jueves, 17 de abril de 2025

NI BUENA, NI MALA, NI NEUTRAL

 


Alberto Durero, “El Caballero, la Muerte y el Diablo” (detalle).

 

Comenta Daniel Innerarity, en su reciente libro “Una teoría crítica de la inteligencia artificial” (Galaxia Gutenberg 2025), la estrecha relación histórica entre los modos de comunicación y los tipos de democracia.

La primera democracia, nacida en Atenas hacia el s. V aC y que podríamos calificar de socrática, estuvo basada en la oralidad, y era de tipo directo y dialéctico. Fue por lo demás una flor efímera, rápidamente sofocada por el enorme peso piramidal de los grandes imperios antiguos.

La democracia moderna, reinventada en el siglo XVIII, tuvo su base de maniobra en la imprenta y en la comunicación a través de la prensa. (Entonces se definió a la prensa como el cuarto poder, hoy es solo un mejunje irreconocible).

La democracia representativa basada en la libertad de opinión vehiculada por una prensa libre entró en crisis en los albores del s. XX, con la nueva hegemonía comunicativa de la radio y, algo más tarde, de la televisión.

Hoy, según John Keene (Democracy and media decadence, Cambridge 2013), la democracia está «estrechamente vinculada al crecimiento de sociedades saturadas de multimedia, cuyas estructuras de poder son continuamente cuestionadas por una multitud de mecanismos de control o vigilancia que operan dentro de una nueva galaxia mediática definida por el ethos de la abundancia comunicativa.»

A algunos puede sonarle abstrusa la descripción de Keane. Como ejemplo práctico basta, sin embargo, fijarse en la verborrea fake y el desenfado de las críticas al gobierno español desde rincones comunicativos tan heterogéneos como Se Acabó La Fiesta o Taberna Garibaldi.

Esta situación no pone propiamente la democracia en peligro, pero sí sugiere la necesidad de la adecuación del funcionamiento de las instituciones democráticas (empezando por el parlamento y los tribunales) al escalón tecnológico comunicativo en el que nos encontramos. De otro modo, podríamos vernos arrastrados por el caos comunicativo como por una Dana repentina o una pandemia viral.

Conviene, ante tanto volumen de “ruido” tecnológico, reafirmar la indeterminación esencial de la política democrática, y la existencia a nuestra disposición de opciones abiertas a la decisión colectiva. Política es sobre todo libertad para decidir. Los big data o la inteligencia artificial pueden ser escuderos de esa libertad, pero de ningún modo debe recaer en ellos el peso de la responsabilidad social.

No está de más recordar al respecto una afirmación llena de sentido de Melvin Kranzberg: «La tecnología no es buena ni es mala, y tampoco es neutral.»