Los
sindicatos de trabajadoras y trabajadores están siendo una de las mayores
fuerzas de estabilidad y de cohesión, en una situación crítica para el país. Hoy
la puerta de la sede de CCOO en Barcelona ha sido, de nuevo, atacada y ensuciada
por un piquete de huelguistas. Es un hecho que define la huelga misma y sus
razones.
Esta es una propuesta de explicación, apenas
un par de pinceladas y no un análisis acabado. Si resulta o no acertado en sus
líneas generales, toca a mis lectores decidirlo, más que a mí mismo.
Desde que Mariano Rajoy perdió el gobierno por una moción
de censura votada en una tarde parlamentaria aciaga, de la que él prefirió
ausentarse en beneficio de una larguísima sobremesa alcohólica en un
restaurante de la plaza Independencia, las derechas patrias han intentado
recuperar su puesto en el puente de mando del ejecutivo por medio de tres
grandes operaciones de acoso y derribo de la coalición de progreso.
La pandemia fue la primera coyuntura considerada propicia
para la desestabilización. Los dardos principales se dirigieron, además de a una
condena general del “sanchismo”, contra el ministro Illa, el doctor Fernando
Simón y el líder de Podemos Pablo Iglesias, al que se acusó sin razón alguna de
tener vara alta en la gestión de las residencias geriátricas. (Hay
responsabilidades pendientes todavía, en aquel mini holocausto.) En el Congreso
de los Diputados y en los medios de comunicación afines a las fuerzas de la caverna
y de la taberna (tomo la imagen de una feliz expresión de José Luis López
Bulla), las descalificaciones se convirtieron rápidamente en insultos
descarnados. La crisis sanitaria se gestionó bastante bien, sin embargo, desde
el gobierno; lo cual no atemperó las críticas sino que, muy al contrario, afiló
los insultos con el añadido de mentiras. Vivíamos en el fake, porque
algunos esperaban que este trajera una vuelta de los de siempre al gobierno. En
Cataluña, el mismo procedimiento fue utilizado con la misma finalidad de
socavar la solidez del Ejecutivo y conseguir así un resultado imposible. Desde
ambos flancos, se intentó echar sobre el gobierno de España la culpa íntegra de
la difusión mundial de un virus chino.
El intento fracasó, y llegó a su tiempo una segunda ola que
aportó una mutación en el ADN del Partido Popular. Ocurrió que tanto despliegue
de retórica antipolítica sobre la pandemia y sus circunstancias tuvo como único
resultado constatable el crecimiento desmesurado de la hasta entonces residual
derecha situada a la derecha del PP. Sucesivas elecciones menores dieron el
gobierno de varias autonomías a una coalición PP-Vox, en la que la segunda
fuerza ejercía de clase de tropa y la primera ostentaba los entorchados. El
líder del PP, Pablo Casado, creyó que aquella ola podía llevarle hasta la
Moncloa, sobre todo después de que en la polvareda de la batalla de Madrid se
perdió de forma definitiva la coleta de Pablo Iglesias, bien fuera por un error
de cálculo suyo o por un reconocimiento tácito de que la hazaña que se había
propuesto – ocupar en un salto prodigioso el centro del tablero político –
quedaba demasiado lejos de sus solas fuerzas.
El final de la segunda ola llegó en Castilla y León, cuando
Vox exigió ir más lejos de una disciplina genérica de voto, y Mañueco se vio
forzado a concederle una vicepresidencia y varias consejerías. Se traspasó una
línea rojade nivel internacional, lo cual (es por lo menos mi opinión) provocó
una reacción con guante de seda del Grupo Popular Europeo, que dejó de
considerar fiable a Casado y agilizó su defenestración mediante el entremés de una
conjura de pasillos o de antesalas.
Europa estaba en esos momentos tentándose la ropa ante una
nueva crisis, militar en este caso, motivada por el conflicto muy profundo
entre Ucrania y Rusia, con sucesos previos tales como la anexión de Crimea y
los referéndums favorables a Rusia en Donetsk y Lugansk. Putin se había
contenido en el tiempo de la Administración Trump, porque abrigaba esperanzas de
conseguir sus objetivos imperiales por la vía pacífica, con acercamientos tácticos
a las ultraderechas europeas (curiosamente, también Ucrania se escoró a la
ultraderecha frente a las presiones rusas). La llegada de Joe Biden a la presidencia
de EEUU, y el reforzamiento inmediato de la tela de araña de las bases de la ya
casi considerada obsoleta OTAN en torno a Rusia, hicieron que Putin, un hombre
de los servicios secretos, perdiera la paciencia y muy verosímilmente también
la perspectiva de la situación.
Estalló la guerra, o si ustedes lo prefieren, la “actividad
militar especial”.
Y empezaron asimismo los daños colaterales. El gas, el
petróleo, las redes europeas de transporte de mercancías, el precio de la
electricidad, el peligro de desabastecimiento.
La tercera ola del ataque al gobierno español de progreso ha
tomado pie en esta situación, y revestido la forma exterior de una huelga del
transporte por carretera. Una huelga de características altamente anómalas, y
ahí lo dejo, porque son muchos los análisis justos que he leído sobre el tema.
En el sector son muy mayoritarios los autopatronos y los
autónomos, verdaderos o falsos. Gente sensible a los reclamos simples de Vox, un
partido que se ha situado al hilo de la crisis en el primer plano de la
oposición, por delante de un Feijoo que aún medita cómo situarse. Las redes mundiales
de transporte basadas en el tráfico marítimo de portacontenedores y en la distribución
a partir de los puertos con camiones hasta los centros de consumo, hace tiempo
que han sido criticadas como no sostenibles. La patronal se enfrenta a una
reconversión a muy corto plazo, por motivos de transición energética pero
también simplemente laborales, relacionados con las formas inhumanas de la
prestación del trabajo. Será necesario buscar alternativas para las personas,
muy mayoritariamente varones, obligadas actualmente a jornadas interminables y
mal pagadas, a los turnos forzosos, los riesgos de accidente, las noches en el
camastro en la cabina del camión, el aislamiento y la marginalidad social, la
droga como remedio para superar los obstáculos y hacer posible la entrega just
in time.
Los dirigentes de la huelga han declarado que no pararán
hasta hacer caer al gobierno Sánchez. La patronal agropecuaria anda por los
mismos derroteros, forzada como se ve a una solución tan destructiva del medio
ambiente como son las macrogranjas, para conseguir alguna rentabilidad frente a
unos intermediarios que les aprietan de forma exagerada.
El sudoku es de resolución difícil para el gobierno de
progreso. Difícil, pero obligada. Sería preferible contar en la ocasión con una
ciudadanía menos egoísta y más cooperativa. Pero como habría dicho Luis Romero
(Alfredo Clemente lo comentaba el otro día en FB), “con este barro hemos de
hacer el muñeco”.