miércoles, 31 de agosto de 2016

ALGUIEN QUE PUEDA PROMETER Y PROMETA


«No le estoy pidiendo su confianza, sino que nos deje gobernar», le ha contestado Rajoy a Sánchez, en uno de tantos momentos banales de la sesión de no investidura en el Congreso. Con ese ánimo borrascoso se ha presentado nuestro En Funciones en el hemiciclo: “quítense ustedes de ahí, que estorban”.
No se le pueden negar a Rajoy dos cualidades de gran calado: una, que tiene las ideas claras; la otra, que atesora una confianza desbordada en sí mismo.
La primera cualidad es ambivalente, es decir que tiene un aspecto positivo y otro negativo. Tan claras tiene las ideas Rajoy, que no admite otras que no sean las suyas. Por lo demás, las suyas son tan sencillas como el andar a pie (deprisa) por senderos y corredoiras: gobernar es adoptar una posición y no moverse ya de ahí, así caigan rayos y truenos.
En su discurso ante la cámara, ha ofrecido pactos a todas las fuerzas del hemiciclo. Lo ha hecho con tan poco tacto que ha ofendido a sus socios corresponsables de C’s, porque ha hablado como si todo estuviera por hacer y no existiera un programa conjunto muy publicitado en días pasados y concretado en 150 medidas “para mejorar España”. En la mente de Rajoy, como ese programa ya ha cumplido la función a la que se destinaba, ha quedado obsoleto.
Bien, pero incluso así, tal vez se da demasiada prisa en enterrarlo.
De otro lado, Rajoy solo ha enunciado algunas materias susceptibles de pacto (con las fuerzas constitucionalistas, no con los insolventes), y no ha entrado en la concreción de posibles contenidos. Pretender un voto afirmativo o un permiso indirecto para formar gobierno sobre la base de que tal vez más adelante se pactará lo que hasta ahora no se ha querido ni siquiera ofrecer, es hacer alarde de esa dudosa cualidad personal a la que antes aludía, la confianza en sí mismo, llevada en su caso al extremo de la arrogancia. En lenguaje popular, a esa actitud particular se la denomina cuajo. Rajoy ha ido al Congreso armado de cuajo; de ninguna otra cosa.
Dispuesto por lo demás a hacer amigos en el hemiciclo, la actitud de nuestro En Funciones ha irritado sin necesidad a nacionalistas vascos y catalanes, gente de su misma cuerda ideológica con los que, de tener alguna intención de ser investido, le convendría por lo menos guardar las apariencias. Lo cual viene a demostrar, por defecto, que la idea clara de España que tiene Rajoy carece de diferencias y de matices: es plana, uniforme y monocorde.
Ante esa exhibición de falta absoluta de horizontes y de capacidad de propuesta, me ha venido al recuerdo la trayectoria ascendente meteórica de Adolfo Suárez en la primera transición; su capacidad de seducción en las distancias cortas, los conejos blancos que sacaba como un mago de su galera (de su gabina, dicen en Granada), las enormes expectativas que generó su aparición en una ciudadanía maltratada y resabiada por cuarenta años de política cuartelera de ordeno y mando. ¿Hay, pregunto, algún político en el abanico de opciones de que disponemos a día de hoy, que pueda prometer y prometa alguna cosa?
 

martes, 30 de agosto de 2016

UNA REUNIÓN PRESCINDIBLE


La reunión de Rajoy con Sánchez duró más o menos veinte minutos, y fue definida por el segundo como “prescindible”. En teoría, Rajoy era quien tenía que mover ficha: él tiene el encargo del rey de formar gobierno, y no le alcanzan los votos para una mayoría siquiera escuálida. Su oferta a Sánchez debía ser creíble, y además urgente, dado el plazo apremiante de los protocolos constitucionales.
No hubo oferta. Solo un displicente: “Yo tiro palante, y tú verás qué haces.”
Esta tarde, Rajoy insistirá en su discurso en la urgencia de la formación de un gobierno para pilotar la nave del Estado en las turbulencias económicas. La urgencia es, al parecer, algo que han de apreciar los demás, pero no él mismo. Para él no hay presión, y deja lo suficientemente claro en todo momento que cuando dice “un gobierno” hay que entender “mi” gobierno, con “mis” hechuras y “mis” condiciones.
Ese es el mensaje inequívoco que está emitiendo un hombre que nunca se ha visto a sí mismo como presidente del gobierno de la nación, sino como jefe indiscutido de un partido. Y qué partido. De modo que los modales en público de Rajoy vienen a traernos recuerdos del viejo cuento de Alí Babá, en la persona y la fachenda del capitán de los cuarenta ladrones.
No es imprescindible saber los pormenores de lo que se habló a lo largo de veinte minutos de conversación prescindible. Sabemos que no hubo ofertas por parte de quien estaba obligado a hacerlas, que no se transparentó el menor deseo de ampliar la base de consenso para un gobierno que va a tener las cosas difíciles. Cabe sospechar que sí hubo alguna amenaza, muy presumiblemente velada: “A ver cómo se lo explicas a los tuyos”, y cosas por ese estilo.
La política española no está técnicamente en un impasse. Hay fuerzas muy vivas moviéndose en todas direcciones, por la izquierda como por la derecha. Es esta enorme rueda de molino, esta rémora, este santón catatónico, lo que es urgente remover de la encrucijada crítica en la que se ha plantado, porque ocupa todo el espacio disponible y todavía se repapa en la suerte.
Es urgente la formación de un gobierno, sí, bien sea de progreso, o continuista, o transitorio y de circunstancias, o de salvación nacional. Pero más urgente todavía es que no lo presida Mariano Rajoy.
 

lunes, 29 de agosto de 2016

MEJORAR ESPAÑA


Ciento cincuenta medidas de gobierno para mejorar España son pura rimbombancia; bastaban dos o tres, cuatro si se me apura. El quid de la cuestión reside en que ninguna de las dos, o tres, o cuatro si me apuran, medidas imprescindibles figura entre las ciento cincuenta acordadas por el sanedrín de populares y ciudadanos.
Enric Juliana define en lavanguardia las ciento cincuenta medidas, no como un programa, sino como un aviso. Aquí tenemos un ejercicio de hegemonía de la neoderecha neoliberal, dispuesta a seguir gobernando mil años más, cuadren o no cuadren los números. Se reducirán (tal vez) las dimensiones de la corrupción, a cambio de la inmunidad de los corruptos. El jefe de la banda de los cuarenta ladrones seguirá en poder de la llave que abre o cierra el sésamo, según a quién. Se adecentarán algunos accesos a las puertas giratorias. Se impartirá en las escuelas una educación trilingüe, pero sin incremento de presupuesto y sin control de calidad. De reformas laborales, ni hablar. A cambio se habilitará un complemento modesto para las rentas más bajas, un parche que evitará buscar mejor remedio a la precariedad dominante y tratar de poner freno al descenso generalizado de todas aquellas rentas salariales que aún no han llegado a niveles tan escandalosamente bajos.
Es lo que hay, y no hay nada más, porque las fuerzas políticas y sociales que podrían bosquejar una alternativa siguen perdidas en sus propios laberintos y no están por la labor. Es irrelevante que a unos les chupe la minga Dominga, y otros estén más pendientes de ganar el próximo congreso que de mejorar España con propuestas de mayor calado. Han aceptado sin rechistar el papel de oposición férrea e intransigente que a priori les asignaba el famoso nuevo papel de las ciento cincuenta medidas. Esta es, en cruda realidad, la medida número ciento cincuenta y uno ideada por las neoderechas convergentes: ladren ustedes, señores, en hora buena, y déjennos cabalgar a gusto de una vez.
 

domingo, 28 de agosto de 2016

PATOTEROS DE CARANCANFUNCA


Se publican unas conferencias inéditas de Borges sobre el tango y sus orígenes. Inéditas en cuanto al texto en sí, pero no tanto en lo que se refiere a los contenidos, según me dice mi propia experiencia. Mi cuñado Bernardí, que siente una pasión arrebatada por el tango, ya hace años me explicó que era un género musical nacido para distraer a la clientela que aguardaba turno en el salón del prostíbulo, a la espera de que quedasen libres Lupita o Dolores. Nada de raíces telúricas, por tanto, ni de tristezas existenciales; los primeros tangos eran alegres y gamberros, cosa de niños bien patoteros. Bernardí citó a Borges entre sus fuentes, lo que significa, o bien que el renombrado autor habló en otras ocasiones de la cuestión, o bien que sus conferencias trascendieron, no al pie de la letra negro sobre blanco, pero sí en una transmisión fluida de boca a oído, cosa nada excepcional puesto que lo mismo les había ocurrido ya muchos siglos atrás a los poemas homéricos y al Cantar del Mío Cid.
Me tropecé por primera vez con la palabra “patotero” hacia el año 1976, cuando trabajaba en Editorial Planeta y Toto Charquero, compañero y gran amigo uruguayo, me dio a leer un panfleto sobre la deplorable situación allá en el paisito. Empezaba así: «La patota criminal arrasa la nación.» ¿Quién es la patota criminal?, le pregunté, y él contestó: Los militares, claro. Después me explicó que patota, en su sentido prístino, es un grupo de personas que van de a montón.
El Toto no me dijo nada de la carancanfunca, sin embargo; una expresión que intrigó a Borges, según se cuenta en las conferencias recién rescatadas del olvido. En un tango antiguo, “El Choclo”, se emplea la palabra, y Borges le preguntó a Eduardo Avellaneda qué era “carancanfunca”. Eduardo le respondió que significaba “el estado de ánimo de un hombre que se siente carancanfunca”. Y cuando Borges le comentó que la definición era perfectamente circular pero nada explicativa, añadió a regañadientes: “bueno, con ganas de hacer barullo y romper faroles.”
Una línea roja sutil enlaza entonces las tres realidades expresadas en tres palabras extrañas para quienes hemos nacido ya desde tiempos remotos en este lado del charco: patota, carancanfunca, tango. Luego Gardel añadió a la sustancia en bruto un fundamento de guapeza y coraje, y universalizó un género que era de por sí espumoso y efímero como cháchara de burdel. Al jazz le ocurrió lo mismo, en los barrios bajos de Nueva Orleans. Primero apareció la patota de los puteros, luego la patota de los académicos, y al final el reconocimiento universal de “Muskrat Ramble” y de “Sola, fané y descangayada”. La música siempre ha tenido un componente sensual y afrodisíaco. En Nápoles y en el siglo XVII las autoridades eclesiásticas reclamaron que se prohibiera tocar la flauta a la hora de la puesta del sol, porque la dulzura de su música producía una excitación irrefrenable en las jovencitas algo alocadas y prive della grazia di Dio.
 

sábado, 27 de agosto de 2016

CONTRA UNA RECONSTRUCCIÓN DE EUROPA DESDE EL TEJADO


Es un honor personal que Manuel Castells haya coincidido en las grandes líneas con uno de mis posts crónicamente imperfectos. Incluso los títulos son muy parecidos: yo escribí “Rumbo a Ventotene”, y él “Retorno a Ventotene” (1).
La coincidencia es anecdótica; también coincidieron, según la antigua leyenda dorada, Agamenón y su porquero. No es anecdótica, en cambio, la crítica implícita a Angela Merkel, François Hollande y Matteo Renzi por insistir en las mismas coordenadas que están provocando la desbandada de los pueblos europeos, bajo la sombra cada vez más apretada de unos nacionalismos anclados en la diferencia. Un Ventotene revisitado debería suponer la insistencia en la colaboración, en la comunidad, en los progresos más lentos o más rápidos pero a no a dos velocidades, sino a una misma velocidad para todos. La idea de los tres barandas parece ir por otro lado: más orden público, más medidas extraordinarias de seguridad, prohibición de nuevos referéndums, y prietas las filas en la defensa macroeconómica de la moneda común.
No sería un retorno a Ventotene, sino un viaje a ninguna parte. Un refuerzo de las restricciones ya considerables a la igualdad, la libertad y la fraternidad, los tres principios que han impulsado desde su definición en 1789 el paradigma del progreso de la humanidad. Un regreso a los territorios del absolutismo ilustrado, y a la construcción de una Europa por arriba y desde arriba, basada en la consolidación de los privilegios para los pudientes.
Ese matute ya no cuela. Se avecina una lucha feroz entre las derechas populistas y las izquierdas incoherentes, en la que todos saldremos perdiendo.
Salvo en una cuestión: en la caída del pináculo, estrepitosa y balsámica, de unos tecnócratas vendedores de crecepelos milagrosos que se han postulado a sí mismos como gurús omniscientes e infalibles: los Rato, los Lagarde, los Dijsselbloom, los Donald Tusk, los De Guindos y toda su ralea.
 


 

viernes, 26 de agosto de 2016

EL VIAJE AL SUR


Dos creaciones artísticas muy conocidas comparten un mismo título, El Sur: una película de Víctor Erice, y un cuento de Jorge Luis Borges. Voy a referirme a ellas en orden cronológico inverso. La película de Erice debía haber sido tan solo la primera parte de una historia basada en un texto de Adelaida García Morales; pero una serie de azares configurados tal vez como una sombra de destino, si de destino puede hablarse en casos así, la dejó tal y como la hemos visionado. Al principio de la película, un padre habla a su hija con una añoranza intensa del Sur, el territorio casi mítico del que procede y al que cada día de su vida desearía volver. Al final, muerto por propia mano el padre, la hija hace las maletas para viajar al Sur y descubrir la sustancia completa del hombre al que solo ha conocido demediado.
Por lo que se refiere al cuento de Borges, es el último de una serie denominada “Artificios” incluida en un volumen de título asimismo escueto: Ficciones. También trata de un viaje al Sur. El viajero se llama Juan Dahlmann, es secretario de una biblioteca municipal en la calle Córdoba de Buenos Aires, y conserva la propiedad legítima y algunos recuerdos borrosos de una estancia que fue de su familia materna: «una de las costumbres de su memoria era la imagen de los eucaliptos balsámicos y de la larga casa rosada que alguna vez fue carmesí […] Verano tras verano se contentaba con la idea abstracta de la posesión y con la certidumbre de que su casa estaba esperándolo, en un sitio preciso de la llanura.»
Un accidente fortuito lleva al hombre al quirófano de un sanatorio de la calle Ecuador. Se le declara una septicemia. Sufre hasta odiarse a sí mismo «minuciosamente». El cirujano que le operó le revela un día que ha estado a punto de morir y le anuncia que, como se está reponiendo, podrá ir a convalecer a la estancia.
Dahlmann toma el tren al Sur. El revisor le anuncia que el convoy no se detiene en la estación que figura en el billete sino en otra cercana, desde la que habrá de tomar un taxi. En el pueblo de la estación equivocada, mientras cena en una pulpería, es molestado por unos peones borrachos que le provocan tirándole migas de pan. Se ve arrastrado a un conflicto que no desea. Un peón le enseña un cuchillo y lo invita a salir fuera. Está desarmado, pero alguien pone en su mano otro cuchillo. Esta es la última frase del cuento: «Dahlmann empuña con firmeza el cuchillo, que acaso no sabrá manejar, y sale a la llanura.»
Apenas un indicio del autor nos permite sospechar la existencia de otra historia dentro de la historia: la serie de cuentos lleva por título “Artificios”. Por sucinta, casi telegráfica, que sea la redacción borgiana, lo que nos está contando es, por alguna parte, un artificio. Solo entonces atendemos a otros indicios muy leves: el protagonista leía Las mil y una noches en el sanatorio y sigue leyendo el mismo libro en el viaje; hacerlo, piensa, es «un desafío alegre y secreto a las frustradas fuerzas del mal.» Más indicios: el cirujano y el revisor del tren tienen la inconcreción de las figuras oníricas, el paisaje mismo que se divisa por la ventanilla se resume en una visión irreal. Y sobre todo, he aquí lo que piensa Dahlmann al atravesar el umbral de la pulpería: «Morir en una pelea a cuchillo, a cielo abierto y acometiendo, hubiera sido una liberación para él, una felicidad y una fiesta, en la primera noche del sanatorio, cuando le clavaron la aguja. Sintió que si él, entonces, hubiera podido elegir o soñar su muerte, esta es la muerte que hubiera elegido o soñado.»
Las coincidencias entre las dos obras comentadas me parecen reveladoras. En Erice como en Borges, el Sur es el fondo mítico que nos lleva a sentirnos infelices en nuestro destierro del Norte; un espejismo que proyecta imágenes de bienestar y nos incita a viajar para descansar en su compañía. El viaje, entonces, es una traslación mental, y no física; una metáfora que explora y coteja las diferencias entre la vida que vivimos y la que soñamos.
Posiblemente una configuración tan redonda y tan coherente del Sur como paraíso definitivamente perdido acabó por convencer a Erice y a su productor Querejeta de que una segunda parte, con un Sur reducido a los términos prosaicos de la realidad, nunca alcanzaría la capacidad de sugerencia y la fuerza mágica de la primera, y a la postre única, parte de la película prevista. Borges, de alguna manera, ya les había dado una pista al respecto.
 

jueves, 25 de agosto de 2016

RUMBO A VENTOTENE


Merkel, Hollande y Renzi, los mandones de la Unión Europea desde que David Cameron se pegó el tiro en el pie, se han reunido en la pequeña isla italiana de Ventotene para analizar las consecuencias del Brexit y la línea política conjunta a seguir por la Unión.
La elección de Ventotene como lugar de reunión obedece a un simbolismo profundo. La isla apenas tiene 2 km de diámetro, 139 m de altitud máxima, y forma parte del archipiélago pontino, en el Tirreno. En la antigüedad recibió el nombre de Pandataria, y fue uno de los lugares favoritos utilizados por los césares para desactivar a sus mujeres díscolas. Allí estuvieron internadas sucesivamente Julia, hija de Augusto; Agripina, sobrina de Tiberio, y Octavia, esposa de Nerón. Agripina la Mayor tuvo entre ellas el destino más cruel: murió de hambre, privada de todo alimento por orden de su tío el emperador.
Los jerarcas fascistas de la Italia mussoliniana, siempre bien dispuestos a emular las glorias del antiguo imperio romano, se sirvieron en 1941-43 del mismo pedazo de tierra emergida para deportar y tener bajo riguroso control a adversarios políticos incómodos. En Ponza, la isla mayor, estaba ubicado el centro de internamiento principal, cuyos recuerdos nos ha dejado Giorgio Amendola en la crónica autobiográfica Un’isola; Ventotene, a unos 40 km, era un presidio complementario de Ponza por expresarlo de alguna manera, pero contó con huéspedes ilustres: Sandro Pertini, que sería presidente de la República muchos años después; Lelio Basso, Altiero Spinelli, Ernesto Rossi, y la plana mayor del PCI, no solo Amendola sino Terracini, Longo, Secchia, Scoccimarro, Eugenio Curiel y otros muchos militantes destacados.
El simbolismo buscado por los tres líderes punteros de la UE reside en el manifiesto Per una Europa libera e unita, redactado en Ventotene de forma clandestina por Spinelli y Rossi, y considerado uno de los documentos históricos que prefiguraron la Unión Europea. Se propone en dicho texto una federación de estados europeos a imagen de los Estados Unidos de América, con un parlamento, una constitución y un gobierno comunes. La idea de recordar y rendir homenaje a la propuesta de Spinelli y Rossi es excelente, aunque la propuesta en sí misma parece difícilmente factible en la situación actual. Falta saber si la elección de Ventotene ha sido un gesto grandilocuente pero vacío, un brindis al sol, o si detrás del símbolo apunta una rectificación del rumbo general mantenido por el alto funcionariado paneuropeo en los últimos años. Ojalá sea lo segundo.
 

miércoles, 24 de agosto de 2016

EN RESERVA ACTIVA DE MOVILIZACIÓN


No es difícil de entender y además Jordi Sánchez, el presidente de la ANC (Assemblea Nacional Catalana), lo ha explicado maravillosamente.
Se percibe una desorientación “parcial” y algo de fatiga en las bases del soberanismo, ha señalado Sánchez en el curso de una entrevista en Catalunya Ràdio, debido a que no se acaba de entender la actitud del gobierno de Madrid al vetar el referéndum unilateral de independencia (RUI). La gente, lógicamente, esperaba los permisos administrativos correspondientes, y ahora no sabe muy bien qué hacer.
Es muy cierto además que, “por falta de armonía”, el procès no ha avanzado a la velocidad de crucero que todos estimaban deseable. Los pesimistas podrán alegar que no ha avanzado ni a velocidad de crucero ni a ninguna otra; que, para ser exactos, el procès no se ha movido un palmo de donde quedó el 9N. Pero ni Jordi Sánchez ni yo nos contamos entre los pesimistas. No hay presupuestos aún, fuerza es reconocerlo, pero sin duda se desbloquearán después de solventada la cuestión de confianza en el Parlament.
En relación con la Diada, la cifra de compromisos no llega ni de lejos a los contabilizados el año pasado, pero es porque se ha abierto la inscripción más tarde. La gente “mantiene la ilusión”, dice Sánchez. No obstante, debe reservar su capacidad de movilización para el RUI que, sin la menor duda, se celebrará el próximo año. De tal modo que la situación actual de las bases del soberanismo se puede definir con brevedad y precisión del modo siguiente: se está en “situación de reserva activa de movilización.”
Puede decirse más alto, pero no más claro.
 

martes, 23 de agosto de 2016

BURGOS PODRIDOS


El alcalde de un municipio soriano ha contratado a una psicóloga para tratar de insuflar un poco de autoestima, o de conformidad, a los restos desperdigados de un ejército rural en derrota. Visto desde lejos, parece un esfuerzo inútil dadas las limitaciones del censo de población y el dato irreversible de la edad avanzada de los últimos mohicanos que resisten parapetados junto al brasero.
Las dos obsesiones de los municipios rurales en la España del desarrollo fueron la piscina y el polideportivo para los jóvenes, y el Hogar o el Casal para la tercera edad. Espacios para la socialización. Pero la socialización está ya dada en todas sus dimensiones en unos pueblos donde todos se conocen desde siempre, y todos se saben de memoria todas las viejas rencillas entre los bisabuelos, y todos se duermen contando las ovejas.
Hace ya algunos años, aprovechamos Carmen y yo unas vacaciones de semana santa para visitar los Arribes del Duero. Situamos nuestra base de partida en la fonda de un pueblo pequeño, provincia de Salamanca. No había cobertura para los móviles y socializábamos con los vecinos en la cola del único teléfono público. Nos preguntaron de quién éramos nosotros.
– Venimos de Barcelona – aclaramos.
– Nosotros de Bilbao, pero lo que pregunto es de quién sois, de qué familia.
Porque el pueblo vivía disperso por la geografía del trabajo española, y volvía a “casa” a celebrar las fiestas y comer el hornazo en familia. Cada cual tenía fijo en la mente el organigrama: quién era de qué casa. Eso es el pueblo, a diferencia de la ciudad. En la Edad Media se acuñó la expresión de que el aire de la ciudad hacía libres a las personas. Sin una potente transformación de la vida rural y de un modo caduco de entenderla, no habrá psicología capaz de remediar la podredumbre causada por el aire viciado y la falta de ventilación social.
Hablé hace pocos días con una mujer joven, a la que conocí de niña en su pueblo natal andaluz, y que ahora vive y trabaja en Barcelona. En el entre tanto ha recorrido algunos países de Europa y África, en busca de expectativas vitales y de experiencias profesionales. No lleva una vida fácil, pero en su particular concepción del mundo campean dos tabúes mantenidos a rajatabla: uno, no depender jamás de un hombre; dos, no volver nunca al pueblo bajo ninguna excusa ni pretexto. Rebajarse a cualquiera de las dos concesiones sería considerado por ella una rendición vergonzosa.
 

 

lunes, 22 de agosto de 2016

ACCIDENTES LABORALES CON NOMBRE DE MUJER


Se constata un fuerte repunte de la siniestralidad laboral. Desde el año 2012 el número de accidentes de trabajo ha crecido un 12,3%, y los 276.069 siniestros registrados en el primer semestre de 2016 representan un 8,6% más que los ocurridos en el mismo periodo en 2015 (1).
Los sindicatos se inquietan; los empresarios y la administración, no. «La razón fundamental es el aumento de la actividad económica», señala el responsable de relaciones laborales de la CEOE, Jordi García Viña, que no percibe ninguna relación directa entre precariedad y siniestralidad, como sí señalan UGT y CCOO. Tampoco Javier Esteban, del ministerio de Empleo, ve nada anormal en las cifras, y apunta como posible causa del incremento el hecho de que ahora el control administrativo es mayor. Antes había muchos accidentes que no se registraban, ahora simplemente la contabilidad se lleva mejor. Es su diagnóstico, lo creamos o no.
Ni la patronal ni el ministerio encuentran, sin embargo, ninguna explicación al hecho de que el colectivo laboral más castigado por los accidentes sea el más afectado por la precariedad en el empleo y la contratación a tiempo parcial. Son las mujeres las que sufren el mayor número de accidentes, y los porcentajes son cuando menos significativos: la tasa de siniestralidad ha crecido desde 2012 un 8,2% para los varones y casi el doble, el 15%, para las mujeres.  
El decalaje se acentúa en los accidentes “in itinere”, es decir los que se producen en el trayecto de casa al trabajo y del trabajo a casa. Las mujeres, que representan un 45,5% de la población total ocupada, han sufrido el 56,77% de los accidentes de ese tipo. Se trata en su mayoría de accidentes de tráfico, y llama la atención la incidencia especial de las mujeres al volante (ellas son un 42% del total de conductores y ostentan un 40% de siniestralidad en términos globales, pero llegan casi al 60% en este tipo de circunstancias).
Si la CEOE y Trabajo no perciben una relación entre el accidente y el estrés generado por una relación laboral precaria y parcializada, bien puede ser que lo que ocurra es que no desean percibirla. Cuando menos, sí cabe establecer una relación objetiva en el caso de los accidentes in itinere. Los minijobs implican la necesidad de acudir a dos o más empleos para subsistir, y si se multiplica el tiempo necesario para los desplazamientos, se multiplican en la misma medida las posibilidades de un accidente. Son habas contadas. La presión debida al trabajo incierto, el estrés y la fatiga, puede ser ignorada olímpicamente por las autoridades laborales. Supongamos entonces que las mujeres españolas tienden a asumir riesgos con una conducción deportiva hacia y desde sus lugares de trabajo. Pero aunque fuera así, no sería sensato acusarlas de impericia o de temeridad, dado el altísimo rendimiento deportivo de las mujeres españolas en Río. Mireia Belmonte, Carolina Marín, Maialen Chourraut, Ruth Beitia y las chicas de la gimnasia rítmica son la prueba del algodón de que es preciso buscar las razones de la siniestralidad en terrenos distintos del que representa la calidad del factor humano implicado.
 
(1) Todos los datos que se citan están extraídos del siguiente artículo de elpais, firmado por Javier Salvatierra: http://economia.elpais.com/economia/2016/08/21/actualidad/1471780912_711738.html

 

domingo, 21 de agosto de 2016

REPENSAR EL TRABAJO


Ahora que el sindicato, con buen criterio, ha decidido repensarse a sí mismo en relación con los nuevos condicionamientos que enmarcan su actuación (su praxis, me atrevería a decir, por más que el término nos traiga una bocanada del perfume de un tiempo ido quizás definitivamente), es inexcusable que repiense también la materia prima sobre la que se centra esa su actuación o su praxis.
Me refiero al trabajo. Se diría a veces que el trabajo es una variable independiente y enteramente aleatoria, como la lluvia que riega o no riega los sembrados de secano. A casi nadie se le ocurre (hoy, que la modernidad ha descendido sobre nosotros y nos hemos postrado para adorarla; pero el invento es tan antiguo como la sopa de ajo) pensar en un trabajo de regadío, en una floración amorosamente pensada, preparada y acondicionada.
Cuando digo “casi nadie”, me refiero en primer lugar al Estado, esa institución que en tiempos se solía adjetivar a sí misma de “social” o “benefactora” y ahora en cambio elude cualquier calificativo y se disfraza de noviembre en un esfuerzo ímprobo por pasar desapercibida. El Estado solía planificar la economía (bien o mal, esa es cuestión distinta; de forma normativa o indicativa, igual da, no vamos a discutir de perendengues ni de parafernalias, sino dejar sentado el hecho en sí: el Estado planificaba).
Ahora que la institución estatal hace ostensible dejación de una de sus funciones principales en perjuicio de la ciudadanía, si bien mantiene con todo rigor otra, la recaudatoria (¿para qué, para quién?, deberíamos preguntarnos), no estará de más que el sindicato repiense por sí mismo esta cuestión crucial: Qué es el trabajo, cuál es su utilidad social, cuáles son las necesidades individuales, sociales y colectivas en función de las cuales tiene sentido el trabajo.
Porque viene a resultar del trending topic dominante en las relaciones económicas que la única misión válida del trabajo es generar beneficios para el capital – privado – invertido. El Estado debe mantener las manos fuera de todo el proceso: se supone que la sapiencia de los mercados regulará, a partir del juego de los egoísmos recíprocos de los agentes, la mejor planificación posible para la mayor satisfacción de todas las partes.
Mucho suponer. Si resulta que el trabajo que se prioriza es el que deja márgenes mayores de beneficios, estaremos tal vez contribuyendo al medro de la industria armamentística, de la tabaquera, de las constructoras que arrasan los paisajes naturales con millones de apartamentos para guiris que nunca los ocuparán. Y todas las prestaciones sociales que funcionan poco menos que a fondo perdido, financiadas por los dineros que el Estado recauda puntualmente de los contribuyentes (la sanidad, la prevención, la educación, la vivienda, el transporte urbano e interurbano), seguirán sufriendo recorte tras recorte hasta el final de los tiempos.
Estoy simplificando el problema, cierto, pero la base de partida de la solución se encuentra sin duda en este punto: la economía tiene que tener un sentido. La priorización de unos recursos sobre otros, la distribución de las cargas y las recompensas, deben tender a procurar la mayor satisfacción social, o bien es que no estamos hablando de economía, sino de otra cosa. Pensar que el análisis económico se reduce al cálculo de los beneficios previsibles es una aberración. Y en estos términos, el “cómo” se produce, el escalón tecnológico, no da por sí solo las respuestas necesarias. Es todo el sentido social y humano consustancial a la idea misma del trabajo desde los lejanos tiempos de la invención de la sopa de ajo, lo que debemos recuperar. El trabajo humano como fuerza motriz que debe guiar a la humanidad desde el reino de la necesidad hasta el de la libertad.
Visto que el Estado se llama andana a la hora de repensar estos temas básicos, bueno es que lo haga desde su autonomía el sindicato, que es parte implicada en el asunto por los cuatro costados. Solo a partir de una idea acertada sobre la realidad misma del trabajo, y en particular del trabajo por cuenta ajena, será el nuevo sindicato “repensado” capaz de encauzar la negociación de las reivindicaciones del conjunto de los asalariados y darles un horizonte situado más allá de lo inmediato.
 

sábado, 20 de agosto de 2016

EL TAYLORISMO RESIDUAL COMO RASGO FOLKLÓRICO DE LOS SISTEMAS PRODUCTIVOS


Pido indulgencia por adelantado si estos apuntes veraniegos tienen más de especulativos que de sólidos. Me han venido sugeridos por la relectura de algunos párrafos de “La ciudad del trabajo” de Bruno Trentin, que JL López Bulla ha empezado a republicar en su blog de referencia “Metiendo Bulla”.
Es así que el sistema “científico” de organización del trabajo ideado por el ingeniero Frederick W. Taylor va íntimamente ligado a un sistema productivo basado en la potencia motriz de la máquina. En ese sistema, la fuerza de trabajo humana inserta, en la potencia ciega desarrollada por los caballos de vapor del artefacto, los añadidos, las rectificaciones y los ajustes aconsejados por los estudios minuciosos del cuerpo de ingenieros, para el mejor aprovechamiento de las posibilidades transformadoras de la máquina, acelerando todo lo posible los procesos y minimizando los tiempos muertos.
Es sabido que Taylor desconfiaba de los rendimientos colectivos y basó todo su sistema en el control riguroso de los comportamientos individuales estándar de los/las trabajadores/as, de modo que cualquier elemento de una plantilla laboral pudiera ser sustituido por otro en cualquier momento y por tanto tiempo como fuera preciso, sin merma de la producción. Un equipo de trabajo, sentenció Taylor, vale tanto como el más torpe de sus componentes. En cuanto al más diestro de todos ellos, lo mejor que podía hacer era olvidar lo aprendido y reciclarse a las órdenes de un controlador científicamente preparado para extraer todas las posibilidades mecánicas de la maquinaria instalada. La máquina no está al servicio del hombre, en el sistema de Taylor; es el hombre quien está al servicio de la máquina.
Era razonable esperar que la organización taylorista del trabajo no podría sobrevivir a los cambios tecnológicos posteriores. Unas máquinas más inteligentes y sofisticadas reclaman unos servidores con mayor sentido de la iniciativa, comprensión global del conjunto de operaciones complejas incluidas en un proceso productivo, y capacidad de toma de decisiones. El cronometraje de las series de operaciones parceladas dejó de tener sentido, en la medida en que el proceso productivo dejó de ser infinitamente fraccionable; y la cantidad perdió la condición de magnitud decisiva (al no ser ya suficientemente elástica la demanda), en favor del refinamiento de la calidad del producto acabado. El trabajador-masa dejó paso a su vez a un nuevo tipo de trabajador, teóricamente imaginativo, polivalente, flexible, capaz de dirigir unos procesos que, además de haber aumentado prodigiosamente su complejidad, incrementaban asimismo la velocidad hasta requerir, en buena parte, decisiones instantáneas.
Hemos entrado en una fase nueva de la producción de bienes y de servicios, incompatible con las premisas del ingeniero Taylor. Y sin embargo, el taylorismo persiste.
Persiste cuando menos en dos de sus características principales: la primera, la separación tajante entre el escalón de dirección y el de ejecución de los procesos; la segunda, la fragmentación (artificial en muchos casos) de las tareas, de modo que la “mano de obra” se ve imposibilitada para percibir el sentido de todo el proceso, el “para qué” de la tarea concreta que realiza.
En el pensamiento del ingeniero Taylor, y en el contexto de la fábrica que hemos dado en llamar fordista, la organización de las tareas que él propugnó podía tener un sentido más o menos científico. No era la única opción posible, y desde la perspectiva que nos dan los años y las transformaciones ocurridas, podemos pensar que aquella no fue la organización más eficaz posible de la producción (sin entrar aquí, dadas las intenciones de este escrito, en los graves traumas colectivos causados por una forma de trabajo deshumanizada y deshumanizadora; en las cicatrices sociales que ha dejado aquel sistema). Lo que está clarísimo, en cualquier caso, es que el taylorismo residual incrustado en los modernos sistemas productivos basados en nuevas tecnologías aplicadas a la producción, a la información y a las comunicaciones, es mera chatarra científica, y solo obedece a un planteamiento ideológico tendente a asegurar la exclusividad, el secreto y en definitiva el poder, a unos estamentos sociales en perjuicio directo de otros.
Los cantos neoliberales a la innovación y el desarrollo como motor de la industria son pura filfa. Responden a la misma actitud que observaba en el tero, ave pampina, el gaucho Martín Fierro: «En un lao pega los gritos / y en otro pone los huevos.» No es la innovación lo que importa sino el copyright, la propiedad exclusiva de unos métodos y/o unos artilugios, con el poder que proporciona la exclusividad para extraer beneficios en favor del accionariado, esa clase ociosa, parasitaria y regresiva. El taylorismo residual, entonces, tiene como misión única la protección de unos privilegios exclusivos; pero como eso no es racionalmente posible en el contexto vertiginoso del paradigma productivo actual, ergo, el taylorismo es hoy un mero elemento folklórico. Podría arrumbarse de un día para otro solo con que el empresariado renunciara a las ideas recibidas y no meditadas, y, mirando de frente la realidad de las cosas, hiciera una inversión adicional en el capital humano de su empresa y apostara por una circulación más democrática y una puesta en común más amplia de los saberes que están en la base del funcionamiento eficiente de su negocio.
 

viernes, 19 de agosto de 2016

VOLVER A LA CLASE


La izquierda plural debe volver a la clase, y no me refiero al aula de los estudios, cosa que serviría de poco dado el tipo de educación que se imparte hoy en día, sino a la clase social como elemento básico de una política reivindicativa y de gobierno.
Dicho con las palabras de Owen Jones, en un artículo de ayer mismo en The Guardian: «La izquierda necesita desesperadamente volver a centrar su atención en la clase. Desde los años ochenta en adelante – mientras el movimiento del Labour era aplastado, las viejas industrias derribadas y la guerra fría liquidada –, la clase ha pasado a ocupar el asiento trasero. El género, la raza y la sexualidad parecen temas más urgentes e importantes. Lo cierto es que no debería pensarse en términos de “o esto o lo otro”: ¿cómo se puede entender el género sin la clase, y viceversa, dada la desproporcionada concentración de mujeres con un trabajo precario y mal pagado?»
La derecha neoliberal declaró primero el fin de la historia, después el fin del trabajo con la digitalización y la robotización de los procesos productivos, y finalmente el advenimiento de una sociedad sin clases, la utopía última del comunismo realizada bajo el capitalismo.
La izquierda se enteró del suceso por los periódicos. Una parte se creyó la noticia a pies juntillas y empezó a elaborar estrategias alternativas para no desaparecer; otra parte consideró que se trataba de una trampa, de una trampa “más”. Porque esa izquierda en particular ya desde antes consideraba que la clase, encenagada en una sociedad de consumo, había traicionado los ideales definidos no sé dónde en términos inamovibles. Es decir, que mientras una parte de la izquierda abandonaba a la “clase como es” a su suerte, la otra parte, anclada en un ficticio “deber-ser de la clase”, se sentía ya desde antes abandonada por ella. El resultado de esta situación es que los ingredientes fundamentales que aglutinan a las clases trabajadoras – el hecho sustancial del trabajo y su reparto equitativo; la forma de desarrollarlo, las condiciones, los tiempos, la remuneración; y el para qué del trabajo, su utilidad medida en términos sociales – han desaparecido de la agenda política o cuando menos, en la expresión de Jones, se han colocado en el asiento trasero. Ya no conducen, sino que acompañan.
Las clases trabajadoras siguen existiendo; el trabajo no ha muerto, solo se ha transformado; la historia no ha finalizado, y mantiene su capacidad plena de variar de sentido y de escenario, en función del comportamiento de los agentes que intervienen en la marcha de los acontecimientos. Ha cambiado la “fase”, y con ella los presupuestos y los marcos de actuación de los agentes históricos. Es necesario tomar nota de ello.
El Estado-nación, por ejemplo. En todo el largo período de hegemonía de la socialdemocracia, el Estado regulaba el trabajo y sus leyes, y era el primer empresario, el empresario por excelencia, “estratégico”. El Estado planificaba, y marcaba el rumbo de la economía. Luego fue la economía (el “mercado”) la que empezó a marcar el rumbo del Estado, y hoy el Estado ya no regula, sino que desregula, el trabajo.
La vuelta de la izquierda a la clase debe tener también en cuenta el lugar justo de las clases trabajadoras en el seno de un Estado en el que deben convivir con las clases propietarias, y en el que los equilibrios y los consensos deben ser conquistados a través de la resolución positiva de unos conflictos en los que, de momento, el Estado ya no tiene la intención de ejercer de árbitro, sino de parte.
Pero el Estado, como el trabajo, como la clase, sigue existiendo. No se ha disuelto en la “aldea global”. Es más bien la aldea global la que se disuelve en su pretensión de regular “científicamente” las relaciones económicas de forma justa para todas las partes. Es una razón más para insistir en la sustentación en los viejos pilares básicos que han vertebrado la sociedad y tienen capacidad para seguir haciéndolo, aunque repensados en función de los nuevos datos de hecho. Esos pilares insustituibles son el Estado, los partidos políticos, los movimientos sociales presentes en todo el territorio de la izquierda. Y en un lugar especial el sindicato, ese recurso infaltable.
 

jueves, 18 de agosto de 2016

O NO


Afirma Mariano Rajoy que podría llegar a acuerdos con Albert Rivera en muchas de las condiciones sine qua non que plantea Ciudadanos para apoyar su investidura. O no. Mariano tiene toda la capacidad de displicencia del autócrata. Puede hacer caso, o no, a Rivera, igual que puede hacérselo, o no, al rey, a las instituciones, al pueblo español. Depende.
Depende de su presidencial gana. Ha cogido el truquillo al período del gobierno en funciones; los demás se sienten presionados por una excepción que se alarga mes tras mes invadiendo, y corrompiendo de hecho, lo que todos pensábamos que era el funcionamiento normal de la democracia.
Mariano, ojo, como muy español y mucho español que es, también se siente presionado por esas urgencias. O no. En este “o no” reside todo el quid del asunto. El hecho es que España no responde a la solícita atención de Mariano en la medida que este espera y desea. Entonces, Mariano le devuelve a España la recíproca. Y espera. Tiene paciencia, Mariano. La misma paciencia legendaria del perro del hortelano, que ni comía ni dejaba comer. Sin inmutarse. Que se inmuten los otros, en todo caso. O no.
Que se inmute Pedro Sánchez, sobre todo. Es el traidor del drama, el hombre que se resiste a plegarse a las circunstancias impuestas por la voluntad férrea de Mariano de no moverse, de no escuchar, de no consensuar. Pedro tiene que plegarse para que Mariano no se pliegue. Es Pedro el cuello de botella que origina el atasco; Mariano no. Mariano está ahí simplemente, ese es el milagro.
Algunos analistas capaces de hilar muy fino han desentrañado en la actitud de Rajoy una estrategia de la araña dirigida a llevar la investidura al mes de octubre, cuando se hayan resuelto, se supone que en favor de sus intereses, las elecciones gallegas y las vascas, más la Diada y la cuestión de confianza en Cataluña, donde, ocurra lo que ocurra, todo será munición para el partido popular.
Tienen razón esos analistas, claro. O no. Dado que la estrategia de Mariano ha sido siempre la misma, mal se le puede acusar de posibilista o de oportunista. Cierto que ha decidido que le conviene esperar a octubre, pero sin elecciones a la vista también le habría convenido, porque en su situación todo tiempo consumido es tiempo ganado. Se ha asentado sobre los reales de las instituciones, y las manipula y las retuerce de forma que se ajusten a su permanente voluntad de seguir ahí, de tener sempiternamente en exclusiva las riendas de la caballería, por más que el precio sea la inmovilidad absoluta de la caballería, al modo de los caballos de bronce de las estatuas ecuestres, la pata izquierda delantera eternamente alzada sobre el pedestal.
La auténtica estrategia marianista es la que definió en su día Oscar Wilde: No dejes para mañana lo que puedas hacer pasado mañana.
A lo cual, para suavizar el filo del hierro tajante de la sentencia, la retranca gallega de Mariano añade imperturbable: O sí.
 

martes, 16 de agosto de 2016

MAIGRET Y EL AMBIENTE


Para la celebración del gozo de la relectura en esta segunda quincena del mes de agosto, tan imprescindible para tener luego el privilegio de pillar con el pie cambiado el retorno del estrés de la cosa política, mi hija me ha traído de París un “omnibus” (¿cómo lo llamaríamos aquí, un “compacto”?) con once novelas “esenciales” de Maigret, que abarcan toda su trayectoria literaria: la primera, Le charretier de la Providence, se publicó en 1931, y la oncena, Maigret et Monsieur Charles, en 1972. La única novedad respecto de ellas es que ahora las leeré en francés.
Hace unos años me inventé una clasificación sui generis de las novelas de crímenes: las hay de derechas, cuando la investigación repara la distorsión provocada por el delito en un entorno inocente y apacible (abundan los ejemplos en la bibliografía de las dos grandes damas inglesas del crimen, Agatha Christie y P.D. James), y de izquierdas, cuando el delito es el afloramiento a la superficie de una realidad encenagada y podrida, de la que todos los personajes, salvo tal vez el investigador, son corresponsables y cómplices (Hammett, Sjöwall y Waloo). Al leer mi propuesta de clasificación, José Luis López Bulla me mandó un mail breve e inquisitivo: «En qué bando colocas a Simenon?»
En ninguno de los dos, claro. Simenon fue inclasificable, y Maigret, a ritmo de dos entregas al año en sus mejores tiempos, es sobre todo el testigo fiel de una sociedad en proceso de cambio. El personaje ofrece, desde sus inicios, un patrón inmutable. En 1930, en sus inicios, es un policía grandón y macizo, próximo a la cincuentena, de extracción rural pero muy capaz de desenvolverse en otros escenarios, que fuma en pipa y bebe vasitos de vino blanco en verano y grogs calientes en invierno. Sus auxiliares se llaman Lucas, Torrence y Janvier. Tiene su despacho en el quai des Orfèvres, y cuando un interrogatorio se va a prolongar en horas nocturnas, se hace subir de la Brasserie Dauphine sándwiches y cañas de cerveza.
En 1970, cuarenta años después, tiene aún la misma edad, las mismas costumbres, los mismos auxiliares. En algún episodio aparece en su retiro de Meung-sur-Loire, siempre al lado de Mme Maigret que cocina para él a fuego lento los guisos suculentos que tanto agradece su recio estómago campesino. Es todo lo que llegamos a saber de su futuro. La sociedad francesa ha cambiado a su alrededor, y él se limita a registrar el calado de esos cambios y a hacer cumplir las leyes con todos los matices incluidos de la comprensión profunda del prójimo y de la compasión.
Maigret no se distingue por su inteligencia, ni se enfrenta a superasesinos sofisticados que bordean la perfección en la proposición de un misterio imposible de resolver. En el escenario del crimen no se dedica a recoger pistas infinitesimales, briznas de hierba pisada, colillas de cigarrillos turcos o residuos de barro seco en un lugar donde no llovió en tres semanas; se comporta como una esponja que absorbe el ambiente, la rutina del trabajo, el ir y venir laborioso de las personas insignificantes que están ahí tanto si llueve como si hace sol. He aquí su método, explicado en una de sus primerísimas apariciones: «Se preguntaban qué idea tenía, y en realidad no tenía ninguna. Ni siquiera intentaba descubrir un indicio propiamente dicho, sino más bien impregnarse del ambiente, captar aquella vida del canal tan diferente de la que él conocía.» (Le charretier de la Providence).
Simenon llamaba “semiliteratura” a las novelas del comisario. Sus mayores esfuerzos literarios los dedicó a otros retos, pero el público solo fue fiel a las novelas “de género” protagonizadas por Maigret (setenta y cinco en total, más 28 historias cortas), manufacturadas con una facilidad y rapidez increíbles, basadas siempre en la misma “plantilla” y escritas con pocas dudas, casi sin tachaduras, en jornadas en las que él mismo, a imitación de su personaje, se dejaba impregnar por un ambiente, por unas gentes anónimas, por el ir y venir de la vida, y nos dejaba así el registro fiel de una época cambiante.
 

lunes, 15 de agosto de 2016

CATALUNYA SOCIEDAD LIMITADA


«Para los catalanes formar parte del Estado español no es rentable, desde una perspectiva social». Marta Pascal, vigatana de 33 años, licenciada en Ciencias políticas y en Historia, coordinadora general del flamante Partit Demòcrata de Catalunya, heredero de la difunta CDC, lo ha declarado así en una entrevista que firman Miquel Noguer y Dani Cordero (1).
El desahogo que sustenta semejante declaración es enorme: pantagruélico diría, en busca de adornos literarios; titánico, si pensamos en la construcción naval; colosal, si atendemos a la antigüedad rodia. Doña Marta no solo habla en nombre de todos los catalanes, que ya es hablar por hablar, sino que además lo hace en el tono práctico y objetivo que utilizaría la directora gerente de la empresa Catalunya SL al expresar su opinión en relación con la cuota de beneficio que recaería en los accionistas caso de emprenderse una política diferente en lo concerniente a las fuentes de financiación, habida cuenta de las oportunidades potenciales de negocio que ofrece la coyuntura.
Solo que ser coordinadora general de un partido no es lo mismo que ser directora gerente del conjunto del país. Ni siquiera Puigdemont podría colocarse esos galones, en la situación apretada en la que se encuentra, con déficit de toda clase de mayorías.
Por lo demás, y entrando en la afirmación en concreto, nunca, que yo sepa, ha dado nadie cifras razonadas que avalen esa “independencia rentable” a la que alude la senyoreta Marta; más bien se ha recurrido en este punto a embolicar la troca, operación en la que los políticos convergentes son verdaderos expertos, y que permite mostrar cualquier cifra desde el perfil más favorecedor.
No aclara la senyoreta para cuántos catalanes, ni para cuáles, ha dejado de ser rentable la participación en el Estado español; y en definitiva, nos deja a oscuras sobre quiénes en concreto van a ser los beneficiarios de esta importante operación mercantil en la que la frialdad objetiva de los datos se realza con un oportuno tinte de purpurina nacionalista; lo que en otras latitudes se llama “dorar la píldora”.
Una cuestión que no alcanza a esconder el descaro desmesurado de la senyoreta Marta es la confusión – o colusión – entre la gestión de la cosa pública y la búsqueda del beneficio privado; algo que ha sido característico de toda la larga acción política de la extinta Convergència y de su líder Jordi Pujol, cuya figura reivindica su heredera in pectore. Desde siempre se ha tocado la cuerda vibrante del patriotismo para pedir sacrificios en nombre del común, y en cambio se ha administrado el patrimonio con el criterio privatista del buen padre de familia, que atiende por encima de todo al bienestar de los suyos. Catalunya ha sido una gran familia bien avenida, con favoritismos mal disimulados para el “hereu” en el reparto de las oportunidades; y ha sido una gran empresa común, en la que la gerencia ha impuesto a los componentes de la plantilla esfuerzos sobrehumanos y mal retribuidos que han permitido engrosar las rentas del accionariado con sustanciosas plusvalías que luego han visto mundo, viajando en maletines de doble fondo a Andorra o a Panamá. Es a este tipo bien conocido de rentabilidad, me temo, al que se refiere la senyoreta Marta.
Ella explica a su modo lo que ha ocurrido en estos últimos años: «Hemos perdido mucho contacto con algunos sectores sociales e incluso empezaba a chirriar cómo nos veía la gente.» Marta se queda corta en el análisis, una vez más.
 


 

domingo, 14 de agosto de 2016

MI MEDALLA POR UN CABALLO


«Pierde una medalla para salvar la vida de su caballo», es el titular de la noticia. La exageración del periodista es notable, pero la noticia misma, más allá del sensacionalismo atrapa-lectores, vale la pena. Es la historia de Adelinde Cornelissen, amazona holandesa de 37 años, y de su caballo Parzi, de 13. Ambos, juntos, consiguieron dos medallas, una de plata y otra de bronce, en la especialidad de doma, en los Juegos Olímpicos de Londres 2012, lo que implica que la pareja pasaba por ser una de las favoritas del mismo concurso en Rio 2016.
Una araña u otro bicho venenoso picó a Parzi, que empezó a pasarlo fatal: fiebre muy alta, hinchazón en la mandíbula. La noche siguiente fue de prueba, pero no la pasó solo: «Dormí en los establos, comprobé cada hora cómo estaba Parzi, no iba a dejarlo solo», explica Adelinde. La mañana de la competición la fiebre había desaparecido; persistía la hinchazón pero Parzi comió y bebió con normalidad. Los médicos dieron el visto bueno a competir, y Adelinde se presentó en el palenque del concurso. Empezó el ejercicio, y pocos instantes después notó que la cosa no iba bien. «En el fondo de mi mente supe que no teníamos posibilidades. ¿Qué podía hacer?»
Lo que hizo fue saludar con toda corrección al jurado y retirarse. No perdió una medalla, porque no la había ganado; renunció a intentar conseguirla para no poner en riesgo a su compañero. El cual, al presente, se halla en franca convalecencia, cuestión de la que me alegro.
Adelinde se limitó a actuar con humanidad y con sentido común. La cuestión para la polémica, suscitada por el periodista que tituló del modo como tituló, sería la de si vale más un caballo o una medalla olímpica. Es decir, una variante de la famosa oferta hecha por Ricardo III de Inglaterra en mitad de una batalla en la que había quedado descabalgado: «¡Mi reino por un caballo!» El bando de los ricardoterceristas, por llamarlos de algún modo, considerará preferible el caballo a la medalla (vamos a suponer para el caso que la medalla era cosa hecha, que estaba cantada); el bando de los talibanes del olimpismo, para darles también un nombre arbitrario, entenderá que el valor supremo es la medalla cualquiera que sea el procedimiento para conseguirla, y el noble bruto que se joda.
Sospecho que la persona que tituló como tituló la historia de Adelinde, y posiblemente la mayoría numérica de esta piel de toro costrosa, están fervorosamente apuntados al bando de los talibanes. Quienes ahorcan a los podencos al final de la temporada de caza, quienes descabezan gansos al galope por deporte, los partidarios del alanceo de los diversos toros de la vega, jamás entenderán que la compasión pueda ser preferible al alarde.
Y existe otro elemento, muy próximo al anterior pero diferenciable de todos modos: es el que expresa ese eslogan repugnante, «Soy español, a qué quieres que te gane.» Ha habido un forcejeo en algunos medios en torno a si las medallas de Mireia Belmonte eran propiamente españolas o eran más bien catalanas. La tercera opción, la más justa pero no la mayoritaria en la opinión, es que las medallas de Mireia Belmonte son de Mireia Belmonte; el resultado feliz de una estructura anatómica idónea sumada a un plan de entrenamiento exhaustivo y minucioso.
Sería bueno mirar las proezas atléticas, natatorias y futbolísticas desde este punto de vista templado. Ni las cifras del medallero ni las glorias deportivas son expresión de una excelencia colectiva, y tampoco nosotros en tanto que personas individuales somos la hostia. Somos del montón, y de un montón nada selecto. Mediten sobre el asunto si la mala suerte les lleva alguna noche del presente agosto a la cola de las urgencias de algún establecimiento hospitalario.
 

sábado, 13 de agosto de 2016

EL PÁJARO EN EL ALAMBRE


Las musas no deberían morir nunca, pero de hecho mueren. Le ha sucedido a Marianne Ihlen, la muchacha noruega que llegó a la isla griega de Hydra en 1960 con su marido, el escritor Axel Jensen, y su hijo de pocos años; y que vivió, allí y en otros lugares, una larga historia de amor con el poeta y cantante canadiense Leonard Cohen.
Dicen los periódicos que ella inspiró a Leonard la canción “So long Marianne”. Si solo le hubiera inspirado “esa” canción a lo largo de diez años de intermitencias del corazón, no valdría la pena hablar del asunto. La inspiración da para mucho más, aunque no se note demasiado en la superficie de las cosas. Ella ha contado, por ejemplo, que se identifica más con “Bird on the wire” (El pájaro en el alambre), porque recuerda el día en que abrieron la ventana de su dormitorio y vieron el cable nuevo de la electricidad (hasta ese momento se iluminaban con velas) cruzar el aire azul. La letra de la canción dice: “Como el pájaro en el alambre, he intentado a mi manera ser libre.”
Hydra no tenía en aquellos años agua corriente ni tráfico motorizado. Lo del agua se ha arreglado, lo del tráfico no. Se va de una parte a otra de la isla en barca o en burro. Es un pedazo de roca bravía plantado en el golfo Sarónico, con las laderas del Peloponeso a la vista, hacia poniente. El agua es límpida, el sol nunca falta. En la ciudad, el puerto concentra toda la actividad social y comercial, y los edificios de viviendas, grandes, cuadrados y blancos, trepan hacia el monte unidos entre sí por pasadizos empinados y por escaleras largas y agotadoras. Leonard compró una de esas casas plantadas en lo alto, de techos altos y grandes ventanales, y vivió en ella con Marianne hasta que los dos se cansaron y se marcharon a Nueva York.
La canción de Marianne habla, de hecho, de una ventana a la que ella debe asomarse para que un poeta gitano le diga la buenaventura. También habla de un parque con lilas, algo no tan inverosímil como pudiera parecer en Hydra.
La pasada Pascua nos chapuzamos Carmen y yo, y nuestros nietos, en el mismo bañadero en el que aparecen Leonard, Marianne, Axel y el niño en el verano de 1960. Sigue igual, debajo de un baluarte con cañones inutilizados. Ahora en la parte alta hay un restaurante llamado Sunset no sé qué. En efecto, las puestas de sol en ese lugar son muy hermosas.
Marianne ha fallecido. Leonard acertó a enviarle un último mensaje en el que comentaba sin acritud y sin lloriqueos que así son las cosas, nuestros cuerpos se van haciendo pedazos con el tiempo. Y pedía a Marianne que le tendiera la mano para acompañarlo en el viaje que ella ha emprendido ahora y él seguirá pronto. La misma mano que él le solicitaba en la canción para adivinarle la buenaventura.
Adiós, Marianne. So long.
 

viernes, 12 de agosto de 2016

EMPRENDEDORES SIN EMPRESA


Viene a ser que más de la mitad de las empresas del país no tienen trabajadores asalariados. Así lo certifica el Dirce (Directorio central de empresas): sobre un total de 3.236.582 empresas censadas en España, un 55,3% (en números crudos 1.791.909 unidades) están consignadas en el epígrafe “sin asalariados”.
Desde luego, las cifras tienen solo un valor indicativo. A pesar de que la doctrina de la derecha apostólica establece que las peras son peras y las manzanas son manzanas, eso no es del todo cierto en el terreno de la economía y de la estadística. Hay empresas que no son empresas. La mayor precisión que se puede emplear respecto de ellas es decir que son tapaderas. ¿Tapaderas de qué? Ahí la picaresca es tan extensa y variopinta como la imaginación humana. Lo normal es que la intención de quien crea un fantasma jurídico bajo el pabellón honorable de una “empresa legal” (nada que ver con lo que nuestros abuelos solían llamar con ese nombre), sea evadir impuestos; pero no se puede excluir de antemano otros móviles y objetivos más tortuosos.
Luego están las microempresas que funcionan amparadas en la bandera del cooperativismo voluntario o forzoso, y los one man’s show, las situaciones individuales en las que una persona tira por la calle de en medio con una de dos coberturas jurídicas alternativas: la de autónomo, que supone una dura intemperie en casi todo lo relacionado con la prevención de riesgos y con los derechos de índole económica; y la de emprendedor, que proporciona un cobijo algo superior, a cambio de unas obligaciones administrativas más prolijas.
El repunte del empleo a partir de marzo de 2014, que marcó el punto crítico en el proceso de destrucción de puestos de trabajo, se debe sobre todo al autoempleo en las diversas formas que quedan expuestas: autónomos, microempresas y pequeñas cooperativas que funcionan en el límite de la supervivencia, o incluso un poco por debajo. Son datos del INE, no apreciaciones subjetivas mías. No existe desde 2014 una mejoría estricta de la economía sino una adaptación progresiva de la precariedad a nuevas figuras jurídicas. Lo que antes estaba sumergido, ahora aflora bajo diferentes vestiduras o disfraces.
La empresa tradicional se aprovecha de este tirón, desde luego; pero bajo su propio enfoque. La EPA no posee instrumentos de análisis lo bastante finos para detectar cuántos trabajadores formalmente “autónomos” o formalmente “empresas” son en realidad dependientes, es decir, personas que trabajan sometidas a las normas habituales de la subordinación y la heterodirección. En su esfuerzo por maximizar los beneficios y externalizar los costos, los patronos auténticos utilizan aquellas fórmulas jurídicas que les permiten eludir el pago de la seguridad social de tantos “colaboradores” remunerados como utilizan a diario. Ya no extienden un contrato laboral a un trabajador, sino que firman un acuerdo comercial con una empresa compuesta por un único emprendedor, que vende en el mercado su fuerza de trabajo sin adquirir por ello ningún derecho ni prestación compensatoria. Los riesgos habituales y previsibles de enfermedad, accidente (por cierto, los accidentes laborales están creciendo estadísticamente más que el empleo), natalidad y otros, que antes se “aseguraban” o se compensaban en el marco del contrato mismo de trabajo, corren ahora por cuenta del “microempresario”. El dador real de trabajo, la punta de la cadena de valor que se establece en el proceso complejo de producción, ese se va de rositas.