martes, 30 de junio de 2015

URNAS PELIGROSAS


En unas declaraciones desde Bruselas, Mariano Rajoy se ha hecho a sí mismo la reflexión de que sería bueno que Alexis Tsipras perdiera el referéndum y así dejara el mando de una vez, para que otro gobierno, de otro color, rectificase el lío que se ha organizado y prosiguiese la imparable marcha de Grecia hacia el superávit y la superación de la crisis dentro de una Unión Europea más unida y cohesionada.
La ministra de Agricultura española, Isabel García Tejerina, ha sido más explícita todavía, al advertir que «las urnas son peligrosas» (¡qué confesión inefable para una supuesta demócrata!) y apuntar: «Grecia crecía al 3% y en cinco meses están haciendo cola para sacar 60 euros.»
No se trata del club de la comedia, atención; son declaraciones serias. Ciertamente, cabe alegar en favor de los dos opinantes que no están hablando de Grecia, por más que una primera impresión superficial apunte en ese sentido. Son dos ejemplos clásicos del añejo refrán castellano «A ti te lo digo, hijuela; entiéndelo tú, mi nuera.» Es decir, Grecia les trae al pairo a los dos. A Grecia, que le den. Mariano no sabe con exactitud por dónde cae la península helénica, por más que un avión lo dejara allí mismo cuando fue a echar una mano a su amigo Andonis Samarás, cuando las últimas elecciones. Es probable que, dada la rígida concepción geopolítica de nuestro presidente, piense que Grecia es vecina de la Venezuela chavista, situadas ambas en el mismísimo “eje del mal”.
De lo que hablaban en realidad Rajoy y Tejerina era de España, naturalmente. Ya lo dice el eslogan: «España, lo único importante.» Más aún, cuando los opinantes se están jugando las habichuelas a muy corto plazo, y, en una situación en la que, bien lo dice la señora ministra, “las urnas son peligrosas”. Nunca se sabe lo que puede salir de ellas: gente dispuesta a armar el lío, a cargarse en cinco meses un hermoso impulso ascendente desde la nada hasta la más absoluta miseria.
Algo puedo decir yo, desde dentro de Grecia, sobre el corralito. Este domingo había en Atenas colas delante de todos los cajeros automáticos visibles e invisibles; solo cedían las colas cuando el metálico se agotaba, y entonces quienes no habían podido servirse peregrinaban en busca de otro cajero que aún funcionara.
Se trata de una situación que no es del todo insólita, sin embargo. En Grecia las pensiones se ingresan en cuenta corriente, y los pensionistas griegos tienen resquemores viejos y arraigados en relación con el comportamiento de los bancos. Lo primero que hace un pensionista griego, cuando ha cobrado su pensión hacia el final del mes, es sacar todo el montante en efectivo y guardarlo debajo del colchón para ir tirando con lo que hay (no mucho) hasta el ingreso siguiente.
Esta vez las colas eran mayores y la ansiedad más marcada, es cierto. También es cierto que el sábado vimos a un hombre mayor comprar en un supermercado dos cajas, cada una de diez bolsas de kilo de harina de trigo; veinte kilos en total. Son cosas que suceden en un país que solo espera malas noticias día tras día.
Pero también es cierto que lunes y martes hemos estado haciendo compras en museos, restaurantes y comercios con nuestra tarjeta de crédito, sin el menor problema. Consumimos más de 60 euros cada día. No mucho más – somos gente austera –, pero sí algo por encima de ese límite impuesto a los cajeros. Lunes y martes, por cierto, ya no había colas; a casi nadie interesaron los 60 euros del cupo.
El lunes hubo una gran manifestación en plaza Sintagma en favor del “oji” (no), a la que asistimos la familia en bloque, incluidos mis nietos, y de la que puedo dar fe. Éramos un gentío. El martes ha habido otra en favor del “né” (sí), a la que no hemos asistido y de la que, por consiguiente, no puedo dar fe; las imágenes de la televisión indican que también ha sido muy nutrida. Cabe concluir que para el referéndum las espadas están en alto: el voto de la confianza contra el voto del miedo.
Serán las urnas las que decidan. Las urnas son peligrosas, sí, pero hay peligros bastante mayores que los que ellas generan.
 

RELEER A TRENTIN, RELEER A GRAMSCI (1)



En el blog hermano Metiendo Bulla se ha empezado a publicar, en traducción de Javier Aristu, una muy importante conferencia impartida por Bruno Trentin en Turín en el año 1997, en torno a una lectura actual del pensamiento y la acción de Antonio Gramsci. He sido invitado a participar en la publicación de esa primicia con comentarios propios, y cuento con hacer amplio uso de tan alto privilegio. El lector queda emplazado a consultar el texto de Trentin, con el añadido de otras opiniones, en http://lopezbulla.blogspot.com.es/2015/06/releer-trentin-releer-gramsci.html

En esta bitácora, que tiene un carácter más personal, publicaré únicamente mis propias aportaciones. Esta es la primera:
 

Querido José Luis,
Para empezar, Bruno no se anda con rodeos, aunque sí con cautelas. Tres paradojas, que tendrán luego su explicación reposada, y un gran interrogante. Ese interrogante es esencial, está en la base de toda la actividad política y sindical de Trentin, es el núcleo duro del que parte “La ciudad del trabajo”. Debe ser presentado al oyente (estamos en la sala de actos del Istituto Gramsci de Turín, “La ciudad…” todavía no ha sido publicada) con toda la solemnidad adecuada al momento, y con toda la carga de pasión acumulada a lo largo de una trayectoria vital impregnada de compromiso y de lucha en favor de esa idea precisa.
Observemos al detalle la morfología de la pregunta que formula (que se formula) Trentin. Nada de carga frontal sobre las posiciones enemigas; se diría una trasposición de la estrategia de la guerra de posiciones. La pregunta se insinúa poco a poco entre fintas, escaramuzas y flanqueos para tomar casamatas intermedias, para aislar objetivos secundarios. Empieza con una frase condicional, y sigue en modo subjuntivo: «Pero si admitimos como cierta, aunque sea solo parcialmente, la segunda de las respuestas posibles, ¿no deberíamos entonces pensar…?»
Así avanza demoradamente la pregunta, entre paréntesis e incisos, hasta concretarse en un estallido lúcido, en un fuego graneado: «… como una de las grandes cuestiones centrales de la polis, de la política y de la ciudad, entendida esta como el lugar sin límites donde se definen las relaciones que tutelan y vinculan a tantos seres diferentes que viven en comunidad?»
Simplificando, esto es lo que pregunta Trentin: ¿por qué las organizaciones y los movimientos que se reclaman de la izquierda han descartado repetidamente, con tozudez, con contumacia, situar el trabajo (quedará mejor con mayúscula: el Trabajo) como un elemento central y vertebrador de la polis y de la ciudad, es decir de la política y la ciudadanía?
Esa operación, sostiene Trentin, era factible incluso cuando el sistema de producción fordista no había iniciado aún su decadencia irreversible. No es que entonces no fuera oportuna, y a partir de cierto momento sí quepa ya plantearla. En el corazón del fordismo-taylorismo, bajo la tutela hegemónica del Estado social o del bienestar, siguió siendo posible plantear como un tema político de fondo la cuestión del trabajo, de la cultura en el trabajo, de los derechos de ciudadanía inherentes al trabajo. Fue una cuestión que se obvió o se dio por descontada con demasiada ligereza, pero que siguió siempre abierta, a pesar de todo, señala Trentin. Y eso por una razón principal: porque «las potencialidades creativas todavía siguen inscritas en los genes de las fuerzas productivas cuyo desarrollo habría tenido que conducirnos a los umbrales del socialismo.»
Las tres paradojas señaladas por Trentin siguen hoy vivas.
Una, el sistema fordista es pura ruina, pero el taylorismo se ha encaramado sobre la innovación tecnológica, y mantiene vigente un sistema productivo basado en la separación tajante entre quienes piensan y quienes ejecutan; entre una minoría acaparadora del poder y una mayoría indistinta, sin cualidades, mera fuerza de trabajo abstracta, intercambiable ad libitum sin merma del resultado.
Dos, la innovación ha hecho presa en el cuerpo de la sociedad, sin que la esfera de la política se haya dado por enterada de tal cosa. Ya no es que la democracia se haya detenido a las puertas de las fábricas; con la implosión del centro de trabajo y su multifragmentación, ahora el retroceso de la democracia se ha extendido a todos los ámbitos de la vida social; y la ciudadanía, como condición de los hombres y las mujeres que interactúan en el espacio “sin límites” de la ciudad, se diluye sin remedio en un común desamparo y un progresivo aislamiento frente a las instancias de un poder omnímodo.
Tres, las asociaciones de la izquierda, partidos y sindicatos, creen aún – más que antes, si cabe – en los poderes taumatúrgicos del Estado, en su condición de sujeto político por excelencia (de “único” sujeto político posible, cabría afirmar), e incluso en la capacidad de la política “en el Estado” para “crear” a la sociedad civil, que queda totalmente subordinada a la instancia superior.
La «revolución pasiva» parece haberse ahondado desde la época en la que Trentin escribió el texto que comentamos. Y el mensaje urgente que nos envía ese texto es la necesidad de que las izquierdas cuenten con una teoría coherente del Estado y con una teoría del Trabajo que sirva de fundamento a la anterior.
O al menos, así me lo parece.
 

domingo, 28 de junio de 2015

BROMAS CRUELES


Cuando el editorialista anónimo de El País de hoy escribe «Alexis Tsipras es el primer responsable del fiasco del pacto en el rescate griego», debería ser consciente de algo que se ha repetido en todos los tonos, últimamente, en relación con un asunto distinto. A saber, que los límites del humor negro se sitúan allí donde se está causando dolor a otras personas.
Se está llamando “negociación” a la ceremonia del escarmiento; se está culpabilizando a las víctimas; se están predicando recetas de austeridad a un país que no puede físicamente soportarlas, después de ocho años de fracasos repetidos y consistentes de la austeridad como remedio anticrisis.
Muchos economistas serios insisten día tras día en que lo que se está haciendo es una barbaridad. Incluso Obama ha llamado discretamente la atención de los estamentos europeos, en el sentido de que no es el mejor camino. Ni caso. Van ciegos sobre su presa.
Se está imponiendo toda una doctrina anacrónica de las causas y las consecuencias de la crisis sin argumentos ni explicaciones. Se culpabiliza a Grecia desde el menfotismo y la soberbia intelectual (algo esto último de lo que se acusó, ironía suprema, ¡a Varoufakis!) Había unas líneas rojas en la posición inicial expresada por Tsipras, y todo el esfuerzo de los negociadores se ha dirigido a obligarle a romper esas líneas rojas. Había otras ofertas a modo de contrapartidas; se han ignorado o ninguneado.
El límite de ese juego sádico lo marca el desconocido editorialista cuando da como razón de la postura de Tsipras los problemas internos de su partido: «Si la coalición de Tsipras tiene problemas internos, la forma más desleal de dirimirlos es no asumirlos con entereza y, al contrario, trasladarlos a la sociedad para que sea esta la víctima de la bipolaridad.» Se puede ser más canalla aún en el análisis, pero es difícil; el listón ha quedado colocado muy arriba.
El referéndum resulta ser ahora, no un instrumento democrático, no la llamada a la sociedad civil a adoptar conjuntamente una decisión difícil en un aprieto considerable, sino el recurso tramposo de un gobierno para eludir sus responsabilidades. Nueva Democracia, el PASOK y el saltimbanqui KKE acudieron de inmediato al presidente de la república para que anulara la convocatoria del referéndum anunciado por Tsipras. La Vuli votó de forma distinta. El editorialista de El País – y no es el único, por lo que he podido ver en un repaso a la prensa – parece convencido de que el funcionamiento de la democracia descansa tan solo en las decisiones del poder ejecutivo. Así nos va, en España (donde hay posibilidades ciertas de remediar siquiera en parte la situación en los próximos comicios) como en la Unión Europea, donde los pueblos han desaparecido por completo para dar paso a un extraño ballet de facinerosos de nombres impronunciables que toman ellos solos decisiones que afectan a todos.
Estoy en Atenas en estos momentos. Invito al editorialista de El País de hoy a darse un paseo por aquí y ver con sus propios ojos el dolor inmenso que provoca siempre la injusticia. No le harán falta guías ni lazarillos; él mismo podrá ver lo que hay que ver. Quizás entonces se dé cuenta de que hay bromas que conviene evitar en una sociedad civilizada. Bromas crueles.
 

sábado, 27 de junio de 2015

OTRA CATALUÑA


En los tiempos en los que el PSOE era hegemónico en España y Jordi Pujol vicerreinaba en Cataluña, en el PSUC abordamos la campaña para unas elecciones autonómicas bajo el lema «Hi ha una altra Catalunya», hay otra Cataluña.
No recuerdo en qué lugar intervine en un mitin de barrio, al aire libre: puede que fuese en Ciutat Badia, o en Rubí. Conté que por detrás de las bambalinas del Palau de la Generalitat iluminado por los focos de los medios, piquetes de trabajadores de dos fábricas textiles de Sabadell sujetas a expediente de suspensión de pagos hacían guardia toda la noche delante de las puertas para evitar que los subasteros se llevaran la maquinaria y la vendieran como chatarra.
Eran los tiempos de la Cataluña feliz, un “oasis” de concordia y unanimidad en contraste con las divisiones y las broncas carpetovetónicas de la otra orilla del Ebro; tiempos en que la acendrada visión estratégica de nuestro president conseguía del Estado año tras año las más altas cotas de financiación jamás conocidas en nuestra historia como nación; en que nuestra entrañable televisión autonómica entretenía las noticias con las proezas de los castellers y los concursos de gossos d’atura en la Vall d’Aran, para evitarnos el amargo conocimiento de lo mal que andaba todo más allá de las fronteras de casa nostra.
La situación ha cambiado, los greuges (agravios) se perciben ahora como insoportables y todo se vuelve tensar la cuerda para dar el gran salto desde un autogobierno insatisfactorio a una independencia portadora de bendiciones mayormente de orden económico. En este proceso también resulta poco menos que obligatoria la unanimidad: Catalunya como quintaesencia depurada por siglos de opresión y de historia reivindicativa contumaz. El hecho de que tal unidad quintaesenciada no tenga nada que ver con la realidad palpable de todos los días, es lo de menos. De nuevo se levanta el decorado de una Cataluña oficial de cartón piedra en el escenario, mientras por detrás de las bambalinas circulan una realidad y una historia diferentes.
Tensar la cuerda de ese modo tiene consecuencias. Hace unos días sostenía Raül Romeva, ex eurodiputado, que Catalunya está partida en dos, entre los demócratas y los no demócratas. Se trata de una verdad del barquero, tan cierta como la de que puede establecerse una división entre quienes tienen trabajo y quienes no, quienes comen tres veces al día y quienes no, quienes tienen o no tienen medios para pagar el alquiler de la vivienda o las medicinas prescritas que no entran en la lista del seguro. La distorsión de Romeva consiste en sugerir que el hecho esencial en la vida de Cataluña es el procès, y que quienes lo defienden son demócratas, y quienes no, no.
Una falsedad que pertenece al mismo orden que los viejos sermones de l’avi Pujol, en la medida en que considera como Cataluña solo aquello que aparece a la luz de los focos mediáticos, y se olvida de todo lo que existe más allá del escenario. Hay, ciertamente, una Cataluña democrática y otra que no lo es, pero las fronteras entre una y otra son transversales al procès. Porque ni Cataluña se reduce al procès, ni el procès define la identidad de Cataluña.
Hay una prueba del algodón de lo que estoy diciendo, y resulta bastante penosa de contar. El escritor y enigmista Màrius Serra estaba sentado el otro día en una terraza de la Rambla, y escuchó casualmente cómo otro escritor, Ferran Toutain, hablaba en la mesa vecina con una editora, en contra de la independencia. Serra se hizo un selfie en el que aparece al fondo la pareja que conversa, y tuiteó las opiniones expresadas por Toutain, la foto y algún comentario de condena de las posiciones “anticatalanas”.
La democracia no es nada si no respeta las opiniones contrarias. Lo que hizo Serra – que luego ha pedido perdón, como viene a suceder con frecuencia a quienes son más rápidos en oprimir las teclas del tablet que sus propias neuronas – es calificable como de antidemócrata; peor aún, de espía y de delator ante una comunidad marcada por el estigma de la intransigencia.
Si en alguna efemérides histórica la nación catalana llega a alcanzar la independencia, roguemos porque no sea “esa” independencia. Si llega a tener un Estado propio, conjurémonos todos porque no sea “esa” clase de Estado.
 

jueves, 25 de junio de 2015

NI CONTIGO NI SIN TI


Estoy de nuevo en Grecia. En el momento de despegar el avión existían, según los arúspices, grandes posibilidades de acuerdo en el Eurogrupo, y las bolsas europeas subían como la espuma. Consumado el descenso a tierra, las cosas siguen tan mal como estaban o peor, y las cotizaciones retroceden. El ministro de Finanzas alemán Wolfgang Schäuble ha dicho entre medias que la última propuesta griega es un paso atrás, y que ahora es más difícil que nunca el preceptivo visto bueno de la Unión Europea.
He tanteado los ánimos de mi familia griega, y noto que no ha aumentado tanto la indignación como el fatalismo. Las cosas tomarán un rumbo u otro, dicen, pero no depende ya de Tsipras ni de Varoufakis, y además quedarse o salirse del euro no será tan diferente. Dentro o fuera las normas son las mismas, los bancos se comportan de forma parecida, las autoridades monetarias imponen la misma austeridad a los pobres y toleran el mismo desenfreno de los ricos. El Grexit no ayudará a conjurar el Brexit, argumentan; más bien al contrario, los euroescépticos crecerán en todas partes. Y nadie, a excepción de los jefes del Bundesbank, va a entender las razones arcanas del cabreo moruno del ciudadano Schäuble, que truena como si fuera el mismísimo Jehová en la cumbre del Sinaí.
Lo que le ocurre a Grecia ya le pasó a Edipo. Mató a su padre y se folló a su madre, vaya, eso no está ni medio bien, pero es que no sabía quiénes eran, nadie se lo había dicho. Le jugaron entre todos una mala pasada al ocultarle información sensible. Eso también habría que tenerlo en cuenta ¿no? Pues no, las Furias se le echaron encima como lobas, dispuestas a descuartizarlo y esparcir sus restos por el monte. Y eso que él se había sacado los ojos, decidido a no ver por más tiempo el mundo horroroso en el que vivía.
Pero ni así apaciguó a las Furias. Las Furias, es decir: Lagarde, Schäuble, Draghi, Dijsselbloem, De Guindos. Pueden ir añadiendo nombres, por ejemplo el de Luis María Linde, gobernador del Banco de España, que se sale ahora con la petenera de la quiebra inevitable del sistema de pensiones y alerta al pobrerío en general de que cotizar en la seguridad social no va a salvar a nadie de la quema.
«¡Los pobres sois culpables, aunque no sepáis por qué!», claman los ricos poseídos por las Furias. «¡Vaya cara, ir a pedir a los ricos que os saquen las castañas del fuego! ¡Espabilad! ¡Los ricos tienen otros problemas!»
En resumidas cuentas, lo que ocurra el próximo 30 de junio no va a tener tanta trascendencia. Si Grecia sale del club del euro, será la catástrofe, la devaluación, la caída en el abismo de la miseria social. Pero si se aceptan las condiciones de Schäuble, el resultado será el mismo, por otras vías.
Y lo que vale para Grecia, vale para el resto de la cofradía, y desde luego también para España. Los jerarcas del FMI nos lo han recordado con escasa amabilidad hace pocos meses. El gobernador señor Linde ha vuelto a decirlo hace nada, con modales que van desde la impertinencia hasta el humor negro tan viral en las polémicas de las redes sociales, en los tiempos que corren.
Si esto sigue así, habrá que colgar en el frontispicio de la Unión Europea un cartel con aquel verso del Dante: «Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate.»
 

martes, 23 de junio de 2015

GRECIA EN EL AIRE


Lo contó Tucídides, en La guerra del Peloponeso. El ejército espartano se había desplegado frente a los muros de Atenas, la juventud de las dos ciudades griegas más poderosas estaba impaciente por combatir, flotaba en la atmósfera la expectación y la incertidumbre. «Hellás ápasa metéoros in», toda Grecia estaba en el aire, en vilo.
Pedro Olalla, helenista, escritor, cineasta, ha dado ese título, Grecia en el aire, a un libro (Acantilado, Barcelona 2015) escrito entre 2010 y 2014, cuando Grecia volvía a estar en vilo, prendida de una amenaza directa a su propia existencia. Es un paseo sugerente por las piedras de la vieja ciudad, madre de la democracia, desde la Colina de las Ninfas (capítulo primero) hasta la plaza Sintagma (último capítulo). Cada parada del recorrido da pie a una reflexión in situ sobre las instituciones que se dieron a sí mismos los atenienses y sobre el significado que aún conservan veinticinco siglos después y en unas circunstancias diametralmente distintas.
Grecia está en el aire; está en el aire Europa, también. Solo la ignorancia sumada a la prepotencia puede considerar como una solución factible a un problema de deuda financiera la humillación deliberada y prolongada de un pueblo y eventualmente su separación, como si se tratara de la rama podrida de un árbol que solo podrá reverdecer cuando aquella haya sido amputada.
Es justo al revés. Dejad caer a Grecia y caerá con ella Europa, un sueño colectivo hecho añicos en el suelo. La imagen más dolorosa de las noticias de ayer ha sido la de Tsipras sentado a la mesa entre Hollande y Rajoy, que ponen cara de decir a los espectadores potenciales: “no se confundan, nosotros no tenemos nada que ver con este señor.”
La falta de empatía entre los gobiernos ha sido unánime, escenificada por un alumnado dócil a la férula de la maestra señorita Rottenmerkel. Los buenos discípulos recibirán las bandas de honor, lo malos las orejas de burro y una hora de castigo cara a la pared. Al final, habrá medidas provisionales de gracia y se admitirán a trámite las mismas medidas que Grecia había presentado por cuatro veces hace ya meses, y que entonces no fueron consideradas ni estudiadas por mor de una escenografía presidida por la desigualdad rampante: el desprecio de los ricos, la humillación permanente de los pobres.
Esto no es una Unión Europea, perdonen; es una mierda pinchada en un palo. Una mierda de un volumen considerable, un palo pringado en toda su longitud.
Donde los gobiernos han agachado la cabeza frente al poder monetario, los pueblos deben hablar. Suscribo en todos sus términos el llamamiento de mi amigo José Luis López Bulla (1) a alzar la visual más allá de las perspectivas aldeanas y defender en la calle lo que, por ser de nuestros hermanos griegos, es nuestro también.
No basta un aplazamiento de la sentencia, una prórroga de los plazos taxativos, un leve endulzamiento de las condiciones draconianas que insufle en las bolsas europeas el optimismo de que todo va a acabar «bien». ¿Bien? Se están abriendo llagas y heridas cada día más difíciles de resanar; se está tratando como parias a quienes tienen estatuto de iguales en una empresa común. O se asientan desde sus fundamentos los pilares de una nueva Europa democrática y solidaria, o toda la verborrea que reproducen hoy los periódicos no pasará de la categoría de los paños calientes para un paciente en estado terminal.
 


 

lunes, 22 de junio de 2015

VENEZUELA


Un artículo de Antonio Navalón, hoy en El País, me ha dejado perplejo. El titular es grandilocuente, «Europa fracasa en América», y el subtitular todavía más rotundo, «Miedo a la libertad.» Luego de esos clarinazos iniciales, el artículo no habla tanto de Europa y América como de España y Venezuela. El mensaje en sí y el destinatario del mismo no acaban de estar claros.
Me explico con una cita literal: «Venezuela se va convirtiendo no sólo en la gran moneda de cambio de la estabilización de América Latina, sino en la gran prueba de fuego que determinará quién está dentro y quién fuera del negocio y del desarrollo futuro en la región.» Afirmación que se remacha en el párrafo siguiente: «Pero el Gobierno de Mariano Rajoy no ha tenido la sensibilidad de entender que la única manera de que las empresas españolas sigan siendo líderes en la América que habla español es ejercer el liderazgo y después convencer a sus socios europeos.»
Ejercer el liderazgo significa, en el contexto, condenar de forma explícita el régimen de Maduro y conseguir que la UE en peso lo condene. Parece haber alguna relación entre esa cuestión y el problema de quedar “dentro o fuera del negocio”, de modo que no queda claro si el objetivo de la condena que se propugna es la defensa de la libertad, la democracia y los derechos humanos, o bien defender los flujos del comercio exterior con la región. Tampoco acaba de quedar claro si el proclamado liderazgo español se refiere a nuestro propio sistema político (habría que preocuparse en ese caso por la merma de imagen y de autoridad moral derivada de los procesos por corrupción o de la aprobación de la Ley Mordaza), o bien a los intereses de las firmas comerciales españolas presentes en Venezuela. Cuando se sube al púlpito a pontificar, conviene no enredar las churras con las merinas.
Venezuela está de moda en nuestro país. Hace unos días Mariano Rajoy se refirió al nuevo Ayuntamiento madrileño como un dron teledirigido desde la gran república sudamericana. Pudo ser un exabrupto poco meditado y mal medido. Más difícil es explicar a qué fue Felipe González a Caracas, en un viaje relámpago reiteradamente anunciado, aplazado en varias ocasiones, y finalmente precipitado en su regreso sin mayores explicaciones.
Mario Vargas Llosa ha descrito el viaje de González como un gran éxito, «que sirve a la oposición democrática al chavismo al tiempo que imparte una lección a la izquierda latinoamericana y europea.» Soy el primero en admirar la capacidad de fabulación del Nobel peruano, pero una afirmación semejante debería estar corroborada por algún resultado concreto, para poder ser aceptada en sus términos. De alguna manera, el artículo de Navalón viene a desmentir el balance de Vargas Llosa: ni la oposición al chavismo levanta cabeza, ni la Unión Europea se aviene a condenar ni siquiera retóricamente al régimen venezolano, ni tampoco avanzan de forma significativa las relaciones comerciales bilaterales con España ni con el conjunto de Europa.
Sería interesante conocer más a fondo por qué razón, y por cuenta de quién, fue González a Venezuela. Si fue a hacer política o propaganda, y en este último caso, propaganda de quién o de qué.
 

domingo, 21 de junio de 2015

MALOGRAR EL TALENTO


El otro día les hablé, de refilón y a propósito de una cuestión distinta, del estreno de nuestras chicas en el Mundial de fútbol femenino. La cosa ha terminado mal. Eliminadas en su grupo con un empate y dos derrotas, y con una carta abierta firmada por las 23 en la que se quejan de las deficiencias de preparación que les han impedido llegar más lejos.
Se trata de un tema menor, me dirán ustedes. De acuerdo, pero si hemos de esperar a que todos los temas mayores avancen viento en popa para empezar a preocuparnos por las menudencias, nos dará la intemerata antes de poner remedio a cosas que lo tienen.
Ignacio Quereda, seleccionador de las féminas españolas desde hace 27 años, está preocupado por esa carta de protesta. No la entiende, porque todo había ido como una balsa de aceite. Se siente satisfecho a medias también con el resultado obtenido, con una sensación «agridulce». El problema de no haber llegado más lejos está para él en algo muy sencillo: «La pelota no quiso entrar.» Deficiencias de preparación no cree que haya habido, puesto que la Federación puso en sus manos todo lo que él pidió. Árnica, supongo, agua milagrosa, espinilleras y gomas para recoger las melenas en trenzas o cola de caballo.
Quereda se esforzó ante los periodistas en elogiar el comportamiento impecable del presidente de la Federación de Fútbol, Ángel María Villar. Villar lleva tantos años como Quereda al frente del fútbol español; ni uno ni otro tienen intención de dimitir. En su opinión, lo están haciendo muy bien. En el caso del Mundial femenino, han cubierto el expediente de forma airosa, ¿por qué entonces se les reclaman responsabilidades? Villar es uña y carne con Sepp Blatter, presidente de la FIFA dimitido después de que se conociesen historias feas de corrupción. No voy a tocar esa cuestión, solo pretendo centrarme en el caso del seleccionador y de las 23 seleccionadas.
Dicen las chicas que llegaron a Canadá sin tiempo para aclimatarse antes del primer partido, sin amistosos de preparación, sin estar en una condición física adecuada. En este último tema, Quereda parece darles la razón. «Nuestra condición física respecto a otras selecciones es inferior. La Federación no tiene nada que ver en eso y yo no entiendo nada. La responsabilidad es absolutamente mía.» No quiero hacer sangre en relación con ese «yo no entiendo nada»; puede que se haya querido referir a otra cosa.
El problema de fondo es el talento malogrado debido a un enfoque federativo rutinario. Yo empecé a interesarme en el fútbol femenino debido a una jugada que pasaron repetida varias veces en las telenoticias. En una final de la Copa de la Reina, hará un par de años, Alexia Putellas, jugadora del FC Barcelona, escorada con el balón en la banda derecha, se deshizo de su marcadora con una croqueta, dejó atrás con un regate seco a otra defensa, sentó en el suelo con una finta a la guardameta, que había salido a cubrir puerta, y poco menos que se metió ella misma en la portería detrás de la pelota.
Alexia no era la figura del equipo. Contó en una entrevista su emoción por la trascendencia de su gol en los medios, y la feliz circunstancia de que hubiera ocurrido en una final de copa con 5.000 espectadores (?), cuando la asistencia normal a sus partidos era de 50 personas.
Alexia estuvo en la selección de Quereda, con jugadoras de categoría más contrastada como Vero Boquete, Natalia, Vicky, Jenny Hermoso, Sonia Bermúdez o Marta Corredera. Grandes jugadoras de las que debió sacarse mejor partido con una pizca de voluntad y de profesionalidad por parte de los estamentos.
En otros deportes se ha demostrado la competitividad de las mujeres españolas en el ámbito internacional, su capacidad de superación y su falta de complejos. En atletismo, son ya varios años en los que los resultados femeninos son consistentemente mejores que los masculinos; en natación, ellas son prácticamente las únicas que compiten; en baloncesto, balonmano, waterpolo, hockey, están cuando menos a la altura de los varones. La carta abierta de las 23 demuestra que nuestras futbolistas tienen el mismo orgullo y la misma conciencia de su valía que otras compañeras deportistas.
Es lamentable que su esfuerzo y sus cualidades se hayan malogrado en una ocasión tan señalada.
 

sábado, 20 de junio de 2015

LA BIBLIA ES UN PAQUETE PARA PRINCIPIANTES


Cuando leí, hace ya algunos años, el libro Una historia de Dios (Paidós 1995, trad. de Ramón Alfonso Díez Aragón), pensé que Karen Armstrong había hecho con las religiones la misma operación que Karl Marx con la filosofía idealista de Hegel: les había dado la vuelta, porque solíamos verlas cabeza abajo, y las había plantado con los pies en el suelo.
Hoy viene en el “Babelia” una excelente entrevista con Armstrong, firmada por Ricardo de Querol. Las preguntas son oportunas, las respuestas contundentes. No hay desperdicio a lo largo de la entrevista, todo alimenta. El único fallo, eso sí, clamoroso, es el titular. El titular dice: «Nuestro laicismo está pasado de moda.» No es solo que la frase haya sido extraída con fórceps de su contexto. Es que la frase en sí es tonta. Es difícil encontrar otra frase más tonta todavía como cabecera de una entrevista tan buena, pero puedo proponerles una: «La aparición del compact disc ha dejado obsoleto a Dios.» Eso también se dice (de alguna forma, en algún sentido) en la entrevista; escoger la frase como titular del conjunto sería peor que frivolidad: pura necedad.
Vamos entonces a las afirmaciones centrales. La principal: la religión es una creación humana. No desciende de arriba, se proyecta desde abajo. Es una proyección de la mente del hombre, de su personalidad, de su deseo de trascendencia. Es una proyección positiva. Como pueden serlo también el sexo, el arte o la gastronomía, dice Armstrong. Y de la misma manera que ocurre con esas otras tres realidades, hay religiones buenas e incluso muy buenas, y otras malas, e incluso muy malas. La bondad y la maldad no están en principio en la estructura misma de las religiones en cuestión, sino en la forma como se utilizan.
Es preferible entonces que las personas comprendan e integren en su proceso educativo la naturaleza y los fines genéricos a los que sirven las religiones. La ignorancia y la prohibición son contraproducentes, porque una mala comprensión puede ser desastrosa. Armstrong señala que algunos reclutas del Estado Islámico llevaban en su equipaje un ejemplar de “El islam para tontos”. Eso viene a ser una prueba a posteriori de su capacidad de interpretación de los preceptos coránicos. Pero en tiempos de crisis, cada cual se agarra a las certezas precarias que puede encontrar.
En cuanto a la Biblia, Armstrong excluye que se trate de textos revelados, que desarrollen un relato coherente y científicamente comprobable, que estén libres de contradicciones internas. La Biblia, dice, es un pack para principiantes, una colección de rudimentos para quien aspire a refinar en un nivel superior su experiencia religiosa.
Hay tres afirmaciones más en la entrevista que en mi opinión merecen ser destacadas y subrayadas. Ahí van:
«Todas las tradiciones tienen que evolucionar constantemente para decir algo y tener sentido para la gente muchos siglos después. Las religiones tienen que evolucionar o están muertas.»
Pretender que la religión de uno es la única verdadera «es ego humano. Como cuando decimos que nuestro país es el mejor.»
«Creo que esa [separar religión y política] es una buena idea, y es una buena idea para la religión. Porque una vez que la religión tiende lazos con los aparatos del Estado, pierde muchos de sus ideales.»

miércoles, 17 de junio de 2015

TRAYECTORIA DE COLISIÓN


Después de partir en dos el país, Artur Mas ha roto también su gobierno y la coalición que lo sostiene, ha firmado la defunción de CiU y piensa concurrir a unas elecciones perdidas de antemano revestido de una lista propia, la “llista del president”, formada por sus incondicionales y por personalidades independientes de un prestigio incuestionable, pero cuyos nombres aún nadie conoce.
Eso ocurrirá a finales de septiembre, y estamos a mediados de junio. Enseguida va a llegar la dispersión del verano. Mas cuenta para un despegue instantáneo en la rentrée con el efecto microondas de una gran manifestación patriótica el 11 de Septiembre. Pero es más que dudoso que un acto de masas festivo en la Avenida Meridiana de Barcelona tenga la capacidad de arrastre para llenar las urnas de votos soberanistas y conseguir una mayoría (¡incluso “pírrica”!) de la que hasta la fecha no ha habido noticia.
En cualquier caso, no habrá más intentos: Mas ha declarado que si el “plebiscito” se salda con un fracaso, él se retirará de la política. Es una buena noticia, pero sería aún mejor si anunciara su retirada ya desde ahora mismo. Una recomposición de lugar a partir de la correlación real de las fuerzas en presencia evitaría una frustración histórica a un país y unas gentes que no la merecen.
Tal como están las cosas, el 27S se delinea como el acto final de una fuga hacia delante absurda, en varias etapas. Recuerda en cierto modo al general Custer dirigiendo la carga del Séptimo de Caballería contra el pueblo sioux acampado junto al Little Big Horn, a Alonso Quijano embistiendo contra los molinos de viento, y más aún a la escena final de Thelma y Louise. Hay algo de locura iluminada en ese choque frontal contra el lienzo más grueso y más alto de la muralla, en el momento mismo en que en otros puntos de la misma se están abriendo portillos, creándose complicidades, apuntándose soluciones de urgencia y vías de avance.
Soluciones y avances que, claro está, a Artur Mas no le interesan. Él prefiere combatir a una España monolítica desde una Cataluña también monolítica. Por más que el monolitismo esté desmentido en los dos casos por los datos fácticos y las realidades visibles. Ha trazado una hoja de ruta inamovible, y la ha trazado de modo que entre en trayectoria de colisión. ¿De colisión con qué? Con todo. Después de las elecciones plebiscitarias, que solo podrían ganarse por una mayoría mucho más exigua que la exigida por ejemplo en los referéndums de Escocia y de Quebec, vendría la DUI, la declaración unilateral de independencia, y después, de no producirse interferencias desagradables, se iniciarían las negociaciones y pourparlers con el gobierno de España, que ya se sabe lo que va a decir; con la Unión Europea, que también; con la ONU, que no dirá nada; con la OTAN, con el Banco Mundial, y con cualquier país de buena voluntad que acceda a escuchar a los embajadores del nuevo Estado autoproclamado.
Al final de una noche tan larga como hipotética de frenesí, la única realidad palpable sería la que suele aparecer en tales casos: los pies fríos y la cabeza caliente.
Al parecer algunos empresarios catalanes se han dirigido a Mariano Rajoy para pedirle que adelante las elecciones generales y frustrar así el plebiscito catalán. No sé quién ha ideado esa gestión, ni qué se pensaba que ocurriría. Rajoy, que tiene sus propias preocupaciones, se ha negado a la maniobra con un argumento sentencioso: «Las elecciones se hacen cuando toca.» Hay un eco irónico del ex honorable Jordi Pujol en la expresión: ara toca, ara no toca.
Pero al margen de ese grupo de empresarios naïfs, el país no parece particularmente abrumado por la fatalidad de un destino megalómano. Para el verano se desprogramarán algunos desahucios anunciados, se repartirán en las colonias de vacaciones miles de comidas a escolares de familias en precario, y se celebrarán con mayor o menor lucimiento las fiestas mayores en las poblaciones de la costa y del interior, presididas por sus munícipes recién estrenados. Después la Diada será un éxito, como todos los años. Y el día 27 de septiembre, la gente acudirá a votar.
Con normalidad.
 

martes, 16 de junio de 2015

LA SENSATEZ EN EL CENICERO


Hay cosas que maldito si se entienden. Que un fulano capaz de considerar “humor”, negro o de cualquier color, burletas a costa de víctimas reales de salvajadas históricas, se postule como concejal de cultura en cualquier lugar, es comprensible: la ambición es libre. Que su formación política designe precisamente a ese zascandil, entre mil otras personas posibles, concejal de cultura, se comprende también, con esfuerzo, a partir de presuponer que se han juntado en este caso concreto, por parte de la secretaría de organización, el desconocimiento de los hechos y la precipitación. Pero que, una vez dimitido el fallido edil de Movidas y Cubatas de su sillón, a cuenta de la indignación producida por el conocimiento de sus gracias no tan lejanas en el tiempo, la alta dirección del partido alabe su “responsabilidad” y lo mantenga en el equipo de gobierno, maldito si se entiende.
No valen las comparaciones con otros casos achacables a diferentes fuerzas del espectro político. Son casos conocidos y más graves, denunciados en todos los tonos, abochornantes. En efecto. Pero esos casos corresponden a otros, a aquellos a los que precisamente combatimos. Siempre resulta más fácil tirar la primera piedra que reconocer en público que uno mismo no está libre de pecado. Pero fíjense, por ahí empieza la regeneración deseada de la política; ese es el primer paso inexcusable para limpiar la pocilga. Otra actitud significa de modo inevitable una recaída en lo mismo que se critica, la vuelta tediosa al “y tú más”.
Ya los poncios se han hecho cruces del programa de la nueva alcaldesa de Madrid, y lo han calificado de “disparate”. Los medios próximos al poder persisten en describir a Manuela Carmena como un lobo feroz disfrazado de abuelita. Este es un asunto serio, estamos en la “centralidad” soñada y no delante de una pantalla de play-station. ¿Exageramos si pedimos a los compañeros de trinchera una dosis mayor de sensatez, antes de que se nos vayan en humo los objetivos penosamente alcanzados hasta ahora, y los mucho mayores que restan aún por conseguir?
 

lunes, 15 de junio de 2015

POSTBIENESTAR


Según datos del estudio Impact presentados en un congreso médico en Santa Eulalia del Río (Ibiza), en solo cuatro años las depresiones graves han experimentado en España un aumento del 2,3%, y las menos graves del 1,8%. Los años en cuestión son los que van de 2006 a 2010; en medio, el estallido de la crisis.
No es solo la depresión. Han crecido más incluso, proporcionalmente, la dependencia y el abuso del alcohol; algo menos, otras patologías tales como la ansiedad (1,9%) y la angustia (1,8%). La cuestión de los suicidios es controvertida. Según un titular de la información que manejo (El País 15.6), el informe señala que se ha dado un aumento en cifras absolutas, pero “no significativo”. De la lectura del artículo se desprende otra cosa. Según el Instituto Nacional de Estadística, el número de suicidios subió de 3.158 casos en 2010 a 3.870 casos en 2013, pero en este último año hubo un cambio metodológico, lo que oscurece la significación de las cifras por falta de homología.
Bien, pero no es igual decir que es prematuro aún evaluar la significación de un aumento considerable en el número de suicidios, a sostener que tal significación no existe en absoluto.
Hay una realidad detrás de las estadísticas: la sociedad española está más enferma, más inerme, más abatida. La depresión afecta sobre todo a personas jóvenes, y representa el 10% del total de las bajas laborales, con una duración media de 36 días. Un trabajo presentado en la misma ocasión, basado en entrevistas a más de 1.000 personas, señala que la depresión es hoy una situación sintomática en la población laboral. Los estratos sociales con peores resultados son las mujeres, los mayores de 55 años y los empleados de empresas pequeñas; en una palabra, los colectivos más desprotegidos y por consiguiente los que tienen más miedo de perder el empleo. Un 37,4% de los encuestados «no sabe lo que haría» en caso de padecer una depresión; otro 30,1% sí lo sabe: no se lo diría a nadie. El número de quienes se declaran dispuestos a no coger la baja en caso de sufrir una depresión se eleva al 64%; dos de cada tres trabajadores.
Quizás el gobierno y la gran banca no son conscientes del todo de esa situación, o bien la consideran un mal menor, algo así como los huevos que hay que cascar para freír la tortilla. Hoy mismo, en la inauguración de un curso de economía en Santander han coincidido el ministro de Hacienda Cristóbal Montoro y el presidente del BBVA Francisco González. El primero ha dicho que se está trabajando duro para consolidar la salida de la crisis y atajar la corrupción, a la que ha definido como una situación heredada. González ha atacado el populismo, «un viaje a ninguna parte que pagan siempre los más débiles», y no le han dolido prendas para afirmar: «En 2011 este país estaba al borde del desastre y hoy es al que todo el mundo mira. No es una cuestión ideológica. La prueba de la efectividad es el crecimiento de España. Lo demás son sueños de una noche de verano.»
 

domingo, 14 de junio de 2015

EXCÉNTRICOS Y SECTARIOS


El presidente del partido apostólico ha lamentado en un tuit que muchos de sus correligionarios se hayan visto apartados de las tareas de gobierno de municipios importantes (luego vendrá el turno de las autonomías) debido a «pactos excéntricos y sectarios», y ha prometido seguir trabajando «desde la centralidad». No son declaraciones retóricas (bueno, no del todo); hay una idea de fondo detrás de ellas.
Para empezar, es importante lo que no se dice: ninguna referencia a las causas del retroceso del PP en todos los frentes, y en particular a la más visible de todas, el lodazal de corrupción en el que se han convertido sin casi excepción las administraciones del PP en todos los niveles. Mariano Rajoy es partidario de un silencio atronador en ese tema. Estima que lo que no se dice no tiene carta de naturaleza, y lo que no tiene carta de naturaleza no existe. Si él no habla de ella y no escucha lo que otros dicen sobre ella, la corrupción como elemento sustantivo de la vida política tiende a desaparecer. Mariano se sitúa en las antípodas de la autocrítica: a lo más que ha llegado, muy presionado por la prensa, es a admitir la existencia de «alguna cosa».
Alguna cosa insignificante, por supuesto. Nada en comparación con unos pactos excéntricos y sectarios, que él se dispone a combatir desde la centralidad.
¿Quién es el destinatario del mensaje? Desde luego, no la ciudadanía. Otra de las características principales de Mariano es la falta de comunicación con la “gente”, en la acepción más común de esta palabra. Es un defecto que se le ha reprochado, y él ha prometido enmendarse, pero lo ha dicho mirando al tendido, pensando en otra cosa. Está convencido de la existencia inmutable de una mayoría natural, que no solo es silenciosa, sino que tampoco necesita explicaciones. Esa mayoría sabe lo que hay que votar en cada ocasión por comunión espiritual con el derecho natural, y en su defecto o extravío, por el prudente asesoramiento del confesor. La televisión y el twitter son mandangas.
¿A quién se dirige entonces el tuit de Mariano? Obviamente a la clase política; y de ella, de forma específica al primer partido de la oposición; y dentro del primer partido de la oposición, a aquellas instancias de poder tradicional proclives a una contrarreforma capaz de detener la deriva que están tomando los negocios de la política patria. De tener que señalar una persona concreta como destinatario específico del tuit de Rajoy, yo diría que se trata de Felipe González, y que el fondo del mensaje es más o menos el siguiente: «Colega, ¿pero qué está haciendo ese chico tuyo? A ver si le dais un buen tirón de orejas, antes de que la sangre llegue al río.»
Rajoy apela a lo de siempre: habla de «centralidad», y eso significa en su lenguaje orden, constitución, bipartidismo, statu quo. El pecado de los pactos es que son “excéntricos”, es decir que funcionan contra el sistema establecido, contra las normas usuales de gobernanza y de administración «como dios manda», lo cual no quiere decir ni mucho menos una administración libre de corrupción, sino más bien colocada en manos seguras, fiables y homologadas por los organismos internacionales pertinentes.
Los pactos serían buenos en una situación como la presente, insinúa Rajoy, siempre y cuando no fueran «sectarios». Lo cual es fácilmente traducible como pactos protagonizados por el PP y el PSOE, las fuerzas principales del establishment, las que han sostenido el sistema desde el año 1978. Rajoy insinúa la posibilidad de reformas no de gran calado (ahora mismo apunta a un recambio de gobierno), para apuntalar el sistema desfalleciente.
Es posible que el mensaje del presidente caiga en saco roto. En el PSOE ha habido un proceso de remozamiento, la generación del 78 ha pasado a la reserva, el nuevo secretario general Pedro Sánchez se ha fortalecido con el paso de los días a partir de unos inicios dubitativos, y en el proceso post-elecciones se ha puesto a punto una panoplia diversa e interesante de compromisos y aperturas hacia otras fuerzas, hacia fuerzas «excéntricas» en el lenguaje mariánico. Conviene a todos profundizar en esas experiencias y renovar y extender pactos «sectarios» no exactamente contra el Partido Popular ni contra la derecha, sino contra el inmovilismo absoluto en el que se ha estancado la vida política y que, como ocurre con las aguas pantanosas, ha sido el caldo de cultivo de toda clase de miasmas nocivos y organismos parasitarios.
 

sábado, 13 de junio de 2015

«SI LAS CRITICO, LLORAN»


El machismo rampante está de enhorabuena: tres altos responsables públicos de actividades muy diferentes han dejado en los últimos días el testimonio inapreciable de su desdén hacia lo que sin duda siguen considerando – en la intimidad – el “sexo débil”. Sus declaraciones resultan aleccionadoras. Las reproduciré sin dar sus nombres, siguiendo la máxima piadosa de decir el pecado pero no el pecador.
Primero tenemos a un alto cargo deportivo internacional. Se está celebrando el Campeonato Mundial femenino de fútbol, y la organización recibió varias quejas. La más importante se refería a los campos de juego, de césped artificial, algo que jamás se ha tolerado en las competiciones masculinas de primer nivel. Otras críticas se centraban en los alojamientos, los medios de transporte, etc., todo ello de calidad cuestionable. Cuando fue informado del asunto, el antedicho mandatario vino a decir lo siguiente: «No estoy dispuesto a gastar más dinero para cuatro lesbianas.»
Uno se pregunta qué relación tienen las preferencias sexuales con las condiciones de un evento deportivo. Queda también por averiguar si la actitud del gerifalte habría cambiado en el caso de que las lesbianas fueran veintisiete, por poner un ejemplo, en lugar de cuatro. La consecuencia principal de la tremolina no ha sido la mejora de las instalaciones, sino que se haya implantado en los Campeonatos un control de sexo de las participantes. Como quien dice, una humillación añadida.
Por cierto, las chicas de la selección española se han clasificado por primera vez para una competición de esta categoría. Es una ocasión histórica, aunque la atención de los medios nacionales prefiera detenerse en otros asuntos. Desde aquí les deseo a todas que lleguen lo más lejos posible en esta fantástica aventura.
El segundo caso es el de un científico, galardonado años atrás con el premio Nobel de su especialidad. En el curso de una conferencia, explicó así las complicaciones que trae la convivencia de personas de los dos sexos en un laboratorio: «Yo me enamoro de ellas, ellas se enamoran de mí, y si las critico, lloran.»
Un científico debería ser más preciso en sus afirmaciones. Este en concreto ha universalizado conductas que afectan seguramente a “algunas” mujeres, no a “todas” las mujeres como género. Se habrá enamorado de algunas, algunas se habrán enamorado de él, y algunas se habrán echado a llorar al oír sus críticas. Otras, no, pondría la mano en el fuego. Si en lugar de mujeres habláramos de varones en el laboratorio, y limitándonos a las llantinas para no entrar en honduras de un orden distinto, seguro que también algunos le han llorado. Y otros no. El lagrimeo no es exclusivo de la condición femenina.
Lo que sí es seguro es que, dado el caso de una jefa y un subordinado varón, este (salvo remotas excepciones) no se echará a llorar si aquella le critica su trabajo. Va en ello el orgullo viril. También es prácticamente seguro que más de uno reaccionará a la reprimenda comentando luego con los compañeros: «Lo que está necesitando esa guarra pedorra es un buen polvo.» Las cosas de la vida, no nos hagamos ilusiones, son así, nos gusten o no nos gusten.
El tercer caso es el de un alcalde que perdió recientemente las elecciones. En una entrevista le preguntaron cómo pensaba que lo haría la cabeza de lista de la opción ganadora, una mujer. Y él contestó: «Supongo que lo hará bien, porque es muy mandona.» El machismo en este caso es un poco más sutil: se basa en la apreciación subyacente de que lo natural en cualquier terreno de lo público es que quien mande sea un varón, y no una mujer, dado que la mujer (por lo menos la mujer como dios manda) es sumisa por naturaleza.
Cierto que el hombre podía además sentirse algo escocido por el hecho de que su previsible sucesora le había obligado a paralizar la firma de cuatro grandes contratos municipales, que él pretendía ultimar aprovechando el tiempo en que seguía aún de alcalde en funciones.
Queridas compañeras feministas, ¡cuánto trabajo aún por hacer!
 

viernes, 12 de junio de 2015

CREACIÓN DE DESEMPLEO


Carmen y yo somos asiduos de los conciertos de l’Auditori. En mi caso, la pérdida auditiva ha multiplicado la añoranza por la gran música oída en directo, lo que me evita las pequeñas distorsiones generadas en mis audífonos en la reproducción por medios eléctricos. Es  uno de los lujos, pequeños en cuanto al precio, enormes en la satisfacción que me producen, de los que no estoy dispuesto a prescindir.
A partir del 30 de abril nos hemos visto acompañados a la entrada y la salida de las audiciones por los chicos y chicas del servicio de acomodación y personal de sala, que montaban mesas de firmas y repartían octavillas sobre la huelga indefinida que están protagonizando. Además de firmar en solidaridad con sus reivindicaciones y de aportar pequeños donativos para la caja de resistencia, hemos charlado con ellos y ellas cuando teníamos algún margen de tiempo antes del inicio del concierto. Much@s son estudiantes de música, gente con simpatía y predisposición hacia quienes formamos los auditorios habituales de esas expresiones artísticas.
El sábado 9 de mayo, en un concierto de la OBC, después de que dos huelguistas colocados delante del escenario mostrasen durante un tiempo muy breve una pancarta en demanda de solidaridad, un responsable de la empresa salió al proscenio con la intención de pedirnos “disculpas” por la situación. Fue abucheado ruidosamente por toda la sala y desapareció sin llegar a explicarse. El jueves siguiente los mossos realizaron una exhibición innecesaria de músculo contra un piquete pacífico. Una trabajadora fue despedida, acusada de violencia.
A partir del 4 de junio la huelga indefinida se ha extendido de l’Auditori al Gran Teatre del Liceu. El sindicato que organiza esa resistencia tenaz es el SUT (Solidaridad y Unidad de los Trabajadores), más en concreto la sección sindical de Manpower Group Solutions, una empresa de trabajo temporal.
El servicio de acomodación no ha sido objeto de ninguna clase de suplencia durante la huelga; quienes guardan la entrada son personas de uniforme de una compañía privada de seguridad, que echan un vistazo distraído a las entradas que les enseñamos. Nadie guía a los espectadores en el interior, cada cual busca su butaca y se acomoda por sus propios medios. No sé de qué modo resolverían los empleados de seguridad posibles conflictos, porque quienes acudimos a ese tipo de actos somos por lo general personas altamente civilizadas, con tendencia a ayudar a quien se haya perdido o haya sufrido algún percance o problema.
La cuestión de fondo en este caso es la adjudicación por la empresa del servicio a través de unas subcontratas anuales o bianuales a las que concurren diversas ETTs que compiten entre ellas presentando presupuestos más y más bajos. Lo cual ha llevado a una degradación acelerada de la prestación: en los cinco últimos años la presencia de acomodadores en las salas se había reducido en un 62%, las jornadas se limitaban a hora y media escasa, y los salarios se habían empequeñecido incluso más en proporción. Esas no son condiciones de trabajo, ni dignas ni indignas: son simple desvergüenza.
El asunto me ha hecho recordar una observación del profesor Vicenç Navarro, que señala la creación de desempleo como una estrategia neoliberal. He dicho bien: creación de desempleo, no de empleo.
Me refiero a la falsa paradoja de facilitar a los empresarios el despido como medio sedicente para crear empleo. No se trata de un arte de birlibirloque, hay una coherencia de fondo en el asunto que se resume para el empleador en la famosa frase de “El padrino”: «Voy a hacerte una propuesta que no vas a poder rechazar.»
El subempleo infraasalariado e infracualificado como ejército permanente de reserva es un submundo prodigiosamente rentable para los dadores de empleo porque facilita el recambio permanente de fuerza de trabajo “abstracta”, minimizando los costes. En condiciones de pleno empleo o de bajo nivel de desempleo, ese recambio permanente no es posible, o por lo menos no es posible a costes tan bajos. Esa es la razón última que conduce a crear desempleo. A la larga renta, y además los minijobs salen resultones en las estadísticas, puesto que computan en ellas igual que un empleo fijo.
El Liceu y l’Auditori son, aparte otras consideraciones, entidades ciudadanas ligadas al prestigio cultural de Barcelona y que reciben por ello algún tipo de financiación o subvención del Ayuntamiento. Sin pretender ni mucho menos agobiar a nuestra nueva alcaldesa y a su equipo de gobierno, me atrevo a pedirles que dediquen alguna atención a este problema, menor en relación con otros muchos que tienen sobre la mesa, pero también sin duda más fácil de solucionar.