Crónicas desde La Contigüidad del Cosmos
El vector geodésico de
Poldemarx desde el aire. Casi puede apreciarse a simple vista el magnetismo
inherente. (Foto, Enciclopedia Catalana)
Hay personas que no
creen en los solsticios. Mi tía Paulita, por ejemplo, decía a quien quería
escucharla que entre equinoccios y solsticios no hay diferencia, todos son lo
mismo, como los políticos de izquierdas y de derechas. Mi tía Paulita no creía
en los fenómenos científicos. A ella le parecía una paparrucha que, debido a la
subida en flecha del magnetismo geodésico durante el solsticio, este sea
propicio a cambios radicales, a la toma de decisiones importantes, a la
asunción meditada de nuevas responsabilidades.
Disculpen que haya
tomado las cosas de tan lejos. El apunte anterior viene a cuento de que ayer,
solsticio de verano, hubo un intercambio íntimo de opiniones entre dos creyentes
en los solsticios, en el restaurante La Contigüidad del Cosmos de Poldemarx.
Los dos creyentes
que nos reunimos allí fuimos Angela Merkel y yo mismo. Ya sé que ustedes no lo
van a creer. Lo mismo me da, yo cumplo con informarles.
Vamos a ver, ¿por
qué en Poldemarx?, sería la pregunta. Respuesta: por el magnetismo geodésico.
La eminencia rocosa en la que se asienta la venerable ermita de Paudemarx emite
poderosas radiaciones, amplificadas en el solsticio, que de un lado atraen a colonias
de cormoranes radar (¿se han fijado en cómo se posan con las alas extendidas a
modo de antena para recibir mejor las ondas magnéticas?) y de otro lado sirven
para despistar a los drones de la CIA y los jeques árabes, equipados con devices microlectrónicas que incorporan
algoritmos de seguimiento en cualquier situación teórica. Angela (perdón, Frau
Merkel) está hasta el gorro de drones, y yo mismo, a pesar de ser un sufridor
nato, a veces no puedo menos que quejarme.
Disculpen si de
nuevo me he ido lejos del punto. Seguramente ustedes no conocen el restaurante
La Contigüidad del Cosmos. Fue acondicionado hace algunos años en una
anfractuosidad de la roca caliza del Alt Maresme aprovechando una discontinuidad
del espacio/tiempo, un pliegue anómalo en su superficie lisa por lo común. Es
invisible para los no iniciados y no viene señalado en las guías turísticas. Se
accede a él a partir de la línea mediana longitudinal de un callejón del centro
urbano, pasando por varios tramos de escaleras, unas ascendentes y otras
descendentes, y después de cruzar dos pasajes abovedados en recodo tapizados
con mosaicos de la época del Bajo Imperio romano, que representan escenas
mitológicas. Si tienen la fortuna de llegar alguna vez al espacioso comedor, decorado
con pámpanos y apliques florales en policromía, tengan en cuenta que el salmorejo
granaíno que ofrece la patrona es excelente, y el arroz a la cazuela, estimable.
La carta de vinos ofrece alguna alternativa decente, aunque Frau Merkel
prefiere siempre pedir sangría de la casa, que es infecta.
De nuevo me he ido
por las ramas. En fin, Angela Merkel me comunicó la orden taxativa de que fuera
a charlar allí con ella en el día preciso del solsticio para aprovechar al
máximo las buenas vibraciones. Se presentó en el Maresme camuflada en una
excursión colectiva a Calella de los Alemanes de amas de casa de Dusseldorf, y
en Calella tomó un VTC de Uber.
─ ¿Por qué Uber,
Frau Merkel? ─ le pregunté con desconsuelo.
─ ¿Por qué no, Herr
Gottráiguetz?
─ Estoy en contra
del capitalismo de las plataformas.
─ ¡Qué mono eres! ─
rio Angela hasta saltársele las lágrimas. Ha sido la primera y la única vez que
me ha tuteado.
En cualquier caso, allí
estábamos los dos sentados frente a frente, en La Contigüidad del Cosmos de
Poldemarx, delante de una jarra de sangría y una ración de patatas bravas (Frau
Merkel las adora), a la espera de que la cazuela de arroz con conejo cogiera el
punto.
─ Al grano, Herr
Gottráiguetz ─ dijo ella ─. Tengo un problema.
─ La escucho.
─ Un problema con la
presidencia de la Comisión Europea. JCJ [con
esa sigla se refiere Merkel de forma habitual a Jean-Claude Juncker] no lo
ha hecho mal estos años, bueno, con franqueza lo ha hecho fatal; pero de una forma u
otra ya es pasado. Necesitamos un relevo de garantía, alguien con una imagen
respetable, capaz de inspirar confianza en la ciudadanía e incluso de tomar
esporádicamente alguna iniciativa de no mucha importancia; ahora que yo ya no
voy a estar más al frente.
Frau Merkel suspiró,
enjugó con el pañuelo una furtiva lágrima y apuró de un trago su vaso de
sangría. Yo expresé una condolencia puramente formal y le rellené el vaso.
─ La echaremos de
menos, cancillera.
─ Ya me ocuparé de
que sea así. Pues bien, he pensado sustituir a JCJ por alguien del Sur, para
variar. El Sur está de moda. Hay muchas energías renovables a disposición en
estas tierras soleadas.
─ El Sur es un
concepto muy amplio, cancillera.
─ Ya. Había pensado
en un catalán.
Parpadeé. Frau
Merkel siguió desarrollando su idea.
─ La idea me la dio
Piel de Elefante Rajoy. Solía decir: “Me gushtan los catalanesh porque hacen coshash”.
¿Lo recuerda?
─ Apenas ─ dije.
Los dos nos reímos con ganas, y nos servimos más sangría. Frau Merkel pidió otra
jarra de lo mismo al patrón. Yo me sentía, sin embargo, un poco inquieto por
sus intenciones.
─ ¿Catalán o
catalana, cancillera? ─ la sondeé.
─ Catalán. Mujeres
no de fiar, siempre demasiadas iniciativas propias. Hombres, más manejables ─
respondió ella, sin recato ni consideración a mi condición masculina. Seguí
sondeándola.
─ ¿Está pensando en
un socialista, cancillera? ¿Josep Borrell? ¿Miquel Iceta?
─ No Borrell, no
Iceta, no socialista ─ dijo Merkel, categórica ─. Quiero alguien más centrista,
más dúctil, menos rigorista, con visión europea más amplia y flexible.
Me eché a temblar
de forma incontenible. Traté de sujetarme las manos para aquietar los espasmos.
Frau Merkel me observó con curiosidad.
─ A mí también me
pasa eso últimamente ─ observó.
Hubo una pausa. La patrona apareció con la cazuela del arroz. Frau Merkel se sirvió generosamente y
empezó a chupar los huesos del conejo cogiéndolos con los dedos. Yo la imité
sin escrúpulo en todo: en las dimensiones de la ración y en el dedazo.
Eché una ojeada
alrededor. En un rincón discreto vi a Karla, el espía estrella de Putin,
sentado en una mesita para uno, enfrascado en dar cuenta de un plato de
canelones.
─ Hay moros en la
costa ─ dije a Frau Merkel, señalándolo con apenas un gesto de la barbilla.
─ No es moro, es Karla
─ me contestó tan fresca ─. No importa. Mejor que Vladimir se entere cuanto
antes.
─ ¿Entonces, el
nombre…? ─ me atreví por fin a preguntar.
─ Alberto Carlos Rivera.
Estaba preparado
para lo peor, de modo que lo peor no me pilló desprevenido. A unos metros de
distancia, Karla dejó caer al suelo el tenedor y se agachó a recogerlo.
─ ¿Qué opinión
puede darme al respecto, Herr Gottráiguetz? ─ me preguntó Frau Merkel en tono
frívolo. Tiene en gran aprecio mi opinión, o eso dice por lo menos, desde que le
ayudé a aclarar (en realidad, a oscurecer bajo un velo de conveniencia) el
misterioso caso del robo de las joyas de Madame Lagarde.
Medité
profundamente la respuesta que iba a darle. Sopesé los pros y los contras.
─ Excelente
elección, Frau Merkel ─ acabé por decir ─. Rivera está suspirando por un empleo
bien remunerado. Aceptará el marrón sin darle muchas vueltas y se lo comerá sin
protestar. En la presidencia de la Comisión será inocuo, aproximadamente y
dentro de lo que cabe. Aquí nos libraremos de un muermo ya amortizado y en
rápida obsolescencia. Felicidades. No podía haber escogido mejor.
Merkel dio un
suspiro de satisfacción. Desde la distancia, Karla me hizo un gesto alzando el
pulgar. Al parecer, todos estábamos de acuerdo.
─ Me alegra mucho que
piense así, Herr Gottráiguetz ─ dijo Frau Merkel siempre en el mismo tono
frívolo, y entre bocado y bocado de arroz ─. Eso me evita tener que sacar a
relucir al candidato de mi plan B, con el riesgo de posibles contraindicaciones
en relación con nuestros socios españoles del grupo popular europeo. Todo irá
más rodado de este modo.
Karla pidió la
cuenta, unos metros más allá. Un rayo de sol asomó en la esquina de una ventana
orientada a mediodía y atravesó en oblicuo el comedor, como un mensaje del
Espíritu Santo en un cuadro de Fra Angélico.
─ Líbreme de una
curiosidad, cancillera ─ dije aún, mientras hacía como que bebía un sorbo de
aquella sangría infecta ─. ¿Quién era su potencial candidato B?
─ Carles Puigdemont
─ me respondió Frau Merkel. Karla tosió con discreción al pasar a mi lado en
dirección a la puerta. Yo le respondí con un guiño de ojo.
Bienvenido,
solsticio de verano.