martes, 22 de abril de 2025

RETRATO DE FAMILIA CON MÁQUINAS

 


Una familia de excursión, a finales de los años cincuenta del siglo pasado.

 

Convendría deshacernos – dice Daniel Innerarity (en Una teoría crítica de la inteligencia artificial, Galaxia Gutenberg 2025, p. 272-73) – del paradigma de la inteligencia como una acción racional consciente, un patrimonio individual acotado y mensurable mediante índices precisos. La inteligencia humana consiste más bien en la interacción dinámica con el mundo, y en este sentido es de carácter colectivo y social. Un acto inteligente es el que ayuda a un grupo humano amplio a sobrevivir y prosperar; no, el que enriquece a algunos individuos seleccionados, apartándolos al mismo tiempo de los demás con los que conviven.

Así considerada, la inteligencia artificial no compite con la humana. No existen replicantes del tipo Blade Runner forcejeando por apoderarse de un poder político con el que nunca sabrían qué hacer. No hay máquinas hechas a nuestra imagen y semejanza que intenten imponernos sus propios mandamientos, como no hay dioses contemplándonos desde un Olimpo situado por encima de nosotros. No debemos tener miedo de lo nuevo.

Tampoco se da un efecto apreciable de sustitución del trabajo humano por los automatismos de los robots o los cyborgs. Por el contrario, la inteligencia de las máquinas, diferente de la humana, aumenta la nuestra y la complementa; el trabajo con máquinas tiene más valor que el que se realiza sin ellas. El progreso va en esa dirección: la inteligencia de las máquinas revaloriza el trabajo de las personas que las utilizan a partir de su propia inteligencia.