Asentamiento
inca en Choquequirao (Cuzco). Imagen tomada en préstamo de Facebook.
Cito a Daniel Innerarity (“No es tan inteligente”, La
Vanguardia de Barcelona 20.1.2024): «ChatGPT y otros artefactos que le
sucederán son productos increíblemente capaces de procesar información y
lenguaje sin saber de qué va, es decir, serían inteligentes hasta el límite en
el que comienza la comprensión del mundo ... Son capaces de adquirir un
impresionante nivel de conocimiento experto sin haber adquirido antes un
sentido común rudimentario.»
Bernard Shaw intuyó con muchos años de adelanto esa falla de
la IA cuando puso en escena, en el ciclo teatral Vuelta a Matusalén, a
un homínido artificial creado por Pigmalión y dotado de todas las perfecciones
visibles. Cuando uno de los humanos presentes le pregunta “¿Qué piensas de
nosotros?”, su respuesta es sin duda inteligente y cautelosa, pero inadecuada.
Contesta: “Aún no he leído los periódicos de hoy”. Su inteligencia no es
propia, sino que se nutre artificialmente de las certezas emitidas por la
autoridad de la prensa (1).
Hablar de inteligencia humana y de inteligencia artificial
es contrastar dos realidades diferentes a las que se ha colgado una etiqueta
común. Ambas son desde luego susceptibles de colaborar entre ellas; pero no de
excluirse entre sí. El gran error del neoliberalismo globalizado es concebir un
mundo rigurosamente determinista (pensamiento único), donde la evolución y la
innovación no son posibles, y sí solo el desarrollo racional de lo existente. Pretenden
colocar, por consiguiente, la IA en el puente de mando, como un retorno más a
la tesis del ingeniero Taylor, que concibe el factor trabajo como “gorila
amaestrado” encargado de ejecutar, pero no de proyectar.
«Nuestro pensamiento y experiencia dependen de
nuestro cuerpo, que tiene un papel activo en los procesos cognitivos», apunta
Innerarity, nuestro “filósofo de servicio” como le he llamado alguna vez. Me
parece importante esta recuperación filosófica del cuerpo como base
insustituible de la inteligencia específicamente humana, de su indeterminación,
su proyección y su empatía. En una palabra, que hoy se usa también sesgada, de
su libertad.
Por esa libertad potencialmente soberana es necesaria la
lucha por elevar el nivel, ahora degradado, de la educación universal, o dicho
de otro modo de la inteligencia colectiva, superando para ello, y entre otras, las
posibles barreras de género, clase, lengua y nación. Esa es la propuesta que
plantea Pedro López Provencio en un artículo reciente e importante (2).
Muchas cosas están en juego. Ha habido ya una significativa
reacción de algunos sindicatos contra las condiciones de trabajo basadas en
algoritmos elaborados desde la oscuridad de los “expertos” e impuestos fuera del
ámbito de la negociación colectiva. Pero de lo que se trata además es de formar
generaciones de ciudadanos y ciudadanas capaces de innovar, coordinar y transformar
sus coordenadas vitales y laborales de modo que sea la inteligencia colectiva
humana, y no la inteligencia artificial, la que establezca las condiciones de
equilibrio, viabilidad y sostenibilidad de un mundo que puede irse al garete en
las actuales condiciones bajo la presión desmesurada del capital internacional.
(1) Ver https://vamosapuntoycontrapunto.blogspot.com/2023/11/matusalen-y-el-chatgpt.html,
en mi blog Punto y Contrapunto.
(2) Pedro LÓPEZ
PROVENCIO, “Nación, clase, escuela”, en El Triangle 28.1.2024