domingo, 31 de enero de 2016

SOBRE LA INTELIGENCIA COLECTIVA. POSDATA


Con la oportunidad y la puntería que atribuye la sabiduría popular a la pedrada en ojo de boticario, aparece hoy en El País un artículo de Anita Williams Wooley sobre la inteligencia colectiva (1) que refuerza, o así me lo parece, la hipótesis que yo exponía ayer en estas mismas páginas. En aras de la saludable clarificación de las posturas me permito hoy, por vía de excepción y casi, casi, “por alusiones”, la siguiente posdata a lo que ayer afirmé.
El “nuevo” taylorismo (2) apuesta por la inteligencia artificial y desdeña la inteligencia colectiva. Es una opción, pero no hay motivos para presentarla como la “única” opción. Wooley viene a demostrar con mucho garbo que existen lecturas distintas de la realidad, y alternativas válidas al “pensamiento único” que garantizan más eficiencia y más progreso. Porque el progreso no es un vector rectilíneo. Por mucho prestigio que atribuyamos a la inteligencia artificial de los ordenadores, la humanidad avanzó bastante, y a lo largo de bastante tiempo, sin ellos. Y la lectura de que todo progreso es fruto de una iniciativa y de un esfuerzo individuales, resulta muy difícil de mantener por lo menos desde que un equipo de cazadores neandertales se las agenció para distribuir entre sus componentes una serie de tareas coordinadas que permitieron acorralar y dar caza a un mamut, algo que ninguno de ellos individualmente podía haber conseguido.
La división del trabajo fue un invento benéfico para la humanidad en la medida en que vino acompañada por la coordinación y la cooperación en el trabajo. Y esa visión del trabajo como realidad humana y social le otorga un valor que va siempre más allá del escalón técnico en el que está situado. Es una lección sencilla, pero olvidada hasta un extremo lamentable por muchas flamantes escuelas de negocios.


 

sábado, 30 de enero de 2016

¿UN NUEVO TAYLORISMO?


Los expertos, ese oráculo colectivo de prestigio inamovible, predicen para Estados Unidos, y de rebote para todas las economías occidentales postindustriales, una situación contradictoria con la llamada “destrucción creativa” teorizada por Schumpeter. En román paladino, la destrucción de empleo consecuente a la introducción masiva de las nuevas tecnologías de la información en los procesos productivos, no va a verse compensada ni siquiera en el largo plazo por la creación de nuevos puestos de trabajo en los sectores emergentes.
Esas son las conclusiones de una gran encuesta realizada por el Pew Research Center en 2014 para el horizonte temporal 2025 (1). Se apunta a que habrá cambios en la división del trabajo, y que tareas complejas realizadas hasta ahora por técnicos con una cualificación media e incluso alta, podrán ser descompuestas en rutinas codificadas y asumidas por robots polivalentes dotados de inteligencia artificial. Solo el acto creativo imprevisible asociado a la innovación quedará a salvo de la invasión masiva de la robótica en los procesos productivos. De esta forma la pirámide salarial seguirá estirándose, disparada hacia arriba por las remuneraciones estratosféricas concedidas a la innovación, y empujada hacia abajo por la proletarización cada vez más acusada de los técnicos y cuadros intermedios, cuyos servicios pasarán – están pasando ya – a la categoría de prescindibles, de modo que se verán forzados a un peregrinaje permanente en busca de empleos tendencialmente más precarizados y peor pagados.
A este cuadro lo llaman algunos expertos “nuevo taylorismo”.
Yo diría que se trata más bien del mismo viejo taylorismo, al que se ha dado una nueva mano de pintura. Apuntemos algunas debilidades de la “profecía”: la “gran” innovación no se produce en el marco de la empresa, sino fuera de ella. Gates y Jobs no trabajaban como empleados de Dinero SL. Inventaron algo, corrieron a registrar la patente para evitar que Piratas SA se alzara con el santo y la limosna de su invento, y luego montaron sus propias empresas. En sus empresas trabajan chicos listísimos y bien pagados, pero no de los que empujan hacia arriba la punta de la pirámide salarial. Esa punta corresponde a altos ejecutivos más bien oscuros en lo que se refiere a talentos personales, pero con excelentes contactos en los diversos escalones de la administración y de la banca, y experiencia sobrada en el funcionamiento de las puertas giratorias. La saga de héroes galácticos que se nos cuenta es una milonga; no se premia el genio innovador sino la máquina de hacer negocios; la película real no es Star Wars, sino Wall Street.
El ingeniero Taylor desconfió siempre de los beneficios de la cooperación y del trabajo colectivo. Para él la única vía de progreso en la fábrica era la individual. Dejó escrito que el valor de un grupo de trabajo se corresponde con el nivel del elemento peor pagado de ese grupo. Son sus mismas ideas las que, debido a rémoras mentales subsistentes en un sector aparentemente tan dinámico como el de los negocios, siguen impulsando a día de hoy el esquema de la corporate governance a la americana. Allí predominan las ideas de que el sindicalismo es un vicio que favorece la pereza innata del colectivo de trabajadores, y de que solo el estímulo pretecnológico del palo y la zanahoria es capaz de avivar la productividad de un colectivo. De hecho, los estudiosos yanquis de la empresa no creen demasiado en los colectivos, y son indiferentes al valor potencial de cuestiones como el know-how, a pesar de que sus características son las de una innovación permanente a pequeña escala.
En la definición de su profecía para 2025, los expertos convocados por Pew han omitido citar la cláusula general de salvaguarda que los juristas conocen con el nombre de rebus sic stantibus. Es decir: las cosas serán como yo digo, siempre y cuando todo lo demás siga como hasta ahora. La sutileza de la fórmula jurídica escapa por completo al dogmatismo de los economistas. Para ellos, las cosas serán como serán porque así deben ser, y punto.
Y con esa actitud atrapan sin remedio al pensamiento de izquierda. La Profecía de Pew no es sino una expresión más de la ideología TINA (There Is No Alternative, no hay alternativa) que nos invade desde todos los flancos. Pero nos pilla desprevenidos porque señala un rumbo “científico” hacia el progreso, y nosotras/os, las gentes de la izquierda, conservamos impresa en nuestro ADN una fe sólida, mamada en miles de lecturas selectas, en el determinismo del progreso. Creemos que el progreso siempre nos acompañará, y nos dejamos impresionar por cualquier vocero del progreso, por más que con demasiada frecuencia se comporte como un vendedor de crecepelo en las ferias de los pueblos.
Las nuevas tecnologías tendrán efectos sobre el empleo diferentes a los expuestos por Pew and Co. si cambia la valoración y la concepción misma del trabajo; si se camina hacia una organización más democrática de la empresa; si se aprovechan de forma adecuada recursos valiosos que el capitalista al uso tiende a dilapidar; si se instala en el núcleo duro de los procesos productivos una racionalidad diferente, más colectiva y más cooperativa. En definitiva, si se empodera de forma activa a quienes se ven hoy pasivamente empujados a los márgenes de la economía y de la historia.
Para ello será necesario alzar la bandera de la libertad en contra del uso determinista de la tecnología que promueven las estructuras del poder económico y financiero. La libertad es lo primero, la libertà viene prima. A partir de ese principio, ninguna otra cosa está escrita de antemano.
 

viernes, 29 de enero de 2016

MANERAS DE VER LAS COSAS


Leo en El País que la Comisión Europea evalúa el fraude fiscal de las grandes empresas en el conjunto de la Unión en setenta mil millones de euros. Yo diría, a ojo de buen cubero, que son más incluso, si parto del dato que consta en uno de los papelitos que revolotean continuamente por el tablero de mi escritorio, en los que anoto citas sueltas de mis lecturas heterogéneas. El papelito al que me refiero dice lo siguiente: «Según un estudio oficial, los beneficios anuales generados por la actividad en Francia de Google, iTunes (Apple), Amazon y Facebook se aproximan a los 5.000 millones de euros, mientras que, en el mismo tiempo, dichas empresas pagan a la Hacienda francesa un montante de 4 millones de euros por dichos beneficios. (M. COLLET, “Quelle fiscalité pour les entreprises transnationales?”, en VVAA, L’entreprise dans un monde sans frontières, p. 115-16.»
Habida cuenta de que la cotización por beneficios de las sociedades es del 33% en Francia, la deuda con el fisco francés de las cuatro empresas estaría en torno a 1.800 millones de euros, y el montante del fraude sería de 1.796 millones; como el dato se refiere a la defraudación en un solo país de la Unión y a tan solo cuatro empresas gigantes de los cientos que operan en el territorio, la cifra global seguramente ha de ser mayor que la expuesta por el comisario señor Moscovici. Pelillos a la mar, con todo. Si vamos a las medidas anunciadas por el portavoz de la Comisión para resolver el problema, se me antojan bastante bondadosas. Yo creía que el fraude fiscal era un delito sobre el que debe caer todo el rigor de la ley, pero en este caso el castigo se reduce aproximadamente a blandos meneos reprobadores de cabeza y amenazas de pampán al culete la próxima vez.
Puede que sea solo una impresión personal, pero entiendo que la UE no se comportó del mismo modo con Grecia en ocasión del famoso referéndum sobre la deuda. Sus métodos fueron un tantico más expeditivos en aquella ocasión, aunque sobre el tema hay opiniones no concordes. Leo con frecuencia que Tsipras llevó a su país al desastre financiero y al corralito, como si lo ocurrido anteriormente hubieran sido tortas y pan pintado y el corralito fuera consecuencia directa de la nefasta política económica de Syriza, que aún no había cumplido los 100 días de gobierno. Se sostiene asimismo que la UE tuvo un comportamiento magnánimo en aquella ocasión, porque podía haber expulsado a Grecia de la moneda común; pero se omite el hecho (bastante determinante) de que si no lo hizo no fue por falta de ganas, sino por la circunstancia de que ninguno de los tratados firmados y rubricados abonaba jurídicamente tal solución en el seno de la UE.
Y se dice finalmente, y esto desde cenáculos de una izquierda cuando menos nominalmente radical, que Tsipras se bajó en aquella ocasión los pantalones de una forma vergonzosa.
Lo cual es por lo menos discutible. Hasta un alumno de Primaria en la época de la ley Wert es capaz de entender la diferencia cualitativa existente entre que uno se baje por sí mismo los pantalones o que otros, en cuadrilla, se los bajen por la fuerza. Por la misma regla de tres resultará que Charpentier nos avergonzó a todos por su dejadez deportiva ante Dempsey; tal afirmación, sin embargo, no calibraría de forma suficiente el dato constatado de que Charpentier recibió un uppercut en el mentón y estuvo tendido en la lona inconsciente en tanto el árbitro del combate completaba la cuenta preceptiva de diez segundos. Puede acusarse a Charpentier y a Tsipras de no haber medido bien sus fuerzas en el desafío, pero no de haber consentido de antemano la humillación que sufrieron.
Convengamos en cualquier caso, y sea cual sea nuestra manera de ver las cosas en esta cuestión, que la Unión Europea tiene dos maneras diferentes de comportarse ante la deuda: una para los amigos, y otra para los demás. En el caso de que Podemos llegue finalmente al gobierno de la mano del PSOE de Pedro Sánchez, es de temer que el trato que se le depare en la negociación del déficit sea diferente del que recibiría una Soraya de Santamaría amparada en su investidura por Ciudadanos. Ante las troikas todos somos iguales, pero unos más iguales que otros.
Es lo que hay. Y la culpa de todo la tendría, no faltaría más, Pablo Iglesias.
Son maneras de ver las cosas.
 

jueves, 28 de enero de 2016

LA EXTERNALIZACIÓN SIN LÍMITES


Miquel Àngel Falguera i Baró, magistrado del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, ha publicado recientemente un estudio importante, bajo el título La externalización y sus límites. Reflexiones sobre la doctrina judicial y el marco normativo. Propuestas de regulación (Albacete, Ed. Bomarzo 2015). Quien no se sienta con ánimos para seguirle por el terreno árido de la delimitación de las diferentes figuras jurídicas y de los precedentes (“no pacíficos”, advierte el autor) sentados por la jurisprudencia, puede ojear por lo menos las propuestas de regulación con las que Falguera concluye su excursión por el “estado de cosas”. Lo encontrará, gracias a la comprensión del editor y a los buenos oficios digitales (en el sentido tecnológico de la palabra) de José Luis López Bulla, en http://theparapanda.blogspot.com.es/2016/01/la-externalizacion-y-sus-limitaciones.html
Estamos hablando de un tema ciertamente importante, de uno de los nodos por los que transitan las relaciones económicas en la época de la posmodernidad neoliberal. No irían descaminados Toxo y Méndez si lo incluyeran en sus cartapacios de propuestas, ahora que intentan llamar la atención de una clase política ensimismada, con la advertencia de que no es tanto el quién, sino el qué, lo que importa en el momento de armar un gobierno capaz de afrontar con garantías las borrascas y marejadas del cambio necesario.
Y es que la externalización, en sus diversas figuras y modalidades (subcontratación, deslocalización, outsourcing, pabellón de conveniencia, cada una de las cuales merecería un estudio detallado que no estoy en condiciones de abordar), es uno de esos mecanismos cuasi milagrosos que sirven para casi todo, además de aquello para lo que en realidad deberían servir. La ingeniería jurídico-financiera abundantemente puesta al servicio de las grandes empresas transnacionales ha establecido las bases generales de una utilización torticera de la externalización como método idóneo para disociar dos conceptos hasta ahora indisolublemente asociados en la teoría y en la práctica jurídica: el poder y la responsabilidad.
Un inciso: se equivocaría gravemente quien pensara que la ingeniería financiera sofisticada es un asunto exclusivo de las majors, y en consecuencia de poco uso en los escalones inferiores de la estructura económica. Las grandes transnacionales se comportan en estas cuestiones como machos alfa; todo el rebaño sigue antes o después por la vereda que ellas eligen.
Pues bien, la situación que estamos viviendo en las relaciones económicas implica un principio frontalmente contrario a la asociación arriba citada entre poder (económico) y responsabilidad (civil, social, mercantil, fiscal, penal). Se da simultáneamente una concentración cada vez mayor del poder, y una dispersión siempre en aumento de toda clase de responsabilidades anejas a ese poder. En este mismo blog encontrará el lector dos ejemplos que ilustran con claridad la tesis: de una parte el doble by-pass de Google para eludir sus responsabilidades fiscales en el mercado europeo (1), y de otra, reverso de la medalla, la bochornosa sentencia en la que un juez de Mataró no consiguió apreciar las responsabilidades de decenas de grandes marcas de la confección en las condiciones de trabajo infrahumanas en los talleres clandestinos donde trabajaban para ellas varios cientos de trabajadores sin papeles, organizados por las mafias chinas (2).
«Se antoja evidente que el legislador no puede hacer ya oídos sordos ante la realidad de la externalización», dice Falguera en el momento de empezar a desgranar sus sensatas propuestas para una “cartografía” adecuada del fenómeno. Pero ocurre al revés: lo realmente evidente es que el legislador sí que pretende seguir haciendo oídos sordos a la situación. Le empujan a ello las repetidas advertencias de las troikas, sobre la necesidad de suprimir las “rigideces” que atenazan el mercado de trabajo. El derecho social es precisamente una de esas rigideces que conviene eliminar o, cuando menos, suavizar. El sindicalismo es otra, muy clara: desde el año 2007, las acciones sindicales transnacionales son consideradas por el Tribunal de Justicia de la Unión Europea como «trabas potenciales a las libertades económicas, que limitan sustancialmente la acción colectiva en el plano transnacional europeo.» (Sentencias Laval un Partneri LTD contra Svenska Byggnadsarbetareförbundet, C-341/05, 18 diciembre 2007, e International Transport Workers’ Federation y Finnish Seamen’s Union contra Viking Line ABP y OÜ Viking Line Eesti, C-438/05, 11 diciembre 2007).
La esfera de los negocios está reclamando en todos los tonos (incluido TTIP) una “gobernanza” propia frente al “gobierno” hostil de las leyes estatales. Existe una tendencia acusada a favorecer la prevalencia del contrato comercial o del pacto privado frente a las imposiciones (“trabas”, “rigideces”) del derecho público. Y si lo que se pacta en privado contraviene lo establecido de forma general, se elude la ley mediante el traslado de la sede social de las empresas a territorios jurídicamente más bonancibles. Nos encontramos frente a un intento serio de privatización del derecho aplicable. Expresado de forma más castiza, a un aggiornamento para la esfera de los negocios de la antigua sentencia de Juan Palomo: yo me lo guiso, yo me lo como.
Por lo cual los legisladores se tientan siete veces la ropa antes de establecer normas restrictivas para la multinacional Dinero SL. Y por lo mismo, la constatación del magistrado Falguera de una “anomia legislativa” en lo que concierne a la externalización, y su llamada a una mayor diligencia del poder legislativo en este terreno, no van a tener, previsiblemente, un efecto inmediato. Vamos a tener que sumar muchas fuerzas para conseguirlo. Hay poderosos intereses que trabajan en sentido contrario.
 


 

miércoles, 27 de enero de 2016

CONFISCACIONES


La mezquindad no es un valor de derechas ni de izquierdas: es eso que los politólogos de las nuevas hornadas llaman “transversal”. Así se deduce de lo que acaba de ocurrir en Dinamarca. Dinamarca, para que se orienten ustedes, es ese país de la Europa del Norte que los promotores del procès independentista catalán propusieron como modelo a seguir. Un país limpio, noble, culto, rico, libre, despierto y feliz, para decirlo con la retahíla de Salvador Espriu.
En el parlamento danés se ha aprobado una ley para confiscar sus bienes a los refugiados de la guerra siria. De ese modo pagarán los gastos materiales (y, se supone, morales) que su presencia va a generar en la economía esmeradamente organizada del país de acogida. Por consideraciones de humanidad se han excluido de la medida confiscatoria el contante equivalente a 1340 euros y las joyas familiares que posean un alto valor sentimental para sus propietarios. La ley también prevé medidas tendentes a limitar la reagrupación familiar.
El valor de la medida no es propiamente económico, sino ejemplificador. Se trata en último término de un cursillo acelerado de inculcación de valores: gracias a ese procedimiento expeditivo, los recién llegados podrán darse cuenta de inmediato de dónde han ido a parar.
La nueva norma recibió en sede parlamentaria 81 votos a favor y 27 en contra. Una mayoría cualificada. Los grupos favorables a la medida componen un espectro amplio que va desde conservadores y ultranacionalistas hasta liberales y socialdemócratas. Les ha unido el reflejo defensista de los nosotros frente a los ellos. Algunos lo llamarían populismo de baja estofa, pero es sabido que todas las opiniones son libres.
Cunde en los santuarios consagrados a la preservación de los valores de toda la vida el pánico a los diferentes. Corren rumores de la presencia en las fronteras del imperio de hordas de bárbaros feroces, pero lo cierto es que los bárbaros ya estaban aquí desde antes. Valga de ejemplo la alarma suscitada por los sucesos de Colonia en la pasada noche de fin de año, que al final ha resultado ser la repetición de lo mismo que había ocurrido las noches de fin de año anteriores. También se arrincona a los desaseados diputados de Podemos en la última fila del hemiciclo de las Cortes, en beneficio de opciones menos votadas pero de mayor caché. En mi recuerdo de la escuela, la “seño” hacía exactamente lo mismo con los alumnos más zánganos o desastrados.
Y de una confiscación en si bemol mayor, paso al comentario de otra en do menor. Nada que ver con Dinamarca ni con la política; todo que ver con la mezquindad como constante de comportamientos humanos moldeados por la educación en la conformidad con lo establecido y en la repulsa a la transgresión, sin contar con la codicia subyacente.
Al final del partido de Liga entre el Málaga y el Barcelona, en el estadio de La Rosaleda, saltó al césped (en contravención de los reglamentos de seguridad) un niño de 15 años, Kevin, para pedirle la camiseta a su ídolo, Leo Messi. Messi se despojó de la prenda y se la dio, en mano. Luego los seguratas del campo acompañaron a Kevin hasta el otro lado de las vallas…, y le confiscaron la camiseta.
 

martes, 26 de enero de 2016

DESESTABILIZACIÓN


Concluida la ordalía electoral de diciembre, los augures, los profetas titulados o no, las sibilas de uno y otro signo, los sonámbulos profesionales y otros especímenes de diverso pelaje que sobreabundan en las tertulias televisadas, se han puesto de acuerdo en la deducción de que lo que el electorado ha pedido a los Magos y Magas de las navidades pasadas ha sido estabilidad de fondo, mediante algunos cambios.
Cierto. Irrefutable. Mucho menos clara es, sin embargo, la lectura sesgada que se está haciendo de esa petición casi unánime de estabilidad, y de cuáles son los cambios anhelados. Arguyen los poncios que lo que la ciudadanía desea es ver caras nuevas – pero no demasiado nuevas – en un gobierno estable y bien consensuado por arriba, con capacidad para enjugar el déficit malévolo que acecha a nuestros presupuestos, acometer nuevas reformas más profundas del mercado de trabajo, satisfacer las expectativas de los mercados inversores y consolidar un crecimiento económico robusto en el que, tal y como predicó Jesús según su intérprete autorizado el apóstol Mateo, a quienes más tienen más se les dará, y a los que menos tienen les seguirán dando hasta debajo de la lengua.
Se percibe en estas interpretaciones la inversión de medios y fines ya habitual en espíritus ilustrados dotados de una elevación de miras suficiente para tronar contra los nacionalismos excluyentes, abominar del chavismo y señalar los abismos a los que conducen los abusos de la democracia directa o de la que no lo es, pero como si lo fuera. Según ese modo de ver, la política es un saber instrumental puesto al servicio de la economía. Una casta sacerdotal mantiene el fuego encendido en el interior del tabernáculo y ahuyenta de los sagrados misterios al vulgo ocioso. La política así concebida no es para las personas comunes; la economía, tampoco. A las personas comunes les toca jeringarse para que la política cumpla su augusta función y entronice sobre todas las cosas a una economía superior, macro, cuajada de estadísticas e indicadores, distinta y contradictoria de la economía doméstica con la que tenemos que lidiar todos los días.
Así las cosas, la pregunta del millón es por qué habría de votar un electorado ampliamente precarizado la estabilidad de una política económica que lo que ha conseguido hasta el presente es provocar la desestabilización de los votantes. No. La estabilidad que desea el elector es la suya propia: un empleo estable, un salario suficiente, posibilidad de conciliar horarios de trabajo y vida familiar, disponer de una sanidad y una educación públicas y de calidad, protección contra la codicia de los fondos buitre y contra todas las demás codicias desatadas en un contexto estructuralmente incierto. (Para una información más pormenorizada al respecto, les recomiendo leer Los besos en el pan, de Almudena Grandes.)
No resulta tan urgente formar gobierno si no se van a tener en cuenta estos pequeños detalles. Los mercados financieros podrán aguantar la incertidumbre durante un poco de tiempo más, seguro; más incertidumbre llevamos a cuestas quienes hemos ido a las urnas con ánimo de empezar a arreglar nuestros asuntos desde la política.
Política, con mayúscula. Política auténtica, sin marcas blancas. No esa política de la que Beppe Grillo, en el momento de abandonarla para volver a ejercer su antigua profesión de humorista, ha dicho que es una “enfermedad mental”. Lo es, sin duda, la política al uso, por la técnica que utiliza para concentrar todos los focos en un problema exclusivo, artificial, y omitir por completo o dejar en la sombra otros más acuciantes y sustanciales.
Autismo, solipsismo político. Funambulismo apoyado en la cuerda floja de mayorías de diputados que no garantizan nada porque solo pueden resultar estables en el plazo corto o cortísimo.
Sépase pues, en conclusión, que la Gran pero que muy Gran Grosse Koalizionen que se está predicando desde distintos focos es, a efectos de alcanzar la estabilidad deseada, caca de la vaca.
 

lunes, 25 de enero de 2016

LOS NUEVOS HUÉSPEDES


Lo más desolador en el live show del trance final del bipartidismo es, al parecer, la constatación de que se han perdido las formas. Desde que el coronel Tejero irrumpió a tiro limpio en el hemiciclo con aquella advertencia urgente, «¡Todo el mundo al suelo!», y mira que ha llovido desde entonces, no se conocía en la sede augusta de la soberanía nacional una tremolina semejante a la que se está viviendo ahora con la investidura. Lo de ahora es peor, según algunas opiniones, porque Tejero y sus conmilitones por lo menos lucían el uniforme, el tricornio y el arma reglamentarios. Eso daba un tono, no como las rastas, las coletas y el sincorbatismo de los nuevos huéspedes de las Cortes, síntomas seguros de que todo el prudente protocolo acumulado en años de bonanza se está yendo sin remedio por el desagüe.
Rajoy, que tenía todo el aspecto (salvo alguna cosa) de un caballero, ha echado mano para la investidura de un recurso de trilero, dejando al rey en una situación desairada. Iglesias ha cometido de inmediato la indelicadeza suprema de postularse a sí mismo como vicepresidente. Una humillación, dicen, para Pedro Sánchez, en un momento en el que este tiende a mirar a su espalda cada vez con más frecuencia, recelando de los próximos idus de marzo, y duda sobre si le conviene más tácticamente aspirar a una presidencia en la que no acaba de creer, o pasar la vez y que corra la bola mientras sigue creciendo el montón de fichas y de billetes en el platillo de las apuestas.
El único que se comporta, según los cronistas parlamentarios veteranos, los Jaime Peñafiel de la política, es Albert Rivera, cuya valoración como líder está en alza. Rivera se ha limitado a manifestar que jamás de los jamases, pero jamás, pactará con Pedro Sánchez para formar gobierno. Una declaración estupefaciente, dado que la situación de bloqueo político existente exige pactos. Dejo a ustedes el trabajo de adivinar con quién, entonces, pactaría Rivera un gobierno. Exacto, han acertado.
No importa tanto, entonces, la situación de emergencia democrática del país y la necesidad de poner fin a la corrupción rampante, al marasmo de las instituciones y a la degradación social, como el hecho de que no se estén guardando en el trámite las formas de toda la vida que permiten desde las revistas de papel cuché reconocer sin equívoco posible a la gente decente, a la “gente bien”.
La nueva política ha irrumpido en el sancta sanctorum del templo y empieza a zarandear de un lado para otro los candelabros de siete brazos. Sacrilegio. Y los sumos sacerdotes de vestiduras sobredoradas y barbas luengas que jamás han conocido tonsura, se comportan en el trance igual que aquel mayordomo estirado de Lo que queda del día, película de James Ivory sobre una novela de Kazuo Ishiguro: arrugan las narices con altivez y disimulan, a base de un desprecio exquisito, el escaso pedigrí nobiliario y la zafiedad de parvenus carentes de estilo, de los nuevos huéspedes de la casa.
 

sábado, 23 de enero de 2016

JUEGO DE GAMBITO


Alberto Garzón ha calificado de “Gambito Rajoy” la peculiar movida de apertura de nuestro presidente en funciones en el tablero ajedrezado de la investidura. Técnicamente, el comentario está bien enfocado: las piezas azules amagan con hacerse a un lado y ceden terreno, con la intención de sorprender luego a las rojas mediante un despliegue rápido y vistoso. Pero en el símil de Garzón falla la clave psicológica. Rajoy no es jugador de gambitos, ni en el póquer iría nunca de farol. Lo suyo se parece más a lo que hicieron Montgomery en El Alamein, y antes lord Wellington en Waterloo: atrincherarse, no dejar ningún resquicio a la iniciativa del contrario (cuenta para eso con el secante del Senado, y ya ha avisado de su intención de utilizarlo), mantener imperturbable la posición (sí, bueno, el búnker, ya que me obligan ustedes a dar detalles desagradables), y asomar la jeta al exterior solo cuando quede claro que el enemigo ha agotado ya toda la munición.
Rajoy no tiene ninguna pretensión de jogo bonito. Su intención es rendirnos a todos por cansancio, después de demostrar que un gabinete en compañía de rastas y rogelios no conduce a Pedro Sánchez a ninguna parte. Luego dejará que las cosas se asienten por su propio peso, con una ayudita exterior de Monsieur Juncker y Madame Lagarde si es necesario (que lo será).
No valoramos suficientemente los datos a nuestro alcance. Rajoy siempre ha sido un admirador de Mourinho, de modo que nada más natural que calcar su estrategia sobre la del Special One. Mourinho siempre ha dicho que en una eliminatoria a doble partido (¿y qué es en último término, si no eso precisamente, una sesión de investidura parlamentaria?), un empate a cero en casa en el partido de ida es un gran resultado. En la vuelta, con el rival volcado al ataque, todo es cuestión de especular y esperar el resquicio, la oportunidad. Si las cosas no se desatascan y en definitiva hay que asumir algún riesgo, se asume, pero solo a partir del minuto 85 de partido; no antes.
Mientras, Pablo Iglesias, que no cree en las tácticas, ha entrado a por uvas con una propuesta al PSOE de gobierno de coalición y él mismo de vicepresidente. Puede parecer precipitado pretender ganar la eliminatoria desde el minuto 1, pero también esa táctica tiene su lógica. Lo que no entiendo son los reniegos de algunos barones socialistas que se dicen humillados por la peregrina movida de Iglesias, esta sí de gambito. Humillados ¿por qué? No quiero ser malpensado, pero si Albert Rivera les planteara algo parecido mi sensación es de que los ojillos les relucirían de puro regocijo, y las glándulas salivares empezarían a funcionar a tope como las del perro de Pavlov.
¿Son las rastas el problema, queridos amigos socialistas?
 

viernes, 22 de enero de 2016

SE HACE LARGO ESPERAR


Las pequeñas crónicas cotidianas que recojo en este blog son unas veces divagaciones; otras, desahogos. Pero también se reflejan aquí de cuando en cuando estados de ánimo personales.
Esta mañana tarareaba distraído una música. Poco a poco he ido tomando conciencia de cuál era esa música: Es fa llarg esperar, de Pau Riba. También me ha venido a la boca la letra, que he escuchado en muchas, muchas ocasiones, en un vinilo de Quico (Pi de la Serra) y Maria del Mar (Bonet) que guardo en un lugar de honor en mis estanterías. Esta es la letra de la estrofa concreta que me ha venido a la memoria:
 
Quan s’espera que tot ja s’acabi
Per tot d’una tornar a començar,
Quan s’espera que el món tot s’enfonsi
Per tornar-lo a edificar,
Es fa llarg, es fa llarg esperar.
 
El poema-canción de Riba data de 1975; la grabación de Maria del Mar, con acompañamiento vocal e instrumental de Quico, de 1979. Los versos emergen de una época remota en la cual el posfranquismo se iba abriendo, a través de toda clase de obstáculos, tergiversaciones y palos en las ruedas, a una gran incertidumbre; y todo estaba en juego. Los versos, por uno de esos raros azares irónicos del tiempo, se adecúan a una situación en cierto modo análoga, una nueva transición, y encajan en ella a maravilla, sin forzamiento de ninguna clase.
Para amenizar la actual espera que no cesa, aquí tienen ustedes un link para que el milagro permanente de youtube les facilite un viaje por el túnel del tiempo, a una época en la que Quico y Maria del Mar (y yo también) teníamos cuarenta años menos:

 

miércoles, 20 de enero de 2016

JUGANDO AL MONOPOLY

El primer mandamiento de la neorreligión predominante reza que la economía no sirve a las personas, antes bien son las personas las que sirven a la economía. El segundo se resume en las siglas TINA, There Is No Alternative (No hay alternativa). Nos lo han recordado con grandes sonrisas de bonhomía primero Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, que nos ha urgido cariñosamente a hacer los deberes para no incurrir en pecado mortal de déficit, y después la baranda del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, agitando ante nuestros ojos los espejuelos de cuánto vamos a crecer según predicciones rigurosas que tienen la gracia añadida de incumplirse año tras año sin excepción. Creceremos, eso sí, siempre y cuando tengamos el buen sentido de invertir con rapidez nuestro capital político en un gobierno estable.

Estable. Es decir, capaz de absorber las reivindicaciones desestabilizadoras que surgen (siempre) de abajo, amortiguarlas, y encaminarlas después suavemente hacia una vía muerta. Un trabajo delicado y nada fácil, los de abajo van muy crecidos. Un trabajo imprescindible, sin embargo, para evitar que se resientan los índices macroeconómicos globales, lo cual sería una tragedia de proporciones incalculables (pero calculadas ya con una aproximación de centésimas de euro por los expertos del Fondo).

Tragedia. ¿Para quién? Para los de arriba. Hace muchos siglos que se ha aceptado sin discusión la premisa de que todo lo que es bueno para los de arriba es bueno también para todos los demás.  Se teoriza que los beneficios en la cúspide de la pirámide social van luego resbalando por los planos laterales inclinados y acaban por impregnar también la base de la figura geométrica. Es una leyenda urbana, que subsiste a pesar de que no puede esgrimirse ni una sola prueba a favor, y en cambio se perciben por todas partes mil argumentos en contra. El darwinismo social imperante sugiere, muy al contrario, que la base de la pirámide deberá sacudirse por sí misma (nadie la ayudará en la tarea) el peso insoportable de los privilegios de la clase ociosa que la oprimen, o acabará por desaparecer aplastada. Dada la fuerza insuficiente de la base para tamaña tarea, el prolijo esfuerzo de reequilibrio necesitará de un consenso.
Consenso. La palabra es ambigua. En lo que se está pensando a hora de hoy es en un consenso de los de arriba y no tan arriba, contra los de abajo. No serviría de mucho: un retal para un zurcido apresurado, pan para hoy y hambre para mañana. Si lo que de verdad se desea es estabilidad política, el consenso debe abarcar a todas las fuerzas políticas y sociales, y encaminar la política hacia derroteros distintos de los que ha venido siguiendo últimamente. Con plena conciencia de que existen otras alternativas, de que la economía no es un imperativo categórico, y de que no es posible utilizar el terreno de la política económica y social como si se tratara del tablero de un juego de Monopoly.
 

martes, 19 de enero de 2016

QUEREMOS TANTO A MARIANO


El actual presidente en funciones de nuestro gobierno dijo ayer en una entrevista radiofónica no saber nada de las comisiones ilegales cobradas por el ex diputado de su grupo Pedro Gómez de la Serna (que se dio de baja de forma voluntaria y se incorporó al Grupo Mixto).
– ¿Cree usted que debería renunciar a su escaño?
– Mire, yo sobre este asunto no me he formado aún una opinión.
– La vicepresidenta ha dicho que sí debería renunciar.
– ¡La vicepresidenta! Entonces no hay cuestión, de seguro lleva ella la razón. ¡Menuda es la vicepresidenta! Una lince.
Echaremos de menos a Mariano Rajoy cuando por fin se vaya a su casa, que espero que no tarde. Es entrañable, como ese vecino al que nos encontramos en el rellano de la escalera, esperando el ascensor.
– ¿Sube usted o baja, don Mariano?
– ¡Y qué voy a decirle yo! Otros habrá que sepan. La gente habla y habla, que si la corrupción, que si los recortes. Yo de esas cosas no entiendo, lo mío fue salvar a España del rescate financiero. ¿Se lo he contado alguna vez?
– Muchas veces, don Mariano. Pero no me diga que de verdad no sabe usted si sube o baja.
– No me aturrulle, caramba, usted lo que quiere es que me pille el toro.
El modelo sobre el que calca su conducta Rajoy es el de aquel otro gallego que gobernó durante cuarenta años y de paso aconsejó al embajador estadounidense Foster Dulles que no se metiera nunca en política. «Como hago yo.» La lucecita del despacho del Pardo estaba entonces encendida de forma permanente por las noches, porque el centinela de Occidente velaba sin descanso. También Mariano tarda en apagar la luz, pero es para acabar de absorber toda la letra pequeña del Marca.
“La Marca”, como decían con coherencia gramatical los vecinos de El Espinar, provincia de Segovia, en el lejano verano de mi adolescencia en el que me ponía a la cola del único quiosquero del pueblo a la espera de que llegara la furgoneta con los periódicos de Madrid, impaciente por enterarme de las últimas proezas del “águila de Toledo”, Federico Martín Bahamontes, en el Tour de Francia. Entonces los allí presentes, después de darnos la vez los unos a los otros, pontificábamos en corro que una tortilla de patatas con chorizo valía mil veces más como estimulante que las anfetaminas que se colocaba aquel franchute siniestro llamado Anquetil.
El defecto de Mariano – no el único, pero sí el que más lo aproxima a esa entelequia borrosa que unos llaman el hombre de la calle, y él mismo la mayoría silenciosa – es que sigue convencido de que Pedro Gómez de la Serna se dopa con tortilla española, y no con tres por cientos.
No hay peor ignorante que el que no quiere saber.
 

lunes, 18 de enero de 2016

POR BOCA DE GANSO


Antoni Zabalza, que fue secretario de Estado de Hacienda y es en la actualidad catedrático de Análisis económico en la Universidad de Valencia, pontifica en El País sobre Podemos, la secesión y el populismo. Mi interés por el populismo y por la secesión es escaso. Siento, en cambio, simpatía hacia Podemos; una simpatía extensible a otras instancias políticas plurales que tienen con Podemos el denominador común de afanarse en cambiar las cosas. Lo contrario le ocurre a Antoni Zabalza, que se ha convertido en adalid puntero, y supongo que bien pagado, del statu quo en el sentido más rasante de la palabra.
A cada cual según su gusto, pero Zabalza me irrita cuando confunde de forma intencionada el populismo con la democracia directa, citando con desparpajo a Condorcet, y concluye exponiendo la «necesidad de reconocer explícitamente los límites de la democracia.» ¡Los límites de la democracia, punto! De estar aún entre nosotros, Condorcet le habría dedicado un zasca de pronóstico. Él habló de los límites intrínsecos de la democracia directa y plebiscitaria, y de la necesidad de articular mecanismos de equilibrio y de contrapeso para evitar un despotismo de la mayoría. Zabalza argumenta en cambio que la democracia directa es mala en sí («es incompatible con una sociedad abierta»), y solo es buena aquella democracia indirecta dirigida a «retirar del poder a los gobernantes que han decepcionado a los electores.»
No contento con semejante reduccionismo en la forma de concebir el gobierno de la mayoría, encarece la importancia de ese «pobre y pequeño» papel de la democracia con la siguiente frase antológica: «Los países que han jugado con la democracia directa han acabado eliminando libertades individuales, causando dolor y miseria, y destruyendo los fundamentos de su sistema económico. Por el contrario, los que con más modestia se han abstenido de formular arcadias sociales, y limitado la práctica democrática al control de sus gobiernos, han conseguido respeto y tolerancia para con la diversidad, altas cotas de libertad individual, economías dinámicas y prósperas y un reparto razonable del bienestar.»
Nombres, señor Zabalza, nombres. ¿Cuáles son esos países? No hable por boca de ganso y mire con detenimiento a su alrededor. Sin necesidad de salir de las fronteras de este país concreto, lo que aparece a simple vista es “dolor y miseria”, hambre, desahucios, pobreza energética, desempleo no subsidiado, enfermedades desatendidas, etc., nada de todo ello causado precisamente por la democracia directa ni el populismo; la eliminación de libertades individuales (colectivas también, ahí está el juicio inminente al comité de empresa de Airbus); la destrucción de los fundamentos del sistema económico, si entendemos como uno de tales fundamentos el trato justo y decente en las condiciones de empleo y en la remuneración de la fuerza de trabajo asalariada; la falta habitual de respeto y de tolerancia para con las diversidades de todo tipo; una economía estancada y canija, y una desigualdad abismal en el reparto del bienestar.
Y esa situación insostenible, propiciada no por haberse rebasado los límites de la democracia sino por la falta de sustancia de la misma en el rigodón de turnos parlamentarios y puertas giratorias hacia y desde la esfera de los negocios, es la que Zabalza ve amenazada por «el populismo de Iglesias y Colau». Si con ellos viene el caos, señor Zabalza, bienvenido sea el caos.
 

domingo, 17 de enero de 2016

ESTO VA EN SERIO


Cuando esas personas que lo saben todo vuelvan a contarles que lo peor de la crisis ya ha pasado y los datos de la macroeconomía echan brotes verdes cada vez más robustos, tiéntense ustedes la ropa y no se distraigan de percibir otros guiños disimulados que reclaman nuestra atención en direcciones distintas.
Lean , por ejemplo, entre las líneas de lo que escribe Francisco G. Basterra en El País (bajo el título “Máxima atención a China”): «No sabemos si este tropiezo del país en el que vive casi una cuarta parte de la humanidad, es solo eso, un contratiempo, o predice un aterrizaje catastrófico de la segunda economía mundial con graves consecuencias políticas internas, y su desbordamiento estratégico al panorama internacional.»
Les recuerdo que el índice de la Bolsa ha descendido en la primera quincena de 2016 tanto como en todo el año 2015. Les recuerdo también, por si acaso lo habían olvidado, que vivimos en una gran economía de mercado globalizada, y que todos los datos se interconectan e interactúan entre ellos. Algo que algunos llaman “efecto mariposa”. Lo más alarmante de la especulación semiapocalíptica de Basterra es su confesión inicial: «No sabemos.»
Este es un mundo de aprendices de brujo. Milton Friedman dio el pistoletazo de salida en 1970: «La única responsabilidad social en los negocios es aumentar los beneficios.» Hermoseado en algunas ocasiones con ringorrangos y en otras disfrazado de noviembre, ese es el patrón de conducta que se nos propone, y a partir de él todo es mensurable y calculable con la ayuda de las otras dos unidades universales de medida vigentes (meramente simbólicas, por lo demás), el metro de platino iridiado y el patrón oro. La vieja cantinela de que no se puede sumar peras y manzanas, ha quedado obsoleta. Se puede. Todo consiste en calcular su valor relativo según patrón uniformizado; así, 1 pera equivaldrá a 1,23 manzanas y la gran contabilidad del mercado global podrá seguir su curso sin trabas. Todo es reducible a un precio convencional expresado en dólares: tanto por la deforestación de la Amazonía, tanto por el deshielo de los casquetes polares, por la desaparición acelerada de especies animales, por el ensanchamiento del boquete del ozono. Vivimos en Jauja, y un porvenir dorado se abre ante nosotros.
Solo que no es así. La gran utopía de nuestro siglo XXI, el crecimiento indefinido en un universo regido por las leyes inmanentes de la economía de mercado, está en ruinas a pesar de los esfuerzos por convencernos de lo contrario a cargo de predicadores financiados por el 1% de privilegiados que acumulan la práctica totalidad de la riqueza – menguante – del planeta.
Es urgente reaccionar contra esa utopía, armar y poner en funcionamiento un Plan B. Porque cuando nos cuentan que estamos saliendo a duras penas de una crisis catastrófica, lo que en realidad debemos entender es que estamos más próximos a caer en la crisis siguiente, y que esta será peor porque mientras tanto habremos consumido más recursos no renovables.
La quimera de la abundancia ilimitada en un mundo libre de contradicciones y reducible a números, porcentajes, estadísticas e indicadores absolutamente fiables, fue desmentida hace ya aproximadamente veintiocho siglos. Fue entonces cuando el Cohelet dejó escrita la siguiente afirmación contundente: «Lo que falta no se puede contar.» (Eclesiastés, 1,15).
 

sábado, 16 de enero de 2016

EL LUGAR DEL MITO


Anuncia Celeste López, en La Vanguardia, que un selecto equipo científico de la Universidad Complutense de Madrid ha dado fin a una larga investigación multidisciplinar con la conclusión de que el lugar de la Mancha aludido por Cervantes en el inicio de Don Quijote es Villanueva de los Infantes, capital del Campo de Montiel, y no, como se creía desde el siglo XVIII por ciertos indicios, Argamasilla de Alba.
Las dos localidades son preciosas, y muy merecedoras de patrocinar el evento, pero no sé qué vamos adelantando con tal estudio y tal noticia. Cuenta Celeste que se han tenido en cuenta detalles tales como la estimación de la velocidad de crucero que podía desarrollar en una jornada de viaje de características medias el rucio de Sancho Panza, y yo me pregunto si don Miguel se preocupó en alguna ocasión durante la escritura de su libro de tales fifiriches. Cualquier día nos sorprenderán con la noticia de que Sancho Panza se llamó en realidad Foncho Andorga, y que la ínsula de Barataria fue una pedanía de Cariñena.
Se insiste en que Cervantes ocultó “con ahínco” la cuna de su personaje, cuando de cierto es tan sencillo inventar una cuna como inventar al personaje que vio la luz en ella. Dado que Don Quijote de la Mancha no es una obra histórica ni biográfica sino que su intención fue muy distinta, no queda al lector otro recurso que someterse a la suprema autoridad del autor en lo que se refiere a todos los detalles que nos fue proporcionando, u ocultando, sobre sus personajes.
Así pues, bienvenida sea Villanueva de los Infantes al corro de la patata de la leyenda cervantina, pero el Quijote seguirá siendo a partir de ahora la misma obra que era. Macondo tampoco es Aracataca, y la magdalena de Proust no fue, ni antes ni nunca, una tostada, puesto que el autor acabó por rechazar la solución, ensayada en algunos borradores que han sido exhumados y cotejados recientemente. El lugar de los mitos es inamovible, para bien o para mal, desde el momento en que la obra es entregada al examen del público lector. Realidad literaria y realidad histórica son en rigor dos líneas independientes, en modo alguno paralelas puesto que se cruzan y se entrecruzan mil veces, pero de hecho no coinciden jamás.
¿Qué gana en prestigio y renombre, podemos preguntarnos, la muy bella y muy noble Villanueva de los Infantes, que acoge la tumba de don Francisco de Quevedo, con haber sido el “lugar de la Mancha” del que Cervantes no quiso acordarse?

jueves, 14 de enero de 2016

DEL ESTADO DE DERECHO AL FORRO DE LOS PANTALONES


El diputado electo por las filas del Partido Popular don Pedro Gómez de la Serna paseó una media sonrisa ambigua por el hemiciclo en el día de la inauguración de la nueva legislatura, y tomó asiento en un lugar discreto de la bancada del PP, en la última fila, antes de tramitar su baja en el grupo que le ha permitido forrarse con comisiones ilegales y ahora le ha brindado inmunidad parlamentaria para sortear las consecuencias de sus delitos continuados y probados.
Vivimos en un Estado de derecho.
El juez de Alcalá de Henares ha archivado la causa contra el obispo Juan Antonio Reig Pla, por considerar que ejerció legítimamente la libertad de expresión cuando comparó las manifestaciones feministas contra la ley del aborto luego retirada por el propio PP, con los trenes que conducían a los campos de exterminio a las víctimas del Holocausto. Simultáneamente los jueces Espejel y López, los mismos que fueron apartados del proceso a la trama Gürtel por las irregularidades financieras del PP, dada su afinidad manifiesta con los acusados, pugnan ahora por sentar en el banquillo al concejal madrileño Guillermo Zapata bajo la acusación de menosprecio a las víctimas del terrorismo en comentarios hechos en las redes sociales.
La norma principal que rige nuestro Estado de derecho es la ley del embudo.
El rey Felipe VI ha preferido darse por enterado por escrito de la investidura del nuevo presidente de la Generalitat de Catalunya, para no recibir a la presidenta del Parlamento autonómico, la independentista Carme Forcadell. Desde el otro lado del conflicto institucional, el molt honorable Carles Puigdemont omitió en el ritual de la investidura el juramento preceptivo a la Constitución.
La fuente jurídica imperante en la normativa vigente sobre las relaciones institucionales en nuestro Estado de derecho habrá de buscarse principalmente en el forro de los pantalones y/o enaguas de sus titulares.
El árbitro de fútbol señor David Fernández Borbalán no apreció incidencia alguna reseñable en las gradas del estadio Power8 de Cornellà-El Prat, en el partido de este miércoles entre el RCD Español y el FC Barcelona. En las gradas en cuestión se exhibieron grandes pancartas insultantes para familiares de un jugador del Barcelona, y otras abiertamente incitadoras a la violencia (“Pau, tu pie nos señala el camino”, referido al portero españolista que dio un pisotón intencionado a un delantero rival, en el encuentro de ida de la misma eliminatoria copera). El FC Barcelona ha sido multado recientemente por la FIFA por la exhibición en estadios deportivos de banderas “estelades”, lo que se considera incompatible con el “respect” exigible en una competición deportiva. Además, el Comité de Competición ha sancionado la semana pasada a un jugador del Barcelona con dos partidos de suspensión, por haber calificado de “desechos” a los jugadores españolistas en el túnel de vestuarios del Camp Nou.
Resumen de urgencia de la salud de nuestro Estado de derecho: a) ley del embudo como norma básica + b) forro de los pantalones como criterio orientativo + c) cuanto peor, mejor, como guía práctica en situaciones que reclamen una cierta sensibilidad hacia posiciones confrontadas.
Feliz año 2016 a todas y a todos.
 

miércoles, 13 de enero de 2016

TEMPORALIDAD


Los datos de la estadística oficial del Servicio Público de Empleo Estatal confirman el descenso progresivo de la duración media de los contratos temporales en nuestro país; si en el año 2008 dicha media se situaba en 78 días, en 2015 ha descendido a 54.
Otros dos datos de tendencia ensombrecen más aún el panorama. El primero es la rotación creciente en los puestos de trabajo; para entendernos, donde antes hubo un puesto de trabajo fijo ahora se da una sucesión indefinida de contratos temporales, cada uno de los cuales tiende a tener una duración más corta que el anterior. El segundo dato es que la industria ha dejado de ser la excepción en la cuestión de la duración de los contratos temporales. Con un índice de fijeza en el empleo notablemente mayor que el resto de los sectores, la industria presentaba en 2008 una media de duración de los contratos temporales de 188 días (media global, 78); en 2015 la duración ha descendido en la industria a 58 días, sensiblemente igual a la media global (54) y bastante por debajo de la construcción (77 días).
Hasta aquí los datos. En lo que se refiere a su análisis, el periodista Manuel V. Gómez oscila en El País (1) entre el circunloquio y el simple llamarse andana. Empieza su comentario del modo siguiente: «La crisis ha empujado a la baja la duración de los contratos temporales en la industria. Y la incipiente recuperación no ha supuesto un alivio.» Hablemos de lo que hablamos. No ha sido la crisis la que ha empujado a la baja la duración de los contratos, sino la reforma laboral. Resulta curioso que no se cite ni siquiera por alusiones la reforma laboral, cuando en principio esta se planteó como el instrumento que debía suprimir las “rigideces” del mercado y diseñar el marco idóneo para una recuperación pujante del empleo. En algún momento deberá hacerse un balance completo de cuál ha sido su función real.
Porque no ha habido recuperación, ni incipiente siquiera. Lo que ha habido es lo que muestran los datos fríos y tozudos de la estadística: una temporalidad creciente y más efímera, que sirve a dos objetivos concretos. El primero, enmascarar los datos del desempleo con una rotación acelerada de contratos para el mismo puesto de trabajo, de modo que la sensación es la de que se “crea” empleo, por más que eso solo suceda en las estadísticas. El segundo, una duración menor de los contratos conlleva también menores derechos para los contratados, que no llegan a los plazos legales mínimos para aspirar a una protección social más completa; por lo mismo, padecen una inseguridad laboral más angustiosa, y como colofón, se ven obligados a repetir cada vez con más frecuencia los procesos de solicitud de empleo, los envíos de currículos a cualquier interesado, el papeleo incesante que acompaña como una zona de sombra permanente toda la vida laboral del precariado.
Sigue diciendo Gómez: «Pero las consecuencias de la profunda crisis laboral también se notan aquí.» Esto es nuevo. ¿Cuándo se ha hablado de una crisis laboral? ¿Es un lapsus, o es la consecuencia del esfuerzo torturante por mantener el cuello torcido para mirar con insistencia a otro lado? Tanto morderse la lengua para no pronunciar las palabras fatídicas “reforma laboral” provoca, como ya observó Sigmund Freud, el retorno de lo reprimido por vías laterales. No existe una crisis laboral, como tal; el precio de la mano de obra está más bajo que nunca, las facilidades para la contratación son exuberantes, los incentivos directos e indirectos alcanzan niveles nunca soñados antes. Si no crece el empleo no es porque haya crisis laboral. La crisis está, en todo caso, en otra parte.
Leemos en el mismo artículo un ensayo de interpretación de los datos ofrecidos por la estadística de la contratación temporal. «Para la directora del departamento industrial de la empresa temporal Adecco, Nuria Rius, esta evolución [la rotación de contratos temporales] se debe a la “falta de confianza”. Ante la incertidumbre de las malas épocas y los primeros compases de las buenas, “los empresarios prefieren no arriesgar”, apunta.»
Nuria Rius se expresa con mucha cautela y con poca precisión. Las “malas épocas” no traían incertidumbres, sino certezas negativas; la referencia a los “primeros compases de las buenas” debe leerse más como la expresión de un deseo que como la constatación de un hecho comprobado. Quedémonos de su explicación con la “incertidumbre” de si van a seguir las vacas flacas o se avecina una inesperada bonanza. En cuanto a la figura del empresario que “prefiere no arriesgar”, es un oxímoron, puesto que el riesgo está siempre implícito en la empresa. Otra cosa es que ni el comportamiento de los gobernantes propios y ajenos ante la crisis global, ni los vientos que soplan desde los mercados, favorezcan la intrepidez marchosa de los emprendedores. Más vale tentarse diez veces el bolsillo antes de tomar una decisión que suponga gasto.
Lo cual viene a demostrar, por si aún hacía falta, que, en efecto, el problema del empleo, tanto el fijo como el temporal, no está planteado en el terreno laboral sino en el económico y el político. Lo ha estado siempre, y por esa razón la “reforma laboral” está resultando – ha resultado ya – un rotundo fracaso. Es como pretender solucionar la avería en el motor de un automóvil cambiándole las cuatro ruedas.