viernes, 31 de julio de 2020

CATALUNYA DISSORTADA



Restos del Castell Formós de Balaguer, foto Arqueoxarxa. Quizás una prefiguración de lo que nos espera.



En la fábrica ciertas cosas se entendían con facilidad: nadie es más que otro, se necesita el esfuerzo de todos, el controlador es un mierda, y si un compañero te pide el cambio de turno por una urgencia tú lo haces porque hoy por ti, mañana por mí, aunque él sea de Sierra Leona.

Con la desaparición de la fábrica “física”, y la generalización de las subcontratas efímeras y de las externalizaciones masivas, la solidaridad interna del grupo no encuentra cauces adecuados. Tan solo sigue vigente la defensa de los puestos de trabajo, y ahí, en el regateo, empiezan las cuestiones de que unos son más que otros: unos tienen más antigüedad; otros, más residencia; otros aún, mejores papeles.

Fuera de la “modernidad” igualadora de la fábrica, las cosas siempre fueron muy distintas. Ya Carlos Marx dejó sentado (en “El 18 Brumario de Luis Bonaparte”) que los pequeños propietarios agrarios no son una clase social, sino aproximadamente lo contrario: el suyo es el reino del particularismo, de los pleitos por las lindes, de la envidia y el rencor acumulados, del hacer prevalecer los derechos legales o consuetudinarios propios frente a los del vecino…

De forma asombrosa, en la Cataluña post industrial ha resucitado la mentalidad intemporal del pequeño terrateniente, su ruindad, su astucia para tirar la piedra al prójimo y esconder la mano, su recurso a los leguleyos para torcer el espíritu de las normas con el fin de conseguir una ventaja de dos palmos en la linde con el sembrado del vecino. Se ha fijado el tiempo de la reivindicación nacional en 1714, pero se está retrocediendo aceleradamente hasta la guerra de los remensas. No debe faltar mucho para que uno de nuestros nuevos viceconsellers o similar, expertos en el mundo digital y en las escuelas americanas de negocios, nos salga con la necesidad de recuperar los malos usos y el ius primae noctis en la resplandeciente República que ya se albira en la lontananza.

Existe un precedente histórico, pero solo se publicita de una manera parcial y sesgada. Don Jaume d’Urgell, el Dissortat, tuvo en Caspe el voto en contra de las nuevas élites comerciales urbanas, que no eran favorables a los métodos de gobierno “de toda la vida”, basados en la horca, el cuchillo y la bendición eclesiástica.

Don Jaume se levantó contra los Trastámara a destiempo, confiado en una milicia inglesa que nunca llegó y en el apoyo incondicional de los grandes barones catalanes.

La reacción de los grandes barones en ese trance fue digna de la teorización posterior de la Puta y la Ramoneta. Don Jaume y Don Fernando les solicitaban mesnadas y recursos en efectivo, para combatirse recíprocamente. Y los nobles catalanes respondieron de forma unánime y concertada enviando a Urgell un pelotón al mando de un sargento, y otro pelotón similar al de Antequera, al mando de otro sargento. Añadieron su pleitesía a ambos, no aportaron a ninguno de los dos dinero efectivo, e hicieron constar su promesa firme de una neutralidad exquisita en la contienda civil abierta.

Hubo una guerra medio de mentirijillas, y un asedio muy real al Castell Formós de Balaguer. Don Jaume no se lo creía: ¡pero si iba de farol! Hasta qué punto llegaba el farol, se puede deducir del hecho de que “olvidó” meter en el castillo, en el que se había propuesto resistir “hasta el final”, pólvora para su artillería. Luego mandó a su esposa, pariente de Fernando, a negociar la rendición. Solo obtuvo garantías por su vida.

Pasó el resto de su vida en prisiones castellanas, sin tercer grado ni redención de penas. El país se precipitó aceleradamente hacia la siguiente guerra civil. Son datos al alcance del Institut Nova Història y de la Generalitat, pero ambas instituciones deben de haber decidido de común acuerdo que no son significativos.

jueves, 30 de julio de 2020

DE VUELTA DEL EMPORDANET



La ermita de Sant Andreu de Pedrinyà, en el Empordanet.


Una escapada de dos días a Rupià, con los primos Conxa y Narcís como espléndidos anfitriones. Con ellos, paseos por carreteras secundarias y pistas sin asfaltar para tomar una vez más el pulso a un rincón que tenemos en el corazón, pero que es capaz todavía de ofrecernos sorpresas: Pedrinyà, unos cientos de metros más allá del melancólico Púbol, o las pinturas románicas de Fontclara, a dos pasitos apenas de Palau-Sator. Amén de una vuelta triunfal por la Platja del Racó, en Pals, con las Medas desplegadas al sol poniente. O la factoría cervecera Doskiwis Brewing Co., neozelandés-ampurdanesa.

De vuelta en Poldemarx, me entero de que Vox señala una moción de censura para septiembre. JL López Bulla dice en su blog algunas cosas procedentes sobre tal iniciativa: fuegos de artificio, quizá ni eso, ganas de hacer ruido, de estar como sea en los titulares, al modo como Poncio Pilatos consiguió encaramarse al credo.

A la Antipolítica le gusta tocar todas las teclas de la Política. De alguna forma le resulta fascinante, porque no es lo suyo, sino lo inverso a lo suyo. Como el burro flautista de la fábula, a veces, pocas, consigue hacer sonar una o dos notas de música. Una hazaña inútil, porque lo que pretendía en realidad no era tocar de oído, sino reventar el instrumento.

Este anuncio anticipado de la función de septiembre tiene ese cariz presunto. Vox se acoge a la moción de censura, un instrumento de equilibrio democrático; pero no con ánimo constructivo, sino destructivo.

El trabajo de Vox es tironear para sacar a la izquierda del gobierno, luego se verá lo que pasa luego. El trabajo de la izquierda habrá de ser, en consecuencia, sacar a Vox del parlamento y restablecer un cordón sanitario que existía y se desintegró de forma lamentable en aquel acto de la plaza de Colón. ¿Estará la derecha por esa labor higiénica? Tal vez sí, después de la moción de censura y de lo que nos traiga.

Deseo un buen verano a todos, incluida una atención anticipada a los idus de septiembre. Seguimos jugándonos cosas, el mensaje del gobierno tiene que calar más en la ciudadanía, y la ciudadanía tiene que estar en una actitud más receptiva, más (subrayo el término) militante.

Solo así despejaremos entre todos los regüeldos vinosos de ciertos especímenes que infectan nuestra democracia.


miércoles, 29 de julio de 2020

EN CAÍDA LIBRE



Corinne Larsen junto a un caballero por encima de toda sospecha (foto tomada de El Nacional)


Pablo Casado sigue intentando desestabilizar al gobierno progresista, con una constancia digna de mejor causa. Cada mañana utiliza las portadas de los medios unánimes para explicar a Pedro Sánchez lo que debería hacer; y cada mañana, la receta es distinta. Las encuestas de opinión, a las que no ha de darse credibilidad, indican que la audiencia sí da en cambio credibilidad a Pedro Sánchez, y lo que dice Casado le trae más o menos al pairo, como si se tratara de los repetidos desencuentros entre Belén Esteban y Jorge Javier.

La gente no aprende, y va a su bola.

Personas con muchísima autoridad moral, como Felipe González y Pepe Bono, aireados insistentemente en las principales cadenas para refrescar la programación ahora que la canícula nos sumerge en una ola de calor, nos explican que está feo meterse con Juáncar y en cambio Pablo Iglesias es un peligro letal para la democracia. Don Felipe ha venido a decir, de un modo ciertamente algo alambicado para que se le entienda sin entenderle del todo, que Podemos es peor que Franco. Don Felipe hizo esa afirmación sin aparentar síntomas de embriaguez, lo que demuestra lo buen bebedor que es.

Ante la carga de la caballería pesada mediática, la gente a) se abona a Netflix, que tiene la virtud de ofrecer pamplinas diferentes; y b) sigue señalando mayoritariamente con el dedo a Juáncar, exigiéndole que él y/o los tribunales devuelvan al país la montonera que el emérito trincó de rositas. Y justifica en cambio con una laxitud inexplicable el chalé, que no casoplón, de Galapagar, que no Marbella, donde Pablo, Irene y su prole son escrachados todos los días por personas dispuestas a defender a Juáncar a muerte, sí o sí.

Asegura González que Juáncar debe beneficiarse de la presunción de inocencia (Pablo, no). No sé qué presunción puede sobrevivir después de las confesiones de doña Corina, de las cifras de las cuentas bancarias suizas, de los trasvases panameños y de las investigaciones judiciales que se están llevando a cabo en esa Europa en la que solíamos españolear y que tan poco aprecia últimamente nuestra peculiar idiosincrasia.

Será que la leyenda negra está resucitando, caso de que alguna vez dejara de funcionar, cosa que no cree doña Elvira Roca Barea, que opina que sigue habiendo imperiofobia siglos después de que feneciera el imperio.

Los líos financieros de Juáncar serían entonces solo una excusa de las potencias hostiles para atacar al imperio español, el cual es una realidad virtual del mismo orden, y de un parecido sorprendente, con la república catalana independiente.

Conclusión: en estos asuntos es preciso andarse con pies de plomo, y procurar pisar suelo firme. Por cierto, ¿dónde nos han puesto el suelo, que vamos en caída libre?


martes, 28 de julio de 2020

QUÉ BUEN VASALLO SI HUBIESE BUEN SEÑOR



Tres jubilatas en Pineda de Marx, 15 de febrero de 2014.



Es una constante de la historia de este país. La materia prima es excelente; el general intellect, para emplear la expresión marxiana, muy considerable; la capacidad de entrega, de sacrificio y de eficiencia de la fuerza de trabajo, roza lo admirable.

Pero el sistema de selección de las élites es desastroso. Recuerden que la dirección de la Armada Invencible se confió al duque de Medina-Sidonia, por méritos de estirpe y de limpieza de sangre. Recuerden cuál fue el resultado de aquella aventura. Felipe II comentó luego que no había mandado a su flota a luchar contra los elementos. Bueno, ¿por qué no? Los elementos son lo primero que hay que tener en cuenta cuando se envía a una flota a cualquier parte. Recuerdo una observación de una comedia de Bernard Shaw: “El capitán de barco que se emborracha confía en la Providencia; pero una de las maneras típicas de tratar a los capitanes borrachos que tiene la Providencia, es dejar que sus barcos naufraguen en los escollos.”

Hoy Isabel Díaz Ayuso lucha contra el virus invirtiendo unos cuantos millones de euros en capellanes que asistan a los enfermos. No invierte en sanidad pública, sino en cura de almas. No invierte en providencia social, sino en providencia divina. La providencia divina, sin embargo, tiene sus peculiaridades, como queda dicho; sus resultados no suelen ser los deseables desde un punto de vista científico estricto.

Y la propuesta de la misma Ayuso para honrar a los muertos de la pandemia es una corrida televisada en abierto, en la que sean lidiados y estoqueados seis toros bravos. Nos metemos mucho con el señor Rutte, pero deberíamos reconocerle que su desconfianza en las instituciones españolas está justificada en parte.

Quim Torra, por su lado, insiste en que la mejor forma de luchar contra el covid es un referéndum por la independencia de Catalunya. Quim Torra es un ejemplo de manual de la forma perversa de seleccionar élites que tenemos en el país (hablo de país en sentido amplio, nunca he percibido diferencias significativas entre las porciones situadas al norte y al sur del Ebro). Incluso al maestro Pero Grullo se le ocurre que las superestructuras son una cosa, y los virus otra muy distinta, y que las influencias recíprocas entre las unas y los otros son iguales a más menos cero. Pero él, erre que erre, aprovechando que el Onyar pasa por Girona.

Las autoridades británicas desaconsejan a sus súbditos viajar a España, incluidas las islas, debido a la constatación de que se están produciendo rebrotes que ni se rastrean bien (aunque en la Comunidad de Madrid se les reza el rosario) ni se controlan con medidas eficaces. Incluso Pablo Casado, paladín de la libertad de desobediencia y de insulto, “exige” ahora a Sánchez que retome en sus manos la cuestión de forma centralizada, seguramente para volver a acusarle pasado mañana de dictador.

El caso es que el doctor Simón ha dicho que mejor que no vengan los ingleses en este trance. Y el mundo empresarial se le ha echado encima. Y la caverna mediática se ha rasgado por enésima vez las vestiduras: «¡Que destituyan de una vez a ese hombre! ¡Que vengan enhorabuena los ingleses!»

La prioridad de nuestras élites económicas es rentabilizar sus considerables inversiones en infraestructuras atrayendo a muchos turistas aunque se/nos contagien y se/nos maten. La prioridad del doctor Simón es la salud pública.

¡Dios, qué buen vasallo si hubiese buen señor!
  

domingo, 26 de julio de 2020

PACO FRUTOS



Francisco Frutos Gras (foto EFE).



Un cáncer se ha llevado a Paco Frutos. Calculo que no se lo habrá llevado muy lejos; era un hombre de mi generación, apenas unos años mayor que yo. Sé que le seguiremos otros a corta distancia. No es un pensamiento agradable, pero quienes nos hemos educado en su escuela sabemos que tampoco es una cuestión que tenga mayor importancia: es “lo que hay”, como al mismo Paco le gustaba decir a propósito de muchas cosas. Algo que se da por descontado. Que se acepta a beneficio de inventario.

Paco era un hombre de una dureza peculiar. Los reveses cotidianos en asuntos de coyuntura, de corto aliento, le dejaban impasible. En determinados debates del comité central del PSUC y del PCE le vi un aire ausente; tomaba notas ─breves─ con un rictus particular de la boca. Siempre prefería mirar lejos, buscar los máximos, considerar las dificultades previsibles en los trayectos largos. El regate en corto no era su especialidad; el breve plazo no atraía su atención, no le daba ni frío ni calor.

Desdeñaba entrar en discusiones sobre la calderilla de la política. Como un metro de platino iridiado, su vara de medir tenía la misma exactitud rigurosa en el ardor de la acción y en la frialdad del planeamiento. Pero (ahora pienso sobre todo en el sindicato) muchos temíamos sus tremendas broncas cuando, ¡tantas veces nos pasaba!, habíamos estado por debajo de la altura precisa que él veía en nosotros.

Fue un hombre de organización, en la fábrica, en el sindicato y en el partido. No fue un teórico, ni un táctico hábil, ni un hombre que buscara consensos por encima de todo. Daba instrucciones precisas, y luego pedía cuentas rigurosas.

Hace pocos años, coincidimos en una visita a Pineda de Marx. Él llegó acompañado de Doménec, el librero de La Llopa, y llevaba para José Luis López Bulla verduras cogidas de su huerto en Calella; yo había ido a devolver un libro prestado. Hacía muchos años que no veía a Paco, y sentí un vuelco particular en el pecho, el de quien regresa a un tiempo pasado.

En la conversación, José Luis le preguntó si recordaba la primera vez en que alguien intentó sobornarle. Paco se acordaba muy bien. La contó con detalle, con nombres y con toda clase de calificativos a la persona que le tentó. José Luis también contó su propia historia. Nos reímos juntos de aquellas cosas.

Pensé en aquel momento que ciertas formas de interactuar en el entorno económico eran iguales en otro tiempo que ahora mismo. «Voy a hacerle una propuesta que no podrá rechazar…» Pero la oferta era rechazada, de todos modos.

Echamos hoy de menos el temple de dirigentes como Paco Frutos. Se le han hecho muchas críticas, por sus posiciones políticas, por sus decisiones y por sus declaraciones. Ninguna, que yo sepa, por su integridad personal.


sábado, 25 de julio de 2020

DEFENSA DEL ESTADO FRENTE A LAS TAIFAS



Medina amurallada de Albarracín, taifa fundada por la dinastía beréber de los Banu Razin y respetuosa con el viejo orden de cosas: la élite en lo alto, el pueblo llano a sus pies.



Vuelve la moda retro. El Estado, ese cachivache inservible que ha sido durante años el blanco predilecto de las pullas de los neocons (“el mejor Estado es el que no existe, el mejor welfare es el que no existe, la mejor deuda pública es la que no existe, bienvenidos todos al fin de la Historia y al reino exclusivo y glamuroso de lo Privado, regido impecablemente por las leyes del Mercado”), el Estado, pues, está de vuelta. No el de antes, aclaro; un Estado con nuevas capacidades, con nuevos objetivos, con una función de aglutinador social que se había extraviado por el camino. También el welfare está de vuelta, con connotaciones distintas, y la deuda pública tiene de nuevo sentido, y ha llegado de pronto el fin del fin de la Historia, de la mano de un bicho diminuto que ha puesto patas arriba los dogmas ineludibles de los algoritmos del mercado.

También va a resultar que la vieja Unión Europea servía para algo. Acostumbrados al discurso del desprecio al Sur manirroto por parte del Norte ahorrativo, algunos se sorprenden de que Merkel no apoye a Rutte, como sería de cajón, y rompa una lanza por la cooperación, incluso ─en parte, sí; con condiciones, vale; ¿alguien pensaba que la reconstrucción vendría de bóbilis?─, incluso a fondo perdido en buena parte.  

Fuera sombreros. Viva Merkel, la cancillera que tiene de verdad, y no por postureo, Europa en la cabeza.

Nuestras taifas habituales, encastilladas en la defensa del viejo orden, han reaccionado tarde y mal. Primero intentaron poner palos en las ruedas de una idea tan subversiva como la solidaridad. Ahora empiezan ya a reclamar con aspavientos “lo que les corresponde” y “ni un céntimo menos”.

Vienen todas las taifas desplegadas en guerrilla, a la rebatiña. Ayer la taifa de la tauromaquia aporreó en Toledo el coche de la ministra Díaz. «Puta, cabrona, ¿qué hay de lo mío?»

Pero oigan bien los reyezuelos de taifas, los Ayuso, Torra, Moreno, Page y tutti quanti (incluida la taifa de la Zarzuela, enviciada a girar por libre): lo que les corresponde es cero patatero.

Cero patatero en tanto que reyes Palomo, yo me lo guiso y yo me lo como. El escenario ha cambiado. «Ya nada será igual», ¿recuerdan? Quédense con la copla. Esto va por otros carriles, depende de otros equilibrios, exige un nuevo modo de hacer las cosas. Exige una política industrial con cara y ojos, ¡por fin!

No estoy predicando una recentralización al modo como quiso imponerla don Mariano I el Augusto, restando poder a las instituciones intermedias para acumularlas a un gobierno central con vocación de parte privilegiada capaz de alzarse por la cara con el santo y la limosna.

Estoy predicando la cooperación, la puesta en común frente a la dispersión, en una España, en una Europa y en un mundo que son estrechamente interdependientes y que van a serlo todavía más. Hablaría con gusto de federalización, pero creo que no ha llegado aún el tiempo de sazón. Hablaré entonces de reequilibrio, de compromiso asumido con seriedad, de consensos, de diálogo libre en pie de igualdad entre las opciones políticas y los agentes sociales. Es decir, todas las antiguallas que estorbaban la recuperación de la economía vulnerada en 2012, y que de pronto se nos han vuelto otra vez indispensables.

Algo que suena ahora anacrónicamente rancio, disculpen que señale con el dedo, es seguir colocando como prioridad política el encaje de Cataluña en el Estado español, y promover un referéndum, pactado o no, para tal cosa.

Esa actitud supone, para expresarlo de forma metafórica, seguir encerrados en la Fase 1 del confinamiento.
  

viernes, 24 de julio de 2020

LA FULANA Y EL ÁNGEL



Esto sucedió antes del ciclo de las mascarillas. Paseábamos Carmen y yo por Ciutat Vella, en dirección a Santa María del Mar, y dimos en “chicanear” por un laberinto de callejuelas antiguas que los dos conocíamos mal. Tomamos por Vigatans, y en el cruce con Mirallers encontramos la figura que aparece sobre estas líneas.

¡Sé tanto y tan poco al mismo tiempo de la historia y los rincones de mi ciudad! No conocía la imagen, que según he visto más tarde en diversas fuentes, es notoria. Yo la tomé a bote pronto por un ángel guardián, protector de viandantes. Algunos cronistas señalan, sin embargo, un origen muy diferente. Con esas cabezas femeninas, dicen, se señalaban las casas de comercio sexual, por imposición de las autoridades municipales. También era obligado poner un farol rojo a la entrada.

Encuentro funcional lo del farol rojo: tiene la ventaja de que se quita y se pone con facilidad. No me creo, en cambio, que un burdel, por mucho que las ordenanzas de la época exigieran una identificación inequívoca, se anunciara por medio de una figura de piedra, cincelada con esmero y encastrada en el muro. Un reclamo al cliente suele estar colgado de manera que sea posible hacerlo desaparecer cuando cambie la orientación del negocio. Es una norma consuetudinaria en todos los negocios; no solo en el de la alcahuetería. Nadie labra la enseña de su negocio en piedra sobre piedra para que siga ahí impertérrita siglos después de que el local cerró.

Alguien encargó una cabeza femenina a un artista, para que la pusiera precisamente en ese lugar. Admito la posibilidad de que hubiese en la zona un tráfico sexual considerable, pero a mi entender, en tal caso esa figura angélica concreta habría sido colocada precisamente ahí en misión de salvaguarda de las ánimas caedizas. Una especie de «detente bala» de otro género.

Contemplen despacio el óvalo encantador de la cara, los cabellos bien ordenados y recogidos, los ojos que no miran hacia afuera sino al interior, quizás a la esencia de los eventos consuetudinarios tal y como desgraciadamente acontecen en la rúa, un día sí y otro también.

Llámenla puta, si así les parece. Para mí, sigue siendo un ángel. El ángel de la guarda de Vigatans esquina Mirallers.  


jueves, 23 de julio de 2020

MARSÉ Y DIEZ MÁS



Juan Marsé en la Librería la Central. (Foto, Guillermo Moliner, tomada de El Periódico de Cataluña)


Al parecer el problema con Juan Marsé es que no escribía en catalán. «Nunca», ha dicho un poncio, para remarcar la gravedad del caso. De haber escrito «alguna vez» en catalán, como ha hecho por ejemplo Eduardo Mendoza, la respuesta idónea estaba ya ahí, prefabricada, por otra poncia de la misma cuerda: «Demasiado castellano.» En el caso de que hubiera escrito «siempre» en catalán pero no comulgara con las ideas dominantes en la tribu, se le habría marginado como a Raimon: «No és dels nostres.»

Al parecer el problema es que solo sería cultura la cultura en catalán, y con un sentido político determinado. El resto no sería cultura, sino cosa de bárbaros. Como al Institut Nova Història le pareció excesivo clasificar a Cervantes entre los bárbaros, fabricó ex profeso un recurso salvador: Miquel Sirvent habría escrito el Quitxot en catalán, y desde Madrit nos habrían impuesto una traducción castellana baja en quilates o en calorías. Lo excelso de verdad era la versión original subtitulada que escribió Sirvent en catalán y que nunca llegó a ver la luz de la imprenta, por envidias.

Mal asunto, colocar la lengua como signo de distinción último de una élite social. Incluso si dicha élite hablara el catalán con corrección y fluidez, lo que no es el caso. La cultura xarnega abominada desde las conselleries y los òmniums ha infectado sin remedio posible a la élite de casa nuestra, cuya característica cultural principal ahora mismo es que no habla bien ni el catalán ni el castellano: el segundo porque no quiere, el primero porque no sabe.

Juan Marsé exploró maravillosamente estos recovecos de la estructura de clases sociales en Cataluña, y construyó para explicarlos un territorio propio muy preciso, por el que transcurrían personajes extraordinarios, multiformes y pese a todo creíbles, por lo contenidos en su exageración literaria. Últimas tardes con Teresa, La oscura historia de la prima Montse y Si te dicen que caí, por lo menos esas tres para no ampliar demasiado el abanico de la reivindicación, deben formar parte por derecho propio tanto de la historia de la literatura española, como de la catalana. En el sentido de que, para entender toda una época no del todo fenecida de España y de Cataluña, hay que recurrir a Marsé. No solo a él, claro; pero sí, inexcusablemente, a Marsé.

Marsé y diez más, como dicen “Messi y diez más” los entrenadores del Barça cuando tienen que dar la alineación para el próximo partido.
   

martes, 21 de julio de 2020

MI AMISTAD CON LUCIO (y IV). APOSTILLAS


El lector curioso encontrará los tres primeros trancos de esta historia en http://vamosapollas.blogspot.com/2020/07/mi-amistad-improbable-con-lucio-urtubia.html;


De izquierda a derecha Satur Urtubia, su hermano Lucio y yo, en Cascante. El punto impactante de la foto, sin embargo, es la caldereta de cordero que aparece en primer plano.


Con lo dicho hasta ahora queda resumida mi relación con Lucio. Volvimos a vernos, en particular en Barcelona cuando vino a presentar “nuestro” libro. Me llamó desde París muchas veces, y me encontró muy pocas en casa (el foco principal de mi atención estaba puesto por entonces en mis nietos griegos). Yo le llamé alguna vez también, y le escribí para hacerle partícipe de un descubrimiento sobre el antiguo linaje de los Urtubias. Fueron pasando años; él se hizo muy viejo, y yo también.

Un par de cosas, aún. Querría poder decir más sobre Anne Urtubia, nacida Garnier, que se enamoró de Lucio en los remolinos del 68, se casó con él, le dio una hija (Juliette) y colaboró en la logística de muchas acciones del “grupo Lucio” (transferencias bancarias, alquiler de locales), pero nunca en acciones directas violentas. En una ocasión se jugó el tipo calando su coche en una calle estrecha de dirección única para estorbar la persecución policial a su marido. ¡Y entonces estaban ya peleados y separados! Fue condenada en el juicio por el secuestro del banquero Baltasar Suárez, y sufrió pena de prisión. Salió pronto, sin embargo; los jueces dieron importancia al hecho de que trabajaba ya entonces, y ha seguido trabajando después, con Bernard Kouchner en la ONG Médicos del Mundo; en 2007 era la responsable del programa de ayuda humanitaria a Haití, y creo que sigue activa en ese tipo de menesteres.

Tuve con ella una conversación larga en Belleville, en la que pretendí enrolarla en mi idea de apuntalar el relato de Lucio con otras miradas distintas y en parte divergentes; pero Anne no quiso escribir ningún texto para el libro, y tampoco me autorizó a utilizar de ninguna forma sus interesantísimas reflexiones. De modo que cierro aquí el tema.

Termino con una reflexión de orden general acerca de los efectos nefastos de la represión política.

En la Ribera de Navarra, donde los votos al Frente Popular fueron mayoritarios el año 36 frente al bloque apostólico-carlista de Pamplona y el norte de la región, las barbaridades perpetradas por el franquismo triunfal fueron enormes. Sartaguda sigue siendo conocido como «el pueblo de las viudas»; 84 varones mayores de edad, el 40% de los inscritos en el censo, fueron pasados por las armas allí, por el único delito de haber votado “mal”. Un pequeño Holocausto de matriz inequívocamente fascista.

El padre de Lucio, Amadeo Urtubia, había sido concejal socialista con la República, y se salvó del paredón porque un sacerdote, que le debía su protección en la etapa anterior, borraba su nombre de las listas de los señalados. Pero la familia fue humillada de todas las formas posibles en el nuevo Régimen. A la madre, Asunción, fueron a buscarla en varias ocasiones para raparla al cero por haber criticado en público a las nuevas autoridades. No la encontraron; se escondía en un habitáculo disimulado en la pared de la pocilga del único cochino propiedad de la familia. Lucio vivió aquello con la perplejidad angustiada de un niño que no entiende aún de odios y venganzas. Más tarde su padre, con un cáncer muy avanzado, fue dejado morir por los médicos. No había dinero en la casa ni siquiera para pagar morfina como paliativo. «Mátame, Lucio, no puedo sufrir más este dolor, mátame por compasión, tú tienes cojones para hacerlo.» El adolescente Lucio se volvía loco al oírle.

Y estaba también el hambre, continuada, infinita. Y la injusticia, visible, patente. Un caldo de cultivo muy fuerte para la rebeldía contra las instituciones y para la violencia.


MI AMISTAD CON LUCIO (III). DE CASCANTE A VALCARLOS


El lector curioso encontrará los dos primeros trancos de esta historia en http://vamosapollas.blogspot.com/2020/07/mi-amistad-improbable-con-lucio-urtubia.html y






La misma persona, la misma postura, el mismo lugar de una calle de Cascante, cincuenta y cinco años de distancia. Lucio Urtubia con unos amigos, en 2007 y en 1952.


Entrado el mes de mayo, estábamos Lucio y yo paseando plácidamente por el parque de Cascante. Él me contaba historias de su niñez. Éramos, contando a Carmen Martorell, el “trío de hecho” más famoso del pueblo: Carmen y yo fuimos etiquetados como “el escritor catalán y su señora”; él era simplemente Lucio, el héroe local.

Pasamos delante de tres mujeres sentadas en un banco. Lucio se paró frente a ellas, y señaló a la del centro. «Tú tienes que ser pariente de Carmen X, cómo te le pareces», le dijo. «No, contestó ella con la mirada baja, no soy pariente de Carmen X. Soy Carmen X.» Sus amigas rompieron a reír. Lucio se quedó paralizado.

Omito el apellido real de Carmen X. Cuando era apenas una adolescente, servía copas en el bar más frecuentado por la gente fina de Cascante. Era la hija del dueño. Un Lucio veinteañero la pretendía, por más que la gente como él no era admitida en el local y se veía reducida a acogerse al más proletario establecimiento de la Pelleja.

Las relaciones entre los dos jóvenes transcurrían de un modo muy platónico, pero un día les vio juntos el padre de ella, se la llevó a empellones a su casa y le dio una paliza. Un acto que marca por sí solo las diferencias sociales en la España del franquismo profundo. Lucio decidió marcharse para siempre del pueblo y cruzó por primera vez la raya de Francia. En Biarritz la gendarmería lo detuvo por vagabondage y lo devolvió a España. Conoció entonces las cárceles de Vera de Bidasoa y de Pamplona, sus primeras prisiones, y hubo de regresar a Cascante con la cabeza gacha.

Pudo aún despedirse de Carmen a escondidas, pero hacía más de cincuenta años que los dos no se veían. Cuando el libro del que hablo estuvo publicado, Carmen le contó a Lucio que le había gustado mucho todo, menos lo que decía de su padre, que siempre había sido bueno con ella y nunca le había puesto la mano encima. Lucio fue a cenar un día a su casa, y ella le presentó a sus dos hijos. Él hizo buenas migas con los dos, según me contó.

En Cascante conocí también a las hermanas Urtubia. Satur, la mayor, nos obsequió un día con una caldereta de cordero memorable, un plato totémico para Lucio.

Un día, al hilo de nuestros trabajos sobre el libro, a Lucio le entró nostalgia de Valcarlos, y sin pensarlo mucho nos fuimos los tres para la raya de Francia, en mi coche. Allí había hecho el joven Lucio sus primeros pinitos en el contrabando. Un río o torrente montañés, la Gave, separa los dos barrios del pueblo, y algo más: en una orilla está España; en la otra, Francia. Al anochecer, cuando los picoletos se recogían en las tabernas, era posible cruzar la línea virtual de la frontera a nado, sin mucho riesgo. Pero había muchas más cosas escondidas en el aspecto inocente de la Gave: la patria, la lengua, la escuela, la cultura, las expectativas personales, eran muy diferentes para los chicos que jugaban juntos, según en qué lado del río estuviera su vivienda familiar.

Un serio campo de estudio etno-socio-político para un joven con ansias de comerse el mundo…, o cualquier bocado medianamente comestible mientras tanto.

En Cascante, en aquellos días de mayo, acabamos de perfilar los aspectos puramente biográficos del libro. Para no alargar demasiado un texto de una longitud ya muy considerable, ni retrasar más la entrega, dejé en interrogante, para incluir o no según criterio editorial, unos capítulos en los que se trataban temas de carácter misceláneo, sobre la política, el anarquismo, la revolución, etc.

De las Comisiones Obreras, Lucio predicaba en un párrafo la necesidad de su desaparición, por la fuerza si era preciso. Le dije con la mayor suavidad posible que yo había sido un dirigente del sindicato, y aún seguía vinculado a él. «Nadie es perfecto», fue su comentario; y se negó a dar su brazo a torcer. «Este es mi  libro; tú, por tu cuenta, escribe lo que quieras en los tuyos.»

Curioso, no encontré el pasaje en cuestión cuando me llegó finalmente el libro editado. Sí estaban muchos otros juicios sumarios referentes al “estalinismo” en general y a la CGT francesa en particular. La editorial Txalaparta, de Tafalla, que adquirió los derechos, decidió también por su cuenta suprimir (entre otras cosas) varios párrafos de un largo parangón entre Buenaventura Durruti, héroe luminoso, y el Ché Guevara, héroe trágico, bastante discutibles desde cualquier punto de vista.

Lucio había previsto como título del libro “Mi vida son muchas vidas”. Quedó como título de la Presentación, cuyo último parágrafo va presidido por el titulillo “Mi vida no solo me pertenece a mí”. Me gustaba mucho ese enfoque, e intenté incluir de alguna forma otros testimonios colaterales. Lucio estaba de acuerdo, pero nos íbamos mucho más allá de las 300 páginas marcadas, y abandonamos la idea.

A los pocos días de volver a Barcelona desde Cascante, envié el texto electrónico a la editorial. Los trabajos sobre el texto aún se prolongaron, en Tafalla; hubo enmiendas y algunas incorporaciones necesarias. La difusión de la publicación se orientó a un público lector más vasquista y local que el que yo habría deseado.

Bien es cierto que, en el verano del mismo año de 2007, los cineastas Aitor Arregi y José María Goenaga rodaron un largo documental titulado “Lucio”, centrado en la estafa de los travellers checks de Citybank y el juicio posterior, dando entrada a los recuerdos de muchos de quienes intervinieron en la operación. Lucio tuvo por ese lado la oportunidad de explicarse como quería, y se benefició de toda la publicidad de un filme que fue nominado a los premios Goya del año 2008.

El libro en el que yo trabajé acabó por llamarse «La revolución por el tejado. Autobiografía». Apareció en noviembre de 2008, publicado por Txalaparta, con Lucio Urtubia Jiménez como autor, y Joxerra Bustillo como editor. Yo habría podido desaparecer por completo de los créditos, pero Lucio se empeñó en que no fuera así, y me pidió un prólogo. Lo titulé «El secreto de Lucio», y en él puse todas las cosas buenas que se me ocurrieron sobre un personaje tan ambivalente como considerable.

Recibí de Txalaparta un ejemplar del libro editado, con fecha 27.11.2008, y la siguiente tarjeta de agradecimiento: «Muchísimas gracias por su colaboración. Ha salido un excelente libro. En nombre del equipo, Monique Ruiz»
(Concluye mañana)



Lucio entre Francia y España, en la pasarela sobre la Gave de Valcarlos.

lunes, 20 de julio de 2020

MI AMISTAD CON LUCIO (II). BELLEVILLE




Carmen con Lucio, a la puerta de la vivienda-sala de actos de la rue des Cascades. «El aprendizaje que siempre te faltará, le decía Lucio, es no haber pasado más hambre de niña, porque el hambre es el motor principal del progreso de la humanidad.» «Pues yo de niña siempre tenía hambre», le respondía Carmen.

 

«Yo no sé escribir», me dijo Lucio, con sencillez, en la cafetería de la calle Consell de Cent.

He descrito así, en otro lugar, la prosa de Lucio: «Estaba escrito a bolígrafo sin dejar casi márgenes, sin puntos y aparte, sin sintaxis, con añadidos intercalados al dorso de muchas páginas… Lucio lo había escrito tal como habla, con repeticiones y con continuos incisos para seguir una idea o a un personaje que se le cruzaba en el relato. Algunas palabras estaban directamente en francés, ponía “entreprisa” en lugar de empresa, o la “cour” por el tribunal. Pero también me saltaron a la vista algunas frases directas, contundentes, como talladas en granito. Valía la pena intentar conservar aquel estilo.»

Ni se me ocurrió decirle que no, pero me di cuenta de lo complejo de aquella aventura. La historia de Lucio tenía implicaciones positivas con las que me sentía solidario, pero otras me parecían auténticas barbaridades. La cuestión era ayudarle y al mismo tiempo no implicarme personalmente en una idea muy salvaje de la anarquía.

Entendí además que el documento autógrafo que Lucio me había puesto en las manos tenía una trascendencia incluso general. Cuando le devolví todo aquel paquete, más de un año después, me preguntó para qué lo hacía. «Haberlo tirado», me dijo, y yo le contesté que donase aquellos textos tal como estaban a alguna academia, la de Historia por ejemplo; que habría estudiosos que los utilizarían algún día. Espero que me haya hecho caso.

Encargó a su hermana Satur, sin decirme a mí nada, que me remitiera por giro postal 500 euros como paga y señal por mis servicios. No habíamos hablado de pago ni de precios. Le pedí a Lucio por teléfono que me pagara solo en el caso de que él tuviera beneficios por la venta del libro. Me contestó que él no iba a cobrar nada: «Quiero que todo lo que se saque vaya para los presos», dijo. «Entonces no me des nada tampoco a mí. Estaremos juntos en esto», le contesté.

Dijo «los presos». Alguien puede pensar que se refería a los políticos, pero Lucio no hacía esos distingos. Le tenía horror a la cárcel, y todos los que la padecían eran iguales para él, presos “políticos” del Estado Leviatán. Financió toda clase de revueltas contra el Estado. El Estado era el Mal absoluto, y todo lo que se hiciera para derribarlo era bueno. Esas eran su lógica y sus creencias.

En marzo yo tenía el trabajo lo bastante avanzado para evaluar las lagunas enormes del redactado original de Lucio. Había hilos sueltos por todas partes, historias iniciadas que no concluían. Era necesario que completara lo escrito con más textos, que yo no podía escribir por él.

Se me ocurrió una idea brillante. En marzo está el aniversario de mi boda con Carmen. Lo celebraríamos con un corto viaje a París, y tendríamos tiempo extra para un par de sesiones de trabajo con Lucio. Le telefoneé para explicárselo. Le dije que en cuanto encontráramos un hotel sencillo y céntrico, volvería a llamarle con la información. «¡Qué hotel! ─protestó─. En mi casa sobra sitio, venid y nos arreglaremos.»

Vivía solo, en un edificio cuya planta baja estaba ocupada por un gran salón de actos, el Espace Louise Michel, con unos aseos a un lado y una cocina en el rincón opuesto. La cocina prácticamente solo se utilizaba para que sus eventuales visitantes se prepararan café, Lucio hacía todas sus comidas fuera. Por una escalera lateral se subía al piso, donde estaban los dormitorios y el baño. Había mucho sitio, de verdad. «Esconded la maleta y dejadla siempre cerrada con llave, nos advirtió Lucio. Aquí entra toda clase de gente, y no hay ninguna puerta cerrada.»

En todo lo referente al libro nos entendimos casi sin palabras. Yo le llevé una lista de veintitantas propuestas de extensión del texto de los primeros capítulos: sobre la familia, sobre la vida en Cascante, sobre el entramado represivo de los años de la posguerra civil. Lucio se ponía a redactar cuando se levantaba, tempranísimo, y me presentaba los deberes hechos a la hora del desayuno.

El libro creció. Lucio respetaba todo trabajo hecho con competencia. Se burlaba de “algunos compañeros” que llegaron a su casa dispuestos a hacer la revolución y no sabían manejar una escoba.

Pero no nos dejó barrer, ni fregar, y casi ni hacernos las camas (por ahí no pasamos). Una compañera venía todas las mañanas a arreglar la casa, tenían un acuerdo implícito los dos, y a los dos les iba bien.

Lucio tenía esposa, Anne, y una hija de ambos (tuvo también otra hija, con otra mujer). Con el yerno legal habían montado una pequeña empresa de construcción. Pero vivían todos separados. «Anne tiene un mal genio terrible, y yo también. Estamos mejor así, pero la quiero como no he querido a nadie en el mundo», me dijo Lucio. En otro tranco de esta historia hablaré de Anne.

«Aprendí el francés a partir de las canciones», me explicó Lucio, que llegó a París en 1954, con los bolsillos vacíos y la necesidad de ganarse la vida como fuera. Una noche nos llevó a cenar un bistró próximo al parque de Belleville, porque aquella noche actuaba Riton-la-Manivelle, un artista del organillo. El repertorio consistió en Piaf, Ferré, Brel, Brassens, Mouloudji, Gainsbourg, L’Affiche Rouge y el Chant des Partisans. Riton nos repartió cuadernillos con las letras de las canciones, para que las cantáramos todos a coro. A la salida, un tanto achispados, Lucio y yo volvimos cantando a dúo por la calle una canción anarquista italiana recordada a medias sobre Sante Caserio, el hombre que apuñaló al presidente francés Carnot. Carmen fue testigo de la cantata, no bebe nunca y era la única sobria de la compañía.

«Tú eres judío, claro», me decía Lucio con mucha sorna, no sé si para picarme. «Todos los catalanes sois judíos.» «Seguro que algo de judío tengo, aunque supongo que la raza anda muy mezclada. No como vosotros los vascos, que sois de raza pura.» «Lo peor que tenemos los vascos, refunfuñaba Lucio, es que somos muy rezadores.»

El día en que nos despedíamos de París tuvo lugar en el Espace Louise Michel un gran acto por los presos de Acción Directa. La sala estaba hasta los topes. Asistimos a una filmación sobre una activista liberada por motivos de salud (estaba enferma terminal, murió a los pocos días), y allí fui presentado a Héliette Besse, el hada madrina de los presos, una mujer de una abnegación y un desinterés absolutos.

«Tendremos que vernos más veces», le dije a Lucio como despedida, después de darle las gracias por su aplastante hospitalidad. 

«La próxima, en Cascante», me respondió.

(Continúa mañana)


Sesión de trabajo en la cabecera de la sala de actos del Espace Louise Michel. Se aprecia la cocina de rincón, invisible para la audiencia.