miércoles, 30 de abril de 2014

SOBRE EL DESEO AMOROSO

A Raimon

Por la diada de Sant Jordi me atreví a escribir unas notas apresuradas sobre las mujeres y la literatura. Mi texto fue, espero, acorde con el paradigma más exigente de la corrección social. Incluí en él – muy apropiadamente, creo – dos versos de Ausiàs March, también correctos hasta un punto exquisito. Pero este blog tiene por objeto mostrar el punto y el contrapunto de realidades que, como he sostenido en otras ocasiones, son poliédricas y contradictorias, y no se dejan abarcar desde un solo punto de vista. No es sólo que todo buen ortodoxo resulta ser el perverso hereje de otra persona adepta a una ortodoxia diferente, sino que en nosotros mismos la ortodoxia y la herejía, el bien pensar y el desvarío, se mezclan e interfieren sin remedio en una confusión que viene a expresar la complejidad de la vida misma. La “vida tal como es” tiene una densidad que la vuelve refractaria a las simplificaciones de los esencialismos y las ideologías. Nunca o casi nunca se deja encasillar en una cuadrícula milimétrica.

Volvamos a Ausiàs March, o si lo preferís a Oseas Marco, nombre con el que fue inscrito el joven poeta en la expedición a Italia del rey Alfonso de Aragón, en el año 1420. Fue Raimon quien me puso sobre su pista. (Aprovecho la ocasión para manifestar que estaré presente como un clavo, una vez más, el próximo 8 de mayo en su recital del Palau.) En una canción sobre la ausencia y el deseo dedicada a Annalisa, Com un puny, Raimon cita dos versos de Ausiàs (Plagués a déu que mon pensar fos mort / e que passàs ma vida en dorment) y comenta hasta qué punto siente y comparte profundamente la raíz «atávica, joven, fuerte» que inspira esos versos. Yo le había oído cantar, de Ausiàs, Veles e vents y No em pren així, dos canciones que sigo escuchando sin cansarme, pero fue el comentario contenido enCom un puny lo que me decidió a emprender la tarea nada fácil de leer a Ausiàs en una vieja edición en dos tomos, regalo de mi suegro (Poemes. Edició crítica per Andreu Pagès, Institut d’Estudis Catalans, MCMXII). El poema cuyos dos versos cité es el XXXIII. Doy completa su primera estrofa, en la grafía anticuada de la obra:

Sens lo desig de cosa desonesta,
D’on ve dolor a tot enamorat,
Visch dolorit, desitjant ser amat.
E par ho be que no us vull desonesta:
Ço que yo am de vos es vostre seny,
E los estats de vostra vida casta.
Molt no deman, car mon desig no basta
Sino en ço que honestat ateny.

Todo lo que se dice es convencionalmente correcto. El deseo amoroso es citado dos veces. Hay una pequeña contradicción en la primera cuando dice del “deseo de cosa deshonesta” que trae “dolor” a todo enamorado, y declara enseguida “vivir dolorido” a pesar de que ha afirmado no sentir tal deseo. Remacha esta última afirmación en otros dos versos: “no pido mucho, porque mi deseo no alcanza más allá de los límites de la honestidad.”

Bonito, pero no veraz. Ausiàs ni siquiera pretende ser creído al pie de la letra. El verdadero mensaje a la amada es más bien: “me contento con lo que me des, pero cuanto más me des, mejor.” Podemos comprobarlo en el remate de otro poema suyo, el LIII, de una ambigüedad, y al mismo tiempo una sinceridad, desarmante (copio de nuevo la ortografía tal como aparece en la obra citada, a pesar de que no es congruente con la del poema anterior):

Lir entre carts, ma voluntat se gira
Tant que yo us vull honesta y deshonesta.
 Lo sant hair aquell del qual tinc festa,
E plau-me ço de que vinch tost en ira.

Corrijo para mí, con base únicamente en mi propio criterio, ese "Lo sant" como "Jo sent", e intento una traducción libre: «Lirio entre cardos, mi voluntad vacila hasta el punto de que os quiero honesta y deshonesta. Siento odio por lo que tanto alabo, y me complazco en eso que luego me enfurece.»

Las contraposiciones y las paradojas son figuras retóricas de las que abusa con demasiada frecuencia la poesía barata; pero en la gran poesía, son también la forma más penetrante y bella de expresar una ambigüedad y una confusión que forman parte de la vida; y dentro de la vida, de nuestros sentimientos y nuestros propósitos.


martes, 29 de abril de 2014

CUÁL EUROPA (Y 2)

En la agenda de la construcción europea están, desde luego, las dos grandes cuestiones de la historia y la economía, pero sobre todo, dice Étienne Balibar en el artículo referenciado en un post anterior, un tercer problema que él define como «de legitimidad y de democracia.» Ocurre que la Unión se ha dotado de un sistema político mixto, con un federalismo imperfecto que aparece esbozado en la división entre unas instancias decisorias propiamente comunitarias y otras reservadas a los Estados miembros. El sistema nunca ha sido estable, debido a derechos de veto y otros mecanismos que permiten a cada una de las dos instancias «organizar su propia irresponsabilidad», en palabras de Balibar. Los problemas que resultan incómodos para un Estado miembro o para la comunidad en su conjunto se encarrilan sin demasiado ruido ni alharacas a una vía muerta. Esa es una de las razones de la inutilidad, por no llamarla ingenuidad, de la reivindicación contenida en algunas candidaturas catalanas a Europa, que reclaman de la Unión que se defina sobre el derecho a decidir. Lo cierto es que la Unión europea a) ni sabe, b) ni puede, y c) ni quiere, entrar en ese tipo de cuestiones “internas”.
Pero si el sistema político europeo era ya antes inestable, la crisis actual lo ha desestabilizado aún más al hacer surgir de su seno una instancia independiente del propio sistema representativo, el Banco central europeo (BCE), que funciona como un organismo prácticamente soberano que impone sanciones a los Estados miembros, dicta leyes y directrices, quita y pone gobiernos, y modifica mandatos constitucionales. Lo hace sin sujeción a ningún acuerdo formal previo, sin debate ni votación en los órganos de representación comunitarios. Sin legitimidad y sin democracia, por consiguiente.
Esa conducta del BCE ha sido justificada por una situación de emergencia económica motivada por la situación gravísima en que se encontraba la moneda común debido a la crisis financiera global; pero lo cierto es que ha inducido otra situación no menos grave para el funcionamiento democrático de las instituciones europeas. Y deja planteada una pesada incógnita para el futuro.
En efecto, si en tiempos Europa aparecía partida en dos por una divisoria ideológica entre Este y Oeste, ahora aparece con claridad una divisoria económica Norte-Sur. Y no parece del todo injustificada la sospecha de que en la floreciente Mitteleuropa alguien se está proponiendo, al socaire de la crisis y mediante el mecanismo de la gestión de las deudas soberanas, colonizar los países del Sur y mantener por tiempo indefinido en ellos una “reserva india” con el pesado yugo del equilibrio presupuestario al cuello, combinado con índices de desempleo altos, salarios bajos y privación de derechos sociales; todo lo cual alimentaría un crecimiento de la productividad sumamente beneficioso para las deslocalizaciones y las inversiones de capitales privados del Norte. No una Europa de dos velocidades, pues, sino una Europa intrínsecamente desigual, en la cual una brújula enloquecida señalaría el sur para los asalariados del Norte, y el norte para los poderosos del Sur.
No hace falta insistir mucho en la idea de que la prolongación de la actual “emergencia” interesa a determinadas instancias políticas: justo las que repiten cada día que estamos «en el buen camino» y todo se va a arreglar en el mejor de los mundos posibles. La legitimidad y la democracia son engorros fastidiosos para el mundo de las finanzas globalizadas, siempre más que dispuesto a dejarlas a un lado con la virtuosa finalidad práctica de acelerar la acumulación de capital. He aquí la primera opción para Europa que se nos presenta: todo lo que ocurre es lógico y normal, no hay que rectificar nada (de hecho, no hay alternativa) y el tiempo se encargará de curar las heridas.
La segunda Europa posible es la que se cierra en sí misma, la que se refugia en los mitos identitarios y expulsa de su seno a los forasteros y a los diferentes. Es la Europa del populismo y de la xenofobia. Su cara es fea, nadie se acoge a ella como primera opción («yo no soy racista, pero…» es quizá el inicio de frase más repetido en estos tiempos; sospechosamente demasiado repetido). En un entorno de lucha por la supervivencia y de desesperación, esa actitud puede hacer estragos entre los votantes. Los está haciendo.
Una tercera posibilidad es la de devolver la iniciativa a los Estados-nación. A partir de la constatación de que las instituciones comunitarias son inoperantes, la propuesta es recuperar la democracia a partir de los Estados como depositarios “naturales” de la soberanía popular. Más poder para los Estados, pues, y menos para la Unión, incluido el grano en el culo de los decretazos del BCE. Algunos proponen además el retorno a las monedas nacionales, puesto que el euro se ha convertido en una cadena pesada que nos mantiene a todos presos e inmovilizados. El euro es un objetivo demasiado vulnerable para los especuladores globales, se dice; sería preferible un sistema monetario internacional más flexible, combinado con un control democrático más riguroso de las inversiones especulativas. Europa como tal pasaría entonces a ser un ámbito político residual, activo sólo a partir de iniciativas propuestas y consensuadas desde los Estados-nación. Es lo que parece proponer un grupo de “economistas demócratas” cuyo portavoz es el francés Jacques Sapir.
Hay una cuarta posibilidad, y es la de retomar la vía de la construcción de una Europa común, una Europa de los pueblos si se quiere utilizar una imagen ya instalada entre nosotros (Balibar propone como alternativa una “Europa del pueblo”, en singular). Es un camino difícil porque exige movilizaciones, y hasta ahora no ha habido grandes movilizaciones por Europa. Requiere en primer lugar la construcción jurídica de un ámbito político comunitario plenamente democrático que resuelva el problema de la legitimación. Habrá que luchar por ello; demasiados intereses creados se conjuran en su contra. Y ese será sólo el primer paso. Hará falta después continuar la ofensiva hasta situar en el corazón de Europa el conflicto social: el trabajo, las condiciones y las garantías del trabajo, los derechos de ciudadanía, la movilidad interna, el trato a los inmigrantes. Tantas cosas. Superar el desfase que existe entre un capital ya plenamente transnacional y un trabajo reducido a los límites estrechos de las legislaciones nacionales. Será necesario llevar a cabo una globalización también del trabajo y sus circunstancias; y los sindicatos habrán necesariamente de dejar de ser “provincianos” (excuso el calificativo; es de Balibar). Y quizás todo eso no baste y haga falta aun algo más: que los movimientos sociales, los “indignados”, se internacionalicen, se organicen para llevar sus reivindicaciones a un ámbito superior de protesta y de propuesta. Sólo en el conflicto y en la protesta, dice Balibar, podrá vivir una Unión Europea democrática. La contra-democracia deberá ayudar en este trance a la democracia.
Todo este complejo de problemas es lo que va a empezar a decidirse para nosotros el próximo 25 de mayo. No serán unas “primarias” que proporcionen un sondeo fiable para lo importante, para las generales. Lo cierto es que la importancia de las generales palidece ante lo que está en juego en Europa. Resulta por ello irrisoria la cifra prevista de participación del 43%. ¿Van a ser capaces las candidaturas presentes de movilizar al electorado con algo distinto de una carta a los reyes magos? 


lunes, 28 de abril de 2014

CUÁL EUROPA

Señala Étienne Balibar, en el artículo que quedó referenciado en el post anterior, cómo la historia de la construcción de Europa no tiene las características de un desarrollo progresivo que se despliega por etapas a partir de un plan director. Es un proceso por etapas, sí, pero en cada una de ellas han variado tanto el plan como el trasfondo de la correlación de fuerzas dominante, de modo que el conjunto no se explica si no se tiene en cuenta la existencia de presiones contradictorias, continuadas y muy fuertes. «Sin la historia, precisa Balibar, no comprenderemos a qué tendencias reales – no reducibles a un “proyecto” o a un “plan” – responde la transformación de Europa en un sistema post-nacional, ni por qué su devenir y su misma forma siguen siendo inciertos en el momento actual.»
Las etapas por las que ha pasado el proceso de construcción de Europa son tres, según el profesor francés; y nos encontramos probablemente en el umbral de una cuarta. La primera etapa, que va desde la creación de la CECA hasta la primera crisis del petróleo, se inscribió en un mundo bipolar y en el contexto de la guerra fría y de la reconstrucción industrial y social.
En la segunda etapa, que abarca desde los años 70 hasta el derrumbe del sistema soviético y la reunificación alemana, «se da una fuerte tensión entre la integración en la esfera de influencia de los Estados Unidos y la búsqueda de un renacimiento geopolítico y geoeconómico de Europa, que avance en paralelo al perfeccionamiento de un modelo social europeo; es esta segunda tendencia la que prevalece en la práctica, bien entendido que dentro de un marco capitalista.» Es la época de Jacques Delors y del condominio francoalemán. En ella se ponen en marcha los proyectos de la Unión monetaria y de la Europa social, las dos pilastras fundamentales en las que se pretende apuntalar el “gran mercado” común. La unión monetaria se salda con un éxito relativo (hay países significados que rehúsan adherirse al sistema), y el proyecto social acaba por abandonarse. El fiasco, señala Balibar, obedece tanto a responsabilidades individuales que convendría esclarecer, como a causas políticas objetivas. Entre estas últimas, señala la presión del neoliberalismo, y (atención, porque de nuestra pequeña parte de culpa somos responsables al ciento por ciento) «la incapacidad del movimiento sindical europeo para pesar sobre las decisiones comunitarias, a causa del provincianismo de sus componentes y del desequilibrio de fuerzas, en un momento en el que se multiplicaban las deslocalizaciones.»
El impulso centrípeto se agota en la tercera etapa de la vida de la Unión Europea, datable entre 1990 y 2007. La hegemonía USA está en declive, pero la construcción de una Europa política se diluye en beneficio de la incorporación a marchas forzadas de la Unión a las premisas del capitalismo financiero globalizado. No es una dinámica proyectada y realizada sólo por las derechas; entre sus abanderados más conspicuos se encuentran el británico Tony Blair y el alemán Gerhard Schroeder, con su decisión de adherirse al modelo de competitividad industrial basado en los bajos salarios. En ese contexto se rompe la colaboración – desde siempre en un equilibrio precario – entre las potencias europeas, aparece la intención depredadora de unas economías hacia otras, se establece la gran contraposición Norte-Sur, y el egoísmo de determinadas patrias lleva al fracaso la gran consulta puesta en marcha para poner en pie una Constitución europea. La etapa concluye con el crash financiero, generado en los Estados Unidos pero cuyas peores repercusiones afectan a países con economías débiles o en situaciones delicadas de transición. Es el caso del grupo PIIGS (Portugal, Irlanda, Italia, Grecia, Spain) con desequilibrios generados por la inmersión reciente en un sistema de moneda y mercado únicos, lo que conllevaba problemas difíciles de adaptación incluso en el caso de que no hubieran interferido en la situación delirios insensatos de nuevos ricos como los que patrocinó el presidente Zapatero en España durante sus dos mandatos.
Europa está hoy en un impasse, en un callejón sin salida clara. Importa mucho la dirección que adopte a partir del momento solemne de las votaciones del próximo mes de mayo. Balibar apunta varias rutas posibles (tengo intención de comentarlas mínimamente en una próxima entrega), para superar la indeterminación y el bloqueo en que han colocado a las instituciones de la Unión las fuertes confrontaciones que se dan en su seno. Cualquiera que sea la opción elegida, sin embargo, implicará compromisos y decisiones compartidos, de modo que ninguna fuerza política va a poder desatrancar el carro en solitario.
Se equivoca de mucho Elena Valenciano cuando plantea que los “enemigos” son ahora Mas, Rajoy y Merkel. Dicho sea de pasada, ese alineamiento de todos los malos en un mismo montón es puro delirio de patio de colegio; no voy a perder el tiempo comentándolo. Lo grave de la estrategia electoral del PSOE es su ausencia total de autocrítica y de propósito de enmienda. Se vende a sí mismo como un antigripal: “Vótenos y notará alivio instantáneo.” A pesar de que la historia reciente indica que Blair, Schroeder, Zapatero, no se comportaron de forma distinta a como se comporta Merkel. «Tú mueves Europa», pero ¿hacia dónde? Y sobre todo, ¿cuál Europa? Todo sigue en la indeterminación, en la ambigüedad atrapavotos, en el ya se verá lo que se va haciendo. Una actitud desprestigiada por el hecho mismo de que la parroquia está levantisca y nadie confía en los poderes taumatúrgicos de unas siglas. Casi agradecemos por comparación la labia campechana del ministro-candidato Don Tancredo Cañete, que se presenta a cuerpo gentil, sin discurso ni programa, y con una única consigna: «A mandar, señora Merkel.»


domingo, 27 de abril de 2014

¡VIVA PREMURA!

Un largo artículo sobre Europa de Étienne Balibar me ha provocado algunas reflexiones quizá no del todo ociosas (1). Me propongo exponerlas aquí en varias etapas. Como preámbulo, sin embargo, me he dado un breve paseo por los programas – o esbozos de programa – electorales de los distintos partidos. Debo decir que los he encontrado bien, en general. Los programas electorales son la fachada noble del edificio de la política: la que se adorna con los mármoles jaspeados y los capiteles corintios más vistosos, la que concentra mayor preocupación por la estética y la armonía, la que busca dejar en el visitante una mejor impresión. Los puntos que componen un programa electoral son por lo general objeto de una amorosa meditación y larga decantación, en los cuarteles generales de los partidos. Quizá por esa razón las promesas ofrecidas se encierran con todo cuidado entre algodones en la caja fuerte hasta la siguiente contienda electoral, y entonces se desempolvan, se retocan, se repulen bien para darles brillo y se presentan de nuevo intactas a la admiración del público votante.

Nada que objetar, pues, a las propuestas de nuestra clase política, si no es el hecho de que son unidireccionales: todas van en el sentido de lo que queremos conseguir de Europa, no de lo que Europa misma necesita de nosotros. Son, en ese sentido, como una larga carta a los reyes magos, que se niega a tomar debida nota de la realidad de que los reyes magos no existen, y si existen son otra cosa.

Europa como tal ha conocido en los años recientes dos reveses de consideración. Primero fue el intento fallido de poner en pie una Constitución europea, es decir de vertebrar políticamente el continente a partir de unas normas comunitarias del rango más elevado. Tengo en la memoria las campañas por el No, basadas en que no queríamos una Europa de los mercaderes sino de los pueblos. Lo cierto es que la Europa de los mercaderes ha aprovechado con saña los huecos que se dejaron abiertos con la renuncia a emprender esa construcción jurídica necesaria. Cuando se produjo la tormenta perfecta de las finanzas globales y todo entró de golpe en crisis, los mercaderes se nos montaron a horcajadas encima de los pueblos europeos, nos molieron a coces y nos mearon en la boca, con total impunidad. Hubo que arbitrar soluciones de emergencia para el problema, y aquello se hizo tarde, mal y en vano. Es decir, que las soluciones llegaron de arriba, arbitradas por “técnicos”, y éstos hicieron de su capa un sayo sin cortapisas, sin garantías, sin debate y sin votaciones. Existe hoy cierto consenso en considerar que los tales técnicos se equivocaron de medio a medio; el estado comatoso en que ha quedado Grecia, que tuvo la mala suerte de ser el eslabón más débil de la cadena, es el mejor botón de muestra.

Esa es la Europa que tenemos, ahora mismo; la que disecciona Balibar. Claro que una campaña electoral no es el momento idóneo ni el más oportuno para abordar problemas de construcción fallida, de urgencia económica y de falta de democracia. Pero da la impresión de que en los programas se tiende a obviar lo sucedido y no se hace hincapié suficiente en evitar una posible repetición de situaciones parecidas en el futuro.

En los mensajes de los partidos situados a la izquierda del PSOE, encuentro críticas, incluso muy duras, pero no acompañadas de propuestas de orden práctico. Entiendo por falta de orden práctico el hecho de que todo lo que se dice está referenciado a lo que ocurre aquí, y falta la idea-guía de una Europa como espacio político común. ¿Ha habido diálogo con fuerzas políticas de otros países, se han hecho esfuerzos para elaborar y presentar un programa transnacional capaz de estructurar y democratizar la Europa invertebrada? Si ha sido así, lo cierto es que no emerge con fuerza suficiente esa idea. La mentalidad sigue siendo la de que las elecciones europeas constituyen el más fiel sondeo anticipado para preparar las generales. El marco de la política se mantiene inmóvil, rígidamente constreñido por las fronteras del Estado-nación (o de la nación que aspira a ser Estado). Y todo lo demás se hace depender de las buenas conexiones y amistades que hagan en Bruselas y en Estrasburgo nuestros flamantes cabezas de lista, a cuya eficaz gestión personal se confía el arreglo de las cosas de por aquí.

Seguimos en la mentalidad betanceira. Es bien conocido (lo recogió Cela en Del Miño al Bidasoa) lo ocurrido a finales del siglo XIX, cuando se dio la circunstancia difícilmente repetible de que un hijo del mismo Betanzos fue elegido diputado a Cortes por la circunscripción correspondiente. Las fuerzas vivas se juntaron en la plaza do Globo, y el electo habló a las masas desde el balcón consistorial.
– Betanceiros, ¿qué queredes?
– ¡Que suba o pan e que baixe a caña! – gritó a coro la plaza.
– Pois cando chegue a Madrid xa falarei con premura – accedió el prohombre, y la multitud rugió entusiasmada:
– ¡Viva Premura!





sábado, 26 de abril de 2014

AL SERVICIO DE LA BANCA

De forma tradicional se incluye a la banca en el sector Servicios de la economía. La cosa es plausible, sobre todo si se añade una precisión: Servicios Recibidos. Lo digo porque, después de dos grandes rescates sucesivos por valor de muchos miles de millones de euros, el Gobierno ha hecho por decreto, es decir, sin pasar por la fiscalización del parlamento, la institución que encarna (de forma más teórica que práctica) la soberanía nacional, un jugoso regalo a la banca española: se le permite la capitalización desde ahora mismo de las futuras deducciones fiscales que puedan corresponderle. Para calcularlas, cada cual no tiene más que tirar de papel y lápiz y empezar a sumar.

Esas deducciones es innecesario señalarlo, no las vamos a tener ni usted ni yo. Ni soñar, encima, en que se nos conceda la posibilidad de monetizarlas. El favor que desde el gobierno se hace a la banca se inscribe, sencillamente, en un marco ya añejo y bien consolidado de colusión entre los intereses privadopúblicos y los publicoprivados. También, y por la misma regla de tres, se ha rescatado a las autopistas madrileñas, que se encontraban al borde de la quiebra dolosa. Mientras tanto, siguen los desahucios a familias impotentes para conseguir créditos, ni baratos ni caros.

El ahorro que supone para la banca (privada, no lo olvidemos) esa concesión graciosa del gobierno se sitúa en el orden de los 40.000 millones de euros. O sea, nuestra banca está que rebosa. Las agencias internacionales, los Fitch y Standard & Poor’s, le han subido la nota. Con disimulo, se relamen al hacerlo. Todo esto será carnaza, a fin de cuentas, para el próximo vendaval especulativo global que sople desde Singapur o desde Cincinnati. Aviso a navegantes: ya va faltando menos para tal evento.

La bonanza actual de las finanzas de nuestro país, sin embargo, es innegable. Siempre y cuando no miremos a nuestro alrededor. Y es que, como ocurre con los videojuegos, la pétrea solidez de nuestras instituciones de crédito y ahorro sólo es visible en el ordenador. Aquí, si uno clica con astucia y se vale de los diversos Bonus, los miles de millones se multiplican hasta alcanzar cantidades inverosímiles. “You Win”, te saluda la nube de colores con un fondo sonoro de explosiones de cohetes. Pero si el aparato está apagado y la pantalla en negro, los datos son diferentes. Sigue la contracción del crédito, el paro apenas desciende, no hay creación de empleo, las exportaciones menguan, las pensiones van a ser recortadas de nuevo, las facturas de la luz engordan y la Unión Europea apremia para que se suba más el IVA. En todos estos asuntos, la exuberante lozanía de nuestra banca privada es un factor desdeñable, un cero a la izquierda.

¿A quién sirve entonces la banca? O expresada de una forma más cruda, he aquí la pregunta del millón:¿Para qué sirve la banca?

Una pista para los posibles concursantes: «Para nada» NO es la respuesta correcta.

jueves, 24 de abril de 2014

ELOGIO DE QUIM GONZÁLEZ

Enseña el maestro Perogrullo que ante la grave situación por la que atraviesan tanto la economía como el sindicalismo, caben dos actitudes: a) caer en el desánimo; b) no caer en el desánimo. Quim González Muntadas personifica a la perfección esta segunda actitud. Invito al lector a saborear a fondo su escrito más reciente (No habrá cambio de modelo productivo sin cambio de las relaciones laborales), que arranca de las siguientes premisas:
«No habrá nuevo modelo productivo si no somos capaces de cambiar las bases y la filosofía que inspiran la gestión de las personas, y si sus gestores no aprecian la necesidad de cambiar los valores dominantes por otros centrados en la gestión de nuevas formas y maneras de trabajar y de relacionarse en la empresa. No habrá nueva economía sin unas relaciones laborales que sitúen la búsqueda del conocimiento y la creatividad en el centro mismo de la gestión empresarial.»
Muy cierto. Quizás algunos estamos hablando en enigmas, y los enigmas asustan en la medida en que no se entienden. Hablamos de «mutación» y de «nuevo paradigma», y alguien puede entender que se trata de peligros, o de trampas alevosas tendidas por alguien al modo de funcionar “de siempre”. No. Son el nuevo terreno en el que es necesario actuar. Quim se sitúa con toda naturalidad en la distancia corta, y da al fenómeno un nombre familiar y comprensible: «nuevo modelo productivo». Y a continuación, agárrate que vienen curvas, nos convoca a todos al alboroto. Si queremos un nuevo modelo productivo, debe cambiar la gestión empresarial, deben cambiar la concepción y la valoración del trabajo, debe cambiar la relación entre empresario y sindicato. Las relaciones laborales actuales son un lastre y un freno poderoso al proceso de establecer ese nuevo modelo necesario. En tanto se cambia el marco legal, cosa que habrá de venir por sus pasos, ¿por qué no empezar por establecer acuerdos razonables entre los actores sociales con vistas a la consolidación de ese nuevo modelo con las ventajas que conlleva? ¿No es el momento acaso de arrimar todos el hombro y prevenir de ese modo más desgracias para las empresas y para los trabajadores?
El alboroto, como he dicho antes. Bravo, Quim. Empezar a arremangarse, empezar a trabajar, empezar a hablar. Ir de frente. Seguro que habrá quien vuelva la espalda a una oferta franca de diálogo, pero todo avance empieza por un primer paso.
Tuve el privilegio de estar presente en la clausura del congreso de la FITEQA en la que Quim se despidió de muchos años de sindicalismo en primera línea. Aquel día Toxo le dedicó en su parlamento un elogio sorprendente para mí. Dijo que Quim González había sido ejemplo perfecto de un «sindicalismo de proximidad». Mi sorpresa no va referida a que Quim no merezca ese elogio, sino al concepto mismo. Sindicalismo de proximidad, ¿es que hay otro? Disculpen mi deformación profesional por hablar de figuras retóricas: sindicalismo de larga distancia me parecería un oxímoron, sindicalismo de proximidad lo tengo por un pleonasmo.



miércoles, 23 de abril de 2014

LITERATURA DE MUJERES

Por la diada de Sant Jordi, conviene hablar de libros. Yo he regalado hoy a Carmen dos: “La librería” y “La flor azul”, ambos de Penélope Fitzgerald. El segundo pasa por ser la obra maestra de su autora; por el primero fue nominada para el Booker Prize, y recibió de una colega (A.S. Byatt) el siguiente piropo: «Es la más privilegiada heredera de Jane Austen.» Un elogio que significa mucho en Inglaterra y bastante menos entre nosotros, a pesar de la moda inesperada de Austen hace algunos años gracias a unas películas de ambientación e interpretación muy cuidadas. En cuanto a Penélope Fitzgerald (Knox de soltera), me temo que es una perfecta desconocida para la inmensa mayoría de los hispanoparlantes. Yo la descubrí hace muy poco. Durante la convalecencia de la implantación de una prótesis en la cadera, leí de prestado “El comienzo de la primavera” y me gustó a rabiar. Me recordó en efecto a Jane Austen, por la observación de los personajes, el tono de ironía amable y el punto de vista característicamente femenino desde el que aborda una construcción literaria de una gran originalidad. Lo explicaré un poco más, a riesgo de chafar la guitarra a algún posible lector curioso: el personaje principal, una mujer, desaparece en el primer capítulo de la novela sin que sepamos por qué, y sólo reaparece en el último párrafo. Toda la peripecia que se desarrolla en medio gravita en último término alrededor de su ausencia.

Debo matizar mi afirmación anterior acerca de un “punto de vista femenino” para contar una historia. No es exacta. Hay, desde luego, subgéneros dirigidos a un público lector femenino, desde la novela “rosa” hasta las diversas sombras de Grey; pero no existe tal cosa como una alta literatura “de género”. El autor literario (discúlpenme que omita la fatigosa convención: el/la autor/ra literario/a) trabaja siempre para dar una versión lo más fiel y completa posible del mundo que pretende plasmar, y su punto de vista es estrictamente individual, nunca genérico. El genio rechaza el género, podría afirmarse. Pero la lectura de algunas autoras enriquece un ángulo particular de la experiencia de un varón; puesto que la realidad no es plana e igual a sí misma desde cualquier posición que se adopte, sino poliédrica y varia, no reducible a un punto de vista unitario. Vive la différence!, que se dice en Francia.

Lo expresaré sin pudor: yo siento por las mujeres amor, gratitud y una curiosidad infinita. No hablo de pulsiones al hacer esta declaración, sino de otra cosa. Para explicarla de forma adecuada, vienen muy a propósito en esta diada tan catalana dos versos de Ausiàs March: «Sens lo desig de cosa deshonesta…, ço que jo am de vos es vostre seny.» (Sin el deseo de cosa deshonesta…, lo que amo de vos es vuestra sabiduría.)

Me atrae de un modo especial la forma como elaboran algunas mujeres la literatura. No todas, advierto; podría dar una lista larga de escritoras que aborrezco. Me gustan mucho Jane Austen y Penélope Fitzgerald, y al lado de ellas apunto de corrido y sin pensar demasiado unas cuantas más, distintas, con visiones y estilos muy diferenciados, pero todas con ese plus que viene a suplir y remediar mis propias carencias en lo que se refiere a sensibilidad: las británicas Virginia Woolf e Iris Murdoch; las canadienses Alice Munro y Margaret Atwood; la “africana” Doris Lessing, en sus mejores momentos; la mexicana Ángeles Mastretta, discípula directa y reconocible de Gabriel García Márquez; o nuestras Carmina Martín Gaite y Almudena Grandes, sin olvidar a la Carmen Laforet de “Nada”. Gracias a todas ellas por lo que han escrito.



martes, 22 de abril de 2014

TIRAR (CONTRA GABO) POR ELEVACIÓN

Bien se dice que no hay regla sin excepción. Groucho Marx ilustró a la perfección esta verdad en su respuesta a una dama que le preguntó si la recordaba. «Jamás olvido una cara, dijo Groucho, pero por tratarse de usted haré una excepción.» Yo también he hecho una excepción a mi costumbre inveterada de no leer nada de Federico Jiménez Losantos, al saber que había escrito sobre “Gabo y los funerales de Gabondela”.

Resumiré para el lector apresurado los tres grandes argumentos de Losantos contra Gabo: 1) No es el mejor de los escritores latinoamericanos del boom ni de después del boom. 2) Lo que en los manuales de literatura se describe como realismo mágico, y que él despacha con elegancia como “Macondo y la Macondez”, es una cursilería. 3) Gabo fue un esnob que corría a hacerse la foto con presidentes y arzobispos. Eso y su amistad con Fidel Castro le ha valido unos funerales tan “multitudinarios y vergonzosos” como los de Nelson Mandela.

Obvio el tercer argumento. No es un modelo de coherencia de pensamiento, y uno se pregunta a santo de qué se ha dado al Madiba vela en el entierro de Gabo, ni qué han tenido de vergonzoso los funerales de los dos. Quizás otro día nos lo explique Federico más despacio.

Ahora bien, el método de crítica literaria utilizado para desmontar la excelencia de García Márquez, es típico y sobradamente conocido. Consiste en esquivar la infraestructura y atacar sin piedad cualquier elemento de la parafernalia que dé pie a una sombra de argumento. Dicho de otro modo, en tirar por elevación. O en tomar el rábano por las hojas. En este caso, lo que centra la atención del crítico es la “cursilería” del realismo mágico. Conviene recordar que se trata de una etiqueta colocada por los críticos a una forma determinada de narrativa, muy señalada en ciertos autores latinoamericanos, pero no privativa de ellos; y en ningún caso, una invención particular de Gabo. Por lo que resulta aún más sorprendente que, cuando Losantos enumera autores con más méritos que García Márquez en el panorama del boom y del pre-boom, vaya a citar en primer lugar a Juan Rulfo y su “Pedro Páramo”; y también a Borges (“sobre todo”), a Cortázar y a Carpentier. Grandes escritores, desde luego, eso es innegable. Dice Losantos que de joven leía “como una locomotora”. ¿Quizá por esa razón no se ha dado cuenta de que todos ellos escribieron más “macondeces” que el propio Gabo?

¡Qué fácil y grata resulta la tarea de denigrar a Miguel de Cervantes según el método Losantos! Destacaremos en primer lugar su fastidiosa condición de lameculos del conde de Lemos, señalaremos a continuación que en su época hubo escritores a nuestro juicio superiores, por ejemplo Quevedo o Lope (ya ajustaremos las cuentas con los dos, llegado el caso, para que nadie se salve de la quema) y acabaremos señalando la inaceptable cursilería del episodio “real-maravilloso” de la cueva de Montesinos. Sólo nos faltará añadir que el “Quijote” de Avellaneda era mejor que el suyo. Nadie se alarme, ni crea que me estoy pasando tres pueblos; hay críticos que ya lo han dicho.


lunes, 21 de abril de 2014

PREGÓN DE FERIA


 
Ser antitaurino significa renunciar a «la esencia misma de nuestro ser español. Por eso, y solo por eso, los españoles que quieren dejar de serlo luchan contra la Fiesta.» Lo ha dicho Esperanza Aguirre en el pregón de la feria taurina de Sevilla. En una ocasión tan solemne, es improbable que sus palabras fueran una ocurrencia improvisada, tal vez al calor de un par de copas de más de manzanilla. No, debió de llevarlo escrito. Escrito y bien rumiado.

La estupenda declaración de doña Espe aporta una luz nueva sobre un tema bastante sobado. En tiempos nos defendimos de la reducción arbitraria de lo español a lo taurino. El resultado de tal aberración era, dijimos entonces, la «españolada», perpetrada por lo común por franchutes que no entendían la especial hondura de nuestra idiosincrasia. «Yo soy la Carmen de España, y no la de Mérimée, y no la de Mérimée», se cantaba en coplas (también, por otra parte, esenciales a nuestro ser mismo, y si no que me lo desmienta la doña). Tuvimos entonces a orgullo ser Algo Más. Unamuno, que no era especialmente taurófilo, lo expresó con otra frase tan rotunda como la de Espe e igualmente poco sospechosa de haber sido inspirada por los vapores del jumilla: «¡Que inventen ellos!» (los europeos, se entiende). Sin embargo, miradas las cosas en su conjunto y con la debida ponderación, nuestra esencia inmortal no mejora demasiado si al espíritu de Pepe-Hillo le añadimos los del inquisidor Torquemada «martillo de herejes», del apóstol Santiago Matamoros, del Cid Campeador y de Agustina de Aragón. En conjunto la esencia de lo español parece consistir en hacer correr la sangre, ya sea de la morisma, del juderío, de los gabachos, o de otras bestias con cuernos. Quizá debamos añadir a ese recuento de urgencia otro ingrediente aún, personificado por la misma señora: la chulería de quien aparca el “haiga” en lugar prohibido y se larga de allí atropellando la moto del agente que iba a ponerle la multa.


Pocos argumentos nos dejan para amar a esa España. ¿Y si buscáramos otra España? Un país sin «esencias» y con respeto exquisito hacia las diferencias, en el que quepan también los antitaurinos.

domingo, 20 de abril de 2014

ANTE EL PELOTÓN DE FUSILAMIENTO

Al revés que mi consuegro el kir Mijalis, que ha ejercido de contable toda su vida y, una vez jubilado, sigue añorando sus números, mi consuegra la kiria Panayota siente afición por las bellas letras. Un día, hace ya bastantes años, le preguntó a mi hija Albertina, en calidad de experta en la materia, si valía la pena leer a ese colombiano al que habían dado el Nobel, y en caso afirmativo por cuál de sus libros era preferible empezar. Albertina le contestó sin dudar que por “Cien años de soledad”, y la kiria Panayota corrió a comprar un ejemplar en una traducción al griego.
Después de leer el famoso primer párrafo, cerró el libro de inmediato. Es una mujer que funciona a partir de grandes intuiciones, y le pareció que había percibido de golpe y agotado de un sorbo toda la materia argumental de la novela.
– Así que al final lo fusilan – comentó a Albertina en la primera ocasión.
– Pues no – respondió mi hija.
– Pero habla muy claramente de un pelotón de fusilamiento. ¿O es que la traducción es mala? – se inquietó Panayota.
– La traducción es correcta. Aureliano Buendía  estuvo ante un pelotón de fusilamiento, pero no fue fusilado – le aclaró Albertina.
Aquella pequeña contradicción picó la curiosidad de la kiria Panayota, que volvió a abrir el libro y ya no lo soltó hasta el final. En mi siguiente visita a Atenas, me contó que le había gustado.
– Pero no lo entendí todo – me reconoció.
Le aseguré que tampoco yo lo había entendido todo. Gracias desde este rincón a Gabo, por tantas curiosidades como ha despertado en tantos lectores, y tantas sorpresas felices como nos ha dado.


viernes, 18 de abril de 2014

UNA IGLESIA DESENTERRADA




Quizá como compensación por mi desconfianza hacia una Patria con mayúscula, sagrada, he desarrollado un cariño particular hacia las patrias chicas, laicas y de adopción. Una de mis preferidas es desde hace muchos años el Empordanet. Es una tierra amable (riallera, la definió el poeta Joan Maragall), de perfiles suaves, surcada por el bajo Ter y cerrada del lado del mar por el macizo del Montgrí, el espolón del Estartit y la silueta inconfundible de las illes Medes. Aquí han pasado o pasan muchas horas de sus vidas amigos ilustres como Carles Navales en Colomers, Manolo Vázquez Montalbán en Cruïlles, Jaime Gil de Biedma en Ultramort o Pasqual Maragall en Rupià, sin olvidar al abogado Rafael Senra “El Sevi”, en Fonolleres.

En estos inicios de la primavera el color que predomina en los bosques y los prados es un verde nuevo y brillante, y en los márgenes de los campos de cultivo se arraciman las amapolas. Carmen y yo hemos subido a pasar allí este jueves santo – que quedará marcado en la historia por la muerte de Gabriel García Márquez –, y aprovechado el buen tiempo para revisitar uno de nuestros “monumentos” particulares en la zona, la iglesia de Sant Romanç de Sidillà, situada en una zona boscosa próxima a la orilla derecha del río Ter, entre Sant Llorenç de les Arenes y Foixà. Sant Llorenç fue en tiempos una encomienda de la orden del Hospital, y aún siguen bien visibles en la iglesia parroquial y en la modesta pero antigua casa de la encomienda las cruces de ocho puntas o “patadas”, emblemáticas de la orden. Por lo demás es un núcleo de población muy modesto, aunque situado en un entorno rico en historia y en memoria.

Estas tierras sufrieron hace unos meses un incendio devastador, atizado por la furia de la tramontana. Las llamas llegaron muy cerca de los muros de la iglesia de Sant Romanç; sin embargo, no la alcanzaron. Sería exagerado afirmar que sigue “intacta”, tratándose como se trata de una ruina mal apuntalada; pero mantiene lo que los cirujanos llamarían sus “constantes vitales”.

Esta es su historia. El nombre de Sidillà parece ser una corrupción local de “Sicilià” o “Ciziliano”, grafía que aparece en los documentos más antiguos relacionados con el lugar. Algún italiano (¿marinero en tierra, tal vez?) debió de instalarse en una época no del todo precisada, anterior al siglo X en todo caso. En cuanto al nombre de Sant Romanç, parece provenir del plural Sants Romans (Santos Romanes o Romanos), sin que se sepa a ciencia cierta a qué circunstancia del santoral responde la advocación. La iglesia fue el centro de un pequeño núcleo rural desde los primeros siglos de la edad media; se han encontrado en su entorno cerámicas bajorromanas y altomedievales, y huesos indicativos de que pudo haber allí una necrópolis. La fábrica del edificio tal y como subsiste corresponde al siglo XI, aunque algunas partes del mismo podrían remontarse hasta el VI.

A finales del XIII, los condes de Empúries, hartos de que los acarreos del Ter cegaran el puerto de Torroella, desviaron el curso bajo del río de forma que desembocara más al sur. El desvío cambió toda la morfología de la zona. Para contrariedad de los condes el nuevo delta dejó el puerto de Torroella sin mar, mientras que en la ribera derecha del río, por la banda de la adecuadamente llamada Sant Llorenç de les Arenes, se acumularon dunas móviles cada vez mayores de arenas y gravas depositadas en ese punto por el río.

Los embates de la tramontana hicieron el resto: las dunas se desplazaron inexorables hacia el sur, arruinaron los cultivos de Sidillà y obligaron a sus habitantes a abandonar tierras y hogares. Las arenas lo sepultaron todo.

Muchos siglos después, los embalses y las represas del Ter volvieron a cambiar el paisaje. Los aportes fluviales se redujeron y las dunas se fijaron con pinos y matorral. Aún hoy, el tacto al pisar la tierra es blando y poroso.

En 1973, la máquina de una compañía extractora de gravas chocó con algo duro, que de pronto cedió y se hundió. Se había abierto un boquete en la bóveda sepultada de Sant Romanç. El lugar fue, varios años después, desenterrado y limpiado por voluntarios, sin arreglo a ningún programa arquitectónico ni arqueológico; y también se apuntaló de forma precaria la bóveda desfalleciente. En el verano de 2010, en una batida conjunta hecha con Conxa Masià, prima de Carmen, y su marido Narcís, descubrimos por fin la iglesia, muy escondida entre pinos y matorrales, que habíamos estado buscando a partir de informaciones poco precisas aparecidas en publicaciones comarcales. Ahora, después del incendio, el edificio resulta bastante más visible: se ha talado la zona más próxima y creado un espacio de unos 15 metros a su alrededor para prevenir riesgos futuros.

No es un gran monumento; apenas un espacio murado mal cubierto por una bóveda agujereada. No justifica grandes inversiones para su rescate, sólo reclama un poco de cariño por tratarse, a fin de cuentas, del testimonio de un pasado que nos pertenece. Memoria histórica, por más que sea en cantidades infinitesimales. 

jueves, 17 de abril de 2014

EL LIMONERO BAJO EL CEMENTO

Un artículo reciente sobre el futuro de Europa, del sociólogo Ulrich Beck, me ha resultado cargado de sugerencias. Su punto de partida es la siguiente afirmación de Alain Finkielkraut: «Europa no puede construirse sin las naciones, ni contra las naciones.» ¿Y por qué no?, se pregunta Beck. ¿No es así, precisamente, como haría falta construirla? «Abrid bien los ojos y veréis que no sólo Europa sino el mundo entero se encuentra en una transición en la que han dejado de ser reales y operativas las fronteras en las que Europa se piensa políticamente a sí misma.»
El Viejo Continente se encuentra hoy sumido en una crisis que, más allá de la situación de la economía, es una crisis mental, dice Beck, y hace suya una frase terrible de Albert Camus: «El secreto de Europa es que ya no ama la vida.» Lo que está en medio en esta situación, lo que estorba, son justamente las fronteras, las identidades basadas en lenguas diferenciadas, las barreras que los Estados-nación ponen a la difusión y el desarrollo de un modo de vida y una cultura comunes y comunitarios. Dante, Cervantes, Shakespeare, Mozart, Goethe…, ellos son la verdadera identidad europea. Y en referencia a la actual crisis política de Ucrania, apunta Beck: «No se puede proyectar el pasado de las naciones sobre el futuro de Europa, sin destruir irremediablemente el futuro de Europa.»
Para hacer frente a los males de la globalización, es decir a la pobreza creciente y la marginación, a las desigualdades extremas, a la guerra y la violencia, al desarrollismo a toda costa y su consecuencia indeseable que es el cambio climático, Europa necesita una visión global. Debe pensar más allá de las fronteras de los Estados, obligar a cooperar a los enemigos, y tener en cuenta no sólo el estado actual de las cosas sino a las generaciones futuras que van a heredar el mundo que nosotros les dejaremos.
Beck, alemán, encuentra en la cultura de la región mediterránea la “última utopía” aún subsistente, y el ideal de vida, de “buena vida”, que podría unir a todos los europeos en una tarea común. Cita a Goethe y su nostalgia por «el país donde florece el limonero», y se regodea al señalar cuánto mejor nos irían las cosas si el presidente Putin y la cancillera Merkel distrajeran sus ocios en una partida de petanca. Su escapada lírica deja, evidentemente, un flanco abierto al sarcasmo, y en efecto un lector de Le Monde(1), marsellés por más señas, abomina de tales clichés y responde que hoy los jugadores de petanca votan al Frente Nacional y que el limonero está enterrado bajo el cemento «depuis belle lurette», desde los tiempos de Maricastaña como quien dice.
Pues bien, si el limonero está sepultado, es tiempo de replantarlo, para poder soñar una vida mejor a su sombra, perfumados por el aroma de sus flores. Necesitamos reconstruir (o construir de nueva planta) una auténtica comunidad europea: descentralizada, confederalizada, convivencial, culta, tolerante, respetuosa con la naturaleza interna y externa, acogedora para los que llegan de fuera. Y el primer presupuesto de esa Europa en perspectiva, dice Beck, debería ser «la hibernación de la nostalgia étnico-nacional en todas sus formas.»
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(1) “Mediterranée, tristes utopiques…”, por Boris Grésillon. Mi agradecimiento a Javier Aristu, que me ha proporcionado tanto este artículo de Le Monde, como el de Beck, aparecido en La Repubblica.


lunes, 14 de abril de 2014

HISTORIAS DE HEREJES

Algunas herejías religiosas, políticas y sociales me provocan una atracción intelectual que contrasta con la afición desmesurada, a lo largo de la historia, de muchos de mis compatriotas por la ortodoxia; una afición que les ha llevado a glorificar a España como “martillo de herejes y luz de Trento”. A quienes, como a mí, no les convence demasiado la clase de iluminación que puede esperarse de las actas del concilio tridentino, seguramente les gustará el libro de Leonardo Padura que estoy leyendo, titulado precisamente “Herejes”. Cuenta historias de hombres que fueron señalados como heterodoxos en el seno de una comunidad que era a su vez herética para círculos más amplios de sectarios disidentes de la rama principal de la doctrina que todos ellos practicaban de una u otra forma. Los meandros de sus comportamientos vienen a configurarse como una especie de arcanos encerrados unos dentro de otros de modo que las reglas, los valores y las conductas se bifurcan y se multiplican en cada nivel.

Padura advierte en una nota que los acontecimientos descritos en su novela están basados en una investigación histórica rigurosa, pero que las exigencias del desarrollo dramático le han obligado a tomarse libertades con la cronología real de determinados acontecimientos. Uno de ellos es la conmoción que en la comunidad judía produjo la aparición de un aspirante a mesías, que arrastró en su estela a un gran número de seguidores. En la novela ocurre tal cosa durante el decenio de 1640; en la realidad, a finales del de 1650. Sabbatai Zeví empezó entonces a predicar la buena nueva de que la redención estaba cerca, y que él mismo era el mesías esperado. Zeví había nacido en 1626, en una familia de sefarditas acomodados de Esmirna. Al crecer empezó a comportarse de una forma extraña: sufría fuertes depresiones durante las cuales creía estar poseído por los demonios, seguidas de fases de euforia en las que se entregaba a provocaciones públicas tan reprobables como ingerir alimentos prohibidos y pronunciar en voz alta el nombre del dios innombrable. Fue expulsado de Esmirna por los rabinos, y sucesivamente también de Estambul, por afirmar que la grandeza divina consistía en permitir lo prohibido, y de El Cairo, donde había contraído matrimonio con una prostituta. En una de sus fases depresivas buscó la ayuda de un exorcista experto en la Cábala, Natán de Gaza. Fue Natán quien se convenció primero a sí mismo y luego también a Sabbatai de que éste era el mesías esperado. Las predicaciones desarrolladas por los dos en Palestina en 1665 despertaron un revuelo considerable, y Natán envió cartas a las comunidades judías de Italia, Holanda, Polonia, Alemania y el Imperio otomano, para notificarles la buena nueva.

De los muchos mesías autoproclamados de la historia del judaísmo, ninguno consiguió un eco entusiástico tan grande, por el número y por la diversa extracción social de sus seguidores. Ni siquiera se le pudo comparar en ese sentido el aspirante que 1600 años antes había predicado una nueva Ley y cuya paradójica trayectoria finalizó en un gran fiasco, colgado en una cruz como un ladrón.

La historia de Sabbatai Zeví tampoco acabó bien. En enero de 1666 fue apresado en Estambul. El visir lo trató con respeto, y a demanda suya Sabbatai se ratificó en su divinidad: «Yo soy el Señor vuestro Dios.» Llevado a juicio ante el sultán, éste le dio a elegir entre la conversión al islam y la muerte. Zeví eligió la conversión, fue liberado y vivió como musulmán hasta su muerte en 1676. Natán de Gaza siguió sin embargo con sus predicaciones, y sostuvo que la apostasía de Zeví velaba un misterio más profundo: el mesías había de descender primero a los infiernos, y emerger de allí fortalecido para vencer por fin a las fuerzas del mal. Muchos sabbatianos griegos y turcos decidieron imitar la conducta de su mesías, se convirtieron en masa al islam y siguieron luego a escondidas con sus ritos judaicos. En la comunidad judía internacional, por el contrario, el penoso suceso se convirtió en una nueva fuente de vergüenza y de decepción amarga.


La deliciosa complicación de todos estos sucesos se ajusta como un guante a los curiosos recovecos del comportamiento de los grupos sociales descritos en la novela de Padura. Las informaciones sobre Sabbatai Zeví las he sacado de una obra fascinante de Karen Armstrong, “Una historia de Dios. 4000 años de búsqueda en el judaísmo, el cristianismo y el islam” (Paidós, Barcelona-Buenos Aires 1995; traducción de Ramón Díez).

viernes, 11 de abril de 2014

EL PECADO A LOS TRECE AÑOS

A un amigo le ha sorprendido mi afirmación, hecha el otro día en uno de estos posts, de que la película que más veces he visto en mi vida, con diferencia, es “Cantando bajo la lluvia”. «Te tenía por persona seria», me ha dicho. Lo que, lamentablemente, es verdad. Soy una persona seria. Y sin embargo, el dato está ahí, y sigue siendo cierto.

Puedo dar una explicación. No una excusa, la preferencia por una película no necesita excusas. Sólo una explicación: ese portentoso musical de los años dorados de Hollywood ocupó un lugar muy especial en mi accidentado proceso de educación sentimental.

Ocurrió así. El prefecto de los mayores del colegio de Hermanos de la Doctrina Cristiana en el que estudié, el hermano Luis, unánimemente conocido por el alumnado como el Perifollo, era un hombre de inquietudes culturales. En calidad de tal, llevó adelante en el año 1958 la innovadora iniciativa de dar una sesión de cine-fórum a los cursos de cuarto a sexto de bachillerato, los sábados por la mañana; es decir, justo antes del peligroso hiato que suponían para nuestra salud espiritual los domingos en la vorágine de la gran ciudad.

Cine-fórum no significaba en este caso coloquio, porque ningún religioso sensato podía tener paciencia bastante para responder desde una mesa a las bobadas insulsas que se nos ocurrirían a unos gaznápiros como nosotros. Pero el mismo Perifollo se encargaba de presentar la película y de cerrar la proyección con un comentario final adecuadamente moralizante.

La cosa fue bien (desde su punto de vista, no tanto desde el nuestro) hasta que entró en el turno de géneros la comedia musical, y la casa que alquilaba los rollos de celuloide le envió “Cantando bajo la lluvia”. El Perifollo quedó abrumado al efectuar en solitario el visionado previo, bloc de notas y bolígrafo en ristre para apuntar los comentarios que haría al día siguiente. Pero ya no había opción; no estaba a tiempo para cambiar la película y pasarnos “La canción de Bernadette” o “La familia Trapp”, por ejemplo.

«En esta casa – nos explicó el sábado a las filas de escolares que llenábamos el salón de actos delante de la pantalla en blanco – no solemos recurrir a la censura. Aviso a todos que en esta ocasión sí lo hemos hecho. Tenemos una mentalidad liberal y, como vais a ver, somos capaces de transigir con el desnudo cuando es soporte de un contenido artístico. Pero cuando sólo es vehículo para una nauseabunda pornografía, nos vemos obligados a decir con firmeza: basta, hasta aquí hemos llegado.»

Ni entendimos lo que quería decir, ni nos aclaramos demasiado después de la hora escasa de proyección que siguió. Nos dimos cuenta, eso sí, de que al hablar de “desnudos” se refería simplemente a piernas femeninas desnudas, algo que ya veíamos sin alborotar por ello en la playa o en la piscina, los meses de verano. En cuanto a “pornografía”, era una palabra a retener en la memoria para buscarla más tarde en el diccionario. Las escenas de la película que vimos se sucedían sin pies ni cabeza, eran pura agitación sin sentido de un escenario a otro, y en medio había una escena magnífica de baile bajo chorros de lluvia con un paraguas. Pero detrás, en el metraje suprimido, intuí que tenía que haber “algo” que valía la pena averiguar. A mis trece años yo tenía una noción del pecado muy confusa. Sabía que estaba relacionado con las mujeres, pero ignoraba por completo el “cómo” y casi todo del “por qué”. Y ahora me llegaba de pronto una pista segura de dónde buscar, de la boca misma de un experto en el tema. De modo que cuando en un cine del barrio pusieron “Cantando bajo la lluvia”, pedí permiso a mis padres para ir. Y mis padres me lo concedieron: era una película tolerada para menores.

La proyección puso las cosas en su sitio. Ahora las escenas encajaban unas con otras, y los números desaparecidos de baile hacían avanzar el argumento de una forma comprensible y además ingeniosa. Me divertí recuperando el hilo de las imágenes maltratadas de las que había sido espectador unas semanas antes.

Y de pronto, ya hacia el final de la película, durante una secuencia de danza en la que un novato llegaba a Hollywood decidido a bailar, apareció una pierna larguísima e insoportablemente torneada, extendida a lo largo de la pantalla y sosteniendo en la punta del zapato el sombrero del bailarín novato. Detrás de aquella pierna alucinante estaban una boquilla igualmente eterna y una mujer bella y enigmática: Cyd Charisse.


Asistí al resto del ballet en trance, convencido de haber identificado por fin la fuente de la “pornografía” del Perifollo. Sentí un respeto nuevo por él. No nos había timado cuatro escenas de mierda sólo por el placer sádico de humillarnos. Tenía sus razones. Podía ser un cura y un rastrero, pero había que reconocer que los tenía bien puestos. Y gracias a su indicación de experto, yo había podido avanzar por fin algo en mi conocimiento del pecado. Seguía a oscuras en relación al “cómo”, pero tenía ya un principio de idea básica sobre el “por qué”. Y puesto a hacer balance en mi desordenada almita, llegué a la convicción de que el pecado me gustaba. Mucho.