lunes, 13 de diciembre de 2021

JORNADAS GRIEGAS

 



“Las cariátides (al fondo)”, fotografía de Carmen Martorell. Todo a la vista. Posamos Carles y yo, con la fotógrafa haciéndonos a los tres un selfie en la Acrópolis, con el Erecteion (la tribuna de las cariátides a la derecha, las columnas a la izquierda) como telón.

 

Funcionó la conjunción astral, y pudimos reunirnos en Atenas todos los protagonistas de la familia: los dos abuelos, los dos hijos con sus respectivas parejas, y los dos nietos ya crecidos. Habíamos querido celebrar nuestras bodas de oro en Venecia, en abril de 2020. Todo estaba reservado, y todo falló por el asalto arrasador del covid. La cuarentena ─cincuentena, si la referimos a años de convivencia─ se ha prolongado año y medio, y el punto de encuentro ha variado también en bastantes kilómetros hacia el este, a lo largo del Mediterráneo.

La comilona fue opípara, compartida en una intimidad estricta. Todo en casa, aunque no todo casero. Mucha alegría, que según dicen dura poco en casa del pobre pero se ha mantenido firme durante dos días. Ganas de charlar largo y tendido, de comunicar a fondo.

Vimos ayer la exposición Kal·los (The Ultimate Beauty) en el Museo Cicládico. Para Carmen y para mí, era repetición de programa. Nos gustó más incluso que la primera vez.

Y esta mañana hemos subido con Carles a la Acrópolis, y repetido comida en casa, con una fuente de macarrones a la boloñesa.

Ahí se ha acabado el “todo x ocho”, porque mañana ya se van Carles y Karina. Cierro la crónica sentimental con una fotografía, esta de Carles, que se remonta al verano de 2009, con dos de los protagonistas de las recientes veladas: mi nieto Mihail haciendo de patito detrás de Mamá Pata Karina.