domingo, 30 de noviembre de 2014

EL CAMINO DEL PARAÍSO


En su columna de ayer en El País, Manuel Rivas incluía una cita memorable a propósito de Ana Mato: «La ignorancia de la ley no excusa de su cumplimiento, pero el conocimiento, muchas veces, sí.» La frase es de Stanislaw Lec. Yo solo me había tropezado una vez con ese nombre, pero atesoraba su recuerdo. Umberto Eco encabezó uno de los capítulos de El péndulo de Foucault con una cita suya todavía más lapidaria: «No esperéis gran cosa del fin del mundo.»
La sentencia, entre desengañada e irónica, me gustó lo bastante para no olvidarla al paso de los años. Imagino el pellizco de decepción que sentirán nuestros descendientes lejanos o próximos en el último segundo antes de desintegrarse en una catástrofe cósmica, o nuclear, o ecológica, por el hecho de que Dios, o en su defecto la fatalidad, no trabaja en colaboración con un experto en efectos especiales de Hollywood. La frase que se formará en su mente con el último atisbo de conciencia será probablemente: «¿Eso es todo? Me había hecho una idea distinta.»
El caso es que yo siempre pensé que había una errata en el libro y el autor responsable del aforismo era Stanislaw Lem, el escritor de ciencia-ficción. Una segunda errata era improbable, y he acudido a la Wikipedia en busca de más datos sobre Lec. He visto que nació en Lemberg (Imperio Austrohúngaro), y después de años de estudios en Viena regresó a Lwow (Polonia), que era su misma ciudad natal. Después de la Guerra Mundial emigró a Israel como otros judíos esperanzados, pero no aguantó la vida allí más de dos años y se volvió de nuevo a su antiguo hogar, ahora llamado Lviv (Ucrania). Murió allí en 1966.
Durante la guerra estuvo a punto de sufrir una muerte prematura y trágica. De hecho cavó su propia tumba pero, cuando hubo acabado el trabajo, pudo aprovechar un descuido de su guardián y presumible verdugo, un soldado alemán que se había quedado solo vigilándolo; lo mató de un palazo, lo enterró en su propio lugar y desapareció de allí. Años después escribió un pequeño poema sobre el asunto. Es una composición, como era de prever, desengañada e irónica.
Wikipedia ofrece una reducida antología de aforismos de Lec. Elijo uno entre ellos: «Si le preguntáis a Dios por el camino del paraíso, os indicará el más difícil de todos.» Es un buen pensamiento, incluso si sustituimos a Dios por la señora Lagarde del Fondo Monetario Internacional, o por el arzobispo de Granada. Viene a desprenderse del mismo que, en cuestión de trayectos al paraíso, es siempre preferible ejercer de autodidactas.

viernes, 28 de noviembre de 2014

RÉQUIEM POR PHYLLIS DOROTHY


La tradición religiosa mosaica, que es la nuestra, empieza igual que una novela policiaca: un crimen liquida un orden bien asentado – un paraíso terrenal – e inaugura el caos. El asesinato de Abel perpetrado por Caín armado con la quijada de un asno es el verdadero pecado original, más trascendente, mucho más, que ese otro tan publicitado que en último término, y por mucho que Jehová, pillado en un mal momento, se dejase arrastrar por un arrebato injustificado de ira, consistió tan solo en comerse una manzana.
Aquel crimen primitivo nos marcaría a los humanos como género: somos la estirpe de Caín, los réprobos, los eternos deudores frente a la divinidad. Por eso, tanto la religión como la novela policiaca se enderezan al mismo fin: la reparación, mediante una purificación, del orden violentado. Y la purificación vista desde la perspectiva religiosa exige el castigo del culpable y la expiación del pecado, pero también algo más: un sacrificio cruento, el derramamiento de una sangre inocente, bien sea la de Isaac por la mano de su padre Abraham, bien la del cordero que lo sustituye, o bien incluso, magnificando la cosa, la sangre del cordero de dios que baja de los cielos para morir por nuestros pecados.
En ese marco conceptual se mueven las historias de PD (Phyllis Dorothy) James, la autora inglesa que acaba de fallecer a los 94 años en la misma ciudad de Oxford en la que nació. Son historias ambientadas en la época actual, pero curiosamente desenfocadas de los quehaceres y las preocupaciones de la época actual. La autora elige de preferencia escenarios simbólicos, intemporales y muchas veces relacionados con el culto religioso: la sacristía de una parroquia rural, una torre, un seminario aislado, una capilla, un faro. Y en esos escenarios se desarrollan unos crímenes que son actos inscritos en un trasfondo oscuro y llevados a cabo mediante un ritual complejo y exigente. A partir de ahí arranca una investigación minuciosa en la que el detective asume la función de celebrante de una ceremonia solemne y cuidadosamente codificada en el curso de la cual son separadas, analizadas y finalmente reveladas, la verdad y la impostura, la inocencia y la culpa. La revelación descubre el sentido religioso profundo del derramamiento de sangre inicial, y la violencia transgresora es compensada y anulada a través de otra violencia, la legal, amparada en la fuerza inapelable de la justicia retributiva.
El celebrante de la ceremonia, el policía Adam Dalgliesh en la mayoría de sus novelas, tiene una importancia secundaria en la historia que se nos cuenta. Es un personaje revestido de las prerrogativas de su oficio y de su función justiciera; importa poco su vida personal. Quizá por esa razón, el idilio distante y ceremonioso que desarrolló a lo largo de varias novelas PD en un esfuerzo por dar a Dalgliesh unas características “humanas” que le atrajeran la empatía del público lector, resulta poco convincente, incluso levemente irónico y ridículo. La novela más perfecta de PD James, en mi opinión, ni es de Dalgliesh ni desarrolla una investigación policial convencional. Es Sangre inocente, la historia de una mujer adoptada que al intentar averiguar quienes fueron sus verdaderos padres descubre el estigma de Caín inscrito en su propia frente y va a caer al fondo de un abismo moral. “Sangre” e “inocente”, son además dos términos clave en la novelística de PD.
Oigamos sus propias palabras respecto al género literario que practicó con tanta maestría. Ha partido de un planteamiento laico: la novela criminal no es una recreación del mundo sino un sucedáneo del mismo, un pasatiempo inteligente diseñado para producir placer en el lector a través de un mecanismo calculado con precisión milimétrica. Y entonces, de repente, por una puerta lateral, casi sin que la misma PD se dé cuenta, aparece dios en escena: «Especialmente en tiempos tan agitados como los actuales, el lector puede sumergirse en un mundo más seguro, donde la tragedia es un puzle que al final logra resolver un ser humano con valentía, perseverancia e inteligencia, un detective que actúa cual dios vengador.»
Que el dios vengador sea benevolente con dame Phyllis Dorothy James.

jueves, 27 de noviembre de 2014

EN GRECIA, EN HUELGA


El vuelo de Barcelona a Atenas se ajustó a los horarios marcados y resultó plácido, pero no puede decirse que fuera un vuelo «sin incidencias»: mientras estábamos suspendidos en el aire dimitió la ministra de Sanidad española Ana Mato, y mi hija Albertina me advirtió al llegar a su casa de Egáleo que estábamos en vísperas de la madre de todas las huelgas generales ocurridas en el país desde aquel primer tropezón con la crisis que le costó el puesto al primer ministro Papandréu.
La casi coincidencia de la fecha del viaje con la huelga no fue cosa prevista de antemano. Carmen y yo teníamos los billetes desde hace meses porque nos acogimos a una oferta especial de la compañía aérea. Viajamos el día 26 para celebrar juntos el cumpleaños de Albertina, que es hoy día 27. De haber reservado los billetes para hoy mismo, nos habríamos encontrado con un vuelo cancelado.
Se celebraba una reunión del gobierno griego con la troika para arbitrar medidas acerca de la deuda que mantiene el país con la UE y otros organismos internacionales, y la ciudadanía tenía temores fundados de que, siguiendo una costumbre inveterada, los actuales mandatarios aceptaran, sin rechistar o rechistando, que eso poco importa en último término, nuevas imposiciones externas más o menos drásticas. Estaban en juego más puestos de trabajo en una administración ya exageradamente adelgazada, y más recortes salariales. El principal sindicato de los funcionarios y la Confederación General de los Trabajadores de Grecia, más otras organizaciones sindicales menores, convocaron una gran huelga general. Las calles de Egáleo estaban cubiertas de carteles llamando a la huelga y a la gran concentración en plaza Omonia, esta mañana, para marchar desde allí hasta el palacio del Parlamento en plaza Sintagma: el recorrido clásico de las marchas reivindicativas. Los llamamientos más insistentes en ese despliegue de posters eran, en mi apreciación personal, los de Syriza, primer partido del país hoy día en intención de voto, y PAME. Este último es un sindicato vinculado al Partido Comunista griego (KKE). Las cuatro letras son siglas de un título que no transcribo para no hacerme pesado, pero además componen una palabra corriente, que en castellano sería: Vamos. Un pariente próximo de la idea de los Podemos y Ganemos de nuestras latitudes.
Imposible trasladarnos al centro esta mañana, porque el metro funcionaba en servicios mínimos y pasando de largo de las estaciones neurálgicas, y el transporte de superficie  estaba en las mismas condiciones. Me he dado un largo paseo por la Iera Odos, la principal arteria de Egáleo. La Iera Odos (Vía Sacra) era la calzada que conducía desde el centro de la Atenas clásica hasta el santuario de Eleusis (hoy Elefsina), donde tenían lugar unos célebres misterios. Hoy es una avenida comercial animada. Prácticamente todos los comercios estaban abiertos, el tráfico rodado era tan congestionado como siempre, y los quioscos de prensa ofrecían, ya que no la prensa diaria, sí las revistas extranjeras en papel cuché (Elle, Woman, Cosmopolitan) más los refrescos y las chucherías habituales. Percibí, además de la casi normalidad callejera, algunos tímidos signos de recuperación: dos o tres locales comerciales cerrados desde un quinquenio atrás estaban en obras con intención de reabrir (si no engañan los indicios, serán baretos y locales de fast food), y se habían renovado las fotografías de bellas modelos de Woman’s Secret en los grandes paneles situados en alto junto al cruce con Zibon. Más allá de las profundas heridas sufridas por esta ciudadanía, el dinero se acuerda de ella para incitarla al consumo con guiños de glamour y lencería.
El plan de quita parcial y/o aplazamiento de la devolución de la deuda presentado por el gobierno griego ha sido rechazado por la troika, y a la inversa no han sido aceptadas nuevas exigencias de austericidio para un país asfixiado y casi exangüe.  Esas son por lo menos las novedades que hemos alcanzado a saber a través de una televisión poco fiable en general y hoy en servicios mínimos. La huelga ha sido seguida masivamente. Las espadas se mantienen en alto. Es una buena noticia, para los griegos y también para nosotros los españoles.

martes, 25 de noviembre de 2014

SOBRE FEDERALISMO Y OTRAS HIERBAS


Un texto de Enrico Moretti, traducido y publicado en su blog por Javier Aristu (1), nos alerta acerca de una circunstancia relevante: la globalización no está agudizando solo las desigualdades individuales sino también las territoriales, en el interior de una superpotencia política y económica como Estados Unidos, que tiene como se sabe una estructura federal consolidada. Resumido en un telegrama: el dinero escapa de Ohio y se acumula en California; Detroit se hunde mientras Pasadena florece.
Si trasladamos el dato a latitudes más próximas, hay una premisa inquietante que no puede descartarse de antemano, a saber: que la federalización de España vía reforma constitucional no sirva para nada a fin de cuentas.
Parece, cuando uno oye los discursos, que el problema que nos agobia se reduce a Cataluña. Pero las Cataluñas se repiten a lo largo de todo el Estado de las autonomías. Todas tienen un encaje deficiente en el conjunto. Tampoco el conjunto visto como tal aparece como para tirar cohetes. Faltan sinergias en la piel del toro, y falta sobre todo empatía, solidaridad, sensibilidad colectiva. Escuchaba el otro día en un programa de radio una especie de encuesta informal: se preguntaba a los oyentes cuál sería, en su opinión, la última autonomía en independizarse de España. Unos dijeron que Murcia, otros que Castilla y León. Lo cierto es que basta la independencia de una de las partes que la integran para que España entera deje de existir. La última autonomía en hacerlo solo podría ya independizarse de sí misma. Y lo que quede luego de la primera amputación no será ya España; será otra cosa.
Bien está, vista desde ese enfoque, la búsqueda de terceras vías. O cuartas, o quintas. El problema es dónde se buscan. Una reforma de la actual Constitución parece ineludible; pero no es una panacea. Resolver problemas estructurales con soluciones superestructurales es, disculpen el lugar común, hacer un pan como unas hostias. No es que el resultado repugne a la ortodoxia de los métodos y de los sistemas, es sencillamente que no alimenta, que nos deja con más hambre que antes.
Desde diversos ángulos, la oposición está emplazando todos los días, y a grito bastante pelado, al gobierno de la nación a hacer política. Sería bueno, en efecto; al fin y al cabo, es lo que todo el mundo espera que haga un gobierno. Pero de otro lado sabemos desde hace muchos siglos que la política es un asunto demasiado importante para dejarlo simplemente en manos de los políticos. A ese saber antiguo lo llamamos democracia. Dicho de otra manera, es la conciencia de la necesidad de participación de los ciudadanos comunes, no políticos, en la toma de las decisiones de la política.
El resultado de un proceso participativo, sobre todo si tiene un gran volumen y trascendencia, es siempre incierto. Y a algunos políticos les incomoda extraordinariamente esa incertidumbre, a la que en cambio los ciudadanos estamos habituados porque planea sobre todos los aspectos de nuestra vida cotidiana. Los políticos en cuestión detestan la funesta manía de pensar. Prefieren las «soluciones únicas», y para defenderlas recurren a los argumentarios detallados que les proporcionan asesores expertos. Esa es la rutina de funcionamiento que importa quebrar en una situación como la actual. Deberíamos buscar salidas, entre todos, sin tener prefijados desde antes de empezar a discutir los pros y los contras previsibles, las líneas rojas, etc. En una palabra, sin tener decidido de antemano lo que queremos decidir.
Uf, eso es casi un triple salto mortal sin red. Pero me parece obligado empezar así. Y el día después de la decisión, sea esta la que sea, habremos de arremangarnos todos para, en el nuevo contexto, encontrar soluciones factibles a los problemas comunes. Porque un gran consenso ciudadano habrá sido, no la solución, sino el punto de partida imprescindible para poder luego plasmar esa solución entrevista en hechos concretos.

domingo, 23 de noviembre de 2014

SINDICALISMO COTIDIANO


Tiene toda la razón Joan Coscubiela (1) cuando sostiene que el sindicalismo del día a día es la mejor receta para seguir haciendo, durante muchos años más, «caminos sobre la mar» de una realidad tan compleja y difícil como la que vivimos en esta época de crisis sistémicas y de mutaciones. Ese sindicalismo cotidiano, o «de proximidad» como dicen otros, es, ha sido y será imprescindible en la historia de un sindicato como las Comisiones Obreras de Catalunya. Se trata justamente del tipo de comportamiento que tuvieron los trescientos de la fama que se reunieron en una sala de la parroquia barcelonesa de Sant Medir el 20 de noviembre de 1964. Su intención no era fundacional, su perspectiva no era grandiosa: partieron de los problemas comunes a sus empresas y se coordinaron centrándose en el presente inmediato, en el quehacer urgente del día de mañana, sin pensar de momento en el de pasado mañana.
Ahora bien, entiendo que ese sindicalismo “micro” es una condición imprescindible, pero no suficiente, para la supervivencia de un sindicalismo de clase y nacional. Yo diría que se necesita algo más, quizás esa gran panorámica de “meteosat” sindical que el mismo Joan menciona y que no es contradictoria, sino complementaria, a la visión al microscopio. Las dos nos presentan aspectos útiles de la realidad en la que nos movemos. Prescindir de la una y aferrarse en cambio a la otra como si fuera «toda» la verdad, no sería un buen método.
Un solo ejemplo. Joan señala que el sindicalismo tiene una muy buena imagen en los sectores más sindicalizados del trabajo asalariado, mientras que esa imagen es mala o muy mala en los estratos menos permeables a la acción sindical. Hay pocas razones para que nos felicitemos por ese dato. Al contrario, tenemos ahí un problema muy serio. Primero, por las dimensiones relativas y la tendencia dinámica de esos dos sectores de las clases asalariadas: menor y menguante el uno, mayor y creciente el otro. Segundo, y esencial, porque una práctica dirigida a tutelar los derechos de una porción (grande o pequeña) del amplio conjunto de los trabajadores por cuenta ajena, desentendiéndose de los de otra parte, sería por definición corporativismo. Y un sindicalismo corporativo podrá seguir existiendo cincuenta o más años aún, pero nunca cambiará las cosas a mejor para el conjunto de las clases trabajadoras.
El sindicalismo confederal, a lo que entiendo, debe abarcar dos grandes objetivos (por lo menos): uno es el sindicalismo cotidiano, el otro la arquitectura. Arquitectura significa que la casa sindical ha de ser lo bastante amplia y cómoda para dar cabida a todos, y que la estrategia sindical ha de mirar por todos. Un sindicalismo de clase y nacional es rabiosamente enemigo de dejar que se escinda la clase en dos, o la nación en dos. Y estos son temas trascendentes que exigen una reflexión de fondo, permanente, vigilante. Sindicalismo es también previsión. Y dice bien Coscubiela que nadie es capaz de anticipar el futuro en una realidad tan compleja y tan acuciante también como la que nos rodea; pero eso no significa que sea inútil el ejercicio de examinar con calma en cada encrucijada del camino adónde vamos, adónde queremos ir y si el rumbo que llevamos es el adecuado.
 

sábado, 22 de noviembre de 2014

IGLESIA DEL PUEBLO



En la pared lateral de la pequeña plaza sobreelevada que sirve de vestíbulo público a la iglesia de Sant Medir, en Barcelona, fue colocada el pasado día 20 de noviembre una placa conmemorativa de una asamblea obrera celebrada en la misma fecha del año 1964 para coordinar las acciones reivindicativas que se estaban desarrollando en muchas empresas de la capital catalana y su cinturón industrial. En un acto entrañable de ejercicio de la memoria histórica, hablaron mosén Enric Subirà, el actual párroco, y mosén Bigordà, párroco anterior e "histórico" de una parroquia que es casi una leyenda tanto para los cristianos como para los obreros. Hablaron los dos de mosén Vidal, el responsable que cincuenta años atrás acogió en el templo aquella reunión.
Fue curioso, los dos párrocos estaban tan contentos como los representantes del sindicato en aquella pequeña efemérides. Veteranos y dirigentes actuales de las Comisiones Obreras habíamos ido allí para dar las gracias a la parroquia por ayudarnos en tiempos oscuros, y desde la parroquia nos devolvían las gracias porque habíamos acudido precisamente a ellos, y encontraban llena de sentido la circunstancia de que un acto así se hubiera celebrado en un lugar como aquel.
Lo expresó con sencillez mosén Subirà: «La lucha de unas personas por su dignidad y el mensaje del Evangelio tenían necesariamente que encontrarse.»
El mensaje de la redención y el de la emancipación tienen muchas cosas en común. Y si es cierto que las instituciones tienden a encerrarnos en su redil y a separarnos los unos de los otros, también lo es que en un mundo pavimentado de instituciones se encuentran aquí y allá huecos, resquicios, alephs al estilo de los descritos por Borges, en los que van a converger todos los vectores de fuerzas que actúan y se entrecruzan en una sociedad muy compleja y estratificada. Y en esos lugares privilegiados las personas – personas simplemente, sin etiquetas – pueden reconocerse, encontrarse y respirar un aire compartido de libertad.
Del mismo modo que se teoriza sobre la distinción entre un sindicato organizado “para” los trabajadores y un sindicato “de” los trabajadores, que no solo no son lo mismo sino que vienen a resultar contradictorios, creo que también es útil distinguir entre una iglesia para el pueblo, providente y prepotente, encastillada en las cumbres, y una iglesia del pueblo, a ras de tierra, cercana, dispuesta a dar siempre según sus capacidades y que pide según sus necesidades. Yo estoy sin reservas a favor de esa iglesia del pueblo, la de mosén Vidal, mosén Bigordà y mosén Subirà.

jueves, 20 de noviembre de 2014

MI HOMENAJE PARTICULAR AL CINCUENTENARIO DE LA CONC


Yo no estaba en la parroquia de Sant Medir el día 20 de noviembre de 1964. No aterricé en Barcelona hasta el otoño de 1969, con un contrato de trabajo en una editorial de pequeño tamaño. Me casé en 1970, y entré en contacto con el movimiento de las comisiones obreras después de ser elegido representante sindical por mi empresa en las elecciones de 1971. En los años siguientes mi relación con el movimiento sociopolítico que despuntaba en aquellas fechas estuvo marcada por el activismo, pero no por el conocimiento. Quiero decir que participé en la lucha por las libertades tanto en las salas de la casa sindical como en la calle, pero en cambio desconocía el funcionamiento de la industria, los procesos, las máquinas, las características y las categorías concretas del trabajo asalariado en mi sector. Era algo que nos ocurría a muchos de los que estábamos en mi situación. En mi generación lo primero de todo consistió en «asaltar los cielos», y una vez asaltados hubimos de sentarnos a discutir qué era lo que convenía hacer a continuación, dadas las responsabilidades de que nuestros compañeros nos habían investido.
En mi caso confluyeron varias casualidades, que me situaron de sopetón al frente de la Federación del Papel y las Artes Gráficas de Cataluña, recién emergida a la legalidad. Sin ningún rodaje ni experiencia previa de negociación, hube de ponerme a la tarea de aprender «desde arriba» y en plan autodidacta. En las condiciones en que estábamos, los compañeros que formábamos el núcleo dirigente de la Federación inventábamos lo que no sabíamos y caímos en muchos errores de concepto y mucha precipitación, que nos costaron derrotas; pero la organización se consolidó poco a poco, y el aprendizaje empezó a dar frutos.
Entre los pocos papeles que conservo de la época, figura un «Informe del secretariado (esquema de discusión)» que fue presentado a un Consell de la Federación el día 23 de junio de 1979. El papel, con el membrete de la Federación en la cabecera, lo he encontrado metido entre las páginas de la ponencia de acción sindical del I Congreso confederal (junio 1978), que evidentemente sirvió de fuente de inspiración. Pero detrás de los cinco folios mecanografiados que fueron discutidos en aquella sesión, conservo parte de un borrador escrito a mano por mí, torturado por continuas enmiendas, tachaduras y añadidos, que a fin de cuentas no utilicé pero que me pareció útil conservar para alguna ocasión posterior que nunca se presentó.
El título del borrador es «LA POLÍTICA DE NEGOCIACIÓN COLECTIVA». Se examinan en primer lugar las condiciones de precariedad en que se aborda la negociación para el año 1980. «El primer escalón de la negociación, el más general, no afecta solo al ramo. Necesitamos aún consolidar derechos fundamentales: seguridad del puesto de trabajo (frente al despido libre), huelga, libre asociación. El “paquete sindical” impone el primer escalón. Ahí empieza el convenio de 1980. Perderlo es perder todo lo demás.»
A continuación se desarrolla en el escrito una caracterización sucinta del proceso de crisis-reestructuración que afecta al sector. Es un análisis desigual que seguramente no me satisfizo del todo, y por eso lo descarté para repensarlo en mejor ocasión. En todo caso se apuntan cosas que el tiempo vino a confirmar. Valga la excusa para dar a conocer ahora algunos párrafos de unas notas inéditas que han permanecido encerradas en un cajón durante treinta y cinco años.
«En los sectores del Papel, de las Artes Gráficas y de la Prensa, la crisis – muy aguda – viene acompañada de un elemento sorpresivo: una fuerte inversión en tecnología nueva, un incremento de la capacidad productiva instalada que se produce simultáneamente a una atonía grave del mercado. No hace falta hurgar mucho para explicar esta aparente contradicción: esa renovación tecnológica es una inversión “a plazo” de capitales extranjeros, que financian ahora las pérdidas de esas empresas, con la intención de remodelar a fondo el sector y de salir con ventaja en la «carrera hacia Europa» cuando España ingrese en la CEE.
  »Así vemos que en las Industrias Gráficas se están cerrando ya muchas empresas marginales o mal dimensionadas, se tiende a una mayor concentración de la producción (aunque las unidades de producción características siguen teniendo la forma de PYMEs), bien a través de la eliminación de la competencia, bien a través de acuerdos estables entre empresas para abarcar conjuntamente todo un ciclo productivo; p. ej., fotocomposición, impresión en offset y encuadernación.
  »En el sector Prensa se han introducido innovaciones (rotativas ultrarrápidas, IBM, teclados electrónicos) que resultan escasamente justificadas por las tiradas de los periódicos y que no han ido acompañadas de la organización y la racionalización de métodos necesarias para alcanzar los objetivos que, en teoría, habrían de cubrir las empresas: ganancia de tiempo, ahorro, productividad. La gran mayoría de empresas periodísticas están abocadas a una crisis crónica, y su supervivencia puede parecer un «milagro diario», pero viene determinada por apuestas «políticas» realizadas entre bastidores que, en el momento oportuno, cristalizarán en un redimensionamiento del sector que puede tener consecuencias muy graves, tanto desde el punto de vista de los puestos de trabajo como desde el de las posibilidades de libre circulación de ideas, que una democracia debería ser capaz de garantizar.
  »En el Papel la crisis es mucho más reciente (el 78 fue, en realidad, el primer “mal año”) pero ya desde antes se percibían los mismos síntomas; por ejemplo, con las extravagantes inversiones de Sarrió en Allo, que condujeron sucesivamente a la suspensión de pagos, a la drástica reducción de plantilla y a la ya casi ultimada operación de venta de la planta a una multinacional. Esa operación puede tener muchos imitadores; ahora prácticamente todas las papeleras están en un proceso de redimensionamiento que, a no dudar, producirá cierres y una acentuación del monopolio práctico de las “grandes”.
  »Es ingenuo favorecer indiscriminadamente la «inversión» y la «creación de puestos de trabajo» en empleos de estos sectores, argumentando que es “riqueza que se crea”, etc. Necesitamos urgentemente estudios globales por sectores – desgraciadamente, parecemos incapaces de realizarlos – y una política alternativa de más amplio alcance.»
La situación descrita es pura arqueología sindical pero da una idea de cosas olvidadas por muchos que también hubo que pelear durante la Transición. Y el tono general de la música sigue sonando hoy…

miércoles, 19 de noviembre de 2014

UN PLAN PARA GANAR


«Nosotros que ya no cultivamos el arte de la paciencia sino, más bien, el arte de la impaciencia…» Son palabras de Bertolt Brecht al parafrasear la parábola de Buda sobre la casa en llamas. Podría ser también el lema de Podemos, a la vista de los objetivos planteados y los resultados obtenidos en su congreso o asamblea fundacional. La misma impresión se deduce de la composición del consejo ciudadano que dirigirá la formación, compuesto íntegramente por la lista más votada sin concesiones a las propuestas alternativas (alguien ha hablado de “leninismo” en relación con esta circunstancia; me parece una malicia gratuita, son muchos los reglamentos en democracia en los que el ganador se lo lleva todo). También son significativos de lo que podríamos llamar el “talante” de Podemos el discurso de clausura de Pablo Iglesias y los avisos para navegantes que Carolina Bescansa ha difundido en un artículo de prensa. Podemos prepara el asalto «a los cielos», a la «centralidad» del tablero político, con todo lo que tiene, sin dejar nada en la reserva, sin un Plan B, con la confianza de conseguir un k.o. en el primer asalto. En el abanico de escenarios posibles que se plantea, incluye la posibilidad de perder, pero descarta en cambio la de un segundo asalto.

El diseño del partido es seguramente adecuado al momento en el que nace. No hay una jerarquía propiamente dicha, sino una comunión interactiva de muchas redes, círculos, asociaciones y personas con una terminal que se configura al mismo tiempo como una base de datos informática y como el output de todos los inputs almacenados y analizados en el proceso de debate.

La izquierda tradicional no ha tomado en cuenta suficientemente los cambios ocurridos en los últimos años en relación con la composición de la sociedad y las expectativas colectivas, pero sobre todo individuales, de sus miembros. La velocidad de la banda ancha invade todas las situaciones de la vida y da a las oportunidades que presentan una característica labilidad extrema, una calidad de concurso-oposición en el que se necesita hacer frente a una competencia numerosa e implacable. Sin duda no es ese el campo de batalla ideal para la izquierda tradicional, ni el que elegiría en ningún caso, pero convendrá tomar nota de dos objeciones importantes. Primera, Podemos no se define como un partido de la izquierda. Segunda, lo quiera o no la izquierda tradicional, ese es el terreno en el que se ve obligada a combatir hoy.

Cayo Lara tiene razón, en todo. La tiene cuando afirma que Izquierda Unida no debe diluirse en experimentos, sino reivindicar su patrimonio propio. La tiene también cuando da un paso atrás, que le honra, para permitir una conexión más adecuada de las estructuras de la formación que dirige con su base potencial. Esa conexión pasa seguramente por la necesidad de una tanda de primarias y por unos acuerdos programáticos rigurosos con otras organizaciones y movimientos. Pero lo que seguramente es necesario, sin duda no es suficiente. Hay que pasear la mirada por el exterior y después observarse también en el espejo. Percibir las situaciones enquistadas, las jerarquías superfluas, las rutinas de mando, las adhesiones acríticas, todo lo que se contradice con una sociedad muy móvil, muy lábil y muy impaciente.

No vale cruzarse de brazos y esperar a ver qué hace Podemos por su cuenta. Podemos no se bastará por sí sola, pero su posible fracaso será el fracaso de todos nosotros, porque significará la perpetuación de la casta en el poder.

Y para darse cuenta de lo que significa la casta, nada como dos imágenes. La primera, los ciervos abatidos en Toledo, en una cacería organizada para empresarios y políticos. Viene hoy en El País. La segunda, la mirada pícara de Mariano Rajoy a la cámara, en Brisbane, en el momento de sentarse a una mesa en la que discuten entre ellos, sin dedicarle una mirada, Renzi, Hollande, Obama, Merkel y Juncker. Nuestro Mariano tiene predilección por esos selfies afortunados, en los que se ve con qué nivel de gente se codea. Lo suyo es “estar” en la política; no hacer algo, sino lucir. Es otro Pequeño Nicolás. Pero en comparación, Nicolás tiene más presencia y más estilo.

lunes, 17 de noviembre de 2014

QUIZÁ SEA QUE NO ME HE EXPLICADO BIEN


 En efecto, señor Rajoy, es posible que no se haya explicado usted bien en el asunto de Catalunya, pero de verdad que no importa. La sustancia la hemos entendido. Es: «No». Ampliando su pensamiento hasta el límite extremo, «No a todo», o bien «No a cualquier cosa». Catalunya lleva ya más de un lustro amancebada, o por lo menos como pareja de baile preferente, con el Tribunal Constitucional, debido a la velocidad de que hace gala este organismo para admitir, y su tardanza en resolver, las papelas de inconstitucionalidad que usted y su partido les despachan con tanta reiteración como regularidad. Gracias a sus desvelos, algo que hace algunos años era poco más que una postura testimonial se ha convertido en la opción preferida del 47%, tirando por lo bajo, de la ciudadanía catalana. Si llega la ocasión de que se explique mejor, lo más probable es que el independentismo reciba el pequeño empujón que le falta para disfrutar de una mayoría cualificada.

 Es posible también que no se explicara adecuadamente la señora Cospedal en relación con la situación del señor Bárcenas en el organigrama del Partido Popular, pero tampoco es tan grave la cosa, y además nos ha dejado una figura novedosa en la panoplia iuslaboralista: el «finiquito con carácter retroactivo».

 Quizá tampoco acabó de explicarse bien el señor Rodríguez, consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, cuando culpabilizó a la auxiliar de clínica Teresa Romero de «torpe» por haberse infectado de ébola, a pesar de todos los protocolos que no se observaban. Dijo en aquella ocasión el consejero que personalmente no tenía inconveniente en dimitir por el asunto, pero el caso es que todavía no lo ha hecho. ¿Se lo está pensando? En cualquier caso, en su siguiente aparición en la Asamblea de Madrid fue recibido con una cálida ovación por parte de sus colegas, por motivos que se desconocen. Quizá es que los tales motivos no se han explicado bien.

El señor Gallardón afirmó de forma pública que se retiraba de la política y de inmediato entró a formar parte de un consejo político sustanciosamente remunerado. Ahora ha participado en un acto de defensa de la familia católica celebrado por la AC de P, y declarado que le dan «asco» las razones por las que ha sido retirado su proyecto de ley del aborto. ¿Quizá también nos debe alguna explicación por tanta incoherencia aparente?

El señor Monago afirmó a bote pronto que devolvería el dinero adelantado por el Senado para sus viajes a las Canarias, pero debimos de entenderlo mal porque ahora resulta que no hay nada que devolver. Resulta extraño, si se trataba de viajes de trabajo como afirma, que 32 viajes tuvieran como destino la isla de Tenerife, y en cambio cero viajes fueran a la Gran Canaria. De todos es conocida, no solo la doble capitalidad de las islas, sino las razones históricas y sociales en las que se asienta tal circunstancia. La sedicente (¡Dios, ese adjetivo!) política llevada a cabo por el señor Monago en el curso de sus viajes habrá tenido cuando menos la característica de ser rabiosamente unilateral. O quizá el malentendido se debe a que no se ha explicado bien.

Y tampoco ha dado precisamente en la diana la explicación de la Armada española de que las heridas de los militantes de Greenpeace que intentaban impedir las prospecciones petrolíferas en el océano Atlántico fueron producidas por las hélices de unas lanchas zodiac que carecen de hélices. Por no hablar de las escrupulosas buenas maneras reinantes, según el ministro Fernández, en las devoluciones exprés de subsaharianos que pretendían penetrar en nuestra soberanía saltando vallas o asaltando playas. Son asuntos en los que, de nuevo, quizá los componentes del gobierno del señor Rajoy no se están explicando bien.

Ni falta que hace, la verdad.

viernes, 14 de noviembre de 2014

PEQUEÑA PARÁBOLA CERVANTINA DE CATALUÑA PASADO MAÑANA



Sancho acudió a toda prisa a auxiliar al ingenioso hidalgo, que yacía en el suelo con todos los huesos quebrantados y la armadura abollada y rota por varios lugares. Se sorprendió al ser recibido con una sonrisa radiante.

– ¿Viste qué gran lanzada, amigo Sancho? Ni Roldán ni Gaiferos la igualaran – declamó el caballero con jactancia, mientras su escudero barruntaba que ni el bálsamo de Fierabrás bastaría para remediar aquel escabeche.

También el molino de viento se sentía satisfecho de sí mismo:

– ¡Un escarmiento ejemplar, eso le he dado! – voceó bravucón, a la intención de sus vecinos.

Pero las aspas de los demás molinos seguían girando sin novedad, y éste tenía partido el eje y dos brazos rotos. Pasarían meses antes de que pudiera volver a moler trigo.

MORAL Y POLÍTICA EN GRAMSCI

Aldo Zanardo

Nota preliminar.- El texto que se ofrece a continuación necesita una presentación y, en cierta medida, una justificación. Se trata de un capitulillo del libro «Gramsci. Le sue idee nel nostro tempo», editado por l’Unità en 1987 para rendir homenaje a Antonio Gramsci en el cincuentenario de su muerte. Ahora que estamos en vena de cincuentenarios en Catalunya (la CONC, o su primer núcleo, se fundó el 20 de noviembre de 1964 en una sala de la parroquia de Sant Medir, en Sants), llevo algún tiempo releyéndolo despacio. La impresión que me produce es la de un doble túnel del tiempo: los artículos se refieren al pensamiento político de un hombre entre los años 1920 y 1935, más o menos; los comentarios fueron escritos en 1987, y yo los leo a finales de 2014, después de tanta agua como ha corrido bajo los puentes a lo largo de todo ese tiempo. Con todo, en mi opinión, sin duda parcial, algunas de las “lecciones de cosas” de que trata el libro mantienen en líneas generales su frescura y su vigencia. Otras, en cambio, no hay modo de encajarlas en los perfiles de la realidad actual. El texto que sigue es quizás el más significado de ese segundo grupo. Ya inspiraba dudas y objeciones en el comentarista del año ochenta y siete y hoy, casi treinta años después, nos aparece marchito y desvaído como aquellas flores que nuestras abuelas prensaban entre las páginas de un libro de poemas de Bécquer; es solo el recuerdo de una forma, un perfume y un color. A pesar de todo, la visita del monumento me parece de algún interés, siquiera sea para coleccionistas.

Tiene la palabra Aldo Zanardo. Era en 1987 docente de filosofía moral en la Universidad de Florencia, y entre sus obras figuran una “Teoría del materialismo histórico” y “Filosofía y socialismo”.

Aldo Zanardo

Hablamos aquí de política en su sentido más específico, tal y como, por lo demás, lo precisó con frecuencia el mismo Gramsci: como una actividad que se explica a partir de la «realidad fáctica» y que retorna para aplicarse de nuevo a esa realidad; como la voluntad coordinada y consciente que se expresa en el quehacer del Estado y de los partidos, es decir, una voluntad colectiva que no se limita ya solo a la defensa de sí misma y tampoco busca únicamente la primacía en la sociedad civil, sino que gobierna o aspira a gobernar. Ahora bien, en medio de las múltiples posibilidades de transformación que tiene ante sí una sociedad, ¿qué debe hacer la política? En la reflexión de Gramsci al respecto, aparecen esencialmente dos niveles.

Está, escribe en 1932-34, la «gran política»: aquella que «abarca las cuestiones relacionadas con la fundación de nuevos Estados, con la lucha para la destrucción, la defensa, la conservación de determinadas estructuras orgánicas económico-sociales.» Y está la «política pequeña»: la política no «creativa» sino de «equilibrio», la «política del día a día».

No es posible practicar solo la gran política: los temas cotidianos de la sociedad interpelan de forma continuada a la política; también los revolucionarios, anota Gramsci en 1919, tienen que saber hacer funcionar los ferrocarriles. Pero sobre todo, la política no puede agotarse en el pequeño quehacer, en una gestión que no se refiera a finalidades «grandes», es decir, las que superan el «empirismo inmediato». El hombre de Estado no debe ceñirse a un «excesivo realismo político», sino tener «perspectivas» amplias; su tarea no es la de «conservar un equilibrio existente», sino crear «nuevas relaciones de fuerza, y para ello no puede dejar de ocuparse del deber ser». Bien entendido, no de un deber ser arbitrario: está obligado a «moverse siempre en el terreno de la realidad fáctica», pero ha de intentar desequilibrarla y reequilibrarla de nuevo en un estadio más avanzado; en una palabra, a «dominarla y superarla».

La reflexión de Gramsci, la de un socialista, no podía sin embargo limitarse a esta tipología relativamente descriptiva sin intentar ir más allá. No podía dejar de plantearse el siguiente interrogante: ¿qué debe hacer una política socialista, de progreso? Sin duda «gran política», es decir política orientada a un deber ser. Pero ¿cuál deber ser? ¿De qué «nuevo Estado»? Una política de progreso no puede manifiestamente identificarse con otra cosa que con las finalidades que se propone. Y estas, en último análisis, deben ser finalidades morales. Ya en 1917 Gramsci observaba: «El socialismo… posee una moral.»

Para Gramsci las finalidades que debe realizar la política, las transformaciones o condiciones que debe crear, han de ser, hegelianamente o marxianamente, no cosas abstractas sino exigencias y posibilidades implícitas en la «realidad fáctica» y en el tipo de economía y de «técnica civil» que es posible edificar a partir de aquella. Este arraigo realista de las finalidades no es, sin embargo, relativismo ni politicismo. Si la política posee un espacio autónomo, también lo tiene la moral: no existe solo el deber ser realista, no existen solo las finalidades que la política realiza; también están las finalidades morales. Son las que atañen a un vivir enteramente humano de los individuos. Y estas finalidades son la frontera última que la política ha de tener siempre en cuenta. Ellas son la retaguardia de la que se aprovisionan las finalidades realistas del frente de la política: Gramsci no podría subrayar con tanta insistencia el papel del Estado y del partido como educadores de los individuos en la disciplina de un «consenso social» o «racional», en los valores colectivos, si no mirase más allá, a las finalidades morales o de humanización plena. Son estas las que luego se convertirán, al ritmo de los cambios de la «realidad fáctica», en finalidades apoyadas más directamente o priorizadas por la política.

Una «realidad fáctica de progreso se concibe a sí misma como ligada a toda la humanidad». Esa realidad «se plantea como tendente… a unificar a toda la humanidad… La política se concibe como un proceso que desembocará en la moral.» Es una tesis que resulta hasta cierto punto discutible, por su inflexión unificadora. Pero, centrándonos en lo esencial, la praxis de una política de progreso no puede desvincularse de las finalidades morales; y es preciso que la política haga avanzar la «realidad fáctica» de modo que tales finalidades puedan llevarse al terreno de finalidades accesibles a muchos y practicables con facilidad. Es preciso que se conviertan en exigencias y posibilidades internas a la «realidad fáctica» finalidades tales como, para emplear algunas formulaciones de Gramsci, la humanidad unificada, la «humanidad pura», la «plenitud de vida y de libertad», la «forma superior y total de civilización moderna», la necesidad para el porvenir, la responsabilidad para la posteridad.

Se critica de Gramsci, creo que con fundamento, su inclinación a concebir la política como actividad casi en esencia volcada a la renovación de la «realidad fáctica». Pero, ¿debemos por ello legitimar una política pequeña o mínima, de mero equilibrio? Desde una visión pluralista de renovación de una sociedad resulta claro, sin embargo, que para esa renovación se necesita una política «grande», una política que busque construir historia, un «Estado nuevo».

Se critica también de Gramsci el hecho de que tiende a situar la frontera de las finalidades morales por detrás de las finalidades políticas. Lo cierto es precisamente lo contrario. Gramsci propugna la necesidad de que el hacer político se apoye con firmeza en finalidades morales. Es cierto que no capta de una forma precisa la tensión, verosímilmente inagotable, entre una realidad ya humanizada y las finalidades morales o de humanización plena. Pero estas se sitúan de forma inequívoca en el centro de su reflexión. Gramsci, en síntesis, apunta en esencia no a politizar el vivir moral, sino a dar universalidad moral al vivir político. De ahí la inactualidad de Gramsci, si atendemos al comportamiento de buena parte de la política y la cultura política de hoy; y en cambio su actualidad extraordinaria, si queremos recuperar y tematizar de la política, no aquello que hace, sino lo que debe hacer.

(Por la traducción, Paco Rodríguez de Lecea

jueves, 13 de noviembre de 2014

EL NIÑO EN LA BURBUJA (The Boy in the Bubble) [*]

(The Boy in the Bubble) [*]
Forere Mothoeloa y Paul Simon

Era un día lento
Y el sol caía sobre los soldados
A un lado de la calle
Hubo un resplandor
Estruendo de cristales rotos de escaparates
La bomba en el cochecito del bebé
Fue activada por control remoto.
Estos son días de milagros y maravillas
Son las llamadas de larga distancia
La forma como nos sigue una cámara lenta
La forma como nos miramos todos
La forma como miramos una constelación lejana
Que muere en un rincón del cielo.
Estos son días de milagros y maravillas
Y no llores, pequeña, no llores
No llores.

Sopló un viento seco
Que barrió el desierto y se revolvió
En el círculo de arena del nacimiento y de la muerte
Cayó sobre los niños
Las madres y los padres
Y la tierra automática
Estos son días de milagros y maravillas
Son las llamadas de larga distancia
La forma como nos sigue una cámara lenta
La forma como nos miramos todos
La forma como miramos una constelación lejana
Que muere en un rincón del cielo.
Estos son días de milagros y maravillas
Y no llores, pequeña, no llores
No llores.

Es una ronda de tiros en suspensión
Es todo el mundo levitando en suspensión
Es cada nueva generación eligiendo un héroe en las listas de éxitos
La medicina es mágica y es mágico el arte
Piensen en el Niño en la Burbuja
Y en el niño con corazón de babuino
Y yo creo que
Estos son días de láseres en la jungla
Láseres en la jungla en algún lugar
Señales intermitentes de información constante
Una reunión informal de millonarios
Y billonarios, y pequeña,
Estos son días de milagros y maravillas
Son las llamadas de larga distancia
La forma como nos sigue una cámara lenta
La forma como nos miramos todos
La forma como miramos una constelación lejana
Que muere en un rincón del cielo.
Estos son días de milagros y maravillas
Y no llores, pequeña, no llores
No llores, no llores.

(1986. Por la traducción, Paco Rodríguez de Lecea)


miércoles, 12 de noviembre de 2014

INNOVACIÓN Y POLARIZACIÓN DEL TRABAJO (y II)


Así explica la situación Sarah Lacy, redactora jefe de la revista de tecnología “Pando Daily”, citada por Andrew Leonard en el artículo que comentaba en mi anterior entrada: «La gente en la industria de la tecnología piensa que la vida se rige por el mérito individual, por la llamada meritocracia. Piensan que uno trabaja muy duro, individualmente, para crear y construir algo y obtener, así, beneficios, y esta es una visión contraria a la que tienen los sindicatos.»

El tiro no está bien dirigido. La visión de los sindicatos es perfectamente compatible con los beneficios muy elevados que puede reportar a una persona un trabajo creativo individual “muy duro”. La tesis viejuna de que los sindicatos premian a los holgazanes al equipararlos con sus compañeros más diligentes, no se sostiene desde ningún punto de vista. Lo que está ocurriendo es justamente lo contrario: mediante la apelación vanilocuente a la meritocracia, lo que hace la política salarial de las grandes corporaciones es castigar a los trabajadores diligentes midiéndolos con el rasero de los holgazanes.

Eso es lo que ocurre en Estados Unidos. Aquí las cosas son algo diferentes, pero no mucho. Los chicos listos de Silicon Valley también han aterrizado en nuestras latitudes. De hecho, se han convertido en imprescindibles en muchas empresas. No tengo un conocimiento de primera mano sobre la evolución de los negocios desde el inicio de la crisis de 2008, y en relación con la etapa anterior mi experiencia personal es muy limitada, pero calculo que en general las cosas no deben de ser muy diferentes de la situación que yo mismo pude apreciar. Y si me equivoco, me sentiré feliz cuando alguien me corrija.

En los años de la burbuja inmobiliaria existió también una burbuja informática, y un tropel de analistas de sistemas que trabajaban para firmas prestigiosas de software se dedicaron a la tarea de proporcionar a muchas empresas medianas y grandes de muy diferentes ramas (la Banca en primer lugar, y tras ella toda una variedad de servicios, pero también ramas característicamente industriales) una pista de aterrizaje en la globalización, dotándoles de un instrumental de nueva generación adecuado a sus necesidades particulares y a sus posibilidades inversoras y exportadoras. Una consecuencia lógica de la instalación de los nuevos sistemas fue la creación de departamentos de informática. En el organigrama de las empresas, estos departamentos fueron a recalar a una posición especial, como anexos a la dirección o muy vinculados a ella.

Ahí está la primera objeción. No hay nada que reprochar a los analistas que instalaron los sistemas informáticos en las empresas; se comportaron como buenos profesionales. Conforme al mandato que recibieron, lo que implantaron no fueron sistemas estándares, sino aplicaciones adecuadas para satisfacer las necesidades y los deseos particulares de los clientes. Los clientes eran empresas en trance de evolución hacia un paradigma nuevo. La información es un material sensible siempre, y en consecuencia las gerencias se movieron en la dirección de acaparar para sí el poder que garantiza el monopolio del conocimiento. De haber sido su objetivo principal el incremento de productividad que se supone consecuente a la utilización de tecnologías más afinadas, el departamento de informática habría quedado vinculado a las oficinas técnicas, en las que, sin perjuicio de servir a la dirección, podía consultar e interactuar de forma permanente con las “clases medias” asalariadas de la empresa. Había grandes tesoros de conocimiento acumulado en ese escalón del trabajo subordinado, y fueron malbaratados. Las direcciones optaron por asegurarse la posesión exclusiva del instrumento nuevo que los analistas ponían en sus manos. La historia de las intranets es una historia de cortafuegos, de opacidades y de contraseñas necesarias para acceder al sancta sanctorum de la empresa. A más información disponible, mayor protección de la información sensible. Hoy el trabajo de los técnicos de grado medio es controlado en tiempo real, o casi, desde otros monitores, pero ellos mismos ignoran lo que están haciendo sus vecinos, y ese hecho tiene como consecuencia que no se establezcan sinergias y la calidad de la tarea de cada uno individualmente considerado tenga un vuelo muy limitado. Ese ha sido el primer paso hacia la degradación y la fungibilidad del escalón medio del trabajo técnico. A partir de ahí, al confundirse cada vez más su prestación con otros trabajos de menor cualificación, también los recortes salariales azuzados por la crisis se han cebado prioritariamente en ellos.

Es hora de volver a los chicos listos que ocupan puestos adjuntos a la gerencia y se sientan en los consejos de administración. No es del todo imposible que entre ellos haya algún Steve Jobs en potencia, pero la media aritmética de sus capacidades nos dice que se trata de mediocridades. No se les puede negar el “trabajo duro” realizado durante horas y más horas de pantalla, y tampoco su ambición. Pero su profunda comprensión de los entresijos de la red se concentra sobre todo en las operaciones a través de las cuales es posible sortear barreras y superar cortafuegos hasta acceder a información prohibida. A partir de ahí todo se reduce a una operación de recorta y pega, y a la presentación de dossiers confidenciales a la atención de los estamentos de dirección. Los chicos listos no son creativos, son hackers. Su actuación en la cúpula de las empresas está teniendo como resultado, no un avance en la concreción de las potencialidades del nuevo paradigma de la producción, sino la copia conforme inmediata de cuanta innovación real aparece en el horizonte del colectivo de empresas. De la sociedad de la información estamos pasando a la sociedad del espionaje.

Pero lo que se consigue con el espionaje industrial masivo es, de nuevo, pasar el rasero e igualar por debajo. Cuestiones como el prestigio de la marca y la excelencia como capital inmaterial de una empresa importan cada vez menos, porque no puede evitarse el expolio del sancta sanctorum cuya preservación era precisamente el objetivo prioritario de la dirección de la empresa en el momento de emprender su informatización. La competencia entre marcas es cada vez más feroz; la multiplicación de la oferta y la presión del corto plazo, cada vez más acuciante, empujan hacia abajo los precios, y la empresa en apuros ya no puede echar mano del capital humano del que antes presumía: lo ha quemado con una política de salarios basura. Ha acogido en su seno y remunerado con esplendidez al chico listo que ha sabido ofrecerse a sí mismo al estilo de los vendedores de crecepelo en los campamentos mineros del Salvaje Oeste, y ha provocado el desánimo y la desafección de las personas que más saben y mejor pueden orientarle en lo que se refiere a su propio ámbito de actuación y a la ansiada mejora de productividad y de competitividad.


La estrategia sindical dentro de las empresas debería apuntar, si la situación es más o menos parecida a como la he descrito, a incrementar la conciencia colectiva de los trabajadores sobre su propio trabajo, a compartir de forma más adecuada la información disponible, y a modificar los organigramas en el sentido de aproximar las instancias de decisión y de ejecución, y asumir desde la sección sindical, o en su defecto del comité de empresa, responsabilidades limitadas en la organización interna del trabajo. De que se consiga o no este objetivo, dependerá dentro de la empresa la posibilidad de alcanzar para todos mayor calidad de trabajo y cotas de retribución salarial más adecuadas; y fuera de la empresa, que el sindicato consiga remontar la parábola descendente sobre la que viene alertando José Luis López Bulla con la asiduidad, la constancia, la tozudez del viejo topo invocado por el Barbudo.