Boris
Pasternak. Algunos críticos han reducido el tema de su gran novela “El doctor
Jivago” a una trasposición de su relación amorosa con Olga Ivinskaya. Quizás
ese intento de banalización, y la carga de oportunismo político consecuente a
la filtración del manuscrito a Occidente, condujo a la concesión de un merecido
pero polémico Premio Nobel como complemento circunstancial.
He sacado de su estante en la librería mi volumen de la
novela de Boris Pasternak “El doctor Jivago” (Noguer, 24ª edición, 1967.
Traducción – excelente – de Fernando Gutiérrez). El motivo ha sido el recuerdo,
vago pero apremiante, de una vela literaria que ardía en el alféizar de una ventana,
en Moscú, y la importancia que aquello tenía como símbolo de algo que con su
lumbre empezaba a derretir una gruesa costra de hielo invernal.
La luz de la vela quedó recogida, si mi memoria no yerra,
en una secuencia de la película de David Lean. Yuri (en diminutivo, Yura) Jivago
volvía la cabeza para mirarla, en un piso alto del edificio ante el que pasaba
en trineo tirado por caballos.
Sin profundizar más en los posibles significados de la vela,
estos son los datos. Aparece en la pág. 96 de mi libro. Lara ha escondido en su
manguito un revólver que se propone disparar sobre Viktor Ippolitovith Komarovski,
su seductor-violador. Antes de encontrarlo en la fiesta navideña de los
Sventitski, sube al piso de su medio novio Pacha Antipov para hacerle una
petición importante.
«A Lara le gustaba hablar en la penumbra, a la
luz de la vela. Pacha tenía siempre, en reserva, para ella, un paquete sin
abrir. Cogió el candelero, sustituyó el cabo de vela por una bujía nueva, la
puso en el alféizar de la ventana y la encendió … La habitación se llenó de una
luz mortecina. Sobre el cristal cubierto de nieve de la ventana comenzó a
deshacerse un pequeño ojo negro.»
En el capítulo siguiente (pág. 98), y en ese mismo instante
de tiempo narrativo, el trineo de Yura y Tonia pasa por la Kamergerski, camino de
la fiesta navideña de los Sventitski en la que confluirán los distintos
protagonistas.
«Yura vio cómo se formaba un negro ojo en la
costra de hielo de una ventana. A través de él se filtraba la luz de una vela
cuyo resplandor llegaba hasta la calle, casi como el de una mirada, como si
observase a los que pasaban y esperase a alguien.
“Una vela quemábase en la
mesa. Se quemaba una vela”, susurró Yura para sí.
Era el principio de algo
confuso, todavía informe. Y él esperaba que lo demás viniera por sus propios
pasos, sin esfuerzo. Pero no venía.»
En la decimoséptima parte del libro, un apéndice que recoge
las “Poesías de Yuri Jivago”, figura la siguiente composición (págs. 626-27),
que reproduzco parcialmente:
«Sobre toda la tierra la tormenta
hasta el confín postrero.
Una vela quemábase en la mesa,
se quemaba una vela.
La tormenta imprimía sobre el vidrio
círculos y saetas.
Una vela quemábase en la mesa,
se quemaba una vela.
Sobre el techo, que estaba iluminado,
se acostaban las sombras.
Cruzados brazos y cruzadas piernas
y cruzados destinos.»