domingo, 1 de septiembre de 2013

ILUSIONES PROGRESISTAS

Querido José Luis, incluyo la traducción de las páginas de Rossanda. Veo que es un artículo de febrero de 2011, al hilo de la última de las que Fausto Bertinotti llamó "oportunidades perdidas", y de tono bastante diferente a aquél. Me encuentro en un dilema a la hora de redactar un comentario, ¿por dónde enfocarlo? Aparte de lo justo de algunas intuiciones de la señora, como la actuación de los militares en Egipto, lo más sustancioso me parece la caracterización de los "indignados" de allá y de aquí como el nuevo proletariado, y lo ilusorio de la fantasía de que ese movimiento movimientista pueda asaltar cualquier palacio invernal, porque lo cierto es que si no se organiza su destino es caer en manos de cualquier poder. Otros temas sugerentes son el de la participación que le es negada a la sociedad civil en nuestros regímenes neoautoritarios, o el Estado como "sociedad de negocios" que ofrece perspectivas pingües a la elite económica en un enjuague ambiguo de propiedades público-privadas. Finalmente, pero eso es ya una camisa de once o incluso más varas, en torno al análisis sobre la falta de participación democrática cabría una reflexión sobre lo que significa en nuestras coordenadas el dret a decidir. Decidir, ¿qué? Porque se propone ese derecho sin especificar los cauces, los procedimientos ni los límites, en un país virtualmente soberano.  ¿Sólo vamos a decidir si queremos un Estat propi? ¿Qué tipo de Estat? Y, ¿propiedad de quién? Paco Rodríguez de Lecea


LAS ILUSIONES PROGRESISTAS

por Rossana Rossanda


Luciana Castellina hace la pregunta justa: ¿cómo ha ocurrido que hombres y movimientos en los que se habían depositado tantas esperanzas y que se comportaron de un modo magnífico en las luchas de liberación, hayan llegado al punto de suscitar el rencor de una parte tan grande de su pueblo? Las revueltas en el Magreb y en el Oriente Medio nos plantean este problema. 


Y lo mismo cabe decir de las reacciones de los dirigentes en el poder, en particular los que lo habían asumido con un ímpetu progresista: el libio Muammar el Gadafi y el gobierno procedente del FLN argelino. No es una pregunta distinta de la que debemos hacernos sobre la razón por la que las revoluciones comunistas han corrido la misma suerte. Es ridículo responder que Stalin era un monstruo (Stalin y Hitler tal para cual, tesis de los historiadores post 1989), y quizá Lenin también, y Mao un loco de atar; y por otra parte esa respuesta no hace sino modificar la pregunta: ¿por qué entonces unas masas inmensas y unos cambios profundos encontraron en ellos sus líderes? En el caso de Gadafi, con sus uniformes rutilantes y sus capas de caballero del desierto, con su convicción de ser un libertador y su disposición a asesinar y a ser asesinado, el elemento de delirio es evidente, igual que sus coqueteos sucesivos con las potencias occidentales y con el terrorismo. Pero al principio tampoco él pareció loco a nadie, y no lo era.

Sería interesante profundizar en algunas hipótesis, siquiera sea en cuanto al futuro inmediato de los movimientos que están agitando los países árabes. La primera de ellas es entender la naturaleza ilusoria de un anticolonialismo, interpretado a menudo como antiimperialismo y, más raramente, como anticapitalismo, confiado en presencia de masas incultas a una vanguardia fuerte y resuelta, que de forma más o menos transitoria toma el poder y, a veces por medio de Constituciones ad hoc, lo defiende no sólo frente a los adversarios sino también frente a cualquier crítica, incluidas las de sus propios compañeros, a los que ve "objetivamente" como enemigos. Y a menudo lo son o llegan a serlo, porque una lucha anticolonial no se desarrolla en el vacío sino en presencia de instancias poderosas políticas y económicas, que interfieren a cada paso y ante cada contradicción presente en el "proceso revolucionario". El cual se defiende con medidas drásticas, pero que resultan justificadas incluso para los observadores externos, porque la historia es complicada. ¿Quién habría dicho que la oposición al sha de Persia, Reza Pahlevi, iba a ser dirigida por un movimiento religioso fundamentalista? La CIA no lo había sospechado, y muchos de nosotros nos dijimos que, en fin, a veces el progreso se abre paso por caminos inesperados; y no pienso sólo en “il manifesto”, sino en Michel Foucault. Y sin embargo nos equivocábamos, como se han equivocado Chávez o Lula cuando han invitado a Ahmadineyad. De ese error tuvo buena parte de responsabilidad la URSS en la medida en que defendía únicamente sus propios intereses como Estado (y en ellos, a medio plazo, perdió y se perdió), pero también los partidos comunistas, que vieron en la propia URSS y en sus políticas la única salvaguarda existente después del fracaso de las revoluciones en Europa. Cuando en Bandung, por iniciativa yugoslava, se formó el bloque de los países no alineados, ¿debe atribuirse la causa de su breve supervivencia únicamente a la antipatía que sentían por ellos las dos superpotencias? Sus intenciones de paz eran fuertes, pero su modelo social era débil. Mucho más grave fue el hecho de que la descolonización pasó pronto – una vez liquidados los Patrice Lumumba o Amílcar Cabral – a través de la formación de burguesías nacionales (también durante algún tiempo el movimiento comunista confió en ellas) o bien de fuerzas que, inicialmente anticapitalistas o progresistas mediante formas de propiedad pública, pronto se enredaron, bien debido a los problemas de un crecimiento económico enteramente estatalizado con el Estado reducido a su expresión más burda, sin ninguna forma de control desde abajo, o bien, peor aún, debido a formas diversas de corrupción. Libia y Argelia, en posesión de grandes fuentes de energía, son dos ejemplos muy diferentes de un secuestro del poder que ha negado cualquier tipo de participación a las mismas poblaciones a las que dispensaba algunos servicios que hicieron crecer sus necesidades, pero a las que no implicó nunca salvo en una red, más o menos transparente, de negocios o de llamamientos basados en la emotividad. La mundialización ha inducido en esas poblaciones un doble proceso: de un lado, en el vértice se ha establecido una alianza del régimen con las fuerzas económicas, utilizando el Estado como una agencia de negocios de propiedad ambigua; y de otro lado, se ha generado una inmensa masa de trabajadores explotados pero en buena parte aculturados, y dotados de medios de comunicación desconocidos para los condenados de la tierra de cuarenta años atrás: las muchedumbres de la plaza Tahrir disponían de teléfonos móviles y estaban familiarizadas mayoritariamente con Internet, que en buena parte había contribuido a su formación. Los explotados y oprimidos de hoy no son ya los humillados y oprimidos de antes. Ni son tampoco únicamente, como algunos se complacieron en divulgar después del 11 de setiembre, una masa de maniobra de los imames fundamentalistas. Este nuevo tipo de proletariado - que no otra cosa es – ya no se somete con facilidad a los progresismos despóticos, de los que extrajo en el pasado algunos beneficios. Es él quien ha invadido las plazas, quien hace tambalearse a los regímenes, quien se ha sacudido la hegemonía del islamismo a través de una cierta secularización. Excepción hecha del poder de la dinastía wahabita de la Arabia saudí, y sobre todo de los ayatolás iraníes, capaces al mismo tiempo de desarrollar y de mantener encerrada en un sistema sólidamente aherrojado a una "sociedad civil" reluctante hasta cierto punto, pero a la que no se consentirán sin la menor duda los tumultos del mundo árabe. En cambio, en Túnez y en Egipto los militares son los únicos mediadores, prepotentes y peligrosos, entre el poder y la población.

Peligrosos, porque también ellos son una casta cerrada, y por naturaleza fuertemente jerarquizada, en la que no existe alternativa entre obediencia e insurrección, insurrección y obediencia, una necesariamente a continuación de la otra. No pienso, como algunos amigos, que la salida de esta situación esté en una especie de confrontación permanente entre movimientos abiertos e instituciones cerradas, y mucho menos que el desarrollo de la persona pueda consistir en un perpetuo echarse a las espaldas todo el contexto, como en este mismo periódico se sugería a los tunecinos que han desembarcado en Lampedusa. Puede que alguno de ellos madure en el éxodo, pero no me atrevería a proponer a quienes apenas acaban de librar a su país de una autocracia que se vayan a otra parte, sin ocuparse de volver a dar un sentido al tejido social del que proceden; y aún menos que pasen a nuestro continente, encerrado en su propio declive. En todos los países en los que una forma de despotismo, sea obtuso o progresista, ha impedido la articulación de corrientes y proyectos de sociedad y la confrontación democrática de todos ellos en el conflicto, una muchedumbre generosa pero atomizada, y que desea seguir así, será siempre antes o después presa de un nuevo poder. No por nada los totalitarismos prohíben la existencia de cuerpos intermedios que no sean una emanacion directa suya. El problema de las revueltas árabes – a las que tal vez no es justo tampoco dar ese nombre - es el de darse a sí mismas la forma de partidos y sindicatos y reglas y divisiones de poderes que puedan convertirse en palancas reales de intervención sobre unos regímenes que siempre tienden a reconstituirse de nuevo. Es un problema presente también entre nosotros, y estamos lejos de haberlo resuelto si, en el caso italiano, nos vemos paralizados por un personaje de un nivel tan modesto como Berlusconi. 
Existe en occidente un malestar de la democracia representativa que es imposible ignorar. Pero no lo resolveremos arremetiendo al frente de una multitud cualquiera contra un Palacio de Invierno; la historia debería habernos enseñado por lo menos esto. La pregunta que surge hoy ante las muchedumbres triunfantes de Túnez y de El Cairo, o ante las batallas en curso en Libia, no es distinta de la que ha venido madurando en nuestra desoladora cotidianidad.

Fuente : “il manifesto”, jueves 24 febrero 2011



Traducción de Paco Rodríguez de Lecea