viernes, 31 de enero de 2020

UNOS OJOS DEMASIADO HUMANOS



El cordero místico de San Bavón, antes y después de la restauración reciente. Fotografía tomada de El País. © LUKASWEB.BE-ART IN FLANDERS VZW, PHOTO KIK-IRPA



Ángeles García entrega en elpais una magnífica crónica cultural que trata de la exposición celebrada en Gante para presentar al público la restauración del políptico del Cordero místico, una de las obras capitales de la pintura universal, obra de Jan Van Eyck, que culminó a partir de 1426 el trabajo iniciado por su hermano Hubert, fallecido ese año.

El Museo de Bellas Artes de Gante ha titulado la exposición Una revolución óptica. El políptico, que adorna la cabecera de la catedral de San Bavón, se muestra ahora «tal como fue pintado», según afirma sin pestañear la restauradora Livia Depuydt-Elbaum, responsable del taller encargado de los trabajos. Al parecer hubo burlas en twitter a cuenta de la cabeza del cordero, cuyo antes y después pueden comparar ustedes sobre estas líneas.

La diferencia entre ambos es demasiado evidente. Doña Livia afirma que no solo el cordero que centra la parte inferior de la vasta composición pictórica, sino el 70% de la pintura, fue repintado en torno al año 1550. Desde esa fecha, las pinturas sobre tabla que veían los visitantes del templo no eran las que pintó Van Eyck, sino otras, ciertamente parecidas.

Los ojos demasiado humanos del cordero místico que simboliza al Redentor pueden ofrecernos una pista acerca de lo ocurrido. Las fechas que se barajan no son inocentes.

En 1430, cuando Van Eyck concluyó su obra, Flandes estaba bajo el dominio de los duques de Borgoña. En todos los Países Bajos estaba muy difundida entonces una forma de religiosidad de un fuerte aliento místico, la llamada Devotio moderna, cuyos principales impulsores fueron Gert de Groote, fundador del movimiento de los Hermanos de la Vida Común, y otros como Jan Ruysbroek y Tomás de Kempis. El rostro de ese cordero simbólico con ojos humanos podría estar conectado a ese tipo de religiosidad “de alto voltaje”, en la que el elemento divino trasciende la materia terrenal.

Después del matrimonio del flamenco Felipe el Hermoso con la princesa Juana de Castilla, Flandes entró en la órbita de la monarquía española. Carlos V (nacido precisamente en Gante) reunió las dos herencias, y reorganizó los Países Bajos bajo el gobierno de la regente María de Austria, si bien respetó de forma exquisita las instituciones autóctonas, en particular los Estados Generales.

La situación varió bruscamente a partir de la abdicación de Carlos en su hijo Felipe II, en el año 1555. Margarita de Parma era entonces la regente de los Países Bajos, pero quien en realidad tuvo vara alta en el territorio fue el cardenal Granvela, obispo de Arrás. Vino casi enseguida la rebelión de parte de la nobleza, encabezada por los condes de Egmont y Horn, que fueron ejecutados, y por Guillermo de Nassau, que dirigió la escisión de las Provincias del Norte.

El repintado del políptico de Gante pudo inscribirse en la nueva política religiosa intransigente. Lo digo simplemente como una hipótesis, pero las fechas coinciden.


jueves, 30 de enero de 2020

A LA INTEMPERIE


Quim Torra, president nominal de la Generalitat, está enfadado porque considera que sus socios de Govern le han dejado “a la intemperie”, al no desobedecer la sentencia que le apea de su condición de diputado autonómico. He aquí su clamor: «Si no nos creemos lo que aprobamos en el Parlament, el simbolismo ¿dónde está?»

Buena pregunta. La respuesta es compleja, pero hago a continuación un intento de síntesis: si lo que se aprueba en el Parlament se reduce a una cuestión simbólica y desprovista de toda credibilidad a efectos prácticos, donde está el simbolismo es… a la intemperie.

Dicho de modo más crudo, con el culo al aire. Esa es la condición deplorable ─en pleno invierno─ de la mayoría independentista en el Parlament. Esa es la razón de fondo de que una porción de esa mayoría esté reconduciendo su política en una dirección distinta, sin traicionar sus convicciones ─en democracia, todas las convicciones son respetables─, pero con “deslealtad”, denunciada por Torra, a determinados símbolos. Los símbolos, conviene aclarar, están siendo utilizados en este tiempo agnóstico para trazar líneas rojas artificiales que no deben ser atravesadas jamás y en ninguna circunstancia, por motivos nebulosos.

En tiempos se hablaba de la conveniencia de hablar clar i català. El habla catalana, sin embargo, se ha hecho más confusa. El president vicario habla en símbolos. Hace solo algunas semanas pedía diálogo directo y sin condiciones previas con el gobierno central; pero cuando el gobierno central dice que sí, que adelante, nos viene ahora con que las “condiciones” de que hablaba no eran de recibo en la segunda parte contratante, pero sí lo son, en cambio, en la propia parte. Esto es literalmente lo que ha dicho: «Necesito saber en qué condiciones negociaremos lo que haga falta negociar, que es el ejercicio de la autodeterminación y la amnistía.»

Ah, ¿no era un diálogo amplio sobre todo? ¿No se va a hablar en ningún caso de las cosas de comer?

Anuncia el president nominal elecciones anticipadas, pero no ha concretado para cuándo. La fecha podría situarse antes del verano, pero “no necesariamente”. Torra se reserva el derecho exclusivo que le concede el Estatut a señalar la fecha, en función de ¿qué conveniencias? ¿Las de Cataluña, las de los símbolos, las del inquilino de Waterloo?

El president (lo es aún, por más que ya no sea diputado) ha señalado la "falta de recorrido" de la legislatura, algo que ya había sido denunciado en todos los tonos y desde todos los azimuts desde mucho tiempo atrás. Con su actitud errática, ahora nos deja una vez más a todos los catalanes “a la intemperie”. Desguarnecidos de nuestras instituciones de gobierno, que han sido usurpadas por los símbolos. Los catalanes, por supuesto, no importábamos nada en este asunto. Todo el intríngulis está, al parecer, en los símbolos.


miércoles, 29 de enero de 2020

CARTA DE BATALLA POR UN FUTURO ROJO, VERDE Y VIOLETA


Leo con atención un artículo de Manel García Biel en “Nueva Tribuna”, en el que propone la afirmación de un espacio político que se reclame ecosocialista. Manel no ve cimientos sólidos de esa “ideología” (él la llama así) en el PSOE, ni en UP y sus confluencias, más allá de la propuesta de una serie de medidas concretas.

Es decir, sí que hay propuestas programáticas y prioridades, pero no están sostenidas por un “proyecto” coherente y bien trabado que sostenga ese entramado y pueda transportarlo a un horizonte más alto. A ese horizonte lo llama Manel “ideología”, y por más que la palabra no me gusta, me parece aceptable llamarla así. 

Es interesante analizar cómo define Manel esa ideología, u horizonte, ecosocialista:

«Lo que el ecosocialismo, como planteamiento político e ideológico, propone es un cambio de modelo de producción, un cambio de modelo económico, un cambio de modelo de las relaciones sociales y un cambio de las propias conciencias personales.»

Si saben contar, ni que sea con los dedos, verán que las componentes de ese planteamiento son cuatro (producción, economía, relaciones sociales, conciencia personal), y que las cuatro componentes exigen un cambio desde lo que hay ahora.

El modelo de producción ha cambiado ya, y mucho, pero no en el sentido en que sería posible y deseable. Hay quien le echa la culpa a la tecnología, por la robotización y la programación mediante algoritmos. Pero esa es solo media verdad: la utilización de la tecnología disponible se está ajustando a la maximización de los beneficios del capital (privado) invertido, y no, por ejemplo, a la disminución del tiempo de trabajo o a la remuneración de la productividad. Los algoritmos que se hacen servir toman en consideración solo unos inputs determinados, y omiten otros que aminorarían el beneficio a cambio de incrementar el bienestar. La fuerza de trabajo, cada vez más precaria y más exprimida en el nuevo modelo, es la gran perdedora en el nuevo paradigma social de la producción. Eso debe cambiar.

Y debe cambiar también todo el sentido de una economía cuyo norte es la apropiación privada del esfuerzo colectivo. Una economía que mide la riqueza mediante el indicador del PIB, que es una gran mentira. El PIB da un valor igual a cero, por ejemplo, a los trabajos de cuidados a las personas, desde la consideración de que el bienestar no vale nada; y en cambio considera creación de riqueza la recompra de acciones por las empresas cotizadas en Bolsa, un artificio contable que sirve para lucir en los luminosos de las Bolsas de valores, pero no crea ningún producto valioso en poco ni en mucho, ni incrementa de ninguna forma (salvo la de una burbuja peligrosa) la riqueza del país. La “economía política”, término que se ha desterrado arbitrariamente del uso habitual, debería dejar de concebir al Estado democrático como un guardia urbano que regula el tráfico, y darle mayor poder de decisión sobre lo que se produce, cómo se produce, y cómo se distribuye entre las partes que han concurrido a producirlo.

Sería necesario incentivar, en este mismo sentido, una producción dirigida de forma prioritaria a responder a las nuevas demandas de la sociedad. El “cómo” se produce conduce a la utilización de energías limpias y a la consecución de un hábitat sostenible; el “qué”, a intentar satisfacer las necesidades de las personas, cuando lo que fue conocido en su momento como “Estado del bienestar” se encuentra en gran parte en el desguace.

Y finalmente, también la conciencia de las personas debe cambiar. En un contexto complejo como el que vivimos, son muchas las decisiones que hay que tomar, todos los días. Y esa responsabilidad no se puede dejar solo a las instituciones. La ciudadanía no puede limitarse a esperar el “maná” que pueda caer del cielo de las instituciones. Hay una urgencia de empoderamiento de las personas para cuidar por sí mismas de sus intereses, y exigir respuestas ágiles en lugar de prolongados silencios administrativos. Se trata en último término de que las instituciones del Estado democrático y participativo se pongan al servicio de las personas, y no se pongan las personas al servicio de las instituciones. Un cambio fenomenal, copernicano.

En Italia, la CGIL ha puesto en marcha un Piano del Lavoro, un plan del trabajo y para el trabajo, dirigido a reorientar todas las cuestiones que Manel García Biel señala en su escrito. Hubo ya un Piano del Lavoro en los años cincuenta, promovido por la figura señera de Di Vittorio. Este de ahora es más necesario y más ambicioso todavía, porque se plantea a cuerpo limpio, sin contar con complicidades en ningún partido del arco parlamentario italiano. Los partidos de hoy, también en Italia, prefieren verticalizar sus influencias, soslayar a las organizaciones sociales intermedias y, dirigiéndose directamente al ciudadano aislado en su personalidad fragmentada, ofrecerle fragmentos, cachos, de redención, en lugar de un proyecto sólido y acabado de autorrealización.

Desde su esfera de autonomía duramente conquistada, también los sindicatos y los movimientos sociales de aquí mismo deberían concertarse para poner en pie un plan en el que el trabajo y la vida de las personas, en todas sus manifestaciones y sus circunstancias colaterales, ocupen el lugar central, sean la gran prioridad para la política de las cosas. Un gran plan de futuro que contenga entrelazados de forma íntima los tres colores rojo, verde y violeta.


martes, 28 de enero de 2020

FULL PUIGDEMONTY



El Parlament de Catalunya, ayer (metáfora).


Hay hombres que aman tanto a Catalunya que están dispuestos a matarla si se va con otro.

Hay mujeres que también; este, lamentablemente, no es un problema de género.

Se trata de hombres y mujeres convencidos/as de que las instituciones son un aparato colocado a su servicio incondicional; más aún, un aparato de su propiedad privada.

La democracia, según ellos, murió en Catalunya el 11 de setiembre de 1714.

Es decir, cuando aún no había nacido.

La sesión de ayer en el Parlament sirvió de escenario para que algunos de esos hombres y mujeres se despojaran de los tapujos que cubrían sus intimidades y mostraran la verdad desnuda a la luz multicolor de las candilejas.

Quim Torra se negó a acatar la decisión del Tribunal Supremo y de la Junta Electoral Central, y conminó a Esquerra Republicana a seguirle en la vía de la desobediencia.

No de la desobediencia civil, sino de la obediencia “estéril”, la definió Sabrià al rechazar la propuesta. Es decir, una desobediencia de secano y orinal, siguiendo la perfilada definición de José Luis López Bulla.

El argumento de Torra fue que el Estado pretende “usurpar” su condición de diputado.

Torra, que no ha sido votado por la ciudadanía para el cargo que ocupa como masover de la finca de Waterloo, cree ─supongo que sinceramente, de este hombre se puede esperar todo─ que la condición de diputado es una propiedad privada y omnímoda (puede hacer con ella lo que le parezca), y los poderes públicos se la intentan sustraer como un ratero podría robarle la cartera en una aglomeración a la salida del metro.

En consecuencia, cuando Torrent siguió al pie de la letra su consigna de desobediencia (es decir, le desobedeció) y le señaló que si Torra votaba los presupuestos su voto sería anulado, este último llevó a todo el grupo de JxCat a no votar.

Y el grupo no votó. Y los presupuestos del Parlament no se aprobaron.

Luego, y aparentemente sin convocatoria previa, doscientos rapaces quemaron de forma espontánea contenedores en los alrededores de la plaza Urquinaona. La intención profunda, claro está, era que se sepa que Catalunya sigue teniendo dueño.

Y que si Catalunya intenta irse de la vera de su legítimo propietario, este está dispuesto a matarla.

«Porque era mía», como en el tango.

Un Full Puigdemonty completo. La función sigue, hoy.


lunes, 27 de enero de 2020

EMPACHO DE SARDINAS PARA SALVINI



El cuarto estado, pintura de G. Pellizza da Volpedo.


«Los jornaleros de “Novecento” votarían hoy a la Liga» era el título con el que un sansirolé que firma Roncole Verdi encabezaba una imaginativa crónica sobre la inminente victoria de Salvini en las tierras de la Emilia-Romaña.

Pues no. Las elecciones regionales habían sido planteadas por Matteo Salvini como un plebiscito personal y un desafío al gobierno del PD y el M5S, pero la candidata de la Liga, Lucia Desvergonzoni, ha sido superada en ocho rutilantes puntos por el hombre propuesto por la izquierda, Stefano Bonaccini.

La afluencia a las urnas ha doblado en porcentaje a la de los comicios anteriores. Según algunos analistas, ese plus de participación favorecía a la Liga, pero no ha sido así. Casi nunca es así. La regla general es que la participación favorece las opciones de progreso. Hay excepciones, desde luego, y a veces muy sonadas; pero eso ocurre cuando los gobiernos nominalmente de izquierda lo han hecho muy mal, cuando se han comportado en todo como la tortuga de la aporía, que bloqueaba tozudamente el paso al corredor que quería adelantarla.

(No tengo datos suficientes para demostrarlo, pero abrigo fuertes sospechas de que una gran culpa del Brexit la ha tenido Tony Blair, aquel laborista convencido de que en su país ya todos/as eran clase media.)

La segunda derrota de Salvini es un ejemplo para todos, y prefigura un modelo exportable de conducta para la ciudadanía movilizada. Porque los reniegos en la butaca de la sala de estar con la vista pegada en el televisor no sirven de mucho contra el neofascismo subvencionado. Y los tuits y los memes ingeniosos que se hacen correr por las redes sociales, tampoco.

Quien ha derrotado a Salvini han sido las “sardinas”. Quien no sepa quiénes son las tales sardinas y lo que han hecho a lo largo de la campaña, puede consultar en http://vamosapollas.blogspot.com/2019/11/salvini-y-las-sardinas.html.


domingo, 26 de enero de 2020

QUÉ PODEMOS HACER NOSOTROS POR EL GOBIERNO



La ministra de Trabajo Yolanda Díaz


Tenemos un gobierno que responde a la mayoría salida de las últimas elecciones. Es una mayoría escuálida, sin embargo; en el sentido de que no es ni absoluta ni decisoria por sí misma. Necesita apoyos externos, tanto en el parlamento, como fuera de él.

En estas circunstancias ─difíciles, evidentemente─, la pregunta principal no es qué puede hacer este gobierno por nosotros, sino qué podemos hacer nosotros por el gobierno. La consigna a difundir debería ser: “Ayuda al gobierno, y él te ayudará.”

No hace falta mucha matemática para entender que si la ciudadanía mantiene una posición de escepticismo, de desconfianza o de indiferencia, el gobierno tendrá que hacer jeribeques extraños o concesiones sustanciales respecto de los elementos que conforman el programa con el que se ha comprometido.

La ministra Yolanda Díaz lo ha explicado de forma pedagógica: técnicamente es una aberración derogar en todo y de un plumazo la suma de reformas laborales continuadas que nos han empujado al lugar precario y subordinado en el que estamos ahora mismo. Sería como dar un salto en el vacío. Primero es necesario legislar, remover obstáculos, abrir senderos, allanar dificultades. El sentido común indica que es necesario llenar de agua la piscina antes de lanzarse desde el trampolín.

Pero legislar tampoco es una cuestión meramente técnica. La legislación adecuada solo puede llegar a partir del diálogo social. Los sindicalistas tenemos experiencia sobrada de las dificultades que conlleva traducir la letra de la ley a la vida real. Legislar por decreto solo es posible cuando existe la fuerza suficiente para hacer cumplir lo legislado. Para la derecha, esa “fuerza” es la de una administración de justicia y unas fuerzas de orden público puestas al servicio de sus intereses.

La izquierda no debe hacerle ascos a los tribunales, porque la justicia tiene que ser para todos, y tampoco a la policía cuando cumple con su deber esencial en un estado de derecho, el de dar protección a los más débiles frente a los fuertes que pueden permitirse enrolar policías paralelas.

La izquierda es de este mundo, está radicada aquí abajo, y no en ningún futurible ni en ninguna esfera ideal.

La izquierda es plural, además. Implica puntos de vista distintos sobre problemas concretos.

En este momento, lo esencial es hacer funcionar las sinergias, y no dispersar las fuerzas; buscar objetivos comunes, y apartar lo que pueda enfrentarnos entre nosotros.

Lo esencial, es ayudar a este gobierno a cumplir el programa con el que está comprometido, de modo que este gobierno ─y no ningún otro que estaría más de acuerdo con nuestras preferencias particulares─ pueda ayudarnos a mejorar nuestra situación, a cambiar las cosas.



sábado, 25 de enero de 2020

OTRAS ODISEAS



La familia Ulises de Benejam, al completo.


Cuando ingresé, hace pocos días, en la comunidad del “facebú”, José Luis López Bulla (mi padrino en la alternativa en cuestión) me señaló a la concurrencia como una persona muy capaz de la hazaña de leer el Ulysses de Joyce de cabo a rabo.

Lo cual es cierto, pero no es nada de lo que me sienta especialmente orgulloso ni satisfecho. Fue más bien un gaje de mi oficio, que ha sido, hasta que me jubilé, el de traductor, corrector y editor de historias.

Ulysses es una secuela muy complicada y aleatoria del arquetipo general del viajero que para llegar al destino deseado debe pasar por mil peligros y peripecias. Fue Homero quien contó la historia original, en La Odisea. A partir del arquetipo, muchos narradores eligieron su propio trayecto trufado de trampas y peligros para contar historias concebidas a modo de guías para la navegación.

Para poner un ejemplo lo más lejano posible a Joyce, ahí tienen “La familia Ulises”, del dibujante Marino Benejam en el icónico TBO de mi niñez; protagonizaba aquellas historietas un señor calvo y gordito, de clase media, que conservaba intacto el optimismo vital después de mil desventuras y chascos a los que arrastraba a su señora, a la abuela, a los hijos y al perro.

Señalo brevemente otras odiseas memorables en la literatura universal:

1) La Commedia, de Dante Alighieri. En mitad del recorrido de su vida el poeta se pierde en una selva oscura y acaba por visitar sucesivamente el infierno, el purgatorio y el paraíso, lugares en los que encuentra instalados a mil conocidos que le cuentan distintas historias, y de donde vuelve más sabio y más consciente de las asechanzas de la vida. El deseo de Dante al emprender el periplo era poder regresar en triunfo a Florencia, pero no hubo manera. Murió refugiado en Ravenna, con su cabeza puesta a precio en su ciudad natal.

2) Don Quijote, de Miguel de Cervantes. Hay un contraste tragicómico entre el mundo de monstruos, gigantes, encantamientos y hazañas que habita el hidalgo en su mente, y la dureza implacable de la realidad degradada que le aguarda en sus sucesivas salidas. Dice el alias del autor (el autor en realidad nunca lo afirma de forma taxativa) que Don Quijote está loco, pero esa ha sido materia de discusión durante siglos. El propio Cervantes le llama “ingenioso” en el título del libro. Al final de una de sus frustrantes aventuras, en las que suele acabar molido a palos y derrengado, señala el caballero la siguiente objeción para los “cuerdos” que se ríen de él: «Nadie podrá quitarme la gloria del intento.»

3) La isla del tesoro, de R.L. Stevenson. Se parte de la leyenda de un tesoro custodiado por un esqueleto, y de un mapa posiblemente auténtico, y en el trayecto surge la competencia desleal del grupo de filibusteros encabezados por Long John Silver, dispuestos a eliminar a quienes financian la empresa para quedarse ellos con los réditos potenciales. Jim Hawkins se mueve con astucia entre los dos grupos, sin aceptar nunca del todo las reglas de los caballeros ni las de los piratas.

4) Peter Pan y Wendy, de James M. Barrie. Una variante de la odisea de Stevenson, reducida a fábula para consumo infantil, pero que va bastante más allá del público para el que fue escrita. Vuelve aquí el mito de la isla (Nunca Jamás es otra versión de Ítaca, la patria soñada) y se incluye el componente psicológico del niño que “no quiere crecer”, o dicho de otro modo, que no quiere aceptar el decalaje existente entre lo que sueña y lo que le ofrece la vida real. Peter Pan es otro Don Quijote.

5) El conde de Montecristo, de Alejandro Dumas. También aquí aparece una isla del tesoro, a la que llega el héroe después de mil penalidades. Lo importante, sin embargo, es lo que sucede después: cómo, con el capital financiero puesto de repente a su disposición, la antigua víctima propiciatoria de una sociedad injusta se transmuta en ángel exterminador.

6) Cosecha roja, de Dashiell Hammett. El agente de la Continental se traslada a Personville (más conocida como Poisonville, “ciudad venenosa”) contratado por una persona que muere asesinada antes de haber celebrado con él la primera entrevista. Alguien, sin embargo, le encarga “limpiar” la ciudad de las bandas que la están ahogando. Es de nuevo la lucha de Ulises, solo, contra los dioses, los monstruos, los elementos y la violencia desencadenada. Poisonville volverá, al final, a ser Personville. Por en medio, cincuenta y tantos asesinatos, no todos debidos a la misma mano, por supuesto, y algunos incluso a manos del todo inesperadas.

7) El lago (Loon Lake), de Edgar L. Doctorow. El viaje de ida y vuelta de Joe, un joven pueblerino, por los Estados Unidos de los años de la Depresión. Una parábola deslumbrante que empieza cuando una noche, desde un desmonte, un vagabundo ve por la ventanilla iluminada de un tren de lujo a una Dulcinea seductora a la que seguirá a todas partes con la fidelidad sin reproche de un caballero andante…, o con su equivalente en una época ya muy diferente de la de la caballería.

8) El año del diluvio, de Eduardo Mendoza. El prudente, sagaz y aventurero Ulises transfigurado en la joven e impetuosa madre superiora de una orden religiosa que busca financiación para un hospital en la Cataluña central. La peripecia la llevará por toda clase de despeñaderos, hasta el punto de que en un momento especialmente surreal llega a decirse: «No sé si Dios me somete a duras pruebas, o es que me está tomando el pelo.»

Además está, por supuesto, el Ulysses de Joyce, un empeño esforzado en construir una nueva epopeya total para un mundo en disolución. Yo no recomiendo a nadie que empiece a leerlo. Mi sensación es que el esfuerzo no compensa. Sí que recomiendo de forma encarecida a quien lo haya empezado y se quede atascado en medio de un océano de palabras abstrusas, que no siga leyendo a toda costa. Leer debe ser siempre un placer; leer por obligación es un suplicio terrible.


viernes, 24 de enero de 2020

ESPERANZA DE VIDA



Algunos amigos en Trani (Puglia), disfrutando de la esperanza de vida. Carmen Martínez es la situada más a la derecha, sin que eso prejuzgue su posición política.


Las mujeres tienen una esperanza de vida mayor que los varones. Sin embargo, para muchas se trata de una esperanza de vida sin esperanza.

Un artículo de Pilar Álvarez en elpais señala el perfil de la mujer mayor de 65 años en un entorno rural como el de la víctima predestinada de la violencia de género que ni siquiera se da cuenta de su condición de víctima. «Mi marido me pega lo normal», fue una frase que consiguió hace algunos años que se escuchara en todos los foros la voz de tantas personas resignadas a vivir en un sinvivir que es tan solo un sobrevivir.

Mi amiga, reciente en facebook y de muchos años en la vida real, Carmen Martínez Mallorquín, me decía el otro día que es necesario feminizar la política; y yo me declaré de acuerdo con ella. Para evitar posibles equívocos, feminizar la política no significa simplemente que más mujeres se sitúen en el primer plano de la política, sino que en la política de todos los días (en la “utopía cotidiana” que es esencial no perder nunca de vista), hombres y mujeres a una se ocupen más de las peculiaridades de la condición femenina, para que ningún techo de cristal y ningún suelo resbaladizo impidan a las mujeres su autorrealización personal en el trabajo y en las relaciones sociales.

Cierto que también los varones andamos muy necesitados de autorrealización, pero los parámetros de partida son muy distintos en uno y otro caso, y en política lo importante es eliminar obstáculos, facilitar condiciones, allanar el camino en una palabra para que la vida de las personas encuentre un cauce por el que fluir en libertad.

Vivir la propia vida, ser libre para elegir, incluso para elegir mal, y tener la posibilidad de rectificar. Puede dar la sensación de que no es pedir mucho, pero la propia vida es lo más importante que poseemos en propiedad.

«Tú también te morirás un día», le dice Charlie Brown a Snoopy en una viñeta. Y Snoopy le contesta: «Bueno, un día sí, pero todos los demás días, no.» Eso es lo que significa vivir la vida, la esperanza real de vida.

Nos lo ha dicho a su manera Manuela Carmena, ex jueza, ex alcaldesa de Madrid, en el programa televisivo de Broncano. A la pregunta de si practica aún el sexo y cuando fue la última vez, Manuela (75 años, los mismos que yo, estudiamos Derecho en el mismo curso en la Universidad de Madrid) respondió, más allá de dar datos concretos, con un «mensaje de esperanza: ¡Sí se puede!»

Nuestra edad no impide, dijo Manuela, el libre curso de la imaginación y de la creatividad. Bravo, Manuela. Eso es esperanza de vida.

PS.- El nuevo gobierno ha recuperado el diálogo social y ha elevado el suelo de las pensiones y del salario mínimo. Se trata de buenas noticias, para las que me sumo a la celebración que hacen en sus blogs de culto respectivos Antonio Baylos y José Luis López Bulla.

jueves, 23 de enero de 2020

"VOLVEREMOS A HACERLO"



Mariano Benlliure, “Suerte de varas”, acuarela.


En el planeta de los toros, a eso se le llama crecerse al castigo. Una vez que el astado se ha abalanzado contra el bulto del caballo protegido por un peto, y ha recibido a cambio el picotazo correspondiente del varilarguero, puede achantarse, actitud comprensible pero que recibe el abucheo unánime del tendido de sol, o bien “crecerse”, o sea insistir con más fuerza para acabar de una vez con el enemigo insidioso.

Algunos políticos se comportan como los toros de lidia: embisten a bulto, pretenden hacer el vacío a su alrededor, y la ofensa calculada de la vara o el rehilete les pone fuera de sí.

En la llamada fiesta nacional, esa reacción es comprensible. El toro ha sido encerrado en el redondel sin invitación previa, sin comerlo ni beberlo, y es hostigado sin motivo aparente de mil maneras, convocado al engaño una y otra vez, y conducido sin tregua hasta la llamada suerte suprema. No se le da otra alternativa, TINA.

Muy distinto es el caso de la política. Quienes se crecen al castigo y afirman que “volverán a hacerlo”, han elegido previamente entre varias opciones una senda determinada para alcanzar sus objetivos. La elección de una práctica política determinada no es neutral ni indiferente al medio social, tiene siempre consecuencias de distintos órdenes, uno de ellos el judicial. Todo el mundo debe ser consciente de que la capacidad de elegir, o de decidir como es más común llamarla ahora mismo, impone una responsabilidad precisa para quien la utiliza. Quien acepta obrar de una manera determinada, no puede rechazar en cambio las consecuencias de esa manera de obrar, si no le gustan. El “no había para tanto” se compagina mal con el “volveremos a hacerlo”.

Muy distinto es el caso de una versión del “volveremos a hacerlo” que aparece, sin conexión ni comparación posible con las aventuras catalanas (quede eso muy claro), en las portadas recientes de la prensa diaria. La cuenta oficial de Vox en Twitter (que tiene, según algún medio, hasta 380.000 abonados) ha sido cerrada, por incitación al odio. Vox acusó sin fundamento al PSOE de promover la pederastia en las aulas. Una barbaridad, con el único atenuante de que es una barbaridad dicha por Vox, y la vara de medir las barbaridades de Vox se está quedando corta desde todos los ángulos posibles: en altura, anchura y espesor.

Entonces, Vox ha reaccionado afirmando que “volverá a hacerlo”. Vox tiene esa característica particular: cada una de sus declaraciones es una amenaza. Cultiva el odio refinado, y dinamita la convivencia. Su objetivo no es gobernar, sino destruir el patrimonio común en nombre del darwinismo social.


miércoles, 22 de enero de 2020

LA APORÍA DEL SINDICATO




Zenón de Elea fue un filósofo griego de la antigüedad más rancia que pasó a la posteridad por su “aporía” (dificultad, problema) de Aquiles y la tortuga. En una carrera entre ambos, sostenía Zenón (supongo yo que con retranca de alguna clase), Aquiles nunca podría adelantar a la tortuga si esta contaba con alguna ventaja de partida.

El problema radicaba, para Zenón, en las características del espacio y el tiempo. Para cubrir una cantidad de espacio determinada se necesita alguna cantidad de tiempo; menos para el veloz Aquiles, que para la lenta tortuga. Pero en la cantidad de tiempo que Aquiles necesita para llegar al punto que ocupaba la tortuga en el instante en que empezó a correr, la tortuga se habrá movido ya a otro punto; y cuando Aquiles llegue al segundo punto, la tortuga estará situada en un tercero. Y así, indefinidamente. Como tiempo y espacio son infinitamente divisibles, Aquiles no podrá rebasar nunca a la tortuga, sino tan solo situarse infinitesimalmente cerca de ella.

Cuentan las historias que el joven Aristóteles, que escuchaba a Zenón, se puso en pie en ese momento del discurso, se dio la vuelta para irse, y dejó al desgaire este mensaje: «El movimiento se demuestra andando.»

El sindicato confederal (no este o aquel, todos, y en todos los países avanzados) se encuentra en una aporía parecida a la de Zenón: tiene un potencial “político” (lo pongo entre comillas, luego volveré sobre el término) importante, pero no puede intervenir en política, desde su independencia, de una forma eficaz, porque encuentra en su camino “tortugas” que le obstruyen el paso.

Tiene representatividad, pero es una representatividad insuficiente: la tasa de sindicación es baja, en todos los países, en términos absolutos. Cierto que existen los medios y la voluntad de ampliarla a colectivos de trabajadores precarios o falsamente autónomos que hoy por hoy están volviendo la espalda a la propuesta sindical; pero es dudoso que, incluso en el caso de que se consiguiera enrolarlos para la causa, la representatividad acrecida sirviera al sindicato para cubrir el objetivo deseado de influir, de contar de alguna manera en la política económica.

Vuelvo a las comillas de la “política”. La “política” ha sufrido una mutación desde la época de los partidos de masas y los sindicatos de clase, aquella época hoy desaparecida que se señaló en la economía por el modo de producción llamado “fordista”, es decir por la hegemonía de la gran fábrica automatizada. Seguimos llamando a la política con el mismo nombre, pero es profundamente distinta a como era.

Entonces existía una relación directa entre el partido y el sindicato, entre la fábrica y el parlamento. Era una relación distorsionada en muchos casos: el partido siempre tuvo la tentación de imponer su perspectiva al sindicato y convertirlo en su fiel infantería. Pero los sindicalistas constituían un grupo nutrido y compacto en los órganos de dirección de los partidos, y estos mandaban a algunos de sus mejores cuadros, no a las fábricas salvo en casos excepcionales y, por decirlo así, heroicos; pero sí a los órganos colectivos de dirección de los sindicatos, donde ─desde el respeto en principio a la esfera de autonomía de cada cual y a la formación de mayorías y minorías en torno a cada cuestión debatida─ tenían una influencia importante en la concreción de la línea sindical.

Para expresar de la forma más breve posible lo que ha cambiado en ese esquema, basta decir que también la política ha perdido representatividad. Los partidos (hablo en general, cada cual establecerá las excepciones a la regla) no representan ya a las masas en función de sus necesidades y sus expectativas existenciales, sino que se limitan a lanzar iniciativas mediáticas para atrapar votos transversales en el caladero de una ciudadanía fragmentada, desorganizada y huérfana de referencias “fuertes”.

La falta de consistencia de las plataformas políticas al uso, su levedad insoportable, es la tortuga que obstruye el camino del sindicato aquíleo hacia la meta deseada del progreso político para el pluriverso del trabajo.

Dicho de otra manera, que quizá permite entender mejor el calado de la aporía en la que se debate el sindicato hoy, la “política” ya no necesita verse legitimada por la aprobación del mundo del trabajo; su praxis de todos los días no está basada en consensos estables ni en apoyos homogéneos de las fuerzas sociales.

La “política” tiende más bien a apostar, como decía ayer yo en estas mismas páginas (1), por la gobernabilidad contra la representatividad. Una mayoría en el parlamento, incluso simplemente una mayoría de bloqueo, puede justificar el balance de toda una legislatura.

Por eso conviene insistir en el programa de gobierno, y en el control social de su cumplimiento. El movimiento se demuestra andando, habría dicho Aristóteles.




martes, 21 de enero de 2020

GOBERNABILIDAD O REPRESENTACIÓN


La democracia representativa tiene un problema, si quiere ser “demasiado” representativa. Adviertan las comillas colocadas en el adverbio.

Si quiere ser “demasiado” representativa, la democracia ve disminuir la estabilidad del sistema: se hace, poco a poco, más y más ingobernable. Surgen nuevas demandas desde abajo, el nivel de exigencia de la ciudadanía crece, la satisfacción disminuye, los gobiernos son contestados y acaban por caer.

El remedio que se ha encontrado históricamente al problema, cambiándolo todo de modo que nada sustancial cambiara ya desde los años setenta del siglo pasado, ha sido recortar la representación para afirmar la estabilidad del sistema. “No se puede dar a todo el mundo todo lo que pide”, fue el modo de expresarlo de la Comisión Trilateral, un constructo surgido de los think tanks de la nueva economía global que consiguió, primero, poner fin a los “treinta años gloriosos” de prosperidad después del último conflicto mundial (en este país habíamos pasado los treinta gloriosos y algunos más bajo la dictadura franquista, aislados de todo el concierto internacional; mala suerte histórica que tenemos).

Luego las fuerzas neoliberales anunciaron, a bombo y platillo, el Final de la Historia.

Historia, con mayúscula; Final, con mayúscula también. No había nada más que hacer, todo estaba ya hecho. TINA, there is no alternative. Quienes estaban arriba en el momento del derrumbe de la Unión Soviética, en aquella época en que el mundo era aún bipolar, seguirían arriba para siempre; habían ganado la competición y se llevaban la Copa a casa. A los que estaban abajo, es decir a todo el Segundo y el Tercer Mundo y a buena parte del primero también, que les fueran dando.

Este fue grosso modo el esquema. Desde entonces, y bajo el nuevo paradigma, los ricos se han hecho mucho más ricos, y los pobres, mucho más pobres. Paralelamente, el mundo se ha hecho mucho más inestable que bajo la guerra fría, el terrorismo ha alcanzado cotas desconocidas antes, y las protestas sociales se han multiplicado y radicalizado en todas partes.

La representación tiende a adelgazarse en las democracias representativas, de las que es el ingrediente esencial; la idea inclusiva de “ciudadanía” flota sobre la realidad con unos contornos cada vez más vaporosos; los tribunales supremos reinterpretan en sentido restrictivo mandatos constitucionales que en tiempos pretendieron expresar una comunidad “nacional” de intereses que cada vez resulta más ambigua y más problemática.

Somos ahora, en teoría matemática, mucho más ricos en términos del PIB, pero el “sistema” tal como está configurado, con un Estado deudor que ha venido a sustituir al anterior Estado providencia, es incapaz de garantizar empleo digno, pensiones dignas, vivienda asequible, prevención social adecuada, educación de calidad capaz de promover la igualdad de oportunidades. Todas estas necesidades son calificadas de “ideológicas” por quienes enarbolan su propia ideología dogmática como un garrote con el que atizar a cualquier cosa que se mueva por la izquierda. Iniciativas como la del “pin parental”, que promociona no solo Vox, sino el PP de Pablo Casado, van en la dirección de ahondar en las diferencias individuales entre la casta del dinero y la plebe desamparada y desmonetizada: quieren dos escuelas distintas para dos clases enfrentadas.

La democracia se ha adelgazado considerablemente, pero sigue ahí, sin embargo; la representación es claramente deficitaria, pero aún funciona de uno u otro modo. Son premisas a las que aferrarse en el momento en que disponemos de un programa de gobierno abierto, social democrático, inclusivo, dispuesto a gestionar cambios no mayúsculos quizá, pero sí esenciales.

No podemos dejar que decaiga este programa, que fracase este gobierno de coalición que ha costado años construir y que está en el punto de mira de toda la artillería acumulada por la División Brunete Mediática y por la División Aranzadi que la escolta y la refuerza.

Lo impediremos los que estamos aquí abajo, juntos, solidarios, e impacientes. Tenemos conciencia clara de que, si no conseguimos aprovechar esta ocasión, no tendremos ninguna otra, mejor o peor, hasta vayan a saber cuándo.