Descanso
durante una excursión a Petaludes, el Valle de las Mariposas, en el centro de
la isla de Rodas. La foto es del mes de junio; por fortuna, los incendios
recientes han respetado este santuario natural. (Foto, Carmen.)
Una caída tonta me ha dejado un dolor intermitente en el
costado izquierdo. Soportable a ratos, a ratos no. Después de varios días de
convivencia asidua con antiinflamatorios y paracetamoles, he acabado por
recurrir a las Urgencias del Hospital de Calella, aquí al lado. Resulta que
tengo dos costillas rotas, la octava y novena del costillar izquierdo, para ser
precisos. Me estoy tratando, pero mi minusvalía añadida no favorece mi
inspiración escritora. No sé la razón, solo que es así. Ignoro cómo pudo
arreglárselas Cervantes, con todo su altísimo ingenio, para escribir a pesar de
esa mano izquierda seca.
Sin ganas de escribir, entonces, he encontrado el tiempo y
la paciencia para leer “La utilidad de lo inútil”, de Nuccio Ordine (Barcelona,
Acantilado Quaderns Crema 2013, traducción de Jordi Bayod, 29ª edición). Ordine
ha recibido el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades de
2023, y fallecido muy recientemente de forma inesperada.
El libro es excelente. La idea central se desarrolla a
partir de un entramado de voces singulares de épocas diferentes. Aristóteles,
por poner un ejemplo, reclama una ciencia libre para un hombre libre; Leopardi
desprecia la “utilidad” de vuelo rasante por la que el hombre se identifica a
sí mismo con el dinero.
Quizás el apunte más significativo (pág. 81) sea la
afirmación de Marc Fumaroli que relaciona la adquisición de conocimientos con
el crecimiento de la autonomía humana. Este crecimiento se relaciona
directamente con la prestación de trabajo (onerosa o gratuita, subordinada o
autónoma, trabajo de cualquier clase). Lo “útil” sería entonces lo “práctico”,
lo mensurable, lo hacedero a corto plazo en un círculo estrecho de
posibilidades; mientras que el único progreso real accesible a la humanidad ha
de llegar a través de nuevos contenidos universales, no codificados previamente,
y grávidos de potencialidades de cambios futuros.
Lo cual tiene poco que ver con los algoritmos y las
inteligencias artificiales, que conforman a los humanos como inteligencias
subordinadas a una “utilidad” exterior y aleatoria, relacionada con la posición
en los mercados y la ganancia material.
Del iluminista Gotthold Ephraim Lessing (citado en pág. 133)
es la siguiente afirmación comprometida: «La valía del ser humano no reside en
la verdad que uno posee o cree poseer, sino en el sincero esfuerzo que realiza
para alcanzarla. Porque las fuerzas que incrementan su perfección solo se
amplían mediante la búsqueda de la verdad, no mediante su posesión. La posesión
aquieta, vuelve perezoso y soberbio.»
En el mundo actual los avances científicos de orden práctico
reposan por lo general en forma de patentes de explotación en las cajas fuertes
de los bancos, y el esfuerzo de las personas individuales y los colectivos sociales
por alcanzar verdades más duraderas y universales, es desestimado. Nuccio Ordine
apostilla: «La posesión y el beneficio matan, mientras que la búsqueda,
desligada de cualquier utilitarismo, puede hacer a la humanidad más libre, más
tolerante y más humana.»