miércoles, 25 de septiembre de 2013

Sobre el mantillo federalista




«A José Carrillo de Albornoz, ingeniero agrícola eminente y grato contertulio de una velada en Parapanda, que podría enseñarnos muchas cosas sobre el mantillo.»


José Luis López Bulla acaba de lanzar en este blog una propuesta potente: un nuevo federalismo como principio político fundamental en la gobernanza de las cosas, de todas las cosas, en una situación donde se avizora, en la estela del desguace del fordismo en las relaciones industriales y de la globalización, una quiebra profunda de las jerarquías de todo tipo y de los estamentos privilegiados, no sólo en el interior de los estados, sino en la relación de los estados entre ellos (1). Porque existe en el mundo, al lado de una desigualdad cada vez más escandalosa entre ricos y pobres, entre poderosos y marginados, una pulsión también cada vez más fuerte y más drástica hacia la igualdad de derechos y de oportunidades para todos. El “nuevo” federalismo en este contexto viene a demandar un coto a los monopolios del poder, una descentralización racional mediante la multiplicación de nuevos centros de decisión, un desmantelamiento de las pirámides jerárquicas que detentan hoy la exclusiva de la Autoridad con mayúscula, y una aproximación al legítimo derecho a participar de la ciudadanía, y muy en particular de capas y sectores amplios de población descontentos con una forma de gobernar monolítica y uniformizadora que cercena sus expectativas de progreso y de calidad de vida.

Un gran proyecto federal sería en este sentido una vía idónea para la optimización de las opciones o culturas diferentes que siempre existen en el interior de una sociedad, y para la mejora de la convivencia entre ellas. Al hablar de convivencia no me refiero a la mera coexistencia o tolerancia entre los componentes diferentes pero todos ellos legítimos de una gran comunidad como España o como Europa: convivencia significa comprensión mutua, cooperación leal, solidaridad y consolidación de una unidad de propósitos y de objetivos precisamente en base y a través de la aceptación de las diferencias. Porque en las relaciones económicas, y también en las políticas, diversificación equivale a riqueza, y la uniformidad a todo trance es empobrecimiento.



Nos encontramos en una encrucijada importante para Europa y para el mundo, y hay en el aire signos contradictorios: podemos convenir todos en que la reelección de la señora Merkel en Alemania apunta en una dirección, y las manifestaciones del papa Francisco en Cerdeña señalan la dirección diametralmente opuesta en la rosa de los vientos. El conflicto en el que nos encontramos es un conflicto de civilización, y su resolución no es previsible con remiendos o emplastos legislativos, ni con movimientos cortoplacistas para atender a urgencias de diverso tipo. ¿Qué quiero decir con esto? Que, o bien he entendido muy mal la propuesta de López Bulla, o nos equivocamos de medio a medio si vemos en el federalismo sólo una solución factible (óptima para unos, mal menor para otros) para “lo” de Catalunya. No hablamos ahora de Catalunya. El nuevo federalismo es una propuesta política general, de largo alcance, para España y para Europa. Una forma distinta de hacer política, no desde el vértice sino a ras de suelo, de modo que todos dispongan libremente de su cuota de participación y de su derecho a decidir.

Ciertamente, se necesitará un largo trabajo de arado y barbecho para asentar y fertilizar el mantillo, hoy insuficiente o sencillamente inexistente, que permita arraigar la idea federal en amplias masas, de este país y de otros. Mientras tanto, habrá que buscar entre todos alguna solución para “lo” de Catalunya. Sería deseable, eso sí, enfocar esa eventual solución, no en una perspectiva de exclusiones mutuas y choque de trenes, sino en una dirección que permita a todos avanzar hacia soluciones federales de fondo.



(1) EL NUEVO FEDERALISMO Y LAS TRANSFORMACIONES DE ÉPOCA en http://lopezbulla.blogspot.com.es/2013/09/el-nuevo-federalismo-y-las.html

viernes, 6 de septiembre de 2013

Se me ha muerto Mario Trinidad

Se me ha puerto Mario Trinidad


6.9.13

Pido disculpas al editor de este blog y a cualquier improbable lector por el “me”. La noticia escueta es que Mario Trinidad ha muerto. Sobra ese “me”. Sin embargo, reivindico un sentimiento muy particular ante una noticia que nos afecta a muchos por igual, pero que en mi caso, a través de la lectura de un hermoso obituario firmado por Soledad Gallego, ha tenido el efecto fulminante de un rayo en mitad de un descampado. En pocos meses he sufrido la pérdida de mi hermano pequeño, una vivencia claramente contra natura, y ahora la de Mario, que en tiempos fue otro hermano.

 Nos conocimos en las aulas del CEU, en el primer curso de la carrera de Derecho. Tardamos en congeniar. En nuestro caso – como en ciertos experimentos de química – hizo falta un catalizador, un tercer amigo que nos puso en contacto y con quien nos embarcamos en una larga aventura intelectual. No cito el nombre de ese tercer amigo no porque lo haya olvidado, ni mucho menos, sino porque no tengo permiso para dar su nombre y aborrecería ser indiscreto en este punto. Quienes convivieron con nosotros en esos años saben perfectamente de quién hablo.

 No sólo cursamos juntos toda la carrera, y nos reunimos en casa de cualquiera de los tres para repasar e intercambiar apuntes. Íbamos juntos también a los cines, a los teatros y a las librerías. Durante unos años mágicos fuimos casi intercambiables, una persona que pensaba con tres cerebros y sentía con tres corazones. Cada uno de nosotros sabía, antes de que ocurriera, la reacción, incluso las palabras aproximadas, de los otros dos frente a cualquier situación. Y lo que nos caracterizaba en aquella edad de los descubrimientos era sobre todo la voracidad intelectual. Descubrimos juntos a Antonioni y Bergman, a Buero Vallejo, a Freud y Marx, a los Beatles. Fuimos asiduos de las tertulias estudiantiles del padre Miguel Benzo, consiliario entonces de la Acción Católica, y discutimos con él combativamente de religión delante de un tablero de ajedrez, mientras su instalación estéreo desgranaba las notas de la sonata opus 111 de Beethoven tocada por Wilhelm Backhaus (la más sólida argumentación, quizá, a favor de la existencia de un más allá, pero aun así insuficiente para nosotros; aunque yo fui el más reticente de los tres a abandonar la fe. “Resulta a fin de cuentas que todos mis mejores amigos son ateos”, se lamentó un día Benzo). También, lectores impenitentes como éramos de “Cuadernos para el Diálogo”, nos conjuramos un día para entrar en contacto con las comisiones obreras y comprometernos de alguna forma con una opción que veíamos como la punta de lanza para el desguace del franquismo. Los tres, de una forma u otra, cumplimos años después nuestro compromiso.

La vida nos separó. Lo primero, las mujeres: formamos familia y los tres, con nuestras respectivas, Encarnación, Pilar y Carmen, asistimos como invitados a las bodas de los otros dos. Lo segundo, el trabajo, cada vez más absorbente. Incluyo también el trabajo clandestino: los tres ingresamos en el partido comunista (yo en el PSUC catalán). Era, en nuestra opinión, cuestión de pura coherencia. Y seguimos viéndonos cuando podíamos; una, todo lo más dos veces al año, aprovechando fugazmente días de vacaciones.

 Luego ocurrió que Mario dejó el PCE por el PSOE y yo comprendí, y en parte compartí, sus argumentos, pero estuve en desacuerdo con sus conclusiones. No creo, retrospectivamente, que aquello nos distanciara, pero era mucho más difícil coincidir ahora que él vivía en Chicago o en otros lugares aún más exóticos.

 No incluyo en estos apuntes los datos relevantes de la biografía política de Mario; cualquier interesado los encontrará en Google. Sí me importa destacar que al paso de los años los dos insistimos hasta la tozudez, en nuestro trabajo teórico o práctico, en el leitmotiv del trabajo como base de la vida y como base de la economía. Hacía más de veinte años que no nos hablábamos, ni nos escribíamos, ni nos telefoneábamos; pero digo la verdad cuando afirmo que nunca dejamos de vernos. Enterarme de su muerte ha sido sentir morir un pedazo de mí, sentirme yo mismo amortecido por esa atroz herida en carne ajena. Mejor expresarlo con unos versos de Miguel Hernández que siempre consideré hiperbólicos hasta que he comprobado que expresan una realidad seca y palpable:

 “No hay extensión más grande que mi herida.
Lloro mi desventura y sus conjuntos,

Y siento más tu muerte que mi vida.”

Las preguntas de Rossna Rossanda.



miércoles, 4 de septiembre de 2013

Las preguntas de Rossanna Rossanda

Un placer y un privilegio el traducir estas páginas de Rossana Rossanda, querido José Luis (1). Fíjate que datan de dos años y medio atrás, pero su actualidad es apabullante. De un lado, asombra la clarividencia diabólica – hablo en el sentido laico de la palabra – con la que ha previsto la evolución de la revuelta del Tahrir en Egipto. Los militares son un mediador peligroso, en efecto. Y dice también, subraya esto mentalmente con doble trazo: “una muchedumbre generosa pero atomizada, y que desea seguir así, será siempre antes o después presa de un nuevo poder.”

El movimiento movimientista no basta para cambiar las bases de la sociedad. Los palacios de invierno son espejismos, dice Rossanda. El camino del cambio pasa necesariamente por organizar la oposición, por poner a punto unos partidos y unos sindicatos capaces de confrontarse al poder establecido y medirse a él en el conflicto. (Conviene, José Luis, que alguien recuerde de cuando en cuando que democracia no es sólo consenso, sino también conflicto. Conviene que alguien recuerde que un proceso de cambio político profundo nunca se realiza en el vacío sino en presencia de poderes fácticos muy fuertes que interfieren continuamente en la situación y tratan de incidir en sus contradicciones.)

Señala Rossanda algunas cosas más de mucho calado. Me detengo en la corrupción de ciertos regímenes en los que el Estado se ha convertido en una agencia de negocios que extrae pingües beneficios de la colaboración con la élite económica a través de cambalaches en los que la propiedad de las cosas (no cualquier cosa: también la sanidad, la escuela, la prevención social, la banca estatalizada) es “ambigua”, es decir, semipública y semiprivada. Mientras, el grueso de la sociedad civil marginada se convierte en un proletariado de nuevo tipo, aculturado pero sin medios de vida ni porvenir, y también sin voz ni voto en un sistema político en el que la participación ha sido restringida hasta el punto de convertirse en una quimera. Estas cosas, dice Rossanda, no ocurren sólo al otro lado del Estrecho ni en la otra punta del Mediterráneo. Forman parte también de nuestra desolada cotidianidad: “Existe en occidente un malestar de la democracia representativa que es imposible ignorar.”

Es de celebrar por todo ello, querido José Luis, que en nuestro entorno inmediato, en nuestro pequeño país, se nos convoque ahora a manifestarnos por el “dret a decidir”. Creemos firmemente en el derecho de todos los ciudadanos a decidir; en el carácter primordial, urgente y constructivo de ese derecho. Ahora bien, el asunto de decidir viene a ser como el de comer o el de rascar; me refiero a que todo es empezar. Por eso me gustaría ver con más claridad el alcance y, en su caso, los límites, de ese derecho a decidir a que se nos emplaza. Como primera cuestión, ¿no deberíamos decidir también nosotros la pregunta sobre la que vamos después a ejercer nuestro derecho a decidir? Y más allá de esta pejiguería, ¿es un derecho puntual el que se nos pide que reclamemos, o vamos a poder seguir decidiendo sobre más cosas? ¿Sobre cuáles? ¿No debería ser normado ese derecho, establecer las formas, las condiciones y los cauces de la participación, las leyes, los reglamentos y las ordenanzas que lo validarán? ¿No convendría incluir un derecho así, primigenio, en una futura Constitución democrática, de Catalunya y/o de España? Estas no son cuestiones baladíes. Bien está empezar por donde hemos empezado si lo que deseamos es, con unas u otras fronteras, “un Estat propi”. Me quedan dos preguntas más en el aire: la primera, ¿qué tipo de Estado queremos exactamente, “tots plegats”? La segunda, ¿propiedad de quién?

Recibe un afectuoso abrazo.





domingo, 1 de septiembre de 2013

ILUSIONES PROGRESISTAS

Querido José Luis, incluyo la traducción de las páginas de Rossanda. Veo que es un artículo de febrero de 2011, al hilo de la última de las que Fausto Bertinotti llamó "oportunidades perdidas", y de tono bastante diferente a aquél. Me encuentro en un dilema a la hora de redactar un comentario, ¿por dónde enfocarlo? Aparte de lo justo de algunas intuiciones de la señora, como la actuación de los militares en Egipto, lo más sustancioso me parece la caracterización de los "indignados" de allá y de aquí como el nuevo proletariado, y lo ilusorio de la fantasía de que ese movimiento movimientista pueda asaltar cualquier palacio invernal, porque lo cierto es que si no se organiza su destino es caer en manos de cualquier poder. Otros temas sugerentes son el de la participación que le es negada a la sociedad civil en nuestros regímenes neoautoritarios, o el Estado como "sociedad de negocios" que ofrece perspectivas pingües a la elite económica en un enjuague ambiguo de propiedades público-privadas. Finalmente, pero eso es ya una camisa de once o incluso más varas, en torno al análisis sobre la falta de participación democrática cabría una reflexión sobre lo que significa en nuestras coordenadas el dret a decidir. Decidir, ¿qué? Porque se propone ese derecho sin especificar los cauces, los procedimientos ni los límites, en un país virtualmente soberano.  ¿Sólo vamos a decidir si queremos un Estat propi? ¿Qué tipo de Estat? Y, ¿propiedad de quién? Paco Rodríguez de Lecea


LAS ILUSIONES PROGRESISTAS

por Rossana Rossanda


Luciana Castellina hace la pregunta justa: ¿cómo ha ocurrido que hombres y movimientos en los que se habían depositado tantas esperanzas y que se comportaron de un modo magnífico en las luchas de liberación, hayan llegado al punto de suscitar el rencor de una parte tan grande de su pueblo? Las revueltas en el Magreb y en el Oriente Medio nos plantean este problema. 


Y lo mismo cabe decir de las reacciones de los dirigentes en el poder, en particular los que lo habían asumido con un ímpetu progresista: el libio Muammar el Gadafi y el gobierno procedente del FLN argelino. No es una pregunta distinta de la que debemos hacernos sobre la razón por la que las revoluciones comunistas han corrido la misma suerte. Es ridículo responder que Stalin era un monstruo (Stalin y Hitler tal para cual, tesis de los historiadores post 1989), y quizá Lenin también, y Mao un loco de atar; y por otra parte esa respuesta no hace sino modificar la pregunta: ¿por qué entonces unas masas inmensas y unos cambios profundos encontraron en ellos sus líderes? En el caso de Gadafi, con sus uniformes rutilantes y sus capas de caballero del desierto, con su convicción de ser un libertador y su disposición a asesinar y a ser asesinado, el elemento de delirio es evidente, igual que sus coqueteos sucesivos con las potencias occidentales y con el terrorismo. Pero al principio tampoco él pareció loco a nadie, y no lo era.

Sería interesante profundizar en algunas hipótesis, siquiera sea en cuanto al futuro inmediato de los movimientos que están agitando los países árabes. La primera de ellas es entender la naturaleza ilusoria de un anticolonialismo, interpretado a menudo como antiimperialismo y, más raramente, como anticapitalismo, confiado en presencia de masas incultas a una vanguardia fuerte y resuelta, que de forma más o menos transitoria toma el poder y, a veces por medio de Constituciones ad hoc, lo defiende no sólo frente a los adversarios sino también frente a cualquier crítica, incluidas las de sus propios compañeros, a los que ve "objetivamente" como enemigos. Y a menudo lo son o llegan a serlo, porque una lucha anticolonial no se desarrolla en el vacío sino en presencia de instancias poderosas políticas y económicas, que interfieren a cada paso y ante cada contradicción presente en el "proceso revolucionario". El cual se defiende con medidas drásticas, pero que resultan justificadas incluso para los observadores externos, porque la historia es complicada. ¿Quién habría dicho que la oposición al sha de Persia, Reza Pahlevi, iba a ser dirigida por un movimiento religioso fundamentalista? La CIA no lo había sospechado, y muchos de nosotros nos dijimos que, en fin, a veces el progreso se abre paso por caminos inesperados; y no pienso sólo en “il manifesto”, sino en Michel Foucault. Y sin embargo nos equivocábamos, como se han equivocado Chávez o Lula cuando han invitado a Ahmadineyad. De ese error tuvo buena parte de responsabilidad la URSS en la medida en que defendía únicamente sus propios intereses como Estado (y en ellos, a medio plazo, perdió y se perdió), pero también los partidos comunistas, que vieron en la propia URSS y en sus políticas la única salvaguarda existente después del fracaso de las revoluciones en Europa. Cuando en Bandung, por iniciativa yugoslava, se formó el bloque de los países no alineados, ¿debe atribuirse la causa de su breve supervivencia únicamente a la antipatía que sentían por ellos las dos superpotencias? Sus intenciones de paz eran fuertes, pero su modelo social era débil. Mucho más grave fue el hecho de que la descolonización pasó pronto – una vez liquidados los Patrice Lumumba o Amílcar Cabral – a través de la formación de burguesías nacionales (también durante algún tiempo el movimiento comunista confió en ellas) o bien de fuerzas que, inicialmente anticapitalistas o progresistas mediante formas de propiedad pública, pronto se enredaron, bien debido a los problemas de un crecimiento económico enteramente estatalizado con el Estado reducido a su expresión más burda, sin ninguna forma de control desde abajo, o bien, peor aún, debido a formas diversas de corrupción. Libia y Argelia, en posesión de grandes fuentes de energía, son dos ejemplos muy diferentes de un secuestro del poder que ha negado cualquier tipo de participación a las mismas poblaciones a las que dispensaba algunos servicios que hicieron crecer sus necesidades, pero a las que no implicó nunca salvo en una red, más o menos transparente, de negocios o de llamamientos basados en la emotividad. La mundialización ha inducido en esas poblaciones un doble proceso: de un lado, en el vértice se ha establecido una alianza del régimen con las fuerzas económicas, utilizando el Estado como una agencia de negocios de propiedad ambigua; y de otro lado, se ha generado una inmensa masa de trabajadores explotados pero en buena parte aculturados, y dotados de medios de comunicación desconocidos para los condenados de la tierra de cuarenta años atrás: las muchedumbres de la plaza Tahrir disponían de teléfonos móviles y estaban familiarizadas mayoritariamente con Internet, que en buena parte había contribuido a su formación. Los explotados y oprimidos de hoy no son ya los humillados y oprimidos de antes. Ni son tampoco únicamente, como algunos se complacieron en divulgar después del 11 de setiembre, una masa de maniobra de los imames fundamentalistas. Este nuevo tipo de proletariado - que no otra cosa es – ya no se somete con facilidad a los progresismos despóticos, de los que extrajo en el pasado algunos beneficios. Es él quien ha invadido las plazas, quien hace tambalearse a los regímenes, quien se ha sacudido la hegemonía del islamismo a través de una cierta secularización. Excepción hecha del poder de la dinastía wahabita de la Arabia saudí, y sobre todo de los ayatolás iraníes, capaces al mismo tiempo de desarrollar y de mantener encerrada en un sistema sólidamente aherrojado a una "sociedad civil" reluctante hasta cierto punto, pero a la que no se consentirán sin la menor duda los tumultos del mundo árabe. En cambio, en Túnez y en Egipto los militares son los únicos mediadores, prepotentes y peligrosos, entre el poder y la población.

Peligrosos, porque también ellos son una casta cerrada, y por naturaleza fuertemente jerarquizada, en la que no existe alternativa entre obediencia e insurrección, insurrección y obediencia, una necesariamente a continuación de la otra. No pienso, como algunos amigos, que la salida de esta situación esté en una especie de confrontación permanente entre movimientos abiertos e instituciones cerradas, y mucho menos que el desarrollo de la persona pueda consistir en un perpetuo echarse a las espaldas todo el contexto, como en este mismo periódico se sugería a los tunecinos que han desembarcado en Lampedusa. Puede que alguno de ellos madure en el éxodo, pero no me atrevería a proponer a quienes apenas acaban de librar a su país de una autocracia que se vayan a otra parte, sin ocuparse de volver a dar un sentido al tejido social del que proceden; y aún menos que pasen a nuestro continente, encerrado en su propio declive. En todos los países en los que una forma de despotismo, sea obtuso o progresista, ha impedido la articulación de corrientes y proyectos de sociedad y la confrontación democrática de todos ellos en el conflicto, una muchedumbre generosa pero atomizada, y que desea seguir así, será siempre antes o después presa de un nuevo poder. No por nada los totalitarismos prohíben la existencia de cuerpos intermedios que no sean una emanacion directa suya. El problema de las revueltas árabes – a las que tal vez no es justo tampoco dar ese nombre - es el de darse a sí mismas la forma de partidos y sindicatos y reglas y divisiones de poderes que puedan convertirse en palancas reales de intervención sobre unos regímenes que siempre tienden a reconstituirse de nuevo. Es un problema presente también entre nosotros, y estamos lejos de haberlo resuelto si, en el caso italiano, nos vemos paralizados por un personaje de un nivel tan modesto como Berlusconi. 
Existe en occidente un malestar de la democracia representativa que es imposible ignorar. Pero no lo resolveremos arremetiendo al frente de una multitud cualquiera contra un Palacio de Invierno; la historia debería habernos enseñado por lo menos esto. La pregunta que surge hoy ante las muchedumbres triunfantes de Túnez y de El Cairo, o ante las batallas en curso en Libia, no es distinta de la que ha venido madurando en nuestra desoladora cotidianidad.

Fuente : “il manifesto”, jueves 24 febrero 2011



Traducción de Paco Rodríguez de Lecea