lunes, 20 de diciembre de 2021

SIGNIFICATIVO DECLIVE DE LOS VENDEDORES DE CRECEPELO MILAGROSO

 


Malos tiempos para la lírica dispensada por los magos de Oz de todo pelaje (fotograma promocional de la película de Victor Fleming, 1939)

 

El éxito de Donald Trump frente a Hillary Clinton en las elecciones a Lo Más de lo Más marcó el inicio de una etapa de auge de los vendedores de crecepelo milagroso (en adelante VCM) por todos los rincones de la aldea global. Ustedes saben quiénes eran los citados, dieron mucho juego en el Medio Oeste en la época en que Mark Twain hizo recorrer en balsa el río Mississippi a Huckleberry Finn, un muchacho blanco sin familia ni educación, acompañado de un esclavo negro fugitivo. Los VCM trabajaban la misma área geográfica y seguían complicados itinerarios para estar presentes en las ferias de los distintos condados y anunciar allí su producto, encaramados a una tribuna improvisada. Las ventas eran por lo general cuantiosas, ya que iban respaldadas por la promesa de devolver puntualmente el dinero a dos semanas vista si el usuario no había conseguido para entonces una cabellera frondosa. El truco de los itinerarios complicados, antes citado, consistía en el arte de no pasar nunca dos veces por el mismo pueblo. Quien lo hacía, ya fuera por inadvertencia o por exceso de confianza, solía terminar alquitranado y emplumado, obsequio de la Cofradía Local de Calvos.

Volviendo al principio de esta entrada, llegó un momento en que el menú del capitalismo neoliberal patrocinado por el complejo militar-industrial se estaba haciendo monótono y un punto desabrido. Durante cierto tiempo uno puede obtener cierta audiencia predicando que si la actividad económica se enfoca tenazmente al objetivo de enriquecer más a los ricos, estos acabarán por hartarse de nadar en millones y cederán graciosamente una porción de sus rentas para beneficio del mindundi. Es una actualización de la clásica historia evangélica de las migas sobrantes del banquete del Señor que alimentan a los mendigos, los discapacitados y los leprosos.

El VCM vino a irrumpir en este esquema dudoso con una fuerza prodigiosa, porque proporcionaba a la gente común una sencilla vía antisistema que no caía en el temido comunismo. Los diversos crecepelos ofrecidos a la concurrencia no estaban homologados por la Administración, qué va, ni sufrían gravámenes fiscales abusivos, eso nunca. Se basaban en todos los casos en una vieja receta del abuelo preparada con fluidos enteramente naturales, y sus efectos prodigiosos se mantenían ocultos con la finalidad de burlar la paranoia represiva de la aborrecida Agencia Estatal de Lociones Capilares. Usar diariamente el crecepelo milagroso no solo garantizaba la posesión de una cabellera leonina, sino que era un acto supremo de libertad individual y de desafío a los chupópteros de siempre.

La caída de Trump por unos miles de votos en Georgia, precisamente el estado que era la niña de sus ojos, anticipó el lento ocaso de los vendedores de un neocapitalismo neomilagroso consistente mayormente en la divisa “Don’t Worry, Be Happy” aplicada a la macroeconomía. Hemos visto luego caer uno detrás de otro a especímenes singulares de VCM, sobre todo en el continente americano. El último ha sido el chileno José Antonio Kast Rist, batido en los comicios de ayer por el progresista Gabriel Boric después de haber liderado las opciones en la primera vuelta.

La áspera coyuntura que vivimos aporta malos presagios para nuestros esforzados VCM autóctonos, que abominan de las vacunas del establishment al tiempo que agitan sus frascos de crecepelo Made in Caudillo asegurándonos su eficacia sin par. También nos dicen muy serios que, ejem, caso de que el producto no aporte resultados sustanciales, se nos devolverá nuestro dinero en su integridad, salvo las salvaguardas previstas en la letra pequeña de la vigente Ley Mordaza.

Si no les creen de entrada, o están ya escarmentados, vayan preparando el alquitrán y las plumas.