jueves, 19 de enero de 2023

UN ÉXODO EN CADENA

 


Angelina Puig. (Fuente, Diario digital de Sabadell)

 

A lo largo de los años sesenta, una marea humana de dimensiones bíblicas se desplazó desde miles de localidades andaluzas y de otras regiones (extremeñas, murcianas), hacia lugares lejanos que ofrecían, si más no, la esperanza de trabajo remunerado y de una vida con algunas (muy pocas, en verdad) comodidades a las que los migrantes no tenían acceso en sus comunidades de origen. Ese fue el origen de un vínculo peculiar entre Andalucía y Cataluña, puntos mayoritarios de origen y de destino de aquella riada humana, que han sido tema para estudios recientes de diferente tipo pero en todo caso de gran enjundia, en particular en Andalucía. (*)

La Jerusalén celeste era un lugar de delicias en el que, según los creyentes, manaban fuentes de leche y miel. Cuesta reconocerlo en la descripción que Angelina Puig (**) hace de la “Tierra prometida” adonde se dirigieron miles de familias granadinas en las décadas de 1950 y 1960. «En 1950 el barrio de Torre-romeu no existe. Es un espacio situado al este de la ciudad [Sabadell], a la izquierda del río Ripoll, que se extiende desde el río hasta la parte más alta de la montaña … Es un lugar desequilibrado, inhóspito, de fuertes pendientes, que en los días de lluvia tienen más el aspecto de torrentes que de caminos. Algunas escaleras salvan los desniveles abruptos.»

No hay luz eléctrica, ni agua corriente, ni alcantarillado, ni calles propiamente dichas. En octubre de 1950, fecha del Plan General de Ordenación de Sabadell, viven allí 2.111 personas en 354 casas, 70 “semi-casas”, 292 cobertizos. 94 barracas y 182 cuevas. Unas 1.550 lo hacen en cuevas y barracas. El propietario de la mayor parte del terreno es don Segimon Homs. El precio de una cueva en 1950 podía ser, según el historiador sabadellense Antoni Castells, de unas 3.000 pesetas.

Angelina ha trazado de forma pormenorizada la historia del éxodo prodigioso que llevó a este lugar, entre 1950 y 1972, a más de mil personas procedentes de Pedro Martínez, población de los montes de Granada. Parte destacada del libro es la palabra de los/las protagonistas, que cuentan en primera persona su antes y su después. Memoria oral, admirablemente encajada en el relato.

La mayoría llegaron por tren, en grupos grandes, porque así era más barato. Traían consigo todos sus enseres, sus muebles. La primera oleada se produjo en los años cincuenta: fueron gentes con menos arraigo en su pueblo de origen, problemáticas para los propietarios, o los curas, o la guardia civil. Estuvieron primero en el Pirineo, en la construcción de embalses para las compañías hidroeléctricas. Un trabajo duro y peligroso. Hubo accidentes, muertos que llorar. Desde Pont de Suert, recalaron en Sabadell buscando trabajos más asequibles y refugio.

La primera oleada fue entonces la de los inquietos, los desarraigados, los descontentos, los directamente antifranquistas, algunos de ellos directamente organizados. En los años sesenta, las condiciones de trabajo en los latifundios de Andalucía empeoraron. Se compraron máquinas para las faenas del campo, la demanda de mano de obra disminuyó, los jornales menguaron. La segunda oleada de migrantes incluyó a todos, desde los jambríos hasta una parte de las clases medias. Angelina define aquel movimiento colectivo de forma interesante, como una “migración en cadena”. Las gentes de Pedro Martínez no eligieron como punto de destino Torre-romeu como un desiderátum, sino porque otros lo habían hecho antes. Un instinto de grupo les llevó a mantener a toda costa la familiaridad y la coherencia de su origen común.

Todos trabajaron: quien podía, con un contrato de trabajo; quien no, con “faenas” de ocasión pagadas en negro, en la economía sumergida; las mujeres, auténticas cabezas de familia, en cuidados de todo tipo, a familiares y a vecinos necesitados, que nunca tuvieron remuneración dineraria, pero fueron esenciales para la supervivencia y para la cohesión.

Todos trabajaron además en convertir el desmonte en un suburbio. Las cuevas se limpiaron, se ampliaron y compartimentaron; las barracas se reformaron y se consolidaron, incluso se convirtieron en casas dignas de ese nombre, algunas de más de un piso. Los propios vecinos construyeron aceras, con cemento y tochos. Por agua se iba a las fuentes, se repartía acorde con las necesidades, y por ella se pagaba al propietario. Cada vivienda mínima era habitada por tantas personas como podían ocuparla. La densidad de población era altísima.

Aquello ocurrió bajo el franquismo, bajo el nacionalcatolicismo, con la “buena gente” mirando a otro lado. Solo con la llegada del primer alcalde democrático, Antoni Farrés, del PSUC, llegaron los servicios esenciales, y el espacio primigenio junto al río que inundaba las cuevas en los otoños lluviosos, se convirtió en un barrio “normal”.

El trabajo, sobre todo en las fábricas textiles y de la construcción, y la lucha vecinal por mejorar el espacio comunitario, estuvieron también presentes en el proceso de integración de los migrantes en un territorio y una cultura diferentes. De Pedro Martínez trajeron muchas de las personas migrantes semillas cuidadosamente atesoradas de antifranquismo, de anhelos democráticos y de reivindicación de derechos igualitarios. La lucha sindical y vecinal fue a partir de los setenta un cemento social y cultural poderoso en el mosaico de comunidades que convivieron en un Sabadell, un foco tradicional de inmigración que triplicó su población censada en tres decenios y medio (1950 = 59.494 hab.; 1985 = 187.506).

 

* Quiero referirme en particular a dos libros recientes de dos grandes amigos: el póstumo del inolvidable Javier ARISTU, “Señoritos, periodistas y viajeros”, (2022) y al último estudio de Carlos ARENAS POSADAS, “Lo andaluz. Historia de un hecho diferencial”, del mismo año.

** Una reelaboración de la tesis doctoral de Angelina PUIG I VALLS, “De Pedro Martínez a Sabadell: la inmigració, una realitat no exclusivamente económica”, ha sido editada en la forma de un volumen de la colección Serie General Universitaria (SGU) de Edicions Bellaterra, junto a otro estudio de Teresa M. ORTEGA, bajo el título común de Andalucía y Cataluña: dictadura y emigración (Barcelona 2020).