El pasado día 11 de marzo tuvo lugar en Madrid una
ceremonia bochornosa. La conmemoración oficial del atentado de Atocha reunió a
la corona y a las instituciones del Estado bajo el palio de una única confesión
religiosa, sin la menor deferencia para otras sensibilidades distintas a pesar
de que, sumadas, darían una mayoría abrumadora respecto de los católicos
practicantes que constan en el censo. En ese contexto ya torcido en su punto de
partida, monseñor Rouco ofició de rey del mambo y se despachó con un mitin
político ultra que escucharon sin rechistar, y del que hasta la fecha no se han
desmarcado, ni la corona, ni el gobierno ni los representantes de las fuerzas
políticas. No hubo por parte del oficiante ni del coro miramientos de ningún
tipo para con las opiniones respetables de las víctimas, de sus familiares ni
de cuantos españoles o ciudadanos del mundo nos sentíamos ese día de duelo. Y
eso en un país en el que todos los nacionalismos son calificados de «ideologías
trasnochadas». Seguramente los asistentes a la ceremonia toman como punto de
partida de sus análisis la hipótesis de que el neonacionalcatolicismo ni es una
ideología ni está trasnochado. Es, como le gusta tanto decir a don Mariano, «lo
que Dios manda.» También cuentan de Franco que aconsejó a un visitante ilustre:
«Haga usted como yo, no se meta en política.»
Hablemos, entonces, no de ningún genérico “derecho a
decidir”, sino del deber concreto de decidir de los gobernantes. No hay una
sola decisión del actual gobierno que tenga el más mínimo viso de proyección.
Hablo de proyección en el sentido de proyectar, planificar, prever situaciones
complejas y circunstancias futuras que afrontar con alguna garantía. La
improvisación, la chapuza, el des-concierto desafinado de dos o más ministros
cuando hablan de la misma cosa, me traen a la memoria las legendarias
actuaciones de la Banda del Empastre que en mi lejana juventud
amenizaba los espectáculos cómico-taurinos del Bombero Torero. Ha habido en
estos últimos tiempos veintitantas reformas fiscales y del mercado laboral que
van conformando un sempiterno “donde dije digo digo Diego”, porque no parten de
la reflexión sino de una dinámica puramente mecánica de estímulo-respuesta,
siendo los estímulos las presiones disimuladas o abiertas de grupos poderosos
de facto. En la misma línea se inscriben la ley del aborto, la de educación,
las reformas de la justicia y de las pensiones, las privatizaciones de
servicios públicos, la abolición del principio de la justicia universal, y
tantos otros desatinos. ¿Qué es lo que deciden nuestros gobernantes, que son
quienes tienen la obligación de decidir? ¿Cómo deciden, para qué y para quiénes
deciden? ¿Cuál es el nivel de calidad de sus decisiones?
En las tiras cómicas de Charlie Brown, un día Snoopy fue
elegido jefe de los perros y se encontró con el mismo problema grave de don
Mariano Rajoy: no era capaz de tomar decisiones. Woodstock, el pajarito que le
servía de secretario, le recomendó un siquiatra. Al otro día, cuando llegó
volando a la caseta, Snoopy le recibió con una sonrisa radiante: «Estoy curado.
Ya soy capaz de tomar decisiones. Desde la hora del desayuno llevo tomadas
cuarenta decisiones.» Entonces, de pronto, agachó la cabeza y encogió los
hombros: «Todas mal», concluyó con tristeza.