sábado, 6 de enero de 2024

RESURRECCIÓN DE AIGAI

 


Columnas del palacio real de Aigai, vistas desde el museo. La mansión en la que vivió Filipo II fue el edificio de mayores dimensiones de toda la antigüedad griega. (Foto compartida del grupo “Grecomaníacos”, en Facebook.)

 

La capital histórica de la Macedonia griega fue Aigai (léase “Egue”, lo he visto castellanizado en algunos autores –por ejemplo, María Belmonte Barrenechea– como “Egas”), desde el siglo VII aC. En el IV aC, Arquelao prefirió Pella como residencia, lo cual pudo significar, o no, un cambio de capitalidad. Posiblemente se dio una dualidad: Pella, lugar de nacimiento de Alejandro Magno, ejercía como capital administrativa, pero la función de “representación” (el palacio real, el teatro, los templos, las tumbas de los reyes) habría seguido anclada en Aigai.

En 168 aC los romanos derribaron las murallas de Aigai y prendieron fuego al palacio real. El siniestro fue completado un siglo después por un seísmo que arrasó la ciudad hasta hacerla desaparecer de la faz de la tierra. En 1923 se asentaron en el lugar unos refugiados griegos procedentes de Bulgaria, que llamaron Vergina a la pequeña población que fundaron. La antigua capital quedó subsumida bajo la tierra de labranza, hundida salvo por algunos afloramientos pétreos apenas reconocibles.

El proceso de resurrección se inició el 11 de noviembre de 1977, cuando un equipo de arqueólogos dirigido por Manolis Andrónikos empezó a excavar un túmulo de grandes dimensiones que resultó contener varias tumbas. La tumba II, que contenía un ajuar funerario excepcionalmente rico, quedó identificada de forma plena como la de Filipo II, el padre de Alejandro Magno. María Belmonte, a quien sigo en estas notas históricas (*), cuenta que Voula, la patrona del hotel rural en el que se alojó ella en Vergina, al pie de la colina de las Musas sobre la que se había alzado el palacio real, era una joven camarera en el bar de la localidad hacia 1984, cuando las excavaciones de las tumbas: «Recuerdo un día en que [los arqueólogos] estaban muy excitados y hablaban todos a la vez. Fue el día en que descubrieron la tumba intacta del rey.»

Angeliki Kottaridi formaba parte de aquel grupo, en los inicios de su carrera como arqueóloga. Hoy, como directora del eforato de la región de Imathia, ha podido completar otro sueño: la reconstrucción parcial del palacio de Filipo. Por en medio, hace apenas un año, inauguró el moderno Museo de Aigai, vecino al palacio y distante apenas unos cientos de metros de las tumbas. De la oscuridad del subsuelo, el visitante pasa de pronto a un edificio casi transparente, de colores vivos y una luminosidad radiante, donde el protagonismo ya no recae en los reyes muertos sino en la vida cotidiana que bulló en las calles y las casas de Aigai. Una gran vitrina contiene solo clavos de construcción; otras, pedazos de cerámica o pequeñas lámparas de aceite. Hay vestidos y adornos, mosaicos y estatuillas. «En otros museos solo tienes obras maestras, dice Angeliki. Aquí mostramos cosas normales, la realidad de la vida.»

El resultado es un museo “policéntrico”, con puntos de atención muy diferentes, no pensado para los arqueólogos sino para el público común. Este 5 de enero de 2024 se ha abierto al público el palacio real parcialmente reconstruido de Aigai. En los planes de la dirección está extender la visita a la iglesia de Ayios Dimitrios, en otra localidad vecina, donde unas pinturas murales evocan a Alejandro Magno de la única manera concebible en el momento en que fueron creadas: como un basileus bizantino, con los atributos de su poder terrenal y espiritual, incluidas la cruz y la bola del mundo.

 

(*) María BELMONTE, “En tierra de Dioniso”, Barcelona, Acantilado 2021.