lunes, 19 de diciembre de 2022

PROPINA

 


Terraza de bar en la Plaza Mayor de Madrid.

 

En los tiempos del capitalismo feliz, allá por los roaring twenties del siglo pasado, los medios aireaban la noticia verídica de que, en un porcentaje estimable, los multimillonarios estadounidenses (en aquellos tiempos, no había multimillonarios fuera de la Gran Manzana) habían empezado su carrera en los negocios vendiendo periódicos en la calle. Los futuros tiburones de Wall Street tenían un instinto infalible para ganarse propinas voceando titulares sensacionales a la salida de los teatros, los restaurantes de postín y los estadios como el Madison Square Garden, donde se jugaban las grandes ligas de béisbol. Como aún no se había inventado el transistor, la tinta de las rotativas era siempre la primera en informar al ciudadano de todas las cuestiones candentes de su interés. Y el chaval equipado con gorra de visera y pantalones bombachos capaz de proporcionar a la clientela la primicia codiciada, podía acumular unos cuantos cuartos de dólar al día sobre los que edificar algo que entonces aún no se llamaba una start-up.

Todo el relato era una leyenda urbana, por supuesto, pero Isabel Ayuso se ha educado en esa religión y está sinceramente abierta a lo maravilloso. Cree por ejemplo, o al menos finge creer, que la civilización comenzó en el Portal de Belén, y antes del feliz natalicio del Niño Dios los lobos socialcomunistas imponían sus leyes totalitarias en todas las partes del ecúmene.

En el estadio actual de la civilización globalizada, mucho más desarrollado que el de la época de los pioneros, estima Ayuso que lo que puede relanzar una economía que tiende a desfallecer por culpa del presidente Sánchez, no son los contratos de trabajo legales, firmados y registrados, sino las propinas. Un camarero espabilado y servicial puede reunir cientos de euros a la semana sirviendo birras en terrazas estratégicamente situadas, o cafés con leche junto a los soportales de la Plaza Mayor de Madrid. Y gracias a ese pan concienzudamente ganado con el sudor de su frente, no tiene ninguna necesidad de recurrir a la pamplina dudosa de un trabajo “decente”.

La decencia, se la meta cada cual donde le quepa. Por lo menos, así ocurre entre las altas jerarquías de gobierno de la Comunidad Madrileña, todas las cuales dejan, en cambio, generosas propinas para el servicio en los platillos de los after hours.

Así se va generando, entre la intelectualidad postinera de la capital, una ley más infalible que la de la gravedad, inventada por Newton con la única ayuda de una manzana.

A saber: contra más indecencia, más propina. Y viceversa.