jueves, 19 de diciembre de 2013

MÁS SOBRE "lo" DE CATALUÑA

Paco Rodríguez de Lecea

Amén a todo lo que dices, José Luis. Leyéndote, ¿QUÉ HACEMOS CON «LO» DE CATALUÑA?, me he preguntado si te ocurrirá lo mismo que a mí. A saber: que no me siento en este conflicto ni un “español cabal” ni un “bon català”, sino aproximadamente ni lo uno ni lo otro. No niego que es una sensación rara, pero tampoco es novedosa porque hace ya muchos años me alineé con la Antiespaña, y ahí sigo. La estatua que más se aproxima a lo que yo tengo por mi patria es la de don Antonio Machado, y él habló de una España que muere y una España que bosteza, ambas dos con capacidad para helar el corazón del españolito que viene al mundo. Hoy la dicotomía está clara, la España que bosteza es la de don Mariano Termidor, y la que muere es seguramente la España que muchos de nosotros soñamos. Muere de incompetencia, de corrupción y de una perniciosa hinchazón de ínfulas. Muere de incapacidad para ordenar la convivencia entre españoles, muere de ordeno y mando, de oídos sordos.


Creo contigo que un remedio posible sería lanzarse a renovar la Constitución. ¿Quién dice que las constituciones son intocables? ¿Quién puede creer que una sociedad que ha cambiado tanto desde 1978 como para exigir incontables reformas del código penal, sigue sin embargo teniendo las mismas aspiraciones, valores y presupuestos de convivencia que en el momento de salir de la etapa franquista? Una Constitución es como la ropa de cama: hay que cambiarla y airearla de cuando en cuando, porque si no, apesta.

No estaría mal plantearse una solución federal para el Estado, como propones. Tengo una objeción al respecto, que ya te expuse en una ocasión: no hay mantillo suficiente en el suelo de la sociedad española para que arraigue en él, en estos momentos, una solución federal. Serán necesarios decenios de explicación, de convencimiento y de proselitismo. Las mal llamadas autonomías están hoy por hoy demasiado acostumbradas a la dependencia de los recursos del poder central y a la guerrilla de todos contra todos por el reparto de ese maná. Falta una educación severa en la convivencia, en la cooperación y en la solidaridad intercomunitaria. También, dicho sea de pasada, en la gestión austera de los recursos. Y estoy hablando de todas las comunidades autónomas: puede que haya entre ellas alguna excepción meritoria, pero desde luego Catalunya no lo es.

Pero aquí tenemos en cambio un proyecto político, que se ha visto reforzado por la masividad y la organización de la cadena humana del pasado día 11. Hemos presentado al comité calificador un proyecto de independencia low cost, al estilo del de los Juegos Olímpicos de Madrid 2020, y con el mismo resultado negativo. Ahora tenemos en el calendario la posibilidad de una consulta no legal para 2014, y la de unas elecciones plebiscitarias para 2016. Posiblemente las dos grandes consultas se celebren en su momento, pero podemos vaticinar ya que no clarificarán el panorama. Porque ese proyecto político, sin definir aún si su sustancia última es la independencia o sólo el “derecho a decidir”, se ha convertido en una prioridad única y ha desplazado de la agenda política todas las demás cuestiones. De momento se han prorrogado un año más los presupuestos, y no es aventurado sospechar que la cosa seguirá igual hasta pasadas esas elecciones plebiscitarias que se postulan. Los dos Mas (Artur y Colell) se limitan a gestionar el día a día, en una situación de provisionalidad permanente. Nada se decide (salvo alguna minucia como el indulto “porque sí” a los dos directivos de Ferrocarriles Catalanes condenados por malversación de dineros públicos.) Y en estas penurias, se nos convoca a “hacer piña” en torno a la gran propuesta del gobierno catalán, que nos tendrá entretenidos otros tres años por lo menos.

Existe en la izquierda la esperanza de que después de la gran consulta, tome ésta la forma que tome, todo será posible, todas las puertas estarán abiertas. En esa esperanza se basa la formulación del “dret a decidir”, una formulación que, si se analiza bajo el microscopio de la ciencia política, resulta ser bien poca cosa. Pero estamos anclados en el terreno de la ambigüedad y del ilusionismo. Siguiendo la tradición honorable del tardofranquismo, queremos llevar las cosas adelante todos juntos, “transversalmente”, lo más lejos que sea posible, y discutir después entre nosotros las profundas contradicciones políticas que nos dividen. ¿Es eso posible? ¿Puede construirse un “Estat propi” desde la abstracción del “tots plegats ho farem tot”, todos juntos lo haremos todo? ¿No se están marcando las cartas, no se están anticipando ya las soluciones futuras desde el poder indiscutido que hemos entregado a esos “simples” gestores de la situación? Yo me declaro dispuesto a votar por Catalunya como ultimísimo remedio, en el caso de que sea del todo imposible un encaje adecuado en un Estado español que cada día me merece menos confianza. Pero eso sí, antes de firmar exijo que consten con toda claridad las condiciones del contrato y el compromiso de respetarlas con todo escrúpulo. No sea que en esto nos vuelva a pasar lo mismo que nos ocurrió con las cajas de ahorro en el tema de las preferentes.



miércoles, 18 de diciembre de 2013

EN GRECIA EL PROFESOR DE MIS NIETOS

Querido José Luis,

Aquí en Egaleo, un municipio de la conurbación de Atenas, entre la capital y el Pireo, se respira esta noche un humazo malsano. Carmen y yo hemos llegado a alarmarnos pensando que había algún incendio en el barrio. No es eso, sino que la temperatura ha bajado bruscamente y se han encendido las calefacciones. En nuestro inmueble, la reunión de vecinos decidió en su momento no comprar más gasóleo para la calefacción central: el gasóleo ha se ha encarecido más o menos un ciento cincuenta por ciento de un año a esta parte. Es de suponer que en muchos hogares próximos se habrá tomado una decisión parecida, y la gente se ingenia: han salido de los trasteros las viejas estufas de leña o de carbón (leña y carbón son inencontrables, hoy, al precio que sea) y se las alimenta con lo que hay a mano, cartones, trapos, muebles viejos pintados o barnizados… El ambiente es tóxico.

En la calle hay coches aparcados provistos de funda. También el precio de la gasolina está disparado, y los propietarios renuncian a utilizar sus vehículos y los protegen a la espera de tiempos mejores.

A la espera de tiempos que nadie espera que vayan a ser mejores, habría que matizar. La troika impone más recortes y más severos a Grecia. Eso se nota en la vida de cada día, no son discursos huecos. El viernes pasado el metro en el que viajábamos pasó de largo las estaciones de Sintagma y Monastiraki. El problema era que profesores y bedeles habían ocupado desde el amanecer el edificio del ministerio, en la avenida Vasilisa Sofía, y estaban siendo desalojados de allí por elementos antidisturbios con gases lacrimógenos y grandes dosis de violencia. Los ocupantes eran una treintena de bedeles (el cargo ha sido considerado “no imprescindible” y desaparece), y un centenar largo de enseñantes, según las noticias. Cabe una reflexión sobre la adecuación de medios y fines en una acción policial de ese calibre.   

La reflexión puede extenderse también a territorios más íntimos. El profesor de Lengua griega de mis nietos se va del colegio (público) a mitad de curso. Mis nietos están desolados: los dos le habían tomado un gran cariño. Todos los padres de sus compañeros de clase coinciden en que se trata de un buen profesional; los más enfáticos aseguran que aúna el rigor pedagógico a grandes dotes de comunicador (me excuso por la frase, transcribo la traducción que me hace mi hija). Ese profesor se va a Argentina; ha sido contratado por griegos residentes en Buenos Aires que han montado y financiado una escuela griega privada porque desean que sus hijos conserven la lengua de la patria. La vida presenta desarrollos así de absurdos.

Sigo en estos días atenienses con puntualidad las entradas de tu blog. Me han llamado en particular la atención el llamamiento deQuim González en favor de las condiciones laborales en Bangla Desh, tanto las generales como las muy singulares de una muchacha, Shapla, que las define con palabras simples: “Me desespera el futuro”. Y también el discurso de Bruno Trentin sobre el “mérito” y la glosa irónica de Alessandro Robecchi sobre el mismo tema. La cuestión, en Grecia como en España, en Italia como en Bangladesh, es, en efecto, la siguiente: ¿pueden seguirse llamando democráticas unas sociedades en las que se ha instalado de una forma tan sólida y consistente una desigualdad de oportunidades inmensa y arrasadora?


Un abrazo, Paco

jueves, 28 de noviembre de 2013

ENDECASÍLABOS OCULTOS A VÁZQUEZ MONTALBÁN

Paco Rodríguez de Lecea




José Luis López Bulla reedita en su blog el artículo que dedicó a la muerte de Manolo Vázquez Montalbán. Lo leo y me queda una impresión estética muy profunda, de desconsuelo rabioso y de solemnidad desgarrada o de desgarro solemne. Rebusco un poco más en el texto y encuentro algo singular. El artículo comienza con un endecasílabo perfecto:

“Me sentó como un rayo la noticia…”

Pero no es sólo el comienzo, el verso endecasílabo es una estructura oculta que se repite una y otra vez en el texto como un redoble majestuoso de campanas. Anoto de pasada: “Poeta, periodista y novelista…”, “Pero como la vida continúa…”, “Su penetrante mirada que denuncia…”. Y el colofón final, si efectuamos una levísima supresión en el texto como quedó escrito, queda conformado por un par de endecasílabos en rima libre:

“… y sigue paseando por las Ramblas
camino de sacarle punta al lápiz.”

El endecasílabo fue el “arte mayor” de los poetas mayores de nuestra historia. Empezando por el Dante, que se curró la Commedia entera (no la llamen “Divina”, por favor, esa cursilería se le ocurrió a alguien muchos años después) en tercetos encadenados de endecasílabos. Y no fue casualidad que siglos más tarde Miguel Hernández recurriera a los tercetos encadenados para llorar la muerte de su compañero del alma Ramón Sijé. Yo cité a Miguel en una ocasión en que quise expresar mi dolor por la muerte de un amigo, porque él lo dejó dicho todo para siempre sobre este tema de la manera más bella y rotunda posible.

No es extraño, entonces, que en el momento de glosar la muerte de Manolo Vázquez Montalbán, la estructura de las once sílabas se le impusiera, de forma consciente o inconsciente, a José Luis, que cuenta a Dante y a Miguel Hernández entre sus nada escasas lecturas de culto. Voy a volver a ponerme a mí de ejemplo: estropeé a última hora  y sin advertirlo el endecasílabo que me salía de forma natural como titular de mi obituario. Puse “Se me ha muerto Mario Trinidad” en lugar del “Se nos ha muerto” que me pedía la medida del verso:

“Yo quiero ser llorando el hortelano.
Se nos ha muerto Mario Trinidad,
Compañero del alma, tan temprano.”

Así, cuadraba.

2

Más sobre obituarios y poesía. Estoy celebrando el Año Espriu con un homenaje privado: me he comprado la biografía “Espriu transparent” de Agustí Pons y un volumen con toda la prosa narrativa del poeta; la poesía completa estaba ya desde hace años en mi biblioteca. Combino entonces la lectura de la vida de Espriu con sus textos.
Pues bien, en 1938 murió de forma bastante repentina el poeta mallorquín Bartomeu Rosselló-Pòrcel. Espriu y Rosselló habían sido inseparables durante su época de estudiantes, y se tenían también una gran estima digamos profesional. Para Rosselló, Espriu era el indiscutible jefe de fila de su generación literaria; lo saludó en una carta con un verso del Dante (reaparecen los endecasílabos!): “Tu duca, tu signore, tu maestro”. Por su parte Espriu, que hasta entonces había destacado únicamente como prosista, dejó dicho de Rosselló: “No sé si es el més alt poeta de Catalunya, però estimo la seva obra per damunt de tot.”

El estallido de la guerra “incivil” los había distanciado. A Espriu, republicano desde siempre, el conflicto lo dejó espantado: abominó de los dos bandos por las barbaridades que presenció y que sufrió en su persona y su familia. Rosselló se afilió al PSUC y vivió la marcha de la guerra en una exaltación continua, reprobada por su amigo. Cuando lo internaron en el sanatorio del Brull con una tuberculosis galopante, Espriu fue avisado pero no se dio prisa en acudir junto a su amigo enfermo. Cuarenta y ocho horas después, la noticia era que había muerto.

El último texto del volumen en prosa de Espriu “La Pluja”, se titula “Pluja de maig, brodada”. Está escrito en 1938 y dedicado así: “En la mort de R.P.” Finaliza con el siguiente párrafo:

“Remor de cascavells d’aigua damunt el maig fred del jardí, damunt el teu silenci a la muntanya, mentre la teva mare broda i plora, plora per tu sota la pluja brodada, lluny, al carrer de l’Om o dels Oms, enllà de la mar, enllà del casal profanat dels meus morts.”

Hay una autoacusación final que suena como un retumbo fúnebre: “la mansión profanada de mis muertos”. Espriu volvió a poner en escena a la lluvia y a la madre que borda y que llora en el carrer de l’Om en un poema incluido en el volumen “Les Hores” y titulado “Petita cancó de la teva mort”. Los aficionados lo recordarán en la voz y con la música de Raimon. Cito la tercera de las cuatro estrofas:

“La pluja li contava
la teva mort,
la pluja li contava
com has mort sol.”

No hay endecasílabos aquí. Pero los cuatro monosílabos del verso final resuenan como cuatro tañidos hirientes de campana y contienen de nuevo la misma autoacusación. “Cómo Has Muerto.” “Solo.” No exactamente solo, pero sin la compañía de su amigo.

3

Una cosa lleva a la otra. Recordé de pronto haber leído una poesía fúnebre dedicada a Miguel Hernández por Pablo Neruda, un texto tremendo que descubrimos juntos mi amigo Mario Trinidad y yo en los años de universidad. Entonces el “Canto general” de Neruda estaba oficialmente prohibido en España, pero nos arreglamos para conseguir una edición argentina de Losada, en dos volúmenes. Yo entrerrecordaba de forma nebulosa un pasaje concreto. Lo busqué. Está en efecto hacia el final del “Canto general”. Dice así:

“Que sepan los que te mataron que pagarán con sangre.
Que sepan los que te dieron tormento que me verán un día.
Que sepan los malditos que hoy incluyen tu nombre
En sus libros, los Dámasos, los Gerardos, los hijos
De perra, silenciosos cómplices del verdugo,
Que no será borrado tu martirio, y tu muerte
Caerá sobre toda su luna de cobardes.”

Quizás hoy no es tan evidente como en aquellos años el insulto a Dámaso Alonso y Gerardo Diego, que incluyeron a Miguel Hernández en antologías después de haber callado cuando una protesta oportuna podía haber mejorado su suerte.
            Pero a continuación encuentro en el mismo poema otros versos que no recordaba en absoluto, que se habían borrado de mi mente sin dejar ninguna huella. Los anoto también:

“Miguel, lejos de la prisión de Osuna, lejos
de la crueldad, Mao Tse-tung dirige
tu poesía despedazada en el combate
hacia nuestra victoria. Y Praga rumorosa
construyendo la dulce colmena que cantaste,
Hungría verde limpia sus graneros
Y baila junto al río que despertó del sueño.
Y de Varsovia sube la sirena desnuda
Que edifica mostrando su cristalina espada.

Y más allá la tierra se agiganta, la tierra
Que visitó tu canto, y el acero
Que defendió tu patria están seguros,
Acrecentados sobre la firmeza
De Stalin y sus hijos.”

Es el anticlímax, la endecha a la vida y la victoria de un socialismo que ha muerto de una forma más definitiva y absoluta que todos los poetas muertos. RIP.




sábado, 2 de noviembre de 2013

EL GORRIÓN Y LOS BROTES VERDES DE RAJOY

«El capital extranjero redobla su apuesta por las empresas españolas», se lee en un titular de El País de ayer. El subtitulillo remacha: «El camino de la recuperación». O sea, que nos la están metiendo doblada por segunda vez. Dicen los manuales de autoayuda que la primera vez que te estafan, tú no tienes ninguna culpa; la segunda, sí. Por ahí vamos.

Y es que se tiende a olvidar deprisa incluso las lecciones más meridianas. Por ejemplo, aquello que nos decía el maestro Marcelino Camacho en sus charlas profundas, didácticas e interminables (nadie quería que se terminaran, por lo demás) con ocasión de las asambleas masivas de delegados de Comisiones Obreras: «El capitalismo es como un gorrión.» Vale poner la economía financiera donde Marcelino generalizaba con el capitalismo: es un gorrión que da un saltito adelante y el siguiente de lado, que ahora picotea un brote verde y enseguida lo abandona, que deja que te acerques con toda confianza y de pronto echa a volar sin ningún porqué y desaparece.

La Internacional del capital especulativo apuesta en este momento por España porque abundan las gangas, los precios de unas empresas endeudadísimas están por los suelos, y los costos de la mano de obra por el subsuelo. Volvemos a ser pista de aterrizaje de las multinacionales, y la banca privada rescatada con dinero público multiplica por muchos dígitos sus beneficios. Repican las campanas triunfales de los medios, pero no crece el empleo (salvo el precario) y nadie rescata a Fagor. Y el ministro Guindos habla como si los capitales internacionales estuvieran ansiosos de más y más España, como si el quid estuviera en el atractivo especial e indefinible de este país, un tirón sensual que lleva a Bill Gates a ansiar sentarse en una terraza de la Main Plaza de Madrid para consumir allí sin tardanza una relaxing cup of café con leche.

Guindos sabe que no pasarán más de dos años sin que esos capitales-gorriones emprendan el vuelo hacia otro país propicio, un país que asegure dividendos rápidos y consistentes en la coyuntura inmediata. Guindos lo sabe de cierto, pero no lo dice. Mariano Rajoy probablemente ni siquiera lo sabe. Mariano Rajoy me recuerda cada día más a Rufus T. Firefly (Groucho Marx en “Sopa de ganso”), cuando fue investido presidente de una Libertonia acosada por los problemas, y prometió en su discurso inaugural: «Si ustedes creen que este país va mal, esperen a que yo haya acabado con él.»


miércoles, 25 de septiembre de 2013

Sobre el mantillo federalista




«A José Carrillo de Albornoz, ingeniero agrícola eminente y grato contertulio de una velada en Parapanda, que podría enseñarnos muchas cosas sobre el mantillo.»


José Luis López Bulla acaba de lanzar en este blog una propuesta potente: un nuevo federalismo como principio político fundamental en la gobernanza de las cosas, de todas las cosas, en una situación donde se avizora, en la estela del desguace del fordismo en las relaciones industriales y de la globalización, una quiebra profunda de las jerarquías de todo tipo y de los estamentos privilegiados, no sólo en el interior de los estados, sino en la relación de los estados entre ellos (1). Porque existe en el mundo, al lado de una desigualdad cada vez más escandalosa entre ricos y pobres, entre poderosos y marginados, una pulsión también cada vez más fuerte y más drástica hacia la igualdad de derechos y de oportunidades para todos. El “nuevo” federalismo en este contexto viene a demandar un coto a los monopolios del poder, una descentralización racional mediante la multiplicación de nuevos centros de decisión, un desmantelamiento de las pirámides jerárquicas que detentan hoy la exclusiva de la Autoridad con mayúscula, y una aproximación al legítimo derecho a participar de la ciudadanía, y muy en particular de capas y sectores amplios de población descontentos con una forma de gobernar monolítica y uniformizadora que cercena sus expectativas de progreso y de calidad de vida.

Un gran proyecto federal sería en este sentido una vía idónea para la optimización de las opciones o culturas diferentes que siempre existen en el interior de una sociedad, y para la mejora de la convivencia entre ellas. Al hablar de convivencia no me refiero a la mera coexistencia o tolerancia entre los componentes diferentes pero todos ellos legítimos de una gran comunidad como España o como Europa: convivencia significa comprensión mutua, cooperación leal, solidaridad y consolidación de una unidad de propósitos y de objetivos precisamente en base y a través de la aceptación de las diferencias. Porque en las relaciones económicas, y también en las políticas, diversificación equivale a riqueza, y la uniformidad a todo trance es empobrecimiento.



Nos encontramos en una encrucijada importante para Europa y para el mundo, y hay en el aire signos contradictorios: podemos convenir todos en que la reelección de la señora Merkel en Alemania apunta en una dirección, y las manifestaciones del papa Francisco en Cerdeña señalan la dirección diametralmente opuesta en la rosa de los vientos. El conflicto en el que nos encontramos es un conflicto de civilización, y su resolución no es previsible con remiendos o emplastos legislativos, ni con movimientos cortoplacistas para atender a urgencias de diverso tipo. ¿Qué quiero decir con esto? Que, o bien he entendido muy mal la propuesta de López Bulla, o nos equivocamos de medio a medio si vemos en el federalismo sólo una solución factible (óptima para unos, mal menor para otros) para “lo” de Catalunya. No hablamos ahora de Catalunya. El nuevo federalismo es una propuesta política general, de largo alcance, para España y para Europa. Una forma distinta de hacer política, no desde el vértice sino a ras de suelo, de modo que todos dispongan libremente de su cuota de participación y de su derecho a decidir.

Ciertamente, se necesitará un largo trabajo de arado y barbecho para asentar y fertilizar el mantillo, hoy insuficiente o sencillamente inexistente, que permita arraigar la idea federal en amplias masas, de este país y de otros. Mientras tanto, habrá que buscar entre todos alguna solución para “lo” de Catalunya. Sería deseable, eso sí, enfocar esa eventual solución, no en una perspectiva de exclusiones mutuas y choque de trenes, sino en una dirección que permita a todos avanzar hacia soluciones federales de fondo.



(1) EL NUEVO FEDERALISMO Y LAS TRANSFORMACIONES DE ÉPOCA en http://lopezbulla.blogspot.com.es/2013/09/el-nuevo-federalismo-y-las.html

viernes, 6 de septiembre de 2013

Se me ha muerto Mario Trinidad

Se me ha puerto Mario Trinidad


6.9.13

Pido disculpas al editor de este blog y a cualquier improbable lector por el “me”. La noticia escueta es que Mario Trinidad ha muerto. Sobra ese “me”. Sin embargo, reivindico un sentimiento muy particular ante una noticia que nos afecta a muchos por igual, pero que en mi caso, a través de la lectura de un hermoso obituario firmado por Soledad Gallego, ha tenido el efecto fulminante de un rayo en mitad de un descampado. En pocos meses he sufrido la pérdida de mi hermano pequeño, una vivencia claramente contra natura, y ahora la de Mario, que en tiempos fue otro hermano.

 Nos conocimos en las aulas del CEU, en el primer curso de la carrera de Derecho. Tardamos en congeniar. En nuestro caso – como en ciertos experimentos de química – hizo falta un catalizador, un tercer amigo que nos puso en contacto y con quien nos embarcamos en una larga aventura intelectual. No cito el nombre de ese tercer amigo no porque lo haya olvidado, ni mucho menos, sino porque no tengo permiso para dar su nombre y aborrecería ser indiscreto en este punto. Quienes convivieron con nosotros en esos años saben perfectamente de quién hablo.

 No sólo cursamos juntos toda la carrera, y nos reunimos en casa de cualquiera de los tres para repasar e intercambiar apuntes. Íbamos juntos también a los cines, a los teatros y a las librerías. Durante unos años mágicos fuimos casi intercambiables, una persona que pensaba con tres cerebros y sentía con tres corazones. Cada uno de nosotros sabía, antes de que ocurriera, la reacción, incluso las palabras aproximadas, de los otros dos frente a cualquier situación. Y lo que nos caracterizaba en aquella edad de los descubrimientos era sobre todo la voracidad intelectual. Descubrimos juntos a Antonioni y Bergman, a Buero Vallejo, a Freud y Marx, a los Beatles. Fuimos asiduos de las tertulias estudiantiles del padre Miguel Benzo, consiliario entonces de la Acción Católica, y discutimos con él combativamente de religión delante de un tablero de ajedrez, mientras su instalación estéreo desgranaba las notas de la sonata opus 111 de Beethoven tocada por Wilhelm Backhaus (la más sólida argumentación, quizá, a favor de la existencia de un más allá, pero aun así insuficiente para nosotros; aunque yo fui el más reticente de los tres a abandonar la fe. “Resulta a fin de cuentas que todos mis mejores amigos son ateos”, se lamentó un día Benzo). También, lectores impenitentes como éramos de “Cuadernos para el Diálogo”, nos conjuramos un día para entrar en contacto con las comisiones obreras y comprometernos de alguna forma con una opción que veíamos como la punta de lanza para el desguace del franquismo. Los tres, de una forma u otra, cumplimos años después nuestro compromiso.

La vida nos separó. Lo primero, las mujeres: formamos familia y los tres, con nuestras respectivas, Encarnación, Pilar y Carmen, asistimos como invitados a las bodas de los otros dos. Lo segundo, el trabajo, cada vez más absorbente. Incluyo también el trabajo clandestino: los tres ingresamos en el partido comunista (yo en el PSUC catalán). Era, en nuestra opinión, cuestión de pura coherencia. Y seguimos viéndonos cuando podíamos; una, todo lo más dos veces al año, aprovechando fugazmente días de vacaciones.

 Luego ocurrió que Mario dejó el PCE por el PSOE y yo comprendí, y en parte compartí, sus argumentos, pero estuve en desacuerdo con sus conclusiones. No creo, retrospectivamente, que aquello nos distanciara, pero era mucho más difícil coincidir ahora que él vivía en Chicago o en otros lugares aún más exóticos.

 No incluyo en estos apuntes los datos relevantes de la biografía política de Mario; cualquier interesado los encontrará en Google. Sí me importa destacar que al paso de los años los dos insistimos hasta la tozudez, en nuestro trabajo teórico o práctico, en el leitmotiv del trabajo como base de la vida y como base de la economía. Hacía más de veinte años que no nos hablábamos, ni nos escribíamos, ni nos telefoneábamos; pero digo la verdad cuando afirmo que nunca dejamos de vernos. Enterarme de su muerte ha sido sentir morir un pedazo de mí, sentirme yo mismo amortecido por esa atroz herida en carne ajena. Mejor expresarlo con unos versos de Miguel Hernández que siempre consideré hiperbólicos hasta que he comprobado que expresan una realidad seca y palpable:

 “No hay extensión más grande que mi herida.
Lloro mi desventura y sus conjuntos,

Y siento más tu muerte que mi vida.”

Las preguntas de Rossna Rossanda.



miércoles, 4 de septiembre de 2013

Las preguntas de Rossanna Rossanda

Un placer y un privilegio el traducir estas páginas de Rossana Rossanda, querido José Luis (1). Fíjate que datan de dos años y medio atrás, pero su actualidad es apabullante. De un lado, asombra la clarividencia diabólica – hablo en el sentido laico de la palabra – con la que ha previsto la evolución de la revuelta del Tahrir en Egipto. Los militares son un mediador peligroso, en efecto. Y dice también, subraya esto mentalmente con doble trazo: “una muchedumbre generosa pero atomizada, y que desea seguir así, será siempre antes o después presa de un nuevo poder.”

El movimiento movimientista no basta para cambiar las bases de la sociedad. Los palacios de invierno son espejismos, dice Rossanda. El camino del cambio pasa necesariamente por organizar la oposición, por poner a punto unos partidos y unos sindicatos capaces de confrontarse al poder establecido y medirse a él en el conflicto. (Conviene, José Luis, que alguien recuerde de cuando en cuando que democracia no es sólo consenso, sino también conflicto. Conviene que alguien recuerde que un proceso de cambio político profundo nunca se realiza en el vacío sino en presencia de poderes fácticos muy fuertes que interfieren continuamente en la situación y tratan de incidir en sus contradicciones.)

Señala Rossanda algunas cosas más de mucho calado. Me detengo en la corrupción de ciertos regímenes en los que el Estado se ha convertido en una agencia de negocios que extrae pingües beneficios de la colaboración con la élite económica a través de cambalaches en los que la propiedad de las cosas (no cualquier cosa: también la sanidad, la escuela, la prevención social, la banca estatalizada) es “ambigua”, es decir, semipública y semiprivada. Mientras, el grueso de la sociedad civil marginada se convierte en un proletariado de nuevo tipo, aculturado pero sin medios de vida ni porvenir, y también sin voz ni voto en un sistema político en el que la participación ha sido restringida hasta el punto de convertirse en una quimera. Estas cosas, dice Rossanda, no ocurren sólo al otro lado del Estrecho ni en la otra punta del Mediterráneo. Forman parte también de nuestra desolada cotidianidad: “Existe en occidente un malestar de la democracia representativa que es imposible ignorar.”

Es de celebrar por todo ello, querido José Luis, que en nuestro entorno inmediato, en nuestro pequeño país, se nos convoque ahora a manifestarnos por el “dret a decidir”. Creemos firmemente en el derecho de todos los ciudadanos a decidir; en el carácter primordial, urgente y constructivo de ese derecho. Ahora bien, el asunto de decidir viene a ser como el de comer o el de rascar; me refiero a que todo es empezar. Por eso me gustaría ver con más claridad el alcance y, en su caso, los límites, de ese derecho a decidir a que se nos emplaza. Como primera cuestión, ¿no deberíamos decidir también nosotros la pregunta sobre la que vamos después a ejercer nuestro derecho a decidir? Y más allá de esta pejiguería, ¿es un derecho puntual el que se nos pide que reclamemos, o vamos a poder seguir decidiendo sobre más cosas? ¿Sobre cuáles? ¿No debería ser normado ese derecho, establecer las formas, las condiciones y los cauces de la participación, las leyes, los reglamentos y las ordenanzas que lo validarán? ¿No convendría incluir un derecho así, primigenio, en una futura Constitución democrática, de Catalunya y/o de España? Estas no son cuestiones baladíes. Bien está empezar por donde hemos empezado si lo que deseamos es, con unas u otras fronteras, “un Estat propi”. Me quedan dos preguntas más en el aire: la primera, ¿qué tipo de Estado queremos exactamente, “tots plegats”? La segunda, ¿propiedad de quién?

Recibe un afectuoso abrazo.





domingo, 1 de septiembre de 2013

ILUSIONES PROGRESISTAS

Querido José Luis, incluyo la traducción de las páginas de Rossanda. Veo que es un artículo de febrero de 2011, al hilo de la última de las que Fausto Bertinotti llamó "oportunidades perdidas", y de tono bastante diferente a aquél. Me encuentro en un dilema a la hora de redactar un comentario, ¿por dónde enfocarlo? Aparte de lo justo de algunas intuiciones de la señora, como la actuación de los militares en Egipto, lo más sustancioso me parece la caracterización de los "indignados" de allá y de aquí como el nuevo proletariado, y lo ilusorio de la fantasía de que ese movimiento movimientista pueda asaltar cualquier palacio invernal, porque lo cierto es que si no se organiza su destino es caer en manos de cualquier poder. Otros temas sugerentes son el de la participación que le es negada a la sociedad civil en nuestros regímenes neoautoritarios, o el Estado como "sociedad de negocios" que ofrece perspectivas pingües a la elite económica en un enjuague ambiguo de propiedades público-privadas. Finalmente, pero eso es ya una camisa de once o incluso más varas, en torno al análisis sobre la falta de participación democrática cabría una reflexión sobre lo que significa en nuestras coordenadas el dret a decidir. Decidir, ¿qué? Porque se propone ese derecho sin especificar los cauces, los procedimientos ni los límites, en un país virtualmente soberano.  ¿Sólo vamos a decidir si queremos un Estat propi? ¿Qué tipo de Estat? Y, ¿propiedad de quién? Paco Rodríguez de Lecea


LAS ILUSIONES PROGRESISTAS

por Rossana Rossanda


Luciana Castellina hace la pregunta justa: ¿cómo ha ocurrido que hombres y movimientos en los que se habían depositado tantas esperanzas y que se comportaron de un modo magnífico en las luchas de liberación, hayan llegado al punto de suscitar el rencor de una parte tan grande de su pueblo? Las revueltas en el Magreb y en el Oriente Medio nos plantean este problema. 


Y lo mismo cabe decir de las reacciones de los dirigentes en el poder, en particular los que lo habían asumido con un ímpetu progresista: el libio Muammar el Gadafi y el gobierno procedente del FLN argelino. No es una pregunta distinta de la que debemos hacernos sobre la razón por la que las revoluciones comunistas han corrido la misma suerte. Es ridículo responder que Stalin era un monstruo (Stalin y Hitler tal para cual, tesis de los historiadores post 1989), y quizá Lenin también, y Mao un loco de atar; y por otra parte esa respuesta no hace sino modificar la pregunta: ¿por qué entonces unas masas inmensas y unos cambios profundos encontraron en ellos sus líderes? En el caso de Gadafi, con sus uniformes rutilantes y sus capas de caballero del desierto, con su convicción de ser un libertador y su disposición a asesinar y a ser asesinado, el elemento de delirio es evidente, igual que sus coqueteos sucesivos con las potencias occidentales y con el terrorismo. Pero al principio tampoco él pareció loco a nadie, y no lo era.

Sería interesante profundizar en algunas hipótesis, siquiera sea en cuanto al futuro inmediato de los movimientos que están agitando los países árabes. La primera de ellas es entender la naturaleza ilusoria de un anticolonialismo, interpretado a menudo como antiimperialismo y, más raramente, como anticapitalismo, confiado en presencia de masas incultas a una vanguardia fuerte y resuelta, que de forma más o menos transitoria toma el poder y, a veces por medio de Constituciones ad hoc, lo defiende no sólo frente a los adversarios sino también frente a cualquier crítica, incluidas las de sus propios compañeros, a los que ve "objetivamente" como enemigos. Y a menudo lo son o llegan a serlo, porque una lucha anticolonial no se desarrolla en el vacío sino en presencia de instancias poderosas políticas y económicas, que interfieren a cada paso y ante cada contradicción presente en el "proceso revolucionario". El cual se defiende con medidas drásticas, pero que resultan justificadas incluso para los observadores externos, porque la historia es complicada. ¿Quién habría dicho que la oposición al sha de Persia, Reza Pahlevi, iba a ser dirigida por un movimiento religioso fundamentalista? La CIA no lo había sospechado, y muchos de nosotros nos dijimos que, en fin, a veces el progreso se abre paso por caminos inesperados; y no pienso sólo en “il manifesto”, sino en Michel Foucault. Y sin embargo nos equivocábamos, como se han equivocado Chávez o Lula cuando han invitado a Ahmadineyad. De ese error tuvo buena parte de responsabilidad la URSS en la medida en que defendía únicamente sus propios intereses como Estado (y en ellos, a medio plazo, perdió y se perdió), pero también los partidos comunistas, que vieron en la propia URSS y en sus políticas la única salvaguarda existente después del fracaso de las revoluciones en Europa. Cuando en Bandung, por iniciativa yugoslava, se formó el bloque de los países no alineados, ¿debe atribuirse la causa de su breve supervivencia únicamente a la antipatía que sentían por ellos las dos superpotencias? Sus intenciones de paz eran fuertes, pero su modelo social era débil. Mucho más grave fue el hecho de que la descolonización pasó pronto – una vez liquidados los Patrice Lumumba o Amílcar Cabral – a través de la formación de burguesías nacionales (también durante algún tiempo el movimiento comunista confió en ellas) o bien de fuerzas que, inicialmente anticapitalistas o progresistas mediante formas de propiedad pública, pronto se enredaron, bien debido a los problemas de un crecimiento económico enteramente estatalizado con el Estado reducido a su expresión más burda, sin ninguna forma de control desde abajo, o bien, peor aún, debido a formas diversas de corrupción. Libia y Argelia, en posesión de grandes fuentes de energía, son dos ejemplos muy diferentes de un secuestro del poder que ha negado cualquier tipo de participación a las mismas poblaciones a las que dispensaba algunos servicios que hicieron crecer sus necesidades, pero a las que no implicó nunca salvo en una red, más o menos transparente, de negocios o de llamamientos basados en la emotividad. La mundialización ha inducido en esas poblaciones un doble proceso: de un lado, en el vértice se ha establecido una alianza del régimen con las fuerzas económicas, utilizando el Estado como una agencia de negocios de propiedad ambigua; y de otro lado, se ha generado una inmensa masa de trabajadores explotados pero en buena parte aculturados, y dotados de medios de comunicación desconocidos para los condenados de la tierra de cuarenta años atrás: las muchedumbres de la plaza Tahrir disponían de teléfonos móviles y estaban familiarizadas mayoritariamente con Internet, que en buena parte había contribuido a su formación. Los explotados y oprimidos de hoy no son ya los humillados y oprimidos de antes. Ni son tampoco únicamente, como algunos se complacieron en divulgar después del 11 de setiembre, una masa de maniobra de los imames fundamentalistas. Este nuevo tipo de proletariado - que no otra cosa es – ya no se somete con facilidad a los progresismos despóticos, de los que extrajo en el pasado algunos beneficios. Es él quien ha invadido las plazas, quien hace tambalearse a los regímenes, quien se ha sacudido la hegemonía del islamismo a través de una cierta secularización. Excepción hecha del poder de la dinastía wahabita de la Arabia saudí, y sobre todo de los ayatolás iraníes, capaces al mismo tiempo de desarrollar y de mantener encerrada en un sistema sólidamente aherrojado a una "sociedad civil" reluctante hasta cierto punto, pero a la que no se consentirán sin la menor duda los tumultos del mundo árabe. En cambio, en Túnez y en Egipto los militares son los únicos mediadores, prepotentes y peligrosos, entre el poder y la población.

Peligrosos, porque también ellos son una casta cerrada, y por naturaleza fuertemente jerarquizada, en la que no existe alternativa entre obediencia e insurrección, insurrección y obediencia, una necesariamente a continuación de la otra. No pienso, como algunos amigos, que la salida de esta situación esté en una especie de confrontación permanente entre movimientos abiertos e instituciones cerradas, y mucho menos que el desarrollo de la persona pueda consistir en un perpetuo echarse a las espaldas todo el contexto, como en este mismo periódico se sugería a los tunecinos que han desembarcado en Lampedusa. Puede que alguno de ellos madure en el éxodo, pero no me atrevería a proponer a quienes apenas acaban de librar a su país de una autocracia que se vayan a otra parte, sin ocuparse de volver a dar un sentido al tejido social del que proceden; y aún menos que pasen a nuestro continente, encerrado en su propio declive. En todos los países en los que una forma de despotismo, sea obtuso o progresista, ha impedido la articulación de corrientes y proyectos de sociedad y la confrontación democrática de todos ellos en el conflicto, una muchedumbre generosa pero atomizada, y que desea seguir así, será siempre antes o después presa de un nuevo poder. No por nada los totalitarismos prohíben la existencia de cuerpos intermedios que no sean una emanacion directa suya. El problema de las revueltas árabes – a las que tal vez no es justo tampoco dar ese nombre - es el de darse a sí mismas la forma de partidos y sindicatos y reglas y divisiones de poderes que puedan convertirse en palancas reales de intervención sobre unos regímenes que siempre tienden a reconstituirse de nuevo. Es un problema presente también entre nosotros, y estamos lejos de haberlo resuelto si, en el caso italiano, nos vemos paralizados por un personaje de un nivel tan modesto como Berlusconi. 
Existe en occidente un malestar de la democracia representativa que es imposible ignorar. Pero no lo resolveremos arremetiendo al frente de una multitud cualquiera contra un Palacio de Invierno; la historia debería habernos enseñado por lo menos esto. La pregunta que surge hoy ante las muchedumbres triunfantes de Túnez y de El Cairo, o ante las batallas en curso en Libia, no es distinta de la que ha venido madurando en nuestra desoladora cotidianidad.

Fuente : “il manifesto”, jueves 24 febrero 2011



Traducción de Paco Rodríguez de Lecea


martes, 27 de agosto de 2013

La solidaridad en tiempos de la cólera

Riccardo Terzi tiene la virtud de proponer siempre temas esenciales. No puede ser más oportuna su llamada a recuperar la vieja solidaridad: a desentrañar su sentido último y a desarrollarla de una manera eficaz en un contexto, el de la globalización, particularmente hostil. Porque corren los tiempos de “la” cólera, diría, parafraseando un título famoso de Gabriel García Márquez.

Explora Terzi, en su artículo “La idea de la solidaridad” (1), los límites y el alcance de la pulsión solidaria, y destaca acertadamente su carácter universal. Es falsa y perversa la solidaridad limitada a un grupo en pugna con otros diferentes, ese tipo de solidaridad que funciona a partir de la identificación de los “míos” frente a los otros. Porque el sujeto de la solidaridad es siempre la persona en cuanto tal, y no un grupo (étnico, religioso, etc.) o una clase social; la solidaridad, dice Terzi, está directamente conectada a la condición humana, afecta a la “autonomía” y a la “dignidad” de la persona, de todas las personas.

Apunta Terzi dos grandes corrientes de tradición solidaria: el socialismo y el cristianismo. La afirmación es cierta sin la menor duda, pero entiendo que conviene ahondar más en esta cuestión. No el socialismo, sino la socialidad; no el cristianismo, sino la religión, son las bases de la pulsión solidaria. La socialidad nace en la historia, o mejor dicho en la prehistoria, de la humanidad con la división del trabajo; la religión nace con la necesidad, estrechamente conectada a la anterior, de organizar los colectivos humanos según un principio de jerarquía. Milenios antes de que nacieran el cristianismo y el socialismo, los neandertales cazaban el mamut con estrategias colectivas que implicaban la coordinación precisa y la puesta en común de esfuerzos de orden muy diverso. No sólo los de los cazadores: las mujeres tejían, preparaban las redes y guardaban el fuego, y los ancianos instruían a los niños de corta edad en las costumbres y los tabúes del clan, y también en las técnicas y las habilidades que necesitarían más adelante para sobrevivir. La primitiva división del trabajo en el grupo garantizaba el alimento, el abrigo y la seguridad de todos. Y fue en ese proceso complejo, en el que de la actuación diligente de cada miembro dependía un resultado favorable o adverso para la colectividad, en el que cada nuevo día exigía la coordinación de los esfuerzos comunes para superar una apuesta a vida o muerte, en donde echó raíces sólidas el sentimiento de la solidaridad, y donde nacieron la socialización y con ella todo el progreso del género humano. Con el paso del tiempo creció y se diversificó la división del trabajo, y también la solidaridad se transformó, se extendió y se perfeccionó. La idea central, en todo caso, siguió siendo la misma: cada uno trabaja no sólo para sí sino para el conjunto, el intercambio de bienes y de servicios favorece a todos, y ese proceso implica y exige también la atención a los miembros más débiles e indefensos de la colectividad. Por el contrario la tendencia al individualismo y el egoísmo, siempre presente también en la historia de la humanidad, condujo a la aparición triunfal de la propiedad privada, que el joven Marx consideró una perversión atroz de la naturaleza; y, andando el tiempo, generó otras secuelas indeseables, como las actuales finanzas especulativas globalizadas.

Encuentro poco sentido, de otro lado, a la distinción que apunta Terzi entre una tradición solidaria “socialista” dirigida a combatir las causas del sufrimiento y la marginación, y una tradición “cristiana” volcada a remediar los efectos. Si se refiere a la Iglesia católica en particular, es forzoso reconocer que en muchas ocasiones ha practicado una labor asistencial abnegada, pero sin cuestionar las políticas concretas que generaban desigualdad y marginación. Mi abuela llamaba a ese género de práctica poner “paños calientes”, y lo consideraba de escasa eficacia curativa. También es cierto que el socialismo real descuidó el bienestar concreto de los trabajadores, de “sus” trabajadores, en aras a potenciar un partido y un Estado todopoderoso que habían de ser los guías de una emancipación social siempre relegada al futuro. Hemos estudiado a fondo con el maestroBruno Trentin esos avatares, y hemos dejado escritas en su lugar las críticas oportunas (2). Lo importante hoy es, en todo caso, la necesidad de actuar a un tiempo y de forma coordinada tanto contra las causas como contra los efectos de una política de rapiña y de abuso que margina a sectores muy definidos y cada vez más amplios de la sociedad.

Dicho con las palabras de Terzi: «En la realidad se ha abierto un sinfín de contradicciones, sociales y culturales, que no puede ser afrontado sólo con los recursos de la ética y con la reclamación de derechos, sino que exige estrategias políticas y capacidad de gobierno y regulación de los procesos. Hasta ahora no ha habido soldadura alguna entre el discurso ético y el discurso político.» Dicho de otra forma: el discurso político predominante está desguazando paso a paso las instituciones del welfare, que expresaban una solidaridad social insuficiente sin duda, pero al menos pública y expresa. El trabajo ha dejado de ser contemplado como una actividad colectiva fuente de riqueza y de progreso, y menos aún como un valor significativo en la estructuración de la sociedad. La sociedad, en consecuencia, se desestructura progresivamente en medio de la “indiferencia globalizada” a la que tal vez se refería en su alocución el papa Francisco. El Estado “democrático” deja a la ciudadanía abandonada a sus propios recursos y afronta sin pestañear una etapa de pérdida neta en la calidad de vida de los ciudadanos, o, para decirlo de nuevo con Terzi, en la «autonomía» y la «dignidad» de las personas.

Pues bien, está claro que hemos perdido la senda del bienestar y del progreso. La aldea global se ve enfrentada una vez más a la alternativa de sobrevivir o perecer. Hemos de volver a salir a cazar el mamut: con nuevas estrategias, con técnicas novedosas, con alianzas hasta ahora inverosímiles, pero estamos todos convocados a la supervivencia. Como ha sucedido siempre, el trabajo, el compromiso, la solidaridad, la cooperación, la primacía de lo colectivo por encima del egoísmo individualista, son las armas de las que disponemos. Con ellas hemos de conquistar un futuro que, como ha dejado escrito el profesor Fontana, hoy y para nosotros ha pasado a ser “un país extraño”.

(1) LA IDEA DE LA SOLIDARIDAD, Riccardo Terzi.


(2)  Bruno Trentin. La ciudad del trabajo, izquierda y crisis del fordismo en http://capaspre.blogspot.com.es/


jueves, 15 de agosto de 2013

SUSAN GEORGE VERSUS CHRISTINE LAGARDE

Ayer Carmen se tropezó en el portal de casa con un vecino del bloque, jubilado, que ejerció en tiempos el oficio de peluquero de señoras.

-¿A pasear con los niños? –dijo el hombre, y Carmen aclaró:
-Son mis nietos.

-No es posible –se hizo cruces el peluquero- ¿Sus nietos? Yo los hacía sus hijos, y me parecían ya muy crecidos…
No era un error (nos conoce bien), sino una galantería: un piropo, que se decía antaño. A Carmen le sentó como una patada en la boca del estómago, porque estos ya no son tiempos.

 Tiempos eran aquellos (principios de los sesenta) en que, recién ingresado en la universidad, asistí a la inauguración solemne del curso académico en el Aula Magna de la Complutense con don Leonardo Prieto-Castro, decano de la Facultad de Derecho, como conferenciante.

-La mayoría de ustedes… –discurseó don Leonardo. Jamás llamó de tú ni siquiera a un humilde estudiante de primer curso.- La mayoría de ustedes son demasiado jóvenes para haber vivido la terrible experiencia de nuestra guerra civil. La totalidad de las señoras presentes (aquí una elegante reverencia), por supuesto, también lo son.

Hubo un cloqueo de risa satisfecha entre las mentadas señoras, esposas por lo general de los cátedros del plantel. En los años a que me refiero, dicho sea entre paréntesis, era aún impensable la existencia de una señora catedrática, ni de Derecho ni casi de ninguna otra cosa. Bajo el franquismo, en el terreno de la cultura las mujeres sólo podían representar el sufrido papel de florero.

Convengamos pues en que ya no son tiempos para galanterías. Lo digo pensando en dos mujeres concretas, francesas las dos aunque la primera nació en Estados Unidos: Susan George y Christine Lagarde. Susan George dirige el Observatorio de la Mundialización, con sede en París, y desempeña otros cargos relevantes. Fue hasta hace pocos años vicepresidenta de ATTAC. Ha señalado hace unos días que no será posible atajar la crisis económica mientras no se ponga coto de alguna forma a los movimientos especulativos de capitales transnacionales. Christine Lagarde, directora del FMI, no está ni de lejos por esa labor: su receta para España es recortar en un 10% los salarios.