Ayer Carmen se tropezó en el portal de casa con un vecino del
bloque, jubilado, que ejerció en tiempos el oficio de peluquero de señoras.
-¿A pasear con los niños? –dijo el hombre, y Carmen aclaró:
-Son mis nietos.
-No es posible –se hizo cruces el peluquero- ¿Sus nietos? Yo los
hacía sus hijos, y me parecían ya muy crecidos…
No era un error (nos conoce bien), sino una galantería: un
piropo, que se decía antaño. A Carmen le sentó como una patada en la boca del
estómago, porque estos ya no son tiempos.
Tiempos eran aquellos (principios de los sesenta) en que,
recién ingresado en la universidad, asistí a la inauguración solemne del curso
académico en el Aula Magna de la
Complutense con
don Leonardo Prieto-Castro, decano de la
Facultad de
Derecho, como conferenciante.
-La mayoría de ustedes… –discurseó don Leonardo. Jamás llamó de
tú ni siquiera a un humilde estudiante de primer curso.- La mayoría de ustedes
son demasiado jóvenes para haber vivido la terrible experiencia de nuestra
guerra civil. La totalidad de las señoras presentes (aquí una elegante
reverencia), por supuesto, también lo son.
Hubo un cloqueo de risa satisfecha entre las mentadas señoras,
esposas por lo general de los cátedros del plantel. En los años a que me
refiero, dicho sea entre paréntesis, era aún impensable la existencia de una
señora catedrática, ni de Derecho ni casi de ninguna otra cosa. Bajo el
franquismo, en el terreno de la cultura las mujeres sólo podían representar el
sufrido papel de florero.
Convengamos pues en que ya no son tiempos para galanterías. Lo
digo pensando en dos mujeres concretas, francesas las dos aunque la primera
nació en Estados Unidos: Susan George y Christine Lagarde. Susan George dirige el
Observatorio de la
Mundialización , con sede en París, y
desempeña otros cargos relevantes. Fue hasta hace pocos años vicepresidenta de
ATTAC. Ha señalado hace unos días que no será posible atajar la crisis
económica mientras no se ponga coto de alguna forma a los movimientos especulativos
de capitales transnacionales. Christine Lagarde, directora del FMI, no está ni
de lejos por esa labor: su receta para España es recortar en un 10% los
salarios.