Un artículo de Eduardo Bayona en CTXT (1) muestra las cortapisas
a las que está sujeta aún la igualdad de género en el terreno laboral: menor
ocupación, más precariedad, mayor exclusión. Una carrera de obstáculos para las
que entran en el mercado laboral por abajo, es decir la inmensa mayoría de las
mujeres. No es que los varones lo tengan mucho mejor, pero todos los
porcentajes mensurables están a su favor si se los compara con los de sus
compañeras.
Seguramente, considerar que el culpable de este maldito
embrollo fue el ingeniero Taylor sea simplificar en exceso el problema, pero
aquel cabronazo ideó algo que llamó “organización científica del trabajo”, insostenible
ya en la época del maquinismo y pestilente en el paradigma tecnológico en el
que nos movemos hoy; pero que sigue siendo un axioma indiscutido en el mundo de
las relaciones laborales, mientras el patrón no decida otra cosa.
El invento consiste en que los ingenieros (antes; hoy, han
sido sustituidos por los algoritmos, y se han proletarizado) piensan en cuál es el mejor
método para realizar las tareas de la producción de bienes y de servicios, y
los trabajadores sometidos a riguroso control ejecutan lo ordenado al pie de la
letra y sin pensar ni un solo momento por su cuenta. Para el ingeniero Frederic
Winslow Taylor, el obrero industrial ideal era un gorila amaestrado. Nunca ni
en ningún lugar, ni siquiera con la intención obscena de cubrir un renglón del
Libro Guinness de los Récords, se ha intentado hacer trabajar en una cadena de
montaje a uno o más gorilas. Nadie ha soñado con amaestrar gorilas para hacerse
de oro ofreciéndolos a unos dadores de empleo ávidos por utilizarlos sin más
salario que un puñado de cacahuetes. La única persona que ha cantado al gorila
con talento y convicción ha sido Georges Brassens (2), y no estaría mal que el
mundo atendiera su mensaje alto y claro.
Pero el neotaylorismo sigue vigente en el mundo de la
economía, pese a todos los argumentos que se han ido acumulando en su
contra. Hubo un derrumbe del fordismo, o del maquinismo, llámenlo como quieran,
pero el taylorismo salió intacto del desastre. El taylorismo gusta a los
emprendedores, que, ellos sí, colectivamente considerados forman parte de la
subespecie zoológica de los gorilas amaestrados.
A falta de gorila, el dador de trabajo pondrá en la medida de
lo posible un varón antes que una mujer en cualquier puesto de trabajo que
necesite (porque el trabajo, según la moderna doctrina, no tiene ningún valor
cotizable en bolsa; pero lo que es necesitarse, se necesita). Hay excepciones a
esta regla general, y Bayona las enumera en su artículo. El principal sector
con mano de obra femenina preponderante es la función pública, donde no hay un
patrón privado y las mujeres obtienen plaza sometiéndose a un examen de aptitud
imparcial. Las otras son la educación y la sanidad privadas, el comercio al por
menor, la hostelería, las actividades administrativas y los servicios del
hogar. En todos los casos los niveles de precariedad, tiempo parcial,
intermitencia y baja remuneración castigan en particular a las mujeres, no
según los Estatutos, pero sí según las estadísticas.
Es una de las que he dado en llamar dislocaciones más
marcadas que se dan en el mundo en que vivimos, y correctamente resuelta
abriría el paso a una gran bonanza en saberes, prácticas y cooperación positiva
en la economía real.
(2) Gare
au gorille!