Viajeros catalanes, un día
cualquiera, frente a la Loge (la Lonja) de una Perpinyà engalanada con senyeres y oriflamas.
Cuenta Puchi a
quien ha querido escucharle que ha sentido temor y temblor sagrado al pisar de
nuevo tierra catalana histórica. O sea, Perpinyà. Donde aprovechó para
presenciar un partido de rugby, deporte que como es sabido fue el favorito, de
largo, de Guifré lo Pilós y de Pere lo Cerimoniós.
El evento coincidió
en el tiempo con el Día de Andalucía, que también generó temblores sagrados
considerables. Ser andaluz es una de las pocas serias que se puede ser en este
mundo, según una formulación ya añeja que ha entrado en los catecismos de la
doctrina común para quedarse.
Aquel cura vasco
alababa la humildad de Jesucristo, que pudiendo haber nacido en Bilbao porque
era Todopoderoso, eligió un lugarejo cualquiera como pesebre.
En cuanto a
Isabel Díaz Ayuso, ha calificado de paletos a quienes reclaman un lugar al sol
sin ser capitalinos.
Y si le preguntamos
a un senegalés, nos dirá que ser senegalés es una cualidad rara que solo poseen
algunas personas que han tenido el buen gusto y la presencia de ánimo requeridas
para nacer en Senegal.
Esto es así: en todas partes cuecen habas. Las mismas
habas siempre, y siempre el mismo modo de cocerlas, además.
Leo en El infinito en un junco, de Irene
Vallejo, libro ya recomendado en estas páginas, la siguiente afirmación (pág.
188):
«Las costumbres son muy distintas
en cada cultura, pero su fuerza es gigantesca en todas partes. En el fondo, lo
que las comunidades humanas tienen en común es aquello que inevitablemente las
enfrenta: la tendencia a creerse mejores. […] Todos estamos muy dispuestos a
considerarnos superiores. En eso somos iguales.»