente moción de censura; pero de ayer a hoy se han producido tres, nada menos. Dos en el ámbito catalán, y la tercera en la mismísima llanura manchega por la que hazañeaba siglos atrás Don Quijote.
Primera señal, el president Torra sustituye a los cuatro consellers presos o fugados por otros cuatro, intachables. Seguramente no lo ha hecho de muy buena gana, y la ANC no ha tardado nada en tirar de manual y llamarle traidor. Los títulos de traidor concedidos por la ANC tienen aproximadamente el mismo valor que los másters en administración autonómica de la URJC (Universidad Rey Juan Carlos, para los poco familiarizados con el lenguaje prolijo de las siglas). La iniciativa de Torra es sin embargo, sobre todo, una constatación de que los vientos han cambiado de cuadrante, y de que un piloto avisado debe ajustar el rumbo de la nave para que el velamen pueda aprovechar al máximo el nuevo impulso.
Segunda señal, Esquerra Republicana ha anunciado que apoyará la moción de censura. Junqueras lleva algún tiempo clamando desde la larga prisión preventiva que le aflige que es necesario dedicarse a la política y dejar de lado consideraciones más etéreas. Seguramente la marcha a Suiza de Marta Rovira ha facilitado que este punto de vista, llamémoslo materialista dialéctico, haya adquirido fuerza suficiente para desplazar al esencialismo anterior.
Tercera (y ruidosa) señal, la intervención de la ministra Cospedal en el Congreso de los Diputados. Cospedal ha optado por negar la mayor: no existe corrupción, no hay trama Gürtel, nunca hubo caja B y todo es un montaje de Bárcenas para perjudicar a un PP intachable. La justicia no tiene pruebas, por más que las haya descrito pormenorizadamente. Quien diga lo contrario se verá las caras con ella, en la calle.
El lenguaje, la bravata, la chulería deliberada, la negación de la evidencia, están en la línea de un tremendismo de mesa camilla. A mí, siento expresarme así, me recuerda aquella tan difundida afirmación de doña Belén Esteban: «Yo por mi hija mato.»
No mató doña Belén, que cuenta con todos mis respetos, pero sí se consiguió mediante aquella maniobra un acomodo mejor. Tampoco matará doña María Dolores, por más que su mensaje sea inequívoco: “Nadie se haga ilusiones, moriremos matando.” Ella no está luchando en realidad, en este momento crítico, por el ministerio de Defensa que ostenta, sino por conseguir acceder a alguna adecuada puerta giratoria que le permita seguir medrando en otra situación y por otras vías de hecho. La vida sigue, y en ocasiones aprieta lo indecible, en particular a quienes creen tener derecho divino a unos ingresos netos de un volumen extra king size.
La vida, tengo entendido que fue Strindberg quien lo dijo, es corta pero puede hacerse muy larga mientras dura.
 

martes, 29 de mayo de 2018

MOCIÓN DE CENSURA


Cabría esperar de los/las padres/madres de la patria alguna elevación de miras en relación con la moción de censura presentada por Pedro Sánchez, pero todos los indicios sugieren que no está ocurriendo así. La posición más extendida entre los/las próceres/as parece ser: “¿Y yo qué gano con eso?” La sentencia sobre la corrupción organizada del PP ha dejado impertérrita a la parroquia. El representante de Coalición Canaria ha venido a decir que mientras “lo suyo” funcione, lo demás le parece tortas y pan pintado. El veterano socialista extremeño Juan Carlos Rodríguez Ibarra, reconocido como el continuador más dedicado del arte de Cantinflas y de Chiquito de la Calzada, ha declarado sin descomponer el gesto que prefiere “un gobierno que robe a una España rota”. En parecido sentido se ha manifestado Susana Díaz, que ha pedido “cuidadito con quién nos juntamos”, obviando el hecho de que ahora mismo ella está arrejuntada con el mismísimo patio de Monipodio en plenario. El representante del PDeCAT advierte de que el voto de su formación va a tener un precio altísimo, lo cual, ya de por sí, indica un acomodo complaciente al nivel de corrupción realmente existente. Ciudadanos exige elecciones inmediatas para apoyar la moción, y el PNV que no las haya para lo mismo. Cada cual mira por su parcela. Por su campanario, en la gráfica expresión de José Luis López Bulla.
Si eso es lo que nos aguarda este jueves, apaga y vámonos. La prevención escrupulosa hacia los riesgos que pueda comportar lo nuevo no guarda proporción con esa querencia, al parecer irresistible, a retozar y rebozarse en el lodazal, que exhiben sin pudor los portavoces más conspicuos del gallinero. ¿Qué tiene que ver el desalojo del PP de su trinchera con la rotura de España? ¿Qué España sería esa, capaz de sobrevivir intacta solo inyectándose en vena grandes dosis de corrupción y tráfico de influencias?
Sería de agradecer un esfuerzo por parte de todos para diferenciar adecuadamente los dos (o más) problemas que a toda costa se quiere mezclar. No es de recibo consentir el saqueo organizado de la cosa pública con el argumento de que de ese modo se garantiza la unidad de la patria. No existe ninguna disyuntiva entre ambos objetivos, regeneración y unidad son perfectamente compatibles.
Tan solo se precisa una miaja de buena voluntad. Voluntad política, me refiero. Algo que no abunda precisamente en el cotarro.
Y nuestros próceres y próceras lo saben muy bien, mientras trompetean en tertulias y ruedas de prensa profetizando desgracias sin cuento si triunfa la moción.
 

lunes, 28 de mayo de 2018

A MODO DE REIVINDICACIÓN DE JULIO VERNE


Habla en una entrevista Antonio Muñoz Molina de dos libros “iniciáticos” que marcaron tempranamente su vocación literaria: Veinte mil leguas de viaje submarino y La isla misteriosa, los dos de Julio Verne y los dos conectados a la figura imponente del Capitán Nemo.
Yo leí muchas veces esos mismos libros a esa misma edad, lo digo sin alarde.
En los cenáculos se tiene a Verne como pionero de la science-fiction, como el hombre que imaginó algunos de los grandes artefactos tecnológicos que un siglo más tarde empezarían a poblar el mundo. La cohetería espacial, el submarino, esas cosas.
En ese terreno la realidad ha dejado muy atrás las ficciones de Verne. En otros campos, seguramente también. Me refiero a las “lecciones de abismo” que aparecen en Viaje al centro de la Tierra, o a la lucha en solitario que emprende Nemo contra la civilización desde los fondos abisales de todos los océanos, después de darse de baja en los estadillos burocráticos en los que se inscriben los ciudadanos de cualquier país moderno. En último término, el rebelde Nemo representa la misma corriente de transgresión y de subversión que llevó a la Alicia de Carroll a pasar del otro lado del espejo; al Achab de Melville a convertirse en adorador primero, y víctima sacrificial después, de la Gran Ballena; al Jim Hawkins de Stevenson a pasarse en la búsqueda del tesoro desde el bando de los caballeros al de los piratas; al inocente Narrador de Proust, a contemplar fascinado, desde la protección de un desmonte y a través de una ventana casualmente abierta, las prácticas sadomasoquistas de la hija del músico Vinteuil y su amiga.
Carroll, Melville, Stevenson, Proust, y junto a ellos otros príncipes de la transgresión como Baudelaire, Poe, Lautréamont, Rimbaud, Céline, fueron artistas por encima de todo; Verne, un grafómano compulsivo dedicado a componer una saga extensa e irregular de “Viajes extraordinarios”.
Vivió muchas penurias en su juventud, y ya de edad avanzada entró en la política y fue elegido concejal en Amiens. Abandonó a su esposa Honorine un día cualquiera, sin explicaciones, para viajar solo. Recibió un tiro en la pierna, también sin explicaciones, por parte de su sobrino Gaston, teóricamente ligado a él por un gran afecto. Tuvo parálisis facial por culpa de sus largas sesiones de trabajo en una obra literaria abrazada como una religión, que le ha convertido en el segundo autor más traducido de la historia, después de Agatha Christie.
Con toda seguridad no fue un vecino agradable para sus contemporáneos. Su trayectoria vital aparece jalonada por profundidades abisales similares a aquellas en las que se mueve el Nautilus de su invención. No me atrevería a ponerle de ejemplo en ningún sentido.
Yo lo leí durante las siestas veraniegas a las que forzaba mi padre a sus cinco hijos, alguno de ellos de un temperamento hiperactivo. Si no dormías, la única alternativa permisible era leer. La Isla misteriosa y las Veinte mil leguas fueron revisitadas por mí tal vez diez o doce veces en cuatro o cinco años, digamos entre los nueve y los catorce. Y es que los libros (Salgari, Christie, las aventuras de Guillermo, las series de Enid Blyton, además por descontado de Verne) siempre se acababan antes que las eternas siestas impuestas, cuya conclusión esperaba yo impaciente para poder dedicarme a la afición más pura que he tenido nunca: dar vueltas y más vueltas en bicicleta por circuitos seguros y autorizados. Aunque también en mis aventuras ciclistas fue posible, a veces, alguna transgresión.
 

domingo, 27 de mayo de 2018

NADIE ESPERA QUE RAJOY DIMITA


Soledad Gallego-Díaz nos hace un favor a todos, desde su tribuna en elpais, al recordarnos que los considerandos de la sentencia de la trama Gürtel referidos a la responsabilidad del Partido Popular en la construcción del entramado corrupto, y a la falta de credibilidad de las declaraciones de su presidente, deberían comportar de forma inmediata y automática la dimisión del gobierno, según usos inveterados establecidos desde hace al menos un par de siglos en democracia, y según cualquier lectura que se haga de los preceptos de nuestra Constitución, ya sea en sentido recto, inverso, diagonal, transversal o sesgado.
Lo cierto es que nadie, a estas alturas, espera una dimisión de Mariano Rajoy. El único acuse de recibo que se percibe hasta el momento en las altas esferas de la gobernanza del país ha consistido en la indicación hecha a RTVE de “colar” la noticia de la sentencia en los programas informativos en un lugar secundario, fuera de titulares y con un tratamiento minimalista. Como se hablaría de un brote de salmonelosis en la Alcarria, por ejemplo.
Es notoria la escasa sensibilidad de la piel de Rajoy a los pruritos y escozores que comporta el uso regular y habitual de las mamandurrias democráticas. “Piel de elefante”, lo calificó Angela Merkel con cierto estupor admirativo. Cuando todo se está moviendo en el escenario europeo, a la cancillera le alivia los temores y la ratifica en su fe liberal el hecho de contar con un jardinero fiel que no está dispuesto a perder de un día para otro la perseverante confianza en las bondades de la política de mercado, así caigan chuzos de punta; ni a dar un solo paso al costado y abandonar el poder, mientras no lo desentube el equipo médico habitual.
Por esa razón, porque Mariano no está ni se le espera en ese terreno, ha empezado a cocinarse en los territorios de la leal oposición una moción de censura. Damos albricias y al mismo tiempo nos tentamos la ropa. No es imposible que la moción fracase, a pesar de todo; y que cuando todos despertemos de nuestro sueño, el marianosaurio siga allí, impertérrito, y nos comunique que su primer y principal deber democrático como muy español y mucho español consiste en asistir en el palco de personalidades al partido inaugural de la Roja en el próximo Mundial de fútbol.
Si fuera así, ganaría puntos la idea subversiva de que cada pueblo tiene el gobierno que se merece.
 

sábado, 26 de mayo de 2018

EL VENTAJISMO DE RIVERA


Lo diré sin tapujos: Albert Rivera no tiene ni los saberes ni los redaños ni el carisma necesarios para ser alguien en la política. No es un líder auténtico, es fake news.
¿Qué tiene, entonces, para estar donde está? Sustancialmente, dos cosas.
La primera, su sorprendente parecido con San Pancracio, en esas estatuillas en las que aparece asido con una mano a la palma, y un dedo de la otra alzado hacia el cielo. San Pancracio tiene fama de milagrero, y en tiempos se le encajaba en el dedo una de aquellas monedas de dos reales (ahora sin curso legal) que tenían un agujero en el centro. Era creencia popular que el óbolo destinado al santo atraía la buena suerte en mil formas inesperadas, de modo que los sanpancracios se multiplicaron en las repisas de las viviendas y de los talleres en los que la gente humilde suspiraba por un golpe de fortuna que le cambiase para siempre el destino.
No hay ninguna prueba consistente de que la carita sonrosada y el dedito alzado del santo fueran origen en alguna ocasión de una mejoría significada para algún devoto. Tampoco hay pruebas tangibles de que los votos a las listas de Ciudadanos, emitidos como suspiros de aire que van al aire, hayan servido para nada concreto, como no sea incrementar la desfachatez de los representantes electos de la formación.
Ahí entra en juego el segundo punto fuerte de Rivera, su ventajismo. Desde la posición preeminente que le conceden pronósticos electorales más o menos cocinados, Rivera se ha elevado a sí mismo a la condición de líder supremo de las feministas, de los jubilados, de la transparencia, de la lucha contra la corrupción, de la defensa de la Constitución y, ahora mismo, del patriotismo. Es bonito verlo al frente de tantas cosas, pero si nos fijamos un poco más lo único que aporta a tantas justas reivindicaciones son sus mejillas de arrebol y su dedito alzado.
Así está ocurriendo, una vez más, con la moción de censura al gobierno sustanciada después de la sentencia del caso Gürtel. Cabe recordar que va encabezada por Pedro Sánchez, secundado por los líderes en cuarentena de Podemos. Cabe recordar también que está causando fuertes debates en los ámbitos de los nacionalismos de derechas (JxCat, PNV) incapaces de decidir, en la ocasión, si son más nacionalistas que de derechas, o a la inversa.
La posición de Rivera es, como siempre, clara y tajantemente ventajista. Está en contra de la moción (no le reporta ninguna ventaja personal), de modo que exige: su retirada, primero, y la convocatoria inmediata de elecciones generales después.
Un observador benévolo sacará la conclusión de que lo que desea Rivera es gobernar. Falso. Lo que desea es: a) que siga gobernando un PP llegado a estas alturas a un grado insoportable de putrefacción, y en consecuencia infinitamente maleable a las presiones desde retaguardia; b) contener un previsible crecimiento de las izquierdas plurales, y evitar acuerdos potenciales de conllevancia entre esas izquierdas y las opciones nacionalistas más sensatas, que puedan variar las coordenadas generales de la situación política en el país; y c) seguir indefinidamente en el candelero como deus ex machina, o pepito grillo, o sanpancracio del sistema así acartonado, evitando que nada cambie porque cualquier cambio podría arruinar el momio que le ha llegado por intercesión del Ibex divinal.
 

jueves, 24 de mayo de 2018

PREMIEN A FRED VARGAS


Hace ya algún tiempo incluí en estos ejercicios de redacción un consejo absolutamente desinteresado: “Lean a Fred Vargas”. (1)
Incluí, no faltaba más, los motivos que se me ocurrían para hacer lo que yo proponía. No retiro ni un milímetro de lo dicho en la ocasión, si bien he de hacer constar que desde entonces he leído algunas historias de Vargas demasiado brumosas, inconsecuentes y deshilachadas para rectificar mi anterior consejo. “Lean a Fred Vargas, pero no cualquier cosa”, sería entonces el matiz añadido. Lo he consensuado a medias con el magistrado Miquel Falguera, letraherido como yo del género negro y cuya posición sólidamente defendida es, no exactamente igual, pero sí simétrica a la mía. Esto es lo que él propone: “No lean a Fred Vargas, salvo alguna excepción”. A ustedes, lectores, les corresponde calibrar los parecidos y las diferencias entre la propuesta de Falguera y la mía.
El caso es que este año se ha concedido a la escritora el Premio Princesa de Asturias de las Letras. Por qué a ella y no a otro escritor cualquiera, esa es la cuestión. Es sabido que la concesión de premios literarios está sujeta a consideraciones complejas y a equilibrios delicados. Tocaba premiar a una mujer, por ejemplo; y a una mujer con algún compromiso palpable con el feminismo, si bien no con una militancia directa, dado que las militancias directas dañan la posición de Punto Fijo y de función arbitral que la teoría atribuye a la Corona.
Acotado así el campo, y habida cuenta de que Margaret Atwood, la prestigiosa inspiradora de la serie televisiva del cuento de la criada, ya había recibido el premio en 2008 y no se estila repetir, era necesario buscar alguna novedad en el género. Al parecer fue Gustavo Suárez Pertierra quien hizo la propuesta de Vargas, y esta fue finalmente aceptada. Seguramente no ha llegado aún el momento de galardonar a alguna de las escritoras africanas que despuntan; de África nos llega ya demasiado personal no convocado, y un galardón a destiempo podría ejercer un indeseado efecto llamada.
Fred Vargas está en el punto justo de compromiso y no compromiso que se buscaba. Premiarla ha sido una solución hábil, más que una justicia incontestable. Es francesa, pequeño defecto en un momento de tanto patriotismo mal contenido, pero el seudónimo Vargas trae ecos patrios, y también Albert Rivera, que solo ve españoles en todas partes, ha recurrido a un francés de nombre aceptable, Manuel Valls, para acabar de rellenar sus propios estadillos electorales.
Fredérique cumplía todos los requisitos necesarios y no está perseguida por la Fiscalía, como les ocurre a Valtonyc y a Willi Toledo. Era claramente premiable, y ha sido premiada. No desentona en relación con lo que se está dando por ahí, y este año además no habrá Nobel de literatura.
Todo en orden, entonces. Para ustedes, lectores, el único dilema se retrotrae a lo que ya les planteé hace cerca de cuatro años: Lean a Vargas, como yo propuse entonces, o no lean a Vargas, como sostiene con toda legitimidad mi amigo Miquel Falguera.
 


 

EQUIDISTANCIA COMO HOMEOPATÍA


In medio virtus, predicaban los romanos antiguos, en el medio está la virtud, y seguramente por culpa de la magia de los latines la frase fue trasladada a los catecismos escolares de urbanidad y buenas costumbres acuñados con el Nihil obstat (no hay objeción) de la censura eclesiástica, que en nuestro país ha sido casi toda la censura existente y desde luego la más acreditada, desconfíe de las imitaciones.
Es así que nos queda a todos, veteranos y en gran medida también jóvenes, una tendencia inquietante a quedarnos a la mitad en todo, a empantanarnos (Coscubiela dixit) por la inercia heredada que nos lleva a concebir el exceso de cualquier clase como la peor manera de señalarse, y la prudencia como la más excelsa de las virtudes.
Estar en medio de todo sin destacar en nada, ese sería el desiderátum. Tiene poco que ver con la ética ─nadie, que yo sepa, preconiza que el ideal ético consista en una equidistancia─, y mucho en cambio con la cautela. Robar sí, pero sin que se note mucho. Corromper, pero no a cualquiera. Violar en grupo, pero con la justificación de que era broma. Prevaricar, malversar, prostituir, sobornar: todo es posible, nihil obstat, pero siempre en una proporción razonable, sin exagerar nunca. Aquí no pasa nada salvo alguna cosa, según la definición magistral de Mariano Rajoy acerca de lo que está ocurriendo de puertas adentro de su propia casa.
Quim Torra, el flamante president de una Generalitat catalana doblemente vicaria, vaticinó que la proximidad de la sentencia de la Gürtel conllevaría como reacción, a modo de diástole consecuente a la sístole, una nueva macrorredada de la Guardia civil en alguna institución dependiente de la Generalitat catalana.
Así ha sido, punto por punto. Premio para el caballero.
No obstante, la macrorredada en cuestión ha detectado un desvío de 10 millones de euros para las necesidades del procés. No hay una simple oscilación del péndulo, entonces, y en el medio no está la virtud. En el medio de la doble dinámica, y equidistante de dos excesos delictivos, se ha encontrado otro delito más contra la propiedad pública. La única diferencia es que este quedaba más disimulado; pero no era menos delito.
Ni la teoría ni la práctica de la equidistancia nos sirven para nada. Necesitamos sanear a fondo las instituciones, no un simple baldeo de cubierta; necesitamos cambios estructurales, y no homeopatía.
 

miércoles, 23 de mayo de 2018

TRÁIGANOS EL MUNDIAL, SEÑOR LOPETEGUI


Cuenta Enric Juliana que en el verano de 1948, en un momento particularmente difícil para la República Italiana, el presidente De Gasperi llamó por teléfono a Gino Bartali y le pidió: “Gino, tráenos el Tour.”
Habían disparado a Palmiro Togliatti, que por su parte había provocado un terremoto en las bases obreras de doble observancia comunista y católica al abandonar a su compañera desde veintitantos años atrás, Rita Montagnana (una institución en la izquierda trasalpina, activa en el movimiento de los consejos y en las ocupaciones de fábricas en los primeros veinte, presente en el grupo fundacional del Partido Comunista italiano, directora del periódico político La Compagna), para unirse sentimentalmente a la joven, bella e inteligente Nilde Jotti, exponente destacado de la “nueva ola” del Partito Nuovo.
La crisis económica e institucional podía derivar en una guerra civil, reactivando la tradición partisana y poniendo en peligro la muy reciente y aún no del todo asimilada svolta de Salerno; ese era el planteamiento de fondo. De Gasperi intuyó que un gran éxito deportivo podía crear un sentimiento nuevo de pertenencia en un país dividido. Y Bartali estaba corriendo el Tour de Francia.
Del efecto balsámico que tuvo su victoria no cabe ninguna duda. Años después se referiría al tema Giulio Andreotti, en una de sus digresiones históricas ante el Parlamento. Tampoco queda fuera de lo habitual el telefonazo del líder político al as deportivo, para decirle algo parecido a: “tu victoria es la de todos nosotros.” Tenemos ejemplos innumerables al respecto.
A Gino Bartali seguro que no le hacían falta tales ánimos. Había ganado el Tour en una ocasión anterior, en 1938. Después, cayó sobre Francia y sobre toda Europa el telón de la guerra, y la serpiente multicolor interrumpió su deambular por las carreteras francesas. Podían haber sido los años de oro de un ciclista en la plenitud de sus fuerzas. En 1948, con 34 años ya y la amenaza de un Fausto Coppi cinco años más joven, el Tour podía suponer para Bartali la última oportunidad de renovar su corona de campeón.
Ganó siete etapas, la clasificación general y el premio de la Montaña. No porque lo necesitara Italia, y menos aún De Gasperi. Por sí mismo, por su palmarés.
Dinosaurios como Mariano Rajoy y jóvenes leones como Albert Rivera y Pedro Sánchez, telefonearán, o tuitearán, al seleccionador de fútbol español con miras a colgarse ellos la posible medalla de una victoria en el Mundial de Rusia, o por lo menos a no quedar fuera del festín: «Tráiganos el Mundial, señor Lopetegui.» Como en el caso de Bartali, el aliento de los políticos será enteramente superfluo, y solo la competitividad del equipo, el acierto y la suerte influirán en la posible conquista de la Copa del Mundo para España.
Pero es poco probable que, incluso en el caso hipotético de una victoria española, esta sirva para hacer desaparecer o para atenuar cuando menos los fortísimos clivajes (excusen el terminacho sociológico) que delimitan los campos políticos en presencia. En 1948 el patriotismo era un sentimiento dudoso, pero ingenuo hasta cierto punto y capaz de saltar sobre barreras y parteaguas establecidos. El patriotismo de hoy día es más dudoso aún, y sirve a sentimientos nacionalistas excluyentes. Sus valedores no tienen ninguna intención de airear en público su origen oscuro y su alcance real, porque ambos son sencillamente inconfesables.
 

martes, 22 de mayo de 2018

LAS OTRAS CATALUÑAS


Lo pregunta José Luis López Bulla en su bitácora de referencia: ¿Cuántas Cataluñas hay? (1)
Suscribo ce por be toda su reflexión. Primero fue el “Catalunya, un sol poble”, eslogan engañoso porque asumía que catalán era la persona que vivía y trabajaba en Cataluña y votaba a Jordi Pujol; condición inexcusable esta última, junto a las otras dos previas, para aspirar a la plenitud de la herencia feliz que nos habría dejado el comte Guifré con las cuatro barras de sangre de su escudo.
Ahora predomina la idea de “dos” Cataluñas confrontadas, seguramente como consecuencia «de la tradición binaria de Occidente, que perezosamente se encoge de hombros ante la complejidad de las sociedades», dice el maestro.
Se abre paso sin embargo, trabajosamente, la idea de una tercera Cataluña no adscrita a ninguna de las dos opciones anteriores: la de los “equidistantes”, sobre los que ambos bandos arrojan la sospecha de la traición. Diré al respecto que sobra el “equi”, que nos encontramos simplemente “distantes” de la tremolina que pretende reducir a un máximo común divisor toda la rosa de los vientos de una diversidad secular: la Catalunya urbana y la rural, la de la costa y la del interior, la de regadío y la de secano, la empresarial y la trabajadora, la autóctona y la de la migración, la institucional y la movimientista, la del Noi del Sucre y la de los hermanos Badía…
Etcétera, etcétera. Hay muchas, infinitas Cataluñas, pero muchas de ellas han sido ocultadas a conveniencia por la propaganda oficial (¿Un sol poble? ¿De qué?). Hay muchas historias de Cataluña, también, y existe entre las elites una compulsión precipitada a empujar al rincón de los pasos perdidos la historia de las clases subalternas, las que proporcionaron toda la energía eléctrica necesaria para iluminar de forma adecuada el escaparate brillante de una historia oficial inventada en buena parte, o por mejor decir fabulada.
España, sin embargo, tiene que ver muy poco en todo esto. La historia de España, vista por ejemplo desde la pinturilla con la que Albert Rivera disfraza una óptica antañona y desfasada, apenas presenta puntos de conexión con cualquiera de las Cataluñas realmente existentes. Es la historia de una unidad desencarnada, de una España ideal que arrastra como grilletes en los pies múltiples y diferentes Antiespañas dedicadas a lo largo de los siglos únicamente a joder la marrana: moros, judíos, masones, comunistas, librepensadores, herejes, heterodoxos, terroristas,… y también catalanes.
Así estamos hoy en presencia los separatistas, los separadores y ese tercer gran grupo, el de los simplemente distantes. Entre los tres no agotamos todas las facetas, todas las posibilidades de una Cataluña y una España como las querríamos.
Mala suerte.
 


 

lunes, 21 de mayo de 2018

QUE TODO LO VISIBLE ES TRISTE LLORO


No me apetece rasgarme las vestiduras por el chalé que Pablo e Irene han comprado en la sierra madrileña. Tampoco voy a participar en la encuesta promovida por “Público” sobre si deben o no dimitir de sus respectivos cargos políticos. Son asuntos que me pillan muy a trasmano. Si algún día, por la extensión que puede llegar a adquirir esta moda de consultar con la militancia los asuntos cotidianos de la intendencia particular, los mismos Pablo e Irene, o los sucesores millenials que les reemplacen en la escena política, someten a votación popular la decisión de adquirir un horno microondas para su cocina, con gusto marcaré la casilla del Sí, porque llevo años convencido de que el microondas, y no el perro, es de largo el mejor amigo del hombre (léase, del varón) en la actual coyuntura tecnológica.
Pero el asunto del microondas sería la excepción. La regla establecida para mi coleto es la de abstenerme de opinar en todo lo que se refiere a la “visibilidad” particular de nuestros y nuestras líderes consolidados/as. Mi posición al respecto vendría a coincidir, palmo más palmo menos, con la de Fray Luis de León cuando dejó escrito (admirablemente escrito, por cierto) «que todo lo visible es triste lloro.»
Fray Luis tenía de qué quejarse. Su propia visibilidad como catedrático en Salamanca le acarreó una lluvia de críticas solapadas primero, a grandes voces y en coro después, que determinaron a la Santa Inquisición ─institución no tan moderna y neoliberal como quieren hacernos creer algunos─ a imputarlo como judaizante. Pasó casi cuatro años en prisión, pudo volver a su cátedra en Salamanca, y reanudó sus lecciones en el punto en que las había dejado, con un «Decíamos ayer…» como único comentario a su prolongada ausencia.
Hoy se promueve y se exalta la visibilidad de los líderes, y las bases tienden a vivir por procuración sus mínimas decisiones sobre asuntos rutinarios, muy en particular cuando esas decisiones afectan a la “imagen”.
No diré que esa circunstancia sea buena o mala en sí misma. Puestos a comparar, es mucho más llevadero lo que les está pasando a Irene y Pablo que lo que le ocurrió al bueno de Fray Luis. La gran diferencia entre los dos casos es que el poeta agustino buscaba la elevación serena del alma sobre la muchedumbre («el oro desconoce / que el vulgo vil adora»), en tanto que Pablo e Irene / Irene y Pablo, más prosaicos y sensibles al juicio del “vulgo vil”, someten su ética y su estética política, que es como decir su alma, a votación decisoria de las bases.
 
Nota.- Los versos de Fray Luis citados arriba forman parte de su Oda III, “A Francisco Salinas”, y el lector puede con un par de clics buscarla en Google y leerla sin grave perjuicio de tiempo (es corta) y tal vez con algún placer y provecho.
 

domingo, 20 de mayo de 2018

DE PERDIDOS AL RÍO


El Investido catalán, Quim Torra, se ha dirigido por carta al presidente del gobierno español Mariano Rajoy, en demanda de un diálogo “sin límites ni condiciones”. No se adivina la intención del 131º president de la Generalitat al señalar lo que queda entrecomillado. Podría estar ofreciéndose a no poner por su parte ningún límite ni condición al Estado central, pero ese ofrecimiento resulta contradictorio con el hecho de que ya se ha incumplido por parte catalana un límite o condición previamente impuesto: el de no nombrar consellers presos ni fugitivos. Cuatro ha nombrado Torra.
Entonces el sentido de la frase no parece ser el de una oferta, sino el de una amenaza. A saber: Estamos dispuestos a dialogar, pero no de ningún modo a admitir límites ni condiciones.
Un absurdo. Eso no es negociación, sino una tertulia en la 5. Habría sido más veraz, y seguramente también más sensato, salir de inicio con la proposición: “dialoguemos, pero con los límites y condiciones inexcusable que a continuación se enumeran.” Una vez establecida adecuadamente y conocida por la ciudadanía la doble batería de límites y condiciones establecida desde ambas partes para la negociación, todos tendríamos una idea más clara del recorrido posible de dicha negociación: corto en todo caso, pero tal vez "muy muy" corto, o por ventura no "tan" corto.
En las circunstancias establecidas y corroboradas, la respuesta del gobierno ha sido la previsible: prolongar sine die la vigencia del 155. No se endurecen de momento sus términos (es decir, sus “límites y condiciones” en el lenguaje de Torra), pero tanto Rivera como Sánchez están por la labor de seguir dando leña al mono hasta que hable inglés. Mariano Rajoy disfruta de momento de la prerrogativa de situarse en el centro del tablero político y reclamarse por consiguiente del partido de la moderación. Sin embargo, su propia situación altamente inestable le empujará más temprano que tarde hacia la línea punitiva pura y dura ampliamente mayoritaria en España en este momento. Y nadie podrá objetar la inexistencia de razones de peso para ello.
Ese endurecimiento es lo que desea la CUP, consecuente con su visión antisistema (“cuanto peor, mejor”), y a donde apunta también JxCat, formación en desguace político a la que solo el caos absoluto puede mantener en el candelero (“de perdidos al río”).
Y así estamos, en equilibrio sobre la cuerda floja. El Plan D del independentismo ha entrado en vía muerta nada más arrancar la nueva etapa. Los adivinos y los arúspices van ya de retirada hacia el antro de la Sibila para conjeturar, en base a las entrañas de las bestias sacrificadas y al vuelo de las aves, quién será el/la  president número 132 de la Generalitat.
Tal vez consigan averiguar, de paso, si todos los trabajos llevados a cabo hasta ahora por la independencia, y los que vendrán, van a servir de algo con vistas a un mayor bienestar así material como espiritual, tanto de los catalanes como de los españoles en general. Cosa que, en principio, es el objetivo confesado de la política, y el único argumento válido de su utilidad social.
 

viernes, 18 de mayo de 2018

DÍA DE LOS MUSEOS


La idea decimonónica del museo era la de un sancta sanctorum al que solo había de permitirse acceder a aquellos iniciados en los misterios que demostraran un discernimiento adecuado de los prodigios ocultos que allí les iban a ser revelados.
La fuerza de las cosas (entre ellas: las nuevas tecnologías de la información ─ también de la información visual ─, la explosión del turismo de masas, la democratización de la cultura, el abaratamiento de las tarifas en medios de transporte antes prohibitivos) ha cambiado de arriba abajo la relación entre museo y visitante. Antes el museo era una imagen de marca prestigiosa, gestionada por los ministerios de Cultura correspondientes y que se ufanaba de una clientela selecta y exclusiva. Ahora el museo multiplica las exposiciones y muestras temporales, acude a la propaganda de los medios y programa grandes “revistas” de su material con el objeto de que el visitante no solo franquee sus puertas una vez en la vida, como antaño los musulmanes en la Meca o los jóvenes ingleses y alemanes de clase alta en su Gran Viaje a la cuna de la antigüedad clásica; sino que asista repetidamente a unas salas capaces de proporcionarle incentivos y estímulos renovados.
Porque «el público es actualmente una pieza principal de los museos, sobre la cual gira todo. Sin público, no existirían.»
Lo dice tal cual Rut de las Heras en un bonito artículo en elpais, con motivo del Día internacional de los museos. En consecuencia, conocer mejor al visitante y saber qué es lo que lo motiva, forma parte de la estrategia de interacción del museo con el entorno en el que se ubica. En particular con la ciudad.
En el mismo sentido leí no hace mucho una entrevista conjunta a los directores de los cuatro museos más importantes de Barcelona. Ellos iban más allá, incluso. Lo que favorece a una institución, decían, favorece también a todas las demás. Y no solo eso, sino que repercute de forma positiva en el flujo de turistas, en la prolongación de las estancias, en el consumo.
Los museos viven al ritmo de las ciudades, y evolucionan al ritmo de sus visitantes. Es muy arduo sacar conclusiones acerca del provecho inmaterial que cada cual extrae de una visita al museo; pero es un hecho que las personas en general, la gente común, siente un interés mucho mayor que antes por lo que un museo pueda ofrecerle.
Hay categorías diferentes, en ese interés colectivo. Por supuesto. Atiendan al retrato robot del visitante de museo que, en virtud de parámetros aún no definidos del todo con la deseable exigencia cuantitativa, apunta Rut de las Heras: mujer, asalariada, con formación universitaria, de mediana edad y que no va en grupo organizado.
De acuerdo, ellas marcan la tendencia pero no menosprecien al resto, porque el resto es un mogollón de gente que va al museo por razones muy variadas, y espera de él una satisfacción proporcionada a su apetito de cultura.
Hace no mucho tiempo, leí en Público un texto bastante infame en el que se reseñaban los comentarios en tripadvisor o similar de visitantes de museos, para reírse de su incultura. Me llamó en particular la atención el comentario de una pareja de visitantes españoles que decían que la visita a los Uffizi de Florencia había sido el tiempo y el dinero perdido más lamentable del forfait turístico al que se habían apuntado. Cola kilométrica para empezar. La posibilidad ofrecida y aceptada de que les colaran por una puerta lateral con un sobrecoste sobre la entrada. Falta de audioguías con una información adecuada. Ninguna indicación de recorrido, de modo que se vagabundeaba al azar por salas abarrotadas de pinturas hasta el techo. Desconocimiento de lo que veían y de cómo valorarlo (decían, cito de memoria, que no vieron de maestros reconocibles más que dos cuadros de Botticelli ─uno la Primavera, el otro no identificado─, dos de Goya y uno de Velázquez). Y cuando se sentaron en la cafetería para un descanso en la fatigosa visita, les cobraron cinco euros por un pedazo minúsculo de tarta.
Más que reírme de los turistas sometidos a aquella tortura nada refinada (a mí me recordó mi visita a los Museos Vaticanos de Roma, donde me sentí aborregado y maltratado), me pareció que a los gestores y responsables de los Uffizi tendría que caérseles la cara de vergüenza. Porque nadie es responsable del nivel de cultura que tiene o deja de tener; pero quien hace un esfuerzo por avanzar por ese camino, merece que las instituciones adecuadas le faciliten las cosas mediante una apertura de conceptos y una gestión de las cosas dignas del siglo en el que vivimos y de los medios fabulosos que todos tenemos a nuestra disposición para mejorar.
Cosa que por fortuna se está haciendo ya, con buenos resultados, en muchos museos de nuestro entorno.
 

jueves, 17 de mayo de 2018

LEÑA AL MONO


Era previsible, y está sucediendo: la Fiscalía investiga al president Torra por cargos de xenofobia; se ha enviado a las redes europeas un amplio surtido de sus tuits más apestosos, y el Gobierno de España, célebre en el mundo por su repudio exquisito de la incorrección política, ha renunciado a estar presente en la toma de posesión del investigado, no vaya a caerle alguna mancha en el orillo de la túnica sagrada.
No pretendo en ningún caso defender la xenofobia; tan solo señalar que se trata de un haba que se cuece en muy diferentes latitudes. Se nos excusará cierta insensibilidad cuasi patológica en este tema a quienes venimos de muchos años atrás siendo calificados de “catalufos” y otras lindezas idiomáticas que no constan en el diccionario de la Real Academia. No ha habido matices diferenciales en ese pimpampum; se ha dado como hecho probado que existían gatos persas, y se ha concluido sin más en este asunto que todos los persas eran gatos.
Conviene sin embargo distinguir entre las personas y las instituciones representadas por esas personas. Si algo se quiere proponer desde el Centro respecto de la relación ─asimétrica o simétrica, para el caso─ de Cataluña con el resto de las autonomías y con una España no esencialista ni solipsista, ese algo habrá de ser propuesto, hoy, necesariamente a Quim Torra. No valen, o no veo cómo pueden valer, baipases ni puenteos. Lo que haya de hacerse (y habrá de hacerse pronto) habrá que hacerlo con él. No con Quim Torra en tanto que xenófobo, sino en tanto que investido.
Así están las cosas. Yo he formado parte años atrás de varias comisiones negociadoras de convenios nacionales. No apreciábamos particularmente la personalidad de quienes se sentaban frente a nosotros, pero nunca se elige con quién negocias; la negociación surge de la necesidad de encontrar, conjuntamente con la parte contraria, soluciones a conflictos, o dicho de otro modo a unas dificultades comunes pero contrapuestas.
Se da en este sentido una ceguera particular en la actitud general del gobierno. Se diría que sigue aún acomodado en una mayoría absoluta que hace años que no existe, y cerrado en la idea de imponer las soluciones que le apetecen, en bloque, cuando solo le es dado negociarlas, cediendo algo de su parte a cambio.
Quim Torra no es Carles Puigdemont, ni Jordi Sánchez, ni Jordi Turull, ni Marta Rovira, ni Elsa Artadi. Tampoco es algo muy distinto, pero cumple con los requisitos mínimos que se exigían a un candidato a la investidura. Los esfuerzos actuales del gobierno por descalificarlo y de la fiscalía por procesarlo, solo tienen una lectura posible: el problema de Cataluña no se pretende negociar, la consigna es avasallar.
En sentido propio y directo, avasallar es convertir a hombres libres, a ciudadanos, en vasallos. Es más o menos eso: leña al mono. En la propuesta recurrente de diversos políticos centralistas, ahora verbalizada por el siempre zafio Losantos: bombardear Barcelona.
Eso no es xenofobia, claro.
 

miércoles, 16 de mayo de 2018

LOS ELEMENTOS DE LA PATRIA


La escenografía minimalista de Carles Grouchemont para sus encuentros parapolíticos en Berlín incluye dos elementos simbólicos evocadores de la patria: de un lado, un sillón historiado con visos de trono que lo coloca a una altura ligeramente superior a la de sus interlocutores, obligados a servirse de un sofá; de otro, una talla de la Moreneta de tamaño modesto, colocada sobre una mesita auxiliar.
El poder y la legitimidad. Simbólicos. No hace falta nada más para construir una patria virtual en un escenario cualquiera. La patria es el lugar de donde uno se siente, y ese lugar es mucho más pequeño y anodino de lo que se suele pensar.
Apunto mi recentísima experiencia personal, ahora que estoy de nuevo en Egáleo, Atenas. Los dos símbolos (no puedo llamarlos de otra manera) que me han hecho sentir de nuevo “en casa” han sido el fuerte aroma de especias varias que sale por la puerta de “To Piperi” (La Pimienta), la tienda de nuestra misma calle a la que acudimos cuando queremos sazonar suculentas parrilladas de carne o de pescado; y el trino alegre e insistente de un pájaro colgado en una jaula en la terraza de enfrente de la habitación donde he instalado mi ordenador portátil. Me llega por la ventana abierta de par en par (aquí estamos ahora a un punto menos de los treinta grados). Se trata probablemente de un ruiseñor, pero no soy un experto en aves canoras. A su canción optimista se unirán en algún momento arrullos de tórtolas, estas en libertad. En Barcelona no puedo disfrutar de este tipo de acompañamiento musical.
En “Librotea”, una sección de recomendación de libros que aparece en elpais, daban ayer la lista de las veinticinco obras más influyentes en la historia de la literatura occidental. Bajo este título rimbombante aparecen títulos muy respetables en general, pero cuestionables de todos modos. Vienen ordenados por orden cronológico de aparición. El segundo es la Biblia, pero no se dice cuál. Es decir, se omite el hecho de que unas partes de ese compendio de escritos de origen e intención muy diversos han sido (siguen siendo) verdad divina revelada para unos y ponzoña venenosa para otros, y que los unos y los otros se han perseguido de forma implacable y se han dado muerte de las formas más retorcidas, en defensa o en ataque de versículos concretos. La "influencia", en el caso de la Biblia, va de eso. Resumirla como un monumento cultural sin precisar sus contornos, lo que se incluye en ella y lo que se descarta, es caer en un equívoco complaciente.
Y si la Biblia sin más precisiones resulta una patria difícil para cualquier lector, lo mismo ocurre con la primera, la más antigua, de las recomendaciones de Librotea: la Ilíada, de Homero, historia de una guerra cultural y comercial despiadada, emprendida bajo el pretexto de un tema de violencia de género (el rapto de Helena) en el que las partes dilucidan con la finura de jueces pamplonicas si hubo o no hubo consentimiento expreso o tácito de la víctima.
El libro está mal elegido. Puestos a optar por una de las epopeyas de Homero, la Odisea es de largo la más universal, la más moderna incluso.
Hay muchas interpretaciones posibles para ese recorrido existencial por mil países, por mil peligros, en busca de la Ítaca añorada. Para unos será una historia de legitimidad, de lucha por la recuperación de la pertenencia propia contra unos pretendientes codiciosos.
Pero también es legítimo ver la historia desde el prisma que nos proporcionó Constantin Cavafis en un poema inolvidable (aunque Librotea no lo haya incluido en su Top 25): en el viaje a Ítaca, lo importante es el viaje en sí mismo, la aventura y el conocimiento que se adquieren a lo largo de la esforzada travesía. La patria no es más que el final de la historia, un anticlímax, un lugar donde irán a reposar finalmente tus huesos desgastados por tanta vida vivida apasionadamente en el extranjero ─ en el mundo ─.
 

lunes, 14 de mayo de 2018

CUL DE SAC


En una situación de empantanamiento político en Cataluña para la que no se avizora ninguna solución viable a corto plazo, Joan Coscubiela ha propuesto el recurso a métodos minimalistas de praxis política. “Microsoluciones”, las llama él. Las microsoluciones no son accesibles de inmediato, sin embargo, porque están condicionadas a la concreción de algunas premisas. A saber: a) la constitución de un gobierno para la autonomía, el que sea, porque sin gobierno no es posible gobernar; b) la retirada de la intervención directa del Estado mediante aplicación del artículo 155 de la Constitución, porque no es posible tomar decisiones si las decisiones las toman otros por nosotros; y c) la puesta en libertad preventiva de los políticos actualmente en prisión preventiva, porque no es posible entablar diálogo si no se tiene con quién.
Al parecer, hoy habrá investidura, de manera que la primera de las premisas requeridas por Coscubiela entrará en funcionamiento. Es un paso adelante; si se quiere, y visto que el perfil del candidato “plan D” no da para mucho más, un “micropaso”. Está por ver, sin embargo, si la medida contribuirá a serenar los ánimos de todas las partes contratantes, o por el contrario alimentará la exasperación de las posturas.
No lo digo a humo de pajas. Una de las características singulares del conflicto actual en Cataluña, precisamente la que lo configura como paradigmáticamente “moderno”, es el dislocamiento del orden político esperable a partir de la estratificación social existente, en favor de una transversalidad enloquecida y profundamente anormal (o subnormal, cuestión no excluible en principio).
Me explico mejor. En el último de los sustanciosos artículos sobre el “procés” que el periodista Guillem Martínez viene publicando en CTXT, señala que, en buena parte, ese 48% invariable de voto independentista catalán corresponde a personas que no desean en realidad la independencia, sino hacer constar del modo más ruidoso posible su malestar con la forma en que están siendo gobernadas, así por tirios como por troyanos. En el otro lado del espectro, los votos de Ciudadanos se nutren de gentes que, en contra lo que predica la dirección del partido, están a favor de una profundización de la autonomía y, al menos en un sector de opinión significativo, a favor de la puesta en práctica de fórmulas federales dentro del Estado español.
Ignoro cuáles son los datos de Martínez para señalar estas líneas de tendencia, pero me consta que suele manejar fuentes fiables. Su conclusión se resume en esta reflexión: «Esta sociedad  [se refiere a la catalana]  podría llegar a algún acuerdo, al menos consigo misma, si la existencia del grueso de partidos, en esta crisis democrática, social y económica, no dependiera de que no lo haya.»
Subrayo la conclusión ofrecida: el obstáculo principal para un gran acuerdo de pacificación en Cataluña es que el grueso de los partidos en presencia no lo desea, por razones de propia supervivencia. Lo que se aplica sin duda tanto al vicario en la tierra de Grouchemont como a la intrépida Arrimadas. Átenme esa mosca por el rabo.
Llegar a un acuerdo siquiera sea sobre los desacuerdos, era precisamente una de las microsoluciones avanzadas por Coscubiela en su libro sobre la Cataluña de hoy. Podría ser una forma de empezar a desenredar pacientemente la madeja, de asentar pacíficamente las expectativas del electorado en un cuadro institucional más racional, de buscar alguna salida viable en el impás ─ el cul de sac, lo llamaría Polanski ─ en el que estamos metidos.
 

domingo, 13 de mayo de 2018

REPRESENTATIVIDAD Y EJERCICIO DE LA REPRESENTACIÓN


El compañero Pepe Álvarez, secretario general de UGT de España, se ha metido en un jardín. Con ánimo de defender la posición asumida por los sindicatos catalanes en relación con una cuestión política concreta, ha intentado hacer valer como refrendo la representatividad de las grandes centrales en la defensa de “todos” los intereseses de los trabajadores, tanto laborales como sociales, políticos, culturales y otros. Lean ustedes su artículo “Sabemos cuál es nuestro trabajo”, en Nueva Tribuna (1).
 Voces más ponderadas habían apuntado, antes, que les parecía un error la inclusión de las centrales sindicales en la convocatoria de una manifestación por la liberación de los presos catalanes. Entre ellas, citaré a dos que siento especialmente próximas: la de Quim González Muntadas, también en NT, y la de José Luis López Bulla, en su blog de culto. Ninguno de los dos ha visto mal que el sindicato se “active” en torno a temas que rebasan el ámbito estricto de lo laboral; pero sí ven problemático poner en juego la representación global del sindicato en cuestiones en las que existe división interna en el seno de sus propias filas.
La representación es una cuestión capital para la democracia. Tanto, que puestos a ponerle un calificativo, se ha elegido como el más adecuado el de “democracia respresentativa”. Pero en esta cuestión, como en teoría física, la premisa inexcusable para unos vasos comunicantes es que exista comunicación entre ellos. Si esta existe, el líquido vertido alcanzará en ambos el mismo nivel; si no existe, por mucho líquido que pongamos en uno de los vasos, el otro seguirá vacío o demediado.
Esta cuestión marca la diferencia entre un representante de opinión auténtico, que conoce a la perfección cuáles son sus poderes, cuáles no lo son, y cómo ha de utilizar los que posee, y un “influencer”, que esparce su semilla por las redes a la espera de una cosecha abundante de “likes” anónimos. Javier Aristu lo ha expresado a la perfección en un artículo en el que habla además de otras cuestiones altamente noticiables (“Viendo la realidad”, en https://encampoabierto.com/2018/05/12/6520/)
El compañero Pepe ha incurrido, por otra parte, en su alegato, en un lapsus explicable, que me niego a considerar significativo, pero que quiero señalar “en contrapunto” porque esa es la consigna aguerrida de este blog. Dice así Álvarez, en un momento alto de su argumentación: «Y obviamente seguiremos luchando fuertemente en el plano laboral, porque hay que recordar que tenemos casi 1 millón de afiliados, y que 1,5 millones de votos han elegido a 90.000 delegados y delegadas que nos representan en miles de empresas.»
El subrayado es mío. Resulta obvio que los delegados y delegadas no “representan” a UGT en sus empresas; representan a sus compañeras/os ante la propia empresa, ante el sindicato, ante la administración y lo que encarte. La representatividad no es una lanzadera, un artefacto de ida y vuelta.
Habría sido adecuado escribir “respaldan”, en lugar de “representan”, en la frase anterior. Es entonces, precisamente, cuando aparece la incógnita que todos los dirigentes sindicales, y en particular quienes ocupan una posición destacada en los organigramas, han de saber responderse a sí mismos: ¿hasta qué punto, y en qué ámbitos, están realmente respaldados por sus bases los representantes “establecidos” en el ejercicio de su representación?