sábado, 31 de octubre de 2015

LA OBRA DEL CREADOR


Manuel Fraijó, en un artículo en El País, comenta el caso de una comisión de teólogos que, reinando en España Felipe IV, rechazó un plan para canalizar los ríos Tajo y Manzanares con el argumento de que, de haber querido tal cosa Dios todopoderoso, la habría hecho por Sí mismo. No siendo así, no correspondía a los hombres enmendar la obra divina.
Hoy, mucho más acostumbrados a la tolerancia divina para con las injerencias humanas en Su Obra, incluidas las aberraciones que están dando lugar al cambio climático, ese punto de vista nos parece pura superstición. Hay rastros de pensamiento supersticioso tradicional con muchos siglos de pedigrí; por ejemplo, en la cuestión de los puentes. Multitud de puentes medievales repartidos por toda Europa siguen siendo llamados “del Diablo”, y los romanos antiguos dieron el título de pontifex, constructor de puentes, a una de sus más altas magistraturas político-religiosas. Por cierto que el nombre de pontífice, desligado de su función concreta, ha perdurado hasta nuestros días.
En una obra de tradición popular representada el año pasado en Barcelona por un grupo chipriota de teatro, danza y música coral, seguí la narración de la construcción de un puente en la que el diablo derrumbaba por la noche lo que se había levantado durante el día. Para superar la maldición, los “expertos” señalaron como solución la ofrenda a Dios de un sacrificio humano: el de la esposa del constructor o “pontifex”. La mujer fue bajada hasta los cimientos de la obra. Antes de ser sepultada allí, maldijo a todos cuantos pasaran por el puente en el futuro; pero sus convecinos la convencieron de que no lo hiciera. ¿Maldeciría acaso a su mismo hermano, que de vuelta de la guerra habría de pasar por ese mismo lugar para volver a su pueblo a casarse? Al final la mujer se resigna a morir en aras del progreso y el bien del común.
Quizás ese mismo rasgo supersticioso (el desafío a la obra divina) subyace en una leyenda sobre Martín de Aldehuela, el arquitecto que acabó la construcción del Puente Nuevo de Ronda sobre el tajo del río Guadalevín. Aldehuela murió de enfermedad, en su cama, en Málaga en 1802, pero sigue en pie una leyenda según la cual se despeñó desde lo alto del puente el día mismo en el que concluían los trabajos.
Dios existe o no, pero en cualquier caso Su Obra, el mundo, despierta sentimientos encontrados. A unos les agrada el orden admirable que perciben en el mundo, e insisten en no tocarlo por ninguna razón; a otros, muy al contrario, les desagrada el desorden aborrecible del mundo, e insisten en rectificarlo como sea. La Ley, ese invento genuinamente humano, ha sido tradicionalmente considerada como emanación de la autoridad divina, y guardada en el santuario de las cosas sagradas. La Ley consagra un Orden, y ese orden es considerado por los propietarios como algo “natural” y digno de preservación, y por los desposeídos como una extorsión insufrible. En la época de mayor florecimiento de la disciplina jurídica bautizada como Derecho Natural, la institución de la esclavitud no era percibida como contradictoria a la armonía de las esferas. Dos siglos más tarde, sí. Galileo fue condenado como hereje por sus teorías sobre el orden cósmico, y reivindicado dos siglos más tarde.
Hoy el orden que se pretende imponer es el derecho de los ricos a ser más ricos, y la imposibilidad de mejorar la vida de quienes no lo son. No hay una teología detrás de ese intento de conformar la vida a una horma férrea; sí hay una ideología, y una hegemonía cultural incipiente que amenaza con instalarla de forma duradera. ¿Habrá que esperar dos siglos, también, para rebatirla?
 

jueves, 29 de octubre de 2015

EL AVATAR DE LA GOBERNANZA


En un libro de aparición reciente, La gouvernance par les nombres (Fayard 2015), Alain Supiot, catedrático de “Estado social y mundialización” en el Collège de France, desvela las características de la nueva racionalidad que preside la actuación de los gobiernos y las instituciones económicas en el área del capitalismo occidental. Hemos pasado del gobierno a la gobernanza, afirma, y rastrea la fortuna creciente de la expresión, desde sus orígenes (franceses, pero adoptados por la pragmática escuela anglosajona de los negocios con un sentido sutilmente diferente), hasta su consagración en el vocabulario mundializado (globalizado, si se prefiere) con el documento, emitido por la OCDE, Principles of Corporate Governance (1998), y su réplica en una comunicación de la Comisión Europea al Parlamento, titulada Modernising Company Law and Enhancing Corporate Governance in the European Union (2003).
El término “gobernanza” equivale al principio a “buena gestión de la empresa”, según unas pautas que era preciso redefinir en un período caracterizado por grandes mutaciones en el modo de producir bienes y servicios; poco a poco, sin embargo, el vocablo amplió su significado propiamente económico y vino a contaminar el universo de la política.
No es el primer caso, ya sucedió otro tanto con el taylorismo: el modo de organizar y de regir el mundo de la empresa tiende a extenderse sin remedio a la forma de concebir el resto de estructuras sociales. El gobernante se asimila al gerente de una compañía, y las estructuras de gobierno a una gran sociedad anónima atenta a gestionar los beneficios que va a repartir entre los accionistas al final de cada ejercicio.
Los humanos funcionamos así, por metáforas. Pero, como ya advirtió Pablo Neruda a su cartero, las metáforas no son inocuas. El paso paulatino del gobierno a la gobernanza en la política ha conllevado, de la misma forma que en la empresa, mutaciones de un orden descomunal.
Vayamos por partes. En la empresa de tipo fordista existía, explica Supiot, «una estructura integrada y jerarquizada, que proveía de seguridad económica a sus asalariados.» Fue el modelo que dominó los «treinta años gloriosos» que llevaron a su apogeo al Estado social. Con la sustitución del fordismo por la Corporate governance, la empresa pasa a concebirse como «una red de unidades de creación de valor», motivada, no por objetivos susceptibles de una medición constatable, tales como la productividad, sino por el objetivo último de «la maximización para cada cual de su propio interés.»
El trabajo desaparece en esta nueva concepción de la empresa; los asalariados pasan a ser denominados «recursos humanos» o «capital humano», y el trabajo propiamente dicho es sustituido por la noción de «funcionamiento». Ya no existe la división taylorista entre una minoría que diseña y una mayoría que ejecuta; la nueva visión de la empresa está relacionada con la «programación», cibernética y por consiguiente no humana; y esta se dirige a «optimizar las performances», es decir, en último término, los resultados financieros, que se convierten en el metro de platino iridiado por el que se mide la «buena gobernanza» de la empresa.
El panorama es ya lo bastante terrorífico si nos ceñimos al mundo de la empresa y la economía; pero, como he señalado antes, la nueva concepción ha contaminado también la esfera de la política. Sus heraldos han sido, desde los años postreros del siglo pasado, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, que impusieron a los países en vías de desarrollo métodos de «gobernanza» en el marco de planes de ajuste estructural y de lucha contra la pobreza. Joseph Stiglitz, que fue economista jefe del Banco Mundial en 1997-2000, ha explicado que tales planes consistieron sin excepción en someter las políticas de los países concernidos a los intereses de los financieros de los países industrializados.
De ahí el término ha saltado al vocabulario de la Unión Europea, y se utiliza abundantemente en un contexto globalizado. Hemos cambiado nuestras constituciones para dar entrada a un principio de gobernanza no debatido por los ciudadanos que han de soportarlo. Y esto no es más que el principio.
Porque si en la empresa el “trabajo” se ha convertido, por arte de gobernanza, en “funcionamiento”, en política la «democracia» desaparece también y cede su lugar a la «gestión». El gobierno, antes, quedaba en última instancia en manos de los hombres, y tenía como límite un entramado de leyes que era obligado obedecer. La gobernanza aparece, en cambio, como el último avatar del Leviatán de Hobbes: una máquina de gobernar todopoderosa, inhumana, regida no por leyes sino por programas informáticos que garantizan su retroalimentación y, en consecuencia, su funcionamiento durante un tiempo indefinido. Durante una eternidad, para decirlo en breve.
Cuando Julio Anguita planteaba su famosa trilogía «programa, programa y programa», no podía imaginar que ahora el propósito del mundo de los negocios y de la oligarquía financiera consiste precisamente en poner a punto una programación completa de la sociedad, sustraída a la voluntad de la mayoría de los ciudadanos. Los ciudadanos, como los trabajadores, no pintan nada en los entresijos de la gobernanza.
 

miércoles, 28 de octubre de 2015

CUANDO LOS NÚMEROS NO NOS AVALAN


No es posible entender lo que está ocurriendo en Catalunya sin cotejarlo con la situación política en el resto del Estado. El órdago independentista del Parlament es una insensatez que se encuentra en profunda sintonía con el desgobierno que emana del extraño gabinete friqui de Mariano Rajoy; la declaración solemne de desobediencia catalana a las leyes españolas se corresponde con la incoherencia venenosa de la frenética actividad legislativa del rodillo parlamentario popular. Como dos espejos colocados en paralelo, los dos poderes nos muestran una misma imagen invertida y repetida hasta el infinito. Son tal para cual.
Ya conocen ustedes mi interpretación de la situación: ha habido un choque de trenes y un descarrilamiento catastrófico. Hay víctimas, pero muchas de ellas aún no han sido identificadas. Entre ellas es muy posible que se encuentren el partido hasta ahora de referencia en Catalunya, CDC, y su capitán de industria, Artur Mas. A este último se le está intentando rescatar de entre los hierros retorcidos del convoy siniestrado. La operación de rescate tiene visos de muy delicada.
Mariano Rajoy no ha quedado en condiciones mucho mejores, después del topetazo. Anda buscando un balón de oxígeno, en su ansia por sobrevivir o, al menos, salvar los muebles. Con cansina monotonía nos explica una y otra vez cómo libró él solo a España del rescate bancario, y cómo los números nos sitúan hoy en cabeza del desarrollo y la prosperidad europea.
Pero los números no avalan esa realidad. La deuda se ha disparado, el consumo se retrae, las cifras sobre mejoría del desempleo no resisten el análisis, y estamos en la cola de Europa en unos cuantos índices de desarrollo humano. Es una tendencia bien documentada y analizada la propensión de los políticos a no actuar sobre la realidad, sino sobre los datos estadísticos; a preferir, por decirlo de alguna manera, el recurso al plano en lugar del recorrido sobre el terreno. Pero lo que resulta inédito, y además chusco, es falsificar el plano para certificar que estamos avanzando cuando en realidad no nos hemos movido. El gozoso asombro de Mariano al aplaudirse a sí mismo, en esas entrevistas recientes, por lo bien que lo ha hecho, deriva quizá de que se cree sus propias mentiras. De ser así, eso daría, mejor que ningún otro instrumento de medición, la talla del personaje.
No es el único, con todo, en engañarse sobre los números. Ahí tenemos al Parlament de Catalunya y a su gobierno en funciones, operando sobre un consenso del 47% como si se tratara de un 67. Reclaman al gobierno central respeto a una mayoría que no existe; exigen la aplicación de reglas democráticas que no son aplicables a la posición en la que se encuentran. En una situación de impasse en la que deberían predominar la humildad, la rectificación y la primacía de la negociación, no se les ocurre mejor estrategia que la fuga hacia adelante.
Una cuestión colateral a la anterior y de orden menor, pero dolorosa para mí porque les he votado, es la de Catalunya Sí Que Es Pot. En la constitución de la mesa del Parlament, cinco de sus miembros electos votaron a favor y seis en contra. De nuevo aparecen los números, y de nuevo no cuadran. La explicación que ha dado el portavoz de la formación no es digna de Joan Coscubiela. Y la perspectiva de una candidatura de revoltillo a las elecciones generales, basada en el tirón electoral que pueda tener en ese contexto Ada Colau y encabezada de nuevo por un nombre semidesconocido, sin garantías por la imposibilidad de relacionarlo con una trayectoria y una práctica decantada dentro de la correlación de fuerzas catalanas, me parece un signo más del descarrilamiento de la realidad y de la dificultad de reagrupar de forma eficaz a los restos desbaratados de lo que pudo haber sido una opción de progreso.
 

martes, 27 de octubre de 2015

SINDICATO Y REPRESENTACIÓN


Ayer argumentaba, en contra de la afirmación de Margaret Thatcher (“la sociedad no existe, yo solo veo individuos”), que la sociedad es precisamente individuos + organización. La organización es el elemento que permite a un grupo (casual) de personas constituirse en un colectivo (específico) para la defensa de intereses comunes. La sociedad que llamamos civil y a la que ignoran Thatcher y sus muy bien organizados compinches, no es una agrupación de individuos, sino de colectividades interrelacionadas entre ellas. Cuanto más densa es la interrelación y la trabazón entre los distintos colectivos que la componen, tanto más fuerte se revela la sociedad frente a las amenazas externas. La organización colectiva empodera a los individuos implicados en ella.
La representación es uno de los mecanismos principales de organización y de empoderamiento de un colectivo humano. La base de partida es muy sencilla: para no verme obligado a afrontar un negocio al que no puedo atender en persona con facilidad, otorgo poderes a una persona a la que juzgo competente, para que actúe en mi nombre. En tanto que representado, empodero a mi representante para que haga o deje de hacer en mi nombre.
Así es, por lo menos, como ocurren las cosas en el ámbito del derecho privado. En cambio, en el derecho social se produce un fenómeno muy particular: los papeles se invierten, y es el representante el que empodera al representado. ¿Cómo? En el sentido de que unos derechos hipotéticos que antes quedaban fuera del alcance de la persona representada, del individuo desnudo ante la ley, se concretan y se hacen accesibles para esa persona cuando entra a formar parte de un colectivo que ostenta una personalidad jurídica, y que asume su protección y su representación en el negocio o en el ámbito de su competencia.
Ocurre así tanto con las personas en trance de perder su vivienda por culpa de una hipoteca con cláusulas abusivas, como con los despedidos de una empresa en reestructuración, o con los metalúrgicos o los gráficos que se aprestan a negociar los niveles salariales, los horarios y las condiciones de trabajo para todo el sector industrial que les compete. Siempre mejor juntos, que en orden disperso.
La representación es un principio motor de la política, en tanto que actividad dirigida al “bien común”; quiere decirse, al bien del común de la gente. Y es la base fundamental de la actividad sindical. No puede existir sindicato sin representación explícita y sin confianza entre representados y representantes. El vínculo entre ellos ha de renovarse de una forma constante, en el día a día y en el cara a cara; desde el centro de trabajo hasta la comisión negociadora de un pacto interconfederal, escalón a escalón, sin fallo ni ausencia en ninguno de ellos.
Entonces, “globalizar” el sindicalismo es una operación delicada, que habrá de llevarse a cabo desde esa alta exigencia. Globalizar es una palabra francamente fea; su sentido, en el ámbito sindical, no puede ser otro que el de ampliar y mejorar la defensa de los trabajadores, cualquiera que sea su posición concreta, en el terreno de las amenazas novedosas que les acechan como consecuencia del carácter global de las fechorías que está perpetrando en todo el mundo el capitalismo financiero. Ampliar y mejorar las defensas y las alternativas desde abajo del todo, en todo el recorrido, sin extraviar el fino hilo rojo de la representación en el momento de la aparición del sindicato en las esferas institucionales supranacionales.
 

lunes, 26 de octubre de 2015

CARTA DE BATALLA POR LA INNOVACIÓN SINDICAL


Leo uno a continuación de otro el artículo del profesor Aparicio Tovar en defensa de los servicios públicos y el de Quim González sobre la capacidad de innovación del sindicalismo, y me parecen encajar y complementarse a la perfección. (El lector que no los conozca puede encontrarlos con facilidad en el diario digital Nueva Tribuna.)
El punto de partida del trayecto está para los dos en aquellas palabras de Margaret Thatcher que fueron el clarinazo que anunció el desmantelamiento del Estado social, en los años ochenta: “Yo no veo sociedad, veo solo individuos.” El punto de llegada, en algo implícito en las afirmaciones de Quim: la sociedad sí existe, más allá de los individuos. Para ser precisos, la sociedad es ese conjunto amplio de individuos visibles incluso para gente como la Thatcher, y además organizados en defensa de sus intereses comunes.
La organización representa un plus importante; cambia en alguna medida la naturaleza misma del colectivo. Porque los intereses de los individuos aislados son mezquinos, tienen un radio muy corto; y en cambio, la actividad social amplía su horizonte y les permite alimentar mayores ambiciones, acariciar objetivos más complejos y sobre todo más satisfactorios.
En el ámbito de la defensa de lo común, tal como explica Aparicio; en ese repliegue fundamental del sentimiento colectivo, es donde actúa el sindicalismo. Lo hará mejor o peor, con mayor o menor fortuna, pero ese es en todo caso su terreno, y esa es su práctica cotidiana. ¿Quién es el sindicalista? Esa persona gracias a la cual libras los fines de semana. Lo explica Quim, y en el fondo es así de sencillo.
Puesto que la sociedad cambia, el sindicalismo no puede permanecer inmóvil. La innovación está en su código genético. Ocurre que las organizaciones arrastran siempre una dosis de inercia considerable. Los tiempos de reacción son mucho más largos para una central sindical, pongamos por caso, que para los individuos que la componen, considerados aisladamente. Vaya lo uno por lo otro: a mayor masa, mayor lentitud de maniobra. Conviene armarse de paciencia, fijar la vista en los objetivos últimos y marcar bien las formas y los tiempos para la ejecución de las maniobras necesarias. Avanzar colectivamente tiene esas pejigueras.
En el II Congreso “Trabajo, Economía y Sociedad” que acaban de celebrar las CCOO bajo el patrocinio de la Fundación Primero de Mayo, se ha constatado la necesidad de globalizar el sindicalismo, en respuesta a los retos mortales que plantea un capitalismo financiero ya sobradamente globalizado. Más que “globalizar”, yo diría que se trata de añadir una dimensión nueva, la global, a una práctica demasiado encastillada aún en los parámetros del Estado-nación. No creo que el objetivo sea, entonces, ceder a la CES una parte de la “soberanía” que ostentan las centrales nacionales, sino más bien dotar a la dimensión europea de medios, instrumentos, capacidades y atribuciones que en este momento, o no existen, o se encuentran en una condición mostrenca porque nadie las utiliza ni las reclama como suyas.
Ahora bien, la innovación propuesta, para funcionar de la forma adecuada, habrá de impregnar todos los escalones y todo el amplio recorrido de cada una de las organizaciones sindicales implicadas. La cosa no se reducirá tampoco a crear una secretaría o una sección nueva en el seno del viejo aparato. La globalización habrá de estar presente en la actividad diaria y en la forma de organizarse el sindicato en todos los niveles, a partir del mismísimo ecocentro de trabajo.
 

domingo, 25 de octubre de 2015

MEGA EFECTOS ESPECIALES


El mayor huracán de los tiempos históricos, Patricia, se ha deshilachado al tomar contacto con la costa mexicana. No nos sorprende la noticia, porque apenas nos queda ya capacidad de sorpresa. Vivimos en la era de los mega efectos especiales en el cine, de los partidos de fútbol del siglo cada tres semanas, de las aventuras políticas prodigiosas, y de las realidades virtuales inconcebibles. Catalunya independiente, por ejemplo, es un gran parque temático, un Port Aventura político basado en una muy trabajada y detallista realidad virtual. Primero iba a ser una independencia de baja intensidad, que casi no se notaría y no iba a molestar a nadie. Ahora ha cambiado el guión; será una independencia paralela, se crearán soberbias estructuras virtuales de Estado, se estará confortablemente en Europa sin estar del todo, y se gobernará de forma prudente y consensuada contando con medio Parlament, mientras el otro medio, el de los unionistas, se desgañita en denuncias en los medios favorables a Madrid. El resultado será una especie de atracción de montaña rusa, con subidas y bajadas continuas por un paisaje trucado, cuajado de mega efectos especiales.
Las dos preguntas pertinentes en relación con el futuro alucinante y vertiginoso que nos espera, son: Primera, todo eso, ¿para qué va a servir? Segunda, ¿quién lo va a pagar?
El panorama no es mucho mejor en la contraparte. Mariano Rajoy asegura que hemos vivido una legislatura prodigiosa, que somos la envidia del mundo, y que los próximos cuatro años van a ser los mejores para el país de toda la historia de la democracia. Es obligado creerle: lo avalan Angela Merkel, Jean-Claude Juncker, Nicolas Sarkozy y John Kerry, que vino para negociar la base de Rota y, aprovechando que pasaba por aquí, se hizo fotografiar rasgueando una guitarra flamenca regalo del ministro Margallo.
Tanta unanimidad infunde sospechas. La realidad española no parece justificar tantas alharacas. Una hipótesis plausible es que los políticos conservadores la estén evaluando con sensores fabricados por la casa Volkswagen. Sensores no exactamente fraudulentos, no quiero decir eso: modernos sí, virtuales, con mucho estrépito incorporado de mega efectos especiales.
Siguen siendo pertinentes las dos preguntas planteadas antes. En síntesis: a qué viene ese sospechoso carrusel de alabanzas, y quién lo va a pagar (quién lo está pagando ya, si apuramos el argumento.)
Pero llegan las elecciones generales, y todo cambiará. Existe la convicción unánime de que van a ser las elecciones más decisivas de la democracia, que el país cambiará de medio a medio, que se acabará la corrupción y se castigará a los corruptos, que quebrará el bipartidismo, se reformará la constitución, se abrirán para la ciudadanía las puertas de la transparencia, y todos seremos partícipes de la nueva prosperidad.
Bienvenida sea la noticia. Que no le suceda a ese poderoso ciclón de renovación lo mismo que al huracán Patricia.
 

viernes, 23 de octubre de 2015

LA PIRÁMIDE SALARIAL Y EL SUELO


En la medida en que se van conociendo los programas económicos de las distintas formaciones que concurrirán a las elecciones generales de diciembre, resalta como un dato positivo la presencia en casi todos ellos (la excepción, obvia, es el PP) de algún tipo de renta mínima, o prestación con carácter universal para todas aquellas personas que han caído por debajo de los umbrales de la pobreza definidos y cuantificados a partir de distintos parámetros. Sorprende, sin embargo, que en este punto nadie haya considerado la posibilidad de adherirse a la ILP (iniciativa legislativa popular) promovida por los sindicatos CCOO y UGT. En un asunto así, parece preferible aunar esfuerzos y arrimarse a un estudio muy sensato y pormenorizado, en lugar de dejar que cada maestrillo proponga su propio librillo. Entiendo que la cuestión de fondo en este tema no es la desconfianza hacia los sindicatos, sino su ninguneo puro y simple. Mal síntoma para las izquierdas.
La renta mínima universal es una necesidad surgida de una situación de emergencia social grave, provocada precisamente por los turiferarios del actual crecimiento impetuoso de la economía española. Es conocido el axioma de que la estadística es la ciencia que, si tú te has comido dos pollos y yo ninguno, asegura que los dos hemos comido un pollo por cápita. Con la estadística pueden fabricarse maravillas, por ejemplo la disminución vertiginosa del desempleo a partir de contabilizar como puestos de trabajo los curros de entre cinco y veinte horas semanales, con remuneraciones iguales (becas sin salario) o próximas a cero euros.
Si eso es así, y lo es, conviene ver adónde va el pujante chorro de beneficios que se derrama sobre nuestra banca y sobre algunas de las empresas más significadas del país. Según datos de un estudio reciente de CCOO sobre la evolución de los salarios y otras retribuciones, en las empresas del Ibex35 y en 2014, citado por Javier Doz (1), «los primeros ejecutivos de cada empresa se hicieron aumentar sus retribuciones totales en un 80%; los consejeros en un 30%; el conjunto de los directivos vieron aumentar sus ingresos salariales en un 14,3%; y los accionistas sus dividendos en un 72,4%. Por el contrario, los trabajadores vieron disminuir sus salarios en un 1,5%. De este modo ha sido posible que el pasado año la media de las retribuciones de los ejecutivos de las empresas del Ibex fuera 90 veces superior al salario medio de sus trabajadores; y el de los presidentes y consejeros delegados, 158 veces.»
Cuando se les pregunta por sus lujosos sueldos y por los multimillonarios planes de pensiones que blindan su futuro, los altos ejecutivos se encogen de hombros y responden que son precios de mercado. Lo son, sobre todo por la buena razón de que ellos mismos empujan al alza ese mercado restringido a un pequeño grupo de vendedores de humo. Por debajo de ellos están los ajustes, los recortes, las deslocalizaciones, las externalizaciones y otros instrumentos sobradamente conocidos y siempre aplaudidos desde los palcos de los ministerios económicos y las mesas de los consejos de administración de las instituciones de crédito.
Lo cierto es que la renta mínima universal, si finalmente se concreta después de las próximas elecciones, ensanchará notablemente el suelo de la pirámide salarial en nuestro país, pero no tendrá ningún efecto en el resto de los escalones. De modo que los salarios altísimos de la cúspide seguirán empujando hacia abajo a los escalones medianos e inferiores de la pirámide, arrimándolos cada vez más al nivel del salario mínimo interprofesional, por más que se suba este en algunos euros. Y si no hay novedades en relación con el empleo precario, a tiempo parcial, en prácticas, o en el resto de modalidades previstas en nuestra legislación reciente y sobradamente reformada, seguiremos teniendo una masa de fuerza laboral, compuesta sobre todo por jóvenes y por mujeres, que subsistirá con ingresos insuficientes para garantizar una calidad de vida digna.
Ese será el precio de poner parches llamativamente electoralistas a la situación (bienvenidos sean, sin embargo), pero no abordarla en toda su dimensión. Para esto último, será necesario derogar los sucesivos paquetes legislativos que han conformado la nefasta reforma laboral iniciada en el mandato de Zapatero y ahondada hasta extremos sangrantes en el de Rajoy. Plantear la negociación de un nuevo Estatuto de los Trabajadores con participación necesaria y reglamentada del amplio pluriverso del trabajo. Y contar para todo ello, en mucha mayor medida, con la fuerza real y la proyección potencial de unos sindicatos baqueteados pero en trance de profunda renovación, y hasta de refundación.
 


 

jueves, 22 de octubre de 2015

NACE UNA REVISTA


Una nueva revista digital. No es mucho, pero tampoco hay por qué minimizar de antemano su significado. La revista se llama «Pasos a la izquierda». La razón de tal cabecera queda bastante bien explicada en una declaración de intenciones incluida en el número 1. Contribuir al debate permanente sobre el qué hacer político. Traducir, traer noticias y reflexiones venidas de otros horizontes y que conviene conocer y tener en cuenta. Explorar ideas, campos, caminos y soluciones posibles, nunca definitivas, para los problemas comunes. Sin un ánimo partidista ni “plataformista”; al revés, en busca del máximo común divisor que pueden compartir las distintas opciones que se reclaman de la izquierda en nuestro país. Un divisor común pero, eso sí, el máximo posible. Sin conformarse con menos. Sin regateos ni cicaterías. Poner en común todo aquello que sea susceptible de ser puesto en común, de «comunicarse» en los varios sentidos de la palabra.
Una herramienta, entonces. De utilidad, esa es su vocación, para todo el abanico de las distintas izquierdas. Algo que contribuya a hacer confluir discursos, y reforzar sinergias. Desde el rigor distanciado de la reflexión, no desde el empeño inmediato del campo de batalla político.
Esa es la idea. Los primeros “pasos” o tanteos están ya disponibles en http://pasosalaizquierda.com. Añádelos a tus favoritos, visítalos de vez en cuando. Se trata de un proyecto abierto a todos, propicio al debate democrático. Seguirán más pasos, más firmes, más largos. Esta es una petición para que sumes tus propios pasos a los pasos de otros. A la izquierda.
 

miércoles, 21 de octubre de 2015

TRASPOSICIONES LITERARIAS


Viene a resultar al parecer de la consulta de algunos de los innumerables manuscritos preparatorios que dejó Marcel Proust amontonados a su muerte, que la famosa magdalena desmigajada en té que revivió en el autor la memoria inconsciente de los veranos de su niñez en Combray, no sería tal magdalena, sino una tostada. Las pruebas van a ser publicadas bajo el título Les manuscrits de la madeleine.
La noticia no es tan sensacional. Se ha documentado de forma precisa que Proust barajó primero la solución “tostada”, pasó de ahí al bizcocho, y se detuvo finalmente en la magdalena modelada en la forma de una coquille de Saint-Jacques, es decir de una vieira. Pero ese era su procedimiento habitual: Combray era en realidad Illiers, el Gran Hotel de Balbec estaba en Cabourg, y Albertina fue un chófer amable llamado Alfred. Sobre este último extremo me alertaron voces compasivas cuando puse a mi hija el nombre de Albertina, en homenaje a la amada inconstante y elusiva del pequeño Marcel. Y hube de gastar mucha saliva para explicar que lo que me gustaba no era el personaje proustiano y menos sus posibles modelos en la realidad, sino la sonoridad musical del nombre, con sus vocales abiertas y sus consonantes líquidas rematadas en un “tin” que suena como el cosquilleo plateado de una campanilla.
El mecanismo principal del arte reside precisamente en la polisemia, en su capacidad para evocar por medio de asociaciones no conscientes un aluvión de sentimientos y de emociones que no estaban implícitos a priori en las palabras, los sonidos, las formas o los colores utilizados.  Es la disposición, la organización y en su caso la trasposición de todos esos elementos lo que provoca el efecto final deseado. ¿Puede alguien explicar por qué Vittore Carpaccio, en el fresco sobre la visión de san Agustín pintado para la Scuola de San Giorgio degli Schiavoni en Venecia, sustituyó una comadreja situada en el centro de la composición por un perrito que escucha atento la voz milagrosa de san Jerónimo? Explicarlo, no; pero advertimos a primera vista que fue un acierto.
En la obra de Proust, el escritor Bergotte organiza sus textos con la impostación material y el designio vertical que presidieron la construcción de las catedrales góticas. El pintor Elstir planea sus composiciones como metáforas, en las que el mar aparece con apariencia sólida, las casas tienen reflejos líquidos, los mástiles de los barcos de vela parecen árboles o torres de fortalezas, las figuras humanas adoptan un aspecto mineral y las cosas presentan perfiles humanos.  Y el músico Vinteuil elabora una música que se infiltra como un susurro íntimo a través de los oídos del oyente y alcanza con precisión quirúrgica su corazón, al modo como el bisturí manejado por las manos expertas del cirujano saja el absceso formado en él por las penas de amor no resueltas y los remordimientos tardíos e ineficaces.
Entonces, el tránsito de la tostada a la magdalena modelada como una vieira no tiene un interés sustancial, sino puramente arqueológico. Ayuda a comprender cómo nace y se desarrolla una obra literaria; cómo ciertas trasposiciones potencian el contenido simbólico de un texto y contribuyen a ese plus que tiene siempre, respecto de su literalidad desnuda, ese algo indeterminado e indefinible que nos conformamos con clasificar provisoriamente bajo la etiqueta de “arte”.
 

martes, 20 de octubre de 2015

PRESSING SOBRE LA CUP


El conseller (en funciones) de Empresa y Empleo de Catalunya, Felip Puig, reunido en Sant Fruitós de Bages con representantes del empresariado catalán, ha señalado unas líneas rojas que no se pueden cruzar en la negociación de la coalición JxS con la CUP para la investidura del próximo president de la Generalitat. Tales líneas rojas se refieren al modelo económico que habrá de sustentar al futuro Estado catalán. ¡Ángela María! Ahora empezamos a darnos cuenta de que la cuestión era más compleja que el tan repetido eslogan de Entre tots ho farem tot. De que no todo en el procès van a ser flors i violes i romaní (flores, violetas y romero). De que cuando se habla de un Estat propi, es esencial definir de qué parte de la sociedad catalana va a ser propiedad ese Estado. Porque de todos, de todos, está claro que no va a poder ser.
Será de los de siempre, claro, es la respuesta de Felip Puig, brillante personificación de la trayectoria seguida por la Generalitat en los últimos años, primero como conseller de Interior y después de Empresa y Empleo, sin mencionar su implicación en algunas transacciones dudosas que podría acarrearle dificultades judiciales en el futuro, si es que no es posible alargar los trámites lo bastante para que los asuntos en litigio hayan prescrito en el momento de llegar ante el juez.
«La política hace extraños compañeros de cama», sentenció hace años don Manuel Fraga Iribarne. Es perceptible un aire de desorientación y de perplejidad en algunos de los florones más señalados de la corona tejida a su alrededor por Artur Mas. Se murmura que Muriel Casals planea retirarse de la primera línea de la política. El discurso de Raül Romeva es cada vez más balbuciente y enredado. Tenían un sueño, y al despertar, el dinosaurio todavía sigue allí.
Ahora el dinosaurio se dedica a hacer pressing sobre la CUP. Puede que tenga éxito a fin de cuentas, después de las elecciones generales, a las que la CUP no concurre ni sola ni en compañía, porque estima que ahí no se juega nada. La vocación marginal de la CUP es inagotable, pero ahora el dinosaurio la está mirando de frente, y está enfadado. Quiere unos votos que considera suyos, para investir a un gobierno que será suyo, para empezar a poner en pie un Estat propi que será suyo también. Y para conseguir esos votos, está dispuesto a atacar.
No va a consentir que se crucen las líneas rojas del modelo económico, para empezar. Las líneas rojas son suyas, por descontado.
 

lunes, 19 de octubre de 2015

EL ECLIPSE DE LA POLÍTICA


El candidato del PSOE al gobierno de la nación, Pedro Sánchez, ha rectificado su anterior promesa de derogar la reforma laboral vigente. Es una mala noticia. Sánchez ha alegado que los tribunales ya están dando buena cuenta de muchos de los extremos más bochornosos de la mentada reforma. No es cierto. La justicia se mueve despacio, las sentencias llegan con cuentagotas y los poderosos tienden a incumplirlas. Y junto a sentencias positivas, también las hay que convalidan los abusos y las malas prácticas de las empresas, y arrojan a las personas a un paro cuyo porcentaje subsidiado se está reduciendo punto a punto. Fiar el funcionamiento de lo que suele llamarse el “mercado” de trabajo a la acción de los tribunales, cuya función es precisamente la de aplicar con prudencia las mismas leyes que no se considera preciso derogar, es hacer un pan como unas hostias. Ya tenemos judicializada la vida política, gracias a la impagable gestión de nuestro conducator Mariano Rajoy. Solo falta ahora judicializar también la vida laboral.
Más cierto es que los últimos sondeos de opinión indican que la gran batalla electoral del 20D se ganará o se perderá en los caladeros de las sufridas clases medias. Se percibe un movimiento marcado en los líderes de las diferentes marcas, en dirección a esos estratos de la población. Tienden a colocar la seguridad y la estabilidad en primer plano, en la oferta electoral, y dejan en cambio las hasta hace poco tan publicitadas reformas de calado en un plano subalterno, “del salón en el ángulo oscuro”. Una actitud que no deja de tener su lógica: lo que se deja en un plano subalterno son, al fin y al cabo, las necesidades de las clases subalternas.
Así no vamos a ninguna parte. El problema ya no es desplazar al dinosaurio popular de su poltrona (y costará lo indecible); el problema es qué hacer a continuación. Encuentro este apunte en un artículo de Josep Ramoneda: «El mismo jueves participé en París en una reunión en la que se debatió el eclipse de la política. Falta relato, se echan de menos políticos capaces de imaginar, de dar cuerpo a cosas que no existen todavía, pero que son deseables y si la gente las cree posibles se puedan conseguir. En tiempos de claudicación de la política, en todas partes suena esta misma canción. Si la política ha perdido la capacidad de relato, ¿quién va a asumir esta tarea? ¿Hay que dejarla a la capacidad normativa del dinero?»
Todos los candidatos a las próximas elecciones generales coinciden, de partida, en advertir de que los márgenes de la política son muy estrechos. Se lo he oído decir a Sánchez, a Rivera, a Iglesias, a Garzón. Muy bien, tomamos nota. Pero la virtud en política no consiste en acomodarse a la estrechez, sino en dar mayor amplitud a unos márgenes insuficientes. Porque la pura gestión de lo existente, sin el “relato” de un proyecto de futuro que le dé aire y respiro, lo único que hace es perpetuar la “capacidad normativa del dinero”. Y esa estrategia es perdedora, como se viene demostrando día a día, año a año, desde la quiebra de Lehman Brothers en 2008.
 

sábado, 17 de octubre de 2015

IMPLOSIÓN


El profesor Javier Pérez Royo tiene probablemente razón al señalar, en una importante entrevista en el diario Público (1), que nuestra amada Constitución de 1978 es irreformable, que se ha convertido en un artefacto inútil para la convivencia, y que lo mejor sería proceder a su voladura controlada, antes de que haga implosión, con las angustiosas secuelas de desgobierno y de confrontación que ya estamos experimentando los catalanes.
Voladura controlada quiere decir, no la reforma imposible que apuntan algunos, sino la apertura de un nuevo proceso constituyente. Algo que asusta a muchos, y más que a nadie al partido apostólico que nos gobierna con diligente tutela. El statu quo tiene toda la fuerza maldita de la inercia, y quien saca de él réditos pingües es lógico que pretenda prolongarlo al menos mil años más.
Pero es lo que hay. Dado que he empezado este post diciendo barbaridades inconcebibles, no tengo empacho en seguir por el mismo camino. Ayer hablé de que el choque de trenes entre Catalunya y el Estado se ha producido ya. No me refería al 27S, ni al 9N, ni a la citación de Mas a declarar. El choque de trenes se produjo en 2010, con la sentencia del Tribunal Constitucional que derogaba parcialmente el Estatut votado en Cortes, refrendado por el voto mayoritario de los catalanes y recurrido con el apoyo de numerosas firmas por el Partido Popular. Ahí se quebró la convivencia entre españoles; la Constitución, forzada por una manipulación de carácter partidista y torticero, entró en vía muerta; el poder judicial se apeó de su condición de garante del respeto a los procedimientos establecidos, y se abrió para todos (no solo para los catalanes) la caja de los truenos.
Convendría que todos repasáramos “El espíritu de las leyes”, del señor barón de Montesquieu. Que tomáramos nota de que la ley no baja de arriba como un Deus ex machina dispuesto por los inmortales para remediar los desórdenes de los humanos, ni debe ser acatada en el silencio sobrecogido y en el temor. La ley es un invento humano, no divino; laico, no sagrado; perecedero, no eterno. La ley suprema no es el alma de la nación, y la propia alma de la nación es algo siempre mudable, efímero, discutible. Discutible sobre todo, en el sentido de que en todo momento debe poderse discutir su sustancia entre todos/as los ciudadanos/as implicados. Responde a mayorías circunstanciales, a propósitos bienintencionados pero casi siempre cortoplacistas, a proyectos de futuro que el tiempo se encargará de confirmar o de arrumbar. El alma de la nación actual tiene una fecha de caducidad no escrita, como todo lo que transita por este bajo mundo. Aferrarse a ella, a la letra muerta de la ley periclitada, significa abocarse sin remedio al desmentido de la realidad.
En esta situación estamos. Algunos piensan aún que se trata de un problema solo de los catalanes, pero si fuera así, seríamos los catalanes en exclusiva los destinados a arreglarlo. Convengamos en que no es así. Convengamos también en que la solución no puede llegar de una mayor rigidez que nos obligue a los catalanes a pasar por el aro. Se insiste demasiado en que no debe haber ningún privilegio para los catalanes, pero no se está pidiendo un parche en el sistema actual para favorecer a un grupo, sino un concepto diferente de partida. Lo tristemente cierto es que todo nuestro sistema está trufado de privilegios, de derechos restringidos, de desigualdades mayores y menores, de abusos minúsculos e inmensos. Este sistema bipartidista, diseñado en los meandros de una transición complicada y ensangrentada desde el fascismo hacia la democracia, ya no sirve a la ciudadanía. Solo (disculpen que mencione la bicha), solo a la “casta”. Refundémoslo, en paz y libertad, en beneficio de los catalanes y de los que no lo son. De todos.
 


 

viernes, 16 de octubre de 2015

CHOQUE DE TRENES


Seguimos esperando el inminente choque de trenes entre Catalunya y el Estado. Lo hacemos por pura inercia, el choque predicho se ha producido ya. Parece que no ha pasado nada, sin embargo. Artur Massastut se ha hecho acompañar de 400 hooligans para deponer ante la justicia con una grandilocuencia impostada, imitada a partir de algunas fotografías en sepia de Lluís Companys. Mientras, Zoraida de la Santísima, en ausencia de su principal, ha llenado el hall de las Cortes con otros 400 parroquianos que han aplaudido calurosamente sus desvaríos mientras bebían cerveza de grifo. Pura decoración. «Me juzgan por defender la democracia», declama uno. «Hay que estar muy orgullosos de lo que ha hecho este partido», pondera la otra. Los dos miran de reojo el efecto que están produciendo sus dotes histriónicas en el electorado, pero el electorado, cansado hace tiempo de la función, mira hacia otro lado.
Es la historia de siempre, lo viejo no se resigna a morir mientras lo nuevo no acaba de aparecer. Pero todas las habas están ya contadas, y el pescado vendido. Mas seguramente será condenado porque, en uno de sus últimos 400 golpes, el PP ha habilitado al Constitucional para hacerlo. Pero la condena no pasará de una imagen ejemplificadora de consumo obligado durante la campaña electoral. El déficit presupuestario será un hecho innegable al concluir el año, pero para entonces el gobierno habrá cambiado, y otros tendrán que apechar con las cuentas ante la Europa de esos comisarios que no nos quieren porque son socialistas, según expresión del portavoz oficial del PP, que ensayó su declaración repasando unos vídeos del club de la comedia.
Y seguirán los disparates por ambas partes, nadie lo dude. La razón es que el choque de trenes ya ha tenido lugar, que toda la vida política ha descarrilado. Tanto Mas como Rajoy están optando por cagarse en el convento, para lo que les queda dentro. De retruque, les queda la esperanza (la esperanza es lo último que se pierde) de que, si extreman la desfachatez lo bastante para proporcionar distracción con sus jeremiadas al respetable, este les premiará con una prórroga de sus mandatos ruinosos.
La prórroga, de todos modos, será condicional para los dos. Mas es ya Uno Mas en Catalunya, y Rajoy solo puede aspirar a tener una minoría con cierto peso en un gobierno de coalición que se ocupará de evacuar con diligencia por el desagüe todas sus futuras ocurrencias y baladronadas. La época de los dos ha concluido. El consuelo que tal vez les ofrezca la posteridad será la capacidad para seguir poniendo palos en las ruedas de un país esforzadamente empeñado en avanzar hacia otros horizontes.
 

jueves, 15 de octubre de 2015

ESPAÑA CAÑÍ


Ojito con los refugiados, que no todos son trigo limpio. Lo advierte monseñor Antonio Cañí, cañí, Cañizares, arzobispo de Valencia y representante oficioso de los valores eternos de toda la vida. En vísperas de las últimas elecciones catalanas, convocó una vigilia para rezar por la unidad de España, la cual es, como se sabe, una unidad de destino en lo universal. A España se la ha de colocar en un altar, y lo último que debe hacerse con ella es tocarla. Ni un pelo, ni siquiera el borde del manto.
Pues bien. Ahora, una invasión de refugiados sirios de extracción dudosa amenaza con profanar ese altar y poner patas arriba el orden admirable y armonioso del que disfrutamos por privilegio especial del Altísimo. Muchos de ellos ni siquiera están perseguidos en su país, dice monseñor. Huyen simplemente por los bombardeos, y eso sin duda es síntoma de escaso amor al terruño. Y se instalan aquí tan ricamente, y nosotros les damos alojamiento gratuito y torrijas para el desayuno.
Todo muy bonito, pero en realidad ellos son un caballo de Troya, dice monseñor. ¿Qué es un caballo de Troya? Consultado Google, se trata de un tipo de virus informático capaz de arruinarte el disco duro. Joer con los sirios.
De aquí a unos años, cuando desde los minaretes que habrán sustituido a nuestros recios campanarios los imames llamen a la oración y glorifiquen a Alá, ¿dónde habrán quedado los valores eternos del integrismo cristiano? El papa Francisco es todo corazón, pero carece de lucidez. Predica el Evangelio sin más, y en cuestiones de Evangelio se debe andar con tiento. Bien dicen las damas prominentes del beaterio que tenemos la gran suerte de que la santa madre iglesia nos protege de Jesucristo.
Para empezar Jesucristo no era español, lo cual lo convierte de inmediato en sospechoso. Era palestino, nada menos. Y luego predicaba cada cosa de agárrate. Menos mal que lo hacía en parábolas, y con las parábolas siempre es posible defender que dicen una cosa pero en realidad significan otra distinta.
Así se puede ir trampeando con historias como la del camello y el ojo de la aguja. Pero hay otras que claman al cielo, y el cielo me perdone, Dios Padre debería haber tenido más mano dura con su chico. Fíjense en aquella del fariseo. ¡Por el amor divino, criatura, entre dos desgracias siempre preferible el fariseo que no el republicano!
 

miércoles, 14 de octubre de 2015

VOLKSWAGEN COMO SÍNTOMA


Un axioma clásico afirma que es posible engañar a algunas personas durante todo el tiempo, y también a todo el mundo durante algún tiempo, pero que no se puede engañar a todo el mundo durante todo el tiempo. Tampoco ha podido hacerlo Volkswagen (VW) con la trampa de sus sensores de emisión de gases tóxicos.
Habría que corregir el axioma, sin embargo, en dos sentidos importantes. El primero, porque sí es posible, ya, engañar a “casi” todo el mundo durante “casi” todo el tiempo. También VW lo ha demostrado. Si se posee una fachada importante de eficiencia, calidad y respetabilidad; si se cuenta con el respaldo decisivo de instituciones políticas, jurídicas y financieras, en los niveles tanto nacional como transnacional; si está en juego el cash flow suficiente para que los organismos encargados de controlar la veracidad comprobable de una afirmación prefieran mirar a otro lado antes que mojarse en un asunto vidrioso que puede destapar muchos sapos de digestión difícil, se puede mentir con una confianza relativa en el futuro radiante de una mentira provista de tantos buenos avales.
El otro sentido en el que conviene corregir el axioma mencionado al principio de estas líneas, es precisamente lo que ocurre después de descubierto el pastel. Tengo a la vista dos comentarios de buenos amigos, que me van a ayudar a dirigir el tiro. Dice Miquel Falguera i Baró, en un mensaje privado, citado por José Luis López Bulla: «Volkswagen es un ejemplo –otro más- de cómo: a) en el pacto welfariano el Estado renunció al control desde fuera de la empresa y el sindicato al control desde dentro de qué se produce y cómo se produce; y b) las políticas neoliberales lo que están imponiendo es la desaparición de los mecanismos de control interno y externo en todos los núcleos de poder –también, la empresa-.»
Bien, según este planteamiento, en el asunto del qué y el cómo se produce están concernidos: 1, la empresa misma (su dirección ejecutiva); 2, el/los sindicato/os como representante/es dentro de la empresa de los trabajadores; 3, el Estado, por sus funciones y obligaciones en relación con la economía en su ámbito; 4, los vientos neoliberales de carácter transnacional y global que quieren abolir todos los medios de control (y de retruque, conviene no perderlo de vista, que favorecen la proliferación y la impunidad de engaños tan desastrosos y tan nocivos como el de VW).
La situación es un poco más complicada, en la medida en que intervienen también en el meollo de la cuestión los sindicatos desde sus mecanismos de intervención fuera de la empresa (las centrales sindicales con sus planteamientos de orden general, dentro del ámbito del Estado y, más allá del mismo, en el contexto internacional), y los partidos políticos como parte integrante del Estado, porque no cabe reducir simplemente el Estado a la Administración; en su interior hay diferencias, conflictos, y juegos de intereses confrontados.
Puede darse el caso, entonces, de que en un fraude gigantesco como el de VW, las consecuencias más dolorosas vayan a recaer sobre quienes menos culpa tienen. Y que las distintas partes que ostentan responsabilidades de guía y de control en un caso así, lo que hagan sea, no arrimar el hombro para poner remedio adecuado, sino organizar cuidadosamente su propia irresponsabilidad. A saber, designar comisiones de investigación que concluirán determinando que las culpas están en otro lado, en cualquier otro eslabón de la cadena de responsabilidades.
López Bulla parece barruntar algo así cuando escribe: «“El Gobierno y los sindicatos han acordado constituir un grupo de coordinación y seguimiento del Programa de Inversiones del Grupo Volkswagen en España para un permanente análisis de la situación y proponer las medidas adecuadas para que se haga  efectiva la garantía del mantenimiento de las inversiones previstas y del empleo de calidad en España”. Lo que me parece pertinente. El tiempo dirá, no obstante, hasta qué punto el funcionamiento de este grupo de trabajo  cumple con su obligación o se queda en un perifollo para salir del paso.» (1)
Las medidas adecuadas “para que se haga efectiva la garantía del mantenimiento de las inversiones y del empleo de calidad” exigen, en efecto, partir de muy abajo y llegar hasta muy arriba. Habría que acabar con un sistema despótico de organización del trabajo, y llegar a acuerdos de co-determinación (no de cogestión) de la producción en las grandes empresas, con algún tipo de control de la cantidad y la calidad por parte de los trabajadores mismos.
Habría que afinar los mecanismos de representación y de intervención de las centrales sindicales en los temas generales de la economía, en los que ahora son vistos como advenedizos insufribles solo aptos para poner pegas al jugoso reparto de las ganancias de la cosa entre las elites políticas y financieras que transitan sin descanso de un lado al otro por las puertas giratorias.
Habría que interesar a los partidos políticos de la izquierda en estas cuestiones, que hasta el momento solo les provocan sarpullidos mientras hacen sus cuentas de escaños y butacas institucionales para la próxima cosecha.
Habría que animar al Estado a ejercer las funciones de control riguroso y de dirección económica que le otorgan las leyes, pero que se ha dejado olvidadas en algún recodo del largo camino.
Y finalmente, desde las instituciones internacionales, faltas hasta ahora de dosis mínimas de democracia y por tanto de autoridad y credibilidad, habría que poner coto al galope desbocado de las majors y las grandes empresas transnacionales para lucrarse enmerdando a todo quisque en el proceso. Quienes aún defienden el TTIP, por poner un ejemplo obvio y actual, y nos aseguran que todo está bajo control, que nos expliquen el caso VW y lo que la UE tiene previsto hacer al respecto.
Que nos lo expliquen no solo con buenas palabras. La capacidad de nuestras tragaderas no da para más. Como dijeron en su momento los padres de la iglesia, la fe sin obras es fe muerta.
O algo de ese estilo.
 


 

martes, 13 de octubre de 2015

CUALQUIER COSA POR DINERO


Un cabeza de chorlito ha escrito un ensayo con la intención de presentar la historia del capitalismo a través de la literatura (1). La idea tiene sustancia, pero el historiador en cuestión, no. Ha trazado una historia del capitalismo en la que el dinero no aparece por ninguna parte. Es como hacer una historia del automovilismo sin hablar de la gasolina, o una historia del funambulismo sin mencionar la cuerda.
Y no es que no estuviera advertido: no hace tantos años que Belén Gopegui, en “La conquista del aire”, nos ofreció un estudio brillante del modo sutil en que el dinero condiciona y en definitiva dirige nuestras vidas al margen de nuestra buena voluntad y de nuestros sentimientos sinceros. Si retrocedemos bastante en el tiempo, podemos elegir “El halcón maltés” de Dashiell Hammett como un ejemplo de hasta qué punto la codicia pervierte todas las decisiones de un grupo de personajes, entre ellos una mujer a la que el private eye Sam Spade tal vez ame pero no puede perdonar por toda una serie de razones; una de las menos importantes, el hecho de que, si ella es capaz de hacer cualquier cosa por dinero, como ha demostrado, también será capaz de matarlo a él, por más que tal vez lo ame a su vez.
La banalización absoluta de este problema moral puede rastrearse en una película zarrapastrosa del Hollywood de hace un par de décadas. Se llamaba “Una proposición indecente” si no recuerdo mal, y consistía en que un millonario ofrecía a una pareja de recién casados un millón de dólares por ser él quien estrenara a la chica.
La propuesta resultaba ridícula por lo irreal. Si el asunto entre el caballero Tenorio y la novicia Inés solo tenía algún sentido enmarcado en sus coordenadas históricas de origen, que eran ya agua totalmente pasada en la época del drama de José Zorrilla, esta historia del asalto a la doncellez de una novia procedente del Medio Oeste, localizada en un casino de Las Vegas, tenía un aire más tronado que tronera.
La corrupción por el dinero tiene lugar en la realidad a través de vías, de circuitos y de planteamientos muy distintos. Un ejemplo interesante del cómo y el por qué se puede encontrar en “Libertad”, la novela de Jonathan Franzen. Un ecologista puede verse arrastrado, por amistades, complicidades, promesas  de futuro y contratos de presente con cláusulas de salvaguarda, a defender la apertura de una mina a cielo abierto en un paraje natural de alto valor medioambiental. Cambiarán radicalmente, tanto el entorno y las comunidades que residían allí y que se ven expulsadas a otros lugares y otras formas de subsistencia, como las expectativas vitales de todas las personas implicadas en el sucio tinglado que se levanta. Y no es que en el fondo valiera mucho la pena, no era tanto el dinero “real”, el volumen del negocio, la cantidad, la cifra, lo que importaba; el dinero es como el telón de fondo de una comedia, como las bambalinas de cartón pintadas de colorines que aparentan la consistencia tramposa de la irrealidad en la que se vive, como los focos que tiñen a voluntad de un tono rosado la mentira que alguien te está vendiendo y que tú le compras porque deseas en el fondo ser engañado.    

(1) César Rendueles, Capitalismo canalla. Planeta S.A., 2015.

sábado, 10 de octubre de 2015

ANDREA


La pequeña Andrea ha concluido en el Hospital Clínico de Santiago de Compostela su corta peripecia vital, y descansa ya definitivamente en paz. Mis condolencias a sus padres y familiares. Los fracasos puntuales de la medicina en el tratamiento de enfermedades raras e invasivas resultan especialmente dolorosos para los humanos, quizá porque nos humilla el reflejo de impotencia y de desconcierto que percibimos en un mundo científico al que nos entregamos por lo general sin ninguna reserva, ya que por lo general nos ofrece recursos sin cuento que aplicar a nuestras dolencias.
No soy un experto en cuestiones de bioética. Hablo desde el respeto a todos los que sí lo son, pero entiendo que debería haber sido más fácil llegar a un consenso en lo relacionado con el caso raro y extremo de la niña Andrea. Quiero decir que, una vez constatada la condición irreversible de la enferma y el deterioro generalizado de sus constantes vitales, convenía llegar lo más pronto posible a una conclusión definitiva sobre la conveniencia de mantener o no la alimentación y la hidratación para preservar por medios artificiales su vida.
Y si la conclusión era positiva en razón a los argumentos equis que se barajaran, desde el primer momento se debió aprobar también el remedio paliativo al dolor que la injerencia exterior provocaba en un organismo devastado. Lo que no tiene sentido desde ningún parámetro es aprobar la inyección del suero y rechazar la de la morfina. ¿Desde qué autoridad ni qué dogma se puede llegar a una conclusión tan disparatada?
Porque si se interviene en contra de la naturaleza cuando esta señala que un organismo ha dejado de ser compatible con la vida, ha de ser en beneficio no de la vida misma sino de la persona en cuestión, con todos sus atributos y dignidades. Y desde luego, nunca en beneficio de una idea abstracta, de una polémica de principios.
Si quienes defienden la existencia de una providencia divina se deciden a enmendarla en un caso que cabría calificar de ensañamiento inhabitual con una de sus criaturas, han de enmendarla en todas sus partes. No es de recibo que se preserve la vida y en cambio se arguya “éticamente” contra la eliminación del dolor insoportable que la acompaña.
Finalmente, el Comité de Ética Asistencial del centro hospitalario atendió a la petición de los padres, suspendió un tratamiento ineficaz para otra cosa que no fuera prolongar un sufrimiento absurdo, y aprobó la administración del paliativo adecuado al dolor de la pequeña. Andrea vivió cuatro días en la paz artificial que su propio organismo le negaba. Cuatro días. Un lapso breve, pero un triunfo inmenso para la humanidad, a mi entender.  
No así para la Asociación Española de Abogados Cristianos, que ha anunciado una querella contra el hospital por “falta de ética” al haber suspendido el anterior tratamiento.