jueves, 2 de mayo de 2013

EL CENTAURO SINDICATO Y LAS CASTAÑUELAS

Fascinado por la metáfora del profesor Romagnoli sobre el  EL SINDICATO Y EL CENTAURO,  he pedido a José Luis López Bulla una explicación más detallada sobre su significado, y José Luis en contrapartida me invita a expresar mi propia opinión al respecto. Invitación aceptada.

        
En su origen el sindicato es una asociación de productores o de trabajadores en defensa de sus intereses comunes. A partir de esos inicios modestos y eminentemente privados, el sindicalismo empieza a plantearse históricamente metas más ambiciosas y a representar ante los poderes públicos derechos, intereses y reivindicaciones de estratos cada vez más amplios y diversificados de trabajadores asalariados: nacen las uniones, las federaciones y finalmente las confederaciones, unas apolíticas, otras plurales, y otras aun, políticamente decantadas y posicionadas. En cualquier caso, todas siguen instaladas en el ámbito de lo privado y el mandato que reciben para representar a los trabajadores depende únicamente de su relación directa e inmediata con ellos.
        
En los momentos de apogeo del Estado social, mediado el siglo xx para la mayoría de los países europeos –y con considerable retraso en España, ya que aquí bajo el franquismo existía una versión peculiar (vertical) del sindicato, único, de afiliación obligada, de carácter público y con representación en Cortes; un engendro fascista no asimilable a ningún sindicato digno de este nombre--, se produce un salto de cualidad y los sindicatos democráticos adquieren connotaciones de instituciones también públicas, puesto que trabajan junto al gobierno y los partidos políticos del arco parlamentario en asegurar la estabilidad y el progreso del sistema. Para simplificar las complejas mediaciones entre el poder estatal y la sociedad civil, se establece entonces una “representatividad” presunta de orden general que se reconoce por ley a determinados sindicatos que han acreditado un arraigo suficiente. Éstos quedan calificados para negociar y decidir determinadas cuestiones en nombre de todo el universo de los trabajadores asalariados: no sólo los convenios colectivos de eficacia general sino además, y de forma más peligrosa, otros pactos globales, con intervención del propio gobierno, referidos a cuestiones sociales.

Así queda plasmada la naturaleza centáurida del sindicato. Posee una representación “propia” derivada de su arraigo en el suelo social: de su afiliación, de las formas de encuadramiento que establece, del grado de democracia interna que practica, etc. Y sobreañadida, una “presunción” o ficción jurídica que le otorga una representación general en determinados órdenes señalados en las leyes.
        
Hoy las políticas de la derecha para el manejo de la crisis global que nos aflige han arrumbado el Estado social y amenazan cercenar todas las connotaciones “públicas” de los sindicatos y expulsarlos al limbo de lo irrelevante. La fuerza misma de las cosas empuja a una reconsideración global de la posición del sindicato en relación con la sociedad civil y ante el Estado.
         Y la solución no está en la invocación clásica del paralítico que se cayó por el barranco: “¡Virgencita, que me quede como estoy!” El peligro de una reafirmación de la condición híbrida del sindicato, supuesto que se soslayen las tormentas políticas que se avecinan, es que la inercia adquirida por la presencia continuada en ámbitos institucionales lleve al sindicato a sustituir de forma abusiva su representación propia por la ficción de una representación general y no discriminada. Que hable por los trabajadores sin consultar en concreto a los trabajadores. De esta forma su credibilidad se resiente, su representación real disminuye, y sectores crecientes del universo asalariado se apartan, e incluso se enfrentan con él, y reclaman, a través de la democracia directa de las asambleas, “más” democracia a secas.

         Tenemos al centauro enfermo. Y está por decidir si ha de ocuparse de su dolencia el médico o el veterinario. Romagnoli no aclara a quiénes corresponden en su metáfora estas dos figuras: dice sólo que encontró la pregunta plausible. Intuyo que también en este punto se refiere a la dicotomía de lo público y lo privado. De un lado la posibilidad de buscar una reafirmación en el ámbito de lo público, a través de un gran “pacto de Estado” con cambios de legislación que dibujen un sindicato funcionarial, una especie de apéndice de la administración para la gestión del empleo. O bien, en el ámbito de lo privado, a través de la búsqueda exterior de alianzas, adhesiones o correas de transmisión varias con partidos, movimientos u organizaciones diversas, sin tocar los órganos internos. Las dos vías resultan de corto recorrido; ninguna de las dos ofrece unas perspectivas medianamente viables, y de hecho así se sugiere en la respuesta de Romagnoli, que es un acto de fe en el sindicato y en sus potencialidades: en épocas de tribulación, el propio sindicato es capaz de aplicarse el remedio oportuno.

         Volvemos así al tema de la autorrefundación, del autosanamiento del sindicato. Insinúa Romagnoli, o acaso me lo figuro yo, que esa operación sólo es posible a través de una vuelta a los orígenes, es decir de la reconsideración atenta del vínculo de confianza en el que reposan la relación directa con los trabajadores concretos y el carácter de la mediación sindical para la defensa de los derechos y las aspiraciones del mundo del trabajo heterodirigido. Tema morrocotudo el de la refundación, te decía yo; un sobrero reservón y marrajo que aguarda en los toriles a punto de salir al ruedo y que habrá que lidiar “sí o sí”, como se dice ahora en la jerga de las gestas deportivas. Al respecto conviene recordar la cita que hacía Eugenio D’Ors de alguien que encabezaba su método para aprender a tocar las catañuelas con la siguiente recomendación: “Las castañuelas no hay obligación de tocarlas, pero de hacerlo, es preferible tocarlas bien que tocarlas mal.” Igual pasa con la refundación del sindicato. Sólo que estas catañuelas, sí hay obligación de tocarlas.