martes, 11 de marzo de 2014

MARIANO RAJOY Y LA BANDA DEL EMPASTRE

El pasado día 11 de marzo tuvo lugar en Madrid una ceremonia bochornosa. La conmemoración oficial del atentado de Atocha reunió a la corona y a las instituciones del Estado bajo el palio de una única confesión religiosa, sin la menor deferencia para otras sensibilidades distintas a pesar de que, sumadas, darían una mayoría abrumadora respecto de los católicos practicantes que constan en el censo. En ese contexto ya torcido en su punto de partida, monseñor Rouco ofició de rey del mambo y se despachó con un mitin político ultra que escucharon sin rechistar, y del que hasta la fecha no se han desmarcado, ni la corona, ni el gobierno ni los representantes de las fuerzas políticas. No hubo por parte del oficiante ni del coro miramientos de ningún tipo para con las opiniones respetables de las víctimas, de sus familiares ni de cuantos españoles o ciudadanos del mundo nos sentíamos ese día de duelo. Y eso en un país en el que todos los nacionalismos son calificados de «ideologías trasnochadas». Seguramente los asistentes a la ceremonia toman como punto de partida de sus análisis la hipótesis de que el neonacionalcatolicismo ni es una ideología ni está trasnochado. Es, como le gusta tanto decir a don Mariano, «lo que Dios manda.» También cuentan de Franco que aconsejó a un visitante ilustre: «Haga usted como yo, no se meta en política.»

Hablemos, entonces, no de ningún genérico “derecho a decidir”, sino del deber concreto de decidir de los gobernantes. No hay una sola decisión del actual gobierno que tenga el más mínimo viso de proyección. Hablo de proyección en el sentido de proyectar, planificar, prever situaciones complejas y circunstancias futuras que afrontar con alguna garantía. La improvisación, la chapuza, el des-concierto desafinado de dos o más ministros cuando hablan de la misma cosa, me traen a la memoria las legendarias actuaciones de la Banda del Empastre que en mi lejana juventud amenizaba los espectáculos cómico-taurinos del Bombero Torero. Ha habido en estos últimos tiempos veintitantas reformas fiscales y del mercado laboral que van conformando un sempiterno “donde dije digo digo Diego”, porque no parten de la reflexión sino de una dinámica puramente mecánica de estímulo-respuesta, siendo los estímulos las presiones disimuladas o abiertas de grupos poderosos de facto. En la misma línea se inscriben la ley del aborto, la de educación, las reformas de la justicia y de las pensiones, las privatizaciones de servicios públicos, la abolición del principio de la justicia universal, y tantos otros desatinos. ¿Qué es lo que deciden nuestros gobernantes, que son quienes tienen la obligación de decidir? ¿Cómo deciden, para qué y para quiénes deciden? ¿Cuál es el nivel de calidad de sus decisiones?

En las tiras cómicas de Charlie Brown, un día Snoopy fue elegido jefe de los perros y se encontró con el mismo problema grave de don Mariano Rajoy: no era capaz de tomar decisiones. Woodstock, el pajarito que le servía de secretario, le recomendó un siquiatra. Al otro día, cuando llegó volando a la caseta, Snoopy le recibió con una sonrisa radiante: «Estoy curado. Ya soy capaz de tomar decisiones. Desde la hora del desayuno llevo tomadas cuarenta decisiones.» Entonces, de pronto, agachó la cabeza y encogió los hombros: «Todas mal», concluyó con tristeza.