jueves, 19 de diciembre de 2013

MÁS SOBRE "lo" DE CATALUÑA

Paco Rodríguez de Lecea

Amén a todo lo que dices, José Luis. Leyéndote, ¿QUÉ HACEMOS CON «LO» DE CATALUÑA?, me he preguntado si te ocurrirá lo mismo que a mí. A saber: que no me siento en este conflicto ni un “español cabal” ni un “bon català”, sino aproximadamente ni lo uno ni lo otro. No niego que es una sensación rara, pero tampoco es novedosa porque hace ya muchos años me alineé con la Antiespaña, y ahí sigo. La estatua que más se aproxima a lo que yo tengo por mi patria es la de don Antonio Machado, y él habló de una España que muere y una España que bosteza, ambas dos con capacidad para helar el corazón del españolito que viene al mundo. Hoy la dicotomía está clara, la España que bosteza es la de don Mariano Termidor, y la que muere es seguramente la España que muchos de nosotros soñamos. Muere de incompetencia, de corrupción y de una perniciosa hinchazón de ínfulas. Muere de incapacidad para ordenar la convivencia entre españoles, muere de ordeno y mando, de oídos sordos.


Creo contigo que un remedio posible sería lanzarse a renovar la Constitución. ¿Quién dice que las constituciones son intocables? ¿Quién puede creer que una sociedad que ha cambiado tanto desde 1978 como para exigir incontables reformas del código penal, sigue sin embargo teniendo las mismas aspiraciones, valores y presupuestos de convivencia que en el momento de salir de la etapa franquista? Una Constitución es como la ropa de cama: hay que cambiarla y airearla de cuando en cuando, porque si no, apesta.

No estaría mal plantearse una solución federal para el Estado, como propones. Tengo una objeción al respecto, que ya te expuse en una ocasión: no hay mantillo suficiente en el suelo de la sociedad española para que arraigue en él, en estos momentos, una solución federal. Serán necesarios decenios de explicación, de convencimiento y de proselitismo. Las mal llamadas autonomías están hoy por hoy demasiado acostumbradas a la dependencia de los recursos del poder central y a la guerrilla de todos contra todos por el reparto de ese maná. Falta una educación severa en la convivencia, en la cooperación y en la solidaridad intercomunitaria. También, dicho sea de pasada, en la gestión austera de los recursos. Y estoy hablando de todas las comunidades autónomas: puede que haya entre ellas alguna excepción meritoria, pero desde luego Catalunya no lo es.

Pero aquí tenemos en cambio un proyecto político, que se ha visto reforzado por la masividad y la organización de la cadena humana del pasado día 11. Hemos presentado al comité calificador un proyecto de independencia low cost, al estilo del de los Juegos Olímpicos de Madrid 2020, y con el mismo resultado negativo. Ahora tenemos en el calendario la posibilidad de una consulta no legal para 2014, y la de unas elecciones plebiscitarias para 2016. Posiblemente las dos grandes consultas se celebren en su momento, pero podemos vaticinar ya que no clarificarán el panorama. Porque ese proyecto político, sin definir aún si su sustancia última es la independencia o sólo el “derecho a decidir”, se ha convertido en una prioridad única y ha desplazado de la agenda política todas las demás cuestiones. De momento se han prorrogado un año más los presupuestos, y no es aventurado sospechar que la cosa seguirá igual hasta pasadas esas elecciones plebiscitarias que se postulan. Los dos Mas (Artur y Colell) se limitan a gestionar el día a día, en una situación de provisionalidad permanente. Nada se decide (salvo alguna minucia como el indulto “porque sí” a los dos directivos de Ferrocarriles Catalanes condenados por malversación de dineros públicos.) Y en estas penurias, se nos convoca a “hacer piña” en torno a la gran propuesta del gobierno catalán, que nos tendrá entretenidos otros tres años por lo menos.

Existe en la izquierda la esperanza de que después de la gran consulta, tome ésta la forma que tome, todo será posible, todas las puertas estarán abiertas. En esa esperanza se basa la formulación del “dret a decidir”, una formulación que, si se analiza bajo el microscopio de la ciencia política, resulta ser bien poca cosa. Pero estamos anclados en el terreno de la ambigüedad y del ilusionismo. Siguiendo la tradición honorable del tardofranquismo, queremos llevar las cosas adelante todos juntos, “transversalmente”, lo más lejos que sea posible, y discutir después entre nosotros las profundas contradicciones políticas que nos dividen. ¿Es eso posible? ¿Puede construirse un “Estat propi” desde la abstracción del “tots plegats ho farem tot”, todos juntos lo haremos todo? ¿No se están marcando las cartas, no se están anticipando ya las soluciones futuras desde el poder indiscutido que hemos entregado a esos “simples” gestores de la situación? Yo me declaro dispuesto a votar por Catalunya como ultimísimo remedio, en el caso de que sea del todo imposible un encaje adecuado en un Estado español que cada día me merece menos confianza. Pero eso sí, antes de firmar exijo que consten con toda claridad las condiciones del contrato y el compromiso de respetarlas con todo escrúpulo. No sea que en esto nos vuelva a pasar lo mismo que nos ocurrió con las cajas de ahorro en el tema de las preferentes.



miércoles, 18 de diciembre de 2013

EN GRECIA EL PROFESOR DE MIS NIETOS

Querido José Luis,

Aquí en Egaleo, un municipio de la conurbación de Atenas, entre la capital y el Pireo, se respira esta noche un humazo malsano. Carmen y yo hemos llegado a alarmarnos pensando que había algún incendio en el barrio. No es eso, sino que la temperatura ha bajado bruscamente y se han encendido las calefacciones. En nuestro inmueble, la reunión de vecinos decidió en su momento no comprar más gasóleo para la calefacción central: el gasóleo ha se ha encarecido más o menos un ciento cincuenta por ciento de un año a esta parte. Es de suponer que en muchos hogares próximos se habrá tomado una decisión parecida, y la gente se ingenia: han salido de los trasteros las viejas estufas de leña o de carbón (leña y carbón son inencontrables, hoy, al precio que sea) y se las alimenta con lo que hay a mano, cartones, trapos, muebles viejos pintados o barnizados… El ambiente es tóxico.

En la calle hay coches aparcados provistos de funda. También el precio de la gasolina está disparado, y los propietarios renuncian a utilizar sus vehículos y los protegen a la espera de tiempos mejores.

A la espera de tiempos que nadie espera que vayan a ser mejores, habría que matizar. La troika impone más recortes y más severos a Grecia. Eso se nota en la vida de cada día, no son discursos huecos. El viernes pasado el metro en el que viajábamos pasó de largo las estaciones de Sintagma y Monastiraki. El problema era que profesores y bedeles habían ocupado desde el amanecer el edificio del ministerio, en la avenida Vasilisa Sofía, y estaban siendo desalojados de allí por elementos antidisturbios con gases lacrimógenos y grandes dosis de violencia. Los ocupantes eran una treintena de bedeles (el cargo ha sido considerado “no imprescindible” y desaparece), y un centenar largo de enseñantes, según las noticias. Cabe una reflexión sobre la adecuación de medios y fines en una acción policial de ese calibre.   

La reflexión puede extenderse también a territorios más íntimos. El profesor de Lengua griega de mis nietos se va del colegio (público) a mitad de curso. Mis nietos están desolados: los dos le habían tomado un gran cariño. Todos los padres de sus compañeros de clase coinciden en que se trata de un buen profesional; los más enfáticos aseguran que aúna el rigor pedagógico a grandes dotes de comunicador (me excuso por la frase, transcribo la traducción que me hace mi hija). Ese profesor se va a Argentina; ha sido contratado por griegos residentes en Buenos Aires que han montado y financiado una escuela griega privada porque desean que sus hijos conserven la lengua de la patria. La vida presenta desarrollos así de absurdos.

Sigo en estos días atenienses con puntualidad las entradas de tu blog. Me han llamado en particular la atención el llamamiento deQuim González en favor de las condiciones laborales en Bangla Desh, tanto las generales como las muy singulares de una muchacha, Shapla, que las define con palabras simples: “Me desespera el futuro”. Y también el discurso de Bruno Trentin sobre el “mérito” y la glosa irónica de Alessandro Robecchi sobre el mismo tema. La cuestión, en Grecia como en España, en Italia como en Bangladesh, es, en efecto, la siguiente: ¿pueden seguirse llamando democráticas unas sociedades en las que se ha instalado de una forma tan sólida y consistente una desigualdad de oportunidades inmensa y arrasadora?


Un abrazo, Paco