«A José Carrillo de Albornoz, ingeniero
agrícola eminente y grato contertulio de una velada en Parapanda, que podría
enseñarnos muchas cosas sobre el mantillo.»
José Luis López Bulla acaba de lanzar en este blog una
propuesta potente: un nuevo federalismo como principio político fundamental en
la gobernanza de las cosas, de todas las cosas, en una situación donde se
avizora, en la estela del desguace del fordismo en las relaciones industriales
y de la globalización, una quiebra profunda de las jerarquías de todo tipo y de
los estamentos privilegiados, no sólo en el interior de los estados, sino en la
relación de los estados entre ellos (1). Porque existe en el mundo, al lado de
una desigualdad cada vez más escandalosa entre ricos y pobres, entre poderosos
y marginados, una pulsión también cada vez más fuerte y más drástica hacia la
igualdad de derechos y de oportunidades para todos. El “nuevo” federalismo en
este contexto viene a demandar un coto a los monopolios del poder, una
descentralización racional mediante la multiplicación de nuevos centros de
decisión, un desmantelamiento de las pirámides jerárquicas que detentan hoy la
exclusiva de la Autoridad con mayúscula, y una aproximación al
legítimo derecho a participar de la ciudadanía, y muy en particular de capas y
sectores amplios de población descontentos con una forma de gobernar monolítica
y uniformizadora que cercena sus expectativas de progreso y de calidad de vida.
Un gran proyecto federal sería en este sentido una vía
idónea para la optimización de las opciones o culturas diferentes que siempre
existen en el interior de una sociedad, y para la mejora de la convivencia
entre ellas. Al hablar de convivencia no me refiero a la mera coexistencia o
tolerancia entre los componentes diferentes pero todos ellos legítimos de una
gran comunidad como España o como Europa: convivencia significa comprensión
mutua, cooperación leal, solidaridad y consolidación de una unidad de
propósitos y de objetivos precisamente en base y a través de la aceptación de
las diferencias. Porque en las relaciones económicas, y también en las
políticas, diversificación equivale a riqueza, y la uniformidad a todo trance
es empobrecimiento.
Nos encontramos en una encrucijada importante para Europa
y para el mundo, y hay en el aire signos contradictorios: podemos convenir
todos en que la reelección de la señora Merkel en Alemania apunta en una
dirección, y las manifestaciones del papa Francisco en Cerdeña señalan la
dirección diametralmente opuesta en la rosa de los vientos. El conflicto en el
que nos encontramos es un conflicto de civilización, y su resolución no es
previsible con remiendos o emplastos legislativos, ni con movimientos
cortoplacistas para atender a urgencias de diverso tipo. ¿Qué quiero decir con
esto? Que, o bien he entendido muy mal la propuesta de López Bulla, o nos
equivocamos de medio a medio si vemos en el federalismo sólo una solución
factible (óptima para unos, mal menor para otros) para “lo” de Catalunya. No
hablamos ahora de Catalunya. El nuevo federalismo es una propuesta política
general, de largo alcance, para España y para Europa. Una forma distinta de
hacer política, no desde el vértice sino a ras de suelo, de modo que todos
dispongan libremente de su cuota de participación y de su derecho a decidir.
Ciertamente, se necesitará un largo trabajo de arado y
barbecho para asentar y fertilizar el mantillo, hoy insuficiente o
sencillamente inexistente, que permita arraigar la idea federal en amplias
masas, de este país y de otros. Mientras tanto, habrá que buscar entre todos
alguna solución para “lo” de Catalunya. Sería deseable, eso sí, enfocar esa
eventual solución, no en una perspectiva de exclusiones mutuas y choque de
trenes, sino en una dirección que permita a todos avanzar hacia soluciones
federales de fondo.