miércoles, 4 de septiembre de 2013

Las preguntas de Rossanna Rossanda

Un placer y un privilegio el traducir estas páginas de Rossana Rossanda, querido José Luis (1). Fíjate que datan de dos años y medio atrás, pero su actualidad es apabullante. De un lado, asombra la clarividencia diabólica – hablo en el sentido laico de la palabra – con la que ha previsto la evolución de la revuelta del Tahrir en Egipto. Los militares son un mediador peligroso, en efecto. Y dice también, subraya esto mentalmente con doble trazo: “una muchedumbre generosa pero atomizada, y que desea seguir así, será siempre antes o después presa de un nuevo poder.”

El movimiento movimientista no basta para cambiar las bases de la sociedad. Los palacios de invierno son espejismos, dice Rossanda. El camino del cambio pasa necesariamente por organizar la oposición, por poner a punto unos partidos y unos sindicatos capaces de confrontarse al poder establecido y medirse a él en el conflicto. (Conviene, José Luis, que alguien recuerde de cuando en cuando que democracia no es sólo consenso, sino también conflicto. Conviene que alguien recuerde que un proceso de cambio político profundo nunca se realiza en el vacío sino en presencia de poderes fácticos muy fuertes que interfieren continuamente en la situación y tratan de incidir en sus contradicciones.)

Señala Rossanda algunas cosas más de mucho calado. Me detengo en la corrupción de ciertos regímenes en los que el Estado se ha convertido en una agencia de negocios que extrae pingües beneficios de la colaboración con la élite económica a través de cambalaches en los que la propiedad de las cosas (no cualquier cosa: también la sanidad, la escuela, la prevención social, la banca estatalizada) es “ambigua”, es decir, semipública y semiprivada. Mientras, el grueso de la sociedad civil marginada se convierte en un proletariado de nuevo tipo, aculturado pero sin medios de vida ni porvenir, y también sin voz ni voto en un sistema político en el que la participación ha sido restringida hasta el punto de convertirse en una quimera. Estas cosas, dice Rossanda, no ocurren sólo al otro lado del Estrecho ni en la otra punta del Mediterráneo. Forman parte también de nuestra desolada cotidianidad: “Existe en occidente un malestar de la democracia representativa que es imposible ignorar.”

Es de celebrar por todo ello, querido José Luis, que en nuestro entorno inmediato, en nuestro pequeño país, se nos convoque ahora a manifestarnos por el “dret a decidir”. Creemos firmemente en el derecho de todos los ciudadanos a decidir; en el carácter primordial, urgente y constructivo de ese derecho. Ahora bien, el asunto de decidir viene a ser como el de comer o el de rascar; me refiero a que todo es empezar. Por eso me gustaría ver con más claridad el alcance y, en su caso, los límites, de ese derecho a decidir a que se nos emplaza. Como primera cuestión, ¿no deberíamos decidir también nosotros la pregunta sobre la que vamos después a ejercer nuestro derecho a decidir? Y más allá de esta pejiguería, ¿es un derecho puntual el que se nos pide que reclamemos, o vamos a poder seguir decidiendo sobre más cosas? ¿Sobre cuáles? ¿No debería ser normado ese derecho, establecer las formas, las condiciones y los cauces de la participación, las leyes, los reglamentos y las ordenanzas que lo validarán? ¿No convendría incluir un derecho así, primigenio, en una futura Constitución democrática, de Catalunya y/o de España? Estas no son cuestiones baladíes. Bien está empezar por donde hemos empezado si lo que deseamos es, con unas u otras fronteras, “un Estat propi”. Me quedan dos preguntas más en el aire: la primera, ¿qué tipo de Estado queremos exactamente, “tots plegats”? La segunda, ¿propiedad de quién?

Recibe un afectuoso abrazo.