sábado, 31 de diciembre de 2016

DAMA Y ARMIÑO


Nos cuentan los periódicos que el retrato, obra de Leonardo da Vinci, conocido como la Dama del Armiño permanecerá indefinidamente en Polonia, después del acuerdo de venta, casi donación por lo moderado del precio, a que han llegado sus propietarios con el Estado polaco.
La literatura periodística sobre el cuadro nos ha dado detalles curiosos. Leonardo cambiaba de idea con frecuencia, por lo que sus pinturas se eternizaban en el caballete. Hubo primero, según los rayos X, una ventana a la derecha, que luego dio paso a un fondo neutro pero que permanece en “idea”, porque de ese lado procede la luz que baña la figura de Cecilia Gallerani, amante a los diecisiete años de Ludovico Sforza, señor de Milán y mecenas del pintor. También al principio no había armiño; hubo luego uno bastante más pequeño, y finalmente creció y obligó a cambiar la posición de la mano que lo acaricia.
Todo ello pudo estar motivado simplemente por la necesidad de equilibrar las líneas de fuerza de la pintura, y proporcionar al ojo del espectador un motivo secundario en el que descansar la vista, en un nivel más bajo que el bello rostro de la mujer. El armiño era un animal heráldico; ningún armiño se habría estado quieto el tiempo suficiente para ser retratado en el regazo de una dama, porque se trata de un animal arisco y nervioso.
La figura femenina está tomada en una posición de tres cuartos – ni de frente ni de perfil – y gira la cabeza hacia su izquierda, como si escuchara a alguien hablar desde ese lado. Es una bella innovación de Leonardo respecto de las convenciones muy estrictas que regían en su tiempo el retrato de aparato, es decir el de personas nobles y cuya importancia social debía quedar plasmada adecuadamente en el lienzo. Consiguió con ese leve giro del cuerpo y la actitud de la modelo, atenta a alguna conversación y desentendida del hecho de estar siendo pintada, dar  mayor dinamismo y verosimilitud a la escena. La Gioconda, tan puesta en los cuernos de la luna por su sonrisa, es en ese sentido mucho más convencional.
Leonardo volvió a intentar algo parecido en dos ocasiones. En el retrato de la Belle Ferronière, del Louvre, hay un giro parecido de la cabeza – no del cuerpo y de la actitud – para mirar al pintor desde la posición de tres cuartos, en lugar de dirigir la mirada al frente. Se ha especulado mucho sobre quien fue la Ferronière, pero el extraño tocado femenino con la cintilla metálica que ciñe la frente se repite en los dos retratos, y hay un parecido muy sensible entre las dos modelos, con diferencias explicables por los cinco años transcurridos y el parto que tuvo lugar entre la primera pintura y la segunda.
El otro retrato con giro corporal del modelo es mucho más misterioso: el de San Juan Bautista, que ladea la cabeza, perfila un hombro y señala con el dedo al cielo mientras en su rostro se dibuja la sonrisa indefinible característica de algunas figuras del pintor de Vinci. Como sobre la sexualidad de Leonardo se ha dicho ya todo, no me extenderé sobre el asunto. En cuanto al personaje, podría tratarse tanto del Bautista como de Baco, duda también planteada en el caso del otro retrato, mucho menos “sfumato”, del mismo joven de melena rizada y sonrisa ambigua.
 

viernes, 30 de diciembre de 2016

RENOVAR EL 15M


Acabamos el año pasado repletos de expectativas: alboreaba el cambio, el bipartidismo hincaba el pico, y el bonito juego de salón de la independencia catalana se había dotado de una hoja de ruta impecable, gracias al paso a un lado de Artur Mas después de aquella votación tan graciosa en una asamblea de la CUP; pero también había perdido la mayoría virtual en los sondeos, ese 50% + 1 por el que suspira Puigdemont. Éramos de un tiempo y de un país que ya eran un poco nuestros, como había cantado Raimon mucho antes, quizás premonitoriamente.
Bueno, hoy estamos igual que hace un año pero peor.
Rajoy sigue encabezando un gobierno monocolor (y qué gobierno), el bipartidismo ha descubierto la forma de sobrevivirse a sí mismo gracias a la pareja cómica Hernando & Hernando, y la hoja de ruta catalana hacia la desconexión sigue presentando carta de batalla, a pesar de que se parece al GPS del coche de mi cuñado en que llevamos dadas siete vueltas a la misma rotonda.
En eso estamos igual que antes, inmovilizados en el marasmo; estamos peor por la inercia perdedora que hemos adquirido a lo largo de una elección repetida y fallida, y porque aquellas grandes expectativas del pasado diciembre se han escurrido por el desagüe. Nos encontramos inermes delante del mismo Rajoy puro y duro, que se manifiesta decidido a agotar el período de la legislatura (¿alguien lo dudaba? ¿alguien cree haber conseguido ponerle incómodo en su poltrona?); de una Susana Díaz en resistible ascensión dentro de las filas rectas y marciales de un PSOE “the way we were”; de un Podemos en rectificación permanente, y de unas “ciudades rebeldes” atrincheradas para detener la avalancha hostil de las derechas. Colau sin presupuestos, y Carmena cuestionada por enésima vez, ahora mismo por intentar aliviar la polución desbocada en la capital restringiendo el tráfico, y mañana por la cabalgata de los reyes, sea la que sea.
Se anuncia que las pensiones perderán poder adquisitivo; que los salarios no remontarán; que los empleos crecerán indefinidamente sobre la base de contar como un empleo entero cada cachito utilizado en una economía asilvestrada que no planifica jamás sus objetivos. Y, sensacional noticia, ¡vuelve el ladrillo! Para completar el bucle temporal, solo falta que los bancos vuelvan a emitir preferentes y a repartir tarjetas black entre sus consejeros. Eso daría a 2017 el adecuado toque retro, o vintage, que convertiría al país en el asombro, una vez más, del mundo, y en trending topic en las redes sociales. Piel de Elefante Rajoy Brey puede muy bien conseguir eso, incluso más.
Puestos a retroceder en el tiempo, tal vez nos sea posible regresar al 15M de 2011. Los sindicatos han hecho un primer amago de plante; va a hacer falta más madera en esa guerra. Va a hacer falta que a la movida se sumen también tantas gentes que sienten tirria por los sindicatos; y tantos movimientos sociales celosos de su independencia insobornable; y tantos rebeldes para tantas causas distintas, hay donde escoger.
Difícil, sin duda; pero más nos va a resultar seguir oyendo mensajes navideños de la corona, adormecedoras ruedas de prensa del señor Méndez de Vigo y promesas de creación de miles de millones de empleos por parte de la señora Báñez, mientras el Delenda anuncia una prolongación indefinida de sus vacaciones de invierno.
Habíamos acumulado un impulso estimable, y lo hemos perdido. Hemos desperdiciado un año completo, y no nos sobran. Que no se nos escurra 2017 por el mismo desagüe por el que se ha echado a perder 2016.
 

jueves, 29 de diciembre de 2016

EL AÑO EN QUE SE NOS MORÍAN LAS MUJERES


Cuarenta y ocho horas tan solo después de que se nos fuera la princesa Leia, y cuando aún no habíamos digerido la desaparición consecutiva de su madre, Debbie Reynolds, llega a nuestros cuarteles de invierno en Egáleo la noticia del fallecimiento inesperado y doloroso de otra madre mítica, al menos para la familia que estamos aquí a merced de una ola de frío y una tormenta de nieve. En Barcelona, María Costa se nos ha ido en silencio, lejos de nosotros ya de forma definitiva y para siempre.
Había asumido el papel de “madre de Glòria” (Gutiérrez) hacia nosotros de forma tan entregada como eficaz, ya en los años en los que acogía en Verges a Carmen y a nuestros dos hijos en los fines de semana en los que yo andaba enredado con reuniones de consells sindicales o de comités centrales; y les consolaba de mi ausencia con manjares deliciosos y contundentes, conseguidos en la cansaladería de cuatro puertas más allá, convertida a todos los efectos en institución benéfica. Y en las ocasiones en las que también yo estuve libre para subir al Empordanet, se desvivía en rodearme de mimo y de seques amb botifarra, en cantidades homéricas ambas cosas, hasta el punto de convertir en compromisos difíciles no solo mis digestiones, que ya tal, sino incluso las de su marido Antoni, cuyo saque fue siempre bastante más poderoso que el mío.
Esa especial aura de protección generosamente alimenticia hacia mí se mantuvo siempre. María era una mujer chapada a la antigua, y los hombres de su vida – entre los que fui un intruso benévolamente acogido – ocupábamos un lugar siempre destacado y blindado por completo contra los sinsabores ordinarios de la vida. Hace pocos años, en una de las ocasiones en las que la tuvimos de invitada, con Glòria, en Sant Pol de Mar, sufrió un acceso de angustia cuando vio después de los postres y el café que me estaba reservada la tarea humilde, pero no por tal razón necesariamente femenina, de fregar platos y cubiertos. Mientras Carmen y Glòria seguían su charla apacible en la terraza, ella tomó la iniciativa de levantarse para ayudarme, e incluso se puso un delantal que encontró colgado de un gancho.
– María, tú eres la invitada aquí, no tienes que ayudarme – le encarecí, al ver que se colocaba muy decidida a mi lado.
Y a ella, por única vez en relación conmigo, después de tantos años de amistad infaltable, le borboteó la indignación en la voz al reivindicar con dureza su libertad y su albedrío:
– ¡Yo hago lo que me da la gana!
En mi corazón se ha abierto un hueco para ella.
 

miércoles, 28 de diciembre de 2016

INOCENTES


El arte de hacer pagar a justos por pecadores ha sido una de las constantes de la estrategia política más sofisticada, en todos los tiempos. Se considera al tetrarca Herodes el Grande su inventor, pero se trata de un galardón dudoso; de hecho, la idea es tan lógica que cae por su propio peso, como la manzana de Newton. Hoy mismo, los ataques yihadistas con bomba o con camioneta en Bruselas, Niza o París, son puntualmente respondidos con bombardeos masivos en Raqqa o bien en Alepo. Son bombardeos “a la sanfasón”, como explica Camilleri que fue el célebre “bummardamento dei miricani” en Vigáta, el año 42, en un libro que empecé a leer anoche. O sea, para entendernos, el lanzamiento de los proyectiles explosivos no sigue un orden estricto inscrito en los protocolos de la guerra, sino que se ajusta al viejo principio de a quien Dios se la dé (la bomba, claro), San Pedro se la bendiga.
Retrocediendo en el tiempo, Simón de Montfort ordenó pasar a cuchillo a todos los cátaros después de tomar Béziers por asalto. Le preguntaron sus acólitos cómo podrían reconocer a los herejes en aquella multitud, puesto que todos parecían iguales. Su respuesta fue digna de Herodes, o para el caso de Hollande: “Matadlos a todos, Dios reconocerá a los suyos.”
Celebramos hoy el día de los Inocentes, y es el recuerdo más tierno, más delicado y a propósito de todo el santoral. Inocentes que cargan con las culpas de otros: inocentes de presupuestos deficitarios, de rescates bancarios, de reestructuraciones de sectores productivos, etcétera, sobre cuyas espaldas ya baqueteadas desde antes vienen a recaer las culpas nuevas de las alegrías y los despilfarros de tantos expertos, tantos ministros, tantas troikas como pasan por el mundo sin reproche, después de dejar «sus cuidados entre las azucenas olvidados», según se expresó con elocuencia, a propósito de otro asunto, San Juan de la Cruz.
Herodes, puesto ante diez mil infantes de uno de los cuales, pero a saber cuál en concreto, una información privilegiada le había dado noticia de que había de suplantarle llegado el tiempo oportuno en el trono de Galilea, consideró una medida prudente y enérgica ordenar la degollina de los diez mil. Mataba de ese modo dos pájaros de un tiro, como suele decirse: con aquella gente ruda y levantisca, si no los eliminaba ahora, lo más probable era que treinta años más tarde hubiera de colgarlos de diez mil cruces, cosa obviamente antieconómica; y de paso se ahorraba una pasta en trigo importado del delta del Nilo para el sustento de la población.
– Pero es una barbaridad matarlos a todos, Hero – debió de protestar, imagino, su señora a la hora del desayuno.
– Qué sabrás tú de alta política – replicaría el tetrarca de mal humor, ajustándose la toga.
No invento nada que no esté ocurriendo todos los días.
 

martes, 27 de diciembre de 2016

HISTORIA O ADOCTRINAMIENTO


No ha sido una sorpresa morrocotuda enterarme, gracias a mi nieta Carmelina, de la visión de la historia de Grecia que se imparte en las escuelas de aquí. La guerra contra los persas, por ejemplo, ocupa un lugar mucho más destacado que la del Peloponeso; la primera es una epopeya nacional; la segunda, un conflicto civil demasiado lejano para proyectar sombras en la actualidad, como ocurre con el nuestro. Jerjes viene a ocupar el lugar de nuestro moro Muza, prolongado en el tiempo por los turcos otomanos, que remataron con la toma de Constantinopla la faena que aquel había dejado inconclusa. Después viene sin transición la reconquista nacional frente a los usurpadores, de cuya cultura e instituciones apenas se dice alguna cosa, y no buena. En medio de todo ello ocupa su lugar un capítulo desconcertante, «El Renacimiento», especie de cajón de sastre en el que conviven los grandes artistas (Botticelli, Leonardo, Miguel Ángel), los navegantes y descubridores (Colón, Magallanes, Cook), los sabios (Galileo, Newton) y los estadistas (Enrique VIII, Luis XIV, Napoleón).
Carmelina sacó una nota baja porque en la procelosa sección dedicada a la Edad Media, una de las cosas por la que se preguntaba en el examen escrito era la educación de los niños en Bizancio, y ella dejó la respuesta en blanco. La respuesta correcta dice así, más o menos literalmente, compulsada con el libro de texto: “A los niños se les ponía un tutor para adelantar en los estudios; las niñas aprendían a bordar.” Carmelina se había saltado ese párrafo en el repaso. Por objeción de conciencia, diríamos nosotros; por indignación, dice ella. Y se le bloqueó la memoria. La maestra explicó a mi hija que la niña es lista pero no sabe distinguir aún las cosas importantes de las que no lo son. No es que la maestra (esta, en concreto; me guardaré de generalizar) objete la educación bizantina de las niñas; al contrario, le parece importante subrayarla.
La historia como disciplina educativa tiene un carácter de adoctrinamiento muy parecido al de la religión. La verdad religiosa se da por sentada desde antes del principio, y entonces lo que se enseña son solo algunos ejemplos prácticos de la teoría establecida: la manzana de Eva, el homicidio de Caín, el sacrificio de Isaac, y un rápido paso hacia las bienaventuranzas, la expulsión de los mercaderes del templo, el camello por el ojo de la aguja y el paso de Herodes a Pilatos, para acabar con la cruz y las apoteosis sucesivas de Jesús y María. Algún espacio puede dedicarse también a las lenguas de fuego y a la tarea ingente de la conversión de los infieles.
Con la historia ocurre tres cuartos de lo mismo, toda la sucesión de acontecimientos se selecciona y se ordena a partir de la teoría del presente que se desea inculcar. Ese método tiene la consecuencia inevitable de resultar inútil sin paliativos a efectos de formación. Solo sirve como adoctrinamiento. Es decir, no se enseña a los/las niños/niñas a pensar, sino que se les señala con trazo grueso cómo deben pensar.
El adoctrinamiento iniciado en la escuela prosigue a lo largo de toda la vida. En particular, se nos indica sin duda posible cuál es el gobierno óptimo por el que nos conviene ser gobernados, y en consecuencia cómo debemos votar en cada una de las elecciones sucesivas que nos proponen. Eso ahora, que hay elecciones; cuando yo estudié, lo que nos explicaban era la razón por la cual las elecciones eran un invento extranjerizante nefasto para los recovecos de nuestra particular idiosincrasia. ¿Alguna pregunta?
– ¿Qué significa “indiosincracia”, mosén?
 Significa “castigados sin recreo”.
 

lunes, 26 de diciembre de 2016

ASÍ NO, ÍÑIGO; NO ASÍ, PABLO


Cuando Felipe VI se refirió en su real discurso de navidad a los enfrentamientos estériles, algunos debieron de pensar que era pablista; otros, que iñiguista. Lo cierto es que la nochebuena se nos habría hecho un poco más tediosa sin la guerra abierta en las redes sociales entre los dos primeros espadas de Podemos, que mantienen un contencioso muy subido de tono sobre el “modelo de partido” (¿merece la pena pelearse por eso?) y se acusan mutuamente de debilitar el “proyecto”, se refieran con esa palabra a lo que se refieran, que no está todavía nada claro, porque desde los inicios mismos de aquellas campañas electorales de 2015 el proyecto real y tangible de Podemos ha quedado en el incógnito como materia reservada hasta que llegue el momento de sazón en el que sea dado retirar el velo de Isis.
Ahora que Guardiola y Mourinho se han marchado a Manchester, y después de que Pedro Sánchez haya sido descarrilado por una gestora, hacía falta un nuevo duelo en la cumbre, capaz de prender la atención de las masas. En Podemos, siempre atentos al tirón mediático, se han apresurado a servirnos, si no la cosa misma, al menos un sucedáneo de cierta sustancia.
No es nuevo el guión. Si hacemos memoria – y es fácil, porque los acontecimientos más antiguos datan apenas de anteayer –, los cuatro mosqueteros iniciales se vieron privados casi de inmediato de uno de ellos, el más profesoral, Monedero, que entonó su particular «no es eso, no es eso» y se retiró a la montaña, donde ha ido evolucionando en sus posicionamientos hasta convertirse en el fan número uno del macho alfa de la manada.
Después, Echenique defendió un modelo más colectivo de partido, con mayor reparto de las responsabilidades entre mayor número de actores protagonistas. Fue derrotado en apretada votación de los círculos, y Pablo e Íñigo lo apearon de la dirección, pero también él ahora, después de algunos desencuentros menores en los que se han visto implicados otros militantes, ha vuelto como responsable de la organización y fan número dos de Pablo Alfa.
Durante un tiempo el vértice del partido quedó reducido a dos personas y a una sola voz; eran el líder carismático, y la eminencia gris colocada apenas medio paso a un lado. Ahora Errejón reclama de nuevo normas más participativas para el cotarro, y los pablistas y los iñiguistas han empezado de pronto a darse cera en las redes para pasmo del personal.
¿Tiene algún sentido esta guerra de las galaxias en 3-D?, pregunto a quien pueda responderme. Hasta el momento todo ha sido batalla interiorizada, dirigida a hacer emerger con alguna claridad un artilugio de representación y organización de lo que se ha venido en llamar la “gente” indignada y el espíritu del 15M. Pero ni el artilugio es esencial en esta historia, ni ninguno de los cuatro profesores de ciencia política que ocupan el centro del escenario se muestra hasta el momento a la altura del reto colectivo en el que ellos, junto a muchos otros, estamos empeñados. Lo importante, lo necesario, es la marea de fondo, no la espuma que la corona. A los cuatro líderes, y a alguno más entre los que citaré al catalán Albano Dante Fachín, les convendría algún medicamento capaz de corregir el grave ataque de importancia que están sufriendo, y de obligarles a fijar la vista en el exterior de la propia trinchera, para que distingan que es más allá de las líneas propias donde se encuentra el enemigo al que persiguen.
El cual, por cierto, debe de estar sufriendo por su parte un ataque de risa proporcional al de importancia de nuestros cuatro mosqueteros.
 

sábado, 24 de diciembre de 2016

LA TOZUDEZ SUSTANCIAL DE LA REALIDAD


El ministro Dastis ha hecho el enésimo canto retórico a esa aventura del espíritu que empuja a nuestros jóvenes licenciados a cruzar las fronteras para vivir nuevas experiencias lejos de sus hogares; el enésimo intento retórico de dar gato por liebre, de disfrazar la gallina de modo que parezca un pavo real. La retórica sirve para eso, cuando se utiliza con habilidad. El doctor Pangloss, tutor del Cándido de Voltaire, predicaba la bondad de nuestro mundo por encima de la de todos los mundos posibles. Mientras tanto, el mundo, ajeno a sus discursos, seguía siendo el mismo pudridero que era antes. Ese fue exactamente el punto que hizo a Carlos Marx agradecer a todos los filósofos sus diferentes y coloridas interpretaciones del mundo, para manifestar seguidamente que lo necesario no es interpretar el mundo, sino cambiarlo.
La retórica, y en primer lugar la retórica ministerial que es una de sus subespecies más nocivas, supone un trajín mental considerable destinado a ocultar el hecho de que no se está haciendo nada por modificar los aspectos más hirientes de una realidad insatisfactoria.
Por ejemplo, según la retórica imperante, vivimos en un país en el que los hombres somos educados y caballerosos, y las mujeres, todas ellas bellísimas y provistas de gracias singulares, gozan de una igualdad envidiable en todos los apartados de la vida intelectual, política y social. Lo cual no impide ni las vergüenzas diarias de género (me remito sobre el particular a posts recientes en estas mismas páginas), ni hechos sonrojantes como el ataque físico sufrido por Teresa Rodríguez, coordinadora y portavoz andaluza de Podemos, de parte de un empresario, en la sede misma de la patronal sevillana.
El hecho de que el hombre estuviera cargado de copas y haya reconocido haberse pasado “siete pueblos” no reduce el episodio a un caso anecdótico. Por debajo, y hurgando debajo de la epidermis retórica, se encuentra la estructura tectónica firmemente asentada según la cual las mujeres que se dedican a la política en posiciones de izquierda son “putillas” que andan necesitadas de jarabe de palo en un lugar preciso de su anatomía. Ada Colau ha contado haber padecido una situación muy parecida a la de Teresa; los ejemplos, sin duda, pueden multiplicarse sin esfuerzo con tan solo un simple sondeo a las interesadas.
Algo que sería urgente cambiar, a través de una educación más ajustada en estos temas que promoviese cambios profundos en una juventud que despunta con las mismas características de sus padres, y de una repulsa social mucho más enérgica. También aquí funciona la retórica: se afirma que nuestra sociedad es “tolerante”, porque lo es con el franquismo residual, con la corrupción extendida y con el machismo recalcitrante. Disimular las lacras e incluso incentivarlas de tapadillo no es tolerancia. Se le puede llamar celestineo, recurriendo a nuestros clásicos, o darle nombres bastante peores; pero no es tolerancia, y las cosas no se arreglan lo más mínimo con la muletilla de que “nosotros somos así, no tenemos remedio”.
Tampoco se arreglan las cosas con intervenciones en la realidad virtual. Las redes sociales entran mucho más en la esfera de la retórica que en la realidad a secas; crean una ilusión de respuesta activa que desconoce la tozudez sustancial de los hechos de la realidad. Al respecto, mucho mejor que dirigirles un alegato yo mismo, me parece remitirles a una reflexión valiosa de Elvira Lindo:
http://cultura.elpais.com/cultura/2016/12/23/actualidad/1482515361_348362.html

 

viernes, 23 de diciembre de 2016

TODAS LAS CURIAS LA CURIA


Es muy sugerente la clasificación establecida por el papa Francisco, en su discurso para felicitar las navidades a los miembros de la curia vaticana, sobre las poderosas resistencias que está encontrando a la reforma del aparato. Enumero las tres situaciones que señala:
A) Hay resistencias «de buena voluntad». Sobre ellas no hace el pontífice más comentarios; seguramente porque no hace falta, es algo que existe y de lo que se toma nota. Punto.
B) Otras resistencias provienen de «corazones asustados y endurecidos, que se alimentan de las palabras vacías del “gatopardismo” espiritual de quien dice que quiere cambiar las cosas, pero después quiere que todo quede como antes». Son muy interesantes en este capítulo la doble condición de los corazones, “asustados” y “endurecidos” – lo segundo, entiendo, como consecuencia de los primero –, y la utilización de la categoría del “gatopardismo” como movimiento inmanente (propongo cambios con la intención última de no cambiar nada).
C) Finalmente, «existen también resistencias malvadas, que germinan en mentes perversas y se presentan cuando el demonio inspira malas intenciones. Este último tipo de resistencia se esconde en justificaciones y, en tantos casos, en palabras acusatorias que se refugian en las tradiciones, en las apariencias, en las formalidades, en lo conocido...» No anda Francisco con paños calientes en esta cuestión, y da toda la impresión de que tales “resistencias malvadas” tienen nombre y apellidos y son perfectamente localizables.
Sabemos, en cualquier caso, de lo que habla. El titulillo de este post es una paráfrasis de otro, de un cuento de Julio Cortázar, “Todos los fuegos el fuego”. Si no recuerdo mal el contenido del cuento – no tengo a mano el volumen para refrescar la memoria –, el fuego (el fuego descontrolado, exterminador) es una variable independiente del espacio y del tiempo, algo igual a sí mismo que se reproduce con características similares en las circunstancias de tiempo y lugar más variadas.
Con las curias ocurre lo mismo.
Advierte el papa Francisco que la reforma del Gobierno de la Iglesia no se actúa con un cambio de personas, sino con «la conversión de las personas». En el sentido teológico de la palabra “conversión”. Y explica que esa reforma «no puede ser entendida como una especie de lifting o de maquillaje para embellecer el anciano cuerpo curial o como una operación de cirugía estética. Queridos hermanos, no son las arrugas de la Iglesia lo que se tiene que temer, sino las manchas.»
El mensaje de Francisco es importante en sí mismo para todos nosotros, incluidos quienes nos sentimos respetuosamente alejados del cuerpo místico de la iglesia, por muchas razones que podrían resumirse en la reflexión de Gramsci sobre la quistione vaticana en términos de lucha por la hegemonía cultural que tiene lugar entre unas fuerzas económicas enfrentadas entre ellas.
Pero además, la advertencia del pontífice es trasplantable sin mayor esfuerzo a otras coordenadas geográfico-políticas de la más estricta actualidad. Todas las curias son la curia.
 

jueves, 22 de diciembre de 2016

INTRAEMPRENDEDORES


Me produce cierto sonrojo ajeno darme cuenta, gracias a un artículo firmado por Hugo Gutiérrez y publicado en elpais (1), de que el Foro Económico Mundial ha descubierto la sopa de ajo. Llaman al invento “intraemprendedores”, y los definen como personas que innovan con proyectos dentro de las empresas. Cualquier trabajador que haya participado en rutinas colectivas dentro de empresas en las que se llevan a cabo procesos productivos complejos, o bien cualquier sindicalista de cierta experiencia, podría haberles dicho que tal cosa ocurre desde siempre, poco más o menos, y que el mundo del trabajo moderno no lo creó el ingeniero Taylor, sino que ese tuercebotas aficionado lo que hizo fue causar un desastre cósmico con su pepla del gorila amaestrado, de que el trabajador manual no debía pensar, y de que una organización científica del trabajo debía estar basada en el rendimiento individual de cada trabajador, y no en el colectivo de una plantilla adiestrada y bien coordinada, de cuya colaboración inteligente surge siempre y de forma natural el tipo de “intraemprendimiento” que ahora se presenta como novedoso. Sospecho para mí, aunque por razones obvias carezco de pruebas materiales con las que reforzar mi argumento, que los orígenes del asunto se remontan a los cazadores cromañones, que pusieron en común diversas sutilezas con las que incrementar la eficiencia en la caza del mamut, a fin de reducir riesgos profesionales para los cazadores y llevar a cabo la tarea en condiciones óptimas para el bienestar de la tribu. En cualquier caso, la urdimbre de la quisicosa del intraemprendimiento era bien conocida ya en épocas razonablemente lejanas, como podrá comprobar quien lea el artículo clarificador y muy instructivo que colgó hace algunos días Pedro López Provencio en las páginas de un blog hermano (2).
Hay dos formas de concebir el trabajo, como hay dos formas de concebir los objetivos de una empresa. La primera supone que el trabajo es una fuerza bruta, ciega, abstracta, domeñable a duras penas, que algunas personas inteligentes a las que se denomina “emprendedores” utilizan en su propio beneficio privado y con un costo mínimo, equivalente más o menos a la tasa de mantenimiento y reproducción de esa fuerza anónima. La segunda plantea el trabajo como una operación colectiva en base a un proyecto común que implica tanto al dador como a los prestadores de trabajo, y en el que el objetivo último es una utilidad social concreta, no limitada al grupo productor sino extensible necesariamente a la sociedad en su conjunto. La primera opción, basada en la rapiña y en el beneficio privado, conduce de forma inevitable a la desigualdad, a la opresión y al deterioro irreversible de los bienes de la naturaleza y de los de la convivencia. La segunda, en último término, aspira a la liberación de la humanidad del reino de la necesidad en el que está inmersa, y a su emancipación en una sociedad más rica, más culta y más feliz, inserta en plena armonía con la naturaleza.
El “intraemprendimiento”, para llamarlo con el nombre que le da el Foro Económico Mundial, está situado objetivamente en la segunda opción antes descrita. Supone trabajo inteligente y trabajo cooperativo, dos cualidades del trabajo que Frederick W. Taylor negaba con acaloramiento.
Según las clasificaciones publicadas por el FEM, España figura a la cola de las naciones europeas en los parámetros del intraemprendimiento (puesto 26 sobre 28). Lo extraño sería lo contrario dada la cerrilidad particular del empresariado español, demostrada por enésima vez por el señor Rosell, primus inter pares de la CEOE, la principal organización empresarial española, al tronar contra la propuesta de reforma del impuesto de sociedades, de la misma forma que ha tronado siempre, y seguirá tronando, contra cualquier medida progresiva en el terreno social y laboral. Con estos bueyes hemos de arar.
 



 

miércoles, 21 de diciembre de 2016

VERGÜENZA DE GÉNERO, CONTINUACIÓN


Los prejuicios tienen la piel dura; algunos, durísima. Por alguna razón, a la sociedad le cuesta percibir que las mujeres tienen una vida individual, una personalidad propia; no son apéndices de otros seres humanos que, ellos sí, son “completos”. Hay elogios infames: «Detrás de cada gran hombre hay una gran mujer.» ¿Por qué coño (nunca mejor dicho), detrás?
La santa madre iglesia no ha ayudado nunca a la clarificación; sigue considerando a las mujeres “clase de tropa”, indignas del sacerdocio como en tiempos fueron consideradas indignas del voto, de los estudios superiores y de tantos otros privilegios del varón, el único hecho a imagen y semejanza de dios, porque Eva nació de su costilla. Y no ayudan tampoco, en absoluto, los esfuerzos patéticos del papa Francisco para situarlas en su perfil más favorecedor: «La mujer es lo más bonito que hay en este mundo, la Iglesia tiene nombre de mujer…»
La gran lucha de las mujeres no va dirigida aún a la consecución de la igualdad, sino a un objetivo previo y más modesto: la consecución de la visibilidad. Visibilidad más allá de la imagen glamurosa creada como artificio para recreo del varón; visibilidad como lucha contra el prejuicio arraigado de que son algo anónimo, genérico, que está ahí para que los varones nos sirvamos de ellas como del agua de las fuentes o los frutos de los árboles.
Me costó algunas horas de búsqueda, ayer, dar con el nombre de Victòria Bertran, la compañera estúpidamente asesinada por un varón atravesado por las fobias y los complejos. El nombre y la foto de él salían en todas partes; el nombre de ella, casi en ninguna. Ni siquiera en la muerte le era reconocida y restituida su personalidad individual: quedaba reducida al género.
Hoy me llega hasta Egáleo un llamamiento de Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, a rendir reconocimiento y homenaje a Victòria Bertran. Como sus argumentos coinciden a pies juntillas con mis reflexiones, lo traduzco en sus mismos términos:
«Un hombre ha asesinado a una mujer en Barcelona. No digo “su” mujer, aunque estuvieran casados, porque precisamente el hecho de considerarla “suya” ha sido, en este caso, el motivo injustificable de este crimen horrible.
Resulta que el hombre era conocido, un periodista famoso.
La mujer era médica, en un ambulatorio de barrio.
Los primeros artículos de prensa se llenaron de datos de la biografía de él. Nos explicaban su vida profesional, sus éxitos, sus apariciones públicas y opiniones políticas… también nos daban detalles de su enfermedad, de su operación reciente…
De ella no sabíamos ayer ni el nombre, porque los primeros titulares hablaban de “su mujer”, y siempre de forma pasiva, como complemento directo de oraciones en las que el sujeto era él, el asesino.
Que la hubiera matado parecía una cosa secundaria porque lo importante era que él, alguien importante, había muerto.
Mañana hemos convocado un minuto de silencio, a las 12, en la plaza de San Jaime, para mostrar el rechazo absoluto de esta ciudad a los asesinatos machistas. Espero que la plaza se llene, y que los que no podáis venir, hagáis ese minuto allí donde estéis.
Mientras tanto habrá tiempo para los matices, habrá tiempo para los detalles de interés periodístico, pero la noticia que ahora ha de interpelarnos, la que debemos exigir por rigor y justicia, es esta: “La doctora Victòria Bertran ha sido asesinada por su marido.”
Hoy no es él el importante, sino ella, y el injusto sufrimiento de su familia, amigos y compañeros de trabajo, a los que esta ciudad acompaña en su dolor.»
Así sea.
  

martes, 20 de diciembre de 2016

VERGÜENZA DE GÉNERO


A Victòria Bertran, a Ana María Enjamio, a tantas mujeres con nombre y apellidos, convertidas en víctimas “de género”

 

Los juzgados reciben 426 denuncias por violencia de género, cada día. (De los periódicos).
¡Las queríamos tanto! Eran deliciosas, inconstantes, inconsecuentes, frívolas, patológicamente infieles. Móviles cual pluma al viento. Eran nuestra ocupación favorita cuando estábamos desocupados, y nuestro merecido descanso después de guerrear. A batallas de amor, campo de plumas.
Les dimos de pronto, a manos llenas, todo: les dimos nuestro pan, nuestro vino, nuestra cólera y nuestros besos. Nada era bastante para ellas. Nos suicidábamos impulsivamente por culpa de sus desdenes. Fuimos Werther, fuimos Larra. ¿Cómo podíamos quererlas tanto, cómo podían ellas querernos tan poco?
¿Y qué es lo que ha salido mal en este esquema perfecto? ¿Por qué, última y definitiva infidelidad, colmo de su frívola naturaleza, “ellas” se empeñan en vivir su propia vida, en lugar de conformarse pacíficamente con vivir la nuestra?
¡¡Que es lo que está mandado, coño!!
Seguimos suicidándonos impulsivamente por ellas. Con una diferencia: ahora las matamos antes.
 

lunes, 19 de diciembre de 2016

PRESUNCIÓN DE IRRESPONSABILIDAD


La Corte de Justicia de la República, un tribunal de carácter político creado ex profeso para juzgar con benevolencia a los políticos franceses, ha dictado sentencia contraria a Christine Lagarde por un delito de “negligencia” en el escándalo Tapie.
Bernard Tapie reclamaba plusvalías no tenidas en cuenta en la venta de Adidas, hecha con intermediación de Crédit Lyonnais; y el asunto llevaba años empantanado en los juzgados. El multimillonario, buen amigo de Nicolas Sarkozy, recurrió entonces a un meandro jurídico arquetípico. Ayudó con fondos sustanciosos a la elección de Sarkozy como presidente (2007), y este, vía su superministra de Economía, Finanzas, Industria y Empleo (adivinen su nombre: Lagarde, ¿quién si no?), le arregló un arbitraje privado para desbloquear la situación. Es el esquema archisabido del “n” (el 3 queda corto casi siempre) por ciento, el clásico do ut des, te doy para que me correspondas, del derecho clásico romano.
No obstante, un arbitraje privado para resolver un asunto público en el que se juegan los dineros del contribuyente, no puede ser considerado una solución cristalina desde el punto de vista jurídico. En este caso, además, la resolución favorable a Tapie le supuso una ganancia a todas luces abusiva, 403 millones de euros, de ellos 45 debidos a “perjuicio moral”; cosa no solo arbitraria (algo que a fin de cuentas podía esperarse de un arbitraje), sino faraónica, es decir, propia de imperios  remotos y no de la tenaz escrupulosidad jurídica del país en el que triunfó la gran revolución histórica igualitaria.
El expediente del arbitraje privado fue anulado por la justicia francesa el año pasado, y Lagarde fue llamada a rendir cuentas de su gestión en el asunto. La ex ministra es hoy directora gerente del FMI, cargo que fue ocupado antes de ella por Rodrigo Rato y Dominique Strauss-Kahn: la nómina basta para hacernos una idea de la conducta intachable y la dedicación escrupulosa que se exige a quienes desempeñan una función tan delicada.
Lagarde se excusó ante los jueces diciendo que todo se hizo a sus espaldas, dado que por entonces ocupaba todo su tiempo en combatir la crisis financiera recién abierta por la quiebra de Lehmann Brothers. (Entre nosotros, tampoco en este campo de actuación desarrolló la señora una labor meritísima, si hemos de juzgar por los resultados.) El tribunal la ha condenado por negligencia, pero no por todo lo relatado hasta ahora, sino porque tampoco recurrió en tiempo y forma la catarata de millones que unos “árbitros” privados, y ciertamente amistosos, habían volcado sobre Tapie con cargo a las arcas del Tesoro francés. Ni siquiera ha podido alegar distracción Lagarde; ella misma dio por cerrado el caso, antes de que se cumpliera el plazo para recurrir. No todo, así pues, se hizo "a sus espaldas", ni podía alegar ignorancia.
Lo bonito de este caso “de manual”, ilustrativo de la codicia de los poderosos pero por lo demás banal, es que la misma Corte que ha dictado sentencia en contra de Lagarde, no la ha condenado a ninguna pena, y tampoco hará constar su veredicto en los antecedentes penales de la ex ministra. Para esa extraña contradicción en los términos (condeno sin condenar y dicto sentencia para borrarla de inmediato a todos los efectos), se ampara la Corte en una presunción favorable a la rea, dadas su prominente personalidad internacional y las terribles circunstancias del país en los años 2007-2008.
En circunstancias no tan terribles como las consideradas en el fallo, el ejercicio de una función pública conllevaba un deber de ejemplaridad, tanto mayor cuanto más prominente era el puesto desempeñado. Que ese principio secular se invierta ahora, y la función pública sea considerada una atenuante para la negligencia probada en el cumplimiento de las obligaciones propias del cargo, indica un cambio neto de tendencia: se eliminan los controles en favor de la ciudadanía para la actuación de los funcionarios públicos, y los poderosos gozan de la presunción de su propia irresponsabilidad.
Se está dando por consiguiente, y esto es particularmente grave, un corrimiento en el marco de los derechos establecidos, que debería ser inamovible para garantía de todos: hoy los derechos son menos para los ciudadanos, y más para los gobernantes.
 

domingo, 18 de diciembre de 2016

CHUPINAZO EN JAÉN


Susana Díaz ha anunciado en un mitin en Jaén, ante 3000 militantes y la plana mayor del gobierno de la autonomía andaluza, el chupinazo de partida de los festejos para regresar a los orígenes. La acompañaba en la ocasión un José Luis Rodríguez Zapatero obviamente encantado de haberse conocido a sí mismo, y de haber encontrado además en su camino, colmo de la buena suerte, al PSOE andaluz y a su lideresa (“la fuerza del PSOE y la fuerza para ganar la representan el PSOE de Andalucía y Susana Díaz”). El acto en su conjunto tuvo un remoto parecido con el vuelo nupcial de la abeja reina, arriba y arriba, rodeada por los zánganos de la colmena. Disculpen este apunte de etología animal que no pretende en modo alguno ser peyorativo sino tan solo señalar la parafernalia que rodeó el protagonismo exclusivo de una Susana Díaz entregada a su sueño y “presentada”, más que acompañada, por el último presidente socialista de la nación. El Ayer nostálgico y el Hoy esplendoroso, explicado en apretada síntesis.
«Haremos un congreso, pero no va a ser uno cualquiera. Va a ser muy importante porque tiene que ser un punto de inflexión para ganar», advirtió Susana. Comparó al partido con una gran nave, que en el congreso debe proveerse de todo lo necesario para la travesía. «Ningún viento es bueno si no se sabe dónde lleva.»
Lo mismo podía haberlo comparado con un bólido de carreras, y con la necesidad de repostarlo con el combustible necesario para que llegue vencedor a la meta. Es la imagen de la política como competición, que concluye con el éxito electoral, como los cuentos de Maricastaña acababan inevitablemente con los invitados a las bodas comiendo perdices. «El PSOE está fuerte, se ha levantado y está dispuesto a dar respuesta.» Y la autocrítica se afina y se estiliza hasta desembocar en la paradoja: «El mayor error del PSOE ha sido olvidar sus aciertos.»
Un recurso retórico, apenas nada más. Más cierto es seguramente que el gran error del PSOE ha sido olvidar sus propios errores, y recomenzar una y otra vez la misma travesía hacia no se sabe dónde, invocando vientos favorables y con la bodega vacía de las provisiones necesarias.
No es un error exclusivo del PSOE, naturalmente. Es la característica particular de una forma de hacer política atenta solo a la imagen, al perfil, y en la que el programa es lo de menos porque se da por descontado que la gestión de las cosas, siguiendo los carriles preestablecidos por las autoridades globales, va a ser sustancialmente la misma gobierne quien gobierne.
Lo que apasiona a la clase política, entonces, es la competición, y no el proyecto; el éxito electoral, y no la gobernanza concreta que debe ser su consecuencia.
Nadie parece percibir, en el seno del PSOE ni de otras opciones políticas alternativas, que el hartazgo de la ciudadanía está adquiriendo dimensiones extravagantes y peligrosas. Más allá de la condena formal de los populismos, nadie parece tener la fórmula mágica para atajarlos.
 

sábado, 17 de diciembre de 2016

NUESTRA QUERIDA EGÁLEO


«Pero como los arcoíris empezaron a escasear, las cebras se trasladaron a la sabana, y en la pradera se construyó nuestra querida ciudad de Egáleo.»
Es la última frase de un cuento escrito en griego por mi nieta Carmelina como deberes del cole. Trata de una cebra blanca, pobre y depauperada, que se comió un arco iris negro, después de lo cual quedó vistosamente rayada, y el arco iris, al perder el negro dominante, se derramó en una explosión de colores que iluminó toda la pradera donde ahora se alza Egáleo. Claro, el fenómeno llamó la atención de hermanas, primas, amigas, y todas se pusieron a merendar arcoíris negros, y así se acabó la magia por falta de existencias.
Estamos en Egáleo otra vez, Carmen y yo. Han venido nuestros nietos a recibirnos al aeropuerto. «Se hace muy largo cuando os esperamos», me ha dicho Mihail. Es un piropo auténtico, dicho con sencillez y sin la menor intención de halagar.
Vamos a pie hasta el Conservatorio, porque hoy intervienen nuestros dos nietos tocando piezas para piano en el conciertillo de navidad. Carmelina me dice: «Tienes suerte de venir ahora, porque es cuando Egáleo está más bonito.»
Es verdad, hay luces navideñas por todas partes, ecos de músicas y olores de asados de carne al pasar delante de los restaurantes populares. En el cruce de Iera Odos con Zibon hay un monumental barco de Agios Vasilis dibujado a base de bombillas de colores. Agios Vasilis es el equivalente de Santa Claus en Grecia, y no llega a las casas en trineo tirado por renos ni en camello como los Magos, sino en barco, como corresponde a un pueblo tradicionalmente marinero.
Es solo una primera impresión, pero el ambiente parece más animado; como si en efecto las cebras blancas de Egáleo, hambrientas y depauperadas, hubieran optado por comerse los arcoíris negros de los últimos años, y provocado esta (modesta) explosión de luz.
He preguntado a Carmelina si pensaba escribir más cuentos y me ha dicho que no. Son solo deberes, y los cuentos ella prefiere leerlos a inventarlos. Seguramente tiene razón.
Felices fiestas a todos.
 

viernes, 16 de diciembre de 2016

LIBERTAD DE PRENSA Y SUMISIÓN DEL PERIODISTA


Las ediciones digitales de los periódicos generalistas recogen hoy, con abundancia de textos e imágenes, la concentración de militantes independentistas en apoyo de Forcadell, que declara esta mañana en el TSJC. No aparece en ellas, en cambio, la asamblea seguida de manifestación convocada ayer tarde, también en Barcelona, por CCOO y UGT ante la sede de Foment para protestar por el sesgo antisocial de los presupuestos elaborados por el actual gobierno. No hay argumentos racionales que avalen la publicación de una noticia y la omisión de la otra; ni por el volumen de manifestantes, ni por la importancia y trascendencia del tema de fondo. El intríngulis está en otro lado: en la privatización de la información (bien público por excelencia), y en el sesgo interesado imprimido desde los despachos de medios y agencias informativas al fluir de la realidad.
Veámoslo en el Informe Anual de la Profesión Periodística, publicado ayer por la Asociación de la Prensa de Madrid. En base a una encuesta hecha a 1833 profesionales de todo el país, resulta que los niveles de paro en la profesión siguen siendo, a pesar de una cierta estabilización a partir de 2014, superiores en un 74% a los existentes en 2008, año del inicio de la crisis. Se reducen las plantillas y crecen los autónomos (tres cuartas partes de ellos forzados por las circunstancias; solo el 26% declara haber optado libremente por el trabajo freelance).
Nada muy diferente en sustancia a lo que está ocurriendo en otros sectores. Pero hay otro dato que resulta revelador: el 80% de los periodistas encuestados aseguran haber sido presionados “para alterar partes de su trabajo”. El mayor volumen de estas presiones (37,2%) ha venido de personas “relacionadas con la propiedad o la gestión del medio”. El 75% de quienes fueron presionados confiesan haber cedido a la presión. Un 53% de ellos lo hicieron por temor a las represalias (el porcentaje es significativamente superior en el caso de los autónomos). Y el temor no parece infundado: un 48,6% de quienes no cedieron a las presiones fueron relegados en la asignación de trabajos, y un 20% fueron sencillamente despedidos.
Es más, un 57% de los encuestados reconocen haber practicado la autocensura; dicho de otro modo, internalizaron las presiones presumibles antes de que se produjeran, e informaron, no con la franqueza y extensión que habrían deseado, sino solo hasta el punto al que se atrevieron a llegar.
Son datos que muestran que no estamos inmersos en la sociedad de la información, como nos aseguran los gurús, sino en todo caso en la de la “comunicación orientada”. Si solo existe aquello que se publica, según la prensa generalista yo no pude estar ayer donde estuve, porque aquello fue un no-lugar. Y si la calidad de una democracia se mide, como tantas veces se ha escrito en todos los tonos, por la libertad y la pluralidad de la información, tenemos aquí y ahora un serio problema.
La información: un tema concreto más en el que los monopolios se están comportando como una apisonadora con la sociedad democrática.
 

jueves, 15 de diciembre de 2016

¿QUIÉN MATÓ AL ESTADO?


Planteémoslo en clave de novela negra: alguien asesinó al Estado en algún momento de los años setenta, probablemente en un callejón trasero próximo a una avenida concurrida en la que el ruido del tráfico ahogó las explosiones del arma utilizada (¿un Smith & Wesson, revólver propio de profesionales?)
Leo un libro sobre el PCI de los años sesenta, con la sensación extraña de bucear en un tratado de arqueología etrusca, o algo de un género parecido. El gran problema que apasionaba a la clase política era entonces la modernización de los aparatos productivos. Es decir, algo similar a lo que está ocurriendo ahora mismo, salvo que ahora el tema no deja la menor huella en los debates del Congreso ni en las columnas de opinión de la prensa diaria o de las revistas políticas de carácter partidario (si existen).
En los años sesenta y en un país como Italia, la gran cuestión a debatir era la programación económica democrática. Desde el Estado, y activando los mecanismos de decantamiento de la soberanía nacional, era preciso marcar prioridades en el desarrollo y encauzar las inversiones públicas en direcciones que supusieran un progreso social y una riqueza adecuadamente distribuida entre todos. El enemigo, según estas concepciones políticas que hoy suenan tan raro, eran los monopolios. El Estado era el terreno de la lucha entre la democracia económica y el establishment monopolístico. Todos los partidos y todas las clases sociales estaban implicados en esa batalla, porque de batalla se trataba. (En el régimen español de “democracia orgánica” las cosas fueron bastante diferentes, pero aun así se vivió en la misma época una tensión inaudita entre los “tecnócratas”, defensores de la modernización mediante una “planificación indicativa” que en realidad hacía el caldo gordo a los monopolios, a los que estaban ligados los promotores por un entramado espeso de relaciones familiares, de amistad, profesionales e incluso sectarias – Opus Dei –, y del otro lado los “azules” perdidos aún en la nostalgia de la autarquía y en las esencias intemporales de un capitalismo extractivo atrasado, pivotante sobre la figura histórica crucial del “señorito”.)
Si en España el Estado importaba ya entonces muy poco a efectos de ejercicio de la soberanía nacional, en otros países las cosas se tomaron muy en serio. La izquierda política española estaba en la clandestinidad o en el exilio; solo los nuevos sindicatos, reprimidos pero indomables, se confrontaron en orden disperso en una lucha de guerrillas contra el neocapitalismo. La izquierda italiana, en los mismos años, se planteaba la posibilidad del sorpasso (el único, el auténtico; desconfíe de las imitaciones) y veía la batalla por la democracia económica y por la modernización racional y programada de los aparatos productivos como un jalón en el camino hacia la superación de un capitalismo “en su punto más alto de desarrollo”.
Llegaron los años setenta, la Moneda fue bombardeada, se extendió por doquier el neo-orden tutelado por las instancias financieras supranacionales, y el Estado, aquel gigante hercúleo, fue abatido entre dos luces por un sicario (¿se llamaba este por ventura Friedman, o Hayek?) en un callejón oscuro.
Hoy la palabra monopolio no se utiliza ya, salvo para cuestiones inesenciales: es vocabulario obsoleto. No es que los monopolios ya no existan, al revés, son más fuertes que nunca, pero es obsceno referirse a ellos por su nombre: como el viejo Yahvé, ellos son los que son, y punto. La programación económica no se sitúa en el terreno político sino en el corazón de los grandes conglomerados de empresas, y nunca tiene un carácter democrático. El derecho laboral está en ruinas, el trabajo en migajas, el empleo decente es una especie en peligro de extinción.
Este no es un canto a las virtudes del finado. En su época de esplendor el Estado fue insoportablemente autoritario, caprichoso y dúctil a los deseos más adivinados que expresados en voz alta de los poderes fácticos. No obstante, era un sujeto político, “el” sujeto político por excelencia. En determinados momentos, según una expresión de Bruno Trentin, era el Estado quien creaba y conformaba en su torno a la sociedad civil. Sus presuntas herederas, las fuerzas de izquierda, expropiadas con malos modos de aquel inmenso patrimonio común, seguimos alimentando una sensación aguda de orfandad.
 

miércoles, 14 de diciembre de 2016

EN LA LÍNEA EQUIVOCADA


Un informe del Instituto de Estudios Económicos (IEE) alerta de que las recientes medidas acordadas por consenso entre el gobierno monocolor de la nación y la comisión gestora de uno de los partidos que presumiblemente militan en la oposición, van en la línea equivocada.
Nada de paños calientes, ningún halago ni zalamería en dirección a las esferas del poder político. No había para qué, de todos modos, puesto que el IEE, nacido en 1979 como instrumento de intereses empresariales para promover la libre empresa en el libre mercado global, se sitúa en el terreno envidiable de las verdades absolutas sostenidas con datos comprobables. Se carga de razón, entonces, al sostener que la subida del salario mínimo tendrá un efecto perjudicial en la creación de empleo y en la competitividad empresarial.
Esto es ver lejos y con agudeza. ¿Innovación? ¿Desarrollo? ¿Política de inversiones? ¿Formación permanente? Dejémonos de monsergas. En el actual paradigma de alta tecnología digital incorporada a los procesos productivos, la base de la competitividad empresarial sigue siendo la misma que regía en las épocas del que asó la manteca. Es decir, el bajo salario, esa maravilla que la naturaleza ha puesto desde siempre a la disposición de las elites extractivas, para su disfrute y perpetuación.
Es lógico que el IEE ponga mala cara al hecho de que «la mayor parte del ajuste para corregir el déficit público recaiga sobre el sector empresarial.» Se pretende aumentar el porcentaje del impuesto de sociedades, aunque seguiría siendo bastante más bajo y más pródigo en excepciones que los de los países del entorno. Se quiere incrementar el salario mínimo, por más que siga suponiendo mínimos absolutos en relación  con nuestras economías rivales. Eso es poner trabas muy serias al libre flujo del beneficio fácil a los bolsillos de los grandes accionistas.
Mal hecho, caramba, todo tendría que hacerse al revés. Lo conveniente sería suprimir el impuesto de sociedades y rebajar un pelín más, aunque fueran solo unas décimas, los salarios, para entrar así en una Jerusalén celeste donde las fuentes manarían leche y miel.
El informe del IEE alerta, severo, contra el “proteccionismo” que vuelve por sus fueros en todo el mundo, y exige valentía para liberalizar “al máximo” el comercio exterior. Porque, advierte, «la globalización ha beneficiado especialmente a los habitantes de los países pobres.»
La afirmación está hecha tal vez un poco a bulto, sin precisar. Posiblemente los sabios del IEE se refieren a que la globalización ha beneficiado especialmente a “algunos” habitantes de países pobres; en concreto a las elites extractivas, que han podido cerrar negocios pingües debido a la situación. La renta "per cápita" ha crecido sustancialmente, pero no se distribuye de forma equitativa, no hay una distribución también "per cápita". El común de la gente ha pasado en esos países, tal vez, de dormir en chozas en el campo a hacerlo en el suelo de los talleres clandestinos en los que trabajan dieciséis horas al día por un salario de mera subsistencia. Las estadísticas globales, sin embargo, señalan su nueva situación como una mejora sideral. Son formas de verlo.
En cualquier caso, resulta difícil de sostener la tesis de que una política de bajos salarios beneficia globalmente a la población de un país. Con la franqueza que les caracteriza, los expertos del IEE deberían añadir al anterior postulado el siguiente, más explícito: que un empleo mal pagado es preferible a ningún empleo. Les entenderíamos mejor.
Comparten los sabios del IEE las previsiones del gobierno en el sentido de que va a crecer incontenible el empleo y se reducirán en cambio tanto el consumo como la inversión. Pues bien, si esa ha de ser la “línea justa” en la que encaminar los asuntos de la nación, no se espanten luego de que la ciudadanía se apee, en masa y en marcha, de un plan de recuperación tan ambicioso.
Buena economía significa desde el punto de vista del IEE, y de sus correlatos en el gobierno y en la oposición constructiva, no la mayor felicidad para el mayor número de ciudadanos, sino el mayor negocio para los socios de la comandita. Cuánto habrán tenido que estudiar estos prohombres en las universidades de Harvard y de Yale para llegar a conclusiones tan abstrusas y captar verdades tan inesperadas y elocuentes.
 

domingo, 11 de diciembre de 2016

NOTICIAS DE LA TARDE DESDE DELFOS


La ceremonia de entrega de los premios Nobel de 2016 tuvo un toque surreal. Bob Dylan no estaba presente; agradeció el premio lo mismo, aunque declaró sentirse “raro” en compañía de algunos de sus predecesores, y excusó su ausencia con ingenio.
Algunos lo habían llamado maleducado; cosa que, en cualquier caso, a un inmortal le debe resbalar bastante. El secretario permanente de los Nobel, Horace Engdahl, tal vez ayudado – es una mera suposición – para la ocasión con uno o dos tragos del excelente vino de Albondón, que tiene la virtud (exclusiva antaño del espíritu santo) de desatar las lenguas de fuego, defendió al bardo de Duluth y al propio comité que le otorgó el galardón, con argumentos un tanto arriscados, por no emplear palabras más contundentes. Dijo, por ejemplo, que la gente dejó muy pronto de comparar a Dylan con Woody Guthrie y Hank Williams, para hacerlo con Blake, Rimbaud, Whitman y Shakespeare.
Todo lo que puedo decir al respecto, es que no me consta. No sé qué “gente” ha sido esa, gente rara en cualquier caso, ni el porqué de unas comparaciones que parecen algo aleatorias, si bien afectan a personas evidentemente respetables; tampoco me veo capaz de apreciar la diferencia cualitativa entre Woody y Hank de un lado, y los cuatro personajes seleccionados, citados en el orden exacto que aquí se reproduce. De Will Shakespeare podemos suponer que tenía buena voz, puesto que ejercía de actor de sus propias obras; tal vez, en cambio, Walt Whitman cantaba como una almeja, pero no me consta, insisto, y no quisiera embarrar de forma gratuita su reputación ya bastante zarandeada.
No menos perplejidad me provoca otro párrafo del discurso del académico Engdahl: «Su revolución [de Dylan] ha sido devolver al lenguaje de la poesía su elevado estilo, perdido desde los románticos, pero no para cantar eternidades, sino para hablar de lo que pasa a nuestro alrededor. Como si el oráculo de Delfos estuviese leyendo las noticias de la tarde.»
Seguramente en Suecia las cosas son muy diferentes que aquí. Aquí tenemos sibilas délficas comentando las noticias de la tarde todos los días; les llamamos tertulian@s. No nos parece que la proeza sea para tanto.
Debo decir que me ha convencido bastante más la explicación de la novelista canadiense Margaret Atwood, una mujer que ha aparecido en las quinielas habituales para el Nobel en alguna ocasión. Según ella, el premio es un canto de amor a América en su estado actual, después de las recientes elecciones. Y una forma de decirles: «Recordad que podéis hacer algo mejor que esto.»