«No le estoy
pidiendo su confianza, sino que nos deje gobernar», le ha contestado Rajoy a
Sánchez, en uno de tantos momentos banales de la sesión de no investidura en el
Congreso. Con ese ánimo borrascoso se ha presentado nuestro En Funciones en el
hemiciclo: “quítense ustedes de ahí, que estorban”.
No se le pueden
negar a Rajoy dos cualidades de gran calado: una, que tiene las ideas claras;
la otra, que atesora una confianza desbordada en sí mismo.
La primera cualidad
es ambivalente, es decir que tiene un aspecto positivo y otro negativo. Tan claras
tiene las ideas Rajoy, que no admite otras que no sean las suyas. Por lo demás,
las suyas son tan sencillas como el andar a pie (deprisa) por senderos y
corredoiras: gobernar es adoptar una posición y no moverse ya de ahí, así
caigan rayos y truenos.
En su discurso ante
la cámara, ha ofrecido pactos a todas las fuerzas del hemiciclo. Lo ha hecho
con tan poco tacto que ha ofendido a sus socios corresponsables de C’s, porque ha
hablado como si todo estuviera por hacer y no existiera un programa conjunto
muy publicitado en días pasados y concretado en 150 medidas “para mejorar
España”. En la mente de Rajoy, como ese programa ya ha cumplido la función a la
que se destinaba, ha quedado obsoleto.
Bien, pero incluso
así, tal vez se da demasiada prisa en enterrarlo.
De otro lado, Rajoy
solo ha enunciado algunas materias susceptibles de pacto (con las fuerzas
constitucionalistas, no con los insolventes), y no ha entrado en la concreción
de posibles contenidos. Pretender un voto afirmativo o un permiso indirecto
para formar gobierno sobre la base de que tal vez más adelante se pactará lo
que hasta ahora no se ha querido ni siquiera ofrecer, es hacer alarde de esa
dudosa cualidad personal a la que antes aludía, la confianza en sí mismo,
llevada en su caso al extremo de la arrogancia. En lenguaje popular, a esa
actitud particular se la denomina cuajo. Rajoy ha ido al Congreso armado de
cuajo; de ninguna otra cosa.
Dispuesto por lo
demás a hacer amigos en el hemiciclo, la actitud de nuestro En Funciones ha
irritado sin necesidad a nacionalistas vascos y catalanes, gente de su misma cuerda
ideológica con los que, de tener alguna intención de ser investido, le
convendría por lo menos guardar las apariencias. Lo cual viene a demostrar, por
defecto, que la idea clara de España que tiene Rajoy carece de diferencias y de
matices: es plana, uniforme y monocorde.
Ante esa exhibición
de falta absoluta de horizontes y de capacidad de propuesta, me ha venido al
recuerdo la trayectoria ascendente meteórica de Adolfo Suárez en la primera
transición; su capacidad de seducción en las distancias cortas, los conejos
blancos que sacaba como un mago de su galera (de su gabina, dicen en Granada), las enormes expectativas que
generó su aparición en una ciudadanía maltratada y resabiada por cuarenta años
de política cuartelera de ordeno y mando. ¿Hay, pregunto, algún político en el
abanico de opciones de que disponemos a día de hoy, que pueda prometer y
prometa alguna cosa?