jueves, 8 de diciembre de 2022

LAWFARE

 


El presidente de Perú Pedro Castillo (Fuente, RTVE)

 

La eliminación de la selección de fútbol de mi país en un torneíllo fake y anecdótico no me ha producido ningún alivio, ni tan solo pasajero, dado que el bombardeo mediático sobre un tema tan baladí prosigue con ánimos redoblados. Este será para siempre el Mundial de Qatar, y nadie más se alzará de ahí con el santo y la limosna; pero habrá muchos que compartan una dosis creciente de vergüenza retrospectiva.

Voy a poner un ejemplo a bote pronto de la mentalidad colectiva que acompaña tanto esta como otras efemérides muy mediáticas (Juegos Olímpicos, por ejemplo), y algunos me dirán que no tiene nada que ver, y otros pensarán que he empezado demasiado temprano mi tanda de after hours para celebrar la Inmaculada Constitución. Pero ahí va:

Así pues, “sostiene Pereira” que si la selección de Perú estuviera entre las ocho supervivientes de un evento para el que no llegó ni siquiera a clasificarse, Pedro Castillo aún sería su presidente, y aún (subrayo el repetido “aún”) no estaría preso en la celda vecina a la de Fujimori. El pueblo está muy lejos de ser soberano en las actuales neodemocracias, pero su ardor patriótico, elevado hasta el fanatismo en las grandes citas deportivas, sigue siendo oscuro objeto de respeto por parte de las élites.

Castillo llegó a la presidencia de su país al frente de una coalición heterogénea e inestable amontonada a toda prisa con el objetivo a cortísimo plazo de cerrar el paso a Keiko. La efímera unidad duró “lo que tarda en llegar el invierno” (*), y ha sido desbaratada por la actuación de unos tribunales convencidos de que su función en este mundo es corregir al pueblo cuando el pueblo “vota mal” (**). Ya había ocurrido antes en Brasil, cuando se forzaron un juicio y una pena de prisión azarosa para Lula, en beneficio exclusivo de Bolsonaro. (A propósito, ¿de qué me suena a mí ese Bolsonaro? ¿No es el amiguete al que respaldó el semidiós Neymar en las últimas elecciones brasileñas? Con tanto aluvión de fútbol diario, ese detalle no se trasluce nunca, tal vez porque no es de recibo mezclar el deporte con la política, a menos que la política esté interesada en lo contrario.)

La observación de estos eventos consuetudinarios podría traer alguna lección útil al ánimo belicoso de quienes proponen resolver por la tremenda, con ceses fulminantes a porrillo, las contradicciones existentes en el seno del partido mayoritario de la coalición del gobierno, y en su línea política. Castillo disolvió el Parlamento peruano y proclamó el estado de excepción, medidas que habrían agradado a quienes consideran que, cuanto más fastidias al adversario, mejor política estás haciendo.

Pero esa es política de mosca cojonera, sin aliento ni perspectiva, inútil en el ámbito de una democracia donde cuentan, y mucho, las correlaciones de fuerzas, sin mencionar esos penaltis con querencia de irse al palo.

Quienes se mueven a impulsos de pulsiones momentáneas y desatienden las condiciones objetivas y el entorno, no son buenos políticos. Pietro Ingrao ya nos había advertido de que “indignarse no basta”.

 

* La imagen poética es de Sabina.

** La imagen poética es de Vargas Llosa.