miércoles, 31 de octubre de 2018

LA MANO TENDIDA DE SÁNCHEZ


«No se equivoque de aliados», ha sido la recomendación de Pablo Iglesias a Pedro Sánchez, cuando este ha tendido la mano a los líderes de PP y C’s para pactar las cuentas del Estado en el caso de que renuncien al intento de bloqueo parlamentario desde el Senado.
Iglesias se equivoca, los presupuestos no se pactan con los aliados políticos únicamente. Se pactan con quien sea necesario, porque los presupuestos son siempre un instrumento necesario. Así de rotundo. La primera regla de la política es (o debería ser) que con las cosas de comer no se juega a las hazañas bélicas.
Conviene distinguir, entonces, las alianzas de los consensos. Las alianzas permiten generar plataformas estables para perseguir unos objetivos que inciden en conflictos de intereses y de voluntades, solucionables necesariamente mediante un decantamiento mayoritario por una u otra opción. Los consensos, en cambio, son la esencia de la democracia, en la medida en que constituyen el esfuerzo de todas las partes en presencia por encontrar un punto de equilibrio en torno a algo que es aceptable para el común; algo situado en un lugar aparte y más elevado, en relación con la refriega política diaria.
La reacción de los dos grandes grupos de la derecha a la llamada a la negociación no ha sido alentadora. Leo en elpais que «Pablo Casado ha sentenciado que Pedro Sánchez ha roto con la Constitución, y Rivera le ha adjudicado tener ya pactados los indultos de los independentistas catalanes porque “no tiene escrúpulos”» (crónica de Anabel Díez). Los dos prohombres descartan de plano negociar las cuentas del Gobierno, y además ambos quieren chillar más que el otro, y asumen remilgos de solterona respecto de cualquier propuesta que insinúe un entendimiento incluso mínimo con el energúmeno que se ha conchabado con el golpismo y la secesión para hundir a España.
Son Casado y Rivera, no Sánchez, los que se equivocan en la elección de aliados. Sánchez convoca a consenso; los otros dos se alejan del centro en busca de aventuras por el espacio ultra. Quieren atraer a la clientela de Vox, nada menos. Y no son capaces de entenderse por una desconfianza recíproca, empeñados ambos como están en dos operaciones simultáneas, ambas de escaso recorrido. La primera, el intento de acoso y derribo del gobierno, mediante la descalificación caprichosa ─todo vale─ de cualquiera de sus componentes, y en particular de su presidente. La segunda, la disputa por los votos del ya esquilmado caladero ultra, a base de exhibiciones de banderas rojigualdas y de propuestas punitivas siniestras.
De ese modo van exhibiendo por la piel de toro (ahora toca Andalucía) lo que el poeta llamó “la soledad de dos en compañía”. Su gesticulación exagerada es idéntica; la caja de los truenos que los dos destapan con fruición es muy parecida.
En lugar de fiar tanto en su respectivo carisma personal, deberían tratar de construir una opción de centro-derecha sensata, dialogante, leal como por antonomasia se definen las oposiciones en democracia. Y en cuanto a los presupuestos para el año próximo, les convendría hacer caso de la mano tendida de Pedro Sánchez, y negociar. Las ventajas que puedan conseguir para los españoles a los que tanto quieren les valdrán más votos que esta estúpida danza propiciatoria de los espíritus, a la que se entregan pintados con colores de guerra.
 

martes, 30 de octubre de 2018

LA METÁFORA DEL FRACKING

Pausa de media mañana en los Diálogos de la Cartuja. En primer término, dos belicosos participantes en el encuentro. «Como aparezca por aquí el Fraquin ese, nos va a oír», declararon en exclusiva mundial para Punto y Contrapunto.

El periodista Enric Juliana, subdirector de La Vanguardia, utilizó en los diálogos de la Cartuja de Sevilla la metáfora del fracking (fractura hidráulica en la extracción de hidrocarburos y gas) para explicar una de las características de la economía neoliberal. El truco consiste en inyectar presión a las estructuras más íntimas, resilientes, asentadas y consolidadas que componen el entramado social, y de ese modo fragmentarlas y quebrarlas para liberar una energía valiosa disponible para su comercialización inmediata.
Se trata, por consiguiente, de una técnica extractiva, aunque creo (no soy un experto) que no entra en la gama de las descritas por Daron Acemoglu. Supone una última vuelta de tuerca a una técnica bien conocida desde la época colonial. Antes se extraía la riqueza (mineral, vegetal, animal, humana) de un territorio, expropiando de ella a los nativos en beneficio de unas elites en parte locales y en parte procedentes de las metrópolis que dirigían a su antojo el curso de los acontecimientos.
Ahora lo que se extrae no es la riqueza, sino la pobreza. Para ser más exactos, la protección a la pobreza, las instituciones del Estado providencia. A partir de la exacerbación de la desigualdad y del desamparo a los débiles, se extraen cantidades prodigiosas de “energía” que va a incrementar unos procesos de acumulación canalizados hacia sectores reducidos de privilegiados. Es el fracking practicado con la privatización mercenaria de bienes tan públicos como son la salud y la educación, con la especulación sobre la vivienda, con los desvíos de las cotizaciones a la seguridad social, con la gran orgía bancaria de los fondos de pensiones. Con las necesidades últimas, urgentes, decisivas, de sectores de la ciudadanía cada vez más amplios que necesitan ayuda y protección para subsistir, porque han dado ya al Estado y a la Hacienda todo lo que podían dar de sí mismos, y no les basta.
En teoría el Estado es un instrumento de redistribución, y el funcionamiento social de las instituciones asegura la solidaridad hacia dentro y hacia fuera de una comunidad determinada. Pero son esas instituciones las que está rompiendo la presión sistemática del fracking practicado por entidades que proclaman que la sociedad no existe, sino solo la individualidad; que el trabajo subordinado no existe, sino solo la economía colaborativa, el autoemprendimiento y la alegría aventurera de las startups. Que el Estado no tiene deudas para con sus ciudadanos, sino solo con el omnímodo mercado financiero global.
Los ciudadanos estamos en una situación crítica, entonces. No es un hecho nuevo, sin embargo, y no hay que tenerle más miedo del necesario. La sociedad siempre ha sido más fuerte que el individuo (por esa razón estamos aún aquí), y volverá a serlo. Los profetas que proclaman el fin de la Historia serán desbordados por gentes, hermanas y hermanos nuestros, llegadas desde todas las direcciones de la rosa de los vientos en reclamación urgente de un lugar nuevo en una Historia aún no escrita y de un lugar propio en un mundo que les niega.
Es cuestión de trabajar (palabra clave) por el cambio de sentido de la política y de la economía. De trabajar desde arriba, desde luego, sin pausa; pero sobre todo, de trabajar desde abajo.
 

domingo, 28 de octubre de 2018

INTERMEZZO EN SEVILLA


Presencia sindical importante en los Diálogos: de izquierda a derecha, Nuria López Marín, secretaria de CCOO de Andalucía, posa con cuatro secretarios sucesivos de las CCOO catalanas: José Luis López Bulla, Joan Coscubiela, Joan Carles Gallego y Javier Pacheco. 
Una convocatoria surgida muy cerca de mi persona y del espacio ciudadano que ocupo, coordinada por mis grandes amigos Javier Aristu, andaluz, y Javier Tébar, catalán, me ha permitido estar durante día y medio “en el ajo”, si el ajo es el lugar donde se preparan y se ensayan los cambios por venir (cambios de tiempo, cambios de marcha, cambios de actitud y de mentalidad, cambios en fin ¡ojalá! de leyes, de reglamentos y de estructuras).
Estoy hablando de los Diálogos Cataluña-Andalucía, que nos han reunido en dependencias del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, en el entorno de la Cartuja de Santa María de las Cuevas, en Sevilla, a setenta y tantas personas de cierta significación económica y social de las dos comunidades, en un intento, no de arreglar cuentas pendientes en el Estado y con el Estado, sino de tomar nota con buena letra y la mayor pulcritud posible del estado de la situación general y las expectativas de los unos, de los otros, y las conjuntas de ambos territorios, en un entorno de dimensiones y trascendencias mucho mayores: España, Europa, el mundo.
Nada definitivo, ninguna grandilocuencia. Un intermezzo corto en mitad de la representación de dos obras de enjundia: acto primero, la España que ha sido; acto segundo, la España que va a ser. Un apunte para que los espectadores que vuelven distraídos de una visita al ambigú no pierdan la memoria del hilo argumental del drama que está en cartel.
Se abordaron en tres mesas de diálogo, primero la situación (cómoda o incómoda) de las dos realidades autoconvocadas en los puntos cardinales obvios a los que están referidas: el Estado español, el superestado europeo. Segundo, el mundo del trabajo (en su más amplia acepción) como cemento societario que puede conformar una unión incisiva entre los diferentes, y unas reivindicaciones concretas y perentorias que confluyan hacia una ciudadanía común más inclusiva, más conectada y mejor situada para superar los déficits actuales de todo tipo. Tercero, la función de las instituciones y del juego institucional para dinamizar algunas fuerzas positivas que llevan ya cierto tiempo paralizadas.
No ha habido grandes conclusiones, tampoco se esperaban. Tan solo la confirmación de una sensación que nos asaltaba desde hacía tiempo tanto a andaluces como a catalanes: que el funcionamiento del Estado de las autonomías estrenado en el 78 ha derivado hacia una situación perversa tendente a propiciar encontronazos entre unas y otras autonomías por beneficios, prioridades y privilegios deparados desde el Estado central; y que desde posiciones recentralizadoras se ha animado de algún modo esa competencia entre todos por ser los primus inter pares. Lo cual ha desembocado finalmente en una centrifugación peligrosa de esfuerzos y en la multiplicación de frustraciones, de enconos recíprocos y de memoriales de agravios. Incluida una declaración esbozada de independencia.
Volveré en esta bitácora sobre las reflexiones desarrolladas en los Diálogos. Baste por el momento este apunte a vuela pluma, escrito cuando aún sigo en una Sevilla anfitriona amable y bellísima. Quede claro también que esta primera ronda de diálogo habrá de ser seguida por otras con más protagonistas individuales y más fuerzas sociales y políticas empeñadas de forma coordinada en confluir, no en divergir.
 

martes, 23 de octubre de 2018

ADIVINEN DE QUIÉN SE TRATA


Alguien ha llamado “facha” a Carlos Jiménez Villarejo.
Seré exacto. Ese alguien ha hablado del “españolismo rampante” de un “magistrado comunista”, que le ha llevado a manifestarse con la extrema derecha para defender la unidad de España.
No voy a decirles quién ha sido, en este blog mantenemos alto el listón en lo que respecta al derecho de admisión.
Carlos Jiménez Villarejo era en los primeros años setenta (es decir, en los años del tardofranquismo) abogado fiscal, por oposición libre, en la Audiencia Territorial de Barcelona. Desde ese puesto fue uno de los fundadores de Justicia Democrática y un defensor constante de los militantes antifranquistas y de los trabajadores represaliados, torturados y encarcelados sin garantías por la policía franquista. En 1973 fue objeto de un traslado forzoso a Huesca. En esa época militaba en el PSUC, que es como decir el fondo más hondo de la ilegalidad en el régimen de la dictadura. Ya en democracia fue él quien interpuso una querella a Banca Catalana, en un caso muy comentado en el que Jordi Pujol fue sobreseído primero, y elevado después a los altares del catalanismo. Omito, por sabido, lo que muchos años más tarde hemos podido conocer acerca de Pujol, su familia y la banca andorrana. El fiscal, no el juez, llevaba la razón en aquel pleito.
Así describe en su libelo el “alguien” a que me refiero al Carlos Jiménez Villarejo de aquellos años: «Un viejo comunista que trepó en la carrera judicial sin inconvenientes bajo el franquismo.»
No vayamos a pollas, que el agua está muy fría. ¿Villarejo, “corrupto”? ¿“Trepó”? ¿“Sin inconvenientes”? Los nuevos “demócratas” catalanes nunca habrían estado en condiciones de sentar plaza de independentistas de no haber sido por la resistencia incansable a la presión de la dictadura de muchas personas, y entre ellas de Carlos Jiménez Villarejo. Por cierto, el anónimo escriba sentado de nuestra historia de hoy se refiere así a la porción de esos “nuevos demócratas” que no coincide con la suya propia: «Se oyen los tambores de rendición entre los neopujolistas de derechas e izquierdas.» 
Con este último párrafo, tienen completo su identikit. Adivinen de quién se trata.
 

lunes, 22 de octubre de 2018

POLÍTICA HACIA DENTRO


La abuela se nos ha puesto de parto. La corriente soberanista de Catalunya en Comú Podem va a lanzar un manifiesto dirigido a “enderezar el rumbo” de la formación, muy comprometido después de la dimisión repentina y bastante inesperada de Xavier Doménech. Elisenda Alamany, portavoz parlamentaria de la formación y una de las cabezas visibles del manifiesto (las otras son el diputado Joan Josep Nuet y la ex alcaldesa de Badalona Dolors Sabater), ha declarado sentirse “huérfana” en su soberanismo “comú”, y ha hecho constar su preocupación porque cree “que no se garantiza la pluralidad de las distintas sensibilidades dentro de nuestro espacio”.
Nada menos que la portavoz afirma no tener voz en la formación, y lo hace después de ser reprendida por sus compañeros por “dejación de funciones”, al no comparecer en las reuniones en las que teóricamente había de definirse la posición del grupo. Quiere decirse que Alamany defiende “su” pluralidad exclusiva frente a la de los otros.
No es reconocimiento de la pluralidad, por cierto, lo que se echa en falta en los Comuns, sino el esfuerzo de síntesis que sería necesario para encaminar esa pluralidad en alguna dirección. La contribución personal de la portavoz Alamany a dicha síntesis ha sido hasta el momento igual a cero.
Hay un culpable claro para la situación, en el análisis que difunden ahora los firmantes del manifiesto «Un Nou Futur». Ese culpable es, cómo no, la “vieja política”, o, expresado con sus palabras, «los vicios y las inercias de los partidos tradicionales», que a su juicio aún atenazan a Cataluña en Comú y provocan el “repliegue” de sectores que se han alejado del soberanismo. Frente a esa posición, el manifiesto apela a “mayorías amplias y plurales” que participen en un proyecto que dibuje “un país que valga la pena de ser vivido”.
Dicho de otra forma, la vieja política comete el error de obstinarse en mantener los pies en el suelo y resulta sorda, o inmune, a las músicas celestiales. Es una lástima, sin duda, pero si seguimos hasta el final el razonamiento de Elisenda Alamany, la pluralidad manifestada por estos sectores retrógrados debería ser tan respetada como cualquier otra. Si, en cambio, de lo que se trata en la nueva política es de mirar obstinadamente hacia dentro, hasta enamorarse de la propia imagen reflejada en el espejo, no vale la pena apelar a “mayorías amplias y plurales”. No serán de utilidad en esta alambicada operación narcisista.
Los votantes potenciales, mientras tanto, estamos mirando ya en otras direcciones.
 

domingo, 21 de octubre de 2018

FLORENTINO PÉREZ ES MORTAL


Así comenté en estas mismas páginas, en su momento (1), la contratación de Julen Lopetegui como entrenador del Real Madrid: «Fue un acto fallido, sin embargo, porque ni Lopetegui tiene el menor carisma ante las masas, ni su trabajo en la selección ha sido tan determinante, ni dará (es solo un vaticinio por el momento, el tiempo lo dirá) días de gloria al Real Madrid.»
Atiendan a lo que escribía ayer Alfredo Relaño en el diario “As”: «Ya son cinco partidos sin ganar y a Lopetegui se le pone en solfa desde el propio palco […] Florentino le contrató como sexto plato, tras recibir cinco noes previos, desmanteló la Selección a dos días del Mundial y ahora resulta que...»
El vaticinio que formulé en junio se viene a cumplir aún no finalizado octubre. No es mi estilo alardear de profeta, no lo soy, lo mío es simple despliegue de sentido común. Lo que le pierde a Florentino Pérez ─por lo menos en su faceta de presidente de club, no sé si también como empresario de éxito─ es, en primer lugar, el cortoplacismo. Vive, en la jerga de los místeres, “partido a partido”, y no soporta perder ninguno de ellos, los quiere ganar todos. Como es hombre de chequera fácil, cuando pierde la cabeza tiende a hacer las mayores burradas, consciente de que la afición, que tanto le quiere y a la que tanto debe, lo perdonará. Pero Zizou Zidane se ha marchado, Cristiano también, y Modric “the Best” suspira por irse. Los llamados a tomar el relevo, Isco y Asensio, la dupla que había de traernos un nuevo Mundial de selecciones de la mano precisamente de Lopetegui, no acaban de dar el salto de calidad que daban por descontado los palmeros de Florentino.
Ese es el segundo problema de Florentino (el primero, recuerden, es el cortoplacismo): hace un caso excesivo de sus palmeros. Butragueño dijo de él que es “un ser superior”. Se trata de una declaración a beneficio de inventario, expresada por un trabajador del club fijo de plantilla y con una remuneración de las más altas en la escala salarial; y sin embargo, Florentino cree a pies juntillas en ella. Al papa Francisco le cuesta considerarse infalible, a Mariano Rajoy le valió un sofoco el haberse creído que lo era. Ni siquiera Angela Merkel se está librando de las horas bajas, como testimonian los recientes resultados electorales en Baviera. Y sin embargo, Florentino aún sigue considerando de sí mismo que es la hostia consagrada.
Tiene demasiadas personas a su alrededor que se lo repiten a todas horas. En tiempos antiguos, cuando los césares de turno recorrían las calles de Roma en aquellos espectaculares triunfos para los que se erigían arcos de piedra labrada que aun hoy subsisten, llevaban en la cuadriga a su espalda un esclavo que, al tiempo que sostenía la corona de laurel sobre su cabeza, les susurraba al oído: “Recuerda que eres mortal.”
A Florentino, hombre de posibles si los hay, le convendría adquirir a precio de mercado uno de esos adminículos indispensables para mantener la debida proporción con la realidad, cuando el ego tiende a inflarse en demasía.
 


 

sábado, 20 de octubre de 2018

LA SUSTANCIA DE LA QUE ESTÁN HECHOS LOS SUEÑOS


Carmelina delante de otra estructura onírica de un carácter distinto: el relieve de la puerta estrecha, en la capilla superior del palacio de los Reyes de Mallorca, en Perpinyà 2014.
«La televisión y las consolas están bien, pero La isla del tesoro es un festín en todos los sentidos.» Lo afirma Gregorio Luri, filósofo, educador (maestro de escuela, se titula él mismo) y gran lector, en una aparición insólita en elpais.
Guardo entre mis papeles un mapa de la Isla. Es un mapa ficticio, claro, porque la isla en sí es ficción; pero contiene todos los pormenores descritos detalladamente en la novela, e incluso una cruz en el lugar en el que el capitán Flint enterró el “cofre del muerto”, así llamado porque Flint dio muerte al hombre que le ayudó a cavar, y dejó su esqueleto vigilando el tesoro.
En La isla del tesoro no hay caracteres femeninos, con la excepción de la madre de Jim Hawkins, mesonera de la posada del Almirante Benbow, que en los primeros capítulos tiene problemas con un huésped borracho y peleón, un marinero. A lo largo de toda la aventura consiguiente, el llamado bello sexo desaparece por completo. Tal circunstancia podría hacer pensar que se trata de un libro para chicos, y no para chicas. El caso es que unos y otras disfrutan por igual de su lectura. Mi hija lo recomendó a mi nieta Carmelina, que le pedía algún libro interesante pensando más bien en algo así como “Quinto curso en Torres de Mallory” de Enid Blyton. “Prueba con este”. A Carmelina le pareció muy fuerte la recomendación: “¡Pero mamá! ¡Es un libro de piratas!” “Lee la primera página, y si no te apetece seguir, buscamos otro.”
Carmelina leyó la primera página y luego todas las demás, sin parar. Robert Louis Stevenson tiene algún poder hipnótico en ese sentido. Sus historias conectan sin dificultad con nuestro inconsciente y dan forma a muchos sueños nuestros no expresados.
La Isla. Otro escritor británico, James Matthew Barrie, la utilizó años después en su historia de Peter Pan, convirtiéndola en la tierra de Nunca Jamás. Había en ella también piratas, mandados por un capitán siniestro (Hook, el Garfio) directamente derivado de Flint, y luego indios, sirenas, hadas y niños perdidos. Un esfuerzo encomiable de imaginación, pero que quedó muy por debajo del primer arquetipo de la Isla, sin mencionar la destacada ausencia del pirata de la pata de palo, Long John Silver, y del loro que, encaramado a su hombro, chamullaba sin parar “¡Escudos de oro!” con la voz del mismísimo Flint.
Cabe la posibilidad de que más personas de las debidas hayan quedado fascinadas por una Isla hecha de la sustancia de la que están hechos los sueños. Así parece creerlo el historiador John H. Elliott, que afirma en la presentación de su último libro, Escoceses y catalanes: «El principal error de los independentistas catalanes ha sido asumir que la independencia era posible en el siglo XXI, vivir en una realidad virtual.»
 

viernes, 19 de octubre de 2018

LA DURA LEY DE LA SUBALTERNIDAD


No hace tanto que los representantes sindicales de los astilleros gaditanos de Navantia defendieron con alboroto el contrato con Arabia Saudí para la construcción de unas corbetas, en cuyo contrato se incluía la venta de unos misiles de guiado láser propiedad del Ejército de Tierra. Se dijo entonces de todo al nuevo gobierno socialista por sus reparos éticos, contradictorios con la filosofía suprema de la defensa de los puestos de trabajo. El PP reprochó a la ministra de Defensa Margarita Robles que “jugara con el futuro de Navantia”; el gobierno en peso acabó por apoyar la transacción, la portavoz Celáa explicó que se trataba de armas de una gran precisión que “no se iban a equivocar” matando yemeníes, y el ministro de Exteriores Borrell remachó que ese tipo de armas no tienen efectos colaterales y además el contrato prohibía al comprador utilizar los misiles en territorio extranjero. Luego ha saltado a las páginas de los periódicos el descuartizamiento en vivo del periodista “disidente” Jamal Khashoggi en el consulado saudí en Estambul, que viene a mostrar de qué pasta está hecha la segunda parte contratante y sus escasos escrúpulos en cuanto a actuar ilegalmente en el extranjero.
Hoy es Alcoa la que pone en cuestión la continuidad de dos plantas de producción con un pretexto tramposo, el precio excesivo de la energía, cuya factura la están pagando en realidad los contribuyentes. No es nueva la amenaza de deslocalización de las plantas de A Coruña y Avilés; ya ha habido episodios anteriores de chantaje al Estado, mansamente encajados por anteriores ejecutivos. A pesar de lo cual, de nuevo la plantilla hace piña con la dirección y solo ve una salida al conflicto: que el gobierno ceda en todo, una vez más, a las pretensiones de la empresa, y así se “salven” (¿por cuánto tiempo aún?) los puestos de trabajo.
No tengo una política alternativa que proponer para ambos casos, lo aviso. Las soberanías nominales están trufadas de dependencia real en el mundo en que vivimos. Existe una subordinación evidente de los Estados no muy grandes ni muy ricos como el nuestro (incluso de los que son más grandes y más ricos que el nuestro), en relación con el comportamiento inflexible, impredecible y caprichoso de los flujos transnacionales de capital. Es poco lo que se puede hacer en este sentido.
Hay que intentarlo, sin embargo. La negociación a tres bandas, en casos como estos, debería tener en cuenta más variables dependientes de las que se barajan. La defensa de los puestos de trabajo es muy importante, pero no ha de estar por encima de cualquier otra consideración. De la misma forma que defendemos un salario y unas condiciones de trabajo “decentes”, tendríamos que obligar a las empresas a un control mayor de decencia en cuanto al uso dado a aquello que fabrican, y a la perfecta transparencia de todas las cláusulas de sus contratos, en la medida en que algunas puedan ir en perjuicio de terceros.  
Me hace daño, en particular, la actitud de los sindicatos de las dos empresas citadas, al colocarse sin reservas del lado del patrón como la “voz de su amo”, ciega a todo conflicto de legitimidades que vaya más allá de la seguridad vicaria de su pan para hoy. Es la filosofía del “mandao”: que se apañen ellos con las cuestiones políticas, a mí lo único que me interesa es la paga puntual a fin de mes.
Quizá viene a cuento en este punto una anotación de Bruno Trentin en sus Diarios, disponibles ahora en castellano bajo el título La utopía cotidiana (El Viejo Topo 2018. Selección, traducción y notas de Javier Aristu y el arriba firmante). Corresponde la anotación al 2 de abril de 1992 (pág. 111), y señala de forma escueta que ha obligado a la sección sindical de la CGIL en el Banco de Italia a romper con el sindicato autónomo de empresa, «para poner al descubierto ─si lo consigo─ el comportamiento ambiguo de los dirigentes del Banco.»
Y añade Trentin esta nota, no por apresurada menos significativa: «No tengo dudas ni remordimientos. Se trata de sacar a la luz la matriz no solo corporativa sino clientelar y subalterna de todas las formas de sindicalismo de empresa, y su vocación fundamentalmente autoritaria.»
 

jueves, 18 de octubre de 2018

POMPEYA DESAPARECIÓ EN OCTUBRE


La Regio V era el sector de la ciudad de Pompeya comprendido entre la vía del Vesubio como límite occidental, que corría en dirección sur-norte hasta desembocar en la puerta del Vesubio abierta en la muralla; y como límite meridional el decumano norte de la ciudad, llamado vía de Nola en ese tramo, y vía de la Fortuna o vía de las Termas en sus porciones más occidentales. El límite con la Regio VI, situada al este, es aún impreciso porque toda esa parte de la ciudad está por excavar.
Las obras actualmente en curso en la Regio V han sacado a la luz restos arqueológicos importantísimos, y además, hace pocos días, uno materialmente insignificante pero que constituye una prueba decisiva acerca de la fecha real de la erupción del Vesubio que arrasó la ciudad el año 79 de nuestra era. Se trata de un mero apunte al carboncillo hecho por algún obrero sobre la pared exterior de una casa en construcción; pero contiene una fecha tan significativa para los investigadores como la cuestión crucial de la coartada en un caso policial. La nota está fechada en el día decimosexto antes de las calendas de noviembre del año 79; en la cuenta actual, el 17 de octubre. Según las suposiciones más generalmente aceptadas hasta ahora, Pompeya llevaba en ese día cerca de dos meses sepultada bajo la lava.
La fecha del 24 de agosto para la erupción era la consignada en una carta de Plinio el Joven a Tácito. Este se había interesado por las circunstancias del fallecimiento del tío de aquel, Caius Plinius Caecilius Secundus o Plinio el Viejo, naturalista, escritor y almirante de la escuadra de guerra anclada en el puerto de Miseno. Plinio el Viejo encontró la muerte cuando intentaba socorrer con sus barcos a los supervivientes de la catástrofe.
El documento, conservado en el folio 87 del códice Laurenziano Mediceo en la Biblioteca Vaticana, no es sin embargo el original de la carta del joven Plinio sino una copia medieval. La fecha indicada es “nueve días antes de las calendas de setiembre”. En otra copia de la misma carta se lee Novembres en lugar de Septembres, pero los historiadores prefirieron dar por buena la primera fecha por ser la copia más antigua. Cualquiera de los dos copistas, sin embargo, había podido tener una distracción, un error humano. Quienes caligrafiaban manuscritos antiguos en el Medievo no eran especialistas en historia o en filología, sino monjes sencillos que seguían la regla de San Benito, Ora et labora, y dedicaban una parte de su tiempo canónico a tales tareas, sin plantearse disquisiciones eruditas acerca de aquello que copiaban.
Antes del actualísimo descubrimiento de la inscripción, muchos expertos se inclinaban ya por la fecha otoñal de la erupción, el 24 de octubre. Se habían encontrado braseros en las habitaciones de las casas, y frutas otoñales en las despensas: castañas, nueces. Las dolia, grandes tinajas de barro en las que se guardaba el vino, de algunas factorías agrícolas como la Villa Regina de Boscoreale, estaban cerradas y selladas debajo de la capa de lava, lapilli y cenizas; eso quería decir, más allá de cualquier duda razonable, que la vendimia ya había tenido lugar cuando el volcán las enterró. El primer erudito probablemente en apuntar en esa dirección fue el obispo y filólogo napolitano Carlo Maria Rosini, que descubrió en un texto de Dion Casio una mención a la catástrofe pompeyana, ocurrida según el historiador romano “en los meses del frío”.
Todos estos indicios previos, y algunos más, los encuentro en el libro del arqueólogo Alberto Angela I tre giorni de Pompei (Rizzoli, Milán 2014). Angela escribe desde el convencimiento sobre la hipótesis otoñal. El indicio más curioso que relata, aunque su valor probatorio no es decisivo como él mismo reconoce, es el hallazgo de huesos de ovejas junto a un altar de un recinto en el Foro dedicado al culto imperial. El emperador, desde el mes de junio del mismo año 79, era Domiciano, y justamente cumplía años el día 24 de octubre, el mismo en el que habría tenido lugar la gran explosión. Las ovejas estarían atadas en aquel lugar para ser sacrificadas en una ceremonia que nunca llegó a celebrarse.
En la última página de su libro Angela escribe respecto de la fecha de la erupción la siguiente frase premonitoria: «Quizá la prueba definitiva, clara e inequívoca, sigue esperándonos escondida en alguna parte.»
 

miércoles, 17 de octubre de 2018

IGUALACIÓN EN LA DESIGUALDAD


Estamos en deuda con los muy ricos. Sí, ya sé que decir eso es una obviedad, pero ahora me estoy refiriendo a otra cosa. En concreto: a que mientras la pobreza severa se extiende por todos los rincones de la Península, también está creciendo la riqueza extrema: la “riqueza Forbes”, para entendernos.
Y ahí está el quid. Los muy ricos están haciendo toda clase de esfuerzos por mantener arriba el indicador de la renta por habitante y mantenernos en el selecto grupo de las naciones adelantadas. Amancio Prada (1) y sus colegas hacen lo que hacía Cristiano Ronaldo en el Real Madrid. Sus cincuenta goles por temporada cubrían el déficit de gol del resto de la plantilla, visible ahora bajo el bastón de mando de Lopetegui. Los números de Zara, por su parte, disimulan la indigencia creciente de tantas personas que no pueden permitirse lucir las prendas de su colección prêt-a-porter, confeccionadas mayoritariamente en Bangladesh y Sri Lanka, países en los que, debido a la presión demográfica, el precio de la fuerza de trabajo está mucho más abajo que nuestro bajísimo salario mínimo.
Sabemos por las estadísticas que los muy ricos viven en lugares tales como Las Rozas, Majadahonda y sobre todo Pozuelo, en la Comunidad de Madrid; y en Matadepera, Sant Cugat del Vallés o Sant Vicent de Montalt en Cataluña. Son sitios donde la riqueza luce; puntos cenitales de la desigualdad en la distribución de la renta, porque en sus urbanizaciones de alto estanding no hay lugar para los menesterosos que empujan hacia abajo la media aritmética. Este hecho sencillo convive con la realidad de que el 26,6% del censo de población español son personas en riesgo de pobreza severa y/o exclusión.
Las diferencias son grandes de una comunidad a otra (los números peores son los de Extremadura, los mejores los de Madrid), pero el mayor crecimiento exponencial de la desigualdad se da, no por casualidad, en las comunidades de mayor renta. La pobreza mal distribuida no se nota tanto; el pedazo de pastel que toca a cada cual resulta mucho más patente y ofensivo cuando resulta que el pastel es muy grande. En todo caso, hay en este tema una cierta igualación en la desigualdad. Autonomías ricas y pobres compiten en incrementar sus índices de desprotección social y de desigualdad. Madrid es lo más de lo más, pero vivir en Madrid puede ser un infierno para los parados de larga duración, para los enfermos crónicos, para los jóvenes que no consiguen cruzar el umbral del mercado de trabajo. Nos lo están contando los periódicos.
Preocupado justamente por estos datos, el líder del Partido Popular Pablo Casado ha anunciado que se opondrá con todas sus fuerzas al aumento del salario mínimo interprofesional. Es sabido que el aumento de los salarios es un dato que va en contra de la empleabilidad de las personas. Dicho en romance, quien pretende un salario alto, lo más probable es que se quede sin ninguno. La CEOE lleva diciendo estas cosas muchos años, y si mantiene tendencialmente el puño salarial enérgicamente cerrado lo hace solo por nuestro bien. También Casado. Se va a batir como un paladín medieval (la comparación es muy justa) para facilitar empleos basura con salarios basura para todos, o por lo menos para los felices agraciados en el gran sorteo de la precariedad. De momento va a Bruselas a denunciar el "falso déficit" de los presupuestos presentados allí por el Gobierno de Sánchez.
Un último dato en torno a estos temas: según el último Informe de la Red Europea de Lucha contra la Pobreza, también ha crecido en España el último año la pobreza laboral severa, es decir la de quienes sí tienen un empleo pero no les alcanzan los ingresos para vivir.


(1) Léase Amancio Ortega donde dice Prada, que es sencillamente un cantautor sin mayores medios de fortuna. Señalo el lapsus debido a la fraternal indicación de una lectora gentil y no del todo anónima.
 

martes, 16 de octubre de 2018

IR O NO IR A LA GALA DEL PLANETA


Está siendo muy comentada la ausencia ostentórea de la plana mayor de la Generalitat en la gala del premio Planeta. Estuvieron Manel Valls, que aspira a suceder a Ada Colau en la alcaldía de Barcelona, y la propia Ada Colau, que aspira a sucederse a sí misma. Faltó el otro candidato de más peso a la poltrona municipal, Ernest Maragall, a pesar de que habría sido una ocasión excelente para dejarse ver por las multitudes alternando en el reducido círculo de los que remueven las cerezas, los que las remueven de verdad. No me refiero a José Creuheras, CEO de Editorial Planeta, sino a la crem de la crem que tiene apuntado en su calendario el día de Santa Teresa como fecha clave para pasar “lista de país” aprovechando la presencia multimediática de los medios.
Tampoco estuvo Laura Borràs, consellera de Cultura, que había anticipado su asistencia. En cuanto al president Quim Torra, nunca figuró en las quinielas de los organizadores. Anda muy ocupado predicando el evangelio a los creyentes, y se teme que uno de estos cuatro días acabe ritualmente crucificado, como su ilustre antecesor. Me refiero a Artur Mas (que sí estuvo en la gala, ¡tachán! A título personal).
No se notaron apenas las ausencias, dado lo selecto de la concurrencia. Ignacio Orovio lo explica así de bien en lavanguardia: «El protocolo va de bólido, pero todo espacio vacío se ocupa.» “Ir de bólido” es una catalanada traducida con apresuramiento; el bòlit es la pelota a la que se atiza con una pala en un juego o deporte tradicional, y que va disparada en todas direcciones. En cuanto a lo de que todo espacio vacío se ocupa, es una ley física. Desconozco si tiene excepciones relevantes. Lo cierto en último término es que si las jerarquías de la Generalitat hacen el vacío a la “lista de país” que se reúne precisamente para reconocerse a sí misma en torno a un pretexto baladí como es el de dar otro galardón más a un escritor superventas cualquiera, ese vacío es ocupado de inmediato porque la política, como la naturaleza, sufre de horror vacui. Además de Manel Valls, muy situado en la pomada desde que decidió recompensarnos a los catalanes con el favor de su grata presencia, estuvieron Inés Arrimadas, Miquel Iceta, Jaume Collboni, Joan Coscubiela, José Montilla y Xavier García Albiol.
Si me olvido de alguien es porque no lo ha citado el cronista; yo, siguiendo mi costumbre inveterada, no estuve, por múltiples razones incluida la de que, un año más, no he sido invitado. De otro lado, no menciono a tantos y tantos destacadísimos dirigentes del sector editorial, uno de los puntos fuertes desde siempre de la economía barcelonesa y catalana.
¿Que todos ellos, con la posible excepción de Mas, mártir oficial de la causa, son botiflers convictos y confesos? Admitámoslo, pero si se desea avanzar hacia una república catalana concebida exclusivamente para los “pocos pero buenos” que nunca han incurrido en pecado mortal, no le veo porvenir ni a la estrategia formulada por ERC de “ampliar las bases del independentismo”, ni al unilateralismo por la vía de la épica que algunos (el mismo Torra sin ir más lejos) andan predicando en el desierto.
 

lunes, 15 de octubre de 2018

HISPANIDAD


Aprovechando a fondo la ocasión del día de la Hispanidad, Pablo Casado se ha descolgado con la noticia de que España ha sido, entre todas las naciones del mundo mundial, la única que ha descubierto América. El dato no figura en el libro Guinness de los Récords, pero debería.
Que me disculpe Pablo si estoy pensando mal sin razón, pero tengo la impresión de que se acaba de enterar, y por eso está encantado con la novedad. La considera el enésimo logro de la Marca España.
Es comprensible que a una persona que ha aprobado de golpe y a zarrambullón, en un solo verano, tanto pedazo de carrera y tantos másteres, le queden aún algunas lagunas culturales por rellenar. Alguien le ha puesto al día en lo que se refiere a América Part One: el descubrimiento, la evangelización y todo eso. Cuando le informen de la Part Two, la del cura Hidalgo, Simón Bolívar y el general San Martín, se va a llevar un disgusto.
Nuestra generación, lo afirmo desde la modestia, estaba muy impuesta en el dato que acaba de sorprender a Pablo Casado. En nuestros libros de texto venía muy claro, en letras de molde, negro sobre blanco: América fue un regalo muy especial que hizo Dios a nuestros reyes Isabel y Fernando, por el hecho de ser tan católicos. No eran los únicos reyes católicos de su época, pero sí los que más. La noticia venía adecuadamente resaltada en negritas en nuestro libro de Historia de España, en el de Religión y en el de Espíritu Nacional. Puede que viniera también en el de Matemáticas, la enseñanza era en aquellos tiempos muy machacona y las grandes ideas habían de quedar meridianas para todos, incluso para los marmolillos que vegetaban soñolientos en las aulas de la Una, Grande y Libre. El adagio de moda bajo el franquismo era «La letra con sangre entra». La lección del Descubrimiento era de las que iban seguro para examen, y lo sabíamos. En la “respuesta 10”, la que debíamos aprendernos sin falta los que íbamos a por nota, no era oportuno restar méritos a Cristóbal Colón y a los hermanos Pinzones, al contrario, su participación era de mención obligatoria, pero en el ejercicio era necesario recalcar que toda la empresa estuvo eficazmente dirigida al alimón por la reina Isabel de Castilla y la Virgen del Pilar. En comparación con ellas, el Almirante y los marineros de Palos eran unos mindundis.
Hoy se siguen celebrando conjuntamente la fiesta religiosa del Pilar y la patriótica de la Hispanidad. Se celebran ambas con un desfile militar. Nada más apropiado.
 

domingo, 14 de octubre de 2018

LA MARICONEZ


El bizantinismo vuelve a estar de moda. Se atizan grandes controversias culturales por una palabra, como ocurrió hace su buena docena de siglos con el “filioque” que los teólogos próximos al papado introdujeron en el símbolo de la fe, y que fue causa de inquina implacable por parte de las iglesias orientales, y en definitiva de su escisión o cisma.
¿Tanta importancia tenía?, nos preguntamos ahora que han pasado los siglos sin que la tierra se abra, ni los ríos remonten desde la mar hacia sus fuentes, ni nazcan (más que de cuando en cuando) monstruos de dos cabezas, ni aparezcan ultimátum divinos misteriosamente escritos en las paredes de los palacios en mitad de festines de baltasares.
La misma controversia virulenta vuelve a suscitarse, sin embargo, porque una cantante de OT (Operación Triunfo) decidió (ya ha rectificado) interpretar una canción antigua de Mecano cambiando la palabra “mariconez”, que considera ofensiva para un colectivo social merecedor de respeto, por “gilipollez”. Las almas de cántaro, razonaba la artista, son incluso bastante más numerosas que todo el colectivo LGTBi, pero, dada su idiosincrasia peculiar, es difícil que se sientan ofendidas por esa mención expresa a sus derrapes neuronales.
Quien se ha sentido ofendida, sin embargo, ha sido Ana Torroja, difícilmente relacionable con el prolífico gremio de los/las gilipollas, pero sí antigua vocalista del grupo Mecano, y ahora miembro del jurado de OT. Ana ha pedido respeto al arte y a la creación libre. La letra de una canción pop es sagrada, no se puede variar a voluntad. En el estado de derecho hay normas precisas que velan por la propiedad intelectual.
Mi padre se habría sentido confuso ante la polémica. Los domingos por la mañana (entonces los sábados se trabajaban), mientras se afeitaba en pijama a una hora apacible y tardía respecto a los madrugones de los días laborables, entonaba a voz en cuello coplas diversas, cuplés de moda y aires de zarzuelas. Era, sobre todo, un ejercicio de individualidad, de autoafirmación, un “gracias a la vida”. Nada había que objetar, y sus hijos no objetábamos nada; nos limitábamos a escucharle, y a abuchearle si dejaba escapar demasiados gallos y falsas notas. Porque mi padre era un cantor potente, pero en modo alguno afinado. Lo mismo me ocurre a mí, “para obispo hay que nacer”, como he oído decir en tono filosófico a personas que lamentaban mi irremisible falta de dotes para según qué.
El caso es que, llevado en alas de la inspiración, que soplaba a gran potencia cuando veía reflejada en el espejo su cara embadurnada de espuma de jabón, mi padre introducía variantes heterodoxas en las letras de los cuplés. Así, en lugar de «El día que nací yo, qué planeta reinaría», él cantaba «El día que nací yo, qué puñeta pasaría». O en vez de «Qué faltita más grande tienen tus ojos / que en lugar de mirarme, miran a otro», su versión era «… que uno mira pa’ un lado, y otro pa’ otro.»
Cierto que él no hacía difusión pública de sus “instapoemas”, como los llaman ahora. Entonces no existían aún las redes sociales ni tantas otras mariconeces, dicho sea con perdón y con el mayor respeto hacia Ana Torroja. Pero yo, víctima sin duda de una educación torcida desde la infancia, tiendo a restar importancia trágica al cambio de una palabra por otra, incluso cuando el sentido cambia y el dogma se resiente. Cosa que lamentablemente ocurre, a lo que entiendo, tanto con la mariconez como con el filioque.
 

sábado, 13 de octubre de 2018

POLÍTICA ASPIRACIONAL


            Bled, Eslovenia. El lago glaciar y la isla. (Foto: Mª Antonia Carrera)
De unos años a esta parte se viene argumentando en distintos foros que el problema de las izquierdas políticas es su incapacidad para desarrollar un proyecto atractivo en una sociedad en la que los valores colectivos retroceden mientras tienen cada vez mayor importancia las “aspiraciones” individuales. Los trabajadores, afirman esas voces, no votan a quienes defienden a su clase, sino a quienes proponen los valores dominantes de la clase a la que ellos, los trabajadores, “aspiran” a pertenecer.
Se trata de un sofisma, evidentemente. De un sofisma tan repetido que acaba por teñirse con los colores de una verdad. Hay muchas cosas que decir al respecto.
El primer reparo es la utilización de un concepto reducido y falseado de la “clase”, y la identificación de las izquierdas con la historia ya obsoleta de “la fábrica para el que la trabaja”. Los modos y las costumbres de la fábrica no los establecieron bajo el modo de producción fordista los obreros, sino los capataces y los cronometradores, adscritos a las clases medias; y la taberna, más la vivienda barata de protección oficial en los guetos de los barrios obreros, no han sido nunca un valor proletario positivo. Nunca. Por consiguiente, tampoco en la época en la que los partidos de la izquierda eran votados masivamente y formaban gobiernos ampliamente reconocidos por “los de abajo”.
El dato importante es que en aquellos años funcionaba el ascensor social. De forma sin duda algo renqueante, pero funcionaba. El trabajo en la fábrica era un sacrificio ímprobo y una esclavitud de por vida, pero era asumido con alegría, o por lo menos con conformidad, debido a la protección social algo deficiente sin duda, pero eficaz; a la pensión decente que aguardaba al final del camino, y a la esperanza (la “aspiración”) a una vida mejor para los hijos a los que se costeaban, merced a un ahorro penoso, estudios promisorios (abogacía, medicina, ciencias económicas).
El ascensor social está bloqueado y los indicadores señalan que la vida va a empeorar para las generaciones venideras, en el mundo de ahora mismo que algunos llaman de la “posmodernidad”, otro sofisma. Las formaciones políticas de izquierdas no han dejado de aspirar. Ocurre que en muchos casos (me remito a mis posts anteriores en esta pequeña secuencia de reflexiones), la aspiración que reflejan está subordinada a los vientos y las tendencias dominantes, y expresa o bien un rechazo tajante (ese mundo no es el nuestro) que pocas adhesiones está en condiciones de convocar; o bien, y este es el caso más frecuente, un seguidismo condicionado, un “sí, pero…”, en relación a lo que dictan las clases dominantes. El electorado no sigue ni una ni otra línea. En el primer caso porque significaría dejar de aspirar a mejorar; en el segundo, porque prefiere creer en milagros que sujetarse a componendas.
¿Cuál sería, entonces, el término medio justo? Entiendo que aquel que fuera verosímilmente capaz de desbloquear el ascensor parado desde hace muchos años en la planta sótano. Un proyecto de transformación social, bien planteado y argumentado, que supusiera algunas (pocas, imprescindibles) reformas estructurales de fondo, y planteara para abrir boca mejoras tangibles, bien medidas, bien dirigidas.
Recurro a dos autoridades al respecto. Hace algún tiempo Owen Jones publicó en Class un artículo sobre la aspiración como valor de izquierda. Es un bonito texto, publicado en castellano con traducción mía (1). Señala un camino, en su caso para Gran Bretaña, pero fácilmente exportable. La otra autoridad es el sociólogo Mark Lilla, que en un libro recientemente publicado en España (2), hace la siguiente afirmación (p. 107) «Estamos gobernados por partidos que ya no saben lo que quieren en un sentido amplio, solo lo que no quieren en un sentido menor.»
No cabe definición mejor del sempiterno atasco de las izquierdas. Por esa razón también, me uno a las numerosas voces que se han alzado desde nuestro territorio común para celebrar el recentísimo pacto entre el PSOE y Podemos, tendente a configurar unos presupuestos del Estado de mayor contenido social, capaces de remover algunos obstáculos de primer orden, y de “dar trigo” además de las promesas de costumbre.
 


 (2) M. Lilla, El regreso liberal, Debate 2018. Trad. de Daniel Gascón.

 

viernes, 12 de octubre de 2018

LA SERVIDUMBRE VOLUNTARIA DE CIERTAS IZQUIERDAS


Hace unos días publiqué en esta página un esbozo de reflexión sobre el comportamiento “servicial” de determinadas izquierdas hacia propuestas políticas y sociales abiertamente contrarias a sus ideas e incluso a sus intereses. Titulé aquello “La izquierda subalterna” (1).
En Cataluña ha sido clamorosa la subalternidad de la CUP respecto de la coalición nacionalista ampliamente burguesa y liberal que comanda el asunto del independentismo. La intención proclamada de los cupaires es “ajustar cuentas” una vez se haya consolidado la futura república virtual, cuya consolidación ven como un avance objetivo. Es decir, que el fundamento de la praxis política de hoy mismo es la esperanza de poder revertir más adelante, en el caso aleatorio de una situación objetiva favorable, la (abrumadora) correlación contraria de fuerzas en el interior del bloque al que se adscribe “tácticamente” la organización.
Catalunya en Comú está siguiendo el mismo camino, al apuntalar en el Parlament la opción independentista en el momento en que se desflecaba. En ese camino ha encontrado un expediente extravagante y extemporáneo, la votación de reprobación del rey Felipe VI, en un intento de aglutinar fuerzas dispares para conseguir objetivos muy diferentes, pero no contradictorios en principio.
Está claro que la reprobación del rey y, más allá del rey actual, de la monarquía como institución, es un sentimiento ampliamente compartido por sectores transversales de la ciudadanía catalana. No menos claro está que la iniciativa de C en C no se dirige a promover ningún cambio constitucional, para el que no se cuenta ni con mayoría suficiente ni siquiera con algún apoyo exterior claro, sino que tiene su clave en lo que llamaríamos el “campanario”: la política pequeña. Se refuerza al Govern unilateralista de Quim Torra en un momento de tribulación, con una votación puramente simbólica que le devuelve la mayoría perdida, y se alarga la mano para recibir a cambio el favor que se anhela en el Ayuntamiento de Barcelona. Do ut des, hoy por ti mañana por mí.
Mala señal. Si se sigue el camino de comprometer el presente a cambio de un futuro ilusorio, el pantanal en el que está sumergida la autonomía catalana va a ensancharse y profundizarse. Quienes deberían tirar del carro para desatascarlo, han empujado para hundirlo un poco más. El “caos bajo los cielos” del Gran Timonel Mao les ha parecido una ocasión pintiparada para medrar. La superioridad moral de la izquierda, teorizada por Ignacio Sánchez-Cuenca en un libro reciente, ha brillado por su ausencia. La ética se retira por el foro, y avanza hacia el proscenio el cabildeo como nuevo coprotagonista de la función.
El resultado feliz o desafortunado de esta operación encubierta de baja política se verá en pocos meses. Les emplazo a todos ustedes, queridos lectores, a examinar juntos desde esta bitácora los resultados de las próximas convocatorias electorales.
 


 

miércoles, 10 de octubre de 2018

VOLATINES EN ARAS DE LA ESTABILIDAD


No lo entiendo. Si la prensa diaria no miente, las portavoces de Catalunya en Comú en el Parlament catalán, Jessica Albiach y Elisenda Alamany, han ofrecido al tambaleante Govern de Quim Torra apoyar su proyecto de presupuestos con el fin de “contribuir a la estabilidad”. Lo han hecho en el momento en el que Torra ha quedado en minoría en tres votaciones simbólicas del Parlament. Simbólicas, todo hay que decirlo, porque desde la intemerata no ha habido una sola propuesta del Govern vicario que no girara en torno a cuestiones de este tipo, sin trascendencia para las cosas de comer.
El president ha agradecido el gesto a las Comuns, no sin afearles antes que no recalcaran en su oferta la existencia de presos políticos en el país, más el floreo añadido de insistir en la necesidad de recuperar el “espíritu del 1-O”, lo más grande que según él ha ocurrido en el país en muchos años.
¿De qué estabilidad hablamos entonces, de la del unilateralismo a palo seco? ¿Y por qué hay que salvaguardarla? ¿Qué rara virtud, que yo desconozco, tiene la estabilidad por la estabilidad, el apoyo a la permanencia precaria de una política construida sobre el fake, la benevolente luz verde a una tozuda negativa a rectificar?
Si la clave está en los apuros de la alcaldesa Colau para conseguir pasar los presupuestos de Barcelona, ese objetivo apenas tiene recorrido. La batalla de las municipales va a ser despiadada y el unilateralismo solo apoyará las cuentas de la Casa Gran a cambio de una previa rendición incondicional de la alcaldesa a la “causa”. Porque no son la independencia ni la república los objetivos reales de este juego de tronos, sino el poder descarnado por el poder. Y la ciudad de Barcelona es en este sentido el bocado más exquisito que queda por repartir.
Mientras, Ernest Maragall, del que se habla como candidato de la unilateralidad a la alcaldía para los comicios que están ya a la vuelta de la esquina, acusa a Josep Borrell en carta abierta de “romper el clima de diálogo” entre la Generalitat y el Estado. Simultáneamente, Torra declara que “el crédito de Sánchez se ha acabado”, y renueva su ultimátum al gobierno central. Bonito ejemplo de clima de diálogo. Maragall recrimina en su carta a Borrell que no invitara a Torra al foro internacional de la Unión por el Mediterráneo, cuando Torra brilló hace pocos días por su ausencia en una reunión de las autonomías implicadas en el corredor mediterráneo, a la que estaba oficialmente invitado. ¿Por qué se queja Maragall, entonces? ¿Y de qué se queja, exactamente?
No entiendo la lógica de todos estos volatines arbitrarios con red. No entiendo, sobre todo, que las Comuns ofrezcan un pacto de estabilidad a la incoherencia y a la inconsistencia, cuando nada ni nadie les obligaba a hacerlo.
 

LOS NEGOCIOS PROSPERAN, LA GENTE NO


Ese es en seis palabras ─en un tuit─ el diagnóstico de nuestra actual coyuntura económica post crisis. Los indicadores macroeconómicos están en alza, el viento de los negocios sopla de popa, pero la macroeconomía no se ocupa de la gente, los indicadores no entienden de personas por más que sean linces en detectar los incrementos de las tasas de beneficio.
La naturaleza es sabia, sin embargo. Allá donde los algoritmos se quedan en blanco para dar una explicación a lo que está pasando, ella nos proporciona otros indicadores del malestar no detectado: la ultraderecha crece, lo visceral renace, el personal se encabrona, los establishments de todo tipo pierden elecciones cruciales y los precandidatos en campaña de diferentes colores y tendencias reciben abucheos e intentos de agresión a poco que los servicios de seguridad descuiden durante unos segundos su misión.
Ya no se lleva el mitin de masas ─demasiado riesgo─, sino el acto con público seleccionado (gente joven, gente guapa bien vestida y bien peinada), cámaras de televisión y revuelo de multitud de banderas para ocultar lo magro de los contenidos voceados por el/la líder.
La gente no está en esos sitios, pero se supone que tendrá encendido el televisor en la sala de estar. Por lo menos quienes tengan un televisor y una sala de estar; los que no los tienen, por desgracia cada vez más personas, no cuentan para nada porque no figuran en las cuidadosas mediciones de los algoritmos.
Pero cada vez es más imposible evitar que la bronca, artificialmente abducida de los actos de propaganda política, se traslade a las calles y obligue a la intervención drástica de las fuerzas de orden público, denigradas unánimemente por todos debido a la violencia que utilizan para contrarrestar la violencia paralela de quienes confunden la libertad de expresión con poner un ojo morado al desconocido que llevaba la bandera equivocada.
Oliver Nachtwey, un sociólogo alemán que se declara “marxista moderno” (con buen sentido; no faltan en el zoo global los marxistas paleolíticos), explica en elpais la conexión entre la pobreza laboral y la política de la extrema derecha del siguiente modo: «La gente no vota a AfD porque sean pobres, sino porque no se sienten representados por los partidos tradicionales, tienen la sensación de que se quedan atrás, de que no se les reconoce lo suficiente, porque sienten que el orden social se erosiona, que ya no caminan todos juntos hacia arriba. En el modelo antiguo de clases sociales, los trabajadores eran parte de un colectivo con un marco, en el que la culpa la podía tener el capitalismo y el sistema. Ahora la gente acepta que no hay clases sociales y que nadie es responsable de ti, ni el empresario, ni el Estado. Estás solo y mucha gente tiene miedo del futuro.»
En medicina viene a ocurrir algo parecido, salvadas todas las evidentes distancias. Pacientes diagnosticados de cáncer y que conocen cuál es el incierto camino de la quimioterapia, de la hospitalización y de sus protocolos, deciden ponerse en manos de terapias alternativas dudosas, aunque saben que pueden ser contraproducentes, y de hecho lo son. Es otra forma de desesperación entre aquellos que no pueden ya “caminar todos juntos hacia arriba”.
La actual gobernanza económica propulsa a la ultraderecha. Las personas se encuentran cada vez más desamparadas por las instituciones y hundidas en problemas cada vez más irresolubles. Su malestar se expresa aritméticamente en un voto dirigido a respaldar a quienes más se quejan del gobierno y de la política, a los más nostálgicos de situaciones pasadas mal o insuficientemente evocadas.
El remedio para este desbarajuste no es otro que el de más política, y de mejor calidad, contra la antipolítica. Pero va a costar que el mensaje cale entre quienes han caído en el pozo de la desesperanza y se niegan tozudamente a creer en nada. Solo se logrará cuando, además de predicar, se empiece a repartir trigo.
 

martes, 9 de octubre de 2018

PARTIDOS POLÍTICOS Y SINDICATOS EN EL NUEVO ENTORNO TECNOLÓGICO


Daniel Innerarity es lo más parecido que tenemos al intelectual “de servicio”, la persona que nos atiende de oficio, solícita, en nuestras perplejidades filosóficas con ánimo de aportar alguna claridad. Esta es la pregunta que se/nos hace en su última entrega en elpais: «La maquinaria de la democracia moderna fue construida en la época de los Estados nacionales, la organización jerárquica, la división del trabajo y la economía industrializada, un mundo que en buena medida ha quedado superado por la tecnología digital, deslocalizada, descentralizada y estructurada en forma de red. ¿Qué le pasa a la política y a sus instituciones específicas cuando cambia de este modo el entorno tecnológico?» (1)
Una primera respuesta a la pregunta la ha dado la historia misma de las instituciones. Antes incluso de la crisis de los Estados nacionales consecutiva al derrumbe estrepitoso e instantáneo del bloque del “socialismo real” en el mundo, los partidos “de clase” del entorno occidental ya habían entregado la cuchara. Los laboristas británicos recurrieron a las terceras vías, y apenas tardaron dos telediarios en afirmar que la working class había pasado al desván de los trastos y en todo el país no había sino clases medias confortablemente instaladas, más algunos parias residuales, marginales y marginados por el progreso (2). En Italia el PCI pasó a denominarse Partito Democratico della Sinistra y renunció en buena parte a sus principios ideológicos, a su programa de acción y, lo que es más grave, a sus bases proletarias en los enclaves industriales del norte del país y entre el campesinado del Mezzogiorno. En Francia y España, Mitterrand y González se apresuraron a rebajar su horizonte político y a adaptarse al cuadrante del que soplaba el viento. En Alemania, el legendario SPD de Willi Brandt y Helmut Schmidt ya había capitulado en 1986 ante el empuje de los democristianos de Kohl.
Lo que ha venido después ha demostrado que el tsunami no afectaba únicamente al bloque obrero de cada país. Las viejas clasificaciones (democristianos, conservadores, liberales, socialdemócratas, comunistas) dejaron de servir, y todos los partidos basados en la representación de un bloque social cualquiera se escurrieron por el desagüe.
A la espera de una adaptación más adecuada, más “fina” al nuevo entorno tecnológico, lo que ha aparecido como nuevo son partidos-plataforma, atrapa votos, pendientes de sondeos y de eslóganes y desinteresados por completo de la ideología; no de la “falsa ideología” que denunciaba Marx, que en eso abundan las flamantes formaciones politiqueras, sino del plantel de ideas que normalmente daban peso, poso y razón de ser a un partido de masas en la era analógica.
En estas circunstancias, ningún partido nominalmente de izquierda tiene hoy voluntad de representar al mundo del trabajo, y se extiende incluso la sospecha, entre la clase política, de que el mundo del trabajo no existe. Ya lo dijo Thatcher en uno de sus momentos más ocurrentes: «Yo no veo clases sociales, solo veo individuos que compiten entre ellos.»
Cosas tales como el interés de clase (trabajadora, of course) y la conciencia de clase son desdeñadas, y los partidos aspiran en cambio a la transversalidad, es decir a la representación puntual de un universo de personas heterogéneas conectadas en red. Son los sindicatos los que hoy agrupan, representan y defienden los intereses y la conciencia comunitaria de la clase, y precisamente por esa razón se les ataca y se les quiere expulsar del mundo globalizado.
Pero los sindicatos no son el residuo despreciable de una época obsoleta. Reciclados en el nuevo “modo” tecnológico, su posición es central porque tienen cuando menos dos funciones de la máxima importancia que cumplir en cualquier nuevo “orden” al que se aspire: una, asegurar mediante la negociación y el conflicto una distribución tendencialmente igualitaria de la riqueza acumulada a través de las hipermodernas construcciones tecnológicas; y dos, imponer una nueva racionalidad a unos procesos productivos generados mediante algoritmos y robotizaciones de cuarta generación.
La racionalidad es hasta ahora el mayor déficit del actual escalón tecnológico, y la deriva de la “nueva política” posmoderna no ayuda a resolver el problema. Los mercados apuntan al beneficio empresarial como el nuevo becerro de oro que es necesario adorar; están rompiendo de ese modo la sostenibilidad del progreso económico y rompiendo los límites extremos de la calidad de vida en un entorno natural inmerso en un cambio climático acelerado. Desde la racionalidad de un mundo del trabajo consciente de lo que produce, cómo lo produce y para qué, capaz de reflexionar sobre sí mismo y sobre el futuro y de asegurar una mejor relación entre producción y sostenibilidad, será necesario dar una dirección precisa a una tecnología poderosa pero absolutamente desnortada.
Los partidos políticos, a través de nuevas formas e instrumentos, podrán dar también respuesta a estas cuestiones, desde una gobernanza más ajustada del Estado. Los sindicatos serán, en todo caso, imprescindibles para aportar al debate y llevar luego a la práctica soluciones que vayan en beneficio de todos.
La invasión tecnológica acarrea sin duda problemas de solución muy difícil para los trabajadores, pero al mismo tiempo significa una nueva oportunidad. Por esa razón no hay que tener miedo de lo nuevo, como insiste siempre en predicar mi vecino de blog, José Luis López Bulla.
 


 (2) Me doy cuenta, tarde, de un lapsus grave de memoria en esa afirmación. El laborismo no llegó al gobierno, con Tony Blair, hasta 1997, bastante después del derrumbe del Estado soviético. El argumento, con todo, se sostiene.