Lo que sigue no es un trabajo elaborado y coherente, sino
unas notas a pie de página que sirven de comentario a un párrafo de Vittorio Foa,
en su libro Il Cavallo e la Torre.Riflessioni su una vita. El párrafo en cuestión,
que un improbable lector curioso puede encontrar en la página 278 de la edición
de Einaudi, es el siguiente (traducción mía):
«Cuando estaba en prisión me interesó la percepción del
tiempo en los reclusos sometidos a condenas largas. Para la crítica a aquel
tiempo “espacializado”, divisible hasta el infinito y por tanto inmóvil por la
imposibilidad de recorrerlo, en otras palabras para la crítica de la concepción
eleática, me ayudó la lectura de un libro hoy olvidado: L’évolution créatrice de Henri
Bergson. Esa percepción del tiempo carcelario la llevé
conmigo al trabajo sindical y la reencontré en el trabajo fragmentado y
subfragmentado de la organización científica del trabajo, en el taylorismo. La
cadena se me representó como el modelo llevado al extremo de la alienación del
trabajo asalariado. [...] Ese modelo tan privado de sustancia, adaptado
superficialmente a la sociedad industrial automatizada e informatizada, sigue
perseverando en el seno de una izquierda huérfana de las viejas certezas. Para
ella la alienación del trabajo ha invadido la vida entera; después de haber
perdido el sentido del trabajo, las personas habrían perdido el sentido mismo
de la vida.»
Vamos por partes.
1) Me interesó la percepción del tiempo en los reclusos
sometidos a condenas largas.
Vittorio Foa fue juzgado en 1935 por
actividades antifascistas y condenado a 15 años de prisión. Fue puesto en
libertad en 1943 y se incorporó de inmediato a la Resistencia. En sus memorias dedica un capítulo entero
a su experiencia carcelaria, y en él analiza en varias páginas la percepción
del tiempo en la cárcel. Resumo deprisa su análisis: para el recluso el tiempo
de vida se convierte en simple “espera”, un vacío que es necesario colmar de
alguna manera. Lo consigue por medio de divisiones y subdivisiones continuas
que intentan diferenciar ese tiempo siempre igual e imprimir a cada porción un
contenido significativo, por irrelevante que éste sea: la hora del patio, la
llegada del correo, el reparto de la minestra, la lectura del periódico...
Tiene lugar por esa vía una deformación paulatina en la percepción psicológica
del tiempo, que parece desmenuzarse y alargarse indefinidamente. La deformación
se va acentuando cada vez más, de modo que, para un recluso condenado a diez
años, el décimo año de condena resulta mucho más largo que, por ejemplo, el
cuarto, porque el tiempo carcelario se identifica estrechamente con la espera
del momento de la libertad, y esa espera exacerbada, vacía de los elementos de
socialización, de aprendizaje, de trabajo físico y mental que suelen arropar
nuestra vida, se hace más y más insoportable. Tal y como lo expresa Foa, «el
tiempo ya no se mide por su contenido en acciones: sus unidades se convierten
en recipientes delimitados geométricamente que se trata de rellenar con
unidades de tiempo geométricamente menores.»
2) Para la crítica a aquel tiempo “espacializado”,
divisible hasta el infinito y por tanto inmóvil por la imposibilidad de
recorrerlo, en otras palabras para la crítica de la concepción eleática...
Los “jefes de fila” de la escuela
eleática de la filosofía griega fueron Parménides y su discípulo Zenón. Zenón
de Elea formuló en el siglo V el siguiente problema o “aporía”, muy conocido:
en una carrera entre Aquiles, el más veloz de los héroes griegos, y una
tortuga, si se da ventaja de salida a ésta, Aquiles nunca la alcanzará porque
en el tiempo que tarde en recorrer el espacio que le separa de la posición
inicial de la tortuga, ésta habrá avanzado algo y se encontrará en un segundo
punto; cuando él llegue a ese nuevo punto, la tortuga se habrá movido a un
tercer punto; y así, de fracción en fracción de espacio-tiempo cada vez más
reducidas, Aquiles se acercará infinitamente a la tortuga, pero no podrá
rebasarla.
3) Esa percepción del tiempo carcelario la llevé
conmigo al trabajo sindical y la reencontré en el trabajo fragmentado y
subfragmentado de la organización científica del trabajo, en el taylorismo. La
cadena se me representó como el modelo llevado al extremo de la alienación del
trabajo asalariado.
Y aquí sucede algo asombroso. Una
antigualla del siglo V antes de Cristo, un problema filosófico teórico
ridiculizado por sus contemporáneos y rebatido por Aristóteles, viene a
encontrar su justificación en pleno siglo XX industrial. La vieja aporía de
Zenón se cumple en sus términos exactos en la cadena de montaje de una fábrica
organizada según el sistema del ingeniero Taylor. Con sus acciones
estereotipadas y descompuestas fragmento a fragmento en gestos simples
cronometrados hasta la fracción de segundo, Aquiles y la tortuga se igualan. No
hay forma humana de que el más ágil, el más inteligente, el más preparado se
distinga del más torpe. El trabajo humano se ha convertido en un fondo anónimo
e indistinto, el tiempo en un vacío abstracto, la fábrica en un mecanismo
deshumanizado. El tiempo de la fábrica se asocia así al tiempo de la prisión:
es un tiempo geométrico, una larga espera alienada que se rellena con una serie
de gestos repetitivos, desprovistos de sentido para el trabajador.
No hace falta insistir más en este
punto. Bruno Trentin, en La ciudad del trabajo, ya ajustó las cuentas de forma
convincente con el ingeniero Taylor y su nutrida claca de admiradores, así en
la derecha como en la izquierda(1). Sigamos.
4) ... me ayudó la lectura de un libro hoy olvidado: L’évolution créatrice de Henri Bergson.
Para saber más sobre el asunto, me
bajé el libro citado de Bergson de un sitio de internet que ofrece
gratuitamente los clásicos franceses de las ciencias sociales: Francia es
insuperable en todo lo relacionado con la difusión de su propia cultura.
Pues bien, según Bergson damos el
mismo nombre, “tiempo”, a dos realidades diferentes: el tiempo de los
matemáticos, abstracto, mensurable e infinitamente divisible, y el tiempo
vital, que él llama “duración”. A diferencia del tiempo abstracto la duración,
dice, muerde, y deja en nuestra carne la huella de sus dientes. Se refiere,
claro es, a los procesos de crecimiento, plenitud y decadencia física, pero
también a otra cosa: la duración nos acompaña como el halo gaseoso, la
atmósfera que rodea determinados astros. Y a medida que la vida avanza, ese
halo va haciéndose cada vez mayor, más voluminoso, como la bola de nieve que
rueda por una ladera: a él se acumulan todos los procesos de aprendizaje, de
socialización, de adaptación al medio, de cultura. Es decir, lo que llamamos
experiencia vivida, todo lo que se almacena en nuestra memoria, la sustancia
misma de que está hecha la historia.
Cuando hablamos de tiempo, tendemos a
pensar en la primera de las dos realidades. Desde la escuela nos hemos
acostumbrado a problemas del tipo siguiente: un tren viaja de A a B, un
trayecto de320 km ,
a una velocidad media de 55
km/h. Si sale de la estación A a las 12.00, ¿a qué hora
se cruzará con otro tren que viaja de B a A, y ha partido a las 12.40
desarrollando una velocidad media de 45
km/h?
Espacio, tiempo y movimiento son
entidades abstractas, desprovistas de vida, en un problema así. Para la
solución no cuentan esos incidentes que salpican la vida real de las personas,
ya sean la avería de una catenaria o las peripecias de una guerra civil como
las que dan sustancia a un clásico del cine que tiene el mismo argumento del
problema: “El maquinista de la General ”.
5) Ese modelo... sigue perseverando en el seno de
una izquierda huérfana de las viejas certezas. Para ella la alienación del
trabajo ha invadido la vida entera; después de haber perdido el sentido del
trabajo, las personas habrían perdido el sentido mismo de la vida.
Y ese es el problema, dice Foa, que
hizo fracasar en su momento la ley francesa de las 35 horas. Los trabajadores
no se identificaron con la iniciativa legislativa. Reducir la “cantidad” de
tiempo de trabajo no resuelve el problema, cuando lo que debe cuestionarse
sobre todo es la “calidad”, la apropiación por parte del trabajador de su tiempo, la incorporación de cuando
menos algún grado de autonomía sobre su trabajo, que ahora le es sustraído,
amputado por así decirlo del conjunto de sus aspiraciones vitales. En un
artículo de Umberto Romagnoli aparecido hace muy poco
en este blog, se aborda esa dicotomía del trabajador-ciudadano, del ciudadano
que lo es en la medida en que es trabajador. Y se cita precisamente otra frase
de Foa en este mismo libro: los sindicalistas solemos pensar en el obrero en
relación únicamente con su trabajo y con sus intereses materiales, pero el
obrero tiene una vida que va más allá de la fábrica.
Es el equilibrio de la vida completa,
la perspectiva global “dentro” y también “fuera” de la fábrica, lo que importa
resolver. Y en esa doble tarea es donde pierde pie una izquierda política vincente que ya no puede delegar en el
Estado la solución de todas las injusticias que afligen a la sociedad civil.
6) El Caballo y la Torre
Una coletilla ajena a la cuestión,
para terminar. La íntima relación entre espacio, tiempo y movimiento es una
característica sobresaliente del juego del ajedrez. Vittorio Foa era, como yo
mismo lo soy, un apasionado de ese juego, y dio como título a sus memorias el
nombre de dos piezas emblemáticas. La torre se asocia al ataque frontal, al
choque. Se mueve con rapidez: en un tablero despejado puede llegar a cualquier
casilla en uno solo o dos movimientos todo lo más. El caballo, por el
contrario, tiene un radio de acción limitado y un movimiento lateral. Es lento
en su avance. Puede situarse en cualquiera de las 64 casillas del tablero, pero
para ello precisa tiempo: cinco, seis movimientos tal vez para llegar a una
casilla lejana. La torre simboliza la fuerza, el caballo la estrategia. Son
piezas muy diferentes, pero las dos capaces, a su manera y dentro de las leyes
del juego, de dar jaque mate al adversario.
(1) LA CIUDAD DEL TRABAJO
(1) LA CIUDAD DEL TRABAJO